Kitabı oku: «Lo que tú me pidas», sayfa 6

Yazı tipi:

Me peino el pelo con los dedos, cojo la carpeta y salgo de casa.

Dale me espera donde siempre, sentado en el capó del coche. Sonríe al verme y me hace un gesto para que me siente a su lado.

—Estás guapísimo. —Me ruborizo, porque que él me diga eso….—. ¿Listo para el primer día?

—Sí.

—Va a ser duro.

—Lo sé.

—Van a hablar. Y mucho. Cariño, no quiero que sientas que tienes que hacer nada. —Tiene algo en las manos. Algo brillante.

—Dale… —Temo que no quiera, cuando me suelta de sopetón:

—Como alguien te diga una burrada, es muy probable que le parta la boca.

—¿En serio? —Una sonrisa de idiota me ilumina la cara—. Pensé que te habías rajado o algo.

—¿Aún no lo has pillado? —Se levanta del coche y me mira. Con una sonrisa que hace que me tiemblen las entrañas, abre las piernas, a ambos lados de mí, y se pega a mi cuerpo. Me besa. Tan intensamente que me hace jadear—. Me gusta esto — con voz ronca señala entre los dos, como hace unos días hice yo en el bar

-—Pero seguro que no me has traído mierda azul.

—Joder, Álex —Me coge la cara con las manos y me besa de nuevo, entre risas. Con lentitud se aparta de mí, y me da lo que tenía en las manos.

—Este es, para mí, el símbolo más importante que existe. Habla de la amistad, la devoción y el amor hacia una persona. Nunca lo había entendido del todo…

Una cadena, con un colgante en el que, dentro de un aro, hay un corazón, dos manos y una corona.

—Quiero que sepas todo lo que significas para mí. Y mira eso cada vez que dudes. —Él se señala al pecho, donde lleva uno igual—. Y ahora sube al coche, anda, que como me sigas mirando así no voy a poder aguantarme más.

Se levanta, y yo me muevo, pero no hacia el coche, hacia él. Le echo los brazos al cuello y le abrazo con fuerza. Él me aprieta por la cintura.

—¿En serio estás seguro?

—¿De decirle a todo el mundo que estamos juntos? —murmuro en su cuello—. Nunca en mi vida he estado tan seguro de algo como lo estoy de ti, Dale.

—Entonces, vamos.

Me pongo la cadena, y soy feliz.

Llegamos al instituto. Llevo un nudo en el estómago, una parte de mí sigue siendo ese niño asustado del año pasado.

La otra parte nota las miradas al bajar del coche y, sinceramente, le importan un cojón.

Mike y Jay nos están esperando junto al coche de Mike. Los dos me sonríen cuando nos acercamos. Este año también hay abrazos para mí.

Oigo que me llaman, y se me pone la carne de gallina antes de darme la vuelta. Emma se acerca a mí, se come con los ojos a Dale, y a mí me mira exactamente igual.

—Madre mía, qué cambio has dado, qué guapo estás. —Me pone una mano en el brazo, y yo me aparto. Ni contesto, ni sonrío. Nada.

—Vamos a mirar las listas. —Detrás de mí, la voz suave de Dale. Giro el cuerpo hacia él—. ¿Vienes?

—Sí. —Le tiendo la mano, y él me la coge al momento.

A mi espalda, a todo volumen, oigo: «¡¡Pero qué puto desperdicio!!».

Entro al instituto cogido de la mano de Dale.

Coincido en clase con todos mis amigos. El año pasado estábamos en aulas separadas. Dale me acompaña hasta la puerta.

—A cualquier cosa, me avisas.

—Claro. —Soy reacio a separarme de él.

—¿Estás bien?

—Sí.

Lizzy se acerca a mí, con la carita baja.

—Hola, Dale —dice a los zapatos.

—Hola, Li. —Usa el diminutivo que solo uso yo con ella. Mi amiga levanta la vista y le sonríe con timidez.

—Me voy a clase, ¿te veo en la comida?

—Siip. —Y sin pensarlo, me acerco a él a besarle.

—Hasta luego, nene.

Lizzy me coge del brazo y da saltitos a mi lado.

—Áleeeex, ¡es una pasada! Madre mía, qué guapo es de cerca.

—Me sigue cortando la respiración.

Nos sentamos, todos juntos. Travis, delante de mí, como el año pasado, se gira en su asiento.

—¿Por qué no me dijiste nada? Me pasé todo el año hablándote de tías, debía de tenerte hasta los cojones.

—Es que no sabía cómo, ni qué…

—Pues me alegro por ti —asiente—, la verdad es que pegáis un montón.

—Ya te lo dije. —Lucas se sienta a mi lado.

—¿Lo sabías? —Travis mira a Lucas.

—No, no —levanta las manos—, a mí tampoco me lo contó, pero los vi juntos la semana pasada —encoge los hombros—, y me parece que…, no sé, que pegan.

—Hacen una pareja de la hostia — dice Travis—. A más de una le habrá sentado como un tiro.

—Sí, Dale es una pasada. —Sonrío.

—Lo digo por ti, Álex.

—¿Cómo?

—No miras a tu alrededor, ¿verdad?

Y en el descanso, todo el instituto habla de que estamos juntos. Quitando alguna mirada absurda, y cuchicheos que se cortan de raíz cuando miro, no ocurre nada más.

A la hora de comer, bajamos al parque todos. Los «mayores» se han puesto en una mesa más grande para que entremos todos. Dale me hace un gesto a su lado, entre él y Mike. Me desplomo, y él me echa el brazo por los hombros.

—¿Qué tal?

—Muchos cuchicheos, pero nadie ha tenido cojones de decirle nada a la cara. —Travis contesta por mí—. Pero mucha mirada envidiosa.

—Eso también lo he visto yo —afirma Francis.

—Pues yo solo sé que ya tenemos deberes. ¿El primer día? Vaya mierda. —Le miro a los ojos—. Y se me ha hecho muy largo.

—Y a mí… —Muevo un poco el cuerpo para apoyarme en su costado.

—Aquí es donde quería estar —murmuro en su cuello.

Vamos al descampado después de clase, a oír música. Terminamos metiéndonos mano y pringosos de semen.

—¿Por qué me gusta tanto esto? —Estamos abrazados en el asiento trasero.

—¿Que te ponga perdido?

—Eso también. —Le oigo reír.

—Cuando me tocas tú es infinitamente mejor.

—Ah, ¿sí?

—Ya lo creo. —Levanto la cabeza para mirarle. Le brillan los ojos en la oscuridad—. Cuando me tocas… Todo es más intenso.

—No te vayas tan lejos, anda. —Me vuelve a pegar a su cuerpo.

Permanecemos en silencio, escuchando música. Hasta que una canción hace que se me ponga toda la piel de gallina.

—Pero ¿qué es esto? —jadeo.

—Sabía que te gustaría —la pone de nuevo—, y no quería decirte; escucha esto, quería que te pillara desprevenido.

—Dale…

—¿Recuerdas lo que te dije esta mañana? —Pone de nuevo la canción.

—Sí. —Echo la mano a mi colgante. Pero él me coge la mano y la apoya en su pecho, sobre el suyo.

—El «lo siento» del final también es necesario.

—¿Qué?

—Siento haber puesto tu mundo patas arriba, pero una vez entraste en mi vida, ya no podía soltarte.

—Mi mundo eres tú. Antes no había nada.

—Álex. —Pero solo dice mi nombre. Aprieta mi mano con la suya, sobre su pecho.

Y, como pasa muy a menudo cuando me mira de esa manera, el mundo simplemente deja de existir.

La primera semana de instituto fue normal. Todo lo normal que podía ser para un adolescente que acaba de salir del armario de la mano del amor de su vida.

Me censuraron los tres primeros dibujos que presenté. El contenido no era correcto para un instituto. Eran agresivos, explícitos y podían herir la sensibilidad.

También me enteré de que habían llamado a Dale al despacho del director para que disminuyera sus muestras de cariño hacia mí en los lugares comunes del centro.

No me lo podía creer, pero sí me lo creía.

Las dos veces que, durante el verano, se lo insinué a mi madre, la conversación terminó de la peor manera.

Estaba deseando que llegara el viernes.

Estaba deseando pasar un rato a solas con él. Qué coño, me moría de ganas de echar un polvo detrás de otro.

-—¿Tienes ganas de salir? —me pregunta el viernes por la noche, al recogerme después del trabajo.

—Sí. —Acerco todo el cuerpo a él—. Qué bien hueles.

—Ven aquí. —Me coge de la nuca y me besa. Me quedo sin aire.

—Me muero de ganas —gruño en su boca.

—¿De qué? — Me mete la mano entre las piernas y me aprieta con suavidad.

—De hacerlo.

—Hacer el qué. —Se ríe en mi boca—. Dilo.

—Joder, Dale. —Tiemblo bajo sus manos.

—Dilo —repite—, si puedes hacerlo, puedes decirlo. —Jadea cuando le muerdo el cuello.

—Me muero de ganas de que me folles.

Tira de mi cuerpo y me monta sobre él. Estamos en el descampado, hemos venido a tomar algo antes de ir al Prisma.

—Si empiezo, no voy a poder parar —jadea—, olvídate de ir a ningún sitio.

—Empieza. —Me quito la camiseta casi con rabia, estorba demasiado. —Y no pares.

—Joder, Álex — gruñe; me empuja hacia el asiento de atrás. Se quita la camiseta antes de tumbarse sobre mí—. Una puta semana sin casi poder tocarte. —Se desabrocha los vaqueros a la vez que yo los míos.

—Te prometo que me duelen los huevos —protesto.

—Ven aquí. —Tira de mis corvas, tumbándome en el asiento, me pasa la lengua por la punta de la polla y suelto un jadeo—. No te corras muy rápido.

—¿Y eso cómo se hace?

Le oigo reír. Y me hace una mamada lenta, intensa y maravillosa. La canción que suena en ese momento hace que se me pongan los pelos de punta, y me corro con un grito.

—Álex… —¿Por qué está tan preocupado?—, cariño, ¿qué pasa?

No me he dado cuenta de que estoy llorando. Le abrazo con fuerza y hundo la cara en su cuello para no decirle que le quiero.

—Ha sido una semana más intensa de lo que pensaba — farfullo—, ¡y esa canción! ¡Esa voz! —No puedo parar de llorar. Pero ahora él está sonriendo.

—Se llamaba Chester —me dice—. A veces me olvido que sientes a otro nivel, perdóname, nene.

—No me sueltes —le pido.

—Ni de coña.

—Y fóllame.

—Álex.

—Fóllame, Dale. —Esa voz que me sale a veces, hace que le brillen los ojos.

—Lo que tú me pidas… —La voz le reverbera en el pecho.

DALE.

DIECISIETE AÑOS.

Estamos en la habitación de Mike, tirados en el suelo. Hemos estado jugando a la consola, pero ahora solo miramos el techo y hablamos. Álex está apoyado en mi hombro y yo le acaricio la cabeza. Mike parlotea sin parar hasta que consigue captar mi atención.

—Espera, esperaaa —levanto la mano—, ¿qué?

—Monkey.

—Ni de coña.

—Que sí.

—¡Ni de coña! —Siempre andamos discutiendo de cuál es la mejor canción de este o aquel grupo.

—Sí tío.

—No-no-no. —Me río—. Slave.

—¡Venga, yaaa! —Suelta una risotada—. Eso sí que no. Álex, ¿qué opinas?

—Que no sé de qué habláis —dice con timidez.

—¿No? —Oigo cómo mi amigo se incorpora—. Pues lo mismo…. Oye, se me ha ocurrido una cosa: maratón de Skid Row.

—Espera un momento. —Le beso en la cabeza y nos incorporamos también, miro a mi amigo—. Ahora, habiendo escuchado todo lo que has escuchado en tu vida, ¿cuál te hubiese gustado que fuera la primera?

—Hostias, qué difícil. —Se estira hacia atrás y saca los discos. Se lo va a tomar muy en serio.

—La primera.

—La que más… —Se queda mirando los vinilos—. Joder, pues no es de mis favoritas, pero reconozco que me hubiese gustado oírla la primera.

—Breakin´ Down —digo.

—Más que 18 —Asiente, con el vinilo en la mano.

—Creo que sí. No la mejor, la más… No sé cómo explicarlo.

—No hace falta. Te entiendo.

Álex nos mira, con sus preciosos ojos de ciervo llenos de curiosidad. Mike y yo estamos cotorreando a la vez. Mi amigo pone el disco y yo le pongo los cascos enormes en la cabeza. Él aprovecha para darme un beso rápido en los labios.

Le ponemos la canción y nos apartamos para mirarle.

Está sentado, con las piernas cruzadas, las manos sobre los cascos, la cabeza baja, y los ojos cerrados.

—Es guapo, el jodío —me susurra Mike. Estamos los dos mirándole.

—Es perfecto. En todo. —Suspiro—. Y encima, guapo.

Mueve los ojos bajo los párpados.

—Lo mismo Quicksand —duda Mike.

—No, es esta, ya lo verás.

Esperamos. La canción avanza y la voz de Sebastian le invade del todo. Estira la espalda, abre de golpe los ojos, brillantes, y nos mira.

—Sí —dice Mike—, esta. —Chocamos la mano por encima de la cabeza.

Pero no puedo dejar de mirarle. Cómo se le ha acelerado la respiración, cómo sus ojos revolotean sobre mí, cómo sonríe, cómo va sacando los dientes poco a poco.

—Hostiaputa —farfulla Mike—, creo que os voy a dejar solos. —Suelto una carcajada.

Cuando termina la canción se lanza sobre mí, me echa los brazos al cuello y me besa con fuerza.

—¿Te ha gustado? — Le aparto el pelo de la cara.

—Joder. —Sonríe—. Su voz… Joder.

—Me bajo a la cocina. —Mike está con una sonrisa en toda la cara—. ¿Queréis algo de beber?

—Sí —suelta Álex, con esa voz toda brea.

—La madre que lo parió —oigo a Mike. Pero le oigo muy lejos, porque me cuesta pensar. Tiro de su cuerpo y él se pega a mí, sus piernas alrededor de mi cintura. Se sienta sobre mí, se mueve despacio, y puedo notar cómo se le va acelerando la respiración.

—Álex. —Tiembla entre mis brazos cuando digo su nombre. Me besa con una intensidad salvaje y aun así noto una ternura infinita. Cuelo las manos por debajo de su camiseta y jadea cuando le toco la piel.

—Joder —gruño—, me estoy poniendo a millón. —Él se ríe, se pega más a mí, y en mi oreja, después de besarme en el cuello, me susurra:

—Fóllame muy rápido.

No me lo tiene que repetir. Me pongo de rodillas y le tumbo en el suelo el tiempo justo para quitarle los vaqueros. Por el rabillo del ojo veo que Mike ha cerrado la puerta.

Le meto la mano entre las piernas y le sujeto de los testículos con suavidad. El levanta la cadera con un gemido. Me desabrocho los vaqueros y él sonríe al oír el tintineo de mi cinturón.

Tiro de su cintura y le levanto del suelo. Me coge la polla con las dos manos y suelto un jadeo que le hace sonreír. Me mira con ojos turbios. Yo no sé dónde ha aprendido a mirar así, pero me vuelve totalmente loco.

—Ven aquí —gruño. Le doy la vuelta con fuerza y se monta sobre mí con un gemido. Le escupo directamente sobre el ano y le meto un dedo muy despacio.

—Dale —jadea.

—¿Te duele?

—Nooo. —Gime—. Más.

—Joder, Álex. —Me cuesta ir despacio. Tengo tanto miedo de hacerle daño que tenso todos los músculos del cuerpo, porque no quiero perder el control. Le masturbo por delante y por detrás. Tiembla entre mis brazos.

—Fóllame —jadea—. Dale, fóllame.

Le suelto de la cintura y se la meto despacio, muy despacio. La respiración acelerada, los gemidos… Le penetro hasta el mismo fondo.

—¿Bien?

—Sí…, sí, bien. —Me muevo despacio sobre él. Me coge de los brazos cuando le rodeo. Gira la cabeza y me busca la boca.

—Aguanta todo lo que puedas. —Le muerdo el cuello. Gime, tiembla.

—Dale. —Su respiración acelerada me acaricia los labios—. Dale…

Sé que se está corriendo. Lo huelo, lo noto en toda su piel, en cómo se mueve, en cómo se le entrecorta la voz, en cómo dice mi nombre.

—No te pares, Dale, no te pares. —Tiembla entre mis brazos, arquea la espalda.

Y pierdo el control. Es apenas un segundo, pero le embisto con fuerza, con ansia, y le lleno el culo de lefa tan a lo bestia que me zumban los oídos.

—¿Estás bien? —Jadeo—. Álex.

—Joder si estoy bien. —Se ríe—. Me encanta hacer esto. —Se da la vuelta, me empuja, me tumba de espaldas y me chupa la polla, el pecho, el cuello, las manos, los brazos, con los labios, con la lengua, me recorre el cuerpo entero, hasta que llega a mi boca y me besa directamente al alma.

Esa noche, al dejarle en casa, me besa, y cuela su mano con suavidad entre mis piernas. Me aprieta a través de los vaqueros.

—¿Por qué nunca tengo bastante? —jadea—. Siempre tengo hambre de ti. —Su voz se va oscureciendo, sus ojos se van llenando de vicio.

—Como sigas así, un día de estos voy a terminar haciéndote daño.

—No creo. —Me sonríe—. No me importa. —Me besa.

—Álex —jadeo su nombre directamente en sus labios—, tienes que irte a casa, cariño.

—Lo sé. —Suspira en mi cuello. Y, de golpe, la sexualidad nos abandona, y la ternura más profunda se apodera de nosotros.

Echo el asiento hacia atrás y se cuela entre mis brazos. Nos abrazamos. Nos besamos. Suspira cuando le acaricio la cara, el arco de esa ceja perfecta.

—Mándame a casa, que yo solo no puedo. —Sonríe con ternura.

—¿Mañana te veo?

—¡Sí!

—Pues venga —muevo el cuerpo, que me grita todo lo contrario—, que te vea entrar en casa.

Trota hasta la puerta y se gira a decirme adiós con la mano antes de entrar. Estoy enamorado. No hay más. Enamorado hasta el tuétano de los huesos.

Cuando llego a casa tengo un whatsapp suyo. Una captura de Spotify de Breakin´ Down, «otra cosa más por la que darte las gracias».

Hasta el puto tuétano de los huesos.

ÁLEX.

Quince años.

Travis me mira. Me mira sin decir nada. Y soy incapaz de leer su expresión.

—¿Qué? —pregunto al fin, un poco frustrado.

—¿Cómo lo supiste?

—¿El qué?

—¿Que eras…? Ya sabes.

—¿Que soy qué? —Levanto las cejas—. Necesito más datos.

—¿Gay? —pregunta al fin, como con miedo.

—No sé si soy gay — rezongo—, solo se que me gusta Dale.

—Pero ¿cómo lo supiste? —repite de nuevo la pregunta.

—Travis, no te entiendo. —Dejo de garabatear y le miro a los ojos—. ¿Qué te pasa?

Bufa. Suspira ruidosamente e intenta empezar a hablar tres o cuatro veces antes de conseguirlo.

—He estado con chicas, ¿sabes? Este verano. Con varias. Pero… Pero yo no he… —Me mira a los ojos.

—¿No te has corrido?

—Sí. Eso sí lo he hecho. —Se pone colorado, pero sigue hablando—. No he… No he sentido… Aquí. —Y se lleva la mano al pecho.

—¡Ah! —Creo que por fin lo entiendo—. ¿Amor?

—Algo así. No hace falta que sea amor, con un poco de cosquillas me bastaría.

—Ya… —Sonrío—. Las cosquillas no van ahí. —Levanto la mano y espero unos segundos. Como veo que no se echa para atrás, le pongo dos dedos sobre su mano, y se la bajo un poco, hasta el estómago—. Las cosquillas salen ahí…

—¿Aquí?

—Sí —asiento con la cabeza.

—Pues aquí tampoco he sentido nada. —Deja caer las manos—. ¿Y si yo...? —No termina la frase—. Es que os veo a vosotros ¡y quiero sentir algo así!

—Tío, yo he tenido una suerte de la puta hostia de grande. No siempre es así.

—Pero es que yo no siento nada, Álex, nada, aparte de lo físico del momento, el orgasmo rápido y ya está.

—Lo mismo… —Arrugo la frente—. Lo mismo no estás buscando a la persona correcta.

—¿Un chico?

—No. O sí. O no —bufo—; a ver, que tú te fijas siempre en las mismas tías. Que todas están muy buenas, pero ni se puede hablar con ellas ni ser uno mismo. No todo es lo físico.

—Se os ve bien juntos. —Hunde los hombros—. Felices.

Le sonrío. No se qué decirle. No sé cómo paso, no sé en qué momento mi corazón decidió que le amaba. No sé exactamente cuándo me di cuenta.

—No te agobies —le digo al fin—, no lo fuerces. Y sé que es un consejo de mierda.

Miro a Dale, que viene hacia nosotros. Con esa manera de andar que me vuelve loco del todo... Hago un gesto con la cabeza hacia él.

—Pasó poco a poco, con pequeños detalles, y fue mi corazón el que me lo dijo. Que era él.

—Hay mucha gente mosqueada con esto vuestro. —Travis se levanta—. Ten cuidado.

—¿A qué te refieres? —Le miro con el ceño fruncido.

—Habéis roto muchos corazones… —Se mete las manos en los bolsillos. Mira a Dale con timidez, que se ha sentado en el respaldo del banco, detrás de mí—. Me voy a para clase.

Levanto la cabeza, estiro el cuello y Dale me besa, con una mano sobre mi garganta.

—¿Has oído? —le pregunto. Él asiente.

—De varios sitios. —Me acaricia el cuello con suavidad.

—¿Qué significa?

—Que hay gente muy envidiosa. —Encoge los hombros—. No lo sé, cariño. Son cosas que se oyen por los pasillos, pero nadie parece saber de qué va. ¿Tú estás bien?

—Sí.

—¿Nadie te ha dicho nada? —Niego—. ¿Ni al móvil, ni nada?

—Te lo habría contado.

—Lo mismo no le has dado importancia. Yo no lo hice al principio. Fue Mike el que se empezó a mosquear. Dice que como me tienes atontado, no me doy cuenta de las cosas.

Me echo a reír. Tiro de su pierna para que se siente a mi lado y me cuelo en el hueco de sus brazos. Él me aprieta fuerte contra su pecho.

—Me encanta estar aquí —murmuro.

—¿Dónde?

—Aquí. —Le beso en el cuello. Aspiro su olor cuando lo hago. Y él me levanta la cara y me besa los labios.

—Si alguien… Si en algún momento… Si se repite…

—Te lo contaría. Por supuesto que lo haría.

Hemos hablado poco de mi primer año. A mí no me gusta recordarlo y a él lo saca de quicio oírlo. Pero lo sabe. Lo supo antes incluso de estar juntos. Antes de conocernos.

—Dale… —su nombre me resbala por la garganta—, mañana mi madre tiene turno de noche.

—Ah, ¿sí? —Le veo sonreír.

—¿Sabes qué me gustaría?

—¿El qué?

—Que durmiéramos juntos en mi cama… después de follar mucho.

—¿Eso quieres? —Me besa en la cabeza.

—Sí. Me encantaría. Me muero de ganas, la verdad.

—¿En tu casa?

—En mi cama. —Le mordisqueo la oreja—. Tengo muchas ganas de que follemos en mi cama.

—Esa voz… —jadea, me aprieta más fuerte—. Joder, cómo me pone esa voz.

Cierro los ojos cuando me besa. La ternura infinita con la que me acaricia me hace temblar de felicidad.

—Tuviste algo que ver. —No es una pregunta. Me he dado cuenta ahora mismo, de golpe.

—Un poco. Sabía que pasaba algo, pero me di cuenta tarde. Cuando Mike me contó que los vio desde Química, y que te encontró en el suelo… —Le tiembla el cuerpo. O es el mío al recordarlo, no lo sé.

—Pero tú y yo, yo no… Yo no existía —rezongo. Estiro el cuello para mirarle. Él sonríe.

—Estabas en ese banco. —Señala hacia el banco donde me sentaba en Primero—. Llevabas unos vaqueros azules con vueltas en los tobillos, las Adidas blancas y una camiseta azul en la que podría haberme metido dentro contigo. Estabas encorvado sobre el bloc, con el ceño fruncido. Y pintabas con la mano izquierda. Esa fue la primera vez que te vi. Tú levantaste la cabeza, miraste hacia donde estábamos nosotros y pestañeaste varias veces. Bajaste la cabeza, te cambiaste el lápiz de mano y seguiste pintando. Ambidiestro. Pensé. Qué pasada. Te veía correteando por los pasillos, con la cabeza siempre baja. Sabía que pasaba algo. Tardé demasiado en darme cuenta.

Me he quedado sin aliento

—Ese día —murmuro— fue la primera vez que vi a la criatura más preciosa que había visto nunca. Pestañeé porque pensé que no eras real. Y bajé la cabeza para que no me vieras.

Nos miramos a los ojos.

—Y mírate, eres real. —Le cojo la cara con las manos y le beso con fuerza—. Eres la persona más maravillosa que he conocido nunca. —Vuelvo a acoplarme entre sus brazos—. Y encima estás buenísimo. —Suelta una carcajada y me aprieta contra él.

Cuando me deja en casa, antes de irse a trabajar, me dice de nuevo:

—Cualquier mensaje, llamada extraña, lo que sea que te rechine un poco…

—Te lo digo. —Echo el cuerpo hacia adelante y le beso—. Gracias.

—¿Por?

—Por existir.

Espera a que entre en casa para irse.

Mi madre está en la cocina con un café. Tiene el pelo húmedo y el uniforme puesto. Me mira cuando entro en casa. Me mira de arriba abajo.

—No sé si me gusta este cambio tuyo. —Dejo la mochila sobre la mesa de la cocina y cojo una manzana.

—Me siento bien. —Encojo los hombros—. ¿Eso cuenta?

—Podrías sentirte bien sin esas pintas. —Da un sonoro sorbo de café. Se me pone la piel de gallina. Siempre me ha dado mucho asco el sonido de sorber—. ¿Y quién te ha traído?

—Dale.

—Dale esto, Dale lo otro… ¿Por qué no ha entrado?

—Porque se va a trabajar. —Se me está envarando la espalda, lo noto. Me empiezo a poner a la defensiva. Cojo la mochila con la idea de salir de la cocina

—Es que si mi hijo está por ahí con un adulto, qué menos que se presente aquí. —Otro sorbo. Otro escalofrío.

—Dale no es un adulto, tiene diecisiete.

—Y tú quince. Es un adulto a todos los efectos.

—Tengo muchos deberes —repito, con la mochila colgada del hombro. Pero me quedo parado.

—Alexander, no me gusta tu actitud, ni tus modales, ni tu nuevo look, ni que estés todo el tiempo con ese aprendiz de motero.

—¿Qué?

—Ya lo has oído. —Otro sorbo—. Vete a hacer los deberes.

Salgo de la cocina con la cara hirviendo de rabia. A zancadas subo las escaleras y me encierro en mi cuarto.

—Ese aprendiz de motero dio la cara por mí cuando nadie, ni tú, lo hiciste. —Me burbujea tanto la rabia en la garganta que estoy hiperventilando—. ¿Y no te gusta mi look? —Hago un gesto de burla—. Pues vas a flipar a partir de ahora.

En plena rabieta, cojo los últimos vaqueros que me quedaron cortos y unas tijeras. Se los he visto a Dale, se los he visto a Mike, y corto y tiro de la tela hasta conseguirlo.

Cuando la oigo salir de casa, bajo a la cocina, temblando como un perrillo apaleado.

Dice que soy un adolescente difícil, que no soy comunicativo, que no acepto las críticas. Yo no lo veo así, pero supongo que no cuenta.

No cuenta que no recuerde la última vez que me dio un abrazo. O que se preocupó de lo que comía, siquiera. O que ni quisiera me escuche cuando he intentado decirle que quiero a Dale.

Y, de golpe, me doy cuenta de una cosa. Ha dicho adulto. Se ha referido a Dale como adulto. Y yo jamás le he hablado de su edad.

DALE.

DIECISIETE AÑOS.

FINALES DE SEPTIEMBRE.

Me paso a buscar a Álex para ir al instituto. Me está esperando donde siempre.

Y me quedo con la boca abierta.

—¡¡Joder!! —digo cuando se sube al coche. Se acerca a besarme, cuela con suavidad la lengua entre mis labios—. Joder —repito.

Está, simplemente, espectacular. Con sus Martens blancas, los vaqueros negros rajados hasta lo obsceno, la última camiseta que ha hecho de Tully, donde ha añadido unos cuernos escamosos geniales, el pelo negro azulado y los ojos pintadísimos de kohl.

—Estás jodidamente increíble.

—¿Te gusta? —me pregunta con la naricilla roja.

—Cariño. —Arranco el coche—. Te los voy a tener que quitar de encima a manotazos.

Veo cómo sonríe, pero parece triste.

—¿Vienes esta noche?

—Claro. ¿Quieres?

—Sí, sí, sí, sí, sí… —Se queda callado un segundo—. Ayer discutí con mi madre y… —guarda silencio de nuevo. En lugar de pincharle, levanto la mano, con la palma hacia arriba. Él entrelaza sus dedos con los míos— me rechinó lo que dijo, Dale. Te llamó adulto, cuando yo nunca he dicho tu edad.

Frunzo el ceño. Joder, está pasando de verdad, Mike tenía razón.

—No te preocupes —digo. Aunque mi voz no suena convincente.

—Dale… —me aprieta la mano—, ¿te referías ayer a estas cosas? —Asiento—. ¿Hay algo que no sepa?

—No le di importancia —bufo—. Pero Miki sí lo hizo.

—¿Qué pasa?

—Que alguien está obsesionado contigo.

Me mira sin entender. Le sonrío. En momentos así me parece increíble que sea real. Que él sea real, que esté aquí sentado en el coche conmigo.

—Vamos, anda. —He aparcado ya—. Y mira a tu alrededor, cariño. Mira cómo te mira la gente.

Nada más bajar del coche, el primero en exclamar y soltar un piropo es Mike, seguido por Jayson. Se acercan a nosotros, Mike le mira con los ojos como platos. ¿Es orgullo lo que brilla en su expresión?

—Brutal. —Le pasa la mano por el costado. Me mira y dice en tono pícaro—: Si yo me muero de ganas de meterle mano, tú debes de estar…

—Cardiaco. —Levanto las cejas—. Del todo.

Le tiendo la mano y él, en lugar de cogérmela, se pega a mi cuerpo y me coge de la cintura. Me mira a los ojos y me susurra:

—Solo me importa cómo me miras tú.

Le echo el brazo por los hombros. Y le beso. En la boca, con fuerza.

Entramos en el instituto. Yo sí me fijo en cómo le miran todos.

—¿Va todo bien? —Mike se ha dado cuenta.

—Luego te cuento. Pero no, tú tenías razón.

—Estoy atento, colega. Todos lo estamos. Nadie va a hacerle daño.

Soy reacio a soltarle.

—Nene… —Le cojo de la nuca—. Si…

—Tranquilo. —Me pone la mano en el estómago—. Me has enseñado a defenderme

—Pero no quiero que llegues a eso. —Le beso, consciente de que nos están mirando.

Lucas, el hermano de Oliver, se acerca a nosotros. Está como un tomate cuando dice:

—Tranquilo, Dale, nosotros también cuidamos de él.

Le sonrío. Abrazo a mi chico.

—A cualquier cosa…

—A ti. Siempre. —Me mira a los ojos—. A ti.

Le dejo en clase. Y sé que me cambia la expresión cuando me doy la vuelta. Se lo veo a Mike en los ojos.

—Dale, respira. —Empezamos a andar por el pasillo—. Respira, colega, estás pálido.

—¿Te has enterando de algo?

—Aún no, pero… Dale. —Me coge del brazo y nos paramos—. Escúchame, tío, respira.

Mike tiene cara de verdadero terror, pero no se aparta de mí.

—Mike, te juro…. —Me tiembla el cuerpo de pura rabia.

—Que no va a volver a pasar. —Me sujeta del hombro—. No va a volver a pasar.

Intento respirar más despacio.

—No puedo permitir que le pase nada, Miki, no puedo.

—Venga, vamos a la calle, que te dé el aire.

Le sigo por el pasillo. Estoy tenso, pero voy controlándome. Saco el teléfono del bolsillo. Es hora de contárselo todo. Él me está mirando a los ojos.

—Gracias —le digo—. Mil millones de gracias, por todo. Siempre.

—No te me pongas moñas, anda. —Pero no se ríe—. Y ahora cuéntame lo que pasa de una puñetera vez.

Nos sentamos en el banco, en nuestro banco.

—De esto, nada a nadie. Sé que sobra, pero por favor.

—Me estás preocupando mucho.

—Toma. —Le abro los mensajes de texto, con usuario bloqueado—. Solo se pueden leer, ni contestar, ni llamar, ni nada.

Mike lee los mensajes que he estado recibiendo estos días. Se va poniendo pálido por momentos.

—Esto son amenazas.

—Ya lo sé.

—Dale, esta persona es peligrosa.

—No, no creo que llegue a tanto. Tienen faltas de ortografía y cero inventiva para los insultos. Es alguien del insti. Alguien que se ha pillado por Álex.

—Dale… —Mike niega con la cabeza—. Esto es denunciable.

—No —niego—, no sin exponerle a él. Y eso no va a pasar. —Le miro a los ojos—. No va a pasar. Álex se queda al margen de esto. Y no hay más.

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