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La pérdida de poder de las mujeres

Las dotes desorbitadas constituyen un fenómeno reciente; de finales del siglo XIX y principios del XX.45 Es un buen ejemplo de la introducción de valores consumistas, ligado a la monetización, la competición por el estatus y, por sorprendente que parezca, resultado de las acciones fiscales y económicas ejercidas por el Estado moderno.

Los textos clásicos no mencionan la dote. Es cierto que cuando hablaban de la “donación de la novia” se entendía que la doncella llegaba al sacramento “adornada” con joyas y vestidos.46 Pero las joyas y bienes que recibía de sus familiares eran y serían siempre de su exclusiva propiedad. Aparte, se ofrecía algún presente simbólico (dakṣiṇā) a la familia del novio. Al mismo tiempo, la novia recibía el vari, que era un presente –también de joyas y ropas– de la familia y círculo de amistades del novio; un regalo que podía llegar incluso a superar el valor de la dote. El conjunto recibido es lo que se llamaba strī-dhana o “propiedad de la mujer”. El Manu-smṛiti, que no es precisamente un texto “feminista”, declaraba que era derecho de una mujer el poder controlar y disponer de todos sus bienes, incluidos los recibidos de su familia o de la de su marido. Y cuando ella muriera, esos bienes pasarían a sus hijas e hijos, aun cuando el marido estuviera vivo.47 Está claro que en la India precolonial la dote no era ningún problema. Casi lo contrario: un amparo para las mujeres (al menos, entre las castas altas).

M.N. Srinivas ya nos urgía a distinguir la dote moderna de estas viejas prácticas asociadas al kanyā-dāna.48 Digámoslo bien alto: la dote no es ni strī-dhana ni dakṣiṇā. Hacer pasar la dote por estas fórmulas tradicionales es intentar legitimar una dudosa práctica ligándola a una costumbre antigua y respetada. Como señala Catherine Clémentin-Ojha, el abandono de la dote tradicional por estas sumas de “compra de novio” muestran que hoy ya no es con la donación de la hija con lo que la familia busca obtener prestigio, sino “comprando” para ella un buen partido.49 En la actualidad, las alianzas matrimoniales y las dotes se regulan y negocian según las prospectivas de ingresos del novio, su estatus potencial y las conexiones sociales de su familia. Casarse con un buen partido significa que la chica y su familia ascenderán socialmente (en especial, sus hermanos, que se beneficiarán de las conexiones de sus nuevos parientes). No es de extrañar, pues, que sea entre la nueva clase media urbana donde la inflación de dotes es más acusada.

Hasta principios del siglo XX, el costo de una boda india recaía en una red de familiares (de la novia y del novio) que incumbía prácticamente a todo el pueblo. La madre de la novia era la voz cantante, pero por el principio de reciprocidad de la biradārī, todos los clanes de la casta participaban en la colecta de bienes para el strī-dhana y los presentes de boda. Los sistemas de dotes constituían redes tradicionales de sostén para las mujeres en su futura vida alejada de su aldea natal.50 Esos aspectos de reciprocidad y amparo escaparon a la mirada colonial, que entendió la dote como una carga privada asumida exclusivamente por el padre de la novia.

Hasta finales del siglo XIX, en toda la zona noroccidental de la India la tierra era comunitaria, controlada y compartida por una serie de familias patriarcales. En estas aldeas, denominadas bhāīcharas (“relaciones fraternales”), la noción de “derecho individual” sobre la tierra como propiedad privada era inconcebible. Nadie poseía “su” campo. La acción colonial rompió con este modelo tradicional y se decretó que toda propiedad tenía que pasar a una mano masculina. Los amos coloniales querían recolectar impuestos directamente de los “propietarios” con un canon fijo. Esa acción político-económica acabó por producir un nuevo tipo de campesino, que ahora era propietario individual de un minifundio. Ello catapultó su vulnerabilidad. En los primeros años de la reforma agraria, un 40% de los agricultores perdió sus tierras o recurrió a las joyas y dinero de las mujeres para rescatarlas.51 El campo indio se inundó de usureros y especuladores de grano. Algunos oficiales coloniales admitieron que el nuevo sistema fiscal era «demasiado rígido»,52 sordo al calendario estacional y falto de elasticidad. Una sequía podía llegar a arruinar incluso a un gran terrateniente. De donde la necesidad de asegurarse un porvenir en un mundo inestable con muchos hijos y buenas dotes y alianzas matrimoniales.

Al hacer del varón indio el sujeto legal principal, las mujeres perdieron sus derechos consuetudinarios y quedaron a merced de sus padres, esposos o hijos. Los derechos de propiedad femenina contemplados en los Dharma-śāstras o la sharī’a fueron relegados a los márgenes. En cierto sentido, los británicos proyectaron la propia posición de la mujer occidental en lo que concernía a los derechos de propiedad (que entonces eran nulos) sobre la colonia. La construcción de canales, líneas ferroviarias y carreteras no hizo más que masculinizar la economía agraria, favoreciendo la preferencia por el hijo varón. Los hijos (y no las hijas) pasaron a ser la clave de la supervivencia y la prosperidad. Y desde entonces, los hermanos se consideraron los propietarios individuales de las tierras, sin necesidad de repartir la “legítima” de un cuarto que podría corresponder a su hermana no casada. Como ha expuesto Veena Talwar Oldenburg, a quien hemos seguido de cerca, los efectos colaterales de la acción colonial para las mujeres fueron desastrosos: las mujeres se quedaron sin recursos legales y seguramente sin su dote.53

La necesidad de una familia repleta de varones se incrementó a lo largo del siglo XIX y la mayor parte del XX. De ahí, el infanticidio de niñas [véase más adelante]. El problema de la mirada colonial es que explicaba el fenómeno del infanticidio de forma estrictamente culturalista. Se adujeron motivos religiosos o culturales y se “olvidaron” del propio efecto que la política colonial estaba operando en amplias zonas de la India.

La manía (¿o fantasía sexual?) de que el hombre blanco ha de ir al rescate de la mujer morena y liberarla de las bárbaras costumbres de los hombres morenos,54 tropo todavía muy presente en la mente occidental, acabó por ignorar la autoridad de las mujeres; cuando lo cierto es que su agencia era patente en el asunto de las dotes, los gastos de bodas o en el escabroso tema del infanticidio de niñas. De hecho, la mujer india apenas aparece en el retrato colonial. Y cuando lo hace, es pintada como una analfabeta tan sumisa que precisa del socorro del hombre blanco en su mission civilisatrice.55

No es la dote la causante de la preferencia por los hijos varones. Ni siquiera los recuentos coloniales la mencionan como causa de endeudamiento de las familias indias. Dado que siempre había sido un bien susceptible de ser empeñado en tiempos de penuria, sucedió que las dotes fueron absorbidas en una tremebunda espiral inflacionaria. En el nuevo contexto de inestabilidad, sirviendo a su viejo acometido de recurso en caso de extrema necesidad, las dotes «tuvieron que elevarse en su valor para ajustarse al aumento de los precios de la tierra», como ha señalado Oldenburg.56 A medida que el dinero en efectivo fue entrando en las dotes, estas se convirtieron en activos circulantes capaces de comprar bienes inmuebles, y por tanto, definitivamente, bajo control masculino.

Los derechos consuetudinarios de las mujeres fueron los grandes perjudicados por la transformación de una economía agraria no monetizada en una economía capitalista moderna y tasada de forma rígida. La nueva élite de intermediarios, banqueros, joyeros, usureros y profesionales urbanos (hasta entonces en posición de subordinación a la casta dominante de la región) logró adaptarse a las nuevas reglas del juego capitalista. Los nuevos ricos pasaron a ofrecer dotes mucho mayores, organizar bodas mucho más pomposas y mostrar públicamente su nuevo poder.

Muertes por dote

La pregunta clave es: ¿por qué en el mismo período en que las dotes iban desapareciendo en Europa se multiplicaban por diez en el Punjab y otras partes de la India? Para Marion Kaplan, «sólo cuando las mujeres empezaron a reincorporarse a gran escala en la economía en forma de trabajadoras asalariadas en las sociedades capitalistas avanzadas, declinaron las dotes».57 Y ese no fue el caso de la India, donde hasta hace muy pocas décadas no estaba bien visto que la mujer trabajara.

En 1961, el Estado indio prohibió la práctica de la dote (ley enmendada por la Ley de Prohibición de la Dote de 1984). Desde entonces, todo se mantiene en secreto y ha dejado de haber control social. Hoy, aquellos bienes y regalos simbólicos se han convertido en inmensas dotes, que forman una parte ya “obligatoria” del matrimonio. La dote no constituye ningún presente, sino una demanda. No es ningún legado “tradicional”, sino un crimen de la economía moderna; un paradigma anclado en ideas como el consumo, la competitividad, la productividad… que no sólo feminiza la pobreza, sino que hace de la mujer un ser más vulnerable.

De ahí el creciente número de atrocidades y asesinatos contra esposas que no habrían podido aportar el plus que por sorpresa se añadió en el transcurso del primer año de matrimonio. En el 2011, la cifra “oficial” alcanzó a la friolera de 8.618 muertes al año según el National Crime Record Bureau.e (En Pakistán la proporción es incluso peor.) Es cierto que bajo la cabecera “muerte por dote” o “violencia de dote” muchas veces se esconde otro tipo de violencia. Pero aún más que bajo la cabecera “suicidio” o “accidente doméstico” se esconde una atroz “quema de novia” o muerte por dote [FIG. 10]. Estimaciones más realistas proponen alrededor de 23.000 muertes al año.58 El asesinato se lleva a cabo en la cocina, prendiendo la típica estufa de queroseno que rápidamente inflama el sari de la víctima. En numerosas ocasiones es la suegra quien comete el crimen (exculpando así a su hijo, que podrá volver a casarse como desdichado viudo), y todo queda camuflado como un desafortunado accidente. Estas cifras tampoco muestran algo más extendido que el asesinato por dote: la presión y el sufrimiento al que están sometidas a diario cantidad de mujeres en la India. Muchas de las muertes por dote que actualmente se registran son suicidios genuinos; es decir, mujeres que no quisieron seguir soportando la violencia psicológica y física y optaron por quitarse la vida. La violencia de género representa uno de los principales problemas sociales de la India de hoy. Y uno que atraviesa barreras de clase, casta, religión o lengua. Estamos ante un verdadero “ginocidio”.

Pero ¡ojo!, como Madhu Kishwar ha visto, al colgar a este tipo de agresión el rótulo de “muerte por dote”, la violencia doméstica de la India se nos presenta como un fenómeno local, tercermundista y exótico. Como si los hombres indios fueran los únicos en el mundo que recurren a la violencia. Ana García-Arroyo nos advierte de que a finales de los 1970s, cuando se produjeron las primeras manifestaciones contra la dote, el término “dote” era un simple eufemismo para aludir al abuso y maltrato de la novia.59 Tras 30 años de experiencia en afrontar la violencia doméstica en la India, Madhu Kishwar no ha encontrado un sólo caso que se debiera únicamente a que se hubieran incumplido las demandas de dote adicionales.60 La muerte por dote es el síntoma de una enfermedad más profunda: la violencia de género.

Y otra cosa queda clara: una muerte de este estilo sería impensable para el marido. Porque él –y no ella– permanece en su hogar, en su aldea, rodeado de los suyos. La patrifocalidad crea en hombres y mujeres destinos opuestos. La mujer, en especial en un contexto urbano (que es más anónimo que el vecindario rural), es mucho más vulnerable y susceptible de sufrir la violencia.


10. Mujer quemada. Hospital gubernamental de Kabir Chaura, Benarés (Uttar Pradesh). Moriría poco después de tomarse la instantánea. Foto: Ángel López Soto, 2009.

La dote no es la única responsable de esa violencia (algo que el feminismo indio ya acepta), pero contribuye cada vez más a acrecentarla.

Dote y pago-de-novia

Los pagos que marcan el establecimiento de relaciones familiares son comunes en muchas culturas. En el Sur de Asia se dan las dos fórmulas básicas: la dote (la transferencia de bienes de la familia de la novia a la del novio) y el pago-de-novia (de la familia del novio a la de la novia), también llamado mul.

Las sumas y bienes donados en la fórmula de pago-de-novia son y han sido siempre muy pequeños. Esta modalidad de donación ha sido extremadamente popular en el sur de la India, practicada incluso por las castas más altas, a pesar de que los tratados brahmánicos desaprueban este tipo de enlace, que denominan demónico (asura).61

Asimismo, entre castas bajas el pago-de-novia todavía subsiste. El pago puede variar según la edad o la apariencia de la joven, pero rara vez se superan las 30.000 rupias (unos 450€). En realidad, entre los grupos más pobres puede que ni exista dote o pago-de-novia, en especial cuando hay isogamia estricta, ya que se espera que la familia que entrega a la novia reciba recíprocamente en el futuro una novia de la familia del novio. Tampoco suele haber transacciones en comunidades –como la chaudharī, la paṭel o la prajāpāti de Gujarat y Rajasthan– que practican el āta-sāta, por el cual una hija es dada en matrimonio sólo si el candidato también tiene una hermana que pueda casarse con su hermano. Es decir, hermano y hermana de una familia desposan a hermana y hermano de la otra. (Claro que ahí puede argumentarse que ¡las chicas en sí mismas son la dote!)

Los estudios antropológicos suelen considerar el pago-de-novia como un reconocimiento del estatus femenino, ya que se piensa que es una forma de compensación a la familia de la mujer por quitarle una trabajadora. En cambio, se dice que las culturas asociadas a la dote tienden a rebajar el valor de las mujeres, ya que estas acaban por ser un engorro económico y ninguna ventaja. No obstante, un análisis más profundo revela que este diagnóstico es simplista (heredero de algunos prejuicios de la mirada colonial).

El trabajo de Maya Unnithan-Kumar con los girāsiyās de Rajasthan,62 una comunidad que practica con orgullo el pago-de-novia, critica convincentemente la idea de que este sea un reconocimiento de la contribución femenina al hogar o un pago por la pérdida de un miembro productivo. Unnithan-Kumar sugiere que «las transacciones de pago-de-novia de los girāsiyās son similares en función y significado, si es que no en la forma, a los pagos de dote».63 El pago viene a ser una compensación para el padre y su grupo agnaticio por los gastos de manutención de la chica en el pasado. Ni las mujeres girāsiyās tienen control sobre estos pagos ni tienen derechos sobre las propiedades conyugales o natales. El mul nunca va a la novia (lo que casi sería strī-dhana), sino a su familia natal. No olvidemos que en la fórmula de la dote la novia también recibe el vari de la familia del novio. Como sentencia Ursula Sharma, «la oposición que tradicionalmente los antropólogos han realizado entre dote y pago-de-novia puede no ser tan importante».64

Las comunidades que practican la dote critican el mul como una venta de niña; y una mujer que ha sido “comprada” pasa a ser un “bien familiar” que siempre puede ser vendido o “compartido”. Lo acredita el caso, muy común en Haryana o Punjab (donde hay escasez de mujeres casaderas [véase más adelante]), de maridos que compran a mujeres de regiones empobrecidas como Bihar, Assam, Odisha o incluso Nepal. Con frecuencia, estas mujeres –que ni siquiera hablan panyabí o hindi– pasan a ser verdaderas “esclavas” laborales o sexuales de la familia que las compró (y hasta tienen dificultades en demostrar su matrimonio). Quizá esta asociación del valor de una mujer con la suma pagada por ella explique el paulatino desplazamiento de pago-de-novia a dote en la India (como confirma el caso de los mīzos en Mizoram, los bhotiās en Sikkim, los kaḷḷars en Tamil Nadu65 e infinidad de comunidades más) y la repulsa que el mul suscita en muchas mujeres. Los pagos al estilo de la dote también se están extendiendo entre los musulmanes, cuyas comunidades realizaban hasta hace muy poco un discreto pago-de-novia (mahr). (Y es que las costumbres e instituciones sociales de los musulmanes del Sur de Asia suelen ser más indias que islámicas.)

Dote, hipergamia y herencia

Como mencionamos, cuando un matrimonio es estrictamente isogámico (cuando los estatus son idénticos) la dote puede ser “simbólica”, como antaño. Este sería el caso de casi todo el sur de la India donde la mayoría de los enlaces han sido y son simétricos. De ahí, quizá, la preferencia histórica por el pago-de-novia. No obstante, a medida que dentro de la casta se acentúan las diferencias económicas, o a medida que las restricciones endogámicas van erosionándose (especialmente entre ciertas clases medias urbanas) y se tiende a formas de hipergamia, la competencia por acceder a los mejores novios ha traído también la dote al sur.

Cuando el matrimonio es hipergámico y la mujer se casa con alguien de casta superior o de una sección superior de su misma casta, las dotes son insoslayables. Para M.N. Srinivas «la dote forma parte integral de la hipergamia».66 Ya hemos visto, no obstante, que fue la acción del Estado y no sólo la hipergamia la principal causa de la inflación de las dotes.

Según el antropólogo cingalés Stanley Tambiah, la dote representaría «un tipo de herencia pre-mortem».67 Es decir, la dote y los costos de la boda vendrían a ser un sustituto anticipado de la herencia; transferido a la mujer con ocasión de su boda. Es una práctica común a varias sociedades euroasiáticas. Y lo cierto es que cuando la joven entra en la que va a ser su nueva casa la dote es lo único que puede considerar de “su” propiedad. En una proposición posterior, Tambiah plantea que la dote asimismo pretende aumentar los recursos de la familia del novio, de la cual la pareja –y, por tanto, la mujer– podrá tener su parte.68 Es decir, los padres de la chica invierten para que su hija tenga su parte en la propiedad del marido.

Sin embargo, otros estudiosos creen exactamente lo contrario. La dote sería un sustituto de la herencia y, por tanto, un buen ejemplo de que las mujeres no tienen derecho a heredar. Ursula Sharma argumenta que la dote no representa una parte proporcional de una propiedad divisible, sino una cantidad fijada en referencia a la situación del mercado matrimonial.69 Además, la dote ya no se paga a la novia, sino a la familia del novio. Como puntualiza Sharma, la dote no va a la mujer, sino con la mujer.70 Hoy, la mujer no tiene idea de lo que pasa con su dote una vez deja el hogar parental. Como lo normal es que vaya a vivir a la casa de sus suegros, la dote en seguida se funde con los bienes del nuevo hogar. Así que ni siquiera el marido tiene control sobre lo que sucede con la dote de su esposa. Todo lo relacionado con joyas, vestidos, electrodomésticos y demás objetos será controlado por la suegra. Si hay efectivo, lo controlará el suegro.

Como sea, para muchas mujeres –de clase media urbana, en especial– la dote es algo inevitable. Aparte del aspecto emocional unido a tener las joyas de la familia, mientras las leyes de herencia no se ejecuten y las mujeres sigan sin heredar su parte, la dote es uno de los poquísimos recursos de los que dispone una mujer para presionar tanto a su familia natal como a la conyugal. Como pone Madhu Kishwar, bajo la estructura familiar actual, «abandonar la dote no conlleva ninguna ventaja alternativa para las mujeres. Pierde lo poco que podría conseguir y, literalmente, no gana nada».71 Si la dote donada ha sido generosa, ello le reportará seguridad y respeto. (Claro que si no lo ha sido…) Tampoco olvidemos que el prestigio ritual de la dote es profundo, porque la imaginación popular la asocia al tipo de enlace preferido por los textos clásicos: el kanyā-dāna. De ahí que tantas campañas feministas de boicot a las bodas con dote hayan fracasado.

En lo que todas las feministas están de acuerdo es en que hay que ir contra la “violencia por dote” (y no necesariamente contra la dote en sí) y en la necesidad de fortalecer la posición de las mujeres facilitando su acceso a los recursos productivos. Sólo con la emancipación económica de las mujeres podría atajarse la violencia de género en la India. La herencia de su parte de la propiedad familiar es un paso crítico. A medida que las hijas heredan tierras y propiedades, los patrones de residencia también tienden a modificarse (puede que sea el marido el que vaya a vivir a la propiedad heredada por su esposa, haciendo de la aldea un espacio menos homogéneo).

Ocurre que, por el momento, perdura la extendida noción de que ellas ya reciben su parte en joyas y regalos de boda, de modo que la propiedad familiar queda en manos de los varones. De ahí que no suela existir conflicto entre hermanos y hermanas en la India. Puesto que ellas “renuncian” a cualquier pretensión de herencia a cambio de la seguridad de la familia natal si las cosas no les van bien en su matrimonio (cosa no tan factible como algunas creen), eluden la responsabilidad de cuidar de sus padres cuando son ancianos (¡aunque no evitan cuidar de sus suegros!)

Algunos estudios revelan que cuando una sociedad entra en el modo de producción capitalista y adopta un estilo más individualista, los derechos de las mujeres aumentan. Sin embargo, hemos visto que en el caso indio la entrada en una economía de mercado conllevó un incremento de las dotes, y que las mujeres sigan sin heredar. La situación actual de la mujer en India no es una prolongación de tradiciones premodernas; resulta más bien la hibridación de las viejas patriarquías indobrahmánicas con las nuevas patriarquías capitalistas. Como vimos, el Estado (colonial e independiente), bien que indudablemente otorgó libertades a las mujeres, eliminó muchos de los derechos que tenían sobre la propiedad. En su cruzada contra las “dotes abusivas”, los británicos tomaron la extravagancia de unos caudillos (en realidad, se trataba de los suntuosos matrimonios –que funcionaban como alianzas políticas– de unos pocos aristócratas) por un síntoma de mal gobierno. De esta forma podían justificar su actuación colonial y anexión de territorios.

En su proceso de expropiación de las leyes indias, los dirigentes coloniales, con la inestimable ayuda de los reformadores indios, eliminaron cualquier agencia económica que las mujeres hubieran tenido72 y los pocos recursos económicos y simbólicos de los que disponían, como el strī-dhana o el mahr. Bina Agarwal señala que la intervención del Estado colonial y moderno transformó una sociedad virtualmente sin clases y de relativa igualdad de género, como la gāro de Assam, en una sociedad mucho más diferenciada en términos de clase y género.73 Lo mismo sucedió con otros pueblos del noreste, como los khāsis o los jaintiyās. También los cambios en la estructura matriarcal de Kerala fueron en gran medida el resultado de la intervención del Estado colonial74 y los reformadores indios. K. Saradamoni75 y Praveena Kodoth76 han estudiado cómo el contexto colonial y reformista de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX introdujo unos formalismos legales de corte occidental que marginaron la costumbre y la matrilinealidad, eliminando el derecho femenino a la propiedad. En esta región, la violencia de género y la dote han ido infiltrándose a medida que se ha ido imponiendo un nuevo modelo de enlace: el matrimonio connubial estable y monógamo.77 Ahora, la dote se ha convertido en el precio que las familias económicamente vulnerables han de pagar para aspirar a los marcadores modernos de respetabilidad. Por ello se expande tan rápidamente entre comunidades –como las dalits– que hasta hace muy pocas décadas la desconocían.

Los movimientos feministas han abandonado la ingenua pretensión de “convencer” a políticos, policías y jueces; que no sólo son ineficaces, corruptos y alejados del sentir popular, sino que, en tanto extensión del Estado, forman parte de la misma patriarquía que quieren combatir. Leyes, haberlas haylas, pero como comenta Veena T. Oldenburg, «cuando se trata de aplicarlas, el Estado desaparece».78 (Leyes, por otra parte, que sorprendentemente criminalizan tanto a los solicitantes de dote como a los dadores.) La maniobra pasa ahora por apoyar a las mujeres en momentos de crisis y en concienciar a los familiares y vecinos. En prácticamente todos los casos de violencia por dote en que la chica ha recibido apoyo familiar, ha podido rehacer su vida. Si bien en los últimos 30 o 40 años, la “familia extensa” ha pasado a ser el blanco de todas las críticas; es esa misma familia «la fuente más importante de apoyo, protección y plenitud para la mayoría de las mujeres», en palabras de Madhu Kishwar.79 Y recordemos que la familia india puede ser muy muy extensa [FIG. 8].