Kitabı oku: «La sociedad de castas», sayfa 8
LA MADRE
En la sociedad patriarcal, el ideal de “madre” es mucho más importante que el de “esposa”. Como dice una bendición muy popular en la India: «¡Que seas la madre de cien hijos!»
El día en que la mujer da a luz a su primer bebé, su posición en la familia mejora considerablemente. Es más, durante los primeros años de matrimonio, las relaciones marido/esposa son tenues y distantes. No es raro que duerman en habitaciones separadas o que no mencionen el nombre de pila del otro. Como dice Susan Seymour, la intimidad emocional se desarrolla de forma gradual y no debería expresarse demasiado abiertamente.80 Se sospecha del amor romántico –aunque se ensalza en la literatura, en las baladas populares o en el cine de Bollywood–, porque es excesivamente individualista, demasiado dependiente del apego o la pasión, emociones bastante dudosas para la idiosincrasia surasiática.
Para muchas mujeres indias, la noción de que la relación esposa-marido pueda ser el eje del matrimonio no tiene demasiado sentido. El centro de interés para la mayoría de ellas es la felicidad “familiar”, sobre todo de los niños. No es que no se reconozca ni se valore el amor conyugal o sensual. La historia de enamoramiento sigue siendo un sueño para muchas mujeres –y hombres– ya que captura la noción de un amor libre de tabúes sociales y culturales. Precisamente porque la suegra puede truncar ese amor conyugal, el eje suegra-nuera suele ser el más conflictivo de la familia. No pocas canciones de la India popular lo reflejan.81
La pasión erótica y el cariño conyugal son universales y han estado bien presentes en la India (tierra del Kāma-sūtra o los templos de Khajuraho, no lo olvidemos). Pero la realidad factual –que el matrimonio pactado refuerza– es que la mujer llega al matrimonio con unas expectativas bastante elementales: que el marido no la pegue ni beba demasiado; quizá tengan esperanzas algo mayores las mujeres de clase social más elevada (pero nimias si las comparamos con las de las mujeres de Occidente). Como han señalado los Kakar, en ningún momento se le pasa por la cabeza que el marido tenga que satisfacer todas sus aspiraciones y necesidades emocionales.82
Lentamente, la relación conyugal irá cobrando relevancia, incluso incorporando dosis de amor, ternura, erotismo, respeto mutuo y hasta romanticismo. Pero, tal y como expresan Sudhir y Katharina Kakar, «el amor no se busca antes del matrimonio, sino que idealmente surge… después».83 En la ideología del hogar extenso se espera que esas emociones se queden en la trastienda y, si es necesario, se sacrifiquen en beneficio de la solidaridad del clan. En la India profunda, todavía pueden encontrarse parejas que no se hablan en público, siquiera frente a niños pequeños. Muchos indios e indias definen el amor como un compromiso a largo plazo y devoción a la familia.84 Algo que corroboran los estudios sociológicos, que muestran que a partir del segundo año de relación marital el amor romántico asciende en los matrimonios pactados (mientras que desciende a partir del quinto en los matrimonios por amor).85 La opinión generalizada en la India es que no sólo su fórmula funciona, sino que sus matrimonios tienen más éxito que los de Occidente. Algo tampoco improbable. Un estudio realizado por Tulika Jaiswal entre la clase media urbana de Allahabad (Uttar Pradesh) muestra que, en términos generales –y contradiciendo el estereotipo que pinta el matrimonio pactado como un acuerdo pragmático sin pizca de emotividad–, los marcadores de satisfacción marital de los matrimonios pactados de India son similares a los de matrimonios por amor de Europa o EE.UU.86
Eso no impide que los roles de esposa y de madre puedan entrar en conflicto (como también los de hija y esposa). Es interesante ver –dice K.R. Sundararajan– «que tan pronto como una esposa asume el rol de madre, su lealtad se desplaza de su marido a sus hijos».87 Hasta el día de la maternidad, ella no era más que una “cuñada” del resto de mujeres de la familia; o aún más crudamente: “una hija que no es de esta casa”. Cuando ya es “madre”, su esfera de responsabilidad e influencia aumenta. Asume un rol nuevo, mucho más poderoso; en especial cuando tiene un hijo varón. Lo que más teme la esposa india es la esterilidad. Numerosos ritos, votos y peregrinaciones de los indios tienen que ver con la necesidad de procrear.
La realización femenina
Para muchas mujeres, la autorrealización no tiene que ver con el trabajo o su emancipación personal. En el mundo tradicional está mal visto que una mujer trabaje (excepto en el caso de familias pobres, donde no hay más remedio; o en familias urbanas “modernas”, donde rigen otros ejes). Como expresa Rosa Maria Perez, «cuanto mayor es la capacidad que tiene la familia en liberar a la mujer de actividades domésticas extras, más aguda es la reclusión».88 Es decir, cuanto más alto es el nivel social de una familia, mayores son los tabúes en este sentido.
En el momento en que la mujer india es madre y dirige su hogar, se considera a sí misma realizada y siente que su labor en el hogar complementa el rol del marido, que es básicamente económico. Ahora sus visitas al hogar materno se espacian más (aunque nunca pierde el contacto con este, con el que posee profundos lazos afectivos) porque ya forma parte del corazón doméstico de la familia extensa. Un núcleo que la nueva etnografía feminista ya no califica tanto de patriarcal cuando tiene en cuenta los deseos reales de las mujeres.
Su ascenso en la jerarquía doméstica tiene su correlato en las normas de comensalía. Cuando es una joven recién casada come después de las demás mujeres. Luego, ya come con ellas (pero sin mirarlas). Más adelante, ya se sentará frente a las otras mujeres, o junto a ellas. Y hasta puede que llegue un día en que coma del mismo plato que su anciana suegra.
Ella es ahora la piedra angular de la felicidad de su hogar. Y en la India es la familia, y no el individuo, el verdadero cimiento de lo social. Una mujer que mantiene un hogar “puro”, es decir, donde se cocinan los alimentos prescritos, que acude frecuentemente al templo y realiza ayunos ocasionales, que vigila la castidad de sus hijas, que interactúa poco con individuos “impuros”, etcétera, es la base del éxito y del reconocimiento social.
Si bien de puertas afuera es el pater familias la cabeza visible del sistema, dentro del hogar (desde la alimentación, la educación de los niños, el presupuesto doméstico), quien tiene el control es casi siempre una mater familias. Cuando el primogénito sucede a su padre y asume el rol de cabeza del hogar y la familia extensa, su esposa se convierte gradualmente en la matriarca. Los ancianos suegros se van retirando de los asuntos mundanales, pasan cada vez más tiempo yendo a templos, realizando votos y ayunos religiosos, o visitando a hijas en lugares distantes. Los ancianos pasan a la “periferia” del hogar, ocupándose de los nietos (aunque también se espera que sus hijos cuiden de ellos). Desde su propia perspectiva, pues, la mujer india no está tan oprimida como lo parece si la miramos bajo un prisma euroamericano. Werner Menski opina que las mujeres hindúes no han estado tan subyugadas como algunos textos (indios u occidentales) nos han querido hacer ver.89 Aunque –a mi juicio– al precio del sufrimiento y la resignación, valores plenamente integrados por muchas madres y esposas indias.
Esto es todavía más verdad en el caso de las familias pobres. Como dice Susan Seymour, si una es pobre, es difícil cumplir con ciertos ideales de la patriarquía.90 Una mujer de clase baja está preocupada por la supervivencia. Las demás cuestiones son secundarias. La mayoría de las mujeres de clases bajas tiene que trabajar (¡y mucho!) y contribuir en los ingresos familiares. Por tanto, no pueden recluirse; ergo, su honor y comportamiento sexual pueden ser puestos en duda. Tampoco en una vivienda de escasos metros cuadrados tiene sentido hablar de segregación por género. La ironía del asunto es que la igualdad que hoy muchas mujeres “modernas” buscan a través de la educación y el trabajo es algo que las mujeres de bajo rango –en cierto sentido– siempre han tenido.91
Nada de ello ha de ocultar los graves problemas de género que azotan a la sociedad surasiática. Prosigamos.
EL HOLOCAUSTO DE NIÑAS
La violencia doméstica es un problema tan extendido en India que un análisis del 2009 la reportó en un 37% de los hogares.92 Está tan “integrado” que otro estudio del 2002 destapaba que el 56% de las mujeres indias llegaba incluso a aprobarla.93 Las muertes por “honor” (por transgresión de las normas de exogamia o endogamia) es otra de esas lacras. Como las “muertes por dote”, que ya hemos tocado. O el descuido intencionado de la salud y bienestar de niñas y mujeres; o el tráfico sexual de mujeres; y un largo y triste etcétera.
Aunque valiosos, los esfuerzos legales por proteger a las mujeres son sólo explotados a medias (reflejando, en parte, el valor que la sociedad percibe que posee una mujer.) Si bien, tras las oleadas de protestas del 2012 y el 2013 a propósito de una espantosa violación en Delhi (un suceso, por otra parte, que no puede leerse únicamente en clave de género), las penas por violencia doméstica o acoso sexual se han endurecido y la sociedad exige una acción más contundente por parte de la policía, el Estado indio es todavía reacio a entrometerse en los intríngulis familiares. Y es ahí, en la intimidad del hogar, donde pueden darse las formas más duras –e invisibles– de violencia. De todas las deficiencias sociales, quizá ninguna sea tan triste como la sangría de niñas que el entramado económico y patriarcal de la sociedad está generando. Ahondemos en ello para acabar de ilustrar el actual problema de género en la India.
Ya sea por el viejo método del infanticidio de la niña recién nacida o por el más sofisticado –y demoledor– del aborto selectivo de fetos de niñas, que es el hegemónico desde los 1980s, el caso es que hoy la India posee un gravísimo déficit de mujeres. Este problema tampoco conoce barreras de clase social, casta o religión.
Como hemos visto, las mujeres son educadas para creer que su valor va ligado al de los hombres presentes en sus vidas (padre, hermanos, marido, suegro, hijos, etcétera). De hecho, en determinadas zonas de la India, la idea de que la esposa se adquiere, ya sea como regalo (con dāj), o por pago (tras mul), es la que hace que los tomadores-de-esposas se sientan superiores a los dadores-de-esposas y devalúa considerablemente la apreciación que se tiene de la mujer. Sólo cuando ella ha interiorizado de forma profunda este sesgo de género puede entenderse que permita matar a su hija recién nacida. (Normalmente, el infanticidio recaía en manos de la comadrona o la suegra.) Por esto, la nueva legislación india trata de no criminalizar a la madre (y acusarla de homicidio) y, en cambio, empieza a verla también como una víctima de la patriarquía.
Por lo general, en el mundo nacen más niños que niñas. La proporción “promedio” mundial en la franja de 0-6 años es de 950 niñas por cada 1.000 niños (950‰). En la franja de los 15-64 años, las ratios se igualan dada la mayor mortalidad de varones. Y pasados los 65, la proporción es de 1.210 mujeres por cada 1.000 varones (1.210‰). Dado que el promedio mundial en el 2011 era de 983‰, los expertos consideran que se da una merma antinatural de mujeres. Casi todas las mujeres que “faltan” en el mundo pertenecen a países asiáticos, con China e India a la cabeza, tanto en números absolutos como en proporcionales.
En el censo de 1901, la India tenía una ratio de 972‰. Las estadísticas fueron cayendo hasta la alarmante cifra de 927‰ en el censo de 1991. Desde entonces ha habido una cierta mejoría (933‰ en el 2001 y 940‰ en el 2011), pero dado el imponente peso demográfico de la India, eso significa que aún hay un déficit de unos 30M o 35M de mujeres. Y lo peor del caso es que si bien en cifras absolutas la tendencia ha mejorado levemente, si nos mantenemos en la franja 0-6 años, el cuadro ha empeorado. Se ha pasado de 927‰ niñas en el 2001 a 914‰ en el 2011. Es decir, aunque más mujeres se mantienen vivas (gracias a la mejora general de la salud), nacen menos niñas (debido a los abortos selectivos). Existen distritos de la India donde las cifras toman el cariz de un holocausto [véase Cuadro 1]; en el mundo únicamente comparables a los de alguna provincia de China. (Países europeos como Italia, España o Grecia tienen ratios de 941, 940 y 939‰, respectivamente.)
Es muy significativo que las peores cifras se den en medios urbanos y en estados prósperos como Haryana, Punjab, Maharashtra o Gujarat. La capital del país, con una gran población de gente bien alfabetizada, posee uno de los índices más fatídicos del país. Y dentro de la ciudad, el sur de Delhi, corazón de la élite rica y cosmopolita, obtiene los peores resultados. Por tanto, no estamos ante un problema de falta de educación y tradicionalismo confinado a remotas áreas rurales. De esas asimetrías no escapan ni los indios de la diáspora. Un estudio reveló que el índice de nacimientos de niñas en la comunidad india de Nueva Jersey, en Estados Unidos, era tan malo como en Punjab o Haryana.
La práctica del infanticidio de niñas es antigua en la India. Sabemos que algunas comunidades marciales lo practicaban hace siglos. Entre los bedīs y los jāṭs del Punjab, los kaḷḷars de Tamil Nadu o los rājputs de Gujarat, el asesinato de niñas o de mujeres era común. Antes de que cayeran víctimas de enemigos o conquistadores, los guerreros preferían matarlas.
A principios del siglo XIX, los británicos reportaron infanticidio de niñas entre los rājputs, como los rājkumārs del valle del Ganges o los jadeja de Gujarat. Una técnica extendida consistía en sedar a la bebita con opio y enterrarla viva en una tinaja. Las autoridades coloniales se autoimpusieron la tarea de rescatar a la desgraciada mujer hindú de la barbarie de su religión (cruzada a la que pronto se unió el grueso reformador indio de alta casta educado en inglés). Estos abanderados de la mission civilisatrice, empero, pasaron por alto que entre los jāṭs musulmanes (campesinos), los bedīkhatrīs sikhs (comerciantes) y hasta entre castas bajas, la práctica también era habitual. El fenómeno traspasaba barreras de religión o casta.
CUADRO 1: PEORES RATIOS DE GÉNERO. FRANJA 0-6 AÑOS (CENSO 2011)
Estados | % | Distritos | % |
---|---|---|---|
Haryana | 830 | Jhajjar (Haryana) | 774 |
Punjab | 846 | Mahendragarh (Haryana) | 778 |
Jammu & Kashmir | 859 | Rewari (Haryana) | 784 |
Delhi | 866 | Samba (Jammu & Kashmir) | 787 |
Chandigarh [cap. Haryana/Punjab] | 867 | Sonipat (Haryana) | 790 |
Maharashtra | 883 | Jammu (Jammu & Kashmir) | 795 |
Rajasthan | 883 | Bid (Maharashtra) | 801 |
Gujarat | 886 | Ambala (Haryana) | 807 |
Uttarakhand | 886 | Rohtak (Haryana) | 807 |
Veena Oldenburg se pregunta por qué razón los jāṭs (que entonces eran pagadores-de-novia) o los musulmanes (que no daban dote) tenían que matar a sus hijas. Lo cierto es que el infanticidio selectivo de niñas constituía un método primitivo, brutal si se quiere, para conseguir la proporción de hijos e hijas que las familias del Punjab o el valle del Ganges consideraban apropiada para sus necesidades existenciales (y no espirituales o culturales).94 Se trataba de una práctica que todos condenaban por igual, pero considerada pragmáticamente necesaria. Ya conocemos por qué [véase La pérdida de poder de las mujeres]. Las mujeres eran las responsables del bienestar familiar, así que era competencia suya decidir si una tercera hija, por ejemplo, debía sobrevivir o no. Dada la altísima mortalidad infantil por causas naturales, en la India un bebé no era considerado realmente “persona” hasta el décimo tercer día, cuando se realizaba el sacramento de la imposición del nombre y se aceptaba al recién nacido en la familia.95
Hoy, la preferencia por el hijo varón se ha aliado de forma letal con la tecnología (que facilita la determinación prenatal del sexo). Dado que estas pruebas son esenciales para detectar malformaciones, las campañas en contra de su prohibición no han sido fructíferas. En cambio, ha generado una industria clínica y pseudoclínica muy lucrativa. En un estudio realizado en Bombay (hoy Mumbai) en 1985 se descubrió que un 96% de los abortos eran femeninos. Como decía un eslogan popular en aquella década: “Pague hoy 500 rupias y ahórrese 50.000 en el futuro”;96 las de la dote que tendría que satisfacer por casar a su hija. Puesto que desde 1994 esa industria es ilegal, el negocio ha pasado a la clandestinidad.
El problema es de compleja solución. No basta con crear un marco legal adecuado, pues mientras las mujeres sientan que tener hijas es una carga no dudarán en transgredir la ley. Ni es una mera cuestión de pedagogía de masas (como el ambiguo subsidio en efectivo al nacimiento de hijas)97 o de educación, ya que las estadísticas muestran que las zonas con altos índices de alfabetización presentan las peores ratios. Un detallado estudio realizado en maternidades de Delhi durante 10 años (1993-2002) mostró que la peor proporción de niñas se daba entre padres en los que ambos tenían un alto nivel de educación (llegando hasta la escalofriante cifra de 690‰ nacimientos), mientras que cuando ambos progenitores tenían menos de 7 años de educación la ratio era de un “saludable” 934‰ (recordemos que el promedio mundial es de 950‰). La peor ratio se daba entre aquellos progenitores cultos en los que el padre tenía un puesto de trabajo elevado y la madre permanecía en casa.98 Cuando la mujer trabajaba, los índices mejoraban.f
El obstáculo es la patriarquía que considera a las mujeres como meros bienes, máquinas productoras de niños y repositorios de la “tradición”. El impedimento es también el negocio que médicos, clínicas y multinacionales proveedoras de tecnología están realizando –con campañas publicitarias muy agresivas– a costa del sesgo en favor del hijo varón. El problema es la patriarquía que frena el empoderamiento femenino y la participación de la mujer en la cadena productiva. Como decía una mujer paṭel de Gujarat:
«No tenemos nada contra nuestras hijas […] Las hijas son más dulces, estudian mejor, cuidan de sus padres más que sus hijos; pero no somos ricos; no podemos permitirnos más de una hija».99
Este sentimiento tiene hoy mucho calado en la India. Si el primogénito es un varón, a nadie le preocupa demasiado el sexo del segundo. Pero si es una primogénita, definitivamente irán a determinar el sexo del segundo embarazo. De ahí que cada vez sea más infrecuente una segunda hermana.
Incluso el sur de la India, tradicionalmente ajeno a las costumbres de dote, asesinato por honor o infanticidio de niñas, está adquiriendo los comportamientos del norte. En la otrora igualitaria sociedad de Kerala, el único estado –junto a Puducherry– donde las ratios de población son favorables a las mujeres (1.084‰ en el 2011), cuando se analiza su población entre 0-6 años, la estadística refleja una desalentadora convergencia con la realidad del resto del país: 959‰. Los patrones de matrimonio y las antiguas ideas sobre el poder y la autonomía de las mujeres en Kerala tienden a esfumarse. (Con todo, Chhattisgarh, Kerala, Jharkhand, Assam, Bengala, Tamil Nadu, Karnataka, Andhra Pradesh y Bihar, por este orden, con una ratio mejor que la española, escapan de la zona “catastrófica” del norte y el oeste.)
La ironía es que la escasez de mujeres en amplias zonas del “gran Punjab” ha portado a una verdadera crisis de la masculinidad. En distritos como Rohtak, el 44% de los varones entre 15 y 44 años estaba soltero en 1991.100 Para una sociedad agraria esto es aberrante. Un “hombre” de verdad ha de tener bigote, esposa, hijo, nieto y empleo. Con la crisis estructural que sufre el campo indio, a muchos jóvenes de Haryana únicamente les queda el mostacho.
Numerosas transformaciones políticas, legales, económicas, culturales, sociales y hasta mentales han de producirse para invertir esta grave deficiencia social. Algo no tan imposible, sin embargo, si pensamos que en la tradición europea, apenas hace 100 años, un marido aún podía fustigar con impunidad a su mujer siempre y cuando la vara no fuera más gruesa que su pulgar. Chantal Maillard nos recuerda asimismo que, en la década de los 1950s, en España el marido aún podía exigir la dote al padre de la novia.101