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Migrantes voluntarios
La segunda categoría primaria que sirve para clasificar a los tipos de migrantes es la de migrantes voluntarios. Se trata de personas que han dejado su país natal por decisión propia y voluntaria. Sorprendentemente, este segundo grupo es varias veces superior al de los migrantes forzosos: más de 200 millones de personas[15]. Aquellos que se mueven voluntariamente por razones económicas —y no por razones políticas— suelen llamarse migrantes laborales, y pueden ser de alta o de baja capacitación. Entre los migrantes de baja capacitación se incluyen trabajadores de la construcción, personal de restaurantes o de aseo y limpieza. Entre los de alta capacitación se encuentran los expatriados por transferencias intercorporativas (EIC), los expatriados que trabajan en agencias de ayuda y organismos internacionales y los estudiantes internacionales. El número de estos últimos está creciendo rápidamente en muchos países. A diferencia de los términos legales refugiado o solicitante de asilo, el concepto migrante económico o laboral no es una clasificación legal, sino un mero término genérico en el que tiene cabida un amplio rango de personas que se mueven de un país a otro para mejorar sus perspectivas económicas y profesionales.
Migrantes regulares e irregulares (o «legales» e «ilegales»)
Existe una tercera distinción que tiene mucha importancia jurídica: la que existe entre inmigrante regular e irregular, o «legal» e «ilegal». Esta distinción comprende a los dos grupos mencionados previamente de migrantes voluntarios o forzados. Los migrantes regulares son aquellos que entran en un país con los permisos y visados legalmente requeridos, y que no sobrepasan el tiempo que se les ha concedido para quedarse. La categoría de inmigrante irregular o «ilegal» comprende a personas que llegan a un nuevo territorio sin visado, sin documentos de identificación (o con documentos falsificados), o que lo hacen de forma legal pero después pierden sus derechos legales al sobrepasar el tiempo de permanencia estipulado en sus permisos originales de entrada. Estas personas suelen ser llamadas «inmigrantes indocumentados».
En la actualidad la llamada migración «ilegal» tiende más bien a llamarse «migración irregular» por quienes trabajan en el tema desde el campo técnico o político. Esto se debe a varias razones. En primer lugar, al hecho de que la legalidad de la migración en cuestión puede ser difícil de evaluar, como es el caso, por ejemplo, de un migrante que termina en manos de un sistema jurídico nacional o internacional, y transcurren varios años antes de que se tome una decisión sobre su estatus legal. En segundo lugar, la necesidad de mano de obra de los aparatos económicos de muchas naciones, que no pueden satisfacerse localmente, crea situaciones fuera de la norma (trabajadores sin permisos de residencia insertados en sistemas productivos) que son toleradas por los gobiernos. Se generan así situaciones de hecho en las cuales personas en condiciones de irregularidad cumplen una función social o económica necesaria en sus nuevos sitios de destino, y esta contradicción evidencia la desactualización del marco legal y la necesidad de modificar las leyes. En tercer lugar, las leyes de muchos países obligan a apoyar a las personas desprotegidas en su territorio, concediendo, por ejemplo, asistencia sanitaria o derecho al asilo a quienes se encuentren en situación ilegal según las leyes de residencia. Por último, asociar de forma irreflexiva a los migrantes con la ilegalidad puede llevar a una demonización de todos los tipos de migración. Por lo tanto, el término ilegal no debería aplicarse propiamente a un migrante a menos que un sistema judicial haya determinado expresamente en su caso que ha violado una ley de inmigración en algún momento del proceso migratorio, y haya dado pasos administrativos para dejar sentada esta situación y actuar en consecuencia.
Inmigración y emigración
Si la migración es un movimiento de un lugar a otro, entonces su significado cambia en función de si se adopta la perspectiva del país que envía o del que recibe. La emigración, por un lado, es el acto de dejar su país de origen para asentarse en otro. Cuando se habla de emigración se considera el asunto desde la perspectiva del territorio de origen de una persona. La inmigración, por otra parte, es el acto de trasladarse desde el lugar de origen a un nuevo sitio y asentarse en él. Al hablar de inmigración se considera el mismo asunto desde la perspectiva del territorio al que se llega. Para los amigos y la familia de una persona en su país de origen, se puede decir que esa persona emigró, y es por lo tanto un emigrante; en cambio, los vecinos que viven cerca de esa persona en su nuevo país pueden referirse a ella como inmigrante. Toda trayectoria migratoria comprende en un primer momento un acto de emigración y uno de inmigración que se producen simultáneamente: una salida de un lugar que resulta en la entrada en otro.
Etimológicamente, estas diferencias son bastantes claras, pero los significados que se les da a cada una de ellas en distintos contextos sociales pueden ser muy diferentes. Por ejemplo, la inmigración tiende a estar estrechamente controlada por el país receptor, por el temor de los efectos que puede tener un flujo de población repentino o grande, o por su interés en establecer una mezcla diversa de residentes. La emigración, por su parte, está hoy en general menos rigurosamente controlada: muchas personas pueden abandonar su país a voluntad, por aire, por vía marítima o terrestre. Sin embargo, existen excepciones, entre las cuales destacan Rusia, China, Cuba y Corea del Norte, que han tenido, o siguen teniendo, regulaciones estrictas y prohibitivas para determinar a qué ciudadanos se les permite abandonar esos países.
Experiencias diversas y categorías fluidas
Estas categorías que se acaban de mencionar pueden estar claramente delimitadas en el plano teórico, pero al utilizarlas en la cotidianeidad se revela que no son estáticas y tienen un rango de variabilidad en función de la perspectiva del que las utiliza. Por otra parte, el hecho de que las personas tipificadas en ellas se encuentren en una situación siempre dinámica desafía la rigidez de los términos: los migrantes irregulares pueden eventualmente ser legalizados; los migrantes voluntarios pueden tener motivación económica; los migrantes de baja capacitación pueden con el tiempo convertirse en migrantes económicos altamente capacitados; los exilados políticos pueden eventualmente volver a casa. De modo que las categorías que usamos para definir distintos tipos de migración son en sí mismas complejas y variables. E incluso dentro de cada grupo se da todo un campo de sutilezas y distinciones. Por ejemplo, es raro que la migración de una persona sea enteramente voluntaria o involuntaria. Una ejecutiva de negocios destinada a las oficinas de su compañía en el exterior —un tipo de migrante que suele llamarse expatriado corporativo— puede expresar interés en ser enviada a Moscú o a San Francisco por varios años, pero también puede hacerlo por la presión de su empleador para aceptar ese traslado, quizá a riesgo de perder su empleo si rechaza la oferta. Estas situaciones se hacen más complejas cuando se ven involucrados los cónyuges, los hijos o la familia, quizá también impelidos a mudarse, aunque no siempre lo deseen.
Aquellos a los que nos referimos más comúnmente como migrantes «forzados» por otra parte, no están siempre legalmente obligados a abandonar su país en situaciones de guerra o persecución; pueden hacerlo, por ejemplo, para evitar la tortura o la cárcel, para mejorar sus oportunidades de supervivencia, para mejorar su bienestar u ofrecer un mejor futuro a sus hijos.
Es evidente, por tanto, que los tipos de migración no configuran compartimentos estancos, y son ellos mismos permeables. Los movimientos migratorios, tanto los actuales como los del pasado, han estado protagonizados por personas en situaciones dinámicas, que podían tomar decisiones en distintos sentidos a lo largo del tiempo para adaptarse a los contextos sociales cambiantes o a las oportunidades que se presentaban ante ellas. Servirá como ejemplo el de un hombre eritreo que deja su patria para irse a Somalia, donde escapa de la persecución; tras atravesar el desierto del Sahara, Libia, el Mediterráneo y llegar a Malta, se asienta en España, se convierte en ciudadano español y abandona la ciudadanía somalí (dado que España no acepta la doble nacionalidad más que en algunos casos: Iberoamérica, Filipinas, Andorra, Guinea Ecuatorial, Portugal), encuentra empleo en Suecia (a través de las leyes de libre movimiento laboral de la UE/Schengen) en una multinacional de tecnología que lo manda a Japón a trabajar por varios años. Cuando este hombre regresa a Suecia, adopta la nacionalidad sueca, monta su propia compañía y seguidamente decide volver a Somalia a expandirla. ¿Cómo deberíamos llamarlo? En este caso, un refugiado se convierte en un migrante político antes de convertirse en un solicitante de asilo, en un migrante económico y en un expatriado corporativo, que finalmente será un miembro de la diáspora y empresario, que regresa «a casa» como migrante retornado. Este ejemplo retrata una situación que es mucho más frecuente de lo que podría parecer bajo una visión simplificada de la migración. Y permite recordar, sin importar el número de migrantes y el hecho de que aparezcan en determinados momentos en «oleadas» o «masas», que todos los movimientos migratorios están protagonizados por seres humanos individuales que tratan de tomar las mejores decisiones para su vida y la de sus familias, en contextos complejos.
No todas las trayectorias y experiencias resultan tan exitosas como la del ejemplo. No se debe pintar un cuadro irreal de la migración, compuesto solamente por ejemplos de victoria humana sobre la adversidad, movidos por la búsqueda de la felicidad y sobreponiéndose con valentía a desafíos y obstáculos. La historia de la migración está sobrepoblada de historias de tristeza, sufrimiento y muerte, de vidas acotadas por la penuria y el silencio, y de situaciones en las que individuos y familias no encuentran los espacios para expresarse plenamente en los nuevos entornos hostiles en los cuales se instalan. Por cada historia exitosa hay, seguramente, una de fracaso, y muchas de esas historias nunca son contadas. Analizando el velo de olvido que la sociedad española prefiere echar sobre su propia experiencia de emigración histórica, marcada por los horrores de la miseria y la guerra, el filósofo político Sami Naïr destaca que con frecuencia se elige no recordar los períodos dolorosos[16], o, al menos, no hacerlo públicamente.
Retomando el ejemplo anterior, existen con seguridad hombres eritreos que también escaparon de la persecución cruzando el desierto del Sahara y las estaciones de tránsito de Libia, pero que perdieron sus vidas o perdieron a sus seres queridos atravesando el Mediterráneo, sin lograr nunca realizar sus sueños de un mejor futuro. Este fue el destino de Rokaya, una joven mujer que escapó de Irak hacia Irán con su marido y sus dos hijas en el año 2001. Los migrantes iraquíes eran habitualmente discriminados en Irán: no podían alquilar una vivienda ni ser empleados, y se impedía que sus hijos fueran a la escuela. En la búsqueda de un país que los aceptara, Rokaya y su familia empezaron en octubre un viaje hasta Indonesia, desde donde tenían planeado llegar a Australia en barco. El bote que abordaron en la costa de Indonesia, no más que una nave de transbordo hasta un buque más grande, estaba sobrecargado con cuatrocientos migrantes, entre los cuales había ciento cincuenta niños, hacinados en la cabina con sus madres y separados de sus padres, que viajaban en cubierta. Después de nueve horas de viaje el motor se detuvo, el casco de la embarcación se partió, y esta empezó a hundirse lentamente. Con solo cien chalecos salvavidas a bordo, el pánico se adueñó de muchas personas que intentaban hacerse con uno antes de caer al mar, y esto provocó que muchos pasajeros fueran atropellados por otros que trataban de salvarse. Las olas que barrieron la cubierta separaron a la familia, y cuando Rokaya logró reunirse con sus hijas las encontró muertas. Su marido, hasta entonces calmado, entró en shock al ver a las niñas, y una ola lo arrancó de la tabla en la que se mantenía a flote. Junto con otros cien pasajeros, Rokaya pasó el resto de la noche en el agua, y sobrevivió aferrada a restos flotantes del naufragio. Algunos vieron a una mujer dar a luz en el océano. A la mañana siguiente solo cuarenta y cinco supervivientes fueron rescatados por un barco indonesio. La tragedia del barco SIEV X ha sido uno de los episodios más mortíferos de la historia reciente de la migración contemporánea[17].
Muchos otros acontecimientos como este simplemente no se registran. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) calcula que desde el año 2000 han muerto globalmente al menos 40.000 migrantes[18]. Pero el número puede ser mucho mayor, dado que algunos expertos han calculado que por cada migrante muerto que aparece en las costas del mundo desarrollado hay por lo menos otros dos cadáveres que nunca se recuperan[19]. Así como esta tragedia, existen otros casos con finales desafortunados que no resultan en pérdida de vidas, como cuando migrantes calificados no consiguen encontrar un trabajo que corresponda con su formación, o cuando las cosas no funcionan como se esperaba después de una larga separación familiar. Tal es el caso, por ejemplo, de un médico del Congo que emigró a Italia y terminó trabajando como empleado en la industria de la hostelería[20]. Ha habido familias separadas por la migración que se reúnen al retornar al sitio de origen años después, y un migrante que vuelve sin haber alcanzado sus metas constata que su pareja se ha visto estancada en un entorno sin oportunidades, y sus hijos han crecido sin el vínculo afectivo y formativo con el padre o la madre migrante.
La migración puede ser una aventura coronada con éxito o fracaso, traumática o enriquecedora, puede significar un último movimiento o la inauguración de un nuevo comienzo en la vida, y suele además estar definida por los cambios de perspectiva. En resumen, es en sí misma una experiencia múltiple y con categorías siempre cambiantes. Y a medida que el mundo cambia, surgen nuevos tipos de migrantes. Hoy en día hay migrantes por salud, que se desplazan para recibir tratamientos médicos no disponibles en sus países de origen; parejas homosexuales que quieren casarse con todos los derechos y no pueden hacerlo en su país; parejas que emigran al lugar propicio para adoptar niños o para someterse a un tratamiento de reproducción asistida; emigrados políticos o exilados que buscaban un cambio político en su país natal. Las transformaciones sociales, económicas y ambientales del planeta traen aparejadas nuevas formas de migración. El cambio climático, por ejemplo, ya está forzando a cierta gente a abandonar sus hogares en algunos puntos del planeta. En 2013 Ioane Teitiota, un ciudadano de la República de Kiribati, se convirtió en la primera persona en pedir asilo para su familia como refugiados climáticos. Mientras vivía en Nueva Zelanda junto con su familia, solicitó asilo al gobierno al vencerse su visado de residente. El argumento de Ioane era que él y su familia no tenían ningún futuro en su país natal debido al aumento del nivel del agua, la contaminación del agua dulce y la posibilidad de que su casa fuera destruida por ciclones. Esta nación isleña de baja altitud, conformada por 33 atolones coralinos esparcidos por una vasta expansión del Pacífico Central, se tornará inhabitable muy probablemente antes de que acabe este siglo, debido a la erosión y a las crecientes inundaciones por el aumento del nivel del mar. Aunque la corte de Nueva Zelanda finalmente rechazó el caso de Ioane al considerarlo «novedoso» pero «sin base», seguramente muchos migrantes climáticos seguirán sus pasos en los próximos años, en la medida en que los efectos del cambio climático se vayan haciendo más tangibles y severos[21].

[Véase nota 22]
Espacios y direcciones de la migración
La migración se produce a distintas escalas: local, regional, nacional, intercontinental. Se mueve en muchas direcciones: de país en desarrollo a país desarrollado, de pobre a rico; de oeste a este, o en sentido inverso. Involucra a muchos tipos diferentes de personas: migrantes laborales, refugiados de guerra, migrantes de grupos étnicos o religiosos, expatriados laborales, de estudios, jubilados, profesionales en voluntariados humanitarios, exilados políticos, etc.
El período de migración asociado a la industrialización mundial —desde mediados del siglo XIX a las primeras décadas del XX— que se muestra en el mapa de la Figura 1, es un buen ejemplo de una etapa de masivas migraciones internacionales, cuyos grandes flujos se movieron básicamente entre Europa y las Américas. A pesar de que ningún mapa puede ser tan detallado como para cubrir exhaustivamente un territorio y sus procesos, esta imagen pone de manifiesto que incluso cuando hay grandes movimientos intercontinentales de personas en una dirección, estos han sido precedidos o seguidos por múltiples desplazamientos de personas dentro de regiones o países específicos. Estas grandes oleadas están compuestas por muchos pequeños movimientos de circulación y ajuste del emplazamiento de las personas.
Este período de migraciones internacionales sigue teniendo un peso histórico muy importante por su carácter masivo, por su impacto en el desarrollo y en la composición social y cultural de muchas naciones, por el hecho de haber servido para mejorar las condiciones de vida a ambos lados del Atlántico y por su presencia en la memoria global: el recuerdo de sus protagonistas es muy vivo, y los hijos y nietos de estos tienen una clara conciencia de sus orígenes migratorios. Veremos más adelante que, sin embargo, las migraciones contemporáneas no se pueden cartografiar con la misma claridad, y no solo porque las cifras y las estadísticas sean difíciles de precisar.
NUEVAS FORMAS DEL TRABAJO, MOVILIDAD Y «MIGRACIÓN VIRTUAL»
Hoy existen numerosas formas nunca antes vistas de trabajo a distancia o sin una base fija. Y estas se apoyan en otras tantas innovaciones tecnológicas: desde dispositivos electrónicos hasta apps y otras formas de tecnología personalizada que permiten la comunicación con cualquier lugar. Cada día llegan al mercado nuevas formas de conseguir empleo, como las nuevas plataformas online diseñadas para que entren en contacto empresas y talento, que ayudan a los trabajadores freelance a insertarse en sus áreas de trabajo. Otro cambio contemporáneo es la proliferación de los espacios de trabajo compartido en los grandes centros urbanos, que ofrece a los freelancers apoyo, recursos y el sentido de pertenencia a una comunidad que surge al trabajar alrededor de otras personas. Estas estructuras influyen en la validación de nuevos estilos de vida como alternativas genuinas, y propagan una sensación de libertad y movilidad, reduciendo los obstáculos para trabajar y conseguir trabajo cuando se está lejos de casa. Otras tecnologías que privilegian la movilidad (TransferWise, TaskRabbit, Uber, Airbnb, Tinder...) hacen que estar en movimiento sea atractivo para un horizonte cada vez más vasto de personas.
También es posible suponer que, por el contrario, este tipo de tecnologías y cambios en la organización del trabajo harán cada vez menos necesaria la migración, en la medida en que reducen la importancia del sitio fijo para trabajar. Un programador de computación que reside en Bolivia y uno que vive en Corea del Sur podrían estar trabajando en el mismo proyecto desde sus propias casas, intercambiando información, produciendo resultados en conjunto y teniendo conversaciones a diario. Pero, al reducir la necesidad de estar atado a una locación específica para poder continuar ganándose la vida, este tipo de tecnologías facilitan la migración. En el tejido complejo y plural del presente global, estas nuevas formas de trabajo se cuentan entre otros muchos cambios sociales que están incrementando los ritmos y las formas de movilidad para mucha gente. Permiten que el trabajo emigre, pero que la gente se quede en su sitio, y esto se conoce como «migración virtual»: un proceso a través del cual, utilizando espacios virtuales transnacionales, el trabajo y grandes cantidades de códigos y de datos atraviesan las fronteras nacionales, pero los trabajadores no. Esto puede incluir, por ejemplo, empleados de centros de llamadas en la India, que programan aplicaciones de software, persiguen a deudores de tarjetas de créditos o venden píldoras de adelgazamiento por teléfono para compañías y para personas establecidas en otros países del mundo. Mientras que sus destrezas y su trabajo migran afuera, estos trabajadores siguen manteniéndose como ciudadanos indios, viviendo y trabajando en la India.[23]
Es importante reconocer que no toda la migración es de naturaleza internacional. De hecho, la mayoría de las migraciones ocurren como movimientos entre regiones dentro de cada país. Este fenómeno, llamado migración interna, es mucho más difícil de medir que la migración internacional. Pocos países contabilizan el número de migrantes internos, aunque estos tienen un impacto significativo en diferentes niveles, y las razones que les llevan a moverse son muy diversas, como es el caso de los migrantes internacionales. Por ejemplo, solo en China hay casi 200 millones de migrantes internos, un número que llegará a los 300 millones en 2027; es una cifra muy alta en comparación con los más de 230 millones migrantes internacionales en el mundo. Aunque los movimientos de migración interna son más difíciles de rastrear, es fundamental tenerlos en cuenta, dado que los movimientos domésticos con frecuencia precipitan las trayectorias de las migraciones internacionales. Una proporción importante de las personas que se mueven de las áreas rurales a las urbanas acaban saliendo del país. De hecho, las remesas domésticas internas pueden tener gran importancia económica: sirven con frecuencia para equilibrar las brechas entre el ingreso urbano y rural, ayudando a reducir las disparidades de riqueza regional y la pobreza en las áreas rurales.
Todos estos tipos de movimiento están, por supuesto, afectados por las contracciones y expansiones de la economía, que ponen en marcha combinaciones o sucesiones de migración interna, externa y de retorno, de emigrantes o sus hijos, y de nuevos migrantes en sentido contrario a los de oleadas anteriores. Por ejemplo, entre el año 2000 y el 2007, la migración doméstica en España casi se duplicó, desde algo más de 300.000 personas a cerca de 600.000[24]. Muestra de esto es que cerca del 30 % de la población del País Vasco ha nacido fuera de la región[25]. Si bien históricamente la migración interna ha sido fundamental para la demografía de varias regiones españolas, durante el siglo XX la mayoría de esta inmigración provino de otras partes de España. En años recientes esto se ha revertido, y grandes contingentes de esta población han regresado a sus lugares de nacimiento. Pero así como en la década de los 70 y 80 los migrantes al País Vasco procedían de Extremadura, hoy la mayoría de la inmigración a esta región viene del exterior, principalmente de América Latina, región que recibió miles de emigrados vascos durante más de trescientos años, y hasta bien entrado el siglo XX.
Este movimiento de migración interna se ha convertido en una forma efectiva de aliviar el desempleo en ciertas áreas y llenar vacíos en el mercado laboral en otras. Adicionalmente, los migrantes internos —particularmente, los migrantes laborales— suelen enviar remesas considerables a casa.
Otro importante grupo que debe ser tenido en cuenta aquí es el denominado PDI, o Personas Desplazadas Internamente. Estos son refugiados domésticos que han sido desarraigados por conflictos armados, o por factores ambientales como sequías, terremotos y tsunamis, y forzados a moverse a otro lugar dentro de su propio país. Debido a las guerras y a los desastres naturales, el número de PDI está aumentando, y muchas organizaciones humanitarias se están movilizando para asistirlos cuando surgen las crisis. Un ejemplo crítico de esto son los desplazados internos en Colombia, país en el cual más de cien años de conflicto armado interno, incluyendo varias guerras civiles desde el siglo XIX y el posterior enfrentamiento en el siglo XX entre el Estado y grupos irregulares diversos —guerrilleros, narcotraficantes, «autodefensas» paramilitares, bandas criminales— y la lucha entre estos últimos, han convertido el desplazamiento forzoso de grandes contingentes de población rural en una tendencia migratoria estable[26].
CEREBROS EN FUGA DE IDA Y VUELTA
Después del conflicto y la guerra civil en Afganistán en los años 70 y 80, la sociedad afgana vivió una severa fuga de cerebros al emigrar muchos ingenieros, tecnólogos, médicos y otros profesionales y académicos a países vecinos y a otros lugares del mundo. Una vez derrocado el régimen talibán en 2001, el país se vio en imperiosa necesidad de encontrar profesionales de la industria y gente con formación técnica que pudieran ayudar tanto a reconstruir el país como a dirigirlo. Durante un cierto período de tiempo miles de migrantes afganos empezaron a volver del exterior para trabajar en posiciones claves dentro de programas de desarrollo en los ministerios, instituciones gubernamentales y en el sector privado. Tenían la esperanza de poder participar en la reconstrucción económica y social en un tiempo en que parecía que había un lugar para ellos en el futuro de su país. Sin embargo, en los últimos años ha habido un cambio en la dirección opuesta. La violencia continuada y la falta de oportunidades económicas (así como la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo) ligados a la presencia militar de la OTAN y Estados Unidos, han hecho que muchos afganos teman que el país no logrará sostenerse en el futuro próximo. Como resultado de esto, las cifras de personas que están huyendo del país ahora son las mayores desde la invasión dirigida por Estados Unidos en el 2001[27]. Una cuarta parte del más de un millón de refugiados y migrantes que llegaron en Europa en 2015 fueron afganos, el segundo grupo en número después de los sirios que escapaban de la guerra civil, y la estimación de la población de refugiados afganos en el mundo a comienzos de 2016 era de 2,7 millones[28]. El éxodo continuó incluso después de que la Unión Europea votara clasificar a los afganos como migrantes económicos, lo cual redujo significativamente sus oportunidades de obtener asilo. En 2015 se puso en marcha una campaña gubernamental, liderada por el Ministerio de Refugiados y Repatriaciones y por un movimiento de la sociedad civil llamado Afganistán te necesita, dirigida a convencer a los afganos de no abandonar el país, con una fuerte presencia en los medios y las redes sociales. El expresidente Hamid Karzai apareció en la televisión animando a la juventud a quedarse y ayudar reconstruir el país[29]. Aún está por verse si este llamamiento tendrá efectos positivos.
También a comienzos de la primera década de este siglo, y mientras los migrantes afganos consideraban volver para poder desempeñar un papel en el futuro de su país, los que habían abandonado la vecina India hacían lo mismo. Varias décadas antes, una generación entera de indios había considerado Occidente como la tierra de las oportunidades, y ello llevó a que abandonasen sus hogares y, con el tiempo, pasar de ser migrantes económicos pobres a personas con negocios exitosos y profesionales en el exterior. Decenas de miles de migrantes que inicialmente habían llegado a Estados Unidos para obtener una educación universitaria en ingeniería y otras carreras tecnológicas, aceptaron trabajos en Silicon Valley en vez de volver a casa, donde las oportunidades profesionales eran menores. Pero, una vez que estalló la burbuja de las llamadas «empresas punto com», muchos expertos en tecnologías se vieron obligados a volver a la India debido al hundimiento del mercado y la pérdida de trabajo en Estados Unidos. A su vez, el crecimiento de la economía y las oportunidades de empleo en India atrajeron a muchos emprendedores, y los convencieron para realizar inversiones en su país natal. La discriminación en Estados Unidos en contra de la gente de piel oscura después del 11 de septiembre de 2001 también contribuyó a que muchos decidieran irse. En la actualidad, una floreciente economía que augura la posibilidad de un estilo de vida acomodado, atrae a su país de origen a un creciente número de indios que viven en Estados Unidos, Gran Bretaña y otros lugares. Vuelven a casa para emprender planes de negocios y tomar empleos bien pagados en la industria de las tecnologías de la información. Una migración de regreso que comenzó como un goteo a fines de los años 90 ha crecido tanto que, en contraposición a «drenaje» o «fuga», se la ha llamado «ganancia de cerebros». Ciertas estimaciones muestran que en 2010 ya había más de 30.000 de estos «indios retornados no-residentes», un número que puede haber superado los 100.000 en 2016[30].
Vale la pena mencionar que la migración de «retorno» de segunda generación no es un fenómeno nuevo. El antropólogo Takeyuki Tsuda señala casos anteriores en los que las trayectorias de retorno han estado empujadas por factores como la persecución étnica y la discriminación tras de la caída de regímenes coloniales o de Estados multiétnicos. Por ejemplo, tras la Segunda Guerra Mundial, doce millones de alemanes étnicos fueron expulsados de Europa del Este, y muchos de ellos se reasentaron en Alemania Oriental y Occidental[31].
