Kitabı oku: «¡No te enamores del jefe!», sayfa 3

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CAPÍTULO 3

“Si elevas las manos y crees en ti mismo

puedes lograr lo que quieras. Incluso sostener el mundo.

Sencillo de hacer, pero sólo si tienes la suficiente

fuerza de voluntad para ello”

El despertador suena a las siete de la mañana en punto. Abro los ojos de forma inmediata al recordar qué día es. ¡Mi primer día de trabajo me espera!

Me quito las sábanas de encima, y medio dormida voy al cuarto de baño. Hago mis necesidades rápidamente, me ducho, me lavo los dientes, me adecento olorosamente hablando y regreso a mi habitación con el albornoz puesto.

Observo mi rostro en el espejo y mientras me seco el pelo tranquilamente, me pongo a pensar en mis funciones. Imagino que al estar ocupado el puesto para el que yo iba en un primer momento, Recursos Humanos me habrá colocado en algún otro lugar que tenga funciones similares, ¿no?

—El puesto de secretaria y recepcionista ya está ocupado —murmuro, recordando a las dos mujeres que vi ayer, salir junto a Alan Payne en las revistas de actualidad—. A fin de cuentas hay más de siete plantas de diferentes departamentos en el edificio, y todo relacionado con los libros, la edición, impresión y revisión de textos. Es imposible que no me pongan en un lugar que no me guste.

Vuelvo a optar por hacerme un recogido en el pelo, y me maquillo cuidadosamente, poniendo especial atención en usar colorete. No quiero que en esta ocasión mis mejillas delaten mi vergüenza si vuelvo a sonrojarme.

Voy a mi recién ampliado armario y elijo para este primer día, coger un conjunto de pantalón, camisa y americana de color negro. Clásica, y profesional. Justo la impresión que quiero dar.

—Creo que estoy un poco nerviosa —susurro, cogiendo el móvil, mi cartera y las llaves de mi coche—. Cualquiera diría que voy a mi primer trabajo.

Dejo adecentada la habitación y salgo a la cocina para hacer el desayuno. Miro la hora y me siento contenta al ver que apenas son las ocho menos veinte de la mañana. Tengo mucho tiempo por delante. Me decido por hacer el plato favorito de mi madre esa mañana. Zumo de melocotón y huevos revueltos.

Durante un segundo pienso que tal vez debería haber hecho primero el desayuno antes de vestirme, pero no le doy importancia. Me pongo el delantal y en un par de minutos, la cocina huele deliciosamente. Tanto – y sé que está mal que yo lo diga—, que mi madre se levanta enseguida y acude como las polillas a la luz a coger su plato.

—Qué bonita sorpresa —me sonríe ella mirándome con ternura—. Está delicioso.

—Disfruta de la comida, mami.

Le doy un beso con mucho cariño y tras coger con un tenedor un trocito de huevo y me lo como, salgo de la casa al grito de “que tengas un buen día mamá. No trabajes mucho”.

Aparco en la entrada de la editorial en el parking reservado para visitantes, ya que no sé si al ser trabajadora allí debo estacionar allí o en otro sitio, y apago la radio. Miro el cuadro de mandos y suspiro aliviada al ver que son las ocho y media. He llegado media hora antes. Bien. Hoy el tráfico ha estado decentemente bien.

Una buena señal.

Me perfumo un poco más en el cuello y en las manos para oler bien y cogiendo mi bolso y mis pertenencias personales, voy hacia recepción. Grace Amato, la recepcionista sonríe sorprendida al verme entrar por la puerta con la cabeza bien alta. Yo le devuelvo la muestra de calidez con otra sonrisa enorme.

—Buenos días, Grace.

Se ve que se sorprende al ver que recuerdo su nombre.

—Buenos días, señorita Harper. Esperábamos que viniera a las nueve —murmura complacida.

—El tráfico se ha portado conmigo estupendamente —bromeo, guiñándole un ojo—. Tanto que creo que he compensado el chasco de ayer.

Ella no dice nada, pero se nota que al menos ya no le caigo tan mal como ayer. Eso me gusta.

—Tengo aquí tu tarjeta de acceso, tu mando para el parking de trabajadores y la tarjeta de empresa para las comidas. Tienes que firmar la recogida.

Me quedo sorprendida y sin palabras ante las dos tarjetas que veo y el mando del garaje privado. No sé qué decir.

—¿En serio?

—Bienvenida a Ross Reserve Edition S.L. —me dice Grace sonriente—. Nuestro Director General quiere que sus empleados se sientan a gusto y como en casa en la empresa. También tendrás otros beneficios, pero ya será tu responsable directo quién te dé las buenas noticias.

¿Más aún?

Me quedo de piedra, sin saber qué contestar. Yo ya sabía que trabajar allí era una gran oportunidad que no debía dejar pasar y ahora estoy empezando a entender que mi intuición era cierta. ¡Guau!

Firmo enseguida los documentos que me da y me guardo en el bolso la tarjeta de acceso, y la tarjeta de crédito para las comidas. Miro embobada el mando del garaje.

—Da la vuelta con el coche, y en vez de entrar al aparcamiento de visitas donde tienes aparcado tu Mustang, sigue un poco más a la derecha y encontrarás una puerta de cristal enorme. Esa es la entrada al parking. Cuando te dirijas hacia allí, dale tus datos al jefe de seguridad y ve directa hacia al ascensor. Planta séptima. Allí te esperan.

—¿Séptima planta? —repito como loro—. Pensé que tenía que ir con Alyssa De Luca, la secretaría de Alan Payne.

—Sí, esa era la idea principal, pero al parecer se te necesita más en otro puesto, querida.

Alza las cejas como con expresión coqueta y yo parpadeo inquieta sin entender nada. ¿En otro puesto? ¿Y porqué me mira así? Quiero preguntárselo pero al ver que la hora pasa y que quiero estar en el lugar que me corresponda con tiempo suficiente, le devuelvo la sonrisa con calidez.

—Voy a dejar el coche en el aparcamiento correcto —susurro cogiendo con fuerza las llaves del mando del garaje—. Nos vemos después.

—¡Claro! Deseo que tengas buen día.

Le agradezco las palabras y salgo de nuevo por la puerta principal. Mi mente no deja de pensar en qué puesto ahora me habrán asignado para trabajar. ¿Ya no tendré contacto con la publicidad y la promoción de la línea editorial? No sé porqué, pero esa idea no me llama mucho la atención.

Aparco el coche debajo el número 23 que es dónde el guardia de seguridad me ha indicado nada más registré el coche con mis datos y lo cierro con el mando a distancia. Me miro unos instantes en el espejo retrovisor y me doy por satisfecha al ver que mi cabello y mi ropa se encuentran perfectamente.

Me dirijo hacia los ascensores con paso rápido y me quedo sin respiración al ver aparcado justo a poca distancia de donde está estacionado mi coche, un Ferrari rojo que llama mi atención. Abro la boca de sorpresa mirándolo con recelo. ¡Es el coche del tipo ese de la carretera!

Doy un par de vueltas alrededor del vehículo intentando buscar algo que me diga que estoy equivocada y que ese coche no es el que recuerdo del día anterior, pero al ver la matrícula siento que el suelo se mueve bajo mis pies. Es el mismo coche.

Genial.

El cretino de las gafas de sol es un compañero de trabajo.

Resoplo una y dos veces tratando de encontrar calma. He de intentar pasar ese hecho por alto. ¿Qué me debe importar a mí que ese hombre trabaje allí? Mucha casualidad sería que su puesto de trabajo tuviera que estar justo en la planta séptima, ¿no?

—Las casualidades no existen Roselyn —me digo medio nerviosa.

Me acerco al ascensor dispuesta a sacarlo de mi cabeza, si tengo que ver al señor conduzco despacio para molestar a media ciudad, pues que así sea. Yo estoy allí para trabajar. Y no para hacer amigos.

—Señorita Harper, veo que hoy llega puntual —dice una voz a mi espalda.

Casi doy un brinco al ver aparecer a Alan Payne casi por mi espalda. Giro mi vista y me quedo de nuevo casi sin habla por segunda vez en menos de diez minutos, al verle apoyado en una moto.

—¿Es suya?

—De mi pareja —me dice colocándose bien las gafas—. Cuando dormimos separados me deja conducirla para venir al trabajo. Mi casa está a las fueras de la ciudad.

Recuerdo perfectamente cómo es su casa por los recortes del periódico digital que leí el día anterior, pero no le digo nada. Pulso el botón del ascensor, deseosa de salir de aquél sótano para ver las cosas con perspectiva. Nunca imaginé que un director de Recursos Humanos, que es quién se encarga de decidir si una persona trabaja allí o no, vaya al trabajo en moto.

No es muy formal que se diga, pienso.

—¿Subes?

—Yo voy a la quinta planta —murmura caminando hacia mí—, pero sí, subiré con usted.

Me hago a un lado para que él se coloque a mi lado y al oler su perfume recuerdo la frase que me dijo antes. “De mi pareja”. Así que el señor Alan Payne mantiene una relación con alguien. Me resulta curioso que no me moleste esa idea. Supongo que una parte de mí ya se lo imaginaba. Un hombre con buena carrera profesional, casi millonario, y que acude a eventos nocturnos día sí y día también, era lógico que tuviese pareja.

Fuese gay o no.

Le miro disimuladamente a través del espejo del ascensor de cristal y hoy no puedo decir claramente que él sea homosexual. No tiene el amaneramiento que vi ayer. Qué curioso.

—Pensé que su secretaria, la señorita Alyssa De Luca me enseñaría mis labores –le digo por romper el silencio.

—Sí, pero ha habido un ligero cambio de planes. Como bien le comuniqué ayer, Roselyn, el puesto de asistente para el Departamento de Marketing y Publicidad ya está ocupado. Ayer mismo por la tarde empezó la persona en cuestión. Alyssa estará con ella todo el día. Tú vas a otro Departamento diferente.

Su voz parece sonar tan seria y decidida que me hace dudar.

—¿Y qué puesto voy a desempeñar yo entonces? —pregunto mirándole con suspicacia.

—Revisarás textos y manuscritos, y te encargarás de dar la aprobación o denegación a los autores —susurra con la vista clavada en el frente—. Tendrás que acudir al Titán para convencerle de que la obra que has revisado merece llevar el sello de esta editorial en su portada.

—¿Qué?

Abro la boca sin entender lo que me está diciendo. Bueno, entender sí lo entiendo, no soy tonta, pero no comprendo lo que quiere decir. ¿Cómo qué voy a revisar yo los textos? ¡Eso lo hace un editor!

—¿Pasa algo? —me pregunta Alan al verme casi literalmente con la boca abierta.

Niego rápidamente y con energía. No es justo el trabajo que yo estaba buscando, pero me gusta, y mucho. Ahora entiendo porqué tengo todas esas ventajas que me dijo Grace en recepción. Guau.

—¿Titán? —pregunto ahora cuando el ascensor pasa por el tercer piso, al venir a mi memoria ese nombre—. ¿Cómo el que sostuvo el mundo en la mitología griega? ¿Quién es ese Titán?

Alan sonríe con picardía y al ver cómo sus ojos se iluminan —porqué no lo sé—, me quedo pensando que él podría ser perfectamente bisexual. ¡Ahora vuelve a moverse y a expresarse como si fuese homosexual!

—El Director General, querida mía. El Titán no es ni más ni menos que Logan Ross.

El sonido del ascensor llegando al séptimo piso me saca del aturdimiento que tengo encima. Salgo de allí con paso ligero y me encuentro con un pasillo largo que da a dos despachos. Uno cerrado con las persianas bajadas y una placa en la puerta que pone el nombre de “Meg Davis, subdirectora y editora” y otro que está con la puerta abierta de par en par, con un solo nombre puesto en la entrada “Logan Ross”.

Trago hondo fuertemente, sin saber hacia dónde ir. Busco la mesa de escritorio donde debería haber una secretaría allí atendiendo llamadas o recibiendo a la gente y me sorprende no encontrarme con nadie.

Está todo más vacío que un desierto.

Doy un par de pasos y mis tacones resuenan por toda la estancia. Esta séptima planta parece estar desierta. No se parece en nada al lugar dónde yo podía imaginar que estaría el despacho del Gran Director de la Editorial. Logan Ross. Parece que todo está muerto.

Observo el reloj en mi muñeca y suspiro al ver que son las nueve en punto. No sé quién me dirá qué funciones tengo que hacer, pero me decido por empezar a dirigirme hacia el despacho que está abierto. Aunque sea el del hombre llamado Titán.

Imagino que le llamarán así porque él es quién sostiene y mantiene en pie esta empresa, pienso soñadora.

Doy unos toques en la puerta cuando atravieso el umbral y me quedo quieta al ver una figura al otro lado del despacho, junto a un gran ventanal. No se me caen de las manos papeles porque no tengo nada, pero mi expresión deja bien claro que ese lugar no parece un despacho normal.

Es completamente ovalado, con un sofá grande chaseloing en el lateral izquierdo. Tiene dos sillones grandes que parecen ser de masaje —carísimos, claro—, una fuente que sirve lo que parece ser bebida normal como agua, café, chocolate caliente y diferentes té. También tiene al fondo una mesa de cristal rectangular dónde está apostado el ordenador y un teclado inalámbrico. El teléfono de la centralita a su derecha.

Y lo que más sorprende del lugar, es el magnifico acuario que tiene instalado en la parte derecha de la estancia. Es enorme. Ocupa casi todo el lateral, y está lleno de peces, castillos, casas de madera y de litros y litros de agua. Es… magnífico.

Supongo que mi respiración se altera, porque el hombre apodado El Titán se gira hacia mí y deja de mirar a través del gran ventanal que da a la calle, y da un par de pasos para acercarse a mí.

—Imagino que usted es la señorita Roselyn Harper, bienvenida a la empresa —murmura con una sonrisa amplia—. Es un gusto conocerla en mejores circunstancias.

¿Mejores circunstancias?

Me acerco un poco a él y ahora sí anhelo rogar al dios de la mitología que sea necesario para que haga algo y la tierra me trague. ¡Y sin posibilidad de absolución! Tengo ante mí al tipo de ayer. El del Ferrari rojo que está aparcado a pocas plazas de mi Mustang.

—El tipo que conduce más despacio que una tortuga —murmuro en voz baja y por la expresión que pasa por los ojos del hombre que tengo ante mí, parece que oye lo que digo.

Mis mejillas se tiñen de color rojo y entiendo que estoy liándola y a base de bien ahora mismo.

—Y usted es la mujer que hace gestos obscenos cuando hace una maniobra prohibida adelantando por la derecha —me responde cruzándose de brazos.

El colorete que me puse antes en el rostro parece que se queda en nada al sentir que mis mejillas arden de vergüenza. Vaya, él también me ha reconocido. No sé qué decir.

—Parece que hoy está usted de mejor humor —continúa diciendo él burlón—. Espero que su actitud mejore en el trabajo, señorita Harper.

Trato de encontrar la voz para justificarme, pero los ojos del señor Titán que están clavados en mí me impiden reaccionar. Joder, son preciosos, de un tono grisáceo intenso que cuando te mira te tiembla todo el cuerpo. Desde las uñitas de los pies hasta los pelitos de la cabeza.

Alucinante. Ahora entiendo que tenga que llevar gafas de sol conduciendo. Si no podría causar accidentes con sólo mirar a la gente. Vaya con el famoso Logan Ross.

—Mi reacción de ayer fue algo exagerada —murmuro pensando en mi madre y en lo mucho que necesito mantener el trabajo. Llevarme mal con el mandamás de la editorial no es nada bueno—. Y pido perdón. Fui maleducada. Me gustaría que olvidásemos el vergonzoso asunto.

Veo cómo él acepta con satisfacción mis disculpas y camina hacia mí hasta quedarse a mi lado. Inhalo para ver qué clase de olor desprende su cuerpo y noto de nuevo un cosquilleo molesto nacer en mi estómago al impregnarme de su perfume. Vaya, el olor de Alan Payne se queda en nada en comparación.

Uff, me noto acalorada ahora.

—Vamos, señorita Harper, voy a enseñarle su despacho y sus funciones a partir de hoy. Sígame.

Logan Ross abre la puerta del despacho cerrado con el nombre de Meg Davis y cuando enciende la luz me quedo parada en la puerta con el asombro grabado en mi rostro. Lo primero que pienso cuando veo la estancia es que están tratando de gastarme algún tipo de broma. No puede ser que ese lugar sea un lugar de trabajo.

—¿Algún problema?

Niego rápidamente tratando de poner cara de Póker. Mi padre cuando yo era pequeña me decía que nunca había que mostrar las cartas a la primera en una partida, y creo que ahora debo hacerle caso.

Por tanto doy un par de pasos en el interior de la estancia —que es minúscula en comparación al despacho del hombre que tengo a mi lado—, y voy directa a la ventana para subir la persiana. Quiero que entre algo de luz natural. Ahora que los rayos de luz iluminan mejor el lugar, fijo mi atención en la pila de papeles que hay sobre el escritorio desordenados, junto al ordenador del año de matusalén, más sobres, carpetas y folios desperdigados incluso por el suelo y por la silla.

Vaya por Dios.

Miro a las paredes y todas son blancas y tienen incluso telarañas en la parte de arriba. Aquí no hay decoración, ni cuadros, ni nada que diga que allí alguien ha estado trabajando antes.

—Meg está de excedencia —me dice Logan sacándome de mis negros pensamientos—. Ella se encargaba de revisar manuscritos para ver si es viable su publicación o no. Como comprenderás nadie ha ocupado su puesto hasta ahora y su trabajo se ha ido acumulando.

—Entiendo.

Me acerco ahora a la mesa y miro por encima los folios que hay desordenados y comprendo que se tratan de consultas enviadas por los autores preguntando por sus manuscritos y por la respuesta de la editorial ante su posible publicación.

—¿Cuánto tiempo llevan estos mensajes sin contestarse? —pregunto curiosa.

—Meses. Tal vez un año —dice tranquilo.

¿Un año?

Me escandaliza que una empresa de tanto renombre como Ross Reserve Edition SL tenga organizado tanto caos con la función que principalmente le da tanto dinero. Madre. Es increíble e irreal.

—Entonces entiendo que debo encargarme de poner al día el trabajo —musito—. Leer todos estos documentos, contactar con los autores y darles algún tipo de respuesta.

—Sí, pero recuerda, yo el que en último término apruebo o deniego una propuesta. Yo quiero que tú te encargues de revisar que el contenido se ajuste a nuestra línea editorial y que merezca la pena publicarse. No tienes que corregir, ni que maquetar, ni que hacer nada más que leer los textos, ¿me explico?

Le digo que sí pensando que tengo que ir a comprar un paño o algo para poder limpiar la silla y adecentar algo más el lugar. Si fuera una persona alérgica ahora mismo estaría estornudando sin parar por el polvo del lugar.

—¿Empiezo ahora entonces?

—No. Primero tiene que ir a firmar su contrato. No quiero a nadie tocando información confidencial que atañe a mi empresa sin que esté contratada oficialmente. Mientras firma y arregla todo eso del papeleo, yo ordenaré que vengan a limpiarle un poco el lugar. Creo que necesita algo buen olor este lugar.

Clava su mirada en mí en mi pantalón y yo sigo al mismo tiempo su vista con la mía y me quedo sin habla al ver un manchurrón de aceite en mi pantalón. Oh, dios mío, los huevos que hice de desayuno.

—No se preocupe, no tendrá que llevarme el desayuno a la mesa cuando llegue a las nueve todos los días —dice con voz profunda—. Ya tengo a alguien que hace eso por mí cuando despierto en mi cama. Esa clase de servicios no necesito que usted me los sirva.

¡Será!

Él se ríe al ver incomodidad en mi rostro pero no me da tiempo a responderle algo. Se marcha del lugar silbando alegre. Tampoco hubiera podido decirle algo a fin de cuentas. Logan Ross es mi jefe, y ya no sólo eso, sino que también es el dueño y señor de todo el lugar. Si le respondo mal, o si no hago lo que me dice puedo ser despedida en cualquier momento y no puedo permitirme eso.

Por mi madre, y por mí. Mi carrera profesional se beneficiará y mucho si yo logro encontrar estabilidad en ese lugar.

Rehago el camino de vuelta hacia el ascensor y marco el botón del número cinco. Imagino que si en algún lugar tendrán que darme el contrato para firmar es allí. En Recursos Humanos. Mientras veo pasar a la gente a través de los cristales del ascensor, pienso en la oportunidad que tengo entre manos. Mi trabajo va a consistir en pasarme días enteros leyendo sin parar obras de autores nuevos.

Un paraíso, se mire por donde se mire, pero eso si. Un paraíso cuando logre poner un poco de orden en ese despacho.

Saludo a Alyssa De Luca cuando cruzo el pasillo que me lleva a su escritorio y ella me devuelve una sonrisa de bienvenida. Me alegra ver que ya no está reticente ante mi presencia. ¡Qué mala impresión parece dar llegar tarde a una cita programada, por Dios!

—Buenos días, Alyssa.

Le digo que el Director me ha enviado a que firme los papeles y la documentación de mi contrato y ella me pide que entre de nuevo a la oficina en la que estuve ayer.

—Enseguida te llevo los documentos, querida.

Observo de reojo cómo su cabello rubio recogido en una trenza se mueve al ir hacia el despacho de Alan Payne e imagino que ella tiene mucha confianza con él. No puedo evitar preguntarme si entre ellos ha podido pasar algo alguna vez.

¿Por qué piensas eso?, me pregunto inquieta.

Supongo que la confianza con la que les oigo hablar casi en susurros es la que me hace tener esa inquietud. Y no entiendo la razón. Sobre todo porque ahora mismo mi primera preocupación debería ser intentar quitar la mancha de aceite en mi pantalón de seda.

Voy directa a la expendedora de agua y con un trozo de paño que encuentro en un rinconcito comienzo a frotar con fuerza en la zona de la mancha. Mi olfato me dice que sí que huele fuerte a fritanga y creo que se me cae la cara de vergüenza al entender la ironía que ha salido de los labios de Logan Ross.

¡Parece atractivamente insufrible!

—¿Su pantalón es su enemigo hoy, señorita Harper?

Doy un brinco del susto al oír la voz de Alan Payne con tono risueño y dejo el paño quieto. Alzo los ojos lentamente y los fijo en la expresión encantada del Director de Recursos Humanos. De nuevo puedo vislumbrar en él una forma de andar amanerada al caminar hacia mí.

¿Qué pasa con él?

—Aquí traigo su contrato, y unos documentos que tiene que leer y firmar por la Ley de Protección de Datos —murmura poniendo en la mesa ovalada los papeles—. Grace ya me dijo que recibió la tarjeta de crédito y la tarjeta de acceso de entrada al edificio. En breve también, cuando supere el periodo de prueba se le entregara otra tarjeta para asegurarle gastos imprevistos laborales.

—¿Gastos imprevistos?

—Sí, cómo echarle gasolina al coche para venir a trabajar, reservar un viaje para ir a algún evento publicitario de la editorial, o bien renovar su vestuario para actos sociales.

Abro y cierro la boca como gesto automático sin saber qué decirle. ¿De verdad ese empleo es real?

—¿Evento publicitario?

—Al ser trabajadora de nuestro grupo tiene usted la obligación de acudir a los eventos sociales que se le requieran, querida —me dice Alan encantado con las noticias que está dando—. Si acude sola o en compañía de alguien ya es asunto suyo, por supuesto.

Afirmo, sentándome a su lado en la mesa y procedo a leer los documentos que tengo ante mí con sorpresa. No sé qué llama más mi atención, si los beneficios sociales que voy a tener en cuanto supere el periodo de prueba que lo han estipulado en los tres primeros meses, o el hecho de que directamente el contrato sea indefinido.

—¿El seguro médico también está incluido? —pregunto cuando llego a ese párrafo en concreto, pensando en mi madre y en los gastos que supone su tratamiento.

—Para usted, su marido o pareja legal si es que lo tuviera e hijos —responde.

—¿Padres y otro tipo de familiar no?

Alan niega y mi corazón se encoje un poquito de desilusión. No puedo evitar sentirme algo pequeñita ante la posibilidad que se había abierto para mí al imaginarme que incluso en eso la empresa podría ayudarme, pero supongo que esa opción hubiera sido tener demasiada suerte.

Bastante cosas ofrecen ya de por sí.

—Estoy de acuerdo con todo —murmuro minutos después echándole firmitas a todos los lugares dónde sale mi nombre.

—Entonces oficialmente te doy la bienvenida a Ross Reserve Edition SL —me dice él ofreciéndome su mano para que se la estreche. Lo hago encantada—. Cualquier duda que tenga con respecto al contrato o cualquier problema que tenga en su día diario en el ámbito laboral, puede contar conmigo.

Le doy las gracias y cogiendo las copias que son para mí me dirijo a la puerta con ganas de empezar a ser productiva. Quiero demostrarles que la confianza que han puesto en mi va a ser retribuida y con creces.

—Señorita Harper, una última cosa antes de irse.

Me giro hacia él con expresión curiosa.

—¿Qué le pareció el Titán de la Editorial?

El tono con el que pronuncia el apodo del Director me causa gracia y vergüenza a partes iguales. Creo que Alan se da cuenta porque me mira de una forma especial. Como rara diría yo.

—Ha sido interesante, cuánto menos —respondo optando por ser diplomática—. Al menos me ha explicado claramente cuáles van a ser mis funciones.

—¿Y está de acuerdo con ellas?

—Encantada de la vida, señor Payne —respondo feliz.

Y creo que la sonrisa que él muestra en contestación a mi comentario podría enamorar a cualquier persona, independientemente del género sexual que sea.

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