Kitabı oku: «Hacia una bioeconomía en América Latina y el Caribe en asociación con Europa», sayfa 2

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Ventajas comparativas y experiencias pertinentes para la construcción de una bioeconomía en ALC

La región de América Latina y el Caribe está particularmente bien situada para contribuir y beneficiarse de la bioeconomía emergente. Su amplia y diversa base de recursos naturales –tierra, agua y diversidad biológica–, junto con una emergente economía y el crecimiento de los recursos humanos, proporcionan a la región los cimientos esenciales para una bioeconomía sólida. En su conjunto, está muy bien posicionada en términos de disponibilidad agrícola con más del 50 % de potencial agrícola (Cepal 2007), una situación solo comparable a los países de Europa del Este; pero lo más importante es que la disponibilidad de tierra per cápita en la región es significativamente superior al promedio mundial de 0,2 ha/cap.11 Según el International Institute for Applied Systems Analysis, América Latina tiene más de 500 millones de hectáreas en la categoría de “más adecuado” y el mayor potencial de expansión en las categorías “muy adecuado” y “adecuado”, excluyendo los bosques. La proyección para el 2050 pone de manifiesto que, incluso teniendo en cuenta un aumento significativo de la población, se podrían poner a producir más de 300 millones de hectáreas sin afectar a los bosques naturales, en Suramérica y Centroamérica que representan alrededor del 25 % de la tierra con potencial “muy adecuado”, “adecuado” y “moderadamente apto” para el cultivo de cereales, más del 25 % de los cultivos de aceite vegetal, alrededor del 30 % de las raíces y tubérculos y más del 35 % de los cultivos de azúcar (todos los casos en escenarios de insumos tecnológicos intermedios y altos).

Todas estas cifras resaltan el potencial de recursos para el desarrollo de una bioeconomía que contribuya tanto a la seguridad alimentaria como al suministro de energía renovable, con importantes oportunidades de generación de ingresos, puesto que existen brechas de rendimiento significativas en casi todas las categorías de productos. Tanto en los cultivos de azúcar como de aceites vegetales, el empleo actual con respecto al potencial es muy bajo y en la mayoría de los diagnósticos se identifica un pobre desempeño tecnológico como la restricción más importante por abordar para mejorar la eficiencia del uso de recursos (Banco Mundial 2008). Además de esto, las limitaciones de infraestructura son también un gran problema, en razón a que la mayoría de las nuevas áreas no están cerca de los mercados existentes y ello reduce su valor potencial.

Un segundo conjunto de recursos clave para el desarrollo de la bioeconomía en la región es su dotación de biodiversidad.12 En este sentido, América Latina también es muy competitiva, ya que concentra un número de los lugares más importantes del mundo en cuanto a biodiversidad. Siete de los diecinueve países de la región son considerados “megadiversos” en cuanto a recursos de biodiversidad dentro de sus fronteras político-administrativas (ninguna otra región del mundo incluye tantos países dentro de esta categoría). Los países de la región del grupo megadiverso son Brasil, Colombia, México, Perú, Ecuador, Venezuela y Bolivia, pero otros tres –Costa Rica, Panamá y Guatemala– tienen índices nacionales de biodiversidad (NBI) importantes. Incluso Uruguay, que tiene el NBI más bajo en la región –0,487– se ubica sobre la mayoría de los países europeos.13 La región también es un centro de origen y diversidad de una serie de especies que sustentan la oferta mundial de alimentos (papa, batata, maíz, tomate, frijol, yuca, maní, piña, cacao, pimienta de chile y papaya). Esto sucede también para un gran número de plantas con flores que poseen compuestos especiales para la alimentación y la agricultura, así como para las industrias biofarmacéutica, nutracéutica, cosmética y ambiental (Roca et al. 2004). Estos recursos ofrecen una ventaja comparativa considerable en términos de oportunidades de valor añadido y explotación sostenible porque utilizan nuevas herramientas biotecnológicas. Esta oportunidad se destacó en el dinamismo mostrado por el mercado mundial de productos naturales, que entre el 2002 y el 2008 aumentó en más del 170 % (CONPES 2011).

Por otro lado, la región de ALC también es un recurso global, que contiene más del 30 % del agua dulce del planeta (UNEP 2000). Este recurso, sin embargo, se distribuye de manera desigual dentro de la región, pero menos desigual que en otros continentes. Algunas áreas extensas como las planicies del pacífico central en Centroamérica, las áreas costeras de Chile y Perú, la Patagonia en Argentina, y el Nordeste brasileño, entre otros, enfrentan restricciones absolutas o por estaciones que limitan sustancialmente su potencial de producción agrícola, en un contexto que se espera evolucione con el cambio climático y cuyas alteraciones deben analizarse y preverse.

La abundante dotación de recursos de la región ya ha servido de base para desarrollos significativos hacia una economía de base biológica en la región. El fortalecimiento de su papel tradicional en los mercados internacionales agrícolas y de alimentos mediante los procesos de transformación agrícola, no solo ha tocado a los sectores tradicionales, como los cereales, las semillas oleaginosas y los productos tropicales: la región ha hecho importantes incursiones en el desarrollo de nuevos usos de la biomasa, por ejemplo, en el sector de los biocombustibles, así como en aplicaciones biotecnológicas y prácticas de ecointensificación.

En la actualidad, Brasil prácticamente domina el mercado internacional de comercio de etanol y Argentina y otros países se están convirtiendo en actores clave en el desarrollo de los mercados de biodiésel. Basados en sus fortalezas como productores de cultivos de azúcar y aceite, casi todos los países de la región tienen planes en marcha para aumentar su producción de etanol y/o biodiésel en el futuro inmediato. Brasil dobló su producción de biodiésel en el 2011 (www.biodieselmagazine.com/article.jsp?article_id=1064-35k). Argentina aumentó su producción a más de 3 millones de toneladas en el 2010 (Kerlakian 2008) y Colombia tiene planes avanzados para una refinería de aceite de palma de 300.000 toneladas, que se espera entre en producción durante esta década. Existen proyectos de biocombustibles que se encuentran en diferentes fases de desarrollo en Costa Rica, Honduras, Perú y Paraguay, entre otros (IICA 2010). La importancia de este potencial y sus tendencias se refleja en las proyecciones del papel que se espera que juegue la bioenergía en los equilibrios de oferta y demanda futuros, donde aparece ALC como la única región en el mundo capaz de cumplir con sus requerimientos de energía con base en alternativas “bio”. Según estimaciones recientes (Gazzoni 2009), esto requeriría solo un aumento relativamente pequeño de las tierras agrícolas destinadas a usos bioenergéticos: partiendo de un 1,3 % en la actualidad a alrededor de 2,4 % para el 2030. Además, existe un gran y creciente número de iniciativas para potenciar esta situación por medio de la producción de energía a pequeña escala, ya sea dirigido a la producción en tierras marginales en asociación con cultivos de alimentos (frijoles negros –habas de aceite de ricino en el norte–) tierras áridas de Brasil este. Programa Biodiesel combustível Social, véase http://comunidades.mda.gov.br/portal/saf/programas/biodiesel o sobre la base de diferentes tipos de residuos y subproductos agrícolas (véase, por ejemplo http://www.icidca.cu/Red/QueEs.htm).

La región es también un actor importante desde las etapas iniciales de la utilización biotecnológica de plantas GM. Las tecnologías de cultivos GM –soja, así como maíz y algodón resistentes a insectos y tolerantes a herbicidas– se introdujeron en diferentes países casi simultáneamente a su disponibilidad comercial en los mercados internacionales. De los cerca de 30 países en el mundo que están utilizando tecnologías de modificación genética en la actualidad, diez se encuentran en América Latina. Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay están plantando actualmente más de un tercio de la superficie mundial con cultivos transgénicos y se encuentran entre los diez mayores productores a escala mundial (James 2012). La importancia de estos avances no es poca. A pesar de que las tecnologías convencionales de mejoramiento de cultivos están evolucionando rápidamente, las tecnologías de modificación genética se están convirtiendo en un componente clave en el cumplimiento de objetivos tanto económicos como ambientales. Desde una perspectiva ambiental, estas tecnologías están mostrando impactos significativos en términos de reducción de la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) (Brookes y Barfoot 2012). Es más, se estima que, debido a la adopción de la soya transgénica en Argentina, los precios internacionales de la soya son hoy un 14 % más bajos de lo que hubieran sido si estas tecnologías no se hubieran utilizado. Trigo (2011) y Brookes y Barfoot (2012) han estimado impactos similares para otros cultivos transgénicos.

Los países de América Latina también pueden promover experiencias reconocidas internacionalmente en algunas de las prácticas de intensificación ecológica, especialmente en “labranza cero”. Esta práctica ha tomado fuerza en los últimos 20 años y hoy en día es ampliamente usada en Argentina, Paraguay, Uruguay y Brasil, porque contribuye al incremento de los suministros agrícolas bajo estándares de desempeño ambiental mejorados (Trigo et al. 2009). El impacto ambiental positivo neto de este procedimiento se ha dado en términos de retención en el suelo de una cantidad aproximada de 50 millones de toneladas de dióxido de carbono, en el caso de Argentina y alrededor de 0,85 millones de toneladas en Paraguay y Uruguay (Brookes y Barfoot 2012).

Estos recursos y experiencias resaltan la importancia de las vías de la bioeconomía para la región y de la naturaleza sustancial de las contribuciones que los países pueden hacer tanto a los equilibrios globales como a los desafíos regionales. Es importante señalar que todos estos aspectos se han originado a partir de procesos espontáneos orientados al mercado y deben ser cuidadosamente monitoreados en cuanto a su evolución futura y a la manera como pueden ser optimizados en términos de beneficios regionales y globales. Está muy claro que cualquiera que sea el escenario futuro que se pueda anticipar para la bioeconomía mundial, ALC desempeña un papel específico para conseguir los equilibrios globales de alimentos/provisiones/combustible que se necesitarán. Al mismo tiempo, la región tiene un desafío propio: el hambre y la pobreza, aunque no tan dramáticas como en otras partes del mundo en desarrollo, siguen siendo importantes en toda la región, especialmente en las zonas rurales, haciendo de la agricultura y la producción de biomasa un componente esencial para cualquier estrategia de reducción de estos fenómenos. En este sentido, la bioeconomía en ALC tiene un conjunto dual de objetivos: en el contexto mundial, juega un papel fundamental en la contribución a los balances globales de alimentos, fibra y energía, además del mejoramiento de la sostenibilidad ambiental. Por otra parte, dentro de los límites de la región, la bioeconomía emergente es una nueva fuente de oportunidades para un crecimiento equitativo, mediante una producción agrícola y de biomasa mejorada y para un aumento de oportunidades laborales.

En un contexto histórico, la transición hacia una bioeconomía en ALC también ofrece la posibilidad de ir más allá de la visión dicotómica de la agricultura contra el desarrollo industrial que ha dominado los debates sobre estrategias de desarrollo regional desde la década de los cincuenta, en razón a que los vínculos entre agricultura e industria se expanden más allá de los puntos de vista tradicionales, para incluir un conjunto mucho más complejo y estratégico de las relaciones insumo-producto. Las siguientes secciones del artículo contemplan dos aspectos considerados críticos para la discusión regional: el primero se refiere a la seguridad alimentaria, a las oportunidades de desarrollo rural y a la situación política e institucional. Luego la discusión presenta las que serían las vías principales para tener en cuenta en el desarrollo de la bioeconomía en la región y revisa los principales obstáculos que deben abordarse para que esas vías sean eficaces.

Seguridad alimentaria y oportunidades de desarrollo local

El concepto de bioeconomía basada en la diversificación y la intensificación sostenible de la utilización de los recursos naturales implica una posible competencia entre los alimentos y la energía u otros usos. Esto ha sido motivo de preocupación desde que el concepto comenzó a ser discutido, pero se ha acentuado más en los últimos tiempos como consecuencia de la subida de precios de los alimentos y el surgimiento de conflictos sociales y de disturbios en varios países (Mittal 2009). Como los precios del petróleo se han incrementado y las alternativas biocombustibles han recibido una mayor atención tanto en los países desarrollados como en los de vías de desarrollo, la cuestión del impacto de la bioeconomía en la seguridad alimentaria (acceso, disponibilidad, estabilidad y uso de los recursos) se ha trasladado a la vanguardia de la discusión. La importancia del asunto no se cuestiona. Es evidente que la seguridad alimentaria está estrechamente relacionada con el uso del suelo y si se toman los recursos de la producción de alimentos y se asignan a otros usos, seguramente existe fundamento para las preocupaciones expresadas.

Este conflicto potencial, sin embargo, debe ponerse en contexto y se deben tener en cuenta varios aspectos para un debate significativo. No todos los países están, respecto a ello, en la misma situación. Los que poseen “abundancia de tierra”, como Ecuador, Surinam, Guyana, Paraguay, Uruguay, México, Perú, Venezuela, Colombia, Bolivia, Argentina y Brasil (IICA 2010) se encuentran sin duda, en una posición diferente a la de los países más pequeños, dependientes de las importaciones de alimentos, que suelen ser los de mayor inseguridad alimentaria, dada la alta dependencia de las importaciones de alimentos de primera necesidad y las exportaciones de productos tropicales primarios (FAO 2008). Sin embargo, algunos biocombustibles importantes están bajo parámetros de demanda cambiante. Este no es el único factor que explica la evolución reciente de los mercados de materias primas agrícolas porque la combinación de una serie de malas cosechas, el estancamiento de cambios tecnológicos y los pequeños aumentos en el rendimiento derivados de ello, así como un cambio estructural de la demanda de un número significativo de consumidores de los países emergentes, parecen también estar jugando un trascendental papel (Trostle 2008). La agricultura ha sido subestimada como fuente de crecimiento y con respecto a su rol en la mitigación de la pobreza. Esto se refleja en una reducción de las inversiones en todos los ámbitos, incluida la I+D y también en la dinámica del cambio de rendimiento de los cultivos que ha disminuido de más del 2 % al año en la década de 1980 a menos del 1 % en la actualidad (CGIAR 2011). Antes de que se emita un dictamen final al respecto debe señalarse explícitamente la combinación de todos estos factores.

Pero incluso si las tensiones actuales se relacionan con la competencia entre alimentos y combustible/energía, en una perspectiva a más largo plazo, la bioeconomía es un elemento más positivo que negativo en el balance general. La esencia del concepto –como se indicó más arriba– es sobre el uso más eficiente y eficaz de los recursos naturales (biomasa, procesos biológicos), por medio de un incremento en la intensidad de conocimiento, lo que lleva, finalmente, a diversificación y aumento significativos de los niveles de producción y abre espacios tanto para más alimentos como para alternativas energéticas de base biológica.

Un primer aspecto que se debe considerar son los impactos de los ingresos de las opciones basadas en la bioeconomía. Estos serán dobles: la geografía de la pobreza ha cambiado de manera significativa en las últimas décadas, con zonas urbanas que concentran ahora el mayor número de pobres y con zonas rurales que aglutinan los peores casos de inseguridad alimentaria y pobreza. El desarrollo de la bioeconomía puede ayudar a mejorar ambas situaciones. Apuntar a la producción agrícola a nuevos niveles de productividad contribuirá a mejorar el suministro de alimentos para los pobres situados en la urbe, y al mismo tiempo, la seguridad alimentaria en las zonas rurales, que es principalmente una consecuencia de la pobreza y la falta de oportunidades. De este modo, el progreso sostenido en el negocio agrícola también ayudará a mejorar la seguridad alimentaria de la población rural pobre mediante ingresos y lazos laborales (von Braun y Kennedy 1994; IICA 2010).

Las oportunidades de la bioeconomía pueden estar vinculadas a casi cualquier tipo de material vegetal. En esencia, las industrias de base biológica están bien adecuadas para la producción local y también funcionan como motor para el desarrollo rural y la generación de ingresos. En los países desarrollados, la mayor parte de la tierra disponible ya está siendo utilizada, pero en muchas de las regiones más pobres del mundo, la proporción de tierras inutilizadas es todavía significativa y potencialmente podría emplearse para la producción de cultivos energéticos (IICA 2010).

La bioeconomía puede ofrecer nuevas alternativas para salir del círculo vicioso de la pobreza en la que muchas comunidades rurales se encuentran cuando la base de su tierra no es apta para la producción de alimentos con alto rendimiento. La cuestión es mover la discusión de oportunidades más allá de la actual generación de alternativas energéticas a base de plantas, hacia estrategias que exploren más agresivamente los recursos locales de la biodiversidad y su relación con la consolidación de las oportunidades de empleo rural no agrícola. En este sentido, Henry y Trigo (2010) y Bruins y Sanders (2012) indagaron por las potenciales alternativas a pequeña escala y encontraron que hay un amplio espectro de oportunidades relevantes para agregar valor local o en granjas, relacionadas con la bioenergía o para alimentar la producción de valores. La falta de electricidad que, en muchos casos es una de las restricciones fundamentales para un mejor acceso al mercado y la generación de ingresos en contextos rurales aislados, se pueden resolver con microunidades alimentadas con materia prima de biomasa local y/o subproductos (yuca, sorgo dulce, batatas, bananos y plátanos, residuos de plantas y animales y desechos), creando así mejores alternativas de procesamiento y conservación. El procesamiento rural para el suministro de productos “intermedios” puede resolver las restricciones de transporte y logística y facilitar los enlaces productivos locales con fábricas de gran escala (es decir, preprocesamiento de yuca para las fábricas de producción de almidón).

Más allá del vínculo de la energía, también existen las oportunidades de valorización de la biodiversidad mediante la identificación de los componentes funcionales de valor, como la base para el desarrollo de los sistemas de “denominación de origen”, que también representan posibilidades de generación de ingresos que deben tenerse en cuenta. En diferentes partes del mundo se exploran con éxito estas y otras alternativas. No obstante, todavía son muy dependientes de los diferentes tipos de “políticas favorables a los pobres (públicos)”, (subsidios focalizados, inversiones, formación, información, asesoramiento) o las políticas de “responsabilidad social corporativa” del sector privado, para mostrar un alto grado de inserción de los actores a pequeña escala (Henry y Trigo 2010). El camino hacia la bioeconomía emergente pide la incorporación de estas experiencias en la reducción de la pobreza y en las estrategias y políticas de desarrollo rural.

Vinculado a lo anterior, pero con una identidad propia, figuran las posibles aplicaciones de la biotecnología para aumentar la oferta mundial de alimentos. Hasta ahora, ese potencial solo se ha explotado de un modo muy limitado y en relación, sobre todo, con sus aplicaciones transgénicas en un puñado de cultivos y caracteres –soja, maíz, algodón y canola– y se ha conseguido tolerancia a herbicidas y resistencia a los insectos, como lo más prominente. Esto se atribuye a razones más relacionadas con la política y los factores institucionales que a la falta real de alternativas tecnológicas. Del mismo modo como la bioeconomía es más que los biocombustibles, también es más que la transgénesis (Rocha 2011). En los últimos años, han sido monumentales los avances en la genómica y en otras aplicaciones más sencillas, no controvertidas, de la nueva biología (Lusser et al. 2011). Sin embargo, todavía no están plenamente incorporadas al conjunto de herramientas para hacer frente a la sostenibilidad global y a los desafíos de la seguridad alimentaria y hay casos en los que aun cuando este tipo de tecnologías de cultivo novedosas es claramente no MG, las aplicaciones no científicas de evaluación de riesgo son importantes obstáculos para la aplicación de estos métodos prometedores. Explotar plenamente estos avances en la producción y poscosecha, podría hacer que muchos de los temas de competencia de los recursos que se están discutiendo hoy en día sean irrelevantes y contribuiría a resolver el problema de la pobreza detrás de las abundantes situaciones de inseguridad alimentaria.