Kitabı oku: «La MANE y el movimiento estudiantil en Colombia», sayfa 3
La suerte que corría el proyecto de reforma educativa en el Congreso puso en alerta a la FNE. El 19 de septiembre de 1925, al grito de ¡Viva la reforma!, una manifestación estudiantil se instaló en las barras del recinto con el objeto de reclamar la aprobación del proyecto que había sido entregado por el propio presidente Ospina semanas atrás (“La manifestación estudiantil”, 1925). Posteriormente, el proyecto pasó a la Cámara, en donde se debía continuar la discusión del articulado. Allí, la dilación de la discusión fue la estrategia adoptada por los representantes, que, interesados en impedir la aprobación del proyecto, prefirieron dedicarse a discutir otros asuntos. El proceder de los parlamentarios obligó a los estudiantes a enviar un memorial a la corporación reclamando que se retomara la discusión del proyecto de reforma educativa (“Invitación estudiantil”, 1925). Sin embargo, la jugada de quienes estaban interesados en sabotear la aprobación del proyecto se consumó con la clausura de las sesiones del Congreso por tiempo cumplido, lo que conllevó que aquel fuera archivado (Muller, 1991).
La suerte final del proyecto educativo tuvo efectos de corto y largo plazo en el movimiento estudiantil. Su no aprobación representó un golpe emocional que desató recriminaciones entre los miembros más comprometidos de la agremiación. Para unos, el espíritu carnavalesco (ligado a los efectos de la Fiesta del Estudiante) había impedido que los estudiantes divisaran la importancia de lo que se estaba discutiendo en el Congreso y previeran la necesidad de ejercer una mayor presión sobre las autoridades para lograr su aprobación. Si bien esa tesis podría dar cuenta de una parte de la explicación, hubo otros factores que incidieron en la suerte del proyecto de reforma educativa y que comprometían a las fuerzas estudiantiles; por ejemplo: la debilidad del gremio estudiantil12 y que la propuesta de eliminar las universidades departamentales para convertirlas en facultades hubiese provocado la reacción de los estudiantes de provincia, que se opusieron a esa medida (Díaz Jaramillo, 2017b).
En 1928 y 1930 se realizaron dos nuevos congresos estudiantiles. En el de 1928, celebrado en Ibagué, se abordaron asuntos como la reforma universitaria (cátedra libre, libre asistencia a clases e implementación de seminarios) y se abogó por la autonomía académica y económica. También se trataron asuntos vinculados con la política internacional y se emitieron proposiciones de condena al “imperialismo” y de solidaridad con la lucha que libraba Augusto César Sandino en Nicaragua. Sin embargo, lo distintivo de ese congreso y del que se realizó en Santa Marta en 1930 fue el enfrentamiento entre las distintas corrientes por el control de los cargos directivos de la federación estudiantil, que apenas si escondían disputas por asuntos de carácter político, lo que se explica por la instrumentalización que los partidos políticos habían hecho o pretendían hacer del movimiento estudiantil (Ayala, 2007).
En tiempos de la República Liberal (1930-1945)
En este apartado se analizará el comportamiento de los estudiantes entre 1930 y 1945, periodo que abarca la experiencia que se conoce como la República Liberal y en el que la reivindicación de la reforma universitaria tuvo un peso menor en las huestes estudiantiles, particularmente en los dos últimos lustros. En cambio, lo que sí se observará con fuerza es un predominio de enfrentamientos entre los estudiantes por razones políticas, como expresión y prolongación de las disputas entre los partidos políticos, que estaban interesados en instrumentalizar el activismo estudiantil. Este interés, por supuesto, no era una novedad, ya que se había registrado en otros momentos. Sin embargo, lo que sí parece propio del periodo que ahora analizaremos es un manifiesto interés por hacer que la relación partidos políticos-estudiantes fuese más sólida.
Diversos acontecimientos ocurridos en el orden nacional e internacional animaron ese propósito y dieron consistencia al volcamiento de las expresiones estudiantiles por los temas políticos, dejando los asuntos universitarios en un segundo plano. Por ejemplo, en el contexto nacional, el arribo de los liberales al poder en 1930 constituyó un hecho de notable importancia que tuvo un efecto especial en el imaginario estudiantil. Como es ya conocido, en los gobiernos liberales que se sucedieron desde aquel año, pero particularmente en el primero de Alfonso López Pumarejo (1934-1938), se promovió una serie de reformas que incluyeron el campo de la educación y la cultura (Silva, 2012), las cuales despertaron apoyos y enconos de múltiples actores de la vida nacional. En el ámbito educativo, el Estado otorgó la autonomía universitaria a la principal institución de educación superior del país, garantizó el acceso de la mujer a la universidad y reivindicó una instrucción laica y técnica. Estas medidas dieron origen a un compromiso de los estudiantes de tendencia liberal y socialista con la defensa de esas reformas, pero también enemistaron a sectores estudiantiles ligados al conservatismo y a la Iglesia católica. En el contexto internacional, el ascenso del fascismo europeo, el estallido de la Guerra Civil en España y, más adelante, el inicio y desarrollo de la Segunda Guerra Mundial (1939) alimentaron los enfrentamientos bipartidistas en Colombia, que habían adquirido una mayor profundidad precisamente por los intentos de modernización de la estructura económica y educativa impulsada por el liberalismo y que recibieron la oposición del conservatismo político y religioso.
Como ha sido resaltado en otro lugar (Archila, 1999), algunos sectores estudiantiles se sintieron animados a apoyar las reformas educativas impulsadas por el Estado al considerar que estas representaban soluciones a las demandas exigidas por el movimiento estudiantil en años anteriores. Incluso, varios de sus líderes de los años 20 fueron cooptados por los gobiernos liberales y designados en la burocracia estatal o iniciaron carrera política en las toldas de ese partido. Una de las medidas que adoptó el Gobierno de López Pumarejo que recibió el apoyo de sectores estudiantiles fue la Ley (68) Orgánica de la Universidad Nacional, promulgada en 1935, la cual consagró la autonomía y la cátedra libre, reorganizó la universidad en torno a facultades, creó instancias colegiadas de gobierno universitario, reiteró la misión de estar al servicio de la nación y la dotó de un campus nuevo, que garantizó la centralización física (Tirado Mejía, 1995, p. 83).
Estas medidas, como se anotó, tuvieron efectos en el comportamiento del movimiento estudiantil. El decaimiento de la labor gremial, que se registraba desde comienzos de la década de 1930, se reforzó con el paso de los años, como también se afianzó la tendencia a la confrontación abierta por razones políticas. Ese fue el espíritu que se registró, precisamente, en el quinto congreso nacional, que se realizó en Bogotá en 1934. A la postre, se trató del último congreso, con lo cual se cerró un ciclo que se había iniciado en 1922 y que tuvo un notable significado para el movimiento estudiantil colombiano. Además, la FNE dejó de existir, lo que ratificó el fracaso de una dinámica que parecía no corresponder con los nuevos tiempos o que, por lo menos, mostraba signos de agotamiento.
El decaimiento de las demandas gremiales se correspondió con el aumento de las tensiones entre los estudiantes por motivos políticos, un viraje que, en últimas, le quitó al movimiento estudiantil la visibilidad que había tenido en otros tiempos (Archila, 2012). La lógica amigo-enemigo se impuso y estuvo determinada por la adscripción partidista. Eso explica la creación, por parte de los estudiantes, de organismos de carácter político, antes que de carácter gremial, diseñados para extender el radio de influencia partidista. La Unión Nacional de Estudiantes Conservadores y la Asociación Nacional de Estudiantes Anticonservadores, creadas a mediados de los años 30, ejemplificaron ese interés (Ayala, 2007).
Hacia el final de la década de los 30, con una nueva generación de universitarios en escena, se escucharon voces a favor de la necesidad de constituir una agremiación estudiantil nacional. Ciertos hechos parecían dar impulso a ese interés. Armando Solano, un reconocido intelectual liberal, hizo un llamamiento a los universitarios para que reconstruyeran la federación que había existido años atrás —el hecho es diciente de lo que hemos venido mencionando—. Por otro lado, en el primer semestre de 1940, se creó en Medellín una federación de estudiantes de bachillerato, lo cual demuestra la persistencia de iniciativas destinadas a construir organizaciones; en Bogotá, ese mismo año, un grupo de universitarios (Hernando Plazas Castañeda y José Currea Mora, entre otros) que editaba el periódico El Estudiante se dio a la tarea de impulsar la realización de un congreso nacional, que, finalmente, se llevó a cabo en julio de 1940 en la capital del país. Siete años exactos habían trascurrido desde la realización del último congreso estudiantil.
Con el discurso de apertura a cargo de Jorge Eliécer Gaitán, ministro de Educación, y con la presencia de cerca de treinta estudiantes de universidades y colegios de bachillerato (como rasgo particular del evento, por primera vez participó una mujer, Gloria Inés Forero, quien fue elegida como delegada de la Universidad Libre), el congreso sirvió de marco para la constitución de la Federación de Estudiantes de Colombia (FEC). El temario tratado contempló asuntos académicos y gremiales: la situación de la educación en los tres niveles (primaria, secundaria y universitaria), la petición de rebaja en las pensiones del bachillerato, el establecimiento de plazos fáciles para el pago de las matrículas universitarias, la eliminación de los derechos en los exámenes de habilitación y los preparatorios, la creación de una casa de la federación y de una cooperativa universitaria y la fijación de rebajas en artículos de consumo y en el transporte, entre otros. Asimismo, se trataron asuntos de carácter político, como la reivindicación de la paz y la democracia en un contexto internacional en el que la confrontación bélica llegaba a un nivel crítico. Sin embargo, hubo interés en que los temas políticos no condujeran a enfrentamientos entre los universitarios, pretensión que, si bien no fue del todo posible, no puso en riesgo la existencia del evento ni de la recién constituida federación.
Esta fue la dinámica que quiso ser replicada en los tres siguientes congresos estudiantiles, efectuados en Manizales (1941), Medellín (1942) y Cartagena (1943). Así, lo que ocurría al despuntar la década de 1940 era algo inusual y, por ende, necesario de destacar: si entre 1922 y 1934 se habían realizado cinco congresos estudiantiles, ahora eran cuatro los eventos de esa naturaleza los que se habían efectuado en apenas cuatro años. ¿Cómo explicar tal dinamismo? Quizá las razones deban buscarse en el campo de la política y, particularmente, en el impacto que estaban produciendo los sucesos internacionales en los estudiantes. En efecto, se debe indicar que los congresos nacionales se constituían en oportunidades para que los estudiantes pudiesen emitir sus puntos de vista acerca del acontecer mundial y local, siendo el rasgo común predominante la discusión de sucesos que, como la guerra europea, eran de gran interés para la juventud. Parecía como si no bastara con ocupar y aprovechar los espacios propios de la actividad política, como la calle, la prensa o la radio.13 En el congreso estudiantil de 1942, por ejemplo, se aprobó una declaración en la que se planteaba la decisión de los estudiantes de “luchar hasta la muerte, si es preciso, en defensa de la independencia nacional y de la seguridad del continente” (“Aprobada una declaración”, 1942, p. 1).
Sin embargo, la unidad pudo sostenerse solo hasta el cuarto congreso, reunido en Cartagena en 1943. En dicho evento se propuso un temario que contempló cuatro cuestiones a tratar: problemas educativos (enseñanza universitaria y reglamentación profesional, enseñanza industrial, agrícola y comercial, enseñanza secundaria y normalista, enseñanza primaria y vocacional y disminución del analfabetismo), realidad colombiana (situación económica y social de la nación en un contexto de guerra, desarrollo y defensa de la industria nacional e incremento y tecnificación de la agricultura), situación internacional (postura del estudiantado en la defensa de la patria y de las democracias, el estudiantado en la unidad nacional y la solidaridad americana) y organización estudiantil (la FEC y el estudiante en la universidad y el mejoramiento de las condiciones de vida de la juventud: salarios, alimentación, sanidad y jornada de trabajo).14
La discusión sobre el curso de la guerra mundial y sobre la posición que debía adoptar Colombia dio lugar a enfrentamientos entre los sectores estudiantiles de diversa filiación política que habían concurrido al evento. Desde luego, tales acusaciones expresaban divisiones ya presentes en el gremio estudiantil, así como la dinámica de la política interna del país. Quienes tildaban a un sector de universitarios de “falangistas” eran estudiantes liberales y comunistas, que defendían los avances en materia de educación impulsados en los últimos años y se identificaban, en el plano internacional, con los países aliados que luchaban contra el fascismo, mientras que aquellos que acusaban al otro sector de “comunistas” eran estudiantes vinculados a las expresiones del conservatismo, que se oponía a la modernización educativa y simpatizaba con el fascismo europeo.15 El primer sector, que se autodefinía como “demócrata”, aprobó saludos al presidente, Alfonso López Pumarejo, y a los dirigentes de las “democracias en guerra” y dio curso a proposiciones de apoyo a algunas medidas que había adoptado el Gobierno local, como la de detener e investigar a personas en las que recaía la sospecha de ser espías al servicio del fascismo. Incluso, este sector llegó a proponer una declaratoria de guerra a los países del eje, aunque en el texto final se aprobó una “acción de fe” por la causa aliada.
A raíz de los enfrentamientos, el evento se fracturó en dos bloques que sesionaron en lugares distintos, cada uno reclamando la autenticidad de la representación del congreso estudiantil. Y aunque se hicieron esfuerzos para volver a reunir las dos fuerzas, fue imposible conseguirlo. Exacerbaron las tensiones los cuestionamientos que formularon sectores regionales, como la Federación Antioqueña de Estudiantes, la Federación de Estudiantes del Atlántico y el Centro Gonzalo Bravo de Cartagena, al modo como estaba funcionando la FEC y al comportamiento que adoptaban sus directivas. Se argumentaba, por ejemplo, que la FEC solo funcionaba en Bogotá y que sus dirigentes no cumplían a cabalidad con la misión que se les había designado. Con base en esas críticas, dichos sectores propinaron el golpe de gracia a la organización al reformar los estatutos que la regulaban y abrieron paso a una nueva agremiación: la Confederación de Estudiantes de Colombia (CEC). Esta debía reunir a las distintas federaciones departamentales (la FEC pasaría ahora a ser la Federación de Estudiantes de Cundinamarca [Fedec]) y cada una contaría con sus propios reglamentos y dirigencia, que sería elegida periódicamente. Se buscaba de ese modo que cada federación regional preservara su autonomía, algo de lo que carecían con el esquema de la antigua FEC, según se aducía.
¿Qué puede concluirse al revisar los temas que fueron discutidos en los congresos estudiantiles de este periodo? Es evidente que, si bien el interés por los asuntos educativos seguía presente en el activismo estudiantil, este no tenía las mismas dimensiones de épocas anteriores. Las demandas formuladas, como se vio, apuntaban a asuntos específicos, como la rebaja en los precios de las matrículas o el mejoramiento de la educación técnica e industrial, pero parecía no existir un interés por incidir en asuntos de política educativa de mayor calado. A la par, se nota la persistencia de un interés por las cuestiones políticas de carácter local o internacional, a tal punto que hubo momentos en que estas tuvieron primacía sobre las de carácter educativo. Tanto fue el peso de la preocupación por “lo político”, se puede concluir, que este incidió en la suerte de la agremiación que se había constituido en 1940, conduciéndola, sin que ese fuese necesariamente el propósito, a su fractura y posterior extinción, historia que, como se anotó en su momento, ya se había visto a comienzos de los años 30.
En ocasiones, los reclamos de carácter gremial o educativo dieron origen a conflictos —algunos de resonancia— que trascendieron los marcos de la universidad. Esto es relevante porque manifiesta que las acciones contenciosas no desaparecieron en el periodo que se analiza. Así lo demuestran las protestas que se registraron en varias ciudades en 1938, en las que participaron estudiantes de bachillerato y universidad y en donde hubo reivindicaciones gremiales relacionadas con el cuestionamiento al examen de revisión —una evaluación escrita que debían presentar los estudiantes al final de la secundaria— y el curso preparatorio —un año adicional para que los bachilleres pudieran ingresar a la universidad (Moreno Martínez, 2009)—. Si bien se acusó a sectores políticos afines al conservatismo de haber azuzado a los estudiantes a la protesta, no debe desconocerse que hubo motivos gremiales en ese conflicto. Sin embargo, en otras ocasiones, parece haber predominado el motivo político en la protesta estudiantil, como ocurrió a mediados de 1945, cuando el conservatismo promovió movilizaciones de estudiantes en colegios y universidades confesionales en rechazo a supuestos ataques de los que era objeto la religión católica y ante el avance del comunismo en el país —según se manifestaba en la prensa conservadora—. Se trató, en este caso, de un interés del conservatismo por agudizar la crisis del Gobierno de López Pumarejo, lo que a la postre sucedió y abrió, de paso, el retorno del Partido Conservador al poder en 1946 (Díaz Jaramillo, 2017a).
La restauración conservadora (1946-1957)
Si bien la decisión de modificar la estructura de la FEC no fue aceptada por un sector de estudiantes, la agremiación en la práctica quedó reducida en su accionar, a tal punto que, para la segunda mitad de la década de 1940, había desaparecido de los escenarios universitarios, aunque, como veremos, el nombre volvería a ser empleado en un contexto totalmente diferente en la década de 1950. De la CEC es difícil precisar la suerte que tuvo, ya que las fuentes de información no permiten establecer su presencia e incidencia. Es probable que no haya tenido mayor protagonismo como resultado del fraccionamiento en el que se hallaba el activismo estudiantil. Debe tenerse en cuenta, al respecto, que el protagonismo de los estudiantes era visible a nivel regional y local. De hecho, en varios departamentos existían federaciones y agrupamientos (como los que hemos mencionado) que, además de sostener una dinámica en torno a los problemas educativos, reproducían las tensiones y disputas políticas que se habían registrado en la FEC.
Además, en el plano nacional, los estudiantes promovieron organizaciones de clara orientación política en clave de construir unidad juvenil en torno a asuntos como la posición de Colombia frente al curso de la guerra mundial. En septiembre de 1944, precisamente, se realizó la primera Conferencia de Dirigentes Juveniles de Colombia, en la que participaron sectores de la FEC, la Confederación Juvenil, la Juventud Liberal y organizaciones regionales. Al año siguiente, se creó la Federación de Juventudes Democráticas de Colombia, compuesta por varias organizaciones juveniles regionales, que tuvo como uno de sus objetivos crear entre los jóvenes una conciencia antifascista (Cortés y Reina, 2014, pp. 153-154).
Precisamente, nuevos hechos del orden nacional fortalecieron en los estudiantes la importancia de lo político. En 1946, los conservadores retornaron al poder, con lo que se puso término a una seguidilla de gobiernos liberales. Las diputas y enfrentamientos entre las dos facciones políticas se agudizaron, lo que enrareció un ambiente de violencia que fue creciendo con el paso de los meses. Que ese año se hubiese creado la Unión Estudiantil de Izquierda, la cual definió como propósito principal luchar “contra las fracciones reaccionarias de Colombia”, da cuenta de cómo las tensiones propias del campo político se proyectaban al movimiento estudiantil, condicionando su comportamiento y definiendo su papel (“Unión Estudiantil de Izquierda”, 1946).
El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán —quizá la máxima expresión del estado de violencia que se había apoderado del país desde hacía algún tiempo— aceleró el proceso de restauración conservadora, que significó el retroceso de la modernización de la sociedad y que, como se anotó, tuvo manifestaciones en el sistema educativo. En el Gobierno del conservador Mariano Ospina Pérez (1946-1950), en efecto, la educación superior se reorientó en términos ideológicos, se vulneró la cátedra libre y se dio un redireccionamiento a la universidad (Lebot, 1979, p. 40; Molano y Vera, 1982, p. 131). Sin embargo, la mayor arremetida ocurrió en el Gobierno de Laureano Gómez (1950-1953), quien resultó ganador en unas elecciones en las que el Partido Liberal no participó al aducir falta de garantías. Durante la administración de Gómez, la política educativa apuntó a abolir las reformas introducidas por Alfonso López Pumarejo, y el Estado recuperó el manejo total de la universidad. A través del Decreto 3708 de 1950, que modificó la Ley 68 de 1935, y del Decreto 0364 de 1951, se redefinió la participación de los estudiantes y profesores en el gobierno de la universidad pública (Molano y Vera, 1982, p. 149). Además, se reglamentó el ingreso a las facultades por medio de una selección rigurosa de los estudiantes (Decreto 3246 de 1950). Según la visión de Laureano Gómez, las reformas educativas introducidas por el liberalismo habían incidido de manera negativa en la sociedad colombiana al originar un tipo de estudiante que se había dedicado menos a las labores académicas y más a la agitación política. Por si fuera poco, la universidad pública se había convertido en un fortín al mando de individuos de orientación socialista y comunista, hecho que no podía ser tolerado.
El Gobierno conservador pretendió además promover una organización estudiantil de bolsillo que secundara propósitos como la reforma constitucional, que apuntaba a consolidar un régimen corporativista. Eso explica el patrocinio que el partido le dio a un encuentro de profesores y estudiantes en Medellín, en abril de 1953, del que salió constituida la Federación de Universitarios de Colombia (FUC), agremiación que contó con el aval de la jerarquía eclesiástica. El carácter y perfil ideológico —conservador y católico— de la FUC permite comprender por qué esta no definió como postulados la reivindicación de la autonomía universitaria ni la libertad de cátedra, banderas tomadas por los estudiantes en épocas anteriores y que fueron convertidas por el Gobierno conservador en blancos de ataque (Ruiz, 2002, p. 58).
Sin embargo, los propósitos de Gómez no pudieron materializarse, ya que un golpe militar propinado por el teniente Gustavo Rojas Pinilla en 1953 lo obligó a dejar el cargo de primer mandatario y a salir rumbo a España. De cualquier modo, dos hechos relacionados con los procesos de organización estudiantil se pusieron en evidencia en este periodo: por un lado, la dependencia del gremio estudiantil de actores extraños a la propia comunidad universitaria (en este caso, a los gobernantes de turno y a la Iglesia católica), lo que necesariamente le restaba capacidad de crítica y actuación con criterio propio, y, por otro lado, el nivel de instrumentalización del movimiento estudiantil, aunque se debe decir que no solo el sector del conservatismo fue responsable, ya que en otras oportunidades los gobiernos liberales intentaron hacer lo mismo.
En el periodo de la dictadura militar (1953-1957), el movimiento estudiantil tuvo posturas disímiles. Si bien saludó el golpe que depuso a Laureano Gómez, en junio de 1953, un año más tarde se convirtió en el principal antagonista de los militares. Diversos hechos originaron la inconformidad estudiantil, siendo el más significativo la muerte de varios universitarios el 8 y 9 de junio de 1954 en Bogotá. El suceso, como ha sido resaltado, tuvo un impacto profundo en la comunidad estudiantil y estimuló un sentimiento antimilitar que se proyectaría en las décadas siguientes (Ruiz, 2002, p. 54). Desde luego, los militares siempre vieron con recelo a los estudiantes, pues consideraban que estos podrían ser un obstáculo para la conservación de la tranquilidad del régimen, de ahí que se buscara la desarticulación de un posible movimiento estudiantil en las universidades. Sin embargo, fue el propio Gobierno militar, con sus acciones erradas, el que propició el reagrupamiento de los jóvenes en torno a la Federación de Estudiantes de Colombia, agremiación que se constituyó a raíz de los hechos de junio de 1954. Obviamente, si bien se recuperaba el nombre que había tenido la antigua federación, se trataba de una experiencia diferente al ser distinto el momento histórico y al ser sus impulsores miembros de una generación estudiantil distinta.
En un principio, la nueva FEC estuvo constituida por pequeños núcleos estudiantiles de universidades de Bogotá, Medellín, Popayán, Cartagena y Barranquilla, embebidos de ideas democráticas y progresistas e “interesados por la situación de sus pares en el ámbito latinoamericano, que conocían los preceptos de la Reforma de Córdoba y principalmente convergían en la necesidad del retorno al sistema democrático” (Ruiz, 2002, p. 59). Entre los derroteros que se fijó la nueva agremiación, figuraba la necesidad de una reforma universitaria que garantizara la autonomía académica, administrativa y financiera; la participación de los estudiantes, profesores y exalumnos en los organismos de dirección de la universidad; la libertad de cátedra y la elección del profesorado por concurso; la ampliación de los cupos de ingreso, y la reducción del valor de las matrículas (Ruiz, 2002, p. 62). Como se observa, la FEC desempolvaba los viejos postulados de la Reforma de Córdoba de 1918, en reacción a las medidas conservadoras que habían lesionado aspectos como la autonomía universitaria y la libertad de cátedra.
Si bien la FEC se declaró como una agrupación gremial que no discriminaba a nadie por cuestiones partidistas, religiosas, raciales o de sexo y retomó el programa reformista de Córdoba, su origen y el contexto político en el que se desenvolvía la condujeron a convertirse en abanderada de la lucha contra el régimen militar. El punto máximo de la inconformidad contra el Gobierno de Rojas Pinilla se registró en mayo de 1957, cuando los estudiantes se pusieron al frente de las jornadas de protesta que obligaron al gobernante a entregar el poder a una junta militar, que, al cabo de un corto tiempo, lo puso en manos de un gobierno civil. Previamente, la FEC había promovido huelgas estudiantiles contra el rector militar, nombrado para la Universidad Nacional en 1954 y en protesta por la expulsión de algunos de sus dirigentes matriculados en esa misma universidad en 1955 (Ruiz, 2002, p. 64).
La caída de Rojas Pinilla fue celebrada por las élites políticas y económicas con júbilo. La gran prensa, vocera de dichas élites, no ahorró elogios a los estudiantes por la participación destacada que habían tenido en el hecho, a tal punto que periódicos como Intermedio y El Independiente (nombres con los que circularon El Tiempo y El Espectador por la censura militar), en grandes titulares, se refirieron a los estudiantes como “héroes de las jornadas de mayo” y “orgullo máximo de la patria”. Tampoco faltaron los honores oficiales y monumentos recordatorios a los estudiantes sacrificados durante el régimen militar (Villamizar, 2002, p. 68). El haber contribuido al fin de la dictadura militar animó a los jóvenes a formular reivindicaciones gremiales y, por supuesto, fortaleció en ellos el interés por los asuntos de la política. Esto se manifestó en la realización de un congreso nacional estudiantil, en junio de 1957, en el cual se creó la Unión Nacional de Estudiantes Colombianos (UNEC), que se definió como una organización con fines estrictamente gremiales (proclamó la libertad de enseñanza y de investigación científica en las instituciones universitarias, así como la autonomía) e independiente del Estado y de toda filiación religiosa o política, aunque respetuosa de las preferencias ideológicas y políticas de los estudiantes afiliados.
Ciertamente, la creación de la UNEC estuvo marcada por el espíritu de reconciliación nacional que parecía vivir el país en ese momento histórico, de ahí que las directivas de la agremiación fueran ocupadas por estudiantes liberales y conservadores, en sintonía con la fórmula que las élites políticas habían pactado para manejar el Estado. Esto no significó que no hubiese disputas internas por el control de los cargos más representativos de la agremiación, lo que demuestra que entre los universitarios persistía el ambiente de tensión por los asuntos políticos. Incluso, si bien consintieron en un principio el nuevo pacto político del bipartidismo, pasó poco tiempo para que los universitarios se convirtieran en fuertes críticos de la fórmula de la alternancia, alegando su carácter antidemocrático. Pronto, el cuestionamiento del Frente Nacional y el influjo de hechos como la Revolución cubana dieron apertura a un nuevo capítulo de la historia del movimiento estudiantil colombiano.