Kitabı oku: «Envejecer en el siglo XXI», sayfa 8

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En general, los datos revelan que las mujeres tienen mayor riesgo de ser víctimas de maltrato contra la persona mayor y que los principales maltratadores suelen ser familiares, parientes o cuidadores cercanos a la víctima (Grupo Centro de Referencia Nacional sobre Violencia, 2015), tanto en el ámbito doméstico como en las instituciones de atención a la persona mayor. En el caso específico de maltrato a personas mayores con demencia por parte de sus cuidadores, estudios internacionales reportan cifras del 34 % (Cooney et al., 2006) al 62 % (Yan y Kwok, 2011); mientras que en Estados Unidos, un porcentaje del 47 % (Wiglesworth et al., 2010).

Son diversas las instituciones, oficiales y no gubernamentales, que trabajan por la protección de los derechos de las personas mayores, particularmente en el contexto de una rápida transición demográfica global. La Declaración de Toronto señala algunos desafíos frente a este problema: la carencia de marcos legales capaces de responder ante los casos de maltrato a la persona mayor, la necesidad de articular una participación intersectorial efectiva en torno a este problema y la importancia de los trabajadores en atención primaria en salud en la identificación de los casos de maltrato (Organización Mundial de la Salud, Universidades de Toronto y de Ryerson y Red Internacional de Prevención del Abuso y Maltrato en la Vejez, 2002). La Declaración de Almería sobre el Anciano Maltratado insiste en la necesidad de perfeccionar la información sobre el problema con el propósito de proveer intervenciones multidisciplinarias que contribuyan a disminuir su frecuencia (Kessel et al., 1996).

En ese sentido, es fundamental identificar y caracterizar los casos de maltrato a la persona mayor con demencia, según factores de riesgo, factores protectores y signos de alarma. Ello precisa la realización de una buena historia clínica dirigida tanto al paciente como a su cuidador, así como la utilización de instrumentos estandarizados, capaces de orientar la identificación de maltrato: Elder Abuse Suspicion Index (easi), Indicators of Abuse (ioa), Escala de Detección del Maltrato por parte del Cuidador (case), entre otros (Grupo de Trabajo de la Guía de Práctica Clínica sobre la Atención Integral a las Personas con Enfermedad de Alzheimer y Otras Demencias, 2010).

Un ejemplo de maltrato en el que se resalta la importancia de la entrevista individual a la persona mayor para su diagnóstico, se puede observar en una escena de la película Siete almas (2008), dirigida por Gabriele Muccino, en la que el protagonista, en una entrevista privada con una mujer mayor, descubre que uno de los médicos de la institución de salud donde se halla internada la castiga negándole el derecho a sus rutinas de higiene. Un caso de maltrato, como el representado en esta película, puede ser denunciado en Colombia a la Policía, a la Fiscalía, al Centro de Atención a Víctimas de Violencia Intrafamiliar o la Comisaría de Familia (Fundación Saldarriaga Concha y HelpAge International, 2016).

Otra de las formas que puede asumir el maltrato al adulto mayor es la invisibilidad de sus opiniones, necesidades y su legado. En este sentido, es imprescindible la promoción de espacios de convivencia intergeneracional, en los que se recupere la tradición oral y escrita de la cultura, a partir de los relatos y las experiencias de vida de los abuelos y las abuelas, como lo proponen los Principios de las Naciones Unidas en Favor de las Personas de Edad (Organización de las Naciones Unidas, 1999). Ejemplos de iniciativas con este propósito son el programa Abuelos Cuenta Cuentos (en Medellín) o la convocatoria anual de relatos Historias en Yo Mayor, de la Fundación Farenheit 451, la Fundación Saldarriaga Concha y El Espectador (2015).

Desafíos bioéticos del cuidado a las personas mayores

El informe Panorama de envejecimiento y dependencia en América Latina y el Caribe (Aranco et al., 2018) considera a un individuo como dependiente cuando es incapaz de realizar de manera autónoma, al menos, una de las actividades básicas de la vida diaria (abvd) de forma permanente (dependencia total).

Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (Ministerio de Salud y Profamilia, 2015), en Colombia, el grado de dificultad 1 (dependencia total) y 2 (dependencia severa) para realizar abvd aumenta exponencialmente con la edad, con un incremento significativo a partir de los 60 años. Esto mismo ocurre con la necesidad de ayuda permanente por otra persona: de los 2352 individuos encuestados, con edades entre 60 y 70 años, un 11,8 % requiere esta ayuda; pero en los individuos mayores de 80 años este porcentaje alcanza el 49,3 %.

La Encuesta Nacional de Salud, Bienestar y Envejecimiento de 2015 identificó mayor dependencia para las abvd en la población femenina (25 %) que en la masculina (16 %). De igual manera, mostró que entre un 3,5 % y un 11,9 % de las personas mayores demandan algún tipo de ayuda para realizar al menos una actividad instrumental de la vida diaria, y que entre un 2,5 % y un 8,7 % fueron incapaces de realizarlas (Ministerio de Salud y Protección Social y Colciencias, 2016, pp. 209 y 222).

La Encuesta Nacional de Demografía y Salud tuvo como muestra a 5405 personas mayores de 60 años, de las cuales 1369 necesitaban cuidador permanente. De estos cuidadores, aproximadamente un 48,1 % son mujeres (no se caracterizó específicamente el género de las parejas cuidadoras, cuidador no remunerado que no pertenece a la familia y personas remuneradas) y un 14,3 % de las personas mayores requieren un cuidador; pero no cuentan con los recursos o el apoyo para tenerlo (Ministerio de Salud y Profamilia, 2015, p. 149).

Lo anterior evidencia la inequidad de género en la división sexual del trabajo, originada en la sociedad industrial, en la cual la mujer debía elegir entre ir a las fábricas o mantenerse en el trabajo no remunerado del hogar (Cepal, 2018). Actualmente, existe un incremento de la participación de la mujer en el mercado laboral en América Latina y el Caribe (en 1960 era del 20 %, y en 2015 casi del 50 %) que no se correlaciona con un crecimiento proporcional de la participación de los hombres en actividades domésticas y trabajo no remunerados (Aranco et al., 2018; Cepal, 2018). Esta situación genera para las mujeres un conflicto de obligaciones entre sus aspiraciones laborales, remuneración económica y la obligación moral del cuidado.

En este contexto, muchas familias se ven obligadas a decidir entre asumir los costos de un cuidador formal o delegar en las mujeres el rol de cuidadora. No obstante, según Aranco et al. (2018), la oferta de cuidado formal se encuentra limitada por sus altos costos, índices de pobreza, vulnerabilidad económica y dificultades para ofrecer posibilidades viables, lo cual conlleva que muchas familias elijan opciones de cuidado, principalmente femenino, que en muchas ocasiones no es un cuidado cualificado, lo cual confiere mayor riesgo de maltrato para el sujeto de cuidado, como de deterioro para la salud de quien asume esta labor.

Uno de los problemas existentes para contrarrestar dicha división sexual del trabajo es que la mayoría de los estados en América Latina y el Caribe centran sus normativas de cuidado en dos estrategias: la protección de la mujer trabajadora en el contexto de la maternidad y el apoyo de guardería a partir de los 45 días tras el nacimiento de sus hijos. No obstante, si bien la protección de las personas mayores ha sido reconocida como derecho en el artículo 17 del Protocolo de San Salvador (oea, 1988), este no ha sido reconocido de forma equivalente para quienes desempeñan las labores de cuidado.

Lo anterior conduce a la perpetuación del modelo patriarcal del cuidado, caracterizado por la sobrerrepresentación femenina y el bajo reconocimiento del valor social y económico de la mujer cuidadora, lo cual se puede constatar en que un tercio del tiempo productivo semanal se destine a trabajo no remunerado (Cepal, 2018). Al tiempo, se ha observado otra consecuencia negativa en las personas mayores de bajos recursos económicos, quienes en muchas ocasiones se encuentran obligadas a continuar trabajando hasta edades avanzadas. En algunas regiones de América Latina y el Caribe, más del 20 % de los hombres mayores de 80 años persisten laborando (Aranco et al., 2018).

Diversos estudios han demostrado el impacto negativo del cuidado informal sobre la salud mental y física del cuidador, quien presenta mayor riesgo de presentar cuadros clínicos, como depresión, ansiedad, trastornos del sueño, dolor articular, palpitaciones, dolor torácico, temblores, hipertensión, artritis, úlcera gástrica, cefalea, entre otros (Chang et al., 2010).

Muchos casos de maltrato son secundarios a la sobrecarga en las labores de cuidado, las carencias en la capacitación del cuidador, la claudicación física y emocional que conlleva este trabajo y la sanción social ante el incumplimiento del cuidado como un deber moral. En este sentido, son múltiples las estrategias para disminuir estas cifras de maltrato contra la persona mayor: apoyo a los cuidadores, tanto desde la capacitación como desde la provisión de cuidado técnico cuando esta labor supera los recursos físicos, emocionales y económicos del núcleo familiar (Resolución 5928, 2016); consolidación de programas de respiro y relevo para los cuidadores; estrategias comunitarias de apoyo integral (rehabilitación basada en la comunidad); esfuerzos intersectoriales de apoyo al cuidador, como la estrategia Bancos de Tiempo; optimización y generalización del cuidado domiciliario a través de sistemas locales de atención; creación de seguros de dependencia; redistribución del trabajo de cuidado en términos de género; flexibilidad laboral para los cuidadores y políticas públicas para la prevención de la dependencia (contribución de las personas mayores en la economía del cuidado, seguros de retiro, educación continua, etc.).

En países como Francia y Holanda se han implementado alojamientos estudiantiles alternativos para promover la convivencia intergeneracional y, al tiempo, facilitar la movilidad estudiantil. En este tipo de alojamientos, la persona mayor debe proveer una habitación adecuada y permitir el acceso a salas comunes; el estudiante, por su parte, debe estar al cuidado de la persona mayor durante su tiempo libre, colaborar con las labores diarias y participar en el pago de servicios domésticos (Campus France, 2011).

La Política Pública para el Envejecimiento y la Vejez de Bogotá (2010-2015) planteó una línea de intervención enfocada en la formación de cuidadores y cuidadoras en la dimensión “Envejecer juntos y juntas”, al igual que otros ejes y líneas para favorecer la convivencia intergeneracional (Alcaldía Mayor de Bogotá y Secretaría Distrital de Integración Social, 2010).

Marco normativo para la protección a los derechos de las personas mayores

Es deber de la sociedad civil y el Estado atender y proteger los derechos de las personas mayores (Castilla, 2018). Con este propósito existe un amplio marco normativo que procura enfrentar esta obligación, al tiempo que se han estructurado políticas públicas con el objetivo de promover un cambio cultural en el que las personas mayores constituyen el eje de cada intervención, desde un componente integral y con especial enfoque en estrategias intersectoriales que comprenden el núcleo familiar y las instituciones educativas.

La Ley 599 de 2000, por la cual se expide el Código Penal en Colombia, enuncia obligaciones atribuibles a la familia, como son: la alimentación, la garantía de que las personas mayores cuenten con los recursos necesarios para tener un nivel de vida adecuado y un cuidado permanente (Castilla, 2018). La Ley 1251 de 2008, “Por la cual se dictan normas tendientes a procurar la protección, promoción y defensa de los derechos de los adultos mayores”, propone la base normativa para la formulación de políticas públicas sobre envejecimiento, así como regula el funcionamiento de las instituciones que prestan servicios de atención para la población de personas mayores. Un aspecto interesante en esta ley es la promoción de la participación activa de los mayores en la sociedad, a través de instancias como el Consejo Nacional del Adulto Mayor, el cual verifica la puesta en marcha de estas políticas.

Algunas personas mayores pertenecientes al régimen subsidiado en el Sistema General de Seguridad Social en Salud en Colombia tienen la posibilidad de recibir servicios integrales en centros de protección, centros de día e instituciones de atención, los cuales deben cumplir unas condiciones mínimas establecidas por la Ley 1315 de 2009. La Ley 1276 de 2009 establece criterios de atención integral del adulto mayor en los centros vida (centros orientados a la atención integral de personas mayores durante el día), específicamente de los niveles 1 y 2 del Sisbén, aun cuando estas instituciones contemplan la posibilidad de admisión a personas de niveles socioeconómicos mayores, de acuerdo con tarifas establecidas tras un estudio socioeconómico realizado por trabajo social.

La Ley 1850 de 2017 modificó las cuatro leyes mencionadas, estableció medidas de protección al adulto mayor y penalizó el maltrato intrafamiliar. Un punto importante en esta última ley es la caracterización del maltrato por abandono, tanto familiar como institucional. Esta ley promueve, desde el Consejo Nacional del Adulto Mayor, la creación de redes apoyo que fortalezcan los vínculos del núcleo familiar, con el propósito de evitar la institucionalización y la penalización. Al mismo tiempo, la ley impulsa la creación de redes sociales de apoyo comunitario, como instancias intersectoriales (Ministerio de Salud, Policía Nacional, Defensoría del Pueblo, Personería, ips, etc.), cuya función es emitir alertas tempranas sobre probables casos de maltrato o violencia intrafamiliar. Dentro de esta ley se elaboró la cartilla sobre buen trato a las personas adultas mayores, como apoyo a los procesos de sensibilización sobre la necesidad de disponer de una ruta de atención inmediata al maltrato (Ley 1850, 2017).

Finalmente, es importante hablar de la Política Nacional de Envejecimiento y Vejez (2007-2019), la cual está dirigida a toda la población colombiana mayor de 60 años, sobre todo a quienes se encuentran en condiciones de vulnerabilidad social, económica o de género. En complemento a esta política, el Distrito de Bogotá promulgó la Política Pública para el Envejecimiento y la Vejez (2010-2015), la cual, con el propósito de proteger la dignidad humana de las personas mayores, planteó cuatro dimensiones fundamentales para la formulación de estrategias:

 Vivir como se quiere en la vejez: esta dimensión reconoce el valor de la autonomía y la libertad individual para la construcción de un proyecto de vida propio, al tiempo que favorece la participación en proyectos comunes.

 Vivir bien en la vejez: esta dimensión hace referencia al conjunto de condiciones materiales y patrimoniales necesarias para desarrollar un proyecto de vida en condiciones de dignidad.

 Vivir sin humillaciones en la vejez: corresponde al conjunto de bienes intangibles y no patrimoniales relativos a la dignidad humana: integridad física, psicológica y moral, así como el reconocimiento de su valor en la sociedad.

 Envejecer juntos y juntas: contempla el envejecimiento como un proceso natural, diverso y continuo, en el cual es posible la promoción del diálogo intergeneracional, la consolidación de una cultura del envejecimiento activo y la superación del modelo deficitario (Alcaldía Mayor de Bogotá y Secretaría Distrital de Integración Social, 2010).

En octubre de 2019 fue aprobado en el Senado de la República el proyecto de ley que busca proteger los derechos humanos de la persona mayor. Contempla reconocer sus derechos políticos, el derecho al acceso preferente a la justicia y la posibilidad de acudir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de forma directa como garantía de sus derechos (Redacción Política, 2019).

Conclusiones

La novela Las intermitencias de la muerte, del escritor portugués José Saramago, relata la historia de un país en el que un día de Año Nuevo se destierra la muerte de los seres humanos. No obstante, la enfermedad, la vejez y la discapacidad persisten entre las gentes del país. Tras la alegría de los primeros días, diferentes actores sociales (servicios funerarios, empresas aseguradoras, la Iglesia católica, entre otros) advierten sobre la importancia de la muerte para la dinámica cotidiana de la vida. La ciudad se llena de personas viejas y de enfermos, que no mueren, pero que tampoco se recuperan, hasta el punto de que, para muchos, la muerte se hace deseable. En este contexto, se relata una historia:

Érase una vez, en el antiguo país de las fábulas, una familia integrada por un padre, una madre, un abuelo que era el padre del padre y el ya mencionado niño de ocho años, un muchachito. Sucedía que el abuelo ya tenía mucha edad, por eso le temblaban las manos y se le caía la comida de la boca cuando estaban a la mesa, lo que causaba gran irritación al hijo y a la nuera, siempre diciéndole que tuviera cuidado con lo que hacía, pero el pobre viejo, por más que quisiera, no conseguía contener los temblores, peor aún si le regañaban, el resultado era que siempre manchaba el mantel o el suelo al dejar caer la comida, por no hablar de la servilleta que le ataban al cuello y que era necesario cambiarla tres veces al día, en el desayuno, al almuerzo y a la cena. Estaban las cosas así y sin ninguna expectativa de mejoría cuando el hijo decidió acabar con la desagradable situación. Apareció en casa con un cuenco de madera y le dijo al padre, A partir de ahora comerá aquí, sentado en el patio que es más fácil de limpiar para que su nuera no tenga que estarse preocupando con tantos manteles y tantas servilletas sucias. Y así fue. Desayuno, almuerzo y cena, el viejo sentado solo en el patio, llevándose la comida a la boca conforme era posible, la mitad se perdía en el camino, una parte de la otra mitad se le caía por la boca abajo, no era mucho lo que se le deslizaba por lo que el vulgo llama canal de la sopa. Al nieto no parecía importarle el feo tratamiento que le estaban dando al abuelo, lo miraba, luego miraba al padre y a la madre, y seguía comiendo como si nada tuviera que ver con el asunto. Hasta que una tarde, al regresar del trabajo, el padre vio al hijo trabajando con una navaja un trozo de madera y creyó que, como era normal y corriente en esas épocas remotas, estaría construyendo un juguete con sus propias manos. Al día siguiente, sin embargo, se dio cuenta de que no se trataba de un carro, por lo menos no se veía el sitio donde se le pudieran encajar unas ruedas, y entonces preguntó, Qué estás haciendo. El niño fingió que no había oído y siguió excavando en la madera con la punta de la navaja, esto pasó en el tiempo que los padres eran menos asustadizos y no corrían a quitar de las manos de los hijos un instrumento de tanta utilidad para la fabricación de juguetes. No me has oído, qué estás haciendo con ese palo, volvió a preguntar el padre, y el hijo, sin levantar la vista de la operación, respondió, Estoy haciendo un cuenco para cuando seas viejo y te tiemblen las manos, para cuando tengas que comer en el patio, como el abuelo. Fueron palabras santas. Se cayeron las escamas de los ojos del padre, vio la verdad y la luz, y en el mismo instante fue a pedirle perdón al progenitor y cuando llegó la hora de la cena con sus propias manos lo ayudó a sentarse en la silla, con sus propias manos le acercó la cuchara a la boca, con sus propias manos le limpió suavemente la barbilla, porque todavía podía hacerlo y su querido padre ya no. (Saramago, 2015, pp. 96-98)

En este relato se pueden evidenciar diferentes teorías explicativas sobre el maltrato a la persona mayor (Bover et al., 2003): por una parte, tenemos a una mujer (la nuera), quien está cansada de las labores derivadas del cuidado del abuelo (teoría del cansancio del cuidador). Por otra, el abuelo se encuentra en una condición de dependencia dada por su fragilidad funcional, temblores en las manos y, quizá, algún deterioro cognitivo (teoría de la dependencia) y pérdida de su autonomía, pues su voz nunca se escucha durante el relato. Esta situación exaspera los ánimos de su hijo, quien decide aislar al abuelo en el patio, donde en adelante debe tomar solo sus alimentos en un cuenco de madera, para no incomodar al resto de la familia (teoría del aislamiento). Por último, el nieto del abuelo, al ver esta situación, un día decide construir con sus manos, una navaja y un trozo de madera, un cuenco para alimentar a su padre, cuando este sea viejo (teoría del aprendizaje social o de la violencia transgeneracional).

Esta fábula permite identificar algunas de las categorías abordadas en este capítulo: el modelo deficitario y los estereotipos negativos asociados al envejecimiento, la feminización del cuidado, el síndrome de claudicación del cuidador, la violencia patogénica y el paternalismo, así como la ineludible responsabilidad familiar del cuidado de las personas mayores como una demanda ética, la cual, a su vez, requiere apoyos intersectoriales y capacitación.

Al final de la fábula, la actitud del niño suscita la reflexión moral de su padre, quien reconoce en su propia vulnerabilidad, la dignidad del abuelo; le trae de vuelta a la mesa familiar y le alimenta con sus propias manos. En una sociedad que experimenta una acelerada transición demográfica, la convivencia intergeneracional constituye un factor de protección y, al tiempo, un desafío urgente a través del cual podamos reconocer en la persona mayor, nuestra común vulnerabilidad y su dignidad.

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