Kitabı oku: «La subalternidad, lo excepcional y la guerra en Colombia (2005-2010)», sayfa 2
EVOLUCIÓN DE LAS MOVILIZACIONES DE LOS SUBALTERNOS
Para observar el desarrollo de las acciones de los grupos y clases subalternas en Colombia, se emplea como instrumento de análisis la matriz de subalternidad, que realiza el seguimiento a los conflictos y acciones subalternas destacadas en cada bienio estudiado para ver su evolución.
En cuanto al accionar de los grupos insurgentes subalternos de carácter nacional1, durante el periodo 2005-2010, referenciamos a los grupos guerrilleros insurgentes como subalternos, porque si bien disputan la soberanía del Estado, y de hecho se fundamentan en el acaparamiento de la violencia física y simbólica, esto no cambia la realidad fáctica de que su presencia se da en un territorio gobernado centralmente por instituciones definidas, las que tienen vocación y potencial para copar las zonas ocupadas por la insurgencia, y cuyas decisiones vinculan los territorios de control insurgente.
La subalternidad de los grupos insurgentes remite entonces a la tensión existente entre construcción de autonomía política, es decir, alternativas al orden político, social y económico nacional, desarrollados por la insurgencia, en contraposición al orden capitalista nacional cuyo bloque de poder mantiene la dirección estatal, política, social, cultural y económica de modo general.
La propuesta de los sujetos subalternos
En la matriz de análisis de los sujetos subalternos, referida metodológicamente como matriz de subalternidad, se concreta la propuesta gramsciana, para el análisis de las situaciones, con base en el estudio de las diversas relaciones de fuerzas, desde una doble perspectiva sincrónica y diacrónica. En dicha matriz fueron dispuestas las tipologías cuantitativas y cualitativas que importan una serie de aspectos relevantes específicos. Esta doble medida permite observar en cada evento recopilado, determinaciones específicas. En lo cuantitativo, se toman en cuenta: la temporalidad, la territorialidad, el grupo o clase involucrado, el conflicto que motivó el evento, las respuestas de los subalternos al conflicto, antagónico o adversarial, según las situaciones contenciosas que se presentan durante el bienio, y que tienen a los subalternos sociales como actores de primera línea.
En los aspectos propiamente cualitativos, desde la perspectiva analítica –refundada en el discurso que de la ciencia política moderna elaboró Antonio Gramsci, durante el cautiverio fascista, y que plasmó en sus Cuadernos de la cárcel, 1929-1935–, aquí distinguimos las reivindicaciones materiales expresadas en las formas gremiales o corporativas de la subalternidad, así como los derechos exigidos, diferenciados según la categorización generacional, las acciones constituyentes y las construcciones hegemónicas.
Después están examinadas las relaciones que corresponden a lo político-militar. Este término refiere a los eventos, las acciones colectivas mediante las cuales la subalternidad social interrumpió el curso “normal” de la democracia representativa, con acciones estratégicas de guerra, con o sin armas.
Así, se puede observar la actividad de los grupos y las clases subalternas en relación con los conflictos y las problemáticas que los marginan y conflictúan en mayor medida, produciendo desafíos y respuestas de diversa envergadura y riesgo. Ellos ocurren en un escenario de antagonismo social más claro e irreconciliable de lucha entre las clases dominantes y los grupos y clases subalternas o los grupos oprimidos en Colombia (Modonesi, 2010, p. 27).
Es un espacio de conflicto diferenciado, porque tiene ocurrencia, de modo general, en la sociedad civil, pero alcanza también escenarios de la sociedad política. Esto implica la toma de conciencia, la creación de una subjetividad política a la hora de emprender acciones para defender sus intereses y construir una suerte de contrahegemonía. Eso quiere decir que se va a producir un tránsito probable del proceso de formación de sujetos políticos en condiciones de subalternidad, los cuales elaboran su autonomía grupal, y quienes a la vez desean edificar otro liderazgo colectivo, un bloque social y cultural alternativo, en pugna progresiva con el bloque histórico dominante.
El actuar de la subalternidad social
La seguridad se volvió la política fundamental de las formas estatales posteriores a 1989, y es la tarea de los distintos regímenes políticos en la hoy innegable era global. No es la seguridad entendida meramente como el fortalecimiento de los aparatos militares y policiales, sino la seguridad que blinda y salvaguarda las condiciones sociales y materiales de existencia de los individuos formalmente libres e iguales, que organizó el capitalismo cuando experimentan tiempo de crisis política. Es decir, la seguridad es un problema político porque garantiza la conservación de los órdenes sociales que permiten y posibilitan, gracias al mercado, la realización de las cambiantes necesidades individuales y colectivas. La modernidad fue el constructo imaginario que asimiló tales prácticas y competencias de la razón instrumental con la democracia liberal propia de la sociedad de control. (García, 2005, pp. 238-294)
Para observar los avances y retrocesos de la subalternidad social en Colombia, proveyó la información necesaria para precisar su desempeño y el modo de referir la praxis de los grupos y clases subalternas, en un campo histórico en el que está en disputa el problema fundamental de la guerra y la paz. Aquello que Alain Touraine denominó como el enjeu, “lo que está en juego” (Touraine, 2006, p. 255).
La subalternidad se juega en una lucha de larga duración a partir de los años 1947-1948 con el despertar de los grupos gaitanistas. Este es el punto de quiebre, el inicio de una onda larga de la historia nacional, en concreto, la que define el devenir interrumpido de la formación social capitalista colombiana, marcada por la disputa democrática de una guerra de posiciones. En ella, se encara una crisis orgánica (de hegemonía) que afecta las formas de representación del bloque de poder en la dirección de la sociedad política y la sociedad civil (Herrera Zgaib, 2005).
Esto remite al examen de lo subalterno, en términos de una nueva dirigencia social, que modifica el rumbo de la historicidad del campo en que se despliegan las relaciones antagónicas de los grupos o clases subalternas y de los dominantes, los sujetos sociales y políticos que los confrontan.
En lo propiamente teórico hacemos una operación de traducción de los principios de la filosofía de la praxis gramsciana, incorporando para efectos del análisis coyuntural de una situación específica, la valiosa contribución de Alain Touraine para la recuperación de la acción de los sujetos, que corrige los desafueros explicativos del estructuralismo en materia de la comprensión de los nuevos movimientos sociales y políticos. Aquí aprehendemos la categoría “campo de historicidad”, que da cuenta de la confrontación de los subalternos y dominantes “por la dirección social de la historicidad de una colectividad” (Touraine, 2006).
Las herramientas para conquistar aquel campo histórico y el enjeu son múltiples y medibles, si lo estudiamos desde la óptica del investigador social. La perspectiva que estableció el grupo de investigación Presidencialismo y Participación concibió toda una metodología de análisis en la que uno de los objetivos era observar esos avances y retrocesos de las acciones de los subalternos. Para tal propósito en la matriz de análisis se establecieron dos campos, uno cuantitativo y otro cualitativo para examinar las relaciones de fuerzas que definen una situación social, política y militar.
El estudio cuantitativo descriptivo está compuesto por seis tipologías. La primera señala el día, mes y el año en que ocurrió el evento registrado, la segunda registra el municipio, ciudad, departamento o región en que sucedió la acción, la tercera determina si el evento es de procedencia rural o urbana.
La cuarta tipología se basa en la clasificación de los grupos o las clases subalternas, según su actividad económica, arraigo, género u orientación sexual. Respondiendo a dicho orden aparecen once grupos subalternos: obreros, campesinos, empleados de carácter público, docentes, estudiantes, mujeres, indígenas, afrocolombianos, movimientos cívicos, artistas y la comunidad de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales (LGBTI).
La matriz codifica como quinta tipología los nueve conflictos con características económicas, culturales y sociales diferentes. La clasificación arrojó los siguientes conflictos: hábitat (vivienda y entorno vital), medio ambiente, conflictos de desarrollo económico, conflicto armado, conflictos por la posesión de la tierra, por el acceso a servicios públicos, laborales, conflictos ocasionados por la corrupción en la administración pública y conflictos de carácter sociocultural.
Las acciones que adelantaron los grupos subalternos para responder a los conflictos en que se vieron inmiscuidos aparecen en la sexta posición. Aquí fueron establecidas tres modalidades de respuesta, la primera se denominó “respuestas por la vía legal”, en esta se consideraron las acciones realizadas en el marco del Estado de derecho; la segunda fue establecida bajo el rótulo de movilizaciones sociales y considera hechos fácticos, como plantones, marchas y otros hechos sociales semejantes; y la tercera fue definida como “eventos” y comprende aquellos puntos de la historicidad de la lucha subalterna, en que los grupos o clases unieron esfuerzos junto a otros grupos para construir propuestas para exigir la garantía de derechos o para iniciar procesos dirigidos a incidir en escenarios como el poder constituyente o el hegemónico.
El espacio analítico inicia en la matriz, con las reivindicaciones económicas o corporativas que hicieron los grupos subalternos. En seguida aparece el espacio de los derechos, palabra que define los eventos en que la subalternidad acudió al Estado social de derecho para remediar situaciones en que sus derechos fundamentales o de segunda generación fueron vulnerados, o para continuar por la vía de la reivindicación frente al bloque dominante. La parte analítica continúa con la definición de poder constituyente, definición que establece los hechos en que la subalternidad se reivindicó como constituyente primario y en ciertos casos desde el poder constituido, para proponer reformas y cambios al aparato estatal.
Luego se define en la matriz lo que se entiende por hegemonía. Aquí se estableció si los grupos o clases sociales avanzaron en puntos que les permitieran asumir el liderazgo de una multitud que entró en constante desacuerdo con el bloque dominante. La matriz finaliza con la referencia a la relación político-militar, espacio en que fueron referenciadas aquellas acciones que los grupos subalternos desarrollaron con la finalidad de interrumpir la dinámica normal de la guerra en Colombia.
La explicación de la matriz de subalternidad y la premisa de establecer cómo fue el actuar de la subalternidad social en un periodo marcado por un presidencialismo de excepción, conduce en esta parte del texto a enunciar en cifras los resultados de cada una de las categorías que hacen parte del esquema de análisis gramsciano, y a observar cómo la subalternidad se desempeñó frente a los diferentes proyectos políticos y económicos propuestos e implementados por los grupos y clases dominantes del país.
El artículo, en efecto, expone el presidencialismo de excepción, término acuñado a partir de los conceptos propuestos por Giorgio Agamben (2004, pp. 23-70). Definiendo así este concepto como aquella tradición de los gobiernos democráticos que se afianzó después de la Segunda Guerra mundial y que adquirió mayor fuerza en la década de los años ochenta cuando gobiernos elegidos en el marco de democracias electorales, asumieron medidas propias de la figura del Estado de excepción para intervenir con un margen de discrecionalidad más amplio, tanto en la esfera pública como en la esfera privada. Un ejercicio de dominio explícito en una coyuntura determinada.
El avance del estudio por cada uno de los conceptos de la matriz de análisis gramsciano permite observar el actuar de dicho presidencialismo de excepción, el cual se valió de mecanismos de seguridad militar concebidos en el plano internacional, para responder a las particularidades del escenario de la guerra social en Colombia. Se evidencia que existía entonces una política pública de guerra por parte del Gobierno nacional, bautizada desde el discurso oficial y presidencialista como Seguridad Democrática.
El aparato estatal colombiano asumió en este contexto el esquema de seguridad emergido del escenario internacional luego de los ataques de Nueva York en el 2001 y generó sus aportes desde su experiencia en la guerra antisubversiva. La implementación de estrategias de seguridad para contener y detener el avance de la guerra como el Plan Colombia y el Plan Patriota, afectaron la autonomía política y la organización conseguida hasta dicho momento por los grupos y las clases subalternas. Y en particular por los subalternos insurgentes, es decir, las guerrillas.
REFERENCIAS
Agamben, G. (2004). Estado de excepción. Homo sacer III, 1. Valencia: Pre-textos.
García, J. C. (2005). Régimen de seguridad, multitud y guerra social en Colombia (1999-2003). Seguridad y gobernabilidad democrática. Neopresidencialismo y participación en Colombia (1991-2003). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia - Sede Bogotá - Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales - Instituto Unidad de Investigaciones Jurídico-Sociales Gerardo Molina, Unijus.
Gramsci, A. (1990). Escritos políticos (1917-1933). Ciudad de México: Siglo XXI Editores.
Herrera Zgaib, M. (2005). Seguridad y gobernabilidad democrática. Neopresidencialismo y participación en Colombia (1991-2003). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia - Sede Bogotá - Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales - Instituto Unidad de Investigaciones Jurídico-Sociales Gerardo Molina, Unijus.
Modonesi, M. (2010). Subalternidad, antagonismo y autonomía. Marxismo y subjetividad política. Buenos Aires: Clacso.
Narváez, G. (2005). El devenir de la crisis orgánica nacional. Seguridad y gobernabilidad democrática. Neopresidencialismo y participación en Colombia (1991-2003). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia - Sede Bogotá - Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales - Instituto Unidad de Investigaciones Jurídico-Sociales Gerardo Molina, Unijus.
Touraine, A. (2006). ¿Podremos vivir juntos? Iguales y diferentes. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.
PRIMERA PARTE
LOS GRUPOS SUBALTERNOS EN COLOMBIA
ANDRÉS DHUJIÁH AGUILAR*
DANIEL ALEJANDRO CERÓN**
En el presente capítulo se aborda el concepto de condición subalterna, con la motivación puntual que tiene el grupo Presidencialismo y Participación de avanzar en la explicación y comprensión de la historia social y política de los grupos y clases subalternas. Por este motivo, el análisis del bienio 2009-2010 está también orientado por esa pretensión.
De acuerdo con ello, en la primera parte exponemos el contexto histórico de excepcionalidad y crisis orgánica sobre el cual la praxis subalterna ha tenido que desenvolverse; en segundo lugar, realizamos algunas acotaciones sobre la situación contemporánea del ser político y sobre la teoría crítica de la democracia para; en tercer lugar, hacer una lectura de la praxis subalterna de acuerdo con los hechos registrados en la matriz de subalternidad; matriz que constituye la base empírica de nuestro ejercicio investigativo. Por último, enunciamos las líneas que quedan abiertas de cara a futuras investigaciones.
LA COYUNTURA Y EL MOVIMIENTO ORGÁNICO, 2009-2010
En Colombia, los años 2009 y 2010 se caracterizaron por una constante movilización de diversos grupos subalternos, sectores sociales y políticos específicos que proponían alternativas en oposición a las políticas y al gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez. Esta posición también se vio reflejada en la praxis de los grupos alzados en armas –las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación (EPL)– quienes, muy a pesar de los reveses militares que sufrieron después de la entrada en vigor del Plan Colombia, mantuvieron para el periodo en cuestión su propuesta política y la defendieron por la vía de las armas; un síntoma de que la solución política al conflicto armado no parecía estar cercana en la baraja de opciones del gobierno de la Seguridad Democrática ni de los grupos insurgentes.
La situación esbozada reflejaba una tensión de fuerzas que en términos de gobernabilidad y de gobernanza era verdaderamente crítica. Incluso, cuando la oposición al Gobierno y al orden político, social y económico que este último representaba, se desplegaba por todos los medios posibles, poco importaba que esos medios fuesen ilegales, legales y “no legales”1. Se trataba entonces de una situación difícil en la que la disputa por la hegemonía no podía, de ningún modo, resolverse democráticamente; de manera contraria a toda democracia, se desenvolvía bajo los términos de un régimen de excepcionalidad.
De acuerdo con lo anterior, dos serían los procesos asumidos en nuestro análisis. El primero de ellos consistiría en describir, a nivel histórico-estructural, la configuración de los grupos y de las clases observadas en el bienio 2009-2010, al nivel específico de la región política, el modo en que esos grupos y esas clases se constituyeron como causa y como efecto de la tensión que caracteriza a la lucha por la hegemonía. El segundo consistiría en comprender qué papel jugó esa configuración en el periodo comprendido entre los años 2009 y 2010; de ahí que nuestra mirada se sitúe en lo que consideramos como el devenir de un movimiento orgánico y por lo tanto, en el modo en que dicha configuración de los grupos y de las clases puede ser interpretada como una manifestación específica de la crisis orgánica que en Colombia dio inicio durante la década de los cuarenta del siglo XX.
En los tres acápites que siguen, esbozamos el contexto histórico-político a partir del cual nuestro análisis del bienio 2009-2010 va a desarrollarse. En esta introducción nos encargamos entonces de señalar, en primer lugar, la oposición de los subalternos como el punto de vista del análisis político bajo la premisa de que nuestro ejercicio se inscribe en una posición contrahegemónica. En segundo lugar, expondremos el modo en que el régimen excepcional de la Seguridad Democrática supuso una continuidad del bipartidismo, pero bajo los términos de una ruptura interna del bloque en el poder. En tercer lugar, propondremos una lectura de la crisis del bloque histórico como contexto en el que (según el análisis gramsciano de las situaciones y correlaciones de fuerza), la praxis subalterna se vio forzada a reconfigurarse. Todo ello con el objetivo de dejar en claro la posición asumida por el análisis, el contexto histórico-político en el que se enmarca el fenómeno que es objeto de estudio, así como el punto de vista que desea entrever las alternativas sociopolíticas que se abren para la praxis subalterna.
La oposición política de los subalternos
Si admitimos de entrada que lo que hemos señalado como una situación crítica –signando con ello un momento de la crisis orgánica– permite interpretar que la segunda mitad del segundo período presidencial de Álvaro Uribe Vélez supuso la existencia de una “doble contradicción” en el proceso de objetivación del proyecto político de la Seguridad Democrática, debemos admitir también que las contradicciones internas del bloque en el poder y la oposición, que frente a este plantearon y siguen planteado los grupos y clases subalternas, son, en última instancia, la evidencia de que las alternativas políticas, económicas, sociales y culturales que son planteadas de cara al futuro del país por las comunidades, los pueblos y las ciudadanías de Colombia fueron y siguen siendo distintas y muy variadas.
Pero lo más importante de constatar de la oposición subalterna al régimen excepcional de la Seguridad Democrática, es precisamente que esa oposición se ha presentado como alternativa radical frente a la ratio gubernatoria que orienta a las políticas públicas desarrolladas bajo el régimen presidencial y parapresidencial de la Seguridad Democrática. En particular, que esa oposición ha sido radical respecto de la política pública de guerra (el antiterrorismo) (Herrera Zgaib, 2011). Lo que ha estado en la base de la oposición subalterna ha sido el reclamo histórico por una democracia con justicia social, así como la denuncia de que el régimen político de excepcionalidad había terminado por deshumanizar las relaciones sociales al interior de la polis.
Ahora bien, la oposición subalterna frente al régimen de la Seguridad Democrática tuvo durante los años que precedieron al período que es objeto de estudio, varias características:
1.Que los grupos y las clases subalternas que tenían la vocación de soberanía –que es lo mismo que decir que poseían la intención de detentar el poder del Estado– se encontraban en ese momento en una situación en la que, siendo gobernados y no gobernantes, se les imponía como un imperativo de la razón política el llegar a sustituir el régimen de excepcionalidad por un Estado mucho más democrático. Aunque con sus propios matices, tal fue el caso de los partidos políticos de izquierda y de las insurgencias a quienes, de cualquier manera, la situación de subalternidad les obligaba a jugar las reglas ya instituidas por el régimen.
2.Que los grupos y clases subalternas que no pretendían ejercer la dirección del Estado, pero que se declaraban en oposición a las políticas del Gobierno, se enfrentaban a la disyuntiva de ceñirse a lo ya dispuesto por la ratio gubernatoria o asumir una posición de resistencia frente al proyecto hegemónico; dado el carácter vinculante que las decisiones adoptadas en el marco del Estado-nación tienen respecto a las poblaciones y a los territorios que estas últimas habitan. La oposición subalterna se encontraba entonces en una situación de ambivalencia estructural: por un lado, la sumisión sin reparos, por otro, la resistencia abierta y, con ello, su sometimiento a la estigmatización ideológica.
3.Que los grupos y clases subalternas con vocación de autonomía –que es lo mismo que decir que poseían la intención de consolidar sus propios procesos–, no tenían en absoluto la pretensión de tomar las riendas del Estado, por el contrario, buscaban construir un tejido social lo suficientemente sólido como para hacer de la emancipación política (o la autoconciencia) y de la liberación social (o la autogestión), realidades concretas ahí en donde la comunidad habitaba un territorio, ahí en donde un pueblo actualizaba sus propias tradiciones, en fin, ahí en donde una ciudadanía reclamaba para sí lo que por derecho le correspondía. Sin embargo, en este complejo proceso de autonomización del proceso político, los grupos y clases subalternas debían enfrentar no solo la persecución política, sino también la violencia del Estado representada por el despliegue excepcional de las fuerzas militares y paramilitares en el país.
A partir de estas tres situaciones de fuerza en las que los grupos y clases subalternas se encontraban, podemos identificar como rasgo común el hecho de que la oposición subalterna tuvo que producirse en condiciones adversas: en el marco de un Gobierno autoritario, y bajo la presión de tener que hacer visibles, de una u otra manera, sus aspiraciones al Gobierno, sus posiciones de resistencia o sus iniciativas de autonomía.
Nuestra comprensión de las situaciones esbozadas incorpora ciertas nociones, conceptos y categorías extraídas –no sin la particularidad de nuestra interpretación provisional– de los estudios gramscianos. Por supuesto, el punto nodal de la interlocución con este género de estudios descansa, ante todo, en el debate sobre el significado de la subalternidad. A propósito del sentido que se le puede dar a esa palabra, Massimo Modonesi nos ofrece una definición sintética:
Gramsci conceptualizó la subalternidad como experiencia de la subordinación, expresada por la tensión entre la aceptación/incorporación y el rechazo/autonomización de las relaciones de dominación y materializada en una disposición a actuar como clase que combina espontaneidad y conciencia. (Modonesi, 2012a, p. 11)
He ahí por qué los proyectos políticos de los grupos y clases subalternas –en tanto ejercieron una oposición que buscaba la construcción de alternativas frente al régimen excepcional de la Seguridad Democrática durante el bienio 2009-2010– no pueden ser comprendidos sino a partir de la condición subalterna que los constituye como tales. Por lo tanto, a partir de la ambivalencia y la simultaneidad de su aceptación y rechazo frente al régimen de dominación presidencial y parapresidencial.
A propósito de esto, en una nota titulada “Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios metódicos” Antonio Gramsci, señalaba las seis fases que el historiador debía observar para poder describir el tránsito de la condición subalterna hasta el estadio que el intelectual italiano reconocía como de autonomía integral2 y decía que:
La lista de esas fases debe precisarse todavía con fases intermedias y combinaciones de varias fases. El historiador debe observar y justificar la línea de desarrollo hacia la autonomía integral desde las fases más primitivas, y tiene que observar toda manifestación del ‘espíritu de escisión’ soreliano. (Gramsci, 1981, p. 360)
En efecto, desde las “fases primitivas” consideradas como dependencia de la sociedad civil, respecto de aquello que ya se encuentra contenido en el interior del Estado ampliado a la “autonomía integral”, como posicionamiento de los grupos y clases subalternos en la dirección de la sociedad y del Estado (superando así su condición de subalternidad). El análisis histórico de los grupos y clases subalternas debía poder ofrecer una división exhaustiva de las fuerzas en disputa por la hegemonía, es decir, por la dirección intelectual y moral de la sociedad.
Para dar continuidad a esta caracterización de la lucha por la hegemonía, ubicaremos en un nivel histórico-político la configuración de los grupos y clases que representan a las fuerzas en colisión durante el bienio que es objeto de nuestro estudio (2009-2010). De entrada, es necesario indicar que la existencia de los grupos y clases subalternas en Colombia, en cuanto se extiende más allá del periodo considerado, representa una condición estructural en la producción histórica de la subjetividad proletaria, campesina, indígena, insurgente, etc. Se trata de una determinación orgánica.
Baste recordar (como prueba su persistencia) la subjetividad militar de la insurgencia constituida y reconstituida durante los últimos cincuenta años; o la existencia de movimientos sociales, sindicatos y partidos políticos, que situados en oposición al Estado corporativo y al régimen de la república señorial hacendataria, estudiado por Fernando Guillén Martínez, han animado el movimiento dialéctico en la subjetivación de los subalternos.
Sin embargo, en este sentido no solo la subalternidad armada representada por organizaciones insurgentes como las FARC-EP o el ELN tendría protagonismo en lo que llamamos oposición subalterna, sino también la emergencia de un partido político como el Polo Democrático Alternativo (PDA) –formación política que aparece como resultado de una alianza entre distintos sectores de la izquierda democrática, o las primeras manifestaciones de lo que hoy conocemos como Marcha Patriótica y el Congreso de los Pueblos–, dos plataformas políticas que pueden ser consideradas como movimientos de movimientos. Diríase incluso que todo ello persiste como una reminiscencia fantasmagórica aunada al proceso que desde 1492 acaece bajo las tres caras de la experiencia colonial: colonialidad del saber, colonialidad del poder y colonialidad del ser.
Si bien es cierto que este proceso de subjetivación subalterna no siempre se ha dado de la misma manera, lo que también es cierto es que las formas y las relaciones de resistencia frente a la dominación, de rebelión frente al ejercicio del poder y de revolución social frente al estancamiento corrosivo de las formas de vida bajo el modo de producción capitalista, han sido las respuestas de una subalternidad cuya praxis opera como pluralidad en acto.