Kitabı oku: «La subalternidad, lo excepcional y la guerra en Colombia (2005-2010)», sayfa 3

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La continuidad del bipartidismo

Como parte de esta introducción al análisis del bienio 2009-2010, conviene explorar dos ámbitos o regiones de la totalidad orgánica (o estructura de la formación social) en los cuales se producen las determinaciones objetivas y subjetivas del proceso político, tanto a nivel del antagonismo social como a nivel de la confrontación política, a saber: por un lado, nos referimos a la infraestructura objetiva de la producción como determinante en última instancia de la estructura adquirida por la totalidad orgánica; y por otro lado, a las superestructuras subjetivas –entre las que se encuentra tanto el ordenamiento jurídico-político del Estado como la lucha de clases– como aquello que se encuentra en la base transformacional del proceso histórico en el que las formaciones sociales pasan de un modo de producción a otro. Se trata entonces de un análisis construido tomando como punto de referencia teórica el materialismo histórico3.

De ahí que nuestra atención se sitúe, ante todo, en la conformación del orden político; de las superestructuras complejas en las que se articula la sociedad política y la sociedad civil y que constituyen lo que Antonio Gramsci caracterizaba como el Estado integral o Estado ampliado4.

De acuerdo con lo anterior, el establecimiento de grupos en la dirección político-administrativa del Estado y por medio de este, de una ratio gubernatoria relativa al proceso económico-social, ideológico-cultural y jurídico-político de la formación social en su conjunto es lo que nos interesa. Porque es en ella donde se hace explícita la concreción del conflicto sociopolítico con base en un determinado “sistema de necesidades” y con él, de un determinado proyecto hegemónico y de una praxis contrahegemónica.

En lo que respecta a la infraestructura objetiva de la producción, sabemos que la región económica de la formación social colombiana presenta los rasgos característicos de las formaciones sociales del capitalismo periférico5. Este dato es de suma importancia para la reflexión pues sin él no nos es posible entender –desde el punto de vista del materialismo histórico– la dialéctica del movimiento que ha determinado la constitución de un bloque histórico dominante en el país. Siendo así, tomaremos un periodo de tiempo más amplio con el fin de esbozar la incorporación directa de la mayor parte de la población nacional (bajo la forma de trabajadores asalariados) en el modo de vida que el sistema-mundo capitalista-moderno-colonial representa.

En efecto, tomamos como punto de partida la inscripción de la población en el modo de producción capitalista como fuerza de trabajo, porque es esta inscripción la que determina la posición de los individuos y de las colectividades concretas en la estructura de la formación social como entes sujetos a las formas de explotación, dominación y alienación que les son propias.

Podría decirse que este proceso de subsunción formal del trabajo en el capital fue algo que se consolidó durante la segunda mitad del siglo XX. Y que se produjo principalmente en los cascos urbanos, acrecentados a causa de las migraciones provocadas por la violencia después del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, y como consecuencia del desplazamiento del cual fueron víctimas grandes masas de población campesina, indígena y afrodescendiente.

Ahora, en lo que respecta a la proletarización de la población colombiana y según el panorama estadístico del período comprendido entre las décadas de los años treinta y de los años setenta, dicha población se incorporó mayoritaria y decisivamente como mano de obra (o fuerza de trabajo) al modo de producción capitalista. Pero fue sobre todo a partir del año de 1951 que la tendencia a la proletarización de la población acentuó su primacía cuantitativa6.

Esto, sumado al hecho de que la república señorial hacendataria fue configurada con base en la alianza entre el latifundio y el terror de Estado (estructura colonial que tuvo consecuencias directas para la formación de las clases tanto en el espacio urbano como en el espacio rural), nos proporciona las bases histórico-estructurales para el desarrollo de una mirada crítica sobre el conjunto de las determinaciones infraestructurales de la formación colombiana como totalidad orgánica que históricamente, se ha constituido como Estado de la periferia capitalista.

En lo que respecta a las superestructuras subjetivas, más específicamente en lo que se refiere a la dirección política del Estado durante los años que precedieron al período que es objeto de nuestro análisis, podríamos decir que el candidato presidencial Álvaro Uribe Vélez fue parte de una situación atípica en la historia reciente del país: se postuló y alcanzó la presidencia sin inscribirse a nombre de alguno de los partidos tradicionales (ya fuese el Partido Conservador o el Partido Liberal).

Lo que implicó una ruptura aparente con lo que la tradición había definido, tanto para el sistema presidencial como para el sistema parlamentario en el país, a saber: el cierre del sistema político en torno al pacto bipartidista conocido como el Frente Nacional. De ahí que el problema de la Seguridad Democrática como política de Estado y el “uribismo” como coalición de gobierno se inscriba en la dimensión orgánica del proceso histórico-político.

Esta ruptura aparente hizo creer que la victoria electoral de Álvaro Uribe Vélez había introducido la presencia de una “tercera fuerza” en el panorama político del país, más allá del bipartidismo liberal-conservador. Sin embargo, hoy sabemos que no representó una ruptura con el bipartidismo, en el mejor de los casos, supuso una ruptura interna del bloque en el poder. En efecto, bajo el gobierno de la Seguridad Democrática se establecieron los hilos conductores de un proyecto político que daba continuidad a los gobiernos que le precedieron bajo el establecimiento de renovadas alianzas con la clase política bipartidista7 y bajo una política de exterminio “antiterrorista” que no solo tomaba como objetivo militar a las insurgencias sino también a todas las fuerzas políticas de oposición a su régimen de excepcionalidad.

Ahora bien, esto, que podría parecer fruto del vaivén político o de un simple “cambio de parecer” en uno que otro personaje a causa de sus convicciones políticas, se vio enmarcado en la adhesión de distintos líderes políticos a la coalición de un gobierno que poseía una altísima favorabilidad en el ámbito de la opinión pública y que, de una u otra manera, conservaba lo fundamental de los programas contenidos, tradicionalmente, en el corazón del bipartidismo liberal-conservador8.

A pesar de todas sus discrepancias, el Partido Liberal Colombiano y el Partido Conservador Colombiano mantuvieron cercanías y alianzas con el gobierno de Uribe Vélez, dado que representativos sectores de sus dirigencias dieron forma a un complejo entramado de asociaciones que evidenciaron tensiones y transformaciones internas del bloque en el poder más no una ruptura radical con él; por lo tanto, la aparición de la Seguridad Democrática como política de Estado y del “uribismo” como fuerza de gobierno, no supuso una ruptura del bloque histórico, por el contrario, hizo explícita la continuidad de ese bloque como pacto entre los grupos y las clases dominantes bajo la dirección del bipartidismo y bajo el liderazgo de su aliado en la presidencia9.

La crisis del bloque histórico

En aras de esbozar históricamente la configuración de los grupos y de las clases que en el periodo de estudio se mantuvieron en tensión, retomamos la categoría gramsciana de “bloque histórico”, la cual José Aricó expone en los siguientes términos:

Este no es un simple sector, no es un grupo social, sino un conjunto de clases que ejercen el poder a través de un bloque histórico, lo cual presupone no una alianza coyuntural de fuerzas para resolver ciertos problemas de la coyuntura, sino un conjunto de fuerzas unificadas en torno a un proyecto de constitución de una sociedad. (Aricó, 2012, p. 273)

En efecto, la constitución de un bloque histórico supone una estructura de alianzas entre los grupos y las clases que ejercen el poder y con ello, determinan la configuración sociopolítica de una formación sociohistórica. De ahí que ese bloque no pueda ser considerado a un nivel meramente coyuntural, de manera distinta, debe ser considerado como un fenómeno orgánico, como una determinación general de la estructura que organiza a la sociedad como totalidad orgánica constituida históricamente.

Una vez hemos mostrado por qué la instauración del régimen excepcional de la Seguridad Democrática bajo la dirección del “uribismo” no representó una ruptura con el bipartidismo, traemos a colación el momento histórico en que se produjo el pacto de clase entre las dirigencias de los partidos tradicionales que gobernaron el país de manera ininterrumpida durante los últimos cincuenta años y que consolidaron el bloque histórico que se mantuvo también durante el periodo 2009-2010. Esto para dejar claro el modo en que entendemos la configuración del proyecto hegemónico y su correspondiente crisis.

Como lo hemos dicho, la construcción definitiva de un bloque histórico en Colombia se produjo con el llamado Frente Nacional; un pacto que se selló entre las élites de los dos partidos en el año 1958, como condición para poner fin al período de la violencia y como institucionalización de la democracia representativa liberal (Urrego, 2004).

Por supuesto, el carácter elitista de dicho pacto no incorporó en su proyecto político y social los intereses de los grupos y clases subalternas, solo lo hizo parcialmente. La parcialidad de esta incorporación produjo una crisis derivada del cierre bipartidista y de la persecución político-militar a la que fueron sometidas las comunidades campesinas de Marquetalia en 1964, en tanto en ella se funda una forma de lucha campesina; sumado a lo anterior los sectores intelectuales y las organizaciones civiles que giraban en torno a las doctrinas filosófico-políticas de la izquierda socialista, liberal-socialista y comunista en el país (Zubiría, 2015).

Las guerrillas de las FARC-EP, el ELN y el EPL aparecieron como consecuencia de ese cierre del bloque de poder y se inscribieron en el campo social histórico como expresión de una subalternidad armada que se declaraba en oposición a la violencia y el autoritarismo estatal. De acuerdo con ello, esa subalternidad se planteó en franca oposición al Frente Nacional incorporándose así al movimiento dialéctico que se encuentra en la base del bloque histórico y que impidió que el antagonismo de lo social se tradujera en disputa democrática a nivel político.

Como ejemplo de esta inmediación estructural de lo social y de lo político, las elecciones presidenciales del año 1970 –elecciones en torno de las cuales se denunció el triunfo de Misael Pastrana como el producto de un fraude electoral– generaron un ambiente de ilegitimidad que socavó las bases de la democracia y que produjo, a su vez, las condiciones para la emergencia del M-19. Las demandas de este grupo insurgente giraban, precisamente, en torno a la reapertura del sistema democrático más allá de los límites impuestos por el bipartidismo.

El Frente Nacional abarcó el periodo comprendido entre los años 1958 y 1974, pero la articulación del Partido Conservador y del Partido Liberal como fracciones de la clase dominante en torno al bloque en el poder, se mantuvo intacta hasta el año 2002. Como consecuencia de ello, las élites dirigentes terminaron enquistadas a la cabeza de los partidos políticos, pactando en torno a la repartición de las cuotas burocráticas e inmiscuidas en distintos escándalos de corrupción en torno a una administración ilegal del Estado.

Pero el largo período en el que se sucedieron gobiernos liberales y conservadores (más allá del Frente Nacional) contó con una contraparte de movilizaciones ciudadanas, comunitarias, populares e incluso insurgentes (movilización que tuvo su auge en el paro cívico de 1977) (Archila Neira, 2004); contraparte que al verse reducida a la condición de subalternidad –en el sentido negativo de las limitaciones impuestas por el bloque en el poder y por el proyecto hegemónico de las clases dominantes– prefirieron acudir más a las medidas de hecho que a las medidas de derecho para hacer visibles sus reivindicaciones, sus demandas y sus aspiraciones de gobierno.

La continuidad del bloque en el poder y de su proyecto hegemónico durante medio siglo, “perpetuando” el dominio bipartidista y su correspondiente contraparte subalterna, nos permite pensar que la praxis de estos últimos –su constancia y persistencia a pesar del cierre autoritario en el sistema político– signa una crisis estructural del bloque histórico. Esta situación representa lo que en términos gramscianos se conoce como el movimiento orgánico. Es así porque se ha hecho evidente que la tensión interna de la subalternidad no tiene las dimensiones de la tensión que se produce entre esta última y los grupos y clases que integran el bloque hegemónico. La crisis de la hegemonía no se reduce de ninguna manera a un movimiento coyuntural, como tal, determina a la formación social colombiana como totalidad estructural e histórica de dominación (Herrera Zgaib, 2005c). La crisis orgánica o crisis de hegemonía representa entonces una crisis estructural del bloque histórico; es así porque en los términos que ya lo hemos definido, se ha hecho evidente por la oposición continua de la praxis subalterna al régimen presidencial instaurado por el bipartidismo del Frente Nacional.

De acuerdo con lo anterior y para sintetizar lo mencionado hasta este momento, son dos los enunciados que servirán como guía para la lectura del presente capítulo.

1.La continuidad del bloque histórico se ve confirmada en la tensión que estructura la composición de los grupos y las clases durante el periodo 2009-2010; el pacto inaugurado con el Frente Nacional se ha mantenido como determinación estructural de la instancia política, de su inscripción en el orden capitalista del cual el bloque histórico ha sido su principal gestor. Los grupos y clases subalternas, por su parte, se inscriben en ese orden como la contraparte dialéctica que opera a nivel orgánico como agente del antagonismo social y a nivel coyuntural, como praxis de oposición o proceso contrahegemónico.

2.La continua praxis de oposición y de construcción de alternativas por parte de los grupos y clases subalternas frente al orden capitalista, que es dirigido por el bloque histórico (orden capitalista que es, a su vez, el sustento material e inmaterial del bloque histórico), ha evidenciado la existencia de una crisis de hegemonía que se mantiene vigente durante el periodo 2009-2010 y que pone de presente la pertinencia y validez del análisis de situaciones y correlaciones de fuerzas como el instrumental básico para el ejercicio de una ciencia política subalterna o de lo que también podría llamarse una praxis contrahegemónica.

EL CONTEXTO BIOPOLÍTICO: ACOTACIONES SOBRE LA CONTEMPORANEIDAD

Durante las últimas dos décadas, desde el año 2000 hasta el presente, en Colombia y América Latina, la reflexión de la conciencia crítica ha experimentado una pulsión de renovación gracias al conjunto de las resistencias y de las oposiciones subalternas a la hegemonía del capitalismo neoliberal. La importancia de esta renovación ha tenido lugar en un período de agravamientos y de contradicciones profundas que horadan la estabilidad política del contexto global, a saber: un período crítico para la reproducción del sistema capitalista moderno colonial y en el que, paradójicamente, se ha producido una radicalización obstinada del programa neoliberal.

Como es sabido, el final de la Guerra Fría dio paso a la globalización del capitalismo como sistema imperial de producción y con ella, hacia el último estadio evolutivo del capitalismo mundial –que es también el último período de la historia moderna–10. Ahora bien, podría decirse que este nuevo período ha traído consigo una modificación radical de la relación entre las potencias de la multitud y el poder soberano y que, con ello, se anuncia para nosotros una nueva etapa en el proceso histórico de la modernidad, a saber: una etapa signada por la profunda crisis biopolítica que determina ambivalentemente a la actual transición ontológica o epocal del ser. Considerando el profundo carácter histórico del sistema mundo capitalista moderno colonial, sabemos que la totalidad histórica ha permanecido en constante movimiento y que, en ese movimiento, se ha visto afectado el conjunto del bios y con él, el complejo mundo de la existencia humana.

Si tuviésemos que determinar cualitativamente aquel movimiento de la totalidad tendríamos que referirnos a él como si no se tratase de una dialéctica constitutiva, como si se tratase de un sistema de contradicciones en el que las sociedades humanas van experimentando tanto formaciones como deformaciones positivas de sus estructuras históricas. De manera muy distinta, si podemos decir que la globalización representa un momento muy particular en el desarrollo del sistema mundo capitalista moderno colonial, no solo porque ella designe el momento actual de dicho sistema mundo sino porque esa actualidad se encuentra inexorablemente marcada por la dispersión global y caótica de los flujos del capital. Sobre todo, porque a partir de esta dinámica infinita y monstruosa de la dispersión de la acumulación capitalista, dicho proceso ha subsumido a todas las formas de vida (tanto humanas como no humanas) y con ello, ha introyectado en el ser de la totalidad lo que Giorgio Agamben (2006) ha descrito como un nomos biopolítico instaurado sobre la base del sacrificio soberano de la nuda vida.

En efecto, en la actualidad del sistema mundo la dispersión global de los capitales es lo que determina –en última instancia y de manera extremadamente acelerada– la deformación de las sociedades modernas y la formación de nuevas estructuras geopolíticas (Sloterdijk, 2010). Siendo así, lo que de entrada debemos reconocer es que la globalización ha puesto en crisis al modelo geopolítico westfaliano que había operado como fundamento de las sociedades modernas (Fraser, 2008).

A propósito de ello, sabemos que actualmente se encuentra en declive el ciclo acumulativo (ciclo Kondrátiev) de concentración financiera que años atrás fuera protagonizado por la hegemonía imperial del dólar. De ahí que, por la reestructuración geopolítica de las relaciones de poder anuncie un cambio de rumbo, no solo en el nivel en el que percibimos un desplazamiento de los centros de la acumulación sino también en el nivel en el que intuimos los destinos de la civilización moderna. El ascenso comercial de China como máxima potencia industrial y el posicionamiento geoestratégico de su alianza con Rusia han desplazado el centro imperial de la acumulación desde Occidente hacia Oriente (Corsi, 2010). A la par, la acumulación sin límites que es producida por la competencia entre los capitales industriales y la reinversión del capital financiero sobreacumulado han producido consecuencias materiales que comprometen el sistema naturaleza producción, y esto hasta el punto en el que se ha puesto en riesgo la sinergia positiva de la relación entre la antroposfera y la biosfera terrestres. Se trata pues de una crisis biopolítica total11.

Por todo ello, el poder soberano (esa entidad biopolítica que Negri y Hardt (2002a) describen como la soberanía imperial del capital) ha ido adquiriendo las funciones de un Estado de excepción global; en la medida en que el sistema mundo es deformado por una crisis interna de consecuencias irreversibles, una paranoica reacción psicopolítica le ha hecho convertirse en un gigantesco aparato espectacular de captura, en una auténtica máquina de control y persecución antiterrorista gobernada por lo que podría considerarse como un totalitarismo biopolítico (Agamben, 2004a).

Allí, en los territorios donde le es posible reinvertir los capitales sobreacumulados es donde el poder soberano realiza un despliegue de su aparato militar, con el objetivo de reprimir por la fuerza todo tipo de resistencias frente a la acumulación por desposesión; allí donde la subalternidad (ciudadana, comunitaria o popular) puede adquirir un cuerpo multitudinario –un cuerpo común– es justo donde el poder soberano no cesa de querer insertar toda clase de dispositivos de normalización (o de exclusión) y de estigmatización (o de violencia) profundamente antidemocráticos. Absolutamente todo lo que aparezca como un obstáculo para la reproducción global del capital se convierte inmediatamente en un objetivo de captura o de exterminio por parte del poder soberano. Desde Colombia y Perú, hasta Filipinas y Nepal, pasando por Turquía y Kosovo, la República Democrática del Congo y el Sahara Occidental, la paranoia imperial del poder soberano ha sido la misma: instauración del Estado de excepción como el nomos biopolítico del planeta.

En semejante situación, la globalización del sistema mundo capitalista moderno colonial ha visto emerger desde su propio interior una nueva forma de resistencia global cuya movilización no ha cesado de poner en evidencia la profunda crisis humana del sistema considerado en su totalidad (Aguirre Rojas, 2010).

De Seattle a Porto Alegre y de la selva Lacandona al Estado de Minas Gerais, las potencias multitudinarias se resisten a la captura del poder soberano. Resultan bastante ejemplares los diversos proyectos de autonomía emprendidos por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) o por el movimiento Sem Terra, porque estas experiencias han puesto sobre el escenario mundial la perspectiva de una globalización alterna, de una exterioridad analéctica que se proyecta sobre una actualidad crítica y sobre un horizonte de futuro posutópico12. Desde el 2001 el Foro Social Mundial ha sido un escenario idóneo para el intercambio global entre los proyectos políticos de la alterglobalización, entre las alteridades históricas en pro de la descolonización y de las heterotopías posmodernas que animan la rebelión contracultural (Calvo Rufanges, 2011).

De ahí que la contemporaneidad nos permita concebir el poder soberano como una entidad en crisis, ya que este último no solo debe responder a las exigencias planteadas por las crisis del capitalismo, sino que, además, debe responder ante el acoso de las diferencias y ante el debilitamiento o deterioro de su eficacia material y simbólica, práctica y discursiva. Diríase entonces que las potencias multitudinarias corroen desde su interior –mediante una estrategia tanto parasitaria como viral– a la soberanía imperial y, con ella, al estatus de nuda vida en el que la excepcionalidad del poder soberano y el totalitarismo del mercado pretenden mantenerla confinada.

Quizá por ello no parezcamos demasiado optimistas al afirmar que la hegemonía del proyecto capitalista moderno colonial no puede encontrar en la subalternidad una instancia dócil y maleable, no puede hallar en ella un cúmulo práctico inerte sin posibilidades de innovación ontológica, productiva y biopolítica. Por el contrario, la crisis biopolítica del sistema-mundo capitalista moderno colonial abre también el camino para una revolución biopolítica en el ser de la multitud. Como respuesta del bios al poder soberano y como emancipación y liberación de una subalternidad que, dejando de ser tal, quiere sacudirse de todas las estructuras de explotación, dominación y alienación en las que el capitalismo le ha mantenido presa.

A partir de esta lectura de la contemporaneidad proponemos la perspectiva de un debate teórico político sobre la democracia, con el objetivo de caracterizar mejor nuestra interpretación de la praxis subalterna; y esto a efectos de precisar, en primer lugar, cuál es la importancia de la democracia para esa praxis, en segundo lugar, qué lugar ocupa la estrategia populista en ella y, en tercer lugar, qué lugar ocupa la estrategia autonomista en la praxis de los subalternos. Todo ello con el propósito de puntualizar algunas claves para pensar lo que es esencial para la emancipación política y para liberación social como contenidos de la democracia de las multitudes.

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9789587838992
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