Kitabı oku: «Irresistible», sayfa 3

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UNA COSA MÁS

Además de los múltiples viajes de Moisés al monte Sinaí, hay algo más que a los lectores modernos de la Biblia se les puede escapar también. El contenido, la redacción y el arreglo de las instrucciones de Dios para Israel están en forma de contrato legal. Los eruditos se refieren a esta plantilla como un tratado de suzeranía o tratado de suzeranía bilateral. Esta forma de acuerdo era usada por dos partes desiguales cuando definían los términos y condiciones de su relación. En un tratado de suzeranía, el poder mayor, el soberano, dicta los términos del poder inferior, el vasallo.

Algo así como las reglas de nuestros papás.

El punto es que los Diez mandamientos fueron más que eso. Fueron parte de un extenso contrato legal o pacto entre Dios (el Soberano) y la nación. Aquí hay un fragmento de la redacción original:

El Señor le dijo a Moisés: —Pon estas palabras por escrito, pues en ellas se basa el pacto que ahora hago contigo y con Israel.11

Los acontecimientos del monte Sinaí señalaron la inauguración de una relación de pacto entre Dios y la nación de Israel. Como descubriremos, este pacto definiría y gobernaría la relación de Dios con la nación de Israel por los siguientes mil y tantos años. Los términos y condiciones principales se hallan en Éxodo 19 al 24. Se repiten, se expanden y en algunos casos se esclarecen en Levítico, Números y Deuteronomio. Pero los siguientes tres versículos resumen muy bien los puntos del acuerdo:

Ustedes son testigos de lo que hice con Egipto,

y de que los he traído hacia mí

como sobre alas de águila.

Si ahora ustedes me son del todo obedientes,

y cumplen mi pacto,

serán mi propiedad exclusiva

entre todas las naciones.

Aunque toda la tierra me pertenece,

ustedes serán para mí un reino de sacerdotes

y una nación santa.12

Esto era un clásico tratado de soberanía del tipo: “yo haré esto, si ustedes hacen lo otro”. Guarden mis mandamientos y yo los mantendré a salvo. El acuerdo era bilateral y condicional. Si la nación de Israel no mantenía su parte del acuerdo, Dios no tenía la obligación de mantener la suya.

¿Está claro?

Sigamos adelante.

AÑOS DESPUÉS

A la larga, Israel llegó a salvo a la tierra prometida. Una vez que llegaron, sin embargo, no comenzaron a bendecir a todas las naciones que habitaban esa tierra. Al contrario, las conquistaron, y en ocasiones las saquearon hasta dominar la región.13 Después de varias generaciones operando como una teocracia poco organizada, regulada por jueces, los ancianos de la nación decidieron que era hora de algo nuevo. Era tiempo de que Israel creciera y comenzara a actuar “como todas las naciones”.14 Eso requeriría un rey. Un rey visible.15

REY DE CORAZONES

Nunca fue la intención de Dios que Israel tuviera otro rey aparte de él. Pero los israelitas sentían que, como estaba de moda tener rey, ellos deberían tener el suyo. Así que los ancianos y los líderes de la nación confrontaron al profeta Samuel e insistieron en que nombrara un rey. Samuel le preguntó a Dios y recibió esta respuesta:

Hazle caso al pueblo en todo lo que te diga. En realidad, no te han rechazado a ti, sino a mí, pues no quieren que yo reine sobre ellos.

¡Desechado, eso duele!

Te están tratando del mismo modo que me han tratado a mí desde el día en que los saqué de Egipto hasta hoy. Me han abandonado para servir a otros dioses. Así que hazles caso, pero adviérteles claramente de cómo el rey va a gobernarlos.16

Samuel regresó con los ancianos e hizo como Dios le había instruido. Hizo su mejor esfuerzo por explicarles porqué una monarquía no era el mejor de los gobiernos, pero sin resultado.

El pueblo, sin embargo, no le hizo caso a Samuel, sino que protestó: —¡De ninguna manera! Queremos un rey que nos gobierne.17

Lo que dijeron a continuación, estableció el escenario para lo que sucedió después.

Así seremos como las otras naciones, con un rey que nos gobierne y que marche al frente de nosotros cuando vayamos a la guerra.18

El problema, por supuesto, era que Dios no planeó que Israel fuera como las otras naciones. Dios tenía la intención de que Israel destacara del resto de las naciones, porque estaba planeando hacer algo, a favor de todas las naciones, a través de ellos.

Ellos eran el medio para un fin de alcance global.

Al final, ellos cedieron a la presión de grupo y obtuvieron lo que habían pedido: un rey. Varios, en realidad. Por décadas tuvieron más de uno a la vez. Tal como fue predicho, la mayoría de los reyes de Israel fueron un desastre. La nación pagó por esta decisión con oro y sangre. De esta forma se hicieron como las otras naciones. A pesar de ello, Dios mantuvo la promesa que le hizo a Abraham. Él no abandono sus propósitos globales para la nación. Todas las naciones de la tierra serían efectivamente bendecidas, a través de una nación que insistía en ser como las demás.

Capítulo 3
LA TRAMA DEL TEMPLO

Necesito que imagines, solo por un momento, lo que no hubiera pasado y a quién nunca habríamos conocido, si Israel hubiera escuchado a Samuel, abandonando la idea de una familia real.

No hubiera existido un rey Saúl, ni un rey David, ni Salomón. Los padres de Salomón nunca se habrían conocido. No solo no existirían los Salmos de David, tampoco los Proverbios, Eclesiastés, ni el Cantar de los cantares. No habría registro de las actividades de los reyes, y tampoco archivos que documentaran lo que los profetas profetizaron en respuesta a las decisiones de los reyes. ¿Por qué? Porque no hubiera habido reyes.

El curso de la historia sería diferente; muy diferente. Sin embargo, este es el verdadero punto de partida:

Si no hubiera habido rey, no hubiera habido templo.

Toda nación decente en ese entonces que tuviera un rey, tenía un templo. Así que Israel finalmente se hizo uno también. Y de la misma forma que los reyes de Israel trajeron consigo todos los problemas relacionados con los reyes, el templo trajo consigo, todos los desafíos que supone tener un templo. Israel no necesitaba un rey; tampoco necesitaba un templo. Ambas cosas fueron intentos de ser como las demás naciones.

Permíteme explicarlo.

DIOS EN RESERVA

Después de tomar el mando, tras el desastre del rey Saúl, el rey David dedicó años a expandir, establecer y fortificar la nación de Israel. Finalmente, hubo un descanso en la acción. Durante el período de calma, a David se le ocurrió que mientras todos los demás estaban dentro de sus casas, Dios seguía viviendo en una tienda de campaña.

Como un niño explorador.

Como un pobre pastor.

Así que David hizo una cita con el profeta en turno, Natán, y le dijo:

Como puedes ver, yo habito en un palacio de cedro, mientras que el arca de Dios se encuentra bajo el toldo de una tienda de campaña.1

Natán sonrió y sugirió a David hacer algo al respecto. Incluso sugirió que lo que tuviera en mente, Dios lo apoyaría.2 Resulta que Natán estaba equivocado. Habló fuera de tiempo. Lo que sucede a continuación muchas veces lo pasamos por alto.

Durante la noche, después de la conversación de “haz lo que quieras, mi rey”, Dios habló a Natán. Explícitamente le dijo que hablara con David y le diera una respuesta diferente:

Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto, y hasta el día de hoy, no he habitado en casa alguna, sino que he andado de acá para allá, en una tienda de campaña a manera de santuario.

Esta es mi parte favorita.

Todo el tiempo que anduve con los israelitas, cuando mandé a sus gobernantes que pastorearan a mi pueblo Israel, ¿acaso le reclamé a alguno de ellos el no haberme construido una casa de cedro?3

Aparentemente Dios estaba bien viviendo en una tienda de campaña.

Además, si lo pensamos, Dios se la pasaba fuera de su casa la mayor parte del tiempo.

Pero había algo más en juego aquí. A diferencia de la hermosa casa de piedra de David, todo en el tabernáculo era temporal. Estaba construido de cortinas de lino, cortinas de pelo de cabra y madera. Constantemente necesitaba reparaciones. Sin embargo, la naturaleza portátil y temporal del tabernáculo, acentuaba su propósito. Todo lo del tabernáculo, y todo lo relacionado con él, era simplemente un contexto para algo más grande y majestuoso. El tabernáculo era un medio para un fin. Y en un final distante, la necesidad de un tabernáculo también terminaría.

Poniendo palabras en la boca de Dios —lo cual es peligroso— es como si Dios estuviera diciendo: “Estoy bien en mi alojamiento temporal. Todo este sistema es temporal de todos modos. No tiene caso hacerme algo elegante que ni voy a utilizar mucho tiempo”.

A partir de ahí, la conversación toma un pronunciado giro. Después de asegurarle a David que estaba bien viviendo en una tienda, Dios cambia el tema completamente. Parafraseando, Dios le dice a David:

Déjate de eso de construirme una casa; vamos a hablar de tu familia, David. Basta de lo temporal, hablemos del futuro. Tú quieres edificarme una casa. Pero yo voy a ¡edificar tu casa! Voy a hacer algo a través de tu familia que va a durar para siempre.4

De manera similar a como le prometió a Abraham, Dios le dice a David que iba a hacerlo tan famoso, como “los más grandes de la tierra”.5

Otra promesa cumplida porque me imagino que desde pequeño sabías quién era el rey David.

Dios le dice a David que tiene demasiada sangre en las manos como para construir un templo. David no discute, pero no renuncia a su idea. Sigue adelante hasta asegurarse de que cuando su hijo Salomón se convierta en rey, todo esté dispuesto para la construcción de una estructura permanente. David imagina un templo que supera a todos los templos. El templo supremo.

David recaudó el dinero, mandó a hacer los planos, contrató forjadores de piedra, hizo todo menos la inauguración. De acuerdo al plan, cuando Salomón asumiera el trono, el gran proyecto de construcción iba a comenzar.

Se terminó veinte años después.

Al final de esos veinte años, Salomón invitó a Dios a dejar su tienda y mudarse bajo techo, por así decirlo. Finalmente, lo hizo, por así decirlo. Pero antes de hacerlo, le dijo a Salomón algo que debería haber producido escalofríos. Salomón no sintió nada, pero ojalá lo hubiera entendido.

Dios le dio a Salomón el típico discurso que tus papás te dan antes de darte las llaves del auto. ¿Te acuerdas? Ya sea que lo escuchaste de tus padres, o ya sea que se lo dijiste a tus hijos. Con mis hijos, fue más o menos así:

Me da mucho gusto que pude comprarte un auto para que lo conduzcas. Espero que lo disfrutes; pero entiende… si abusas de esta libertad, lo voy a vender.

La versión de Dios con Salomón se encuentra en 1 de Reyes. Va más o menos así:

Salomón, realmente agradezco todo lo que hicieron para crear esta fabulosa obra arquitectónica. Acepto tu regalo. Me mudaré inmediatamente. Pero, Salomón, si veo que tú o mi pueblo se portan mal allá afuera porque piensan que estoy atrapado aquí dentro, ¡voy a derrumbar este lugar!

Este edificio siempre reflejará mi poder y mi gloria; pero yo puedo lograr eso con o sin un edificio. En su forma actual, refleja mi presencia; pero si me abandonan para adorar a otros dioses, este pedazo de tierra quedará baldío, como testimonio de mi ausencia.

¡Todo eso antes de mudarse! No creas que lo estoy inventándolo. Lee 1 Reyes 9. Este es un adelanto:

Este templo no será más que un montón de ruinas y todos los que pasen a su lado se asombrarán y se burlarán, diciendo: “¿Por qué Dios ha hecho esto con Israel y con este templo?”6

Dios se mudó, pero no se comprometió a quedarse ahí bajo cualquier condición. ¿Por qué?

Esto es importante.

Porque el templo estaba vinculado al pacto condicional (yo me quedo con la condición de que ustedes…). Ese era el pacto condicional de Dios con la nación, el pacto establecido en el monte Sinaí.

Dios produciría la demolición de su propio hogar si el pueblo lo abandonara por otros dioses. Era agradable tener el templo, pero no era necesario. No fue su idea. El templo era más bello que importante. Y si Salomón pensaba que la naturaleza permanente de su templo de alguna manera alteraría la naturaleza temporal y condicional del pacto de Dios con la nación, estaba equivocado. Dios había aclarado desde la fundación de la nación que Israel era un medio divino para un fin divino.

NOTORIAMENTE INVISIBLE

Quizá no sepas esto, pero el templo de Salomón contenía características de diseño similares a las de los templos paganos que podían encontrarse en todo el mundo antiguo. Si te tomas en serio el Antiguo Testamento, es difícil imaginar que este sea el caso. Las Escrituras judías incluyen detalles extraordinarios sobre cómo debía lucir y funcionar el templo, y sobre quién tenía permiso de dirigirlo. Pero, pese a unas cuantas características únicas, el templo judío tenía mucho en común con los templos paganos del mundo antiguo, incluyendo los pórticos, salones, patios, estancias y un altar utilizado para el sacrificio de animales. Los templos paganos de esa época, siempre incluían un espacio sagrado, diseñado específicamente para la imagen del dios para el cual se había construido y dedicado el templo. Una caja fuerte para sus dioses. Fue esta recámara sagrada, la que diferenció al templo judío de todos sus competidores. De hecho, puede argumentarse que esta recámara, con frecuencia llamada “Lugar Santísimo”, fue lo único que marcó la diferencia del templo judío.

La característica distintiva del templo judío no fue que tuviera algo que los otros templos no tuvieran, sino todo lo contrario; el templo judío se distinguía por no tener algo que todos los demás sí tenían.

Una imagen.

El Lugar Santísimo era como un hermoso marco diseñado con muchas ornamentaciones, pero sin ninguna imagen, escultura o pintura. Por eso Israel no necesitaba un templo, para empezar. La característica distintiva del judaísmo no era el diseño de su templo, sino la falta de una imagen representativa de su Dios. Las imágenes estaban estrictamente prohibidas en el judaísmo. Como descubrimos antes, esta prohibición en particular era una de las “diez grandes”.

Para los evangélicos de hoy en día, la idea de un lugar de adoración sin imágenes no nos resulta nada extraño. Sin embargo, en la antigüedad tener imágenes era muy común. Una religión sin una imagen era… absurda. Cuando el general romano Pompeyo entró a Jerusalén, en el año 63 a. C., hizo un recorrido por el templo. Sintió curiosidad de ver a este Dios judío del que tanto había oído hablar, quien se ofendía con tanta facilidad y era tan exclusivo que no se juntaba con otros dioses. Hizo a un lado a los sacerdotes, y con atrevimiento entró a donde solo los sumos sacerdotes habían entrado hasta ese momento: el Lugar Santísimo. Al empujar el velo del templo, una cortina con un gran diseño de ingeniería que separaba la habitación de Dios del patio exterior, quedó decepcionado al descubrir que ¡no había ningún dios! Ningún ídolo. Solo había una mesa dorada, un candelabro y unos dos mil talentos de oro.7

Todo lo cual dejó intacto.

Quizá pensó: Estos judíos locos. Construyeron una elaborada estructura física para un dios que no tiene representación física. ¿Quién alguna vez ha oído de un dios sin imagen?

Exacto.

¿Quién habría oído hablar de este extraño Dios a quien no se podía contener, reducir ni definir mediante ninguna cosa creada?

Todos.

¿Cómo?

Por medio de la nación de Israel.

Regresemos a Salomón.

Aunque el templo no haya sido idea original de Dios, tenía un propósito. Destacaba, acentuaba y subrayaba la principal diferencia entre el Dios de Israel y los de sus vecinos: Israel servía a un Dios vivo. A diferencia de los dioses paganos de los días de Salomón, o los dioses adorados siglos después por los ciudadanos de Roma, el Dios de Israel no necesitaba ser acarreado hacia el interior de su templo y levantado hasta su pedestal. El Dios de Israel no necesitaba ruedas para que los sacerdotes lo sacaran en los días de fiesta. El Dios de Israel no necesitaba que lo guardaran con llave durante la noche, para que nadie se lo robara, o para que nadie le quitara un pedacito, para la buena suerte. El Dios de Israel no necesitaba guardaespaldas. No necesitaba ser protegido contra los elementos. El Dios de Israel era Espíritu.

Un Espíritu Santo.

El Dios de Israel no fue puesto en su templo.

El Dios de Israel habitó en su templo.

Así como había habitado en el tabernáculo todos esos años, habitó el templo de Salomón bajo sus propios términos. Esta es la forma en que sucedió:

Luego los sacerdotes llevaron el arca del pacto del Señor a su lugar en el santuario interior del templo, que es el Lugar Santísimo, y la pusieron bajo las alas de los querubines.8

Pero la presencia del arca no igualó la presencia de Dios. El arca que contenía la ley de Dios no fue creada como objeto de adoración. Lo que pasó después, dio al templo su significado:

Cuando los sacerdotes se retiraron del Lugar Santo, la nube llenó el templo del SEÑOR. Y por causa de la nube, los sacerdotes no pudieron celebrar el culto, pues la gloria del SEÑOR había llenado el templo.9

La presencia del Espíritu de Dios, bajo sus propios términos, fue la característica distintiva del templo judío. Cada nación tenía sus leyes. Cada nación tenía sus sacerdotes y rituales religiosos. Las religiones más antiguas exigían sacrificios de animales. Los judíos tenían todo eso, salvo una cosa: su templo servía como marco imponente de algo que no estaba ahí. Pero el propósito de este magnífico edificio, construido para la gloria del Dios invisible, se extendió más allá de Israel.

El templo judío, con su intrincado sistema de sacrificios, serviría como contexto. El templo de Jerusalén serviría como el epicentro de una serie de acontecimientos que más tarde remodelarían el mundo, y no solo al mundo antiguo. A diferencia de los dioses paganos, el Dios de Israel no era un dios regional de alcance menor. El Dios de Israel era el Dios vivo cuyo poder y presencia no se limitaban a un edificio. El templo jugaría un papel importante, pero temporal en el plan profético de Dios. Sus similitudes con otros templos de la región, puntualizaron, enfatizaron, acentuaron y subrayaron la única diferencia significativa; la cual preparó el escenario para la siguiente gran actividad de Dios en el mundo. La ausencia de imagen o ídolo era más que un detalle diferenciador. Señalaba el propósito global de Dios para la nación.

TEMPLOS DE PERDICIÓN

Cuando Salomón fue ungido rey, había paz en el territorio. Algunos se refieren a esta época como la época dorada de Israel. Finalmente, parecía haber una oportunidad para que Israel fuera una bendición para otras naciones. Sin embargo, Dios no estaba listo; resulta que Israel tampoco. Salomón se distrajo un poco —con mujeres; mujeres extranjeras y sus dioses extranjeros. El tema del templo no fraguó.

Aquí hay algo que suele pasarse por alto: además de construir un templo para su Dios, Salomón construyó muchas capillitas para un abanico de otros dioses. ¿Por qué? Porque quería mantener contentas a sus esposas extranjeras. “¿Cuántos otros?”, te preguntas.

Prepárate.

Unos setecientos.

El autor de 1 Reyes nos cuenta que Salomón tuvo setecientas esposas de sangre real.10

Construyó altares, santuarios y casas de adoración para cada dios adorado por sus setecientas esposas de sangre real. Una de estas esposas fue, ¿puedes creerlo?, ¡hija del faraón! Aun peor, sabemos que, hacia el final de su vida, Salomón, junto con sus esposas, adoraba a estos dioses extranjeros.11 Pero no crean que dejó de adorar al Dios de su padre, David. Hizo algo peor: los adoraba junto al Dios de su padre, David.

Aunque esto es confuso para nosotros, tenía todo el sentido del mundo para Salomón. Una vez que Salomón metió a Dios, por así decirlo, a su propio templo, lo rebajó al nivel de todas las demás deidades paganas de todas las naciones del mundo. Dios tenía una ubicación; una ubicación similar a la que los vecinos de Israel crearon para sus dioses. Con la construcción del templo, el Dios móvil de Israel parecía un poco más domesticado, regional. Había desaparecido la tienda de campaña, el recordatorio visual de que el Dios de Israel era un Dios que podía ir de un lugar a otro. Había desaparecido el recordatorio de que él podía levantarse e irse sin previo aviso. Y habiendo paz en el territorio, no había necesidad de invocar a Dios para que protegiera a Israel de sus enemigos.

Bajo el reinado de Salomón, Israel no estuvo en condiciones de bendecir a las naciones de la Tierra. Para el final de dicho reinado, Israel se parecía mucho a todas las demás naciones de la Tierra. Sin embargo, mientras que Salomón olvidó, o simplemente abandonó, su promesa a Dios, Dios no olvidó ni abandonó su promesa a Salomón. Su acuerdo con Salomón reflejaba la naturaleza condicional de su acuerdo con la nación.

Este templo no será más que un montón de ruinas y todos los que pasen a su lado se asombrarán y se burlarán, diciendo: “¿Por qué Dios ha hecho esto con Israel y con este templo?”12

Fiel a su palabra, en el año 587 a. C., después de un asedio sangriento, los soldados de Nabucodonosor atravesaron una brecha en el muro de Jerusalén, asesinaron a miles de ciudadanos, esclavizaron a miles más, y derrumbaron el templo de Salomón hasta sus cimientos.

Afortunadamente, Dios no estaba en casa esa tarde.

Se había mudado mucho antes.

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