Kitabı oku: «Irresistible», sayfa 4
Capítulo 4
LA RUPTURA
Después de la muerte de Salomón, su hijo Roboam tomó una decisión tonta, que dio por resultado la división de la nación en el reino del norte y el reino del sur. Para el año 700 a. C., el reino del norte (Israel) había abandonado a Dios por completo, y adoptado los cultos de adoración a los ídolos de sus vecinos. El reino del sur (Judá) estaba al borde de la misma apostasía. La noción de Israel como bendición para otras naciones, era ya inimaginable. Después de todo, la nación no podía resolver sus propias disputas internas, y una vez dividida sufrió la división militar y económica. Tanto Asiria como Siria estaban buscando una excusa para invadir. Eran tiempos difíciles para la gente de ambos reinos.
Dios envió una serie de profetas para exhortar, reprender y advertir a toda una serie de reyes. Uno de esos profetas fue Isaías. La profecía de Isaías no es fácil de entender, sobre todo si no se conoce el contexto histórico. En realidad, es difícil seguir el hilo de sus pensamientos aun con el contexto histórico. La razón por la cual lo menciono, es que a mitad de lo que fue quizá el punto más bajo en la historia de Israel, Isaías resucita la promesa de Dios a Abraham y le da su propio toque. Si le sonó extraña a Abraham, le sonaría aún más extraña a los habitantes de Judá en aquellos tiempos difíciles. Isaías escribe:
No es gran cosa que seas mi siervo, ni que restaures a las tribus de Jacob, ni que hagas volver a los de Israel, a quienes he preservado. Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra.1
Para nada.
Repito, esta era una época de conquista, saqueo y toma de esclavos. Nadie estaba tratando de ser “luz” para nadie más. Nadie estaba tratando de salvar a nadie, salvo a sí mismo. Después de la muerte de Isaías, Judá (el reino del sur) fue invadido por Babilonia. En ese asedio, el magnífico templo de Salomón fue destruido; pero antes de arrasarlo, como era su costumbre, el rey Nabucodonosor ordenó extraditar a Babilonia la imagen del dios conquistado, para colocarla en su colección de dioses.
¡De verdad! Nabucodonosor tenía una colección de dioses.
Por supuesto, cuando sus soldados entraron a la “bóveda” del Dios judío, no encontraron ninguna imagen. Así que tomaron los cubiertos y los platos, y se dirigieron a casa… remolcando a una gran porción de la población, incluyendo a los Cuatro Fantásticos: Sadrac, Mesac, Abednego y Daniel.
Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra.2
Mmmm.
Por suerte para Israel, su Dios era itinerante. Sin que Nabucodonosor lo supiera, Dios salió de Judea y se infiltró en Babilonia. El libro de Daniel registra esta aventura.
La historia sigue su curso.
LA ÚLTIMA PALABRA
Cuando Babilonia cayó ante los persas, alrededor del año 538 a. C., el emperador Ciro el Grande permitió a los judíos regresar a su patria, e incluso los animó a reconstruir su templo. En realidad, les dio la orden de reconstruirlo y hasta les dijo qué tamaño debía tener.3
Más pequeño.
Mucho más pequeño.
Así lo hicieron. Cuando los cimientos estaban terminados, y la gente pudo ver que su nuevo templo no era tan grande ni tan grandioso, aquellos quienes recordaban el templo de Salomón, “rompieron en llanto”.4 El nuevo templo, más pequeño, era un recordatorio visible de lo bajo que puede caer una nación.
El hecho de que un rey extranjero dictara de qué tamaño podían construir su propio templo, también les dolió. Pero los habitantes de Jerusalén no eran los únicos decepcionados con la versión económica del templo. Por lo visto, a Dios tampoco le agradó. Según lo que podemos deducir al leer todo lo que se escribió sobre este capítulo de la historia de Israel, Dios nunca se mudó a la nueva casa que le construyeron. Nunca “habitó” el templo renovado. De hecho, al final de esta trama, Dios tampoco habitó la edición renovada que construyó Herodes.
Aparentemente, Dios estaba harto de los templos.
No habían sido su idea, para empezar.
Él era el Dios Espíritu, que está en todas partes. Estaba bien en su tienda. Además, para esa época, el Arca de la Alianza estaba perdida junto con otros artículos importantes. No era como en los viejos tiempos. Sin embargo, Dios entendía lo que representaba el templo para este preciado pueblo recién llegado del exilio. Así que les habló por medio del profeta Hageo.
¿Queda alguien entre ustedes que haya visto esta casa en su antiguo esplendor? ¿Qué les parece ahora? ¿No la ven como muy poca cosa?
A lo cual seguramente respondieron: “¡Sí! Es ‘muy poca cosa’ comparado con el templo del rey Salomón”.
Continuó:
“¡Ánimo, pueblo de esta tierra!” afirma el Señor. “¡Manos a la obra, que yo estoy con ustedes!” afirma el Señor Todopoderoso. “Y mi Espíritu permanece en medio de ustedes, conforme al pacto que hice con ustedes cuando salieron de Egipto. No teman”. Esto es lo que dice el SEÑOR todopoderoso.
Aquí viene lo bueno.
Dentro de muy poco haré que se estremezcan los cielos y la tierra, el mar y la tierra firme; ¡haré temblar a todas las naciones!
Ahí está otra vez eso de “todas las naciones”. Nuevamente, parecía altamente improbable que Israel hiciera algo que hiciera estremecer a “todas las naciones”.
Luego dice:
¡Haré temblar a todas las naciones! Sus riquezas llegarán aquí, y así llenaré de esplendor esta casa, dice el Señor Todopoderoso.5
Lee cuidadosamente esos versículos (porque se me hace que nada más le diste una ojeada ¿verdad?). Nota que Dios les dijo que no iba a habitar en el templo. Al menos no en ese momento. Estaría “con” la nación y “entre” el pueblo judío. Mantendría su promesa orientada a todas las naciones (aunque hasta este punto, nadie había qué significaba esto). Sin embargo, no “llenaría” ese templo con su gloria, sino hasta una fecha futura. Luego concluye con un último vistazo al futuro:
El esplendor de esta segunda casa será mayor que el de la primera”, dice el Señor Todopoderoso. “Y en este lugar concederé la paz”, afirma el Señor Todopoderoso.6
En otras palabras: algo grande está por venir.
APAGA LAS LUCES
No mucho después de que se terminara de construir el templo a menor escala, las cosas en Judea se revolvieron nuevamente. El templo reconstruido reavivó la esperanza de que quizá los días de gloria de David y Salomón regresarían. Pero no ocurrió nada en ese sentido. El templo y todo lo relacionado con él, servía como doloroso recordatorio de una época pasada que probablemente nunca regresaría. La economía siguió decayendo. El interés por la adoración en el templo siguió menguando. Los líderes políticos y religiosos discutían entre ellos y aprovechaban su poder en perjuicio del pueblo, lo cual solo aumentaba el cinismo y la desconfianza.
En medio de esta confusión, entró en escena el profeta Malaquías. Su profecía sirvió como epílogo a lo que conocemos como el Antiguo Testamento.7 Aunque es el último profeta, no es el menos importante. Como los profetas anteriores a él, Malaquías reprendió furiosamente al pueblo por su apatía, falta de fe, inmoralidad y egoísmo. Le recordó a la nación, el amor inagotable de Dios, así como su inevitable juicio. La cuota profética estándar.
Sin embargo, en sus primeras profecías, Malaquías reitera el destino divino de Israel, la intención global de Dios. A pesar de todo lo que habían hecho para deshonrar su nombre, Dios estaba comprometido a cumplir su pacto con Abraham. Israel sería un medio para su fin. De hecho, el mundo sería bendecido a través de Israel.
Grande es mi nombre entre las naciones…
Ahí está otra vez.
Porque desde donde nace el sol hasta donde se pone, grande es mi nombre entre las naciones. En todo lugar se ofrece incienso y ofrendas puras a mi nombre, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor Todopoderoso.8
Luego…
Yo estoy por enviar a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí. De pronto vendrá a su templo el Señor a quien ustedes buscan.
Que conste que vendrá, es decir, aún no estaba allí.
…vendrá el mensajero del pacto, en quien ustedes se complacen…9
Fin.
Malaquías apagó las luces, cerró la puerta y desapareció en el desierto.
La verdad no, pero más o menos así se sintió.
Durante los siguientes cuatrocientos años, aproximadamente, no hubo profetas. Bueno, no hubo ninguno que la gente tomara en serio. Judea permaneció bajo control extranjero. Después de los persas, siguieron los ptolomeos, luego los seléucidas. Alrededor del 167 a. C., apareció un débil destello de esperanza. Un grupo de judíos apasionados, conocidos como Macabeos, iniciaron una revuelta. Bajo el liderazgo de Judas Macabeo, derrocaron y expulsaron a los invasores griegos. Purificaron, dedicaron (otra vez) y abrieron el templo. Por primera vez en siglos, los judíos eran libres del yugo extranjero. Muchos creyeron que Judas Macabeo era el Prometido, el Salvador enviado por Dios a restaurar la nación a su gloria anterior. Pero no sería así. Tras su muerte, la nación volvió a caer en una espiral de inestabilidad económica y política. Luego, en 63 a. C., el general Pompeyo hizo su famosa visita al templo judío, y anexó Judea a la república romana.
CALLADO, PERO NO QUIETO
Aunque podría decirse que Dios estuvo callado durante los años de ocupación y opresión de Israel, ciertamente no estuvo quieto. El apóstol Pablo plasmó perfectamente la tensión existente al escribir:
Pero cuando se cumplió el plazo…
Una vez que Dios tuvo todo y a todos preparados…
Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos.10
Cuando nadie lo esperaba.
Cuando la mayoría había perdido la esperanza.
Mientras la república romana estaba a un paso de convertirse en imperio…
Dios actuó.
Un carpintero descubrió que su prometida estaba embarazada y, mientras decidía qué hacer, un ángel le habló en un sueño:
José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel.11
Había llegado el momento.
Se había acabado la espera.
Se cumpliría la promesa de Dios a Abraham. Las naciones de la Tierra estaban a punto de ser bendecidas. Como parte del proceso, Dios visitaría el templo una última vez.
Pero no como nube.
Esta vez se mostraría como un humilde artesano de Galilea convertido en rabí. Un rabí que iniciaría un incendio que ningún imperio ni templo podría extinguir. Y al final, como lo había prometido, todas las naciones del mundo (por fin) serían bendecidas.
Capítulo 5
VOLVER AL CENTRO DEL UNIVERSO
Quizá el tema más prominente en los evangelios —los cuatro relatos de la vida de Jesús—, sea el incesante conflicto entre Jesús y los líderes religiosos. Aunque es fácil identificar sus diferencias de perspectiva e interpretación de la ley, no es fácil redondear la idea de por qué dichas diferencias ocasionaron que los fariseos, saduceos y maestros de la ley odiaran a Jesús. No podían simplemente decir que no estaban de acuerdo con él, era más que eso. Lo odiaban. No solo desearon su muerte, sino que orquestaron su arresto y ejecución. Aunque a nosotros nos parezca una reacción exagerada, como le pareció a Pilato, en realidad tenían una buena razón para despreciarlo.
Ellos vieron lo que nosotros pasamos por alto.
Los líderes del templo no veían a Jesús como iniciador del judaísmo 2.0. Entendieron correctamente que Jesús era una amenaza para todo lo que valoraban. ¡Todo! Si lo que Jesús afirmaba era verdad, señalaba una nueva versión del mundo, y el fin de su mundo como lo conocían.
Los lectores modernos de la Biblia ven a Jesús como una extensión de las Escrituras judías (nuestro Antiguo Testamento). Los líderes judíos en tiempos de Jesús no lo veían como una extensión o cumplimiento de nada. Nosotros vemos a Jesús como el resultado del Antiguo Testamento; sus detractores del primer siglo lo veían como un hereje que quería cambiar todo.
En ese punto, tenían razón: Jesús estaba presentando algo nuevo.
Una de las declaraciones más ofensivas de Jesús está registrada en el evangelio de Mateo. Si lo has leído, lo más probable es que la hayas pasado por alto. Pocos la notamos. Durante una de sus muchas disputas con los líderes religiosos acerca de las implicaciones de una violación del sabbat, Jesús, refiriéndose a sí mismo, declaró:
Pues les aseguro que aquí hay algo más importante que el templo.1
Indignante, ¿no?
¿No?
¿No habías notado esa declaración?
Eso pensé.
Para los judíos del primer siglo, nada ni nadie era más importante que el templo. Si hubiera habido algo más importante, el templo no habría tenido razón de ser. Era inútil. Aunque hay lugares que consideramos especiales, quizá sagrados, nuestra conexión emocional con esos lugares, no son nada en comparación con lo que los judíos sentían (y en algunos casos siguen sintiendo), por su templo. Para los judíos del primer siglo, el templo era todo. Era el centro del mundo; no solo de su mundo, sino del mundo entero.
El templo era el epicentro de la vida religiosa judía. Era el hogar legítimo de la ley oficial. El templo era la presencia de Dios en la Tierra. Compararse uno mismo con el templo, o sugerir que cualquier cosa era más importante que el templo, reflejaba una extraordinaria arrogancia, ignorancia o locura. Que alguien afirmara ser más importante que el templo era una blasfemia digna de la muerte. Una amenaza al templo era una amenaza a la nación. La población judía habría muerto antes que permitir que este inmueble sagrado fuera profanado o amenazado.
Habrían dado su vida.
No es una exageración.
Para muestra, un botón.
CONVERSACIÓN SOBRE ÍDOLOS
Alrededor del año 40 D.C., los ciudadanos de Jerusalén fueron notificados de que una estatua del emperador Calígula iba a ser erigida dentro de las paredes del templo. A Petronio, gobernador de Siria, se le dio la responsabilidad de transportar la estatua desde la ciudad portuaria de Ptolemaida hasta Jerusalén. Lo acompañaron dos legiones (aproximadamente 10.000 soldados). Cuando llegó a tomar posesión de la estatua, le sorprendió descubrir que miles de judíos de la región se habían reunido para protestar.2 Al ser amenazados con violencia, en lugar de organizarse y defenderse, los protestantes se arrodillaron y expusieron el cuello al filo de las espadas. El mensaje era claro: morirían antes de ser testigos de la profanación de su templo. Petronio fue superado en la táctica.
Un conflicto armado era una cosa; pero masacrar a ciudadanos desarmados era algo completamente diferente. Ignorando a las multitudes, Petronio y sus legiones se abrieron paso tierra adentro hacia Tiberíades. Según Josefo, al llegar al lugar, se encontró con un contingente mucho mayor de protestantes. Aún estaba a más de 160 kilómetros de Jerusalén. Josefo describió la escena a las afueras de Tiberíades, de la siguiente manera:
Así que se postraron en su cara, expusieron la garganta y dijeron estar listos para ser masacrados; e hicieron esto durante cuarenta días y, mientras tanto, abandonaron la labranza de su tierra, y esto cuando por la temporada del año era tiempo de sembrar. Así continuaron firmes en su resolución, y se propusieron morir voluntariamente antes que ver la dedicación de la estatua.3
Todos los campesinos se pusieron en huelga, poniendo en riesgo la economía de la región. Una vez más, Petronio se encontraba en un callejón sin salida. El cumplimiento de los deseos del emperador exigiría algo mucho peor que un conflicto armado. Exigiría algo más parecido al genocidio. Con reticencia, escribió al emperador para pedirle instrucciones, totalmente consciente de que no cumplir sus órdenes. se interpretaría como incompetencia y sin duda, ocasionaría su destitución o algo peor. Por un extraordinario giro del destino, o la providencia, oficiales de la Guardia Pretoriana conspiraron junto con un puñado de senadores romanos para asesinar al emperador antes de que la carta de Petronio llegara a la capital.
Crisis evitada.
Así que sí, el templo era importantísimo.
Jesús declaró ser más importante que el templo.
Ese era un problema.
FALLAS DE MODELO
Para cuando Jesús llegó a la edad adulta, el sistema del templo judío estaba completamente corrupto. Al menos eso pensaba él. Aunque los evangelios nos presentan un puñado de sacerdotes, abogados y fariseos sinceros, son la excepción. Tan solo el juicio de Jesús es suficiente para eliminar cualquier duda sobre el estado de las cosas.
La corrupción generalizada de la comunidad religiosa no solo se infiere y se ilustra en los evangelios. Jesús la abordó directamente. En el evangelio de Mateo, encontramos la descripción de Jesús sobre los dirigentes.4 Esta es una muestra:
•Todo lo hacen para que la gente los vea.
•Les encanta estar en el lugar de honor en los banquetes.
•Les encantan sus títulos.
•Les encanta que los saluden con respeto en los mercados.
•Descuidan la justicia, la misericordia y la fidelidad.
•Son hipócritas.
•Están llenos de avaricia y auto indulgencia.
•Por fuera parecen justos, pero por dentro están llenos de maldad.
Unos tipos encantadores.
Jesús concluye sus observaciones llamándolos víboras y preguntándoles cómo planean escapar al infierno.5 El lado positivo… bueno, no había un lado positivo. Jesús consideró que toda la empresa estaba corrupta. Por el tiempo en que Jesús salió del río Jordán para empezar su ministerio, los líderes del templo habían creado un sofisticado e intrincado sistema de resquicios legales que les permitía evitar las exigencias más inconvenientes de la ley. Eran especialmente hábiles en la reinterpretación y simplificación de las partes de la ley de Moisés, que les significaran algún gasto económico. Por consiguiente, quienes estaban en el escalón superior de la autoridad del templo vivían como reyes. En tiempos de Jesús, era muy rentable ser sacerdote en Jerusalén. La mayoría de la gente no sabe esto, pero en tiempos de Jesús, el templo era una empresa con enormes ganancias.
¡Enormes!
Esta es la razón.
EL TEMPLO DE LA PROSPERIDAD
El templo se beneficiaba de diferentes fuentes de ingresos, el más importante era el impuesto del templo. Los hombres judíos mayores de veinte años debían pagar medio siclo de impuesto anual al templo, equivalente al salario de un día y medio de trabajo. No era una cantidad enorme, pero no se limitaba a los hombres que vivían cerca del templo.
Este impuesto se exigía a cada hombre judío, independientemente de dónde viviera. En el primer siglo, había millones de judíos diseminados por todo el imperio romano y más allá.6 Existía un elaborado sistema para recolectar, resguardar y transportar el impuesto del templo a Jerusalén. Los hombres judíos podían pagar el impuesto en centros de recolección ubicados en las principales ciudades del imperio romano y sus alrededores, o podían pagarlo directamente en el templo. Josefo hace referencia a una ciudad con uno de dichos centros, Nísibis, ubicada en la actual Turquía. La siguiente cita, nos da alguna idea de cuánta riqueza se recolectaba y transfería hacia Jerusalén desde las ciudades recaudadoras:
… pues hacían uso de estas ciudades como una tesorería, desde donde, en el momento oportuno, lo recaudado era transferido a Jerusalén; y decenas de miles de hombres realizaban el transporte de esas donaciones, por miedo al pillaje de los llamados partos…7
Josefo es famoso por sus exageraciones, pero, aunque fueran solo mil judíos babilonios los asignados a proteger el convoy de los impuestos, sería un ejército de tamaño medio. Todo esto para apoyar la actividad que se llevaba a cabo, en ese lugar de apenas 150 metros cuadrados en Jerusalén. La suma exportada fuera de las provincias romanas que se embarcaba a Jerusalén, era tan grande que hizo que los gobernadores romanos propusieran leyes para prohibir que los judíos pagaran el impuesto en sus ciudades. En algún punto, el senado romano, en un esfuerzo por mantener la riqueza judía en la capital, aprobó una ley para prohibir la exportación de plata. Sin embargo, los judíos siguieron pagando el impuesto en el imperio romano y sus alrededores.
Eso fue solo el principio.
Para el siglo I, a los judíos se les prohibía acuñar su propia moneda. Los rabinos a cargo de la tesorería del templo, se vieron forzados a buscar una moneda extranjera que se aproximara al valor de un siclo o medio siclo. Escogieron monedas de plata acuñadas en la ciudad de Tiro.8 Los didracmas y tetradracmas tirios se aproximaban mucho al valor del antiguo siclo y medio siclo judíos. En los días de Jesús, el templo solo aceptaba la moneda tiria. Eso era un problema para los contribuyentes y una oportunidad para los recaudadores de impuestos. Los judíos viajaban desde todo el mundo para visitar el templo. Pocos de ellos llevaban consigo monedas tirias. Para remediar este problema, había mesas en el patio del templo donde los cambistas tomaban cualquier moneda que un adorador pudiera traer y la cambiaban por siclos tirios. ¿Y quién crees que determinaba el tipo de cambio? Las autoridades del templo, por supuesto. Los adoradores no tenían más opción que someterse a la tasa publicada.
Así que además de los impuestos que fluían desde todo el mundo civilizado, el personal del templo había descubierto otra forma de aumentar los ingresos. Fue esta práctica, junto con la venta de animales para el sacrificio, sobrevalorados y de segunda clase, lo que llevó a Jesús a ejercer su autoridad mesiánica de aquella forma tan inolvidable. En un extraño giro, indudablemente fueron treinta monedas tirias de plata, sustraídas del erario, las que el sumo sacerdote usó para pagarle a Judas.
El poder, la política y las utilidades relacionadas con el templo judío del primer siglo, fueron la tormenta perfecta. Se convirtieron en la receta perfecta para la corrupción. Agrega religión a la mezcla y la receta dará pie a una extraordinaria hipocresía (algo que Juan Bautista y Jesús señalaron y condenaron constantemente). A pesar de todo eso, el templo seguía siendo muy importante para la cultura judía del primer siglo. Algo realmente importante. Pero Jesús declaró ser más importante que el templo.
Eso era notoriamente escandaloso.