Kitabı oku: «Ateísmo ideológico», sayfa 3

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La historia del problema

¿En qué se han convertido las ideologías treinta años después de la caída del Muro de Berlín? ¿Dónde están la izquierda y la derecha?

Una de las actitudes que puede servir para diferenciar a una de otra corriente de pensamiento, en un espacio político cada vez más confuso, es el impulso reformador que siempre ha guiado a la izquierda frente a la «tradicional» (nunca mejor dicho) supuesta «inmovilidad» de la derecha.

Esto es: se dice que la izquierda pasa a la acción en cuanto toma el poder, que pone en marcha iniciativas «sociales» de manera inmediata. Mientras que la derecha no tiene demasiadas ideas que enciendan su motor, y suele replegarse sobre un cierto conformismo que aspira al orden, el interés por la economía y la tranquilidad, más que a cambiar las cosas.

¿Esas son las diferencias sustanciales entre izquierda y derecha? No está muy claro en la práctica. Si bien, en España, desde 1978, esa ha sido una clásica manera de obrar, la bandera de unos y otros.

Pero ¿qué ocurre ahora, desaparecidos los viejos bloques de la Guerra Fría? Por la izquierda tenemos chavismo, bolivarianismo, anticapitalismo, antisistemas, okupación, banderas de género, raza, animalismo.

Quedan aún países comunistas a la vieja usanza en el globo, claro, y aunque han cambiado mucho en estas décadas (China ha adoptado un sistema capitalista, cuestionando aquella premisa clásica de que no hay capitalismo sin democracia), los nuevos movimientos de izquierda radical anhelan conquistar el poder de forma «democrática» (reducida la democracia al mero plebiscito, muchas veces manipulado). En algunos casos lo consiguen, por ejemplo en Latinoamérica.

Por su parte, la derecha ha encontrado en un populismo provocador e incluso gamberro una forma de movilización, que la ha sacado de su proverbial anquilosamiento: Trump, Berlusconi, Boris Johnson, Salvini.

¿Pero qué ideología ha ganado a estas alturas de la historia, la izquierda, o la derecha? Tampoco está claro. Muchas veces la impresión más común es que ambas se encuentran empatadas, en tablas.

Durante la Guerra Fría, el mundo esperaba ver quién era el vencedor de esa tensión ideológica insoportable. ¿Los comunistas o los capitalistas? Hoy, el resultado sigue sin aclararse. El capitalismo continúa despertando odio y aversión, y el neocomunismo parece bastante más disfuncional que el soviético.

Si bien tenemos un Big Data histórico que nos puede orientar sobre las preferencias de la gente: las migraciones masivas. Por ejemplo, masas ingentes de personas abandonan Honduras, Guatemala o Cuba, y pretenden entrar en Estados Unidos, la Unión Europea, los países occidentales. Por el contrario, no se conocen casos de hordas de estadounidenses braceando en el mar para alcanzar las costas de Venezuela o Cuba.

No es la ideología, sino paz, libertad, seguridad y prosperidad lo que desea la mayoría. Y eso ocurre en todo el mundo, desde los comienzos de la historia.

Pero, ¿qué es exactamente la ideología? Habría que empezar por definir el término.

Es sabido que aparece, tal como lo conocemos hoy, durante la Revolución Francesa, acuñado en 1796 por Destutt de Tracy, que en su obra Éléments d’idéologie se propuso desarrollar una teoría genética de las ideas, hacer de las ideas una ciencia, empujado por el espíritu de la Ilustración.

Tanto él como sus discípulos fueron catalogados de ideólogos, un concepto denigrado por Napoleón Bonaparte y más tarde por Carlos Max. Para ambos personajes, de alguna manera había prevalecido la función negativa de la ideología en un contexto político y social.

Napoleón se refería de manera despectiva a la ideología y a quienes intentaban desarrollarla, acusándolos de ociosos, quiméricos y especuladores. Mientras que Marx la entendía como una falsa conciencia que impide ver las cosas tal como son en realidad, que desvirtúa la realidad.

Es curioso que exista una obra clásica de Marx, La ideología alemana, en la que presenta una visión negativa de la ideología contraponiéndola a la ciencia real y positiva, al auténtico saber real. Y digo que resulta paradójico porque el marxismo ha sido un extraordinario generador de ideologías desde entonces. A pesar de que Marx nunca pretendió convertir el término ideología en un «concepto fundamental en la elaboración de su teoría de la sociedad y de la historia» (Nelson Osorio).

Para Engels, la ideología es una falsa conciencia:

Un proceso que se opera por el llamado pensamiento consciente, en efecto, pero con una conciencia falsa. Las verdaderas fuerzas propulsoras que lo mueven permanecen ignoradas para él; de otro modo, no sería tal proceso ideológico. (…) Con esto se halla relacionado también el necio modo de ver de los ideólogos: como negamos un desarrollo histórico independiente a las distintas esferas ideológicas, que desempeñan un papel en la historia, les negamos también todo efecto histórico.

Para Marx, nos formamos una representación alienada/imaginaria de las condiciones de nuestra existencia, porque dichas condiciones de existencia son por sí mismas alienantes.

Eagleton, por su parte, se preguntaba: «¿A qué hace referencia la ideología? La respuesta más general es que la ideología tiene que ver con la legitimación del poder de un grupo o clase social dominante».

Para Van Dijk «ninguna definición de ideología dejará de mencionar que las ideologías sirven típicamente para legitimar el poder y la desigualdad».

Por no mencionar que las ideologías ocultan y confunden la verdad, la realidad y las «condiciones objetivas, materiales, de la existencia», o los intereses de las formaciones sociales.

Esta es una interpretación del pensamiento marxista clásico, ya que, siguiendo a Van Dijk:

… históricamente, sobre todo en la tradición marxista, las ideologías fueron asociadas, por supuesto, a la noción de clase, e inscritas luego en términos más exactos como «formaciones sociales». Más específicamente, las ideologías eran atribuidas a la clase gobernante, aunque solo fuera para ocultar su poder, la desigualdad.

Louis Althusser, en su obra Ideología y aparatos ideológicos del Estado, planteó una «teoría general de la ideología» revisando a Marx, haciendo una crítica de su postura y afirmando que la ideología no es una falsa conciencia ni una generación de sujeto social, sino que es algo inherente al sujeto humano, que no puede desarrollar su existencia sin practicar una ideología concreta. Para Althusser, el ser humano es un ser ideológico:

Toda ideología representa, en su deformación necesariamente imaginaria, no las relaciones de producción existentes (…) sino, ante todo, la relación imaginaria de los individuos con las relaciones de producción y con las que de estas se derivan.

Para él, toda práctica tiene lugar por una ideología y bajo una ideología, y además toda ideología se realiza por el sujeto y para los sujetos.

Obviamente, el ser humano (el hombre en palabras de Althusser) sería un animal ideológico, mientras que el resto de los animales no lo son.

¿Es pues la ideología un síntoma de humanidad? Sin ninguna duda. De la misma manera en que lo es la religiosidad, que precedió a la ideología.

La religión y la ideología son algo específicamente humano porque tienen que ver con las creencias. Y los seres humanos ansían creer, adoran creer. Eso les hace más liviana la conciencia de su levedad, de su mortalidad.

La pregunta que cabe hacerse es: ¿Se deshumaniza al ser humano privándolo de su ideología? Quién sabe. Muchos seres humanos no son creyentes ideológicos, ni religiosos, y eso no los hace menos humanos.

Además, en este ensayo no se pretende tal cosa. Como ya se ha dicho, es muy difícil arrancar las creencias arraigadas en lo más íntimo de una persona. Lo que sí estamos obligados a hacer, a estas alturas de la historia, es apartarlas del gobierno del Estado.

Veremos por qué.

Represión e ideología

Siguiendo la idea de Althusser, que contribuye a la teoría marxista del Estado, él advierte que el aparato del Estado se compone de dos subaparatos diferentes: de una parte el represivo y de otra el ideológico.

El aparato represivo está integrado por el gobierno, los tribunales, las prisiones, la Policía, el Ejército, etcétera, que funcionan esencialmente «en forma de violencia».

Por otro lado, «designamos por aparatos ideológicos del Estado a cierto número de realidades que se presentan al observador inmediato bajo la forma de instituciones distintas y especializadas». El aparato ideológico del Estado no utiliza la violencia, sino la ideología.

Sin embargo, yo sugiero que la ideología suele ser otra forma de violencia, más sutil, pero también más eficaz que la de los aparatos represivos.

Para Althusser el poder del Estado se ejecuta de forma duradera cuando la clase dominante que lo controla lo ejerce sobre, y en, los aparatos ideológicos estatales.

Así, en una sociedad capitalista, los aparatos ideológicos del Estado serían los siguientes:

• AIE (Aparatos Ideológicos del Estado) religiosos: el sistema de confesiones diferentes con que cuente el Estado.

• AIE escolares, escuelas públicas y privadas.

• AIE familiares.

• AIE políticos: el sistema de partidos políticos.

• AIE sindicales.

• AIE de la información (prensa, radio, televisión); hoy día tendríamos que añadir también las redes sociales.

• AIE culturales (letras, bellas artes, deportes).

La clase dominante no solo tiene que ejercer el poder coercitivo del aparato del Estado; si quiere asegurar su dominio, tiene que controlar también la hegemonía ideológica a través de los aparatos ideológicos del Estado. Esto es algo que ha entendido desde siempre la izquierda, gracias a la teoría marxista y a pensadores como Althusser o Gramsci. Mientras que la derecha se ha conformado con ejercer su dominio sobre la parte coercitiva del aparato del Estado, no sobre la parte ideológica.

Según Althusser: «Los aparatos ideológicos del Estado pueden ser, no solamente la encrucijada, sino también el lugar donde se libra una lucha de clases, a menudo de forma muy encarnizada».

De manera que la lucha, según podemos deducir de los presupuestos de Althusser, está indefectiblemente unida a la ideología. No sería arriesgado asegurar entonces que allí donde haya ideología, habrá lucha.

Y ello a pesar de que las ideologías, según el pensador francés, no nacen en los aparatos ideológicos del Estado, sino de las clases sociales empeñadas en la lucha de clases, de sus condiciones de existencia, de sus prácticas, de sus experiencias de lucha, etcétera. Para él las ideologías siempre han estado presentes en la historia humana, vista como una sociedad de clases. Mientras haya clases sociales diferentes enfrentadas, existirían por tanto ideologías distintas asimismo enfrentadas. Y observa que, en la Francia de los siglos XVI al XVIII que terminará en la revolución de 1789, el aparato ideológico del Estado se encontraba dominado por la Iglesia, que también ejercía el monopolio sobre la educación, la información y la cultura, además de sus funciones religiosas básicas.

Porque, obviamente, la Iglesia fue la predecesora de la ideología según hoy la conocemos. La Revolución Francesa transformó la fe religiosa en la fe del gobierno del pueblo. Llevó a los ciudadanos de la confianza en el Cielo a la esperanza sobre la Tierra.

No era mala idea, de no ser porque el método para propagar este cambio no resultó el más adecuado.

Tanto la interpretación positiva como la negativa de la ideología son deudoras de la teoría marxista. Por ello es erróneo acusar hoy día de fascistas a quienes tienen una visión pesimista de la ideología, ya que pueden haber recibido una clara herencia marxista. Por si fuera poco, el fascismo nunca ha sido tan crítico con la ideología como el marxismo, empezando por el propio Carlos Marx.

Muchas personas se acogen a los aspectos positivos de la ideología porque esta les otorga un sentido y un propósito a sus vidas, como ya hemos visto. En línea con pensadores como Paul Ricoeur, que entiende la ideología como un «cuerpo de ideas» que entregan identidad y coherencia a un grupo social determinado.

La moneda de dos caras que es la ideología sigue repartiendo ventajas e inconvenientes, según cómo se la mire.

Teum Van Dijk, por su parte, aseguraba que «las ideologías sirven positivamente para habilitar a los grupos dominados, crear solidaridad, organizar la lucha y sostener la oposición», por no hablar de su servicio a la misma vida social cotidiana.

En fin: un asunto de lo más útil desde el punto de vista humano.

Aunque la historia nos recuerda que las ideologías no solo pueden ser inútiles, sino especialmente dañinas.

Guerras familiares, bandas y bandos

En el siglo XVII, una crisis familiar terminaría definiendo las posturas políticas en Inglaterra. Aunque, a decir verdad, no solo se trató de un asunto familiar, sino también religioso. En la disputa a la que nos referimos, se pueden apreciar los elementos esenciales de la ideología relacionados con el poder de un grupo de personas y la religión de estas.

Se la llamó «crisis de exclusión», expresión que hacía referencia a un proyecto de ley de exclusión, Exclusion Bill.

El escenario es la Inglaterra de los años 1678 a 1681, siendo Carlos II el rey. El proyecto de ley en cuestión tenía como objetivo la exclusión de Jacobo, que sería Jacobo II de Inglaterra, del trono de Inglaterra e Irlanda. El motivo del rechazo fue que Jacobo era católico. Sus súbditos sentían un gran resquemor por sus políticas religiosas, lo acusaban de despotismo y terminaron organizando protestas —a las que se denominó la «revolución gloriosa»— que lo derrocaron, siendo sustituido por su hija y su yerno protestantes, María II y Guillermo III.

Sí: las familias se dividen por motivos de creencias, y el pueblo ama o detesta a sus gobernantes según los considera afines o enemigos de aquello en lo que creen.

El reinado de Carlos II solo duró tres años. Había sido el tercer hijo varón de Carlos I de Inglaterra y de Enriqueta María de Francia.

Como su hermano había muerto sin descendencia, él se encontró convertido en su sucesor. Pero los torys, pertenecientes al Partido Conservador Británico, se opusieron rabiosamente a él. Temían que un rey católico los condujese al absolutismo, tal y como había ocurrido en Francia. De modo que el Parlamento era hostil al rey, mientras que el Country party, antecedente de lo que más tarde sería conocido como los whigs, o Partido Liberal Británico, lo apoyaron.

Fue pues a raíz de una disputa por el trono, en la que subyacía un fondo religioso, cuando la política británica se dividió en dos facciones bien diferenciadas: liberales y conservadores. Izquierda y derecha, a pesar de que hoy se identifica a los liberales, en países como España, con la derecha, y se habla de la derecha neoliberal como una modalidad de extrema derecha.

Total, ¿qué más da? En cuestión de ideología, casi nunca nadie ha sido totalmente puro. El equivalente al puro sería el santo o la santa en la religión cristiana, y todos sabemos que hay muchos menos santos que pecadores. Además, también han sido muy pocos los que han comprendido realmente lo que pasaba.

Güelfos y gibelinos

Guelfi y ghibellini fueron dos facciones surgidas en el siglo XII en el Sacro Imperio Romano Germánico; para apoyar a la casa de Baviera los güelfos, welfen, y partidarios de la casa de los Hohenstaufen de Suabia los gibelinos.

Italia fue el escenario donde se produjo la lucha entre ambos poderes universales que se disputaban entre sí el llamado dominium mundi, el ‘dominio del mundo’, un objetivo en el cual ya podían verse luchar política y espiritualmente el poder político contra el poder eclesiástico. El emperador contra el Papa. El Sacro Imperio Romano Germánico contra la Iglesia católica. Lo humano contra lo divino.

Resumiendo: los güelfos apoyaban a la Iglesia y los gibelinos al Imperio.

Unos y otros se disputaban los poderes universales —y por tanto las propiedades individuales—, además del control sobre la vida y la muerte de cada uno de sus súbditos.

O sea: que había mucho, muchísimo, en juego.

Puede decirse que hoy continuamos en la misma liza que entonces.

El poder político sustituyó al poder religioso mediante la figura de los reyes absolutos. Luego la ideología reemplazó a estos últimos (y a la Iglesia) amparándose en la democracia y bajo la protección de la supuesta libertad, la igualdad y los derechos de los ciudadanos. Y a continuación, también la ideología fue convirtiéndose en propietaria absoluta de los poderes universales, de los bienes y de la vida y la muerte de los súbditos, de los creyentes ideológicos que han entregado a sus dirigentes la autoridad religiosa de dominarlos.

Jeff Anderson dirigió una investigación en la Facultad de Medicina de Utah que concluyó que las experiencias religiosas y espirituales activan los mismos circuitos cerebrales que el sexo, los juegos de azar, la música o las drogas.

La investigación se centró en los creyentes mormones mientras trataba de entender «cómo el cerebro participa en experiencias que los creyentes interpretan como espirituales, divinas o trascendentes».

El trabajo se publicó en la revista Social Neuroscience y se valió de imágenes cerebrales facilitadas por las nuevas tecnologías. De repente, la tecnología favorece que puedan leerse mapas cerebrales, redes que se activan cuando existen sentimientos espirituales o religiosos. Las imágenes de resonancias magnéticas parecen dejar claro que los sentimientos que tienen que ver con el culto provocan paz y sensaciones físicas de calor, además de emociones intensas.

Michael Ferguson, otro de los investigadores, aseguró:

… cuando se pidió a nuestros participantes del estudio que pensaran en El Salvador, en estar con sus familias para la eternidad, en sus recompensas celestiales, sus cerebros y cuerpos respondieron físicamente.

Los investigadores han descubierto que los sentimientos espirituales «se asocian con la corteza prefrontal media, una región cerebral compleja que se activa mediante tareas que incluyen valoración, juicio y razonamiento moral».

El estudio forma parte de la iniciativa Proyecto cerebro religioso de un grupo de investigadores de la Universidad de Utah, que se inició en 2014 y tiene como objetivo comprender el funcionamiento del cerebro de las personas con profundas creencias espirituales y religiosas.

La ciencia lo corrobora: la fe mueve el cuerpo y, por tanto, mueve montañas. Posiblemente, la fe activa los circuitos de recompensa del cerebro. Y lo mismo que sucede con la religión mormona es posible que ocurra con la fe ideológica.

Los seres humanos tenemos tendencia a buscar un grupo en el cual ser aceptados, lo que, combinado con las recompensas de la fe, nos convierte en seres particularmente proclives a hallar en la ideología una fuente de satisfacción personal y existencial comparable con la que reporta la religión. Una experiencia sin igual. La ideología tendría así un papel esencial a la hora de conformar la identidad de las personas.

Según Martin Seliger:

La ideología es un conjunto de ideas por las que los hombres (sic) proponen, explican y justifican fines y significados de una acción social organizada, y específicamente de una acción política, al margen de si con tal acción se proponen preservar, enmendar, desplazar o construir un orden social.

La ideología tendría, pues, un gran protagonismo a la hora de adquirir conciencia del lugar que ocupamos en el mundo, siguiendo la línea de Stuart Hall y James Donald (Politics and Ideology).

Como me decía aquel viejo militante del PSOE: el Partido (su Iglesia ideológica) dio sentido a su vida a través de la fe (ideológica).

Nadie puede desdeñar el poder de algo así de grande.

La propia tradición marxista ha otorgado un carácter alienante a algunas ideologías y considera las derivadas de esa misma tradición marxista como instrumentos que reflejan la toma de conciencia política que permiten luchar y desafiar al modelo dominante, pese a que —no deja de ser irónico—, en muchos lugares, el modelo dominante sea marxista o culturalmente marxista.

La ideología es un instrumento de emancipación de una realidad oprimida, incluso cuando ofrece opresión como forma de liberación.

No está mal pensado.

La ideología de la izquierda es vista por sí misma como un elemento positivo, frente a la negatividad intrínseca que atribuyen a los modelos ideológicos de derechas. A pesar de que no resulta difícil vislumbrar la negatividad tanto en los modelos ideológicos de izquierdas como en los de derechas.

Claro que la ideología, evidentemente consustancial al ser humano, mientras permanezca en el plano personal de la intimidad, sin mezclarse ni interferir en el espacio público, en el gobierno del Estado, puede ser confortadora, en la misma medida en que lo es una religión que promete la vida eterna.

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