Kitabı oku: «El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840)», sayfa 5

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Una vez apuntados los dos grandes grupos de soldados rebeldes, voy a hablar ahora de los voluntarios, que debían constituir la mayor parte de los efectivos. La forma más habitual de incorporarse a las fuerzas tradicionalistas debió ser aprovechando el paso de éstas por el municipio de residencia de los interesados. Un ejemplo lo tenemos en lo que ocurrió en Orihuela, durante la estancia de Forcadell, cuando se alistaron en sus filas entre 500 y 800 nuevos soldados originarios de la comarca, creándose con ellos un batallón entero.92 Algo parecido, pero en una escala menor, ocurrió en Ontinyent, donde 23 de los 31 carlistas del pueblo se alistaron en las dos ocasiones en las que hubo tropas rebeldes en la localidad. Sólo cuatro abandonaron el municipio para unirse a los carlistas, mientras que los otros cuatro eran desertores del ejército liberal.93 Del mismo modo, al llegar Quílez a Utiel se incorporaron a sus filas un crecido número de habitantes.94

Para facilitar el reclutamiento en las ciudades liberales (en las que los rebeldes no solían entrar) existían comités secretos, que facilitaban a los voluntarios los medios para llegar hasta las fuerzas tradicionalistas.95 Tal vez esta sería la misión de Dionisio Monreal, que se escondía por las noches en el convento de las monjas de la Puridad (en Valencia) y al que se encontraron varias proclamas y papeles subversivos, en enero de 1837.96 Por otra parte, el alistamiento se veía favorecido por la presencia de familiares, amigos y conocidos en las partidas carlistas, sobre todo si tenían algún grado militar.97 Otras veces dos hermanos se alistaban a la vez,98 reforzándose mutuamente su voluntad de tomar las armas. De esta manera, el 15 % de los carlistas de Vinaròs tenían parientes cercanos en la facción,99 con porcentajes similares en Benaguasil (15 %),100 Sagunto (14 %),101 Valencia (13 %),102 Llíria (12 %)103 y Ontinyent (12 %).104 Además, una vez alistados ingresaban en las mismas unidades en las que estaban sus amigos y familiares, a los que acompañaban durante toda la guerra. Como muestra de esto tenemos las listas de prisioneros, en las que muchos carlistas del mismo pueblo dan sus datos de forma ininterrumpida, lo que nos indica que estaban juntos en ese momento. Al rendirse Morella, por ejemplo, 21 soldados de Castellote (Teruel) dieron sus nombres uno después de otro. También encontramos a tres prisioneros de Valencia capital, llamados Pascual San Juan, José San Juan y Joaquín San Juan, que se registraron juntos como cadetes de artillería. Y de los cuatro prisioneros de Montanejos (Castellón), tres acudieron a dar sus datos a la vez, lo que es muy improbable que se debiera a la casualidad, teniendo en cuenta que en Morella fueron capturados más de 2.500 carlistas.105

¿Pero qué causas les llevaban a unirse a las filas tradicionalistas? Al principio de la guerra muchos de ellos eran antiguos voluntarios realistas, descontentos por el decreto de disolución del cuerpo que había promulgado la regente.106 Al mismo tiempo, buena parte de ellos se sumaron al alzamiento convencidos de que estaban en peligro la religión y el trono, creyendo también (por las falsas noticias difundidas por los rebeldes) que el gobierno carlista estaba reconocido en todo el reino.107 En cuanto a sus dirigentes, eran en su mayoría jefes de voluntarios realistas o militares con licencia ilimitada, que deseaban la llegada de un nuevo régimen para reintegrarse en el ejército.108 De hecho, un viajero francés que conversó con oficiales carlistas en 1838, afirmó que sus convicciones políticas eran poco firmes, que hablaban con ligereza de don Carlos y que envidiaban la carrera de sus conocidos en el ejército liberal, como si la guerra se debiera más a unos ascensos que a la estabilidad de determinadas instituciones.109

Probablemente por ello la rebelión no contó inicialmente con mucho apoyo entre la población aragonesa y valenciana. Además, cuando se vio que el gobierno no pensaba acabar con la iglesia ni con la monarquía, muchos de los rebeldes regresaron a sus casas, sobre todo después de producirse las primeras derrotas de los partidarios de don Carlos.110 Por todo ello, esta fue la etapa más crítica del carlismo en la zona, ya que a finales de 1833 las gavillas rebeldes quedaron reducidas a grupos muy pequeños. La cosa empezó a mejorar a principios del año siguiente, cuando los carlistas decidieron ofrecer una soldada a los jóvenes que se les unieran. De esta manera, algunos habitantes pobres del Maestrazgo y de Aragón se animaron a seguir a Cabrera, ya que les prometía el pago de una peseta diaria.111 Algo parecido hizo Quílez, que en julio de 1836 entró en Ontinyent y prometió 8 reales diarios a los vecinos que se uniesen a su partida.112 Varios meses después Llagostera consiguió aumentar las fuerzas de la división del Turia mediante un incremento de las pagas.113

La mayoría de estos voluntarios eran jornaleros,114 que se alistaban a finales del invierno, cuando terminaba la recogida de la aceituna y comenzaba un periodo de paro de varios meses, antes de que se produjera la siega del trigo, en verano.115 Como ejemplo podemos citar el caso de Vinaròs, donde el mes de marzo era el que producía un mayor alistamiento de carlistas.116 Además, algo parecido defendían Stendhal, Marliani y el marqués de Miraflores, al sostener que la mayoría de la población carecía de ideología y que los que se alistaban en las partidas lo hacían huyendo del hambre.117 Esto no es de extrañar, si tenemos en cuenta que gran parte de los rebeldes pertenecía a la clase más miserable de la población.118 En el mismo sentido se pronunció Calbo y Rochina, quien afirmaba que las partidas estaban formadas por personas sin demasiadas convicciones, fundamentalmente voluntarios realistas y por la juventud desocupada, que intentaba ganarse la vida.119 Todo esto fue confirmado por el general liberal Evaristo San Miguel, cuando escribió que buena parte de los carlistas eran políticamente indiferentes y que tomaron las armas por el primero que les pagó.120 No obstante, también tenía importancia el prestigio del jefe rebelde, que podía hacer que se alistase más o menos gente a sus órdenes, en función de las expectativas de triunfo o de botín que generase entre sus soldados.121

Otros se unieron a los carlistas huyendo de la quinta decretada por Mendizábal y creyendo las promesas de don Carlos y de sus jefes, de que pronto acabaría la guerra.122 En 1835, por ejemplo, el 3, 9 % de los fugados a la facción en el corregimiento de Alcañiz eran quintos que intentaban eludir el reclutamiento.123 Algo parecido sucedió en la provincia de Valencia, donde el 5, 1 % de los militares rebeldes eran nuevos reclutas que no deseaban servir en el ejército de la reina.124 Un ejemplo de esto lo tenemos en Francisco Franch, quinto de Betxí, que no se incorporó a las fuerzas gubernamentales y que acabó siendo capturado en agosto de 1839, cuando los liberales conquistaron el fuerte carlista de Tales (Castellón).125

Por otra parte, la quinta de 1836 hizo aumentar la facción en tres o cuatro batallones, con mozos que preferían luchar en el bando rebelde.126 La situación llegó a tal extremo que la Diputación de Castellón ordenó suspender el reclutamiento, en enero de 1837, para evitar el crecimiento de las facciones.127 Hay que tener en cuenta que si a uno le tocaba marchar al ejército debía permanecer allí durante siete u ocho años,128 combatiendo lejos de casa durante todo ese tiempo, bajo una estricta disciplina y en unas condiciones de vida muy malas. Por el contrario, resultaba mucho más atractivo unirse a la partida de los alrededores del pueblo, donde podría encontrarse a algún conocido, dispondría de mucha más libertad y podría operar en su comarca, lo que le permitiría volver con frecuencia a casa. Además, la paga del ejército, de dos reales diarios, era inferior a la que se ganaba en el bando carlista, donde además existía la posibilidad del pillaje.129

No obstante, hay que decir que la mayoría de estos nuevos carlistas resultaban ser de poca duración, puesto que muchos regresaban a sus casas cuando se les dejaba de pagar o comenzaba la recolección del trigo o de la aceituna.130 Por ello las partidas rebeldes siguieron siendo pequeñas durante el primer año de guerra. Si durante unos meses se lograba reunir unos cientos de voluntarios, al poco tiempo podían quedar reducidos a menos de un centenar. Un ejemplo lo tenemos en la partida de Carnicer, el más importante cabecilla al principio de la contienda. Aunque en abril de 1834 contaba con 1.500 hombres, en agosto ya sólo le quedaban 240. Sin embargo, al terminar la recolección del trigo muchos desempleados regresaron a sus filas y sus fuerzas crecieron de nuevo, esta vez hasta los 600 combatientes.131

Este alistamiento estacional se redujo a medida que avanzaba la guerra y aumentaba la disciplina entre las fuerzas carlistas. Pero realmente nunca desapareció del todo, ya que todavía en 1837 desertaban muchos más carlistas cuando había trabajo en el campo. De hecho, en el País Valenciano se presentaron al indulto 187 militares rebeldes en julio y 109 en agosto de ese año, frente a 25 en septiembre, 33 en octubre, 18 en noviembre y 21 en diciembre.132 Esta abultada diferencia no se debió a la falta de comida, ya que tenemos más noticias de escasez de alimentos en otoño de ese año (ver cuadro 16). Ni tampoco a la desmoralización de la tropa, puesto que fue en verano cuando llegó a la zona la Expedición Real, lo que podía dar a los carlistas esperanzas de ganar la guerra. La principal razón que llevaba a estas deserciones era el deseo de volver al campo, una vez llegaba la época de recoger el trigo y ya no se necesitaba la guerra para sobrevivir. Todo esto nos ayuda a entender las verdaderas causas que movían a muchos campesinos a alistarse en las fuerzas de don Carlos, más por motivos económicos que ideológicos.

A partir de 1835 el alistamiento en la facción aumentó de forma espectacular, lo que se debió a varias causas. En primer lugar a que las victorias carlistas (en gran parte motivadas por la retirada de tropas liberales), hacían menos arriesgado unirse a los rebeldes, lo que incrementó el número de campesinos pobres que se unían a ellos buscando un medio de ganarse la vida. De este modo, los frecuentes triunfos de Cabrera hicieron que muchos jóvenes se alistaran en su ejército,133 llegando incluso desde la Huerta y de Valencia capital.134 Un ejemplo lo tenemos en lo ocurrido tras la acción de La Yesa (Valencia), que sirvió al caudillo tortosino para reclutar en el Alto Turia gran cantidad de voluntarios, en julio de 1835.135 Lo mismo sucedió un año después, cuando 400 mozos del Bajo Ebro se unieron a las fuerzas de Cabrera después de su aplastante victoria en el combate de Ulldecona.136

Otra razón de peso eran las represalias liberales contra los familiares de los guerrilleros carlistas, a los que se hacía responsables de los actos de sus parientes. Estas medidas afectaban también a simpatizantes del carlismo e incluían multas, confiscaciones, ataques de masas enfurecidas e incluso fusilamientos. Además, no eran raras las concentraciones de liberales ante las casas de los absolutistas gritando mueras a los serviles y profiriendo palabras amenazantes. Todo esto empujó a muchos de ellos a unirse a las partidas rebeldes a fin de salvaguardar su seguridad personal.137 Como ejemplo podemos citar el caso de Francisco Gil, vecino de Benifaió, que sufrió insultos, atropellos y amenazas por haber sido voluntario realista, lo que le llevó a huir a la facción.138 O el de Marco de Bello, que se unió a los carlistas con 40 ó 50 jóvenes de su pueblo, después de que las fuerzas del gobierno cometieran varios excesos en su casa.139 También sabemos que en el otoño de 1838 numerosos absolutistas abandonaron Valencia, por miedo a la Junta de Represalias, que ya había ejecutado a varios prisioneros carlistas.140 Por otra parte, muchos se unieron a las partidas rebeldes ante el destierro o el peligro de prisión que sufrían, debido a sus simpatías por la causa tradicionalista.141

En tercer lugar encontramos a aquellos que tomaron las armas movidos por el resentimiento o el deseo de venganza ante el maltrato o la muerte de algún familiar a manos de los liberales.142 Como ejemplo podemos citar lo que ocurrió en El Forcall el 24 de octubre de 1836, cuando las fuerzas de Borso apalearon a 103 paisanos y cometieron desmanes y atropellos con las mujeres. El padre de José Bordás, que luego sería un combatiente carlista, fue colgado de unas rejas durante más de dos horas y fue uno de los que más apalearon, mientras que su madre fue abofeteada por Borso, con tal fuerza que la hizo rodar por el suelo.143 Cuatro meses después los milicianos cristinos de Chelva cometieron en dicha población toda clase de atrocidades, matando, apaleando y saqueando a vecinos indefensos, todo ello movido por venganzas personales.144 Hechos como estos debían ser frecuentes, ya que sabemos que los carlistas asesinaron a cuatro liberales de Zorita del Maestrazgo (que habían tomado las armas y habían sido capturados) por resentimientos y revanchas particulares.145 Del mismo modo, la dureza del gobernador liberal de Morella hizo aumentar extraordinariamente el carlismo en la zona, ya que llevó a cabo fusilamientos hasta por vitorear a Carlos V.146 Además, hizo ejecutar a varios civiles de Morella, probablemente simpatizantes de don Carlos, acusándoles de estar implicados en una conspiración para entregar la plaza a los rebeldes, en octubre de 1836.147 Esto acabó siendo contraproducente, ya que cada muerte que efectuaba provocaba una ola de indignación a favor de los carlistas,148 especialmente por parte de los amigos y familiares de las víctimas. Así pues, no es de extrañar que el número de morellanos en la facción fuera en aumento a medida que avanzaba la guerra.149 En este sentido podemos citar el caso de Manuel Mestre, vecino de Morella que se unió a las fuerzas tradicionalistas en agosto de 1834, un día después de la ejecución de su padre, por haber sido vocal en una junta rebelde.150

También parece que las acciones anticlericales de los liberales aumentaron el número de sus enemigos. En este sentido, las matanzas de frailes de 1834 y 1835 indignaron a muchas personas e incluso llevaron a algunos a unirse a la facción,151 ya que empezaron a considerar como revolucionario a un gobierno que hasta entonces había sido bastante moderado. Además, la muerte de religiosos por parte de exaltados hacía temer a muchos absolutistas que ellos pudieran sufrir la misma suerte si permanecían en sus lugares de residencia. De hecho, de los 29 habitantes de Vinaròs que se unieron a las fuerzas carlistas en 1834, 15 lo hicieron en agosto, poco después de que tuviera lugar la quema de los conventos de Madrid.152 Por otra parte, hay que señalar que las pensiones prometidas por el gobierno a los monjes exclaustrados no llegaban o eran totalmente insuficientes para la subsistencia, lo que empujó a algunos de ellos a unirse a las partidas carlistas, que les prometían restaurar la situación anterior.153

Otra versión es la predominante en la prensa liberal, que establece una causa diferente de este alistamiento voluntario. Según estas fuentes, dos tercios de los rebeldes se habían unido a sus filas con la esperanza del pillaje.154 Es decir, que muchos individuos preferirían irse con los carlistas, que les permitían el robo y la licencia, antes que combatir en las fuerzas isabelinas.155 Esto tiene probablemente una parte de verdad, pues hay muy pocas noticias sobre bandolerismo durante la guerra, seguramente porque los antiguos salteadores preferían seguir actuando respaldados por todo un ejército. Como ejemplo podemos citar a Juan González, natural de Orihuela, que estaba encausado de asesinato y que huyó a las filas de la facción, sin que nunca más se le volviera a ver por su ciudad natal.156 O el caso de unos “facinerosos” alistados en la partida de Carnicer y que, al desmembrarse ésta, acudieron a la cartuja de Segorbe (probablemente se refieren a la de Altura), donde asesinaron a varios individuos con los que tenían cierta enemistad.157

A favor de la identificación carlista-bandolero está el hecho de que los antiguos salteadores, en caso de haber ganado la guerra, se hubieran convertido en héroes, habrían obtenido el perdón de sus delitos y hubieran podido conseguir un buen destino en el ejército o en la administración. Por ello sí que es razonable pensar que en los grupos pequeños, que operaban por su cuenta, hubiera una alta proporción de simples bandidos, sin ningún tipo de ideología. De hecho, sabemos que Cabrera tuvo que ganarse la obediencia de las partidas sueltas, que, según Pirala, “más que verdaderos carlistas lo eran de bandoleros”.158 Pero de ahí a decir que la mayoría de los rebeldes eran personas que se alistaban para poder robar mejor, hay un abismo. Como prueba de esto tenemos el hecho de que las zonas con mayor importancia del bandolerismo no coinciden con las comarcas en las que el absolutismo armado tuvo más fuerza. Por el contrario, el número de ejecuciones de bandidos en las décadas anteriores a la guerra es muy alto en la provincia de Alicante (donde el carlismo tuvo poca importancia) y muy bajo en la de Castellón (donde las partidas rebeldes eran muy numerosas).159 Algo parecido sucede en el resto de España, ya que las zonas con mayores índices de delincuencia eran Andalucía y Extremadura, donde el carlismo fue muy débil. Por otra parte, el País Vasco, que fue un importantísimo foco tradicionalista, destaca durante todo el siglo XIX por su bajo nivel de comisión de delitos.160 Además, en los documentos oficiales en los que se indica el origen social de los carlistas, el porcentaje de delincuentes no llega al 10 %.161

Por todo ello, hay que descartar el deseo de delinquir como una de las principales causas de apoyo al carlismo. Las razones reales eran que en algunas zonas de Teruel y de Castellón había muchos motivos de descontento contra el gobierno y sus partidarios, por lo que la población civil de muchas localidades estaba claramente a favor de los carlistas. Como nos indica la prensa, el Maestrazgo, salvo algunas excepciones, se hallaba comprometido con la causa del pretendiente y los pueblos cometían atrocidades con los prisioneros liberales sin que hubieran recibido órdenes de Cabrera o de otro jefe.162 Según estas mismas fuentes, los habitantes del Alto Maestrazgo eran “infames y facciosos” y cuando salía del pueblo una columna cristina, enseguida ponían las campanas a repicar.163 También en el este de la provincia de Teruel debió haber un importante apoyo a la rebelión, como sabemos por la cifra de fugados a la facción, que ascendió a 392 en 1835. Y eso contando sólo a 13 poblaciones, entre las que no se encontraba Alcañiz, que era la más grande de esas comarcas.164

Sin embargo, uno puede preguntarse cómo era posible que los campesinos se alistaran en unas partidas que saqueaban los pueblos y destruían su riqueza. En primer lugar porque los excesos de los carlistas pocas veces afectaban a las poblaciones afines, realizándose habitualmente fuera de su territorio habitual.165 Por el contrario, eran los liberales los que saqueaban y cometían abusos con más frecuencia en las poblaciones del Maestrazgo y Bajo Aragón, lo que llevaba a muchos de sus habitantes, movidos por la miseria y el odio, a unirse a las partidas rebeldes.166 De hecho, en febrero de 1837 el ayuntamiento de Vilafamés comunicó a la diputación que abandonarían el pueblo y se irían a sus casas de campo si volvía a presentarse allí la brigada de Borso, temiendo que se produjera un nuevo saqueo.167 Dos años después, el coronel Ortiz, jefe de la brigada de la Ribera, se dedicaba a dar palizas en las localidades que simpatizaban con los carlistas, llegando incluso a azotar a alcaldes sobre un tambor.168 Varios meses más tarde, en octubre de 1839, se condenó al capitán Falcón a cuatro años de presidio, por graves excesos en acto de servicio.169 También sabemos que Cabrera ejecutó a los miembros de una partida franca liberal, que se dedicaba exclusivamente al pillaje, sin haberse enfrentado nunca a las fuerzas rebeldes.170

Pero había más formas de conseguir nuevos soldados, como es el caso de los militares liberales que se pasaban al enemigo y cuyo número era considerable. De hecho, de los 143 carlistas de Villar del Arzobispo, 20 (el 13, 9 %) eran desertores del ejército liberal.171 Y de los 1.078 combatientes rebeldes capturados en 1840 en Castellote, Segura, Pitarque y Ares del Maestre, 116 (el 10, 7 %) habían pertenecido antes a las fuerzas isabelinas.172 Casi todos ellos procedían de provincias alejadas del teatro de operaciones, ya que la mayor parte de los soldados liberales eran traídos de lejos, para dificultar así la deserción. Por ello sólo el 3, 9 % de los carlistas turolenses y el 4, 1 % de los castellonenses procedían del ejército de la reina, cifra que se elevaba al 14, 5 % en el caso de los valencianos y al 19, 1 % en el de los alicantinos.173

Ya en 1834 Carnicer engrosó sus filas con los prisioneros del fuerte de Mas de Barberans.174 Al año siguiente, también Cabrera aumentó sus fuerzas con algunos soldados que se le pasaron,175 al tiempo que publicaba bandos destinados a los combatientes enemigos, para que se le unieran.176 Por otra parte, de los 900 prisioneros liberales hechos por Quílez en Bañón, casi todos aceptaron unirse a las huestes de don Carlos, recuperando así sus armas.177 Y la partida del Trueno, que en abril de 1839 bloqueaba Alcañiz, se componía toda ella de pasados del provincial de Burgos.178 Para estimular la deserción enemiga, los rebeldes llegaron a pagar 2 pesetas a cada liberal que se les uniera, formando así una compañía de más de 60 miembros.179

Normalmente los pasados eran soldados recién capturados, a los que se daba a elegir entre cambiar de bando o convertirse en prisioneros de guerra, con todas las penalidades que ello suponía. Por eso muchos de ellos no eran realmente voluntarios, sino jóvenes forzados a elegir el menor de dos males y que desertaban a la primera oportunidad.180 De esta manera, el 4 de julio de 1837 se entregaron en Peñíscola un sargento y ocho soldados carlistas, procedentes de la legión argelina (enviada por Francia), que habían sido capturados en Navarra y que ahora marchaban con la Expedición Real. Cuando se presentaron afirmaron que sus compañeros sólo esperaban una ocasión propicia para hacer lo mismo.181 Al año siguiente se pasaron a los liberales, en Sagunto, seis músicos de las fuerzas de Cabrera que, procedentes del provincial de León, habían sido hechos prisioneros al rendirse Benicarló.182 Por último indicar que en septiembre de 1839 se presentaron a las fuerzas de la reina ocho rebeldes, de los que cuatro habían sido soldados liberales hechos prisioneros por la facción.183

También había quien desertaba del bando cristino para unirse al carlista, ya fuera por convicción, por dinero o buscando una disciplina menos estricta.184 En 1837, por ejemplo, Cabrera aumentó su fuerza con algunos prisioneros y con muchos presentados.185 Dos años después algunos soldados liberales procedentes de la división que vino de La Mancha desertaron y se unieron a los rebeldes, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que eran antiguos guerrilleros carlistas que se habían acogido al indulto.186 Por esas fechas las continuas derrotas habían bajado mucho la moral de las tropas gubernamentales, por lo que muchos de ellos se pasaban al bando absolutista.187 En estos casos más les valía no ser capturados por sus antiguos compañeros de armas, ya que entonces serían juzgados y fusilados.188

Un aliciente para cambiar de bando era la posibilidad de un rápido ascenso, como podemos observar en varios casos que aparecen en la prensa de la época. El 18 de enero de 1839, por ejemplo, los sargentos Gimeno y Esteve fusilaron en Maella a un antiguo sargento liberal, que se había pasado al enemigo, promocionando al grado de teniente.189 Más notorio fue el caso de Miguel Vidal, un cabo del regimiento de Almansa, que huyó a las filas rebeldes, en las que consiguió ascender hasta capitán.190 O el de un pasado de Buil a la facción de Esperanza, que acabó convirtiéndose en jefe de una partida.191

A veces también desertaban oficiales liberales, que se unían al enemigo huyendo de algún castigo, esperando mantener el rango y recibir además una recompensa económica por los hombres o la información que aportaban. En julio de 1837, por ejemplo, Miguel Balladares, capitán de cuerpos francos, se pasó a la facción, llevando consigo (probablemente) papel timbrado de la primera división y las claves a usar en la correspondencia.192 Al año siguiente el liberal Luna se pasó a los carlistas con varios soldados de la compañía de fusileros de Valencia,193 mientras que Borso capturó a un antiguo capitán del regimiento de Soria, ahora en las filas rebeldes.194 Poco después un asistente de dicho general le robó dinero y una prenda muy estimada por él, uniéndose enseguida a Cabrera, quien lo acogió como hombre de confianza.195

Por último hay que hablar del reclutamiento obligatorio, que también existió y que alcanzó proporciones considerables. Los reclutas forzosos podían ser, a su vez, de dos tipos: quintos o mozos sacados a la fuerza de sus localidades.

Los quintos eran aquellos que habían sido reclutados mediante un procedimiento que intentaba asemejarse a algo legal.196 Para ello había que establecer qué mozos iban a ser llamados a filas, lo cual requería la colaboración de los ayuntamientos, que aportarían la información necesaria. Esto era bastante laborioso, pero daba al reclutamiento una apariencia de legalidad, que era lo que los carlistas pretendían. De todas maneras, al principio de la guerra lo que hacían era convocar a los quintos designados por las autoridades liberales para que se unieran a ellos y no al ejército regular. Así pues, el 14 de marzo de 1834 Carnicer y Quílez distribuyeron una proclama, en la que mandaban a todos los mozos a los que les tocara ir a quintas que se les presentaran, amenazando con diez años de presidio al que no lo hiciera.197 De esta manera se llevaron a 150 jóvenes de Caspe, después de lo cual recogieron quintos por los alrededores.198 A finales de 1835 el Serrador hizo algo parecido, al ordenar a los reclutas que se unieran a él y no al ejército de la reina.199

El problema de este sistema es que hacía a los rebeldes dependientes de los reclutamientos que llevasen a cabo las autoridades liberales, lo que no siempre coincidía con sus necesidades de nuevos soldados. Por ello en marzo de 1836 los carlistas decretaron su primera quinta, que se efectuó en el Maestrazgo y en el Bajo Ebro. Con 20 ó 25 onzas de plata (de 591 a 739 gramos) se podía lograr la exención, estableciéndose una junta de agravios en Sant Mateu para oír alegaciones y recoger el dinero. Llegaron incluso a reclutar a chicos de 14 años200 y cuando no tenían bastante con los solteros se llevaban también a los casados y viudos sin hijos.201


Tropas carlistas sorprendiendo el sorteo de la quinta

En agosto de 1837 la junta carlista envió una circular a los pueblos para que el alcalde, el cura párroco y el primer contribuyente de cada localidad procedieran, con todo sigilo, al alistamiento de todos los mozos y vecinos sin hijos que tuvieran entre 16 y 40 años. Se les amenazó con fuertes multas si revelaban el secreto y se ordenó que remitiesen las listas de reclutas a un comisionado que tenían en La Cañada de Fortanete (Teruel). No obstante, también se les dijo que los mozos debían permanecer en sus casas hasta nueva orden, por lo que de momento no llegó a efectuarse ningún reclutamiento. Probablemente no tenían armas para equiparlos y sólo querían saber con cuánta gente podían contar para realizar una quinta en el futuro.202

Tras unos meses de espera la junta rebelde hizo pública la orden de quinta, que comenzó a llevarse a cabo a principios de 1838.203 Comprendía a los solteros y viudos sin hijos, de 16 a 40 años, que podían reclamar ante la junta, así como eximirse pagando 4.000 reales (3.000 si se pertenecía al estado llano), aportando 13 juegos de vestuario o un número similar de armamentos.204 Para llevar a efecto esta orden se enviaron comisionados a los pueblos que, con los libros parroquiales en la mano, prendieron a todos los mozos que no respondieron al pregón.205 Como ejemplo podemos decir que Viscarro acudió al Alto Palancia en febrero, haciendo la quinta de los nuevos reclutas y llevándose a 40 sólo en Altura.206 Dos meses después se unió con Forcadell en Chiva, donde hizo público un bando para que se presentaran los mozos de dicha quinta, so pena de muerte.207 Aunque los jóvenes de dicha población huyeron, en otras localidades sí que se reclutó a bastante gente. De este modo, durante la primavera se concentraron 800 quintos en Sant Mateu,208 300 o 400 en Villahermosa del Río (Castellón)209 y unos 500 en Cantavieja.210

En septiembre de 1838 Cabrera decretó otra quinta, que abarcaba a los mismos hombres que la anterior.211 De esta manera, se crearon nuevos batallones en Aragón,212 pero sólo en algunos distritos se realizó el reclutamiento de acuerdo con las indicaciones de don Carlos. El pretendiente había ordenado que se encargara de ello la junta de Mirambel, pero en la mayoría de los casos lo realizó la autoridad militar.213 Normalmente el jefe de cada fuerza rebelde enviaba un comunicado a varios pueblos cercanos para que presentaran una lista de los mozos de los pueblos, indicando su edad y sus circunstancias personales. Esto es lo que hizo, en noviembre de 1838, el jefe de la partida de Gátova con Serra, Náquera y Moncada, amenazando con bajar una noche y quemar dichas localidades si no se cumplía la orden e imponiendo 200 reales de multa por cada hora de retraso.214

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