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1.1 La constelación de los seres

La lista anterior responde de algún modo a la pregunta inicial sobre las «clases de seres», que Platón ha enumerado a lo largo de su discurso. En primer lugar, hay una presentación simbólica de la posibilidad de elevación para el ser humano, que lo conduce a través de niveles de racionalidad:

1 Desde los más livianos, inconsistentes e ilusorios como las sombras, el fuego y el agua.

2 Hasta los más sólidos y duraderos como la roca, el muro, el camino, las montañas y el mismo sol.

3 Para transformar su propia visión en consideraciones más sutiles, de relaciones: el encadenamiento, la esclavitud, la libertad, el espacio exterior, la luz que domina el universo, la capacidad correlativa de visión que ennoblece el hombre. El proceso de crecimiento desde la confusa oscuridad de la ignorancia hasta la elevada madurez para escudriñar las mismas fuentes de la verdad.

Entonces, el modelo alegórico se traslada a la condición humana de los ciudadanos y el Gobierno de la república. Los hombres elegidos, que se han liberado de la ignorancia, regresan hacia sus conciudadanos y sienten el deber moral de comunicar a estos las luces de la verdad adquirida.

Realmente no es factible transmitir pacíficamente los nuevos conocimientos, porque estos provocan a menudo un rechazo violento que llega hasta al asesinato. Entonces, es necesario educar a la gran masa por medio de hombres escogidos, dotados de cualidades excepcionales, para que sean capaces de convencer, iluminar y guiar a los demás. Platón analiza entonces otra serie con el fin de transformar la sociedad por medio de la sabiduría.

También las relaciones entre la comunidad no iluminada, y los conocimientos y virtudes que deben ser adquiridos, son relaciones que participan de lo humano y de lo divino, y transforman al hombre en un ser de orden superior en el que todos los elementos del mundo se armonizan. De aquí se avanza por el camino de la ciencia y se hacen preguntas sobre el valor de estos conocimientos, los cuales deben ser adquiridos por los hombres destinados a guiar y regir la conducta de los ciudadanos. Estas ciencias son: la matemática, astronomía, geometría, música, dialéctica y, junto con estas, las virtudes morales.

Platón no se limita a indicar las clases de ciencias que pueden perfeccionar al hombre o que cumplen con una función directriz. No se refiere a que el nivel empírico o pragmático de estas ciencias pueda comunicar al hombre la condición de sabio. Entonces, se pregunta: ¿Por qué la matemática? Esta es sin duda un instrumento útil para el cálculo y la especulación sobre el número, pero este aspecto es todavía insuficiente: la ciencia del número debe ser una ciencia válida por sí misma como conocimiento y no por sus aplicaciones; así, de este modo, el uno encierra todos los números. La percepción visual de la unidad y multiplicidad mueve el alma a la contemplación del verdadero ser. La enseñanza de la matemática debe conducir al conocimiento de la naturaleza en cuanto tal.

La ciencia de la geometría también podría interpretarse de una forma material en cuanto es útil para medir, y en la guerra para organizar al Ejército y la batalla; o ni siquiera, en tanto nos permite conocer formas abstractas como el triángulo y el cuadrado, entre otras. Sin embargo, no es este el nivel de ciencia digna de un sabio. Esta nos lleva a considerar el espacio en cuanto tal y es puesta en confrontación con el lenguaje que la analiza. Las formas se estudian como puro conocimiento: el triángulo en sí, el cuadrado en sí, o los principios y los axiomas de los que estas figuras dependen.

Otra ciencia importante es la astronomía: esta nos lleva a la contemplación de los seres del cielo, nos hace ver el valor de los sólidos, la organización del tiempo y hasta la consideración del orden. Pero este nivel de ciencia es todavía pragmático. Lo que interesa al sabio es hacerse las grandes preguntas sobre lo que «es siempre» y no deviene, y lo que «siempre deviene» y se va... lo que nunca es. La cadena de las causas nos plantea la pregunta especulativa de las causas, en cuanto tales, y de los principios del orden, en cuanto principios. ¿Qué son los cuerpos en sí mismos?, ¿y el movimiento de los sólidos como tal? Se llega, por lo tanto, a la búsqueda de las razones, más que de las cosas: ¿Qué clase de verdad hay en las cosas?, ¿dónde residiría la verdad absoluta?

La armonía de las esferas celestes hace necesaria también la música. Todos saben que la música depende de la medida para producir sonidos agradables. Hay diversos instrumentos, y quienes tocan las liras y los plectros, las cítaras y las flautas conocen estas medidas y las variaciones, y saben distinguir los tonos de los sonidos. La música es tal en cuanto las medidas producen cierta armonía. Este conocimiento es todavía de nivel inferior y pragmático, y solo sirve para efectos de descanso. La música es necesaria al sabio si este se eleva a la consideración de las armonías y de la proporción en cuanto tal. Así como en la astronomía hay un orden visto por los ojos, en la música hay una armonía percibida por el oído, pero no es la armonía de los medios técnicos la que vale, sino que hay que interrogar a hombres que saben «generalizar», ya que ellos son quienes definen con precisión los conceptos y los desarrollan dialécticamente.

Entonces, la dialéctica es otra ciencia necesaria al hombre sabio, y no una dialéctica elemental como la que utilizan los jóvenes que aprenden esta ciencia y la emplean como un juego, en rechazo a la verdadera filosofía. En la dialéctica, hay un proceso de aclaración, semejante al que se encontró en la alegoría de la caverna. El camino de la dialéctica se aparta de lo sensible para encontrar el acceso a las esencias y puede elevarse de grado en grado sin detenerse, hasta que logra dirigir la mirada hacia el bien en sí mismo. Lo que se descubre en esta elevación son bienes capaces de mejorar el alma y llevarla a la contemplación de las realidades supremas.

Con esto se alcanza la melodía en sí, el bien en sí. Solamente la dialéctica racional puede elevarse hasta tales seres y realidades, y ver el ser que es. Naturalmente en este largo proceso de la educación del alma se señalan diferentes etapas metodológicas que corresponden a niveles de conocimiento del ser:

1 La primera etapa es la simple conjetura.

2 La creencia es un paso más elevado en la adquisición del ser.

3 La tercera es el entendimiento que nos acerca a las esencias.

4 Lo más elevado, la ciencia, corona la actividad racional.

Si alguien avanza por este camino sin llegar a las ciencias, no alcanza plenamente la razón, que es la realidad humana. Su vida, entonces, se adormece y vivirá como en un sueño sin despertar a la realidad del ser. Al contrario, quienes alcanzan la visión del ser y la plenitud de la razón y educan así a la siguiente generación, podrán irse felices a las islas afortunadas y serán venerados como divinidades.

2. Lectura de El simposio (loc. cit., p. 237)

Idea de los siete discursos (en la casa de Agatón, joven poeta, quien acaba de ganar el primer concurso de tragedias). Relator del simposio es Aristodemos (siete discursos); sus discípulos: Apolodoro y Glaucón.

1 Fedro, el amor es maravilla, un dios antiguo.

2 Pausanias amplía la visión divina y separa a la Venus Urania, amor celeste, quien no tiene mezcla de Venus, hija de Zeus, amor terrestre, vulgar.

3 Erixímaco, médico, añade a Pausanias el aspecto de la medicina: conocer el cuerpo; con ello, distingue entre provecho y daño, armonía y conflicto; busca la armonía.

4 Aristófanes, comediógrafo: el mito de las mitades divididas. El amor es un regreso a la unidad primitiva.

5 Agatón, poeta y escritor: el amor es un dios joven que se debe exaltar; es divino, posee excelencia moral, trae la calma y la paz.

6 Sócrates busca definir la esencia. Empieza con preguntas: ¿es de alguien?, ¿es de nadie?, ¿es de algo o de nada?, ¿busca lo que no tiene o lo que ya tiene? Introduce el discurso de Diotima.

7 La primera parte es dialógica, ¿busca la sabiduría?, ¿qué trae a la humanidad? El amor nació con Afrodita, se enamoró de la belleza; está entre sabiduría e ignorancia. Los hombres buscan el bien = la generación. Tienen pasión por la «inmortalidad». En la segunda parte, Diotima relata la historia de un camino de elevación; resuelve los enigmas.

Analizar El simposio (El banquete) únicamente desde la perspectiva de los seres que allí se enumeran y se discuten, puede parecer arbitrario y demoledor, si se lee una obra que se cuenta entre las expresiones más elevadas del pensamiento humano de todos los tiempos. Pero no es tan arbitrario como puede aparecer a la primera, ya que los seres que se descubren en el discurso sobre el amor pertenecen a un tipo de entidades más abstractas, más especulativas, más complejas y más heterogéneas que las que se encontraron en el libro séptimo de La República: el amor nace, el amor es terrestre y es celeste, es antiguo y es el más joven, es rico y es pobre, está lleno de bienes y está vacío, es un dios y no es un dios.

El grupo de invitados que discute el tema del amor, se ha reunido para festejar la victoria de Agatón, un joven poeta que ha estrenado exitosamente una tragedia. Entre los invitados se encuentran amigos y amantes, pensadores y filósofos. Sus intervenciones sirven de fondo y de preparación para el discurso de Sócrates, que en el relato de Aristodemos ya se ha vuelto una expresión clásica de la filosofía socrática, la cual se transmite entre sus discípulos, como Apolodoro y Glaucón. Aristodemos es el narrador de los siete discursos, cuyo centro es el diálogo entre Sócrates y Diotima de Mantinea.

Tanto al comienzo como al final, en los recuerdos de Alcibíades aparece Sócrates sumido en un trance de meditación, absolutamente indiferente a los acontecimientos e inmerso en la investigación de las razones profundas de los problemas. Esto le confiere a su discurso el carácter de un descubrimiento definitivo, que entrelaza la ironía socrática con la definición de los conceptos y la fuerza de su especulación.

La serie de discursos la abre Fedro:

1 El amor es un dios grande y maravilloso; es un dios antiguo, el primero de los dioses.

2 Es la fuente de todos los bienes.

3 No es engendrado y los poetas lo cantan como el más rico en cantidades.

4 Es émulo de todo lo bueno y desprecia las cosas inferiores.

5 Sin él, ninguna ciudad ni ciudadano realizaría obras dignas o trabajos nobles; no soportaría desprecios por el objeto amado.

6 Ni la familia ni el privilegio o las riquezas pueden prender la antorcha con la cual el hombre debe conducirse al tratar de alcanzar una vida mejor.

7 Sin él, no habría emulación entre los ciudadanos para hacer algo grande.

8 Si el Ejército estuviera hecho de amantes, cada uno daría lo mejor a su país.

9 Nadie abandonaría a su amante en caso de peligro, sino que cada uno preferiría morir que abandonar su puesto.

10 La presencia del amor enciende la llama del valor.

11 De esto habla Homero al decir: «un dios inspira a los héroes».

12 Solo el amor impulsa a uno a morir por otro (como Alceste dispuesta a dar la vida por su esposo).

13 Por amor se hizo posible que un alma regresara del Estigio.

14 Aquiles prefirió matar a Héctor y morir que tener una larga vida: se expuso para vengar a su amigo Patroclo.

15 Los dioses le tienen mayor admiración si un amigo muestra tal devoción al que ama.

16 Por la inspiración del amor, el amado está cerca de dios.

17 En resumen, es el máximo de los dioses y el mejor donante de todo bien y felicidad.

Al adherirse a esta visión divina del amor, Pausanias trata de ver las diferencias en la tradición mitológica:

1 Hay muchos tipos de amor; se debe establecer cuál es digno de encomio.

2 Se empezará por definir el amor que merece alabanza.

3 No hay solo una Afrodita, sino dos: la primera, Urania, que es celeste y nacida de Gea; la segunda, más joven, es terrestre y nació de Zeus. Cada una tiene un amor correspondiente.

4 No es la actividad en sí la que tiene valor, sino el cómo se realiza: si está bien hecha, es buena; si mal hecha, mala.

5 El amor es bueno solo si nos mueve al amor noble.

6 El amor de la Afrodita más joven es completamente terrestre.

7 Su obra es casual: en ella dominan las pasiones vulgares; es el amor de las mujeres y de los niños.

8 Este amor de Afrodita participa de lo masculino y de lo femenino, de los cuerpos más que de las almas.

9 Sin embargo, el amor celeste, más antiguo, no tiene nada de mezcla, es inocente de cualquier golpe de lujuria.

10 Los que se inspiran en este se inclinan a lo intelectual y al vigor.

11 Prefiere jóvenes en los que ya asoma la barba.

12 No es posible establecer una ley para regular esto, pero quien escoge el camino de la virtud posee una ley en sí mismo.

13 Para los que siguen el amor bajo, hay que establecer una ley que los obligue y que amen más bien a sus mujeres e hijos.

14 Se rechaza el amor terrestre con sus agresiones y violencias; mientras, no hay nada condenable en un amor sancionado por la decencia y la tradición.

15 Algunas naciones como el Elida han legislado sobre este amor, pero otras en el Oriente y Jonia, se niegan a eso. En Atenas hay un código difícil de entender.

16 Tienen una máxima: «es mejor hacerlo abiertamente que en secreto especialmente si el objeto es noble y virtuoso».

17 Aún si la apariencia del amado sea modesta, siempre hay honor en el éxito y vergüenza en la derrota.

18 El que finge amor para conseguir un lugar o dinero y se resigna a una conducta vergonzosa de esclavo, repugna no solo a los amigos, sino a los enemigos.

19 Pero si es un amante de verdad el que se reduce a esto, es estimado digno. Con eso parece que el amor es visto como un valor.

20 Pero si un padre descubre que su hijo es objeto de amor, le pondrá un guardián y hace lo posible para defenderlo. Y si los compañeros lo descubren, lo abuchean.

21 Esta reflexión nos lleva a pensar que los atenienses estaban agobiados por la idea de ceder a un amor.

22 De esto se deduce una visible contradicción en el sentido de que el valor de los actos no se conceptúa de modo constante.

23 Es bueno corresponder virtuosamente a un amante virtuoso. Pone su corazón en lo que es mudable, y por tanto, inconstante.

24 El amante que busca bellezas morales es constante toda la vida, porque se vuelve «uno» con lo que nunca se desvanece.

25 El objeto de las leyes de Atenas es colocarse entre los amantes que deben ser estimulados y los que deben ser castigados.

26 Deben aplicarse pruebas y criterios para distinguir entre las dos clases de amantes.

27 Por esto es inmoral, según nuestras leyes, rendirse demasiado pronto; el tiempo es la prueba más efectiva.

28 Ninguna ganancia material puede justificar el amor, porque no serían estos motivos correctos ni permanentes.

29 Solo hay un camino al amor que no ofende nuestra idea de decencia: la sumisión que se haga por motivo de virtud.

30 Entonces hay que hacer una doble serie de leyes: una que se refiera al amor de jóvenes, y otra que busque la sabiduría y la virtud.

31 La única ganancia legítima es la riqueza de sabiduría y virtud y el gusto por la educación.

32 No deben avergonzarse de perseguir estos objetos; cualquier otro objetivo sería indigno.

33 El amante puede actuar a favor de la virtud y esta es la Afrodita celeste.

El médico Erixímaco toma la palabra con intención de completar el discurso de Pausanias, que se quedó en una mera introducción. Su discurso conserva una continua analogía con la práctica de la medicina:

1 El amor posee otros objetivos y nuevos sujetos: considera el poder y la multiplicidad del amor.

2 Este se encuentra también en el reino animal y vegetal. El panorama se extiende a toda la actividad sagrada y profana.

3 El cuerpo, por ejemplo, ve la lucha entre opuestos: salud-enfermedad, entre otros. En esto se encuentra la dicotomía del amor en el deseo de la sanidad.

4 Como ha dicho Pausanias de la oposición entre virtud y vicio, así el deseo del cuerpo puede ser correcto e incorrecto, dañino o conveniente.

5 La medicina consiste en conocer el cuerpo por lo que ingiere o evacúa: quien logre distinguir entre nocivo y benéfico es un médico perfecto.

6 Debemos ser capaces de reconciliar elementos contrarios y obligarlos a adquirir el amor, los unos de los otros.

7 Si a los elementos más hostiles (calor-frío, dulce-amargo y húmedo-seco), como dicen los poetas, se les impone que se amen, se conseguirá lo de Asclepio, el inventor de la medicina.

8 Así, la medicina está bajo las órdenes del dios del amor. De igual manera sucede con la gimnasia, la agronomía y la música.

9 Hace recordar lo dicho por Heráclito: «el “uno” está en conflicto consigo mismo; surge de elementos en conflicto». Es conservado, unido como la armonía de la música entre notas agudas y bajas, como entre el bombo y la lira... es absurdo hablar de conflicto.

10 Quizá la armonía sea concordia y simpatía; hasta que dura el conflicto, no hay armonía.

11 No hay desarmonía que no pueda reducirse y resolverse: como entre lo lento y lo veloz.

12 Así puede describirse la música como ciencia del amor: armonía y ritmo. Es fácil verlo en estos movimientos rítmicos.

13 Pero si uno se traslada a las actividades humanas, es difícil decidir y corregir entre armonía y desarmonía.

14 Deberemos acceder al deseo de lo equitativo: moderación versus intemperancia, en el amor celeste. Hay que adherir a Urania, musa del cielo, o a Polimnia, musa de muchos cantos.

15 Cuidar de no mezclar el mal o exceso al placer o gozo, como en mi profesión.

16 Ambos elementos se encuentran también en las estaciones del año: unen calor y frío, húmedo y seco.

17 Generan salud para hombres, animales y plantas, pero si este otro amor, que es bajo, asume el poder, se generan males, enfermedades, y epidemias que atacan tanto a los animales como a las cosechas, cuyos orígenes se encuentran en las estrellas, de acuerdo con los estudios de los astrónomos.

18 Lo mismo se da en los ritos, en los sacrificios y las adivinanzas, en la comunicación entre dios y los hombres.

19 Así en las familias en relación con los padres. El amor entre cielo y tierra tiende al bien.

El dramaturgo de las comedias, Aristófanes, trata de evitar mezclar su discurso con chistes y se defiende de la acusación de provocar la risa:

1 No ha sido todavía reconocido el poder del amor; de otro modo, habrían elevado templos y altares a ese dios. Su discurso recuerda un antiguo mito.

2 Había antes tres tipos de humanos: hombres, mujeres y hermafroditos (hombre y mujer a la vez: todos eran dobles y sus órganos también eran dobles).

3 Los hombres tenían su origen en el sol, las mujeres en la tierra y los hermafroditos en la luna.

4 Por la molestia que los hombres les causaban, Zeus decidió separar las dos mitades. Esta operación dejó en ambas mitades un desesperado deseo de reunirse con su pareja.

5 La separación obligó a cambiar de posición los órganos de los cuerpos; de este modo, ahora la generación es diferente.

6 Por eso surgen irregularidades en las conductas: adulterio, infidelidad en las mujeres. Las mujeres que derivan de doble mujer buscan más bien otras mujeres, y no hombres, como las lesbianas. Así, los hombres buscan lo más viril.

7 Si les ofrecieran regresar a la unidad primitiva, ninguno de ellos tardaría en formar unidad con el amado.

8 Estar en amor es tender a la unidad primigenia. Por nuestras culpas, Dios nos ha dispersado.

9 La felicidad consiste en alcanzar la comunicación del amor.

Un poeta y escritor dramático es Agatón. Sus consideraciones acerca del amor responden a su carácter poético:

1 Mi discurso será una alabanza para el dios.

2 Este es el más joven de los dioses, el más amable.

3 Es enemigo de la edad; su juventud es imperecedera. Opone el amor a la necesidad.

4 No solo es joven, sino ligero; prefiere lo que es suave a lo que es duro.

5 Habita en los corazones de los hombres y de los dioses; agita lo más suave de toda la naturaleza y es de lo más delicado.

6 También es el más dulce y tierno; puede entrar y salir. Todos atestiguan su delicadeza y simetría, su elegancia y medida.

7 Su excelencia moral no molesta ni a hombres ni a dioses. Si hay amor, no hay violencia. No se necesita usar la fuerza, sino que se agrega a la templanza.

8 El amor ha capturado a Marte (el dios de la guerra), y no al revés.

9 Es genial, es poeta y todos son poetas al amar. Por su poder creador ha engendrado muchos vivientes.

10 Desde su existencia, ha derramado cosas maravillosas sobre dioses y hombres.

11 Entre sus efectos, trae la calma y la paz; llena las profundidades, calma el viento, nos da el sueño y el descanso.

La sexta intervención, la de Sócrates, constituye un cambio radical en el discurso sobre el amor. Su enfoque es estrictamente filosófico y busca la esencia de este fenómeno: el amor.

1 Comienza Sócrates su investigación con algunas preguntas a Agatón:El amor, ¿es de alguien o de nadie?, ¿es padre o madre?, ¿es hermano o hermana?El amor, ¿es de algo o de nada?, ¿desea el objeto amado al tenerlo o cuando no lo tiene?, ¿cada uno desea lo que no tiene? Si ya lo tiene, ¿por qué buscarlo?El amor, ¿busca la belleza que no tiene? Entonces, ¿no es bello como afirmaba Agatón? Este responde que no sabía lo que decía.¿Lo bello es también bueno?, ¿o, también, carece de lo que es bueno? Agatón confiesa que no puede contestar.

2 Recuerda Sócrates su encuentro con Diotima, la mujer de Mantinea. Los descubrimientos de Diotima se articulan en dos etapas: la primera tiene forma de diálogo; la segunda, una descripción. En la primera se investiga la naturaleza del amor: No cree que sea un dios, porque carece de aquello que se espera de él.Es un ser intermedio entre lo mortal y lo inmortal, es decir, un espíritu medio.Se encuentra tal espíritu medio en las artes proféticas, en los sacrificios, en la adivinación y en las hechicerías.Hay muchos espíritus: el experto en artes espirituales, lo mecánico, como un experto en cosas más mundanas; el amor es uno de ellos.El amor nació el mismo día que Afrodita y se enamoró de su belleza. Él es hijo de necesidad y de técnica; es rico en recursos, pero también sufre necesidad. No es bello ni suave; es duro y áspero, descalzo y sin casa, duerme en los atrios, en la tierra, bajo las estrellas.Posee tantos recursos como su padre. Está a mitad del camino entre la sabiduría y la ignorancia.Los dioses no buscan el saber, porque ya lo poseen. No tienen belleza ni bondad ni bienes ni inteligencia, y no aspiran a las virtudes que nunca tuvieron.¿Quiénes son los que buscan sabiduría? Los seres intermedios. Uno de ellos es el amor.Es amante de lo amable; es más el amado que el amante. Usted piensa en el amor como amado y no como amante; por eso cree que posee todos estos bienes.Entonces, ¿qué bienes trae el amor a la humanidad? El amor busca hacerse bello él mismo. Por lo tanto, ¿qué gana con esto? Si es que busca el bien, ¿qué gana con el bien?Gana la felicidad. La felicidad es tal en cuanto posee el bien. Todos aman al buscar la felicidad. Cada uno en su arte: filósofos, atletas, negociantes. No buscan la otra mitad como se dijo, solo el bien.En general se puede afirmar que los hombres buscan el bien.En la generación hay algo divino. El amor tiende a la generación que la belleza produce.Hay un elemento inmortal en nuestra mortalidad. El hombre evoluciona y cambia cada día.Algo olvida, algo aprende, es siempre diferente. Así cada criatura se perpetúa. Así, el cuerpo, que es temporal, participa de lo eterno.Toda la creación es inspirada por este amor: la pasión por la inmortalidad. Engendrar hijos naturalmente es una forma de inmortalidad, aunque sea material.Sócrates subraya que este es el razonamiento más impresionante que haya escuchado.También se busca la inmortalidad en la fama; el amor a la gloria. Hay ejemplos en la historia y en las tragedias. Cada uno busca una fama que perdure sin fin.Los que engendran cuerpos esperan sobrevivir en los cuerpos; los que engendran del espíritu, producen cosas del espíritu: sabiduría, virtudes, artes.Los que gobiernan las ciudades y ordenan a la sociedad aspiran a una inmortalidad más noble, ya que están más cerca de lo divino (Licurgo, Solón).

3 La segunda parte de los descubrimientos de Diotima se expone en forma de relato continuo. Se trata de un proceso de elevación al que debe someterse quien busca realmente el amor: El proceso de iniciación se eleva por siete niveles:De un ser concreto individual a todos los cuerpos.De los cuerpos a la belleza de las almas.De las almas y su belleza espiritual a los discursos.Hasta la belleza de las leyes e instituciones.A la belleza de las ciencias.Hasta el gran océano infinito de la belleza en general.A la revelación final de la belleza en sí, vista cara a cara.Esta elevación subsiste por sí misma sobre los cuerpos, sobre las palabras. No existe en otra cosa, sino en su unidad. De esta fuente infinita se reparten las bellezas entre las cosas, que crecen y también se desvanecen. Se llega a esta comprensión por un proceso que empieza desde lo más bajo, tal como se describe a continuación:La vida del hombre es digna de vivirse para alcanzar la visión de la «belleza del alma».Quien sea devoto de la belleza, es candidato a la belleza universal, que se descubre en su mirada interior hasta que alcance la revelación final: «subiendo la escalera celeste».Nunca, entonces, volverá a las ilusiones de los bienes materiales (el oro, los vestidos, las bellezas inferiores).El que haya alcanzado esta meta adquiere la posibilidad de abrirse a esta visión: su vida será envidiable y abierta a la contemplación de lo que es uno y para siempre.Su actitud hacia el bien será verdadera y no únicamente una semblanza; será llamado «un amigo de Dios».

Comenta Sócrates que ha sido convencido por este razonamiento, y que ha aceptado esta doctrina, por la cual el amor ayuda a la naturaleza humana.

El último discurso, El banquete, consiste en una exaltación de la figura de Sócrates por parte de Alcibíades, político, uno de sus admiradores, que en ese momento llega al banquete en estado de completa ebriedad. Esto no le impide relatar una serie de episodios de valor y de moralidad de la figura de Sócrates, ya que ensalza el poder de su método filosófico:

1 El elogio a Sócrates contrapone su aspecto material (comparándolo con Marsias) y su valor intelectual o su belleza interior.

2 Es capaz de encantar a los oyentes con una palabra.

3 Cuando habla, me siento invadido por una furia.

4 He oído grandes oradores como Pericles y no me han impresionado de ese modo.

5 Con él soy como un esclavo fugitivo: deseo estar lejos tanto como me sea posible, pero no puedo defenderme.

6 Sócrates se hace el ignorante (en referencia a la Mayéutica).

7 Intentó seducirlo, pero no fue posible, y describe su absoluta devoción.

8 Detalla su resistencia a las intemperies (caminaba en el hielo y en las campañas de guerra, y moderaba su alimentación).

9 Describe su capacidad para abstraerse en meditación por un día entero absolutamente alejado del mundo.

10 Y pondera el valor se sus razonamientos, incomparables con toda otra autoridad intelectual.

Los seres que se asoman entre líneas no pertenecen a la visión intelectualista y meramente pragmática del «Libro VII» de La República. Aquí reina una atmósfera de ensueño, tanto por el marco real del banquete como por su intención de celebrar la victoria de un poeta y dramaturgo, como por el hecho de concentrar la atención sobre el tema del amor, un tema difícilmente ubicable entre los objetos metafísicos. El amor es situado en el origen de la creación, entre las divinidades, a pesar de las formas muy terrenales que había asumido en la civilización griega: culto de la belleza juvenil, arte de la escultura, mitos, ambiciones literarias, políticas, etc.

No es extraño que los primeros oradores se esmeren en decorar los acontecimientos del amor con vuelos líricos y recuerdos de las divinidades. Esta es la base sobre la cual se elevan dimensiones de toda clase: la moralidad de los actos del amor, las consecuencias sociales de las formas expresivas de los sentimientos de amistad y los que acompañan formas más exclusivas de amor, hasta implicar las leyes que ordenan o castigan los desvíos de la conducta ciudadana. Se amplía así el horizonte de los seres que se producen en las relaciones interpersonales y sus efectos buenos y malos, hasta cuestionar el sentido de la vida humana en general y la función del amor en el contexto de esta vida.

Así, surgen lo subtemas de lo justo y de lo bello, de lo bueno y de lo conveniente, de lo ordenado y de lo desordenado, de lo digno y de lo vergonzoso, de las relaciones cívicas y del servicio a la patria, de la vida familiar y de la persona en su propio desarrollo individual, de las virtudes de paz y moderación y de las esclavitudes que humillan y destruyen al ser humano. Y como flujo constante y subterráneo de una intención más profunda, surgen los problemas de la muerte y de la inmortalidad, de la infelicidad y de la conquista del bien.

El tono de las investigaciones cambia repentinamente al Sócrates dar comienzo a sus preguntas, orientadas a la definición de conceptos y a una estricta lógica de los hechos. Si la inquisición crítica desbarata fácilmente las frases altisonantes de los poetas, ahí es donde fácilmente se vuelve nebulosa la elocuencia del poeta, y el mismo Sócrates se encuentra acorralado por las deducciones escuetas de Diotima de Mantinea. Las dos partes del discurso socrático aportan el verdadero fundamento para una especulación metafísica. La definición del concepto de espíritu, con su mediación en diferentes elevaciones del ser, termina de una vez con las frases retóricas y los mitos, para introducirnos a un razonamiento especulativo que se rige sobre la más amplia experiencia humana del ser y termina en la búsqueda real de la satisfacción sin límites, que llamamos felicidad. De paso, se aclara otra situación dialéctica, que supera todas las demás parejas de contrarios que se han enfocado a lo largo de la velada: ya no es lo frío y lo caliente, lo sano y lo enfermo, lo pleno y lo vacío, lo digno y lo vergonzoso, lo equilibrado y lo violento, lo moral y lo indecente, sino que es la oposición entre lo temporal y lo eterno, lo mortal y la inmortalidad.

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