Kitabı oku: «Julio Ramón Ribeyro», sayfa 5
“Un domingo cualquiera”1
En este relato, un narrador heterodiegético, en tercera persona, recrea una historia lineal, protagonizada por dos mujeres jóvenes, que pasan juntas unas horas, de “un domingo cualquiera”, como señala el título. Por ello, cabe señalar que es un texto que emplea la técnica de in media res (enfoca a las dos jóvenes a partir de cierto momento) y se concentra en mostrar un tiempo breve compartido y que sirve para que Nelly y Gabriella se conozcan más y vivan algunas experiencias significativas que el narrador se encarga de evidenciar a través de una trama sencilla que incluye las interacciones entre estas dos muchachas.
Nos parece pertinente señalar que las acciones se realizan en un lugar que de modo general podemos reconocer como Lima, mas este nombre, a su vez, alude a espacios diferenciados desde puntos de vista geográficos y sociales. Lo geográfico se refiere a que los sucesos se inician en una zona urbana específica que luego identificaremos; y estos continúan en gran parte en una playa situada al sur de Lima, a la que las jóvenes llegan mediante un viaje que las hace recorrer algunos puntos reconocibles del entorno limeño. Asimismo, el relato concluye con el retorno un tanto accidentado, desde la playa hacia la ciudad de la que habían partido.
Desde el punto de vista social, que se combina con el geográfico, si bien Nelly y Gabriella son de la misma edad y comparten el gusto por la aventura, como lo prueba el viaje no planeado que realizan a la playa2, cada una pertenece a mundos diversos y hasta encontrados. Nelly, por ejemplo, vive en el barrio de Matute, ubicado en el populoso distrito limeño de La Victoria; allí habita gente de modestos recursos económicos, como la familia de Nelly que reside en un pequeño departamento. A su vez, Gabriella es vecina de Miraflores, un distrito mucho más moderno y poblado por gente de mejor situación económica. De hecho, en la década del sesenta, cuando se escribió el relato, Miraflores y San Isidro eran los distritos más exclusivos de Lima3.
El hecho de que las dos protagonistas pertenezcan a clases sociales y a distritos de diferente nivel socioeconómico explica que cada una de ellas muestre un comportamiento distinto. Gabriella, quien ella llega a Matute manejando el carro de su padre, aparece como un personaje más decidido y con más solvencia material y seguridad en su actuar; la joven miraflorina va hasta la casa de Nelly para invitarla “a dar una vuelta”. Habría que aclarar que entre ellas no hay amistad, pues recién se han conocido en una fiesta en días pasados. El narrador agrega otro detalle que refuerza la diferencia entre una y otra: Gabriella, además de conducir el “Chevrolet azul”, es “una muchacha rubia”4.
Una vez que Nelly acepta la invitación de la otra joven, a quien no hace subir a su departamento porque teme que le cause una mala impresión, ambas jóvenes inician un viaje aún sin rumbo conocido en el auto de Gabriella que es la que conduce con gran seguridad. Como casi no se conocen, dialogan para informarse la una de la otra, aunque es la conductora del vehículo la que tiene la iniciativa en cuanto a la conversación.
Es válido que el lector se pregunte el porqué del interés de Gabriella por ir a visitar e invitar a hacer un paseo a alguien que vive lejos de ella y que pertenece a otro mundo social, situación de la que ambas son conscientes. En otros términos, por qué la joven miraflorina abandona por unas horas la seguridad de su entorno y se arriesga a desplazarse hasta un barrio que para ella es lejano y peligroso. Y este aspecto lo perciben los peatones de Matute, a quienes llama la atención que una “muchacha rubia, esplendorosa” recorra con su “enorme Chevrolet” las calles de La Victoria.
La respuesta a esta interrogante la plantea la propia Gabriella cuando luego de hacer algunas averiguaciones acerca de la familia de Nelly, le dice a esta que “el jueves que te conocí en la fiesta me di cuenta de que eras distinta de las otras chicas. Pareces más seria, más mujer. ¿Me dijiste que tenías diecisiete años?” (Ribeyro, 1994, II, p. 226). Lo cual revela que la “muchacha rubia”, como la denomina el narrador, es una persona curiosa y deseosa de ampliar su experiencia de vida, y por ello se ha aproximado a alguien que pertenece a otro microcosmos, de los varios que integran la ya entonces heterogénea ciudad capital.
Animada por ese mismo espíritu de aventura y de desafío a las normas sociales “No tengo brevete, pero manejo desde los quince años. Nunca he chocado” (Ribeyro, 1994, II, p. 227), Gabriella le propone a su nueva amiga ir a la playa. Y en efecto llevan a la práctica el plan y en su realización, la joven miraflorina se luce como una gran conocedora de las rutas porque en el curso de las horas que el relato recrea, las amigas recorren dos circuitos: uno más próximo y otro más lejano y riesgoso. Y en cada uno de ellos, Gabriella se mueve con gran dominio de escena, sabe cómo actuar.
También cabe destacar que si bien trata con cortesía a Nelly y se convierte en su cicerone, en cierto momento subraya la diferencia social que hay entre ella y su compañera de viaje. Ello ocurre, por ejemplo, cuando niega con énfasis, aunque a ella no le conste, que el padre de Nelly —ya fallecido— haya tenido un “Cadillac verde”; con lo cual pone al descubierto la mentira que urdió su amiga de Matute. Y un poco después de este incidente, sin duda incómodo para Nelly, Gabriella elabora una suerte de explicación sobre las causas últimas que llevaron a su acompañante a mentir:
No sé cómo será ser pobre, pero creo que uno no debe avergonzarse. Yo soy hija única, he tenido siempre lo que he querido. Pero, ¿quieres que te lo diga? Mi vida es un poco vacía. Envidio a las chicas como tú que trabajan, que van a la universidad. Mi papá no quiso que yo fuera a la universidad porque dijo que estaba llena de cholos. (Ribeyro, 1994, II, p. 227)
En realidad, este párrafo es muy revelador respecto no solo de Gabriella sino de la visión del mundo de la clase social a la que pertenece, que es, sin duda, la dominante en la sociedad en la que viven los dos personajes y sus respectivas familias. La joven miraflorina ha internalizado en su mente aquellas creencias que regulan la actitud y la conducta de quienes pertenecen a los sectores hegemónicos que Ribeyro retrata en varios de sus relatos, como los de este libro. Y quizá el título del primero, Los cautivos —que se analiza en la segunda parte—, sea una metáfora del enclaustramiento mental en que habitan los individuos y grupos de los estratos sociales. Cada uno de ellos vive en una suerte de burbuja que los protege de los otros, a la vez que les permite visualizarlos y elaborar imágenes que refuerzan su ubicación en el todo social.
Y dentro de esta metáfora acuático-visual, Gabriella representaría al ser que abandona su burbuja y con ayuda de la tecnología —el auto de su padre, quien está enfermo y no puede manejar— cruza gran parte de la ciudad para encontrar y tratar de dialogar con quien representa para ella un modelo de mujer que su grupo no acepta: el de aquella que trabaja y asiste a la universidad y puede vincularse con gente de los diversos estratos de la heterogénea y estratificada sociedad peruana de la segunda mitad del siglo xx, que tal es el referente que está en la base de los microcosmos narrativos que creó Ribeyro en sus múltiples relatos (Tenorio y Coaguila, 2009, p. 119).
En los dos recorridos a las playas (a La Herradura y a una del sur), asistimos a escenas en las que se reafirma la seguridad y el aplomo en el actuar de Gabriella y, de otro lado, la inexperiencia de Nelly en estas situaciones. Asimismo, apreciamos que la primera está siempre en actitud de preguntar y de poner en aprietos a la segunda, respecto de temas un tanto comprometedores, como, por ejemplo, el de tener enamorado. Ante esta interrogante Nelly responde negativamente y agrega “que uno de los abogados donde trabajaba de secretaria le hacía la corte”. En este tópico, Gabriella también se presenta como la que tiene más experiencia y por ello no duda en ofrecer algunos consejos a su acompañante.
Después de haber agotado algunos temas de conversación a través de los cuales satisface su curiosidad y su deseo de ampliar su conocimiento sobre el mundo en que vive, Gabriella plantea un reto mayor, el de viajar más al sur para visitar playas conocidas y desconocidas. Incluso ella declara que le gustaría alejarse “a mil kilómetros de aquí, ¿por qué no? Pero es verdad que tú no puedes, tú tienes que trabajar mañana” (Ribeyro, 1994, II, p. 238)5.
Aunque ofreció alguna resistencia, finalmente Nelly aceptó secundar a su amiga en su propósito de “conquistar” nuevos espacios marítimos sureños; se mencionó Conchán como otro punto del recorrido, pero sin detenerse en él enrumbaron más al sur. Mientras se alejaban de los sitios conocidos y se acercaban a lugares ignotos, Gabriella no perdía oportunidad para conversar acerca de asuntos de su interés personal. Así, por ejemplo, tocó el tema de la lectura y le pidió a su amiga que le recomiende “algún libro, un libro que me vuelva sabia” porque en la reunión donde conoció a Nelly oyó que ella discutía “con una muchacha no sé de qué escritores. Tú has leído bastante. Yo soy una inculta, palabra” (Ribeyro, 1994, II, p. 228).
Además de reconocer los vacíos que tiene en su formación cultural, la joven miraflorina muestra un espíritu de aventura pues no se detiene sino en “una playa que conoce” y después de recordar que vino de paseo con unas amigas y llegaron “a un lugar lindo, una especie de caleta con una arenita blanca y al fondo una caverna”, invita a su acompañante para afrontar el reto de descubrir una playa desierta, como en efecto ocurrió. Apenas detenido el auto, Gabriella no demoró en ingresar hasta las aguas y se mojó en ellas, a la vez que animaba a Nelly a hacer lo mismo. Ambas experimentan un estado de exaltación por la belleza del lugar y, sobre todo, porque tienen la impresión de que son las primeras en llegar hasta allí. Por eso, Gabriella sentencia que “será nuestra playa” y Nelly, también entusiasmada, propone bautizarla y así ambas ensayan nombres; esta última propone “la playa de las delicias”, y su amiga, “la rubia”, después de observar la falda de Nelly y de advertir que era de baja calidad, sugirió en voz baja que el sitio recién descubierto se llame “la playa de la ropa en serie”.
El otro desafío que Gabriella realizó y que su amiga tuvo que imitar, empujada por el entusiasmo de la primera, fue del de bañarse desnudas. La razón para atreverse a tanto la dio, como era de esperarse, la joven miraflorina: “a esa playa nadie vendría”. Es de destacar que si bien Nelly apenas sabía nadar se atrevió a hacerlo animada por el entusiasmo de su amiga y ambas disfrutan del placer que les provoca el zambullirse y desafiar las olas del mar. Este pasaje recuerda la destreza con que la protagonista de “Una medalla para Virginia” se desplaza en el mar y logra salvar de ese modo a la esposa del alcalde que estaba en peligro de ahogarse6.
Otro tema abordado por Gabriella es el de las relaciones sexuales: después de un ir y venir de preguntas y respuestas ambas afirman no haberlas experimentado hasta el momento, pero como casi en todo es la joven miraflorina la que ha estado más cercana de realizarlas y le cuenta a su amiga las veces en que estuvo a punto de perder la virginidad. Este interés por lo erótico se manifiesta también en los comentarios que ambas jóvenes efectúan acerca del tamaño de sus senos, siempre por iniciativa de Gabriella.
Luego de abordar algunos otros asuntos menos trascendentes, el dúo de amigas emprende el retorno de esta experiencia de aprendizaje geográfico y psicológico. Podría decirse que, en general, el viaje de ida ha sido placentero y ha propiciado que las jóvenes se acerquen, aunque sin anular las distancias que establecen la pertenencia a clases sociales diferentes. En cambio, la vuelta a Lima está llena de dificultades, la principal de las cuales es que se extravían y el auto de Gabriella se atasca en el arenal. Estos tropiezos influyen en el trato de las jóvenes, en especial en el de la miraflorina con la victoriana. Y como regresan sin el auto y lo hacen en un colectivo en el que viajan incómodas y tensas, la naciente amistad se trunca y al final del relato, el narrador registra una certeza que ronda en la mente de la que vive en Matute, y que es una especie de conclusión sobre el significado de este paseo realizado “un domingo cualquiera”. He aquí la reflexión postrera de la joven: “Nelly supo entonces que nunca más volvería a ser invitada” (Ribeyro, 1994, II, p. 235).
Este juicio constituye una suerte de autoevaluación efectuada por quien ha vivido en unas pocas horas una experiencia de aproximación con una joven de su misma edad y de su misma ciudad, pero que pertenece a otra clase social y vive en un distrito, Miraflores, que es casi una antípoda del área urbana en que habita Nelly junto con su numerosa familia. Esta joven es consciente de que su compañera de paseo posee mucho más mundo que ella, aunque también exhibe algunos puntos a su favor: trabaja y estudia. En cambio, Gabriella es lo que coloquialmente se llama “una hijita de papá” y se percibe en ella un deseo de superar esa situación, y por eso ve en Nelly un modelo del que puede aprender algo, por ejemplo, a no ser “inculta”, como ella misma lo reconoce.
“Los predicadores”1
En el conjunto de relatos del libro al que pertenece, “Los predicadores” constituye, por algunos detalles, una digresión con respecto a los demás textos. Para comenzar, está ausente el narrador heterodiegético en tercera persona que predomina en la mayoría de aquellos; en cambio observamos bajo el título mencionado la presencia de tres discursos atribuibles a otros tantos enunciadores y que constituyen una unidad discursiva por dos razones: la primera es el lugar de enunciación, pues cada uno de los que habla lo hace desde la ciudad de Huamanga, nombre que tiene como referente la capital del departamento de Ayacucho, ubicado en la zona surandina del Perú, y donde el autor, Julio Ramón Ribeyro, vivió y trabajó durante algún tiempo, como él lo ha evocado en sus textos autobiográficos y en algunos de sus relatos ficticios2.
La segunda razón para considerar “Los predicadores” como una unidad superior a la suma de sus tres discursos es que, en cada uno de ellos, los enunciadores se refieren a los otros, de modo que se establecen nexos temáticos muy significativos. Por ello, al analizar el relato tomaremos en cuenta la intertextualidad existente en los bloques respectivos, a fin de establecer una interpretación global que considere el título mismo del relato, que equivale a una tipificación realizada por el narrador, que en este caso hace las veces de alguien que ha escuchado los tres discursos y los ha juntado en un solo espacio textual para que el lector perciba las relaciones que hay entre todos y cada uno de los “predicadores”.
Peter Elmore (2002), estudioso de la obra literaria de Ribeyro, elabora una sintética y acertada caracterización del trío de personajes marginales y excéntricos que hacen uso de la palabra en el citado texto. Dice el especialista:
Casi del todo desprovisto de argumento y libre de indicaciones escénicas, el cuento se define por las modulaciones de las voces sicóticas de una mujer —la Ucucha— y dos hombres —el Jojosho y un anónimo con ínfulas de letrado3—. Megalómanos, míseros y locuaces, los tres locos encarnan la situación límite de quienes han abolido el principio de realidad porque —sospecha el lector— encuentran intolerable la existencia. (p. 128)
La primera es una mujer que habla de sí misma y por tanto utiliza la primera persona para contar a alguien (¿al narrador?) las penurias que sufre en su vida actual y que no sabe a quién atribuirlas: “será mala suerte de perro o qué será, yo no lo sé, pero mi vida es pena sobre pena y cólera sobre cólera” (Ribeyro, 1994, II, p. 263). Además, hace un contraste entre su deplorable situación de hoy y la época de auge que según ella vivió:
Yo, la más bonita de Huamanga, la reina que he sido de la primavera, cuando vendía conservas en mi tiendecita, allí en el portal y venían todos los mozos…todos ellos que venían a decirme piropos, yo la reina ¿por qué ahora no tengo un día de fiesta y todos me escarnecen y me sacan la lengua? (Ribeyro, 1994, II, p. 263)
En general, el monólogo de Ucucha, recogido en su forma oral en el texto, es incoherente, fantasioso, pero revelador de la situación de seres marginales que pululan en las ciudades y que forman una suerte de “corte de los milagros”, es decir, de seres abandonados y con conflictos entre algunos de ellos. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, entre Ucucha y el personaje del segundo monólogo, apodado Jojosho, a quien la primera considera su enemigo porque según la versión que ofrece le robó el dinero que le envió su tío, el presidente Prado4, y también sustrajo los votos con que Ucucha iba a ser elegida reina de la fiesta. Y la alucinada mujer rechaza también las pretensiones de Jojosho de considerarla su amante y afirma estar lista para matarlo5.
Sin más transición que el paso de un párrafo a otro, se inicia el monólogo de otro personaje igualmente desquiciado, conocido como Jojosho y del que Ucucha se ha expresado con dureza. En tanto enunciador, él usa la técnica que nosotros llamamos: en primera y segunda persona; esta denominación alude a que el enunciador se identifica como tal y se dirige a alguien, aunque este alguien no siempre es reconocible, como ocurre en “Los predicadores”: Jojosho le habla con afecto a su interlocutor y pide su “venia para hacerle un poco de conversación, que yo estoy aquí paseando, tomando un poco de sol en este clima tan bueno, bajo el cielo de Huamanga”.
Por las palabras del autor del monólogo nos enteramos de su mala relación con Ucucha, a quien acusa de difundir la versión de que él es su marido, afirmación que él rechaza con energía y aprovecha para puntualizar que él es el “capitán Fuentes, recibido y con galones”. Además del encono por Ucucha, Jojosho es tan megalómano como esta y llega a decir que fue “agregado cultural en Roma”. Añade que estuvo en varios países y que dominaba varios idiomas, entre ellos, el francés y se permite hacer una demostración risible de dicho dominio.
También presume de poseer muchas propiedades y de gozar de una gran cultura, razón por la cual ofrece ir a la universidad a dictar una conferencia “sobre cualquier cosa, salvo que ustedes prefieran algo especial”. Por esta última afirmación cabe deducir que el oyente del disparatado discurso de Jojosho es alguien que trabaja en la universidad, quizá como profesor. E igual que Ucucha, este personaje se queja de que le robaron los votos de una elección en la que se presentó como candidato a diputado y en la que logró “todos los votos de Huamanga y los pueblos colindantes”. Pese a hablar de grandezas y de hazañas, el monólogo del “capitán” Fuentes concluye con un pedido para que su interlocutor le preste “una libra6, por favor”.
El último monólogo presenta como emisor a un personaje llamado Licurgo que comparte las mismas características que los dos anteriores. Usa la técnica de la primera y segunda persona para dirigirse a alguien a quien llama doctor y le confiesa a este que ha hecho el plano de una famosa batalla “para demostrarle que es verdad que en todo el Perú no hay nadie que conozca mejor que yo la batalla de Ayacucho”7. Sostiene que ha recorrido el lugar de los hechos históricos y se ha documentado para informar a todo aquel que quiera saber cómo fue la batalla.
Él también conoce a Ucucha y a Jojosho y se expresa negativamente de ellos: “gente sin crédito insanos que son por la maldad del pueblo”. En cambio, Licurgo, según su propia versión, presta sus “servicios útiles al claustro con mis estudios de mineralogía” y señala que guarda en sus bolsillos las piedras que ha recogido en sus andanzas. Lo peculiar es que su perorata va acompañada por una interjección —“hip”— que connota ebriedad. Su discurso está lleno de incoherencias y de fantasías, aunque de los tres es el que posee el lenguaje más retórico y altisonante.
Nos enteramos de que es originario del Cusco, donde vive su madre y con la cual parece mantener una relación edípica. Hace alarde de sus conocimientos históricos y de sus contactos con el embajador de Inglaterra, pero al final de su discurso, al dirigirse a su interlocutor, revela cuál es su situación real. Veamos lo que dice:
Por lo tanto ahora que usted me promete su apoyo debemos ir un rato al Baccará para tomarnos un trago sólo uno que tengo que barrer las aulas y pasar en limpio mi bibliografía sobre la batalla hip de Ayacucho. (Ribeyro, 1994, II, pp. 266-267)
No es frecuente que Ribeyro deje hablar a sus personajes en su lengua coloquial, pero en este relato lo hace para que el lector “escuche” del modo más directo la voz de cada uno de estos seres marginales que sobreviven en la ciudad de Huamanga, entre la pobreza y la alucinación. La función del narrador en este texto consiste en dar “la palabra” a estos “mudos” y locos y dejar que ellos expresen todos sus sueños y sus frustraciones. El texto sacrifica su coherencia, su gramaticalidad en aras de recoger el pensamiento y la expresión de seres que confunden la realidad con la ficción, pero que no por ello deben ser censurados. Por el contrario, el narrador nos invita a escucharlos y a seguir la lógica peculiar de estos “predicadores” de fantasías e incoherencias, aunque para quienes las emiten estas “verdades” poseen un valor vital y humano8.
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