Kitabı oku: «Apuntes de Historia de la Iglesia 6», sayfa 8

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Pronto se decantarán por el socialismo utópico de Fourier, que augura la próxima extensión de las colonias que él promueve, sin propiedad privada, de trabajo colectivo, y sin necesidad de una revolución social que atente contra la legalidad. Las revoluciones europeas de 1848 alentaban tales expectativas; pero, ya desde antes de conocer su fracaso en Francia, este grupo era consciente de que en Rusia eran inviables las proyectadas colonias.

Los debates entre ellos sobre las tácticas a seguir los dividieron. Unos abogaban por centrarse en la propaganda ideológica; otros, por desencadenar una insurrección armada. Pronto fueron detenidos todos ellos. Cuarenta fueron sentenciados a muerte; entre ellos, además de Petrashevski, el gran literato y pensador Fiódor Dostoievski. La pena fue conmutada a todos ellos por el zar en el último momento, y fueron deportados a Siberia153.

La política exterior rusa en la época de Nicolás I (1825-55)

Otro factor que debilitará notablemente a la autocracia rusa será su política exterior. Ha de afrontar distintos conflictos: al Oeste, en la Polonia sublevada en 1830; al Sudeste, con los turcos y los pueblos islámicos incorporados al Imperio; y al Este, con Inglaterra, que tras la conquista de la India trata de expandirse por Asia y que con Rusia mantendrá una “guerra fría” hasta casi 1917.

Estos conflictos dañan la fortaleza del Imperio, provocan descontento en su aristocracia, las élites intelectuales e incipientes burguesías. Pero particularmente graves fueron las consecuencias del desastre de la Guerra de Crimea (1854-56), que enfrentó a Rusia con Turquía por una disputa inicialmente provocada por el litigio entre católicos y ortodoxos por la tutela de los Santos Lugares. Estaban bajo dominio otomano desde el siglo VII salvo durante el paréntesis de las cruzadas. El hecho es que Rusia, que interviene en favor de los ortodoxos, se ha de enfrentar sola contra el ejército turco y los coaligados de Francia e Inglaterra; potencias, a las que interesa impedir que Rusia llegue a Constantinopla y se haga con el control de los Estrechos, su puerta de acceso al Mediterráneo.

El gigantesco ejército ruso no tuvo medios para desplazarse con rapidez, ni la hacienda del Estado pudo armarlo adecuadamente. La paz se firma en París en 1856, diez meses después de la muerte de Nicolás I. Más grave que la derrota militar fue el impacto moral sobre el pueblo ruso que percibe que el sistema es incapaz de mantener a Rusia como la primera potencia terrestre de Europa, que parecía tan duradera tras derrota de Napoleón en 1815154.

Escritores de la época

Singulares testimonios de la evolución espiritual de la época han dejado grandes literatos rusos. Nikolái Gogol, profundamente religioso, eslavófilo y amante de la tradición, fustiga con corrosiva sátira a la burguesía provinciana y a la burocracia estatal por su corrupción e incompetencia. Su más importante novela, Almas muertas, produjo enormes entusiasmos entre contrarios, aunque no así entre los conservadores progubernamentales. Para los eslavófilos era “una apoteosis de Rusia y su futuro místico”, mientras que para los occidentalizadores como Visarión Belinski, crítico literario de enorme influjo, era un gran alegato contra el presente de Rusia.

El más penetrante de los jóvenes escritores de la época, Dostoievski, se sitúa en la línea religiosa y tradicional de Gogol con sus descripciones de San Petersburgo y sus gentes humildes y más empobrecidas. Belinski daba la razón a Hegel: tanto el arte, como la filosofía, la evolución de los Estados y sociedades... son manifestaciones de la Idea, ya desplegadas en el liberalismo de Occidente, que ha de evolucionar aún –en un siguiente “momento”– para ser transformado por el socialismo utópico francés. Su carta de réplica a Gogol en 1847 fue un modelo de pensamiento liberal para las dos siguientes generaciones:

“El público considera [...] a los escritores rusos sus únicos líderes, defensores y salvadores ante la oscuridad de la autocracia, la ortodoxia y el nacionalismo. Rusia ve su salvación no en el misticismo [...] sino en los éxitos de la civilización, la ilustración y el humanismo”.

De familia noble, amigo de Belinski, aunque menos expresamente liberal, y muy apreciado por el zar Nicolás que lo protegía, fue el escritor Ivan Turguénev, quien por otra parte había mantenido contactos con Herzen y Bakunin, sobre todo durante sus estudios en Alemania. Sus escritos sobre la vida del campesinado serán los más eficaces. Transmiten con afecto la pobreza y humillación bajo las cuales vivía la gran masa del pueblo ruso, los campesinos. Sus relatos causaron enorme impresión155.

La abolición de la servidumbre de la gleba por Alejandro II (1855-81)

La derrota de Crimea puso en evidencia la inferioridad económica e industrial de Rusia frente al potencial de Francia e Inglaterra, y espoleará a los círculos reformadores del gobierno a emprender similares progresos materiales. Comienza entonces el tendido de vías férreas, vital para el desarrollo económico. Surge un primer capitalismo industrial. Pero ya no es solo la autocracia gobernante la que propugna reformas. Dentro del mundo culto de la alta sociedad –la llamada inteligentsia– surgen distintas propuestas de reforma de la nación. La cuestión más grave y persistente era la del campesinado. El nuevo zar Alejandro II desea afrontar el problema156.

La actitud de los zares, tras la victoria sobre Napoleón, había sido de rechazo de la ideología liberal (de manera bastante vaga, pietista e iluminada, en el caso de Alejandro I), y al mismo tiempo sin asumir con vigor los graves problemas de la nación. Sienten la mísera situación del campesinado, tan empeorada a partir del siglo XVIII, pero no la resuelven; mayormente, por la obstrucción de la nobleza, columna vertebral de la nación, propietaria de inmensas extensiones a las que está sujeta la mayoría de la población rusa en muy duras condiciones.

Las quejas eran sobre todo por la frecuente brutalidad en el trato, que incluye los castigos corporales, el látigo, y las deportaciones a Siberia, más que por no poseer tierras en propiedad o por la obligación de la corvea (solía ser de tres días a la semana de trabajo para el señor). En el período 1845-49, los levantamientos populares, crecientes en número y violencia, alcanzan los 650. También, de tanto en tanto, pueblos enteros huyen hacia el Sur, a tierras más prósperas; hacia el Cáucaso157.

Alejandro II, antes de promulgar la ley de la emancipación, reúne en Moscú a gran parte de la más alta aristocracia para expresarle su voluntad de reforma. La mayoría se le opone: reclama que, si se decreta la liberación, la propiedad de la tierra siga siendo del señor, y que el campesino trabaje para él, sea con un contrato de arrendamiento (en realidad, sometido a la dura ley de la oferta y de la demanda, que es lo que se imponía en Occidente conforme avanza la revolución liberal), o con la aún más dura condición del jornalero.

El Estado no disponía de capital para de algún modo indemnizar a la nobleza terrateniente, y asumir él la propiedad para adjudicar tierras al campesinado por módicas rentas anuales. A los reformadores del gobierno les disgusta el planteamiento de una liberación sin conceder tierras, pues temen que surja un inmenso proletariado sin tierra, fuente de interminables conflictos.

Finalmente, Alejandro II da en 1861 el decreto de abolición de la servidumbre de la gleba. Entrega tierras al campesino, pero con fuertes contraprestaciones al antiguo señor y al Estado, e implanta la libre contrata del trabajador por la pura ley de la oferta y la demanda. Despertó enorme hostilidad entre los campesinos. La nueva ley imponía, con algunos atenuantes, el individualismo liberal de Occidente a un campesinado que desde antiguo gestionaba solidariamente (cada aldea era presidida por su mir o asamblea de ancianos) los pagos de las rentas al señor, las necesidades del lugar y el reparto de las tierras entre las familias de la aldea.

En muchos casos aquel intento de reforma agraria fracasa enseguida. A los dos años estallan nuevas revueltas de campesinos a los gritos de “moriremos por Dios y por el zar”, “no queremos más señor”. Los kulaks, la nueva clase social formada por la minoría de antiguos campesinos enriquecidos, que han aprovechado la nueva libertad de comprar y vender (concedida por el decreto de emancipación) para apropiarse de las tierras de otros campesinos que pasarán así a ser jornaleros. Tolstoi, testigo de los hechos, comenta: “los individuos más inteligentes [del campesinado, los kulaks] llegan a apropiarse de la tierra y a sujetar a otros campesinos a la condición de jornaleros”. No obstante, muchos, gracias a la nueva libertad de 1861, pueden emigrar a otras tierras insuficientemente colonizadas; primero, hacia las grandes estepas del Sur; y más adelante, a Siberia.

Otra reforma importante emprendida por Alejandro II fue la de reducir el servicio militar de 25 años por sorteo a seis y un tiempo de servicio en la reserva; reforma, urgida por el ministro de la guerra Miliutov, por humanitaria y por considerarla necesaria para fortalecer al ejército ruso158.

La inteligentsia, que en los años 60 vira del idealismo al positivismo

En los años 1860 aparece una nueva intelectualidad, desapegada de la anterior muy afecta a la metafísica idealista de Hegel. El influjo de Hegel no desaparece, pero surge una nueva inteligentsia, más atenta a los concretos datos empíricos, más positivista, y de bastante mayor extensión social, a menudo ya de origen plebeyo y burgués. Su mayor contingente lo aportan los profesores universitarios, los maestros, médicos, científicos, ingenieros, periodistas...

Turguénev, en su novela Padres e hijos, califica a esta nueva generación con el término que pronto cunde de nihilistas159 por su rechazo de la piedad y creencias del pasado (por no creer en nada, nihil). Pronto la nueva corriente, que se beneficia del ambiente más liberal surgido tras el desastre de Crimea, se difunde entre los estudiantes universitarios que promueven una serie algaradas, sobre todo en San Petersburgo, que llevan al cierre de la universidad. Se extiende la convicción entre la inteligentsia, muy occidentalista, de que tarde o temprano ha de triunfar también el liberalismo en Rusia.

Otra corriente más radical y minoritaria surge del mismo seno de la inteligentsia rusa en la mayoría de las ciudades con universidad. Se forman grupos “más nihilistas” de estudiantes que encuentran la orientación definitiva de sus vidas en la novela ¿Qué hacer? de Chernishevski (1862). Fue la lectura de una entera generación que decide “acercarse al pueblo” y practicar, como lo entendían, “una vida más sencilla”. En 1874, miles de jóvenes de ambos sexos –llamados populistas– comienzan a aprender oficios prácticos para marchar a vivir en comunas con la sociedad campesina. El intento duró varios años y fue un completo fracaso.

Chernishevski era antizarista, pero no impulsaba organización alguna para derribar el régimen. Encarcelado y luego desterrado a Siberia, nunca se probó que tuviese tal propósito. Discrepaba del liberalismo burgués occidentalista por las miserias que estaba causando en Europa (en especial, en la industrializada Inglaterra de la era victoriana) y abogaba por una solución social más genuinamente rusa, que preservase las instituciones comunales campesinas, pero para darles, desde una perspectiva positivista –agnóstica y cientista– , una orientación feminista y superadora de la familia. Las propuestas de este singular socialismo agrario no tuvieron acogida alguna entre los campesinos160.

Los inicios del terrorismo

De momento no surge grupo revolucionario violento alguno. Pero, en 1866, un intento individual, aislado y fallido, de asesinato del zar será premonitorio. En 1876, los restos del fracasado populismo crean en San Petersburgo una organización secreta: la Zemlia i Volta (Tierra y Libertad). Detenidos muchos de sus miembros, convierten los masivos juicios públicos contra ellos en auténticas manifestaciones de propaganda de sus ideas, y da a los rebeldes un halo de mártires.

La mayoría de los populistas se convencen entonces de que la revolución social no se podrá hacer sin derribar antes la autocracia, y para ello había que crear un programa de terror contra el Estado; contra sus más significados funcionarios, ministros y el mismo zar. La mayoría de la organización, que era favorable a recurrir al terrorismo, crea otra nueva secreta: la Naridnata Volia (Voluntad del Pueblo). La minoría restante prefirió proseguir la táctica de la agitación y la propaganda. Muchos de ambos grupos se exilian para conspirar desde el extranjero.

Pronto se suceden reiterados atentados contra la persona del zar. “Alejandro –comenta Bushkovitch– respondió con indolencia, seguro de que su destino estaba en manos de Dios, y las tradiciones de la corte dificultaban enormemente una seguridad estricta”. Cuando quiera cabalgaba por la ciudad sin mayor protección hasta que en 1881 sufre el atentado definitivo. Le sucederá su hermano Alejandro III161.

134 Cf. JD6, 296-300

135 Cf. VC1, 416-420; DM, 323-326; JD6, 300-302

136 Cf. BS, 112s

137 Cf. JD6, 302-313

138 Cf. DM, 454

139 Cf. VC1, 417-425; DM, 324-326, 451-454; CM6, 528

140 Cf. BS, 153s

141 Cf. DM, 459-463; JD6, 308-315, 825

142 Cf. JD6, 313

143 Cf. CM8, 232; BS, 143-147, 152-153

144 Cf. DM, 458s

145 Cf. DM, 454-458

146 Cf. DM, 458

147 Cf. BS, 157-160; CM9, 343-346

148 Cf. BS, 159, 164-166; CM9, 352; FZ, 91s; VC2, 273. León Tolstoi, en Guerra y Paz, ha dejado amplia memoria de estos sucesos (cf. Obras completas, Aguilar, Md 2004, 641-989)

149 Cf. CM9, 111, 352, 452s; BS, 167

150 Cf. BS, 169

151 Cf. BS, 169-171

152 Cf. BS, 173-179; JD7, 774-783; VC2, 311-313, 341-344

153 Cf. BS, 180-218; JD6, 317, 324, 341-343; JD7, 268-270; FZ, 326-333

154 Cf. BS, 182-189; VC2, 341-344; FZ, 219-221

155 Cf. BS, 198-203; FZ, 325s

156 Cf. BS, 203-206

157 Cf. FZ, 313-317

158 Cf. BS, 79, 206-214; FZ, 317-319

159 Thurguénev escribe un diálogo figurado entre un nihilista y un tradicionalista (cf. FZ, 331s)

160 Cf. BS, 214-222

161 Cf. BS, 221-225

8. Rusia. Notas sobre su historia de 1890 a 1914

Los años siguientes a la alianza con Francia en 1893 fueron decisivos para la implicación de Rusia en la Primera Guerra Mundial (1914-18). Un conjunto de factores políticos, ideológicos y económicos concurrieron al histórico vuelco de 1893. Luego, tras la breve y decisiva revolución liberal de febrero de 1917 liderada por Kerenski, se impondrá el marxismo, al que el curso de la Primera Guerra proporcionará el triunfo en octubre de 1917.

El gran desarrollo industrial del fin del XIX

San Petersburgo es la primera de las ciudades rusas en que se produce el gran desarrollo económico e industrial del fin del XIX. En unos pocos años se transforma la bella urbe en el primer centro industrial de Rusia. Acuden a trabajar en sus grandes fábricas numerosos campesinos. La población pasa rápidamente de un millón de almas a dos. Con el auge económico surge una nueva clase media compuesta de empleados de los negocios, médicos, ingenieros, numerosos maestros, comerciantes minoristas ..., que se asientan y crecen en el centro de la ciudad.

El puerto de San Petersburgo, con sus astilleros e industrias anejas y su gran tráfico de importación y exportación, es el centro vital de la expansión económica. Los banqueros, dirigentes industriales y reyes del ferrocarril, entre ellos ricos aristócratas inversores, compran o se construyen grandes mansiones en el centro o alrededores de la ciudad. La urbe siguió siendo el centro cultural y político de la nación, donde residen el gobierno, la mayoría de los grandes escritores, músicos y artistas, y se editan los principales periódicos del país.

Las anteriores industrializaciones habían sido: la textil, desarrollada en Moscú y en el centro del país; la ferroviaria, que siguió a la Guerra de Crimea (1855); y la de algunos centros fabriles del Sur, de las provincias bálticas y de Polonia.

Esencial para el comercio y estrategia rusos había sido la construcción en los años 1860 del ferrocarril, con una red de miles de kilómetros con centro en Moscú, financiada en su mayor parte por el Estado. Para el pertinente pago de las importaciones de equipos y maquinaria se requirió exportar gran parte de los granos hacia Occidente pese a que en años de mala cosecha hubo enorme escasez. En los años 1880, por impulso extraordinario del ministro Witte, con grandes aportaciones de capital francés, pasa la red de 30.000 a 53.000 kilómetros, y da sus primeros pasos la industria pesada (altos hornos, acerías...).

El colosal tendido del Transiberiano, desde Moscú hasta el extremo oriental de Asia (Vladivostok), comenzado en 1891 y concluido en 1905, también por impulso de Witte, abre inmensas tierras de Siberia a la colonización. La industria textil progresa. La cuenca del Donetz, al Norte de Crimea y del mar de Azov, antes agrícola y pastoril, se convierte en un gran centro industrial al descubrirse importantes yacimientos, muy próximos unos a otros, de hierro y carbón. Los grandes hallazgos de petróleo en Bakú (a la orilla del Caspio) antes del fin del siglo hacen que pronto acudan a la región numerosos trabajadores.

Esta industrialización de fines del XIX fue la mayor del país hasta entonces, y decisiva para los cambios de la vida en Rusia. A la vez que en las principales ciudades rusas emerge una amplia burguesía, en las dos grandes urbes –San Petersburgo y Moscú– surge un numeroso proletariado industrial.

El auge industrial prosigue hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 salvo en una breve recesión de la industria pesada en 1900, y otra recesión general en los dos años de la revolución de la Duma (1905-07). Comenta Bushkovitch: “Los últimos años anteriores a la Primera Guerra Mundial fueron testigos de una modernización de la vida urbana. El teléfono, los vehículos a motor, los tranvías, los medios de comunicación de masas, la publicidad y los inicios del cine convirtieron a las ciudades rusas en centros modernos. No sólo San Petersburgo, sino también Moscú, Varsovia, Odesa y Kiev”162.

Persistencia del problema agrario

Mientras tanto el campesinado –en su mayoría demasiado pobre (no así los kulaks), esquilmado por los pagos al Estado y al anterior señor estipulados por la ley de emancipación de 1861, carece de recursos para modernizar su agricultura. Sólo mejorarán sus explotaciones algunos grandes terratenientes, una notable parte de los agricultores de las feraces tierras de Ucrania próximas a puertos para la exportación de los granos, y los campesinos de algunas tierras de Siberia, tan prósperas que en 1914 establecían allí comerciantes norteamericanos almacenes para venta de maquinaria agrícola. No obstante, incluso al más pobre campo ruso le beneficia el crecimiento de las ciudades, y los recién construidos ferrocarriles le proporcionan un mercado mucho más amplio, al que abastecen sobre todo con cereales y lácteos.

Las aldeas, aun las más prósperas, vivían muy pobremente. La falta de higiene de las viviendas, con mucha frecuencia de una sola habitación, multiplicaba las enfermedades, y a mediados del XIX la mortalidad infantil alcanzaba el 40%. El consumo abundante de alcohol era muy común entre los varones, lo que no impedía un hondo sentido religioso en la vida entera de las aldeas. “Los valores tradicionales –señala Bushkovitch– , centrados en la religión y la sabiduría popular, eran intocables”. A la Misa del domingo –rara vez con homilía del sacerdote (pope)– asistían todos.

La mayor transformación de la sociedad campesina advendrá con la emigración a la ciudad, sobre todo a San Petersburgo y a la zona de Moscú. Los hombres para trabajar en las fábricas, en la construcción o en los latifundios del Sur. Y las mujeres, bastante menos, para laborar en la industria textil o en el servicio doméstico de las capitales. Durante gran parte del año muchas zonas rurales eran “reinos de mujeres” al buscar el esposo el sustento de la familia en la emigración.

El viejo problema agrario subsistía. La producción agrícola había crecido, pero no lo suficiente para atender –“redimir”– las deudas contraídas por el campesino tras la emancipación de 1861. A partir de esta fecha baja paulatinamente la riqueza de la nobleza terrateniente. No obstante, –señala Bushkovitch– “alrededor de la mitad de las tierras pertenecían aún a unas pocas decenas de miles de familias. La otra mitad era propiedad –gravada por los pagos de redención– de unos 120 millones de campesinos”163.

El naciente proletariado industrial ruso

La consecuencia social más importante del auge industrial ruso fue la aparición de la clase trabajadora de las fábricas. En 1861, al comienzo de la emancipación, no llegaba al millón el número de obreros en las fábricas y las minas; y en 1913, eran unos cuatro millones. Constituían una mínima parte de la población –180 millones– pero de trascendencia decisiva. La mayor concentración obrera era la de San Petersburgo, en su mayoría jóvenes inmigrantes de las aldeas, casados y solteros, a los que podía atraer el brillo de la capital pero que vivían en pésimas condiciones:

“Los alojamientos –expresa Bushkovitch– eran infames, pero los gerentes los levantaban porque así mantenían a los trabajadores en la fábrica, dado que el acelerado ritmo de urbanización trajo consigo una escasez permanente de viviendas. Los casados y algunos solteros que se instalaban fuera de las barracas acababan alquilando «rincones», partes de sótanos con particiones hechas con cuerda.

El saneamiento era mínimo y el hacinamiento en los barrios más pobres de la ciudad convirtió a San Petersburgo en la capital europea de la tuberculosis. Lo normal eran jornadas de 10 o 12 horas de trabajo, con solo el domingo y unas horas del sábado libres. Aunque la paga era escasa, el bajo nivel de capacitación de la mayoría de los obreros suponía que la mano de obra rusa resultaba onerosa para el empleador... El gobierno apenas supervisaba los lugares de trabajo”.

Los voluminosos informes del oficial Inspectorado de Fábricas eran “papel mojado”, pero se convertirán en precioso legado para los futuros historiadores, para indagar cómo fue posible que la primera nación en que se impone el comunismo fuera Rusia, y en contra de todas las previsiones hechas por Carlos Marx164.

Los inicios del marxismo en Rusia

Los populistas de los años 1870 habían intentado movilizar para la revolución a los obreros de las fábricas y fracasan. No obstante, persisten con la esperanza puesta en el mundo rural agrario. El populista agrario Plejanov, al exiliarse en Occidente, conoce la fuerza del socialismo alemán. Asombrado por la cosmovisión marxista, abandona su anterior populismo agrario y hace suyas, también para su tierra, las palabras de Marx de que el proletariado es “la clase llamada a liberar a la humanidad y que traerá consigo el socialismo”.

Plejanov, con un grupo de exiliados, traduce al ruso El Capital de Marx para hacerlo llegar bajo mano a Rusia, donde el auge industrial de los años 1890 propiciará la expansión del marxismo. Los minúsculos grupos de adheridos, dirigidos, no por obreros, sino por hombres y mujeres de la inteligentsia, crecen año tras año en número e influjo en las ciudades mayores, y en 1898 fundan el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso165.

Pronto, entre los que siguen a Plejanov, destaca el joven Vladimir Ilich Ulianov –Lenin (1870-1924)– , hijo de un funcionario y hermano menor de un ejecutado por participar en un intento de asesinato del zar Alejandro III. Se hace marxista durante sus estudios en la universidad de Kazán, y en los años 1890 se traslada a San Petersburgo para ejercer como abogado y completar su formación marxista. En 1895, dedicado con otros compañeros a distribuir propaganda revolucionaria entre los obreros de las fábricas, es detenido y deportado a Siberia, de donde regresa en 1900 y marcha con otros a Suiza. Funda un semanario de tono popular, Iskra (“La Chispa”), para publicitar el marxismo. Sus artículos destacan por la energía, claridad doctrinal y la precisión práctica con que marca objetivos concretos; el primero, la creación de un partido revolucionario muy definido y organizado, a diferencia del vago y difuso movimiento socialdemócrata ruso.

Difiere en especial de los llamados economistas, grupo de los socialdemócratas, muy influyente al fin del siglo. Les tacha de reducir la revolución a sólo objetivos económicos, a ciertas mejoras laborales y sindicales, y de no promover la auténtica conciencia marxista de que el hombre y la sociedad han de ser totalmente transformados. La actitud de los economistas era un anticipo de la influyente tendencia revisionista que impulsará el socialista alemán Edouard Bernstein166.

Los economistas, en definitiva, no hacían suyo el mesianismo de Marx (1818-83) de transformar por medio de la lucha de clases el orden –natural y sobrenatural– dado por Dios al hombre y la sociedad. Para Marx, sin la conciencia de sentirse los proletarios redentores o liberadores de la humanidad por la superación dialéctica de toda religión no hay verdadera revolución. En sus Tesis sobre Feuerbach repudia el ateísmo de éste por considerarlo insuficiente, por presentar la religión como mera alienación, puro fruto del espíritu humano aún no consciente de que lo divino es él mismo, pero no el mal radical que se ha de destruir, aquello que impide que el hombre afirme que su conciencia es lo divino o absoluto167.

En su Tesis doctoral sobre Epicuro y Demócrito, afirmaba Marx que se siente Prometeo: “yo odio [como Prometeo] a todos los dioses del cielo y de la tierra que no reconocen por suprema divinidad a la conciencia que el hombre tiene de sí mismo”168.

El joven Lenin (1870-1924), siguiendo a Marx, afirmará que incumbe al proletariado convertirse en el mesías de la historia, pero no sin antes ser concientizado por la inteligentsia de su partido, llamado entonces socialdemócrata. Advierte que tal inteligentsia no puede ser de origen obrero sino burgués, como lo fueron Marx y Engels, tanto porque para transmitir esta concientización se requieren élites cultas, provistas de conocimientos filosóficos, históricos y económicos, como por ser la misma ideología socialista consecuencia directa del liberalismo (“resultado natural e inevitable”). Así lo expresaba Lenin en su semanario Iskra:

“Los socialdemócratas centran su atención en la clase obrera e industrial. Cuando los miembros avanzados de esta clase hayan asimilado las ideas del socialismo científico [–no el “utópico” del 48 francés–] y la idea del papel histórico del obrero ruso, cuando esas ideas alcancen una amplia difusión y los obreros creen organizaciones estables que transformen la actual guerra económica dispersa en una lucha de clases conscientes, entonces el obrero ruso, colocándose a la cabeza de todos los elementos democráticos... conducirá al proletariado ruso (junto al proletariado de todos los países) por el camino abierto por la lucha política hacia la victoria de la Revolución Comunista”169.

“La historia de todos los países –prosigue Lenin– atestigua que la clase obrera, librada exclusivamente a sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista (sindicalista), es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno tales o cuales leyes indispensables para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo se ha desarrollado sobre la base de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por representantes cultos de las clases poseedoras, por la inteligentsia. Los propios fundadores del socialismo contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían por sus orígenes sociales a la inteligentsia burguesa.

De igual modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia de forma totalmente independiente del desarrollo espontáneo del movimiento obrero, [ha surgido] como resultado natural e inevitable de la evolución entre la inteligentsia revolucionaria socialista... El movimiento socialista contemporáneo sólo puede nacer sobre la base de profundos conocimientos científicos... El portador de esa ciencia no es el proletariado sino la inteligentsia burguesa; el socialismo contemporáneo ha nacido en el pensamiento de determinados miembros de esa clase”170.

Jaime Vicens Vives señala expresamente la inmensa trascendencia histórica que ha tenido el infundir a multitudes la convicción de estar llamadas a transformar el mundo según las ideas y esperanzas del marxismo; multitudes, en especial, mucho más influidas y alentadas por tales esperanzas mesiánicas que por las difíciles especulaciones de El Capital de Marx. Así lo expresa Vicens: “la mayor aportación de Marx a la cuestión social del XIX fue la mesiánica idea de que el proletariado era la casta elegida para regenerar el mundo pervertido por el capitalismo y la burguesía”171.

Marx, como tal judío, poseía una comprensión finalista de la marcha de la historia, tomada de las Antiguas Escrituras, y del todo opuesta a la clásica y universal del mundo pagano de que la historia carece de sentido, que no es más que un cíclico eterno retorno. Marx realiza una inversión secularizante de las auténticas esperanzas de Israel en el Mesías para sustituirlo por “el pueblo”, “el proletariado”, que “un día” ha de traer la redención y la justicia a la humanidad172.

Fundadas en el mismo pensamiento original de Carlos Marx han coexistido en la historia del comunismo tremendas divergencias sobre cómo se han aplicar sus teorías a la práctica. Ya pronto, en el congreso de Londres de 1903, aparece la capital división entre bolcheviques y mencheviques173.

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