Kitabı oku: «Apuntes de Historia de la Iglesia 6», sayfa 7
Esto permitió a los mismos campesinos gestionar comunalmente sus aldeas, dirigidas por su asamblea o mir, encargada de los pagos de las rentas al señor, en moneda o especie, y que a la vez atendía a las necesidades de la aldea. Cada mir repartía las tierras entre sus familias (en régimen no muy distinto al del municipio de la Baja Edad Media occidental, dotado de comunal, de tierras propias). Cada aldea disponía de parroquia propia130. Persistía, no obstante, el riesgo, como sucederá más adelante, de un agravamiento de la situación. Los campesinos del Norte y de las fronteras Este y Sur –un 25% del total del país– , que aún permanecían libres, temían por su futuro131.
No es que la cúpula del Estado –los zares y sus consejos– ignorasen el problema, pero temían enfrentarse a los poderosos terratenientes, que eran precisamente los más efectivos defensores del país ante las bárbaras invasiones extranjeras132.
Nota sobre la diferente historia política de Rusia
La historia política de Rusia ha tenido un curso en parte bastante distinto al de Occidente. Quizá la época de mayor similitud en las instituciones ha sido la Alta Edad Media, en que vigía al Este y Oeste de Europa una misma institución social –el feudo133– como medio común de protección del vasallo por un señor ante la anarquía y barbarie que aún subsisten en esos siglos, y pese a que ya se había dado la casi total conversión de los pueblos de Europa a la fe en Cristo, pero aún estaba pendiente la reforma moral, el desarraigo de antiguas bárbaras costumbres paganas, a lo que en Occidente contribuyó en gran manera la obra evangelizadora y a un tiempo civilizadora de los monjes durante los siglos VI al XI.
Mientras en Occidente se avanza hacia la plenitud medieval en los siglos XI al XIII, en el Este de Europa, y sobre todo en Rusia, no se da, ni siquiera retardada, una evolución similar. En Occidente surgen las grandes órdenes religiosas de franciscanos y dominicos, se consolidan decisivas instituciones sociales y políticas (cortes, dietas y parlamentos, universidades, municipios, concejos abiertos, villas francas, fueros, gremios y toda suerte de asociaciones y corporaciones populares promotoras del bien común: hospederías para pobres y peregrinos –entonces llamadas “hospitales”– , montes de piedad... Son instituciones, por las cuales el ejercicio del gobierno, la administración de la justicia, la beneficencia, la enseñanza..., son sumamente plurales y descentralizadas.
En Rusia, en cambio, casi no coexisten por siglos más que dos realidades: la ínfima minoría de la corona y la nobleza que lo dirigen todo, y la inmensa multitud campesina sin casi derechos reconocidos. Puede decirse que Rusia, por las singulares circunstancias de su historia, entrará en la modernidad sin haber pasado por la Edad Media más progresiva, la de mayor plenitud; ni tampoco le afectó el llamado humanismo renacentista como ideología y actitud vital tendente al antropocentrismo de sus élites. Las amoralidades abundarán en la vida de la alta sociedad rusa y en la práctica del gobierno de la nación, pero sin particular ideología que trate de justificarlas. Se mantiene la confesionalidad privada y pública de la fe.
93 Cf. HS, 13s
94 Cf. HS, 14-17
95 Cf. JD3, 258-262
96 Cf. NH2, 319-321
97 Cf. JD3, 258-262
98 Cf. JD3, 378-396; JD4, 227-249
99 Como fue viable la sociedad medieval de Occidente, iniciada cinco siglos antes, al ser configurada ante todo por la fe en Cristo. De esta capital cuestión tratan nuestros Apuntes2, y exponen cómo la quiebra o descomposición de la Edad Media se produce al prevalecer en ella un conjunto de factores desintegradores (cf. Aps2, 391-462)
100 Cf. HS, 20
101 Cf. Aps2, 151-164
102 Cf. Aps2, 164-173
103 Cf. SJ2, 474-476
104 En 1054 no se llegó a la ruptura formal con Roma, como lo declarará en solemne ocasión en 1964 el papa Pablo VI (cf. JD9, 693)
105 Cf. JD3, 391
106 Cf. JD3, 388-391; HS, 17-26
107 Cf. LORTZ, Joseph, Historia de la Iglesia en la perspectiva de la Historia del pensamiento, I, Cristiandad, Md 1982, 43, 230, 291
108 Cf. Aps2, 173-176.
109 Cf. JD4, 763-765; Aps3, 47-54; VC1, 93
110 Cf. BS, 53s
111 Cf. HS, 21-29; NH2, 323
112 Cf. NH2, 323s; HS, 26s
113 Cf. GER12, voz Iconografía; GER12, voz Iconos; Aps2, 151-164
114 Cf. VC1, 206-213; DM, 80-82; JD3, 292-315; BS, 55-65
115 BS, 62s
116 HS, 44
117 Cf. LORTZ, Joseph, Historia de la Iglesia en la perspectiva de la Historia del pensamiento, I, Cristiandad, Md 1982, 43; VC1, 206
118 El historiador Bernard Stasiewski hace este significativo comentario acerca de la tercera Roma: “Motivos de la historia de la cultura, políticos y religiosos, ideas de Roma, nueva Roma, Jerusalén, herencia bizantina, conciencia mesiánica de misión e ideas escatológicas se mezclaron entre sí para formar una concepción que habría de ejercer su influencia en la historia. La teoría de Moscú como tercera Roma confirió a los fieles ortodoxos y al zar una fuerte conciencia de misión, que continuó influyendo en la ideología del Estado y del imperio rusos y que todavía se puede observar en el nuevo patriarcado de Moscú, erigido en los primeros decenios del siglo XX” (cf. JD6, 291s).
119 Cf. Aps1, 222-231; Aps2, 117-127
120 Cf. BS, 66
121 Cf. VC1, 211-213; DM, 80-84
122 Cf. JD6, 292-315; BS, 65-71
123 Cf. BS, 59
124 Cf. BS, 57s
125 Cf. BS, 57-59
126 Cf. VC1, 23-28
127 Cf. VC2, 123-126
128 Cf. VC1, 213-215; DM, 323-326; BS, 71-76
129 Cf. DM, 325
130 Cf. HS, 59
131 Cf. BS, 79-81
132 Cf. BS, 72, 77-79
133 En Occidente vige el feudo con un sentido cristiano (el pacto se jura ante los Evangelios), y de ninguna manera deriva hacia una dura servidumbre de la gleba o semiesclavitud, ni se prolongará indefinidamente. En España casi ni existió el feudo por las singulares circunstancias de la Reconquista en que los reyes priman, para incentivarla, la concesión de franquicias y cartas pueblas a muchos lugares arriesgados por la cercanía de los ejércitos musulmanes. En Cataluña persistió más el feudo por haber sido Marca franca con Carlomagno. Y en la zona de la última fase de la Reconquista (Andalucía, Extremadura...) también se dio una institución algo semejante al feudo al pasar multitud de las poblaciones vencidas al sistema de las reparticiones para servir a señores en extensos latifundios agrícolas y ganaderos (cf. Aps2, 191-194).
7. Rusia. Notas: de Pedro el Grande (1689-1725) a 1890
Antes de que principie el reinado de Pedro el Grande, decisivo para la apertura Rusia a Occidente, ya hubo largo pleito sobre si el país debía abrirse o no a la cultura e ideas del Occidente de la época. La cuestión se había planteado durante el reinado del zar Alejo (1645-75). El pueblo era del todo reacio, y sólo una reducida minoría de la nobleza, no decisiva para el cambio, estaba a favor. El mayor influjo en favor de la apertura era el de las minorías de extranjeros establecidos en Rusia: instructores militares contratados por el gobierno, comerciantes de las capitales, vecinos del barrio alemán de Moscú...
El Cisma de “los viejos creyentes”
Aquella división de los espíritus, anterior a Pedro el Grande, afectó también a la vida de la Iglesia ortodoxa. El intento del patriarca Nikón (1652-66) de modificar ritos y rúbricas de la liturgia tradicional, que no afectaban en realidad a la fe, provoca no obstante un cisma en la Iglesia rusa de larga consecuencia. El Estado apoya la reforma de Nikón y reprime con numerosas ejecuciones a los disidentes (los raskolnitz o viejos creyentes). Éstos, muy numerosos entre el pueblo y los monjes, acusan a los zares y a la jerarquía eclesiástica ortodoxa de abjurar de la antigua fe y traicionar la misión de la tercera Roma. Considerados por ley rebeldes al Estado a partir de 1685, millares fueron ejecutados. La represión del cisma (raskol) tuvo muy graves consecuencias para el monacato ruso, en su mayoría adherido a los viejos creyentes. Muchos monasterios, antes grandes centros de piedad, son suprimidos134.
La decisiva obra de Pedro el Grande (1689-1725)
La apertura de Rusia a Occidente principia sobre todo con Pedro el Grande por su decidida voluntad de reformar la nación, asimilar los progresos militares, técnicos y administrativos europeos, y establecer un Estado centralizado al modo de las monarquías absolutas del XVII occidental. A la creación del fuerte Estado centralizado se oponían ya desde el XVI la nobleza de sangre y la Iglesia ortodoxa en defensa de su libertad, pero Pedro I, con actividad desbordante, impone su omnímoda voluntad sin reparar en la brutalidad de los medios135.
Pedro I orienta su política con las ideas nuevas venidas de Occidente; en particular, del filósofo alemán Samuel Pufendorf, cuya obra De los deberes del hombre y del ciudadano hace traducir. Aunque era creyente, separaba al Estado de los mandamientos de la ley de Dios, que han de quedar para el fuero interno o conciencia de cada individuo; y éste, en cualquier caso, ha de obedecer a los gobernantes del Estado como responsables del bien común del país, sin recurrir a ningún tipo de rebeldía136.
En este contexto estatista, la escasa independencia del patriarcado ortodoxo desaparece en 1700 al sustituirlo Pedro I por un órgano de la política del Estado –el Santo Sinodo– , encargado desde entonces de dirigir la entera vida de la Iglesia ortodoxa. Las resistencias y protestas fueron muchas, pero a todo se impuso la voluntad de Pedro137.
Para con las numerosas comunidades religiosas practicó una dura política. Frente a la nobleza de sangre, opuso la nueva nobleza “de servicio” creada por sus inmediatos predecesores para asegurarse una élite del todo sumisa al zar. Refuerza social y económicamente a esta élite, compuesta sobre todo por altos funcionarios del Estado, entregándoles numerosas tierras y siervos del patrimonio imperial para disponer de ellos con poderes ilimitados.
A la vez que promueve la apertura a Europa para el progreso técnico, económico y militar de la nación, impone con tal fin tremendas cargas. Las grandes resistencias de las masas populares a Pedro I provienen de la brutalidad de los medios a que recurre para sanear la hacienda pública (cosa que logra ampliamente) y construir el Estado occidentalizado que él concibe (por medio de un fisco durísimo para los más pobres, trabajos forzados con pérdida de numerosas vidas, una nueva aristocracia del todo adicta al zar, un servicio militar obligatorio de 25 años de duración por sorteo...). A estas resistencias se les sumaron las anteriores de los amantes de la tradición, multitudes que rechazan las innovaciones religiosas y nuevas costumbres avaladas por los zares138.
Pedro desea armar un ejército poderoso que le permita tratar como a iguales a las potencias de Europa. Promueve para ello las necesarias industrias siderúrgicas, y concede a sus empresarios directores el derecho de escoger los obreros que necesiten; así, muchos siervos de la gleba, campesinos, pasaron, forzados, a serlo de las fábricas. Afrontará entonces la dura y larga guerra con el más fuerte ejército del norte de Europa, el de Suecia, que bloquea el acceso de Rusia al Báltico.
La victoria de Poltava (1709) en la Guerra del Norte convierte a Rusia en la gran potencia con la que en adelante se ha de contar en las pugnas y equilibrios de la política internacional. Una vez ganada así la salida al mar, hará construir la gran ciudad de San Petersburgo en el fondo del Golfo de Finlandia para capital del Imperio y al precio de numerosas vidas de siervos sacados por la fuerza de sus aldeas. Era la única salida entonces viable para sus naves, pues al Norte lo impiden los hielos gran parte del año; y al Sur, los estrechos del Mar Negro permanecen cerrados por los turcos para acceder al Mediterráneo139.
A partir de Pedro I, las élites cultas, entonces sólo gentes de la nobleza, comienzan a asumir las ideas de la Ilustración; no, la democracia de Rousseau; pero sí, el naturalismo de Pufendorf, la separación de poderes de Montesquieu, e ideas de otros escritores menores. La autocracia de los zares no desemejaba del despotismo ilustrado de las monarquías absolutas occidentales del XVIII, aunque el ámbito en que se difunden tales ideas y modas será muy limitado; sobre todo, en la capital San Petersburgo. El corazón de Rusia, su inmenso campesinado, era declaradamente ortodoxo y religioso.
No existía, como en la Francia del XVIII (y en casi todo el Occidente europeo hasta la mitad del XIX), nada parecido a una burguesía rica que, como tal clase social, poseedora del poder económico, puja por hacerse también con el poder político esgrimiendo en su favor las ideas de los filósofos de la Ilustración y de sus inmediatos antecesores (los pensadores de la llamada crisis de la conciencia europea)140.
Época de Catalina II (1762-96)
Tras la muerte de Pedro I en 1725 transcurre un largo período indeciso. A la par que se va consolidando el Estado fuerte y centralizado por él creado, se vacila sobre si esto ha de despersonalizar a Rusia por el afán de imitar a Occidente. El acceso al trono de Catalina II, alemana de origen y educada en la lengua y modas francesas como correspondía a la alta sociedad germana de la época, marca el rumbo de Rusia hacia Europa. Enseguida, Catalina seculariza los bienes de la Iglesia y deporta a Siberia a más de 20.000 viejos creyentes, contrarios al secularismo impuesto por el régimen. No obstante, tras el primer reparto de Polonia entre Rusia y Prusia en 1772, acoge a los jesuitas expulsados de las naciones católicas para educadores de la juventud en las zonas de la católica Polonia pasadas a dominio ruso, y especialmente en la Rusia Blanca141.
Aunque Catalina II, sobre todo a efectos de política exterior, se proclama defensora de la ortodoxia, en realidad impone una política secularizadora. Incluso un principal dirigente del órgano supremo de la Iglesia ortodoxa (del Santo Sínodo), Tschebytschev, se manifestaba abiertamente ateo. El historiador Stasiewski comenta al respecto:
“La Iglesia [ortodoxa], que desde Pedro I dependía totalmente del régimen, corrió peligro de descomposición interna en la segunda mitad del siglo XVIII por la irrupción del racionalismo, de la ilustración y de la francmasonería. Algunos obispos trataron de atajar mediante compromisos esta infiltración... El número de obispos y monjes que se dedicaban con entera conciencia al núcleo esencial religioso de sus deberes era reducido. Entre ellos se contaban [algunos obispos y monjes] que salvaron los monasterios rusos de la crisis de comienzos del XVIII, [aunque una secularización tan acusada les dejó casi sin medios] para hacer frente a sus tareas caritativas y de asistencia social”142.
Catalina, alabada por los filósofos de la Enciclopedia francesa, los agasaja e invita a su corte de San Petersburgo. Pero a aquella penetración ideológica le faltó tiempo y medios para ser más efectiva en Rusia, pues pronto estalla la Revolución francesa, abonada por estas ideologías. Catalina, espantada ante los hechos, se despega de sus viejas amistades de París y trata de salvar la vida de Luis XVI (ejecutado en 1793). Retrocede claramente de su anterior tolerancia para con la Ilustración francesa y hace prohibir toda circulación e importación de libros franceses (recuérdese en la España de Carlos IV el llamado “pánico de Floridablanca” cuando a la corte de Madrid llegan noticias de lo que sucede en París).
En 1794 estalla la rebelión liderada por Tadeo Kosciusko para la liberar a Polonia de la dominación rusa. Catalina, convencida de que el jacobinismo francés alienta tal sublevación, envía al ejército que, con enorme matanza, toma Varsovia. A continuación, se hará un nuevo reparto –el segundo, de nuevo con Austria y Prusia– de la gran Polonia, que incluía, además de la Polonia clásica, la Ucrania Occidental, Lituania y Bielorrusia o “Rusia Blanca”143.
Rusia se expande también durante este reinado hacia Asia, donde levanta ciudades y explotaciones agrícolas e industriales. En conjunto, el país experimenta un acelerado crecimiento económico144. Pero al mismo tiempo endurecerá aún más la servidumbre de la gleba. Sacrifica a los siervos en favor de su alianza con la nobleza. Muchas tierras y siervos fueron entregados a favoritos y altos funcionarios de la corte145. Comenta al respecto Antonio Domínguez:
“Disminuyeron los campesinos libres, y los siervos apenas se diferenciaban de los esclavos. Salvo el de quitarles la vida, los señores tenían sobre ellos todos los derechos; ni siquiera tenían las ventajas de la adscripción a la gleba, pues podían ser enviados a trabajar a cualquier lugar, o deportados a Siberia por una leve falta; podían ser comprados y vendidos, regalados, entregados en dote como otro bien cualquiera... La única oportunidad del siervo estaba en depender de un amo benévolo... La desastrosa situación de los campesinos fue la causa principal de la revuelta acaudillada por Pugatchef... Fue preciso retirar tropas del frente turco y librar batallas sangrientas para derrotar [en 1775] a los sublevados”146.
El impacto inmediato de la Revolución francesa
Pablo I (1796-1801), hijo de Catalina II, accede al trono en el momento en que Napoleón logra sus primeras victorias sobre Austria en el Norte de Italia y crece su gloria en Francia. Se suma el zar enseguida a la coalición internacional contra Francia. Pero a partir del golpe de Estado de Brumario por Bonaparte en 1799, Pablo I se retira de la coalición por estimar que Francia cuenta ya con un gobernante decidido a establecer el orden. Pero mientras tanto, un complot palaciego, por razones personales y por su política conciliatoria con Napoleón, le asesina en 1801.
Le sucede tras un breve reinado su hijo Alejandro I (1801-25). Pablo I había querido dar a la nación una orientación más tradicional, contraria a la secularizante de su madre, pero a la vez con notables desvaríos y contradicciones. Durante diez años (1784-94) puso por preceptor de su hijo al suizo Frederic Laharpe, reconocido racionalista y simpatizante de la Revolución francesa, que le dará a leer y comentar la literatura de la Ilustración; en especial, las obras de Rousseau y del republicanismo contemporáneo. Alejandro, acorde con esta educación, comienza su largo reinado con un manifiesto deseo de adecuar el país a las nuevas ideas de Occidente y de reformarlo en el sentido ilustrado de las monarquías europeas del XVIII.
El liberalismo del nuevo zar es un tanto nebuloso, pues acoge toda suerte de ideas dispares y se detiene al percibir que Napoleón proyecta invadir Rusia. Los ejércitos napoleónicos son, por todas partes, difusores de las ideas revolucionarias, sustituidoras en el gobierno de los pueblos de la fe en Cristo por las ideologías del XVIII; en especial, las de Voltaire y Rousseau. Tal pretensión irreligiosa, y los consiguientes desmanes de profanaciones, blasfemias, incendios de iglesias..., en España habían provocado la gran sublevación (1808-14) que Bonaparte no logra dominar. En Rusia, sucederá en 1812 algo similar, y aún más definitivo para su suerte. El zar decide no pactar con el corso y hacerle frente. Le asiste el profundo sentir religioso de su pueblo que, animoso, se dispone a una resistencia heroica147.
La invasión napoleónica
En junio de 1812 los ejércitos de Napoleón entran en Rusia. Ante el arrollador avance de la Grande Armée, las tropas rusas, dirigidas por el anciano Kutusov, adoptan la estrategia de la retirada, cada vez más hacia el Este del inmenso país, y sin aceptar entrar en combate abierto hasta unos 160 kilómetros antes de Moscú, en que se da, en septiembre, la batalla de Borodino, la más sangrienta del siglo XIX europeo (en un solo día, más de 50.000 muertos de cada parte). Bonaparte, pese al resultado indeciso de la batalla se proclama vencedor y aguarda durante varias semanas desde las colinas próximas a Moscú a que alguna delegación rusa venga a pedirle condiciones de paz. Fue en vano: el ejército ruso no se da por vencido, y después de cruzar rápidamente Moscú marcha hacia el Sudeste.
Cuando Napoleón finalmente se decide a entrar en la capital, horrorizado, la encuentra casi desierta y en llamas, sin cobijo ni alimento para sus tropas. El ejército ruso pronto vira sigilosamente hacia el Oeste, y atrapa al francés bloqueándole el camino hacia las provincias más ricas del Sur que le puedan aprovisionar. Ante esto y el invierno que se echa encima, Napoleón ordena retirarse y salir cuanto antes de Rusia; pero, acosado sin cesar, también por numerosas guerrillas, sufre enormes pérdidas en la retirada a través de la nieve. Sólo una reducida parte, con multitud de heridos y famélicos, logra escapar dirigida por Napoleón y llegar a primeros de diciembre a Vilna (Lituania). Aquello fue el principio del fin del Imperio por él soñado148.
La Santa Alianza ideada por Alejandro I (1801-25)
Tras la victoria sobre Napoleón surge la gran ocasión de dar al pueblo ruso una verdadera reforma social y política acorde con la fe y sus históricas tradiciones, en lugar de ser configurado por el espíritu ilustrado y un tanto caótico que anima al mismo zar. Alejandro I fía entonces la salvación de Rusia, y también la del orden internacional, ante todo al mantenimiento de las legitimidades dinásticas acordadas con las potencias de la Santa Alianza, de la que él fue principal y utópico promotor, y a la que llamó a agregarse con insistencia a la Santa Sede, que nunca accedió.
La compleja personalidad de Alejandro –como se comenta en la Historia del mundo moderno de Cambridge– había evolucionado de una marcada frialdad religiosa hacia un utopismo de conversos iluminados: hacia “un galimatías pseudomasónico”, y luego al misticismo pietista de la baronesa Krüdener. Los otros principales signatarios de Santa Alianza (austriaco, francés e inglés: Metternich, Talleyrand y Castlereagh) se reían a sus espaldas del iluminado zar. Pero todos ellos coincidían en que, de ninguna manera, tras la Revolución francesa, se había de apoyar una reforma social y política en sentido cristiano en las viejas naciones de Europa, alumbradas precisamente por la fe en Cristo149.
Los decembristas de 1825
A partir de Alejandro I (1801-25), los zares no simpatizarán con las ideas de la Revolución francesa, pero, con una política errática, no logran remediar las tremendas miserias del campesinado y del incipiente proletariado industrial, ni atajar las grandes corrupciones morales de la alta sociedad, que contribuyen a tales miserias. En este contexto, crecen las protestas entre la oficialidad rusa, orgullosa de su reciente triunfo, compuesta en su mayoría por nobles jóvenes, cultos que dominan tanto el francés como el alemán, y que en su avance hacia Europa para derrotar definitivamente a Napoleón no han dejado de asumir ideas del adversario francés. Conocen de cerca la vida parisina, sus periódicos, cafés, salones...
Estos militares venían ya preparados para comprender el nuevo pensamiento europeo por su anterior instrucción sobre Kant, Goethe, Rousseau... Y en Francia leerán a los ideólogos del momento, ya liberales (Madame Stael, Benjamin Constant) o ultramontanos y románticos católicos (Chateaubriand, De Maistre). Para muchos de ellos la vuelta a Rusia fue “como un baño de agua helada”150.
En este ambiente surgen las primeras logias masónicas en Rusia en los años 1816-18. En San Petersburgo, donde se estaciona la mayoría de los regimientos, varios cientos de oficiales de la logia Sociedad del Norte conspiran para derrocar la monarquía e implantar un régimen constitucional. Otros grupos de oficiales surgen con similar propósito más al Sur; hasta en la lejana Ucrania.
Pero no se ponen de acuerdo (¿se respetará la vida del zar?, ¿monarquía constitucional o república jacobina?), y para cuando resuelven dar el golpe de Estado, muere inesperadamente el zar Alejandro (noviembre 1825). Pero el intento no cesa, prosigue con su sucesor, Nicolás I, que lo hace fracasar al reunir una tropa leal que dispersa y derrota a los sublevados en diciembre de 1825. Revueltas y conmociones por motivos más o menos particulares ya se habían dado innumerables en el pasado; pero no, revoluciones. Aquél –comenta Bushkovitch– fue “el primer intento de revolución de la historia rusa”151.
La complejidad de la época de Nicolás I (1825-55)
Nicolás asciende al trono inesperadamente. Nadie le había enterado de que su hermano Alejandro lo tenía designado para sucesor en lugar del otro hermano, Constantino. Y cuando le comunican que ésta es la voluntad del difunto, se resiste un tiempo a aceptarla. Sin ambiciones de poder, entiende que debe mantener una fuerte autocracia frente a la revolución y el liberalismo, y al mismo tiempo ejercer un gobierno paternal en bien de su pueblo.
Se enfrentará a la corrupción e incompetencia de la burocracia rusa. Su autocracia era más sinceramente religiosa que la común de los despotismos ilustrados del XVIII y que la de los políticos legitimistas de la Santa Alianza. Desea que la religión sea más la clave de la nación rusa. En lugar de una Iglesia, más o menos afectada por la Ilustración del XVIII y por los utopismos de Alejandro I, promueve una Iglesia “más ortodoxa”, de mayor pureza doctrinal y mejores conductas.
Se produce entonces un gran renacimiento del monacato. Sus monjes –“los ancianos” o starstsy– , de ejemplar vida ascética, son las figuras más carismáticas de la ortodoxia rusa. Realizaron un gran servicio espiritual por toda la nación, y a ellos acudirá toda clase de gentes, incluidos escritores famosos e intelectuales, en busca de guía. Así mismo, proseguían las tradicionales peregrinaciones a templos con reliquias de santos.
No obstante, la complejidad de la sociedad rusa aumentaba, tanto en las clases más altas como en la incipiente burguesía de los negocios (crece la economía notablemente) y en las profesiones liberales salidas de las universidades. Y, por otra parte, las grandes expansiones territoriales de la nación hacia el Oeste (Polonia, el Báltico y Finlandia) y hacia Asia habían llevado a englobar una multitud de pueblos, etnias y religiones muy diversas.
Además de los mayoritarios ortodoxos, convivían los cismáticos viejos creyentes (un 25% del campesinado y ciertas minorías pudientes), los católicos de Polonia, Lituania y Ucrania, los luteranos del Báltico, y muchedumbres de musulmanes por todo el Sudeste de Rusia. El trato a los católicos de la Polonia anexionada a Rusia venía siendo muy duro, sobre todo a partir de la sublevación de 1830; y aún quizá más para con los numerosos católicos de rito bizantino (uniatas), ortodoxos vueltos a la unión con Roma tras el Concilio de Florencia (1437), y sobre todo tras el Sínodo de Brest en 1595.
Aún los zares Pablo I y Alejandro I, por respeto y veneración a Pío VII, tan vejado por la Revolución francesa y siete años secuestrado por Napoleón, habían atenuado algo la dureza para con sus súbditos católicos. Pero Nicolás I desoye aún más las reiteradas quejas de los papas a los zares por tan mal trato152.
La penetración de las ideologías de Occidente en Rusia en el XIX
En los años 1830, el pensamiento de Schelling se abre cauce entre la intelectualidad rusa, pero pronto es desplazado por el de Hegel, asumido primero por jóvenes universitarios de Moscú por considerarlo más riguroso y universal para explicar la historia: las evoluciones de las sociedades y las culturas por el desarrollo de la Idea (la de libertad, concebida como lo antitético a la soberanía de Dios, a modo de divinidad inmanente en la historia destinada a sustituir la ley de Dios en las conciencias y vidas de los humanos por uno u otro voluntarismo absoluto).
Aquellos jóvenes universitarios, liderados por Nikolai Stankevich (1813-40), estudian la literatura y filosofía alemanas. Pronto amplían el reducido círculo inicial. Se les adhieren el futuro anarquista Mijail Bakunin (1814-76), el socialista Alexander Herzen (1812-70) y muchos liberales. Unos y otros tratan de entender, sobre todo con el estudio de Hegel, lo que en Rusia y Occidente sucede, y de apuntar soluciones.
Convencidos de que Europa es el ideal hacia el que avanza la humanidad, y de que Rusia debe imitar a las sociedades occidentales, vacilan aún sobre cuál de las dos opciones europeas –capitalismo liberal o socialismo– han de elegir. Herzen, tras ser detenido en 1847, se reafirma en su socialismo inspirado en el francés de la revolución de 1848, y luego se exilará para influir desde el extranjero, de donde ya nunca vuelve a Rusia. Bakunin, hijo de nobles acaudalados, también marcha a Occidente, donde contacta con hegelianos de izquierda, y pronto evoluciona hacia su conocido anarquismo.
Otro miembro significado del círculo de Stankevich fue Konstantin Aksákov, al que la lectura de Hegel y de la literatura alemana llevan a la reacción contraria, al rechazo. Los considera irrelevantes para Rusia, del todo distinta a Occidente, con una cultura eslava nacional única, una religión –la ortodoxa– y unas grandes tradiciones, sobre todo en su campesinado. Repudia el imitar al individualismo liberal europeo que sume con su capitalismo industrial a multitudes en la miseria. Así nació el eslavismo. Fue corriente de minorías, pero en adelante utilizada por la política exterior rusa para disputarle a Austria el influjo en los pueblos de los Balcanes que se van liberando de la larga dominación turca.
A continuación de estas distintas tendencias culturales y políticas nacidas en Moscú en los años 1840, surge en San Petersburgo una nueva corriente, de significada relevancia futura, dirigida por Petrashevski, noble de grado menor a cuyo salón acuden jóvenes funcionarios para estudiar con él textos económicos y políticos. Provenían del influyente liceo Tsárkoye Seló en el que antes habían cursado muchos de los decembristas.