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El declive de la autocracia

El atentado mortal contra Alejandro II en 1881 puso fin al reformismo por él impulsado para dar paso a un intento de reforzar el régimen autocrático, que con frecuencia quedaba en intentos sin más. El auge económico e industrial de aquellas décadas no solo llevó a crear –tal como se hizo– focos de futura conflictividad en el mundo del proletariado, sino que también hizo crecer las burguesías urbanas, que adquieren ya un poder social independiente del poder autocrático (por las ideas, dinero, prensa ...) y son cada vez más discrepantes con él, más liberales. Así lo expresa Bushkovitch:

“La industrialización de Rusia había dado a luz nuevas clases sociales: los hombres que poseían y gestionaban las fábricas y los obreros que trabajaban en ellas. Creó nuevas formas de vida urbana y nuevas oportunidades para las mujeres. En última instancia, también dio lugar a las fuerzas sociales que harían volar en pedazos la sociedad rusa”174.

El patente aislamiento internacional de Rusia, que ha perdido en los años 1880 su tradicional alianza con Prusia por apoyar ésta a Austria en la disputa con San Petersburgo por la hegemonía en los Balcanes, así como la mala relación con Inglaterra por su penetración en Asia desde el Norte de la India, llevarán a la autocrática Rusia a la alianza de mutua defensa con la Francia de la IIIª República firmada en 1893. El adversario común las unía. Y el deseo de desquite por la derrota en la guerra francoprusiana seguía muy vivo en Francia.

Más se complica la situación en Rusia al fallecer en 1894 Alejandro III, capaz de tomar decisiones difíciles, mientras que su hijo y sucesor, Nicolás II (1894-1917), cortés y amable, era, no obstante, de muy mudables y vacilantes criterios en la conducción del gobierno. El justificado temor a los atentados terroristas aumentó su aislamiento. Los inacabables viajes con la familia (a Crimea, al mar...) no le facilitaban comprender la situación175.

Organización de la oposición política al régimen

Mientras tanto, crecía la oposición política. Los primeros en organizarse fueron los marxistas, pequeño grupo de intelectuales que hacia 1895 principian a divulgar con cautela en libros y revistas sus doctrinas, rápidamente difundidas entre intelectuales. Rechazan el terrorismo por considerarlo ineficaz para derribar el régimen; juzgan indispensable la previa concientización marxista de los trabajadores industriales. En 1898, el grupo es disuelto y desterrado a Siberia. Al término del exilio se juntan en 1903 en Londres, donde inicia su gran liderazgo Lenin (1870-1924). El objetivo primero de este grupo es hacer “una revolución burguesa”, convencidos de que mientras no se alcance este logro no podrá darse el paso a la implantación del socialismo176.

Era el objetivo primero prefijado por Marx en el Manifiesto comunista de 1848: sólo advendrá el comunismo cuando la burguesía liberal, a la que elogia como necesaria precursora, haya destruido la “sociedad feudal” (el orden social cristiano); luego –prosigue el Manifiesto– , “las armas de que se sirvió la burguesía para derribar el feudalismo se vuelven ahora contra ella”. Es conocido que Marx, al afirmar “ahora”, piensa ante todo en la industrializada Alemania, tierra de pujante burguesía, abonada para dar la primera el salto al comunismo; pues, “la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que manejarán estas armas: los obreros modernos, los proletarios”177.

Lenin (1870-1924) sostenía que el partido había ser sobre todo clandestino, de revolucionarios profesionales. Otros, liderados por Martov, discrepan: el partido ha de ser más amplio. Lenin gana la votación por muy escaso margen. Fue una escisión entre intelectuales: los mayoritarios o bolcheviques, y los minoritarios o mencheviques. Éstos sostenían que la revolución socialista había de venir espontánea, por obra de la previa revolución liberal burguesa que está trayendo el capitalismo a Rusia. Lenin disentía radicalmente: no hay que aguardar, se han de emplear todos los medios, legales o violentos, para provocarla. Mientras tanto, aún eran muy pocos los activistas obreros. Uno de los más relevantes activistas e intelectuales del grupo, y también de origen alto burgués, es León Trotski (1879-1949), alineado entonces con los mencheviques.

Otro grupo antizarista era el de los eseritas o social-revolucionarios (SR), constituidos en partido en 1901 y provenientes en su mayoría del fracasado intento en los años 1870 de organizar políticamente al campesinado ruso según la visión de Chernishevski. Se aproximan entonces a los marxistas para la proyectada revolución, pero sin arraigo campesino, con la mayoría de sus seguidores en las fábricas de las ciudades. Carentes de pensamiento definido, recurren entonces, además de a la agitación en las fábricas, al terrorismo con su Organización de Combate. Gran número de funcionarios del gobierno morirán en atentados.

Los últimos en organizarse políticamente fueron los liberales, Pertenecientes a las clases elevadas y medias (banqueros, fabricantes, periodistas...), toman a finales del XIX notable impulso por el desarrollo económico y la apertura a las ideas del Occidente de la época. Incluso el mismo Ministerio de Finanzas promueve sus asociaciones en las que se debaten cada vez más claramente las cuestiones políticas siguiendo un curso similar al de las burguesías de Occidente que, poseedoras del poder económico, pugnan también por acceder al poder político.

En este contexto, surge un grupo clandestino de activistas liberales, que se oponen al terror y los métodos revolucionarios. Pasan a la ilegalidad convencidos de que de otro modo no han de conseguir gran cosa. De contrabando introducen en Rusia publicaciones afines. En las principales capitales se forman grupos similares, aunque de tendencias bastante diversas, lo que les resta unidad de acción pese a ser el grupo político contrario a la autocracia zarista más numeroso.

A estas dificultades para el gobierno se sumaron: 1) el complejo problema de la diversidad de pueblos englobados en el imperio ruso: al Oeste, el polaco, nunca verdaderamente asimilado; y al Sur, distintas etnias (de georgianos, armenios, azeríes ...); 2) la derrota frente al Japón que sin previa declaración de guerra ha hundido en febrero de 1904 la mayor parte de la escuadra rusa en su base de Port Artur en el Extremo Oriente; 3) el asesinato en junio de 1904 de Plehve, jefe del gobierno, por un eserita.

Los esfuerzos gubernamentales por contener las oposiciones políticas surgidas en las capitales resultaban insuficientes ante la creciente audiencia que comienzan a prestar los obreros urbanos a las incitaciones de eseritas y marxistas (“socialdemócratas”). En esta situación, la policía política de Moscú crea un sindicato de trabajadores secretamente controlado por ella. Aparece como su sincero líder el pope Georgi Gapón, al que sigue una multitud entusiasta de trabajadores. Se produce entonces una huelga espontánea en las gigantescas fábricas de Moscú, y numerosos obreros acuden al palacio del zar a presentar sus quejas y pedir ayuda. Gapón, temeroso de perder el apoyo de los trabajadores, no se opone a la manifestación y decide encabezarla a la espera de que algo haga el zar. Pero cuando la multitud desarmada se acerca a las puertas del palacio de invierno (enero 1905), el gobierno pierde el temple y ordena disparar contra ella. Mueren más de cien personas, y muchas más fueron heridas.

El impacto fue tremendo. En pocos días, los obreros de todo el país convocan espontáneamente huelgas, desde Polonia hasta Siberia. Los partidos revolucionarios, de sólo unos pocos miles de activistas por todo el país hasta el momento, pasan a ser desbordados178.

La Revolución de 1905-1907. La Duma

La revolución que estalla a continuación fue de gran complejidad. Pronto a la enorme agitación de las ciudades se suma por primera vez la general de las aldeas. Por lo común, las clases medias liberales, aunque sólo pasivamente, apoyaban estos levantamientos.

Aún más se le complica al gobierno la situación por las sucesivas derrotas y numerosa pérdida de vidas en la reciente guerra rusoturca de 1878, y en la guerra rusojaponesa librada en el Extremo Oriente asiático al no estar dispuesto el Japón a que Manchurria, por donde discurre el último gran tramo del tren Transiberiano, sea ocupada por Rusia. En marzo de 1905 era derrotado en Mukden el ejército ruso. Aún intentó el gobierno ruso dar la vuelta a la guerra con el envío de la flota del Báltico que, después de recorrer un inmenso periplo bordeando toda África y el sur de Asia, fue hundida por la flota japonesa en mayo de 1905 en Tsusima179.

Mientras esto sucede, la agitación crece. Sólo en San Petersburgo, en 1905, se declara en huelga casi un millón de obreros. En las aldeas, por todo el país, se multiplican las ocupaciones de tierras y los asaltos a las casas de la nobleza. Zonas enteras quedan sin control sometidas al bandidaje. Acontecimiento decisivo fue entonces el motín de los marinos del acorazado Potemkin en verano de 1905 en aguas del Mar Negro, al que siguieron otros motines militares durante casi un año, reclamando, junto a mejores condiciones para ellos, una constitución liberal para el país.

Ante las presiones, Nicolás II (1894-1917) decide acceder a que se constituya una asamblea legislativa, pero de poderes muy limitados. No tuvo efecto alguno: las huelgas y manifestaciones aún crecieron más. En octubre de 1905 se llega a una huelga política general contra la autocracia del zar. A falta de otras instituciones, grupos de obreros comienzan a formar consejos (soviets) en las fábricas, que luego se unen en un soviet de cada ciudad. En San Petersburgo, el dirigente más activo y capaz del soviet de representantes de la ciudad era el menchevique Trotski. Lenin y sus bolcheviques, antes un tanto reticentes, se le suman.

Finalmente, Nicolás II da en 1905, en su Manifiesto de Octubre, la reclamada asamblea representativa –La Duma– , con lo que cesa la huelga general, aunque los bolcheviques tratan llevar más adelante la revolución. No obstante, el paso dado por el zar –comenta Bushkovitch– “cambió por completo la política rusa, quizá más de lo que había pretendido”. Pronto los grupos liberales y conservadores forman partidos, a la vez que aparecen otros menores como las “Centurias Negras”, nacionalistas que se proclaman en favor de la autocracia y la ortodoxia, y achacan los males de la nación a las minorías no rusas, y sobre todo a los judíos, contra los que llevaron a cabo sangrientos progroms. Sólo en la ciudad de Odesa asesinan a unos 400.

A la nueva Duma, según la Constitución proclamada en abril de 1906, le competía legislar, pero a la vez, a modo de una segunda cámara o senado, se erigía un Consejo de Estado de grandes del reino designados por el zar con derecho de veto a toda ley antes de promulgarla. De hecho, el poder del zar siguió siendo decisivo, pues las Leyes Fundamentales le reservaban grandes competencias: la dirección de la política exterior, el declarar la guerra o la paz, el mando sobre el ejército, innúmeros nombramientos administrativos...

De las elecciones en el invierno 1905-1906 sale una Duma que hace imposible el gobierno del país. Han conseguido importante representación los liberales –el partido kadete– , que protestan contra las limitaciones de la Constitución. Los diputados campesinos forman el grupo mayor, pero tardan en definirse por uno u otro partido; muchos se proclaman leales al zar, pero a todos sorprenden votando a favor de cualquier medida que les dé tierras, algo no previsto por el zar y su primer ministro Witte. El zar decide en julio de 1906 disolver la Duma con la esperanza de conseguir mejores resultados en las siguientes elecciones. Pero fue en vano, pues los diputados del campo se organizan como grupo político y reclaman la totalidad de las tierras para el campesinado, lo que desencadena numerosas sublevaciones180.

Disolución de la Duma en 1907

El nombramiento por el zar del nuevo primer ministro, Stolipin, lleva en junio de 1907 a la disolución de la Duma tras reprimir la sublevación campesina (unos 15.000 muertos) y hacer ejecutar a cientos de activistas revolucionarios, sobre todo de la facción terrorista de los eseritas. La disolución de la Duma se produjo sin práctica reacción popular en contra. Comenta significativamente Bushkovitch: “la revolución había agotado sus fuerzas”.

La nueva Duma, con un sistema electoral cambiado, es en gran manera noble y rusa. La representación campesina quedó muy mermada. Ahora Stolipin tendrá que hacer frente al recrecido poder de la aristocracia en la Duma para llevar adelante su plan de modesta reforma agraria. Encuentra la mayor oposición en la nobleza de las provincias occidentales al tratar de dar en 1911 a sus aldeas un mayor peso político estableciendo el zemstvo (asamblea representativa de cada aldea para su gestión comunal). Pero Stolipin, antes de alcanzar resultado alguno, muere en 1911 en el atentado de un eserita.

A partir de este momento, el gobierno carece de conducción definida. Entre los mismos más leales al zar se extiende la convicción de que no afronta, de que elude los problemas del país. La presencia del monje Rasputín en la corte, a quien la zarina atribuye poderes misteriosos y le confía la curación de su hijo hemofílico, el heredero Alexis, aún contribuye más al descrédito público del zar. Finalmente, en 1916, unos jóvenes aristócratas adictos al zar, que se enfurece cuando le previenen contra Rasputín, para atajar los rumores que desacreditan al matrimonio imperial, asesinan al extraño y amoral monje181.

Los partidos marxistas se recomponen en el exilio

Los marxistas, salvo Trotski, habían tenido muy poca participación en la revolución de 1905, dominada del todo por el gobierno en 1907. Cunde entonces un gran desánimo entre muchos de los protagonistas de la revolución. Los desmoralizados partidos más revolucionarios habían perdido en ella miles de miembros, sobre todo entre la intelectualidad. Una minoría marcha entonces al exilio para mantener vivo el movimiento. Trotski (1879-1949), que se ha separado de los mencheviques, funda periódico propio en Viena y acude a los cafés para hacer toda suerte de comentarios sobre política mundial.

Lenin discrepa de esta táctica e insiste de nuevo entre sus colegas bolcheviques en la necesidad de un partido clandestino. Gana progresivamente adherentes a sus criterios, y pronto sucede en el liderazgo del bolchevismo al anciano Plejanov. Una nueva generación se adhiere a él: jóvenes de origen plebeyo, no proletario, rara vez con estudios universitarios, pero con experiencia de actuar en la clandestinidad y en contacto con obreros en su lucha con la policía. Uno de estos jóvenes es el georgiano Soso Yugashvili, hijo de un zapatero del Cáucaso, de madre muy religiosa y antiguo seminarista, el futuro Jósif Stalin.

Ante un intento de algunos notables bolcheviques de reconciliar el socialismo con la religión, Lenin reacciona con violencia en su extensa obra filosófica Materialismo y empiriocriticismo. Con enorme energía combate a todos sus adversarios y mantiene así la unidad del grupo bolchevique182.

162 Cf. BS, 227-240; FZ, 320-322

163 Cf. BS, 235-243

164 Cf. BS, 243-245

165 Cf. BS, 245s

166 Cf. CR, 19-23; VC2, 415¸ FZ, 326s

167 Cf. CANALS, Francisco, Textos de los grandes filósofos. Edad contemporánea, Herder, Bna 1976, 19-22; FERNANDEZ, Clemente, Los filósofos modernos, II, Bac 1976, 203-205; Aps5, 322-327

168 Cf. RODRIGUEZ DE YURRE, Gregorio, El marxismo, II, Bac 1976, 59

169 Cf. CR, 23

170 Cf. CR, 30s

171 VC2, 413-415

172 Cf. RODRIGUEZ DE YURRE, Gregorio, El marxismo, II, Bac, Md 1976, 46-93

173 Cf. CR, 41-60.

174 Cf. BS, 246

175 Cf. BS, 237, 289-294, 300s

176 Cf. BS, 294-296, 301-308. Sobre “la paz armada” y el juego de alianzas que precedió a la Primera Guerra Mundial (cf. 472-481)

177 Cf. Cf. MARX, Carlos, Manifiesto del partido comunista, en FERNANDEZ, Clemente, Los filósofos modernos. Selección de textos, II, Bac, Md 1976, 209s. Las conocidas predicciones de Marx sobre Alemania, como pionera de la revolución internacional comunista no se cumplieron, pese a que al final del XIX su partido socialista era el más fuerte de Europa. El alemán Bernstein (1850-1932), ante tal incumplimiento, emprende la revisión de los postulados de Marx y lidera dentro del partido, pese a la gran oposición de Kautsky, Rosa Luxemburg y otros, un socialismo reformado que asume la legalidad. Menos aún cuaja en Inglaterra un socialismo “ortodoxo”, marxista, por el arraigo en el mundo laboral del sindicalismo de las trade unions de viejo origen medieval (cf. VC2, 415; GER4, voz Bernstein, Edouard).

178 Cf. BS, 296-300

179 Cf. BS, 300; VC2, 448s; FZ, 347-349

180 Cf. BS, 300-303: FZ, 435-437

181 Cf. BS, 305-307; CR, 61-67; FZ, 437s

182 Cf. BS, 307s; CR, 61-81; FZ, 438-440

9. La Iglesia en España (1898-1902)

(la Restauración)

El retorno de los Borbones al trono de España al fin de 1874 en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II, recibe el nombre de “la Restauración”; término, que más adelante se utilizará también para designar toda una época de la historia de España de más de 50 años, hasta la caída de Alfonso XIII en 1931.

Clave de la implantación del nuevo régimen fue el acuerdo entre Cánovas del Castillo, el gran promotor de la causa de Alfonso XII, y el jefe de los liberales, Práxedes Sagasta (1875-1902), antiguo republicano atraído en 1875 por Cánovas hacia la monarquía restaurada para juntos establecer un régimen de “turno pacífico” en el gobierno de la nación entre sus respectivos dos partidos: el liberal-conservador y el liberal.

Alfonso XII, pronto viudo, contrae nuevo matrimonio con la austriaca María Cristina de Habsburgo, pero en 1885, a los 28 años, muere y sin dejar descendiente varón. Se teme por la continuidad del régimen. Pero, Cánovas y Sagasta, por el llamado “pacto del Pardo”, acuerdan que sea proclamada regente María Cristina. Su regencia se prolongará durante 17 años, hasta que el hijo póstumo, Alfonso (XIII), llegue en 1902 a la mayoría de edad y le suceda como rey.

Problemas que hereda la Regencia

La Regencia de María Cristina transcurre con bastante paz social y mejora de la economía, pero hereda un conjunto de problemas183 que en parte se habían mitigado (tras el caos del “sexenio revolucionario” 1868-74) y aflorarán con gravedad en el siguiente reinado de Alfonso XIII:

a) las relaciones de la familia real –de Alfonso XII y María Cristina– con la Santa Sede habían sido buenas, pero el liberalismo de los gobiernos de la monarquía restaurada, más o menos acentuado según los momentos del turno, ocasionaba fuertes litigios con la Iglesia, principalmente en materia de enseñanza, al no admitir que en ella tengan los obispos derecho efectivo a intervenir en una nación declaradamente católica. La soberanía del Estado era fundamento jurídico del régimen, y cuando Cánovas o sus ministros traten de ceder en uno u otro punto ante las reclamaciones del episcopado, la oposición sagastina les pondrá en serios apuros.

b) la ideología liberal, que prende cada vez más en el conjunto del país; en especial, por medio de la enseñanza y la prensa que repercuten en la vida religiosa del país

c) la empeorada situación de mucho campesinado a partir de las desamortizaciones por la no intervención de los gobiernos en las relaciones capital-trabajo en el que vige el amoral principio liberal del laissez faire, laissez passer que hace sustituir los tradicionales arrendamientos de largos plazos y rentas módicas por la pura ley de la oferta y la demanda. Más adelante, a partir de la primera década del XX, el Estado comienza a intervenir.

d) las consiguientes condiciones pésimas de salarios, vivienda y alimentación para la mayoría de los numerosos emigrados del campo a las ciudades en busca de trabajo.

e) el despojo y empobrecimiento de la Iglesia a mediados del XIX (“la desamortización”) significó el forzado alejamiento de mucho clero y religiosos de los estratos más pobres de la sociedad; estratos, que en la primera parte del XIX habían sido de los más fieles a la Iglesia, y de los que provendrán antes de terminar el XIX las actitudes más hostiles a ella184.

f) a este alejamiento contribuyó en especial la prohibición en España de las órdenes y congregaciones religiosas de 1836 a 1875, en que retornan con la Restauración. Aquellos religiosos, a la vez que atendían el culto y la pastoral de numerosas poblaciones humildes, mantenían toda una red de escuelas gratuitas o casi, que con la desamortización también desparecieron e hizo que en los años de Isabel II se diese la cota más alta de analfabetismo185.

g) los brotes de anarquismo surgidos a partir de la mitad del XIX en las zonas rurales más deprimidas de España (el socialismo era aún muy minoritario), y especialmente en la ciudad de Barcelona con actos de terrorismo (en la procesión del Corpus, en el Liceo de Barcelona...).

El “desastre del 98”

Otra grave cuestión que hereda la Regencia es la de las guerras de Cuba y de Filipinas, últimos restos junto con Puerto Rico del imperio de Ultramar tras las emancipaciones del primer cuarto del XIX. La isla de Cuba, de enorme prosperidad económica crecida en el XIX y sobre todo durante la Restauración por el cultivo de sus productos tropicales en tierras en gran parte propiedad de españoles y que a la vez generaron una burguesía criolla próspera y culta, que será el germen del movimiento independentista. El malestar social por las condiciones en que vive el asalariado que laborea en las plantaciones –en su mayoría negro– contribuirá a la lucha independista, pero no fue lo decisivo. Más determinante fue la ideología de las élites criollas, muy al tanto del proceso liberal en la Península y, por otra parte, el interés de los Estados Unidos por establecerse en estas islas.

Aún, durante la Guerra de los Diez Años en Cuba (1868-78), gran parte de la burguesía criolla no es independentista, y se llega a la paz de Zanjón. Pero pronto reinician los combates en la breve Guerra Chiquita que concluye al año con el compromiso de recibir diputados cubanos en el parlamento de Madrid y de abolir la esclavitud que, aunque mitigada, seguía existiendo en Cuba. Parecía que la buena sintonía con España se había recobrado, pero la nueva ley de aranceles del gobierno de Madrid que prohíbe al cubano comerciar directamente con los Estados Unidos para así proteger el comercio hispano, inclinó definitivamente a la burguesía criolla hacia la independencia. Un intelectual cubano, José Martí, proporcionará al independentismo las ideas clave para forjar la nueva patria y sublevarse.

Un proceso similar, aunque algo posterior, se dio en las islas Filipinas. La burguesía criolla será también la promotora de la independencia, y su intelectual animador fue José Rizal. Fusilado, recoge el testigo en la carrera hacia la emancipación, Emilio Aguinaldo que, por medio de una sociedad secreta, el katipunan, prepara la sublevación.

En 1895 resurge la guerra general en Cuba dirigida por el mulato Antonio Maceo y en la que participa José Martí, cuya pronta muerte en una emboscada le convierte en el mártir de la causa, lo que parece que fue decisivo. El general Martínez Campos, anterior firmante de la paz en Cuba, es enviado de nuevo a la isla con importante número de tropas, pero ya no vence. Los insurgentes, ya no divididos entre sí, no se prestan a negociar, y la guerra prosigue. Martínez Campos, que disponía de 130.000 soldados, no logra resultado ante una guerra de guerrillas y dimite. El sucesor, el general Weyler, adopta la dura táctica de la concentración de las poblaciones civiles en determinadas zonas aisladas separadas entre sí por franjas de Norte a Sur de la isla desarboladas –las trochas– , vigiladas día y noche. A fin de 1896 parecía dominada la situación. Incluso el ferrocarril volvió a circular por toda la isla, pero la victoria electoral en los Estados Unidos de Mac Kinley precipitará la intervención militar norteamericana.

Cánovas del Castillo, antes de que se produzca la intervención, trata de conjurarla y llegar a algún arreglo. Pero mientras cavila sobre cómo hacerlo es asesinado en agosto del 97 en el balneario guipuzcoano de Santa Águeda por un anarquista italiano. Los hechos se sucederán rápidamente. Sagasta (1875-1902) asume la presidencia del gobierno, retira a Weiler, y la insurgencia se recobra. Un crucero acorazado norteamericano, el Maine, ancla en la bahía de la Habana sin más explicaciones en enero del 98. El gobierno español, para evitar lo peor, se comporta como si fuese una visita de cortesía. Pero 20 días después, una explosión hunde el barco y muere la mayoría de la tripulación. La comisión investigadora americana declara que el causante ha sido un explosivo o mina exterior colocada junto al buque. La comisión española afirma, por el contrario, que se trata de una explosión interna (lo que ratificará el Pentágono en declaración oficial, pero ya en 1974). En abril del 98, los Estados Unidos exigen a España el inmediato abandono de Cuba. Ante la negativa, declaran la guerra siete días después.

El ataque comenzó por Filipinas. La escuadra americana vence fácilmente a los barcos de madera españoles y pronto es tomada Manila, aunque la guerra siguió en el interior hasta la firma de la paz. En Cuba, la escuadra española del almirante Cervera, bloqueada en el puerto de Santiago por la poderosa americana, es deshecha al salir a mar abierto con completa inferioridad de medios186.

Ante el poderío del coloso americano, el gobierno español y la propia María Cristina resuelven que no queda otra opción, tras el heroico vano intento de Cervera, que rendirse. Por el Tratado de paz de París, firmado en diciembre del 98, Cuba y Filipinas, declaradas independientes, quedan en la órbita de los Estados Unidos, y la isla de Puerto Rico es anexada a la Unión sin mediar guerra alguna187.

El impacto moral del “desastre del 98” en la nación

El impacto moral por la pérdida de los últimos retazos del imperio de ultramar en 1898 fue inmenso en la nación. Significó una gran humillación, que precipitará hechos decisivos. El Desastre del 98 fue, sobre todo, –como resume Pío Moa– “una quiebra moral en la conciencia de la nación que facilitó la expansión del socialismo, el terrorismo anarquista y los nacionalismos o separatismos vasco y catalán, movimientos mesiánicos apenas significativos hasta entonces”188.

La conocida reacción literaria ante el Desastre, la llamada generación del 98, a la que “le duele España”, hace un diagnóstico sobre las raíces de lo sucedido del todo adverso a la tradición católica de España, salvo en casos contados como el de Ramiro de Maeztu vuelto a la fe. Esta literatura, en lugar de ponderar las raíces cristianas de la nación y el bien que éstas le han reportado por siglos, clama por espíritu liberal que los males le han venido precisamente por “no abrirse a Europa”, al laicismo europeísta.

Así lo hizo incluso uno de los menos incisivos de aquella generación, y a la vez su precursor, el regeneracionista Joaquín Costa. Afirmaba que lo que España necesita es “despensa, escuela y siete llaves al sepulcro del Cid”. Los escritores del 98 proseguían en sustancia la línea trazada por la Institución Libre de Enseñanza, que culpa a la Iglesia del atraso cultural y otros graves males que aquejan al pueblo español.

En este contexto, se dieron en los años inmediatamente siguientes al 98 las representaciones del drama Electra de Benito Pérez Galdós –que solían terminar con motines callejeros y pedreas contra conventos– , los discursos de Canalejas en el Congreso contra el “clericalismo”, y las alteraciones del orden público con ocasión del jubileo en honor de Cristo Rey concedido por León XIII ante la entrada del nuevo siglo189.

El significativo y breve gobierno de Silvela (de marzo del 99 a octubre de 1900)

Tras la firma del Tratado de París, cesa Sagasta en marzo del 99 y le sucede Francisco Silvela, jefe del partido liberal-conservador a la muerte de Cánovas del Castillo, con el propósito de sanear –“regenerar”– la política del país manteniendo los principios liberales. Antes, siendo ministro de Cánovas, había roto con él declaradamente por no impedir las múltiples maniobras electoralistas de su desinhibido ministro de la gobernación Romero Robledo. La política de los gobiernos de turno recurría por sistema a los caciques de cada lugar para llevar a sus candidatos a las Cortes; sistema, que se impuso sobre todo a partir de la implantación del sufragio universal masculino en 1890.

La práctica a gran escala de la compra del voto en vísperas de elecciones se dio en casi todo el país rural. Menos fácil era imponerla en las ciudades. En el mundo rural, sólo fueron refractarias a tal práctica, y no se votaba a ninguno de los dos partidos del turno, en las zonas carlistas, la mayor parte de Navarra y del País Vasco, y en las federalistas republicanas del litoral catalán.

Silvela logra incorporar a su gobierno a algunas notables personalidades representativas de otras fuerzas como el regionalista catalán Durán y Bas, y “el general cristiano”, Polavieja, de gran popularidad desde su gobierno en Filipinas. Entra también como ministro el competente hacendista Fernández Villaverde.

Varios incidentes concurren al rápido crecimiento de las tensiones políticas en el país. Alguna prensa lanza graves acusaciones no probadas contra mandos del ejército vencido en Filipinas. En las elecciones municipales de 1899 triunfan los republicanos en Barcelona, Valencia y otras capitales. La reforma del plan de estudios del Bachillerato, favorable a la enseñanza de la religión, promovida por el católico Alejandro Pidal, desata a la prensa liberal contra él, y es aprovechada la ocasión para multiplicar muy concurridos mítines con oradores republicanos (y también algunos monárquicos como Canalejas). Oradores republicanos reclaman la revisión de los procesos contra los anarquistas detenidos por actos terroristas como el del Teatro Liceo de Barcelona en 1893, que había causado unos treinta muertos y más de ochenta heridos.

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