Kitabı oku: «Proceso a la leyenda de las Brontë», sayfa 4

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3. EL PUEBLO: HAWORTH

Uno de los efectos más importantes y llamativos de la publicación de la biografía de Mrs. Gaskell, en 1857, fue que la familia Brontë y la pequeña población de Haworth quedaron entrelazadas para siempre de modo inextricable pues, como en otras palabras expresa Virginia Woolf (1882-1941), «Haworth sirve de expresión a las Brontë y viceversa, ya que ambos se acoplan como un caracol a su concha» (cit. Lemon: 124-125). No hay óbice, desde luego, en compartir la opinión de Woolf, ya que ese acoplamiento es la razón de que en este estudio se intente penetrar en la sustancia de la concha para saber más acerca de Haworth, sencillo y desconocido lugar hasta que la leyenda de la familia Brontë lo salpicó con las sugerentes connotaciones de los territorios míticos.

A lo largo de este capítulo intentaré aproximarme a esta pequeña población con el objetivo de contrastar la visión de Gaskell, así como la leyenda generada a partir de su biografía, con otros puntos de vista que contemplen el pueblo desde una perspectiva más amplia y, a ser posible, favorable para los espacios que lo conforman. A través de la búsqueda y análisis de esta diversidad de miradas, se espera descubrir algo nuevo y distinto a lo que nos ha llegado a través de la leyenda. A pesar de la estrecha relación entre Haworth y los Brontë, esta población no fue el primer lugar en el que la familia estableció su hogar. Y Haworth tampoco fue el lugar de nacimiento de las tres hermanas que han pasado a la historia de la literatura. De ahí que también se dediquen unas breves líneas a la cercana población de Thornton. En este lugar, tanto la casa que albergó a la familia como la parte de vida que contuvo de los primeros años de Charlotte y Emily denotan unos comienzos vitales estructurados y, sobre todo, ajenos a la posterior tragedia familiar y a los siniestros tintes diseminados por la leyenda.

THORNTON

Cuatro de los hermanos Brontë, los que interesan a la literatura inglesa y los más conocidos universalmente, nacieron en Thornton, población situada en la provincia y parroquia de Bradford. Charlotte nació allí el 21 de abril de 1816; Patrick Branwell, el único hijo varón de la familia, el 26 de junio de 1817; Emily, el 30 de julio de 1818, y la pequeña, Anne, el 17 de enero de 1820. Las dos niñas mayores de la familia, Maria y Elizabeth, fallecidas en 1825 tras la epidemia de fiebres tifoideas que se propagó en la escuela de Cowan Bridge, habían nacido en Hartshead (Barker, 1995: 59; O’Neill: 17).[4]

En mayo de 1815, la joven familia Brontë llegó a Thornton, una pequeña población, como tantas otras del West Riding, enclavada en una colina desde donde se podía contemplar la cercana ciudad de Bradford. En la carrera eclesiástica de Patrick, Thornton supuso su quinta parroquia ya que anteriormente, desde octubre de 1806, había ocupado puestos similares en Wethersfield, Wellington, Dewsbury y Hartshead, pero ésta era la primera vez que la familia iba a vivir en una casa parroquial. Dadas la sensibilidad y extraordinaria memoria de Charlotte y Emily es posible que, a pesar de su temprana edad, conservaran recuerdos de los años pasados en Thornton, pero no existe documento alguno que lo acredite.

En The World of the Brontës, James Birsdall comenta que en el momento de escribir su libro, la casa parroquial de Thornton en la que los Brontë vivieron había sido convertida en restaurante, pero que a pesar de las numerosas intervenciones en el edificio y de la desaparición del jardín donde los pequeños solían jugar, en general, la casa conservaba todavía un aspecto parecido al que tuvo en época de los Brontë (Birsdall, 1996: 19). En su biografía de Emily, Katherine Frank (1992: 29) la describe como una casa parroquial abarrotada en Market Street, una vivienda poco mejor que las de los campesinos y que a duras penas podía albergar a una familia tan numerosa. Tampoco había agua corriente en la casa, por lo que había que traerla desde un abrevadero situado en el centro de la población (Birsdall: 20). Un punto de vista diferente es el que considera que la casa, situada en la carretera principal de Bradford, constaba de dos pisos con tres habitaciones en cada uno de ellos y con un amplio patio trasero excavado en la ladera de la colina y que, a pesar de su sencillez y falta de pretensiones, era mucho mejor que las otras veintidós casas de la calle (Barker, 1995: 65). Aunque durante los primeros años de su estancia en Thornton la población sufrió la misma situación de depresión económica que el resto del país, al final de la guerra, Mrs. Brontë disfrutó de una cierta vida social, sobre todo gracias a Elizabeth Firth, hija del doctor Firth,[5] y a otras señoras de la población (Barker, 1995: 74). El 20 de abril de 1820, cuando Anne era un bebé de tan sólo tres meses, la familia se trasladó a Haworth, al noroeste de Thornton, permaneciendo allí hasta la muerte del último de sus miembros, el reverendo Patrick Brontë, en junio de 1861.

HAWORTH

Las hermanas Brontë, Charlotte y Emily especialmente, han fascinado desde siempre porque representaban, y siguen representando, no sólo a Yorkshire para los habitantes de esta región sino a Inglaterra para el resto del mundo. Dentro de Yorkshire, el pueblo de Haworth,[6] un pequeño punto perdido y desconocido en los mapas de la época en que las escritoras vivieron, adquirió connotaciones míticas para muchos de sus lectores. Pocos autores llevan la marca y huella de un lugar tan firmemente adheridas, tanto a las páginas de su obra como a su piel de escritores. Haworth y la región geográfica en que se encuentra tuvieron un significado muy especial en la vida de las Brontë. Según Phyllis Bentley (1947: 127) esta zona geográfica suministró no sólo los paisajes y materiales de su ficción, sino también su ideología, así como las herramientas mentales con las que moldearían esos materiales para convertirlos en arte.

Ya mucho antes de la muerte de Charlotte en 1855, algunos curiosos habían empezado a acercarse a Haworth y al Parsonage, la casa en la que habían crecido los hermanos Brontë y donde, finalmente, también falleció Charlotte. En una carta escrita a William Smith Williams el 22 de febrero de 1850, es la propia Charlotte quien se queja de que uno o dos cazadores de noticias habían llegado hasta su hogar, aunque confía en que la agreste situación de la población pueda servir de barrera a posteriores visitantes. Pero nada parece detenerlos pues, pocos días después, escribe a su amiga Ellen Nussey volviendo a quejarse de que varias personas están empezando a molestar con la excusa de ver el paisaje descrito en Jane Eyre y Shirley (cit. Lemon: XII-XIII). A pesar de tratarse de un rincón remoto, en 1854 Haworth ya comienza a sentir la presión de un turismo incipiente. Dos meses después de la publicación de Gaskell, Arthur Nicholls, el marido de Charlotte, escribe a George Smith y le comenta que Haworth está inundado de visitantes. Poco después, periódicos locales como el Bradford Observer y el Leeds Intelligence dan cuenta de que apenas pasa un día sin que varios visitantes vayan de peregrinación a Haworth, lo que repercute notablemente en los precios de los hoteles (cit. Barker, 1995: 810-811). En una monografía sobre Charlotte Brontë, publicada en 1877, también Sir Thomas Wemyss Reid observa que tras la publicación de Gaskell, Haworth y su casa parroquial se habían convertido en lugar de peregrinación para cientos de peregrinos literarios de todas las partes del mundo. No obstante, los habitantes de Yorkshire no compartían el mismo interés. Del mismo modo que Charlotte les había parecido una persona corriente y bastante gris, consideraban que Haworth era un lugar aburrido e inhóspito (Lemon: XIII).


Mapa de situación (Lámina realizada por Javier Esquembre)

Las imágenes de Haworth en 1833, por entonces un lugar desconocido, nos llegan a través de las reminiscencias de la amiga íntima de Charlotte, Ellen Nussey, cuya voz no ha pasado todavía por el tamiz literario de la biógrafa Gaskell. En mayo de 1871, el director del periódico Scribner’s Monthly de Nueva York, consigue que Ellen Nussey hable de la visita que hizo a su amiga Charlotte en Haworth durante el verano de 1833. Después de muchos años, Ellen recuerda la extrañeza, novedad y, en mi opinión, también frescura, de su primera visita: «El paisaje que se extendía durante unas cuantas millas antes de llegar a Haworth era agreste, baldío y apenas poblado. Al final alcanzamos lo que parecía ser una colina enorme, con una pendiente tan abrupta que nadie se atrevía a bajar por ella a caballo y hubo que guiar al animal con mucho cuidado» (cit. Lemon: 3).

En la posdata de una carta de Charlotte a Ellen, a principios del verano de 1840, ésta cuenta a su amiga cómo un tal Mr. W. y su padre Patrick Brontë han recibido numerosos elogios en los periódicos tras haber impartido sendas conferencias en la Keighley Mechanics’ Institution,[7] y le habla también del asombro que produce al escritor de la reseña que puedan encontrarse tales intelectos en el pueblo de Haworth, del que dice que se encuentra situado entre ciénagas y montañas y hasta hace poco en un estado de barbarie (cit. Gaskell: 144). Otra temprana reminiscencia del Haworth de 1850 es la de la periodista Bessie Parkes,[8] quien lo describe en una carta escrita a su amiga Gaskell en octubre de ese mismo año: «Paró de llover, y el día, frío y ventoso, acompañado de enormes nubarrones que se cernían sobre los páramos, se ajustaba bien al paisaje» (cit. Lemon: 15-16). Según Charles Lemon, esta carta debió de interesar a Gaskell, que había conocido a Charlotte dos meses antes en casa de Sir James Kay-Shuttleworth, en Windermere. Pero su primera visita a Haworth no tuvo lugar hasta finales de septiembre de 1853, en condiciones climatológicas muy parecidas a las descritas por su amiga Bessie tres años antes.

Gaskell dejó constancia de esta primera visita a Haworth como invitada de Charlotte en una carta personal que más tarde incluyó en su biografía, concretamente en el capítulo XIII:

It was a dull, drizzly, India-inky day, all the way on the railroad to Keighley, which is a rising wool manufacturing town, lying in a hollow between hills –not a pretty hollow, but more what the Yorkshire people call a ‘bottom’ or ‘botham’. I left Keighley in a car for Haworth, four miles off– four tough, steep scrambling miles, the road winding between wave-like hills, that rose and fell on every side of the horizon, with a long illimitable sinuous look, as if they were part of the line of the Great Serpent, which the Norse legend says, girdles the world. The day was lead-coloured; the road had stone factories alongside of it –grey, dull-coloured rows of stone cottages belonging to these factories–; and then we came to poor, hungry-looking fields, –stone fences everywhere, and trees nowhere. Haworth is a long straggling village: one steep narrow street– so steep that the flagstones with which it is paved are placed end-ways that the horses’ feet may have something to cling to, and not slip down backwards; which if they did, they would soon reach Keighley. But if the horses had cats’ feet and claws, they would do all the better. Well, we (...) clambered up this street, and reached the Church; then we turned off into a lane on the left (Gaskell: 410-411).

Probablemente, la mayor parte de los británicos, del mismo modo que no había oído hablar de las Brontë hasta que se hizo pública la verdadera personalidad que se escondía detrás de los pseudónimos de Currer, Ellis y Acton Bell, tampoco supo de la existencia de Haworth hasta la publicación de la biografía de Gaskell. Ante la lectura de una descripción como la citada del lugar en el que la vida de las autoras había transcurrido, no es de extrañar que los visitantes más curiosos comenzaran a acudir a Haworth en oleadas crecientes. Puesto que la descripción de Gaskell no sugiere belleza alguna, es evidente que no lo hicieron con la finalidad de contemplar la belleza de la zona, sino movidos más bien por el deseo de satisfacer una curiosidad espoleada por esta carta personal de 1853 incluida más tarde en la biografía. Llama la atención que Gaskell pida disculpas por repetir algo introducido anteriormente pues, aunque repite el tema de Haworth, no utiliza el mismo tono en la descripción que recrea al comienzo de su obra. La comparación de esta carta, escrita de forma espontánea a alguien conocido, con la descripción del entorno de Haworth que abre el primer capítulo de la biografía, sugiere más bien un indicio del modo en que esta escritora conseguía manipular y transformar la realidad objetiva. El paisaje de Haworth que ella vislumbró en su primera visita era el paisaje real, al menos para ella, un paisaje absorbido y hecho propio a través de los sentidos. Pero no existe paralelismo emocional ni descriptivo entre la descripción literaria y controlada del paisaje del capítulo que abre la biografía y el tono brusco y lúgubre de esa carta espontánea y natural enviada a un conocido.

En su controlada elaboración biográfica, Gaskell conduce al lector, mediante un texto descriptivo y con verdadera sensibilidad paisajística, a través del valle formado por el río Aire hasta la ciudad de Keighley, que en ese momento sufre una transformación floreciente. Ahora, Gaskell describe la ciudad no a través de la percepción sensorial directa y espontánea de su primera visita, sino mediante una sensibilidad poética consciente, lo que le permite describir el mismo entorno como una ciudad en la que abunda la piedra gris y donde las hileras de casas construidas con este material tienen un aire de grandiosa solidez enfatizada por la uniformidad de sus duros perfiles, como una población de mujeres activas y diligentes en la que no faltan los medios de vida (Gaskell: 11).

Buena prueba del interés inmediato que la publicación de la biografía de Gaskell suscitó, el 23 de marzo de 1857, es la aparición, el 30 de abril de ese mismo año, de un artículo anónimo en The Bradford Observer, titulado «A Pilgrimage to Haworth», en el que los autores confiesan su desconocimiento del lugar hasta la lectura de la biografía y aseguran que la oscura y remota población llegará a ser famosa gracias a la pluma de Gaskell. Cuentan que el viaje a pie desde Bradford les lleva a través de una región de magníficas vistas en la que el hombre ha triunfado sobre la esterilidad del suelo y la escasez de medios de subsistencia, estableciendo hogares felices para miles de habitantes. Dadas las características de su emplazamiento, vaticinan que la población no podrá crecer demasiado (cit. Lemon: 28, 31, 33). El norteamericano Charles Hale visita Haworth en 1861 y considera que Gaskell describe Haworth magistralmente, pues en su parte más abrupta se asemeja a una muralla de piedra que cruza la carretera (cit. Lemon: 74). Un año después de la aparición de la biografía, otros viajeros curiosos se acercan a Haworth y se sienten defraudados, al encontrarse con un lugar que no responde a sus expectativas. De las palabras de William Scruton, por ejemplo, se infiere que Haworth es un lugar bastante más próspero y floreciente que el imaginado a través de la biografía de Gaskell, pues sólo a través de ella podían haber oído hablar de este lugar (cit. Lemon: 45).

Las crónicas de viajes de la época también comienzan a incluir ya en sus páginas descripciones de Haworth. En 1858 aparece la obra de Walter White A Month in Yorkshire, que dedica uno de sus capítulos a la población de Haworth, recreándose en la descripción del ascenso de su calle principal. Las reminiscencias de esa misma época de una visita a Haworth del académico de la Universidad de Yale, James M. Hoppin, se utilizan igualmente para otra crónica de viajes publicada en 1867. Como tantos otros visitantes, Hoppin no parece poder librarse tampoco de la fuerza e influencia del lugar, de modo que las páginas finales de su crónica también debieron de contribuir a alimentar la leyenda. Diferentes revistas publican igualmente artículos en los que se recogen descripciones de Haworth y sus alrededores. W. H. Cooke visita el pueblo durante el invierno de 1867, y su experiencia aparece publicada en 1868: «El cielo se cernía sobre mi cabeza pesado y amenazador, y, mirara donde mirara, no conseguía ver nada más que montañas de perfiles plomizos (...) A primera vista, Haworth parece estar literalmente entre las nubes, pues el pueblo se encuentra situado en la ladera de una abrupta colina coronada por la iglesia (...), un edificio muy antiguo sin la menor pretensión de belleza arquitectónica, horrible y puritano» (cit. Lemon, 93). En diciembre de 1872, The Treasury of Literature publica un artículo de E. P. Evans escrito con un lenguaje claro y directo que logra trasladar mentalmente al lector a los lugares descritos. En esta ocasión, el viajero no llega por carretera desde Keighley sino por ferrocarril. Desde la estación, toma un camino que sube al pueblo por una ruta mucho más suave, cómoda y visualmente menos espectacular que la que ofrece la carretera proveniente de Keighley utilizada por Gaskell. Así describe Evans el ascenso: «En vez de seguir la carretera pavimentada tomamos un estrecho sendero bordeado por muros de piedra que serpenteaba entre los campos, así que antes de que pudiera darme cuenta de su proximidad me encontré en el centro del pueblo. Se extiende casi por completo a lo largo de una larga calle, y en cuanto dejamos el sendero entre muros pude divisar todos los sitios famosos del lugar» (cit. Lemon: 98-99).

Por lugares famosos, hemos de entender que Evans se refiere a la iglesia, al cementerio, del que comenta que está repleto de lápidas verticales, a los páramos que vislumbra al fondo y al pequeño edificio que sirve de bar y fonda, The Black Bull, en la parte alta del pueblo, justo al lado de la iglesia, y conocido universalmente desde la aparición de la biografía de Gaskell por las frecuentes y etílicas visitas al mismo de Branwell Brontë. La descripción de la iglesia es interesante, pues recorre de forma rápida y distanciada su interior y exterior, deteniéndose también en aquellos detalles que llaman la atención a la mirada del visitante. Sólo una década separa esta descripción de los últimos días en que Patrick Brontë ejerció aquí sus funciones como pastor de Haworth.

Otra reminiscencia del Haworth de finales del siglo XIX, recogida en 1938 por Helen Greene, representante en Estados Unidos de la Brontë Society,[9]es la de Emma Huidekoper, que había leído Jane Eyre a los diez años y quien, aun residiendo en Italia, todavía visitó Haworth en dos ocasiones más, en 1866 y en 1882. En su segunda visita viaja en tren desde Keighley y acerca de este viaje escribe que, aunque era julio, el día era gris y lluvioso, y lamenta no haber llegado por carretera como lo hizo Gaskell, con la vista del pueblo gris a lo lejos, anunciando su aspecto escarpado y la desolación de su emplazamiento (cit. Lemon: 116).


Vista de Haworth, siglo XIX. (Lámina realizada por Manuel López Segura)

Manteniendo un orden cronológico, aunque en este caso no se trata del texto descriptivo o emocional de un visitante que acude a Haworth atraído por la leyenda, deseo mencionar un artículo aparecido en julio de 1893 en Temple Bar Magazine, en donde el autor escribe acerca de Emily. Su contenido engarza perfectamente con las observaciones que anteriormente se han hecho acerca de la biografía de Gaskell. Teniendo en cuenta la fecha de publicación, llama la atención no sólo la gran simpatía y comprensión con que el escritor aborda la personalidad de Emily sino, sobre todo, su sutileza crítica, que le permite detectar en la pluma de Gaskell el peligroso poder de la seducción, poder de manipulación en mis observaciones. Aunque habían transcurrido ya casi cuatro décadas desde la publicación de la biografía, no podía imaginar este agudo observador las consecuencias que, en el campo de la crítica literaria y a lo largo del siglo xx, se iban a derivar de semejante poder: A. M. Williams (1893: 432) comenta que Gaskell utiliza toda su habilidad artística para intensificar la sensación de tenebrosidad de Haworth, y que ya en el primer capítulo consigue involucrar al lector en el viaje de Keighley a Haworth, cuidándose bien de fijar la nota clave de la composición, una nota de profunda tristeza con la que consigue describir el entorno de Haworth de modo que el lector no puede librarse de una sensación de depresión.

También la escritora Virginia Woolf dejó constancia de su visita a Haworth en 1904. El artículo en el que habla acerca de esta visita, su primer trabajo publicado, apareció en The Guardian en diciembre de ese mismo año. Aunque Woolf se cuestiona si fue la influencia del lugar el origen de la creación literaria de las Brontë, manifestando a la vez abiertamente su oposición a los museos literarios, creo que sus palabras indican que tampoco ella consigue zafarse de la atracción de Haworth: «A medida que nos acercábamos a Haworth, la intensa emoción que sentíamos se fue tornando casi dolorosa, como si fuéramos a encontrarnos con un amigo al que no habíamos visto en mucho tiempo y sin saber si había o no cambiado en el intervalo». Woolf no considera que el pueblo sea tenebroso, sino más bien corriente y destartalado. Aunque en sus planteamientos literarios teóricos sólo justifica la curiosidad por las casas y entornos de los escritores cuando añaden algo a la comprensión de sus obras, Woolf se emociona profundamente a medida que se aproxima al Parsonage, escenario intuido de antemano a través de la leyenda. Confiesa sin pudor que para un amante de las escritoras, el interés se intensifica súbitamente al alcanzar la parte más alta del pueblo, donde se encuentran el cementerio y la antigua casa de los Brontë (cit. Lemon: 124-126).

A la vista de las descripciones aportadas por Gaskell y por los que la siguieron, parece evidente que, tanto las visitas a Haworth tras la muerte de las hermanas como el turismo que posteriormente fue llegando y todavía continúa, no se deben al atractivo paisajístico del lugar sino, sobre todo, a la atracción de la leyenda. Nos encontramos, por tanto, ante un fenómeno muy diferente al originado, por ejemplo, por el poeta William Wordsworth (1770-1850) en el distrito de los Lagos. Las montañas y los lagos de Gran Bretaña empezaron a conocerse hacia finales del siglo XVIII, cuando los cambios políticos en el continente restringieron de alguna manera la oportunidad de emprender el grand tour a los más acomodados. Al mismo tiempo, las actitudes con respecto al significado y la valoración de los paisajes también comenzaron a cambiar de forma visible, siendo divulgadas con profusión por los trabajos de los poetas y escritores románticos. El romanticismo descubrió y dio más importancia a las fuerzas de la naturaleza, tan caótica a veces, que a la ortodoxia intelectual de la sociedad del momento, lo cual abrió el camino a la expresión de las emociones y los sentimientos humanos, de modo que el hombre y la naturaleza pudieran coexistir sin tensiones. Por su énfasis en la naturaleza y en los sentimientos del ser humano frente a ella, la poesía de Wordsworth favoreció el desarrollo de un nuevo estilo de turismo. Consiguió transmitir la idea de que era posible experimentar y sentir sus mismas sensaciones si se visitaban y contemplaban los paisajes y lugares evocados en su poesía. La aceptación de su filosofía eventualmente impulsó la búsqueda de los lugares pintorescos utilizados en sus descripciones o como telón de fondo de la acción de sus poemas narrativos. La conexión que estableció la sociedad del momento con su obra poética y la de Samuel T. Coleridge (1772-1834) y Robert Southey (1774-1843), albergando a los tres bajo el techo común de «poetas de los Lagos», sirvió también para impulsar el turismo de la región geográfica de la que toman su nombre (Newby: 130-132). Sin embargo, lo que sucedió en la sencilla población de Haworth no vino dado por el atractivo del paisaje natural de un lugar, sino por lo que, en el contexto de este libro, se entiende por leyenda. Pero quizá también la leyenda puede llegar a convertirse en realidad y experiencia paisajística sentida cuando, dejándola de lado, el observador es capaz de contemplar la piedra gris de la arquitectura del pueblo y el desamparo vegetal de los páramos de Haworth con el respeto y comprensión ecológica que tales entornos físicos y naturales se merecen.

Las raíces de la Revolución Industrial se remontan al período Tudor (1485-1603), cuando Inglaterra dejó de ser una comunidad agrícola encerrada en sí misma y comenzó a exportar su excedente de lana a las ciudades manufactureras del continente (Klingender: 23). Pero, como veremos, en el distrito de Haworth habían comenzado a desarrollarse pequeñas industrias artesanales incluso mucho antes de ese período concreto. Phyllis Bentley considera que a pesar de que todas las descripciones de Haworth responden a la realidad, tienden a presentar el pueblo más como una entidad absoluta que como parte de un conjunto de características geológicas e industriales más amplio: la región que, en términos geográficos y regionales, se conoce como West Riding. Según Bentley (1947: 128-131), un pueblo situado en los páramos de otra parte de Inglaterra, incluso en otra parte de Yorkshire igualmente desolada y remota, no habría ofrecido a las Brontë el mismo material. Aunque en otro lugar me detendré con más atención en la descripción y características físicas de esta región, parece conveniente mencionar ahora someramente la composición del suelo de esta zona.

Los materiales más abundantes en la composición del suelo son, en las capas profundas, la millstone grit, un tipo de roca dura llamada así porque se utiliza para fabricar las piedras de moler de los molinos y, en las capas superficiales, un sustrato de piedra caliza poco adecuado para el cultivo agrícola, pero sobre el que puede crecer hierba abundante para la alimentación del ganado ovino. Esta característica del suelo, junto a la abundancia de riachuelos que discurren entre rocas, los llamados becks en el dialecto de Yorkshire, permitió que la zona de Haworth, tan aparentemente desolada y baldía comparada con otras regiones, pudiera sobrevivir gracias a la industria artesanal y doméstica del hilado de la lana. Otras dos pequeñas poblaciones cercanas, Oxenhope y Stanbury, incluidas en el distrito de Haworth, participaban también de este sistema artesanal que tuvo vigencia desde el siglo XIV hasta principios del XVIII sin cambios notables. En otras poblaciones de los Middlands y el norte, los cambios fueron más bruscos, llegando a convertirse el campo en ocasiones en un mero apéndice de la industrialización que G. Mingay (1981: 4) describe como una franja menguante de verde, cada vez más aprisionada entre las voraces periferias de las ciudades, mientras que de los pueblos parecen brotar por doquier ruidosas fábricas y chimeneas.

Este peculiar desarrollo de la Revolución Industrial en la región del West Riding es señalado también por David Hey al considerar la distribución de la población. Los habitantes de las zonas montañosas vivían diseminados en pequeñas aldeas y granjas aisladas, por lo que la economía tradicional, caracterizada por la combinación de las actividades agrícola y ganadera junto con la artesanal y doméstica del hilado de la lana, siguió floreciendo hasta la época victoriana (Hey, 1981: 356). La dispersión geográfica de la población aparece no sólo en la distribución de esta población rural, sino también entre los prósperos propietarios de las fábricas de la región, pues, según apunta Cristopher Stell (1965: 5), en los siglos XVI y XVII las casas nuevas de los fabricantes de paños se ubicaban en emplazamientos tan agrestes como los de las granjas, práctica que continuará hasta el siglo XVIII, cuando los valles se inundan de carreteras de peaje, canales y vías de ferrocarril.

En la región del West Riding los pequeños granjeros locales suministraban la materia prima a los peinadores, hilanderos y tejedores de lana de los pueblos cercanos mucho antes de la Revolución Industrial. Fue a principios del siglo XIX cuando en el condado de Lancashire, al otro lado de la cordillera Pennine, surgieron las primeras máquinas para el hilado del algodón[10] movidas por agua, sistema revolucionario que también se empezó a utilizar en Yorkshire para el tratamiento de la lana. Este sistema produjo importantes cambios sociales en la región ya que, como comenta un historiador de Yorkshire, el mundo se volvió del revés al desplazarse las fábricas a los valles, donde el mayor caudal de los ríos permitía obtener energía de forma más económica y sencilla. El paso siguiente para entrar en la verdadera Revolución Industrial fue la sustitución del agua por el vapor, con la consiguiente utilización del motor de vapor en todos los procesos textiles. El cambio de un sistema a otro se realizó en diferentes períodos aunque ambos convivieron durante algún tiempo en el distrito de Haworth. Se estima que en 1838, cuando Charlotte tenía veintidós años, había mil doscientos telares manuales y tres grandes fábricas que utilizaban el motor de vapor (Bentley, 1947: 130). David Hey (1981: 356), sin embargo, considera que las verdaderas fábricas textiles, de las que tantos vestigios quedan en el paisaje, no llegaron a la región hasta mediados del siglo XIX, concentrándose hasta esa fecha la producción en los almacenes y, desde luego de forma artesanal, en el espacio doméstico.

Si bien es cierto, pues, que las Brontë vivieron durante su infancia en un remoto pueblo del norte de Yorkshire, caracterizado por un sistema artesanal y doméstico de supervivencia, al crecer llegaron a conocer la Revolución Industrial con todo lo que ella pudo traer de bienestar y riqueza para la clase media dedicada a la fabricación de tejidos. Pero la Revolución Industrial también trajo consigo una cierta seguridad económica para los obreros y campesinos, que encontraron en la industria lanera una importante fuente de recursos. Esta realidad histórica no parece por tanto corresponderse, al menos de manera absoluta, con las lúgubres descripciones de Haworth y su entorno de la mayoría de las voces de la época o posteriores que escribieron sobre las Brontë. Entre 1801 y 1851, la población, con un incremento del 118%, llegó a 3.365 habitantes. Las fábricas textiles, construidas desde 1790 a lo largo del río Worth, fueron las primeras de Yorkshire, y se encontraban en pleno apogeo cuando la familia Brontë se trasladó a Haworth (Brontë Society: 2). Sólo un puesto por detrás de Bradford, y por delante de Leeds y Halifax, en 1810 Haworth ocupaba la segunda posición en cuanto al volumen de lana utilizado para la industria textil de estambre (Evans, 1982: 388).[11] Muchos habitantes trabajaban también en las canteras, en la construcción o en oficios artesanales, y surgían capillas baptistas y metodistas que, junto con la iglesia anglicana, ofrecían educación y favorecían la vida social (Brontë Society, 1). En sus escuelas dominicales los niños no sólo estudiaban la Biblia sino también aritmética y ortografía, y también existió una escuela pública desde 1683, de la que hay documentos de 1827 que constatan que tenía capacidad para doscientos alumnos (Emsley, 2-3).

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