Kitabı oku: «Proceso a la leyenda de las Brontë», sayfa 5
Bentley considera que aun tratándose de una población pequeña, Haworth contaba con una importante actividad ganadera y textil que permitió una cierta holgura económica a sus habitantes, sobre todo a los propietarios de las industrias textiles. Había varias casas de alcurnia en la población, aunque ninguna de ellas parece haber pertenecido a gente de estudios o con intereses intelectuales (Evans, 1982: 388). Esta opinión es compartida por Hey, para quien los habitantes de la región, tanto los de los pueblos como los de las granjas, participaron en la expansión de la industria de la lana y el estambre durante los siglos XVIII y XIX. Esto favoreció la aparición de una nueva clase social que empezó a ganar dinero rápidamente y continuó viviendo en las pequeñas casas de piedra que los dueños de las fábricas les alquilaban (Hey: 1981, 356). Una opinión parecida es la aportada por M. W. Barley en su investigación sobre las granjas y cottages (término que mantendré en su versión inglesa por la imposibilidad de traducirlo por un único término equivalente, al utilizarse como denominación de casas rurales sencillas, a veces con tejado de paja). Según Barley (1967: 121), la industria textil debió de suponer para la región del West Riding la rápida desaparición de las formas de vida tradicionales, no sólo por sus efectos económicos sobre la población sino también porque favoreció los contactos comerciales, al abrir sus horizontes tanto a la ciudad de Bradford como a los comerciantes de lugares lejanos que venían a comprar sus productos. De los efectos de las nuevas fuerzas de producción sobre la vida de la población del West Riding habla también Francis Klingender al analizar el texto y las láminas de The Costume of Yorkshire,[12] obra que presenta una vívida imagen de los trabajadores del norte de Inglaterra a finales del período napoleónico: mineros, obreros de una fábrica de alumbre, cortadores de turba, pescadores y campesinos aparecen junto a cuchilleros de Sheffield, abatanadores o tundidores de paños con sus ayudantes, así como fabricantes de paño, según Klingender, los aristócratas de los trabajadores de la lana.
En otro lugar de este texto leemos que en una amplia zona de la región abundan las hilanderías de algodón, las manufacturas de paño y otras grandes construcciones propias de la industria y requisito vital para el comercio. Proporcionan trabajo, alimento y vestido a miles de pobres gentes trabajadoras, aunque hay que lamentar que con excesiva frecuencia esto sucediera a expensas de la salud y la moral (cit. Klingender: 168). Pero el autor, más que a la pequeña población de Haworth, se refiere sobre todo al distrito de la poblada ciudad de Leeds. A pesar de que suele considerarse que la Revolución Industrial tuvo efectos negativos sobre Haworth, la perspectiva histórica encuentra elementos positivos en el desarrollo industrial en general. Es el caso del historiador Leonardo Benevolo, quien considera que muchas de las mejoras higiénicas dependen del desarrollo de la industria en el siglo XIX: los progresos en los cultivos y transportes conllevan una mejor alimentación, la higiene personal resulta favorecida al aumentar la cantidad de jabón y de ropa interior de algodón a precios asequibles. Por otra parte, en el ámbito de la construcción, la madera y la paja se sustituyen por materiales más duraderos y menos proclives a los incendios, mientras que el progreso de las técnicas hidráulicas favorece la construcción de alcantarillados y conducciones de agua de las zonas urbanas (Benevolo, 2002: 17).
La llegada de maquinaria accionada por el motor de vapor impulsaría la construcción de fábricas y talleres en los núcleos de población más grandes, lo que favoreció las migraciones de las zonas rurales a los centros industriales. La necesidad de alojar a esta población obligó a la construcción de nuevos barrios de viviendas para obreros, proceso que fue alterando, drásticamente en ocasiones, la fisonomía de los pequeños centros urbanos de la región. Susan Vornhagen (1994: 11) insiste en la importancia de esta faceta industrial de Haworth, cuya población trabajaba principalmente en la industria textil, ya fuera en las fábricas locales situadas en el valle del río Worth o bien en sus propias casas. Otras investigaciones, como las llevadas a cabo por Juliet Barker en los periódicos locales de la época de los Brontë para la elaboración de su biografía, aportan igualmente una inesperada y asombrosa cantidad de información que debería, de una vez por todas, acallar el mito de que Haworth era un pueblo oscuro y remoto en el que nunca pasaba nada. Barker (1995: XIX) declara haber sufrido un auténtico shock durante su investigación, al descubrir que el Haworth histórico fue en realidad un lugar completamente diferente al de la leyenda generada por Gaskell, quien ignoró por completo la Revolución Industrial.
Además de la población rural, diseminada en pequeñas granjas en las que se cultivaba avena y se criaba ganado porcino y ovino, actividades que habían sido tradicionalmente su fuente principal de supervivencia, en el propio pueblo vivía y trabajaba, aparte de un médico fijo, un número considerable de profesionales y comerciantes, entre los que llama la atención el número de carniceros (cinco) y el de tenderos (once). Por otra parte, la existencia de seis fondas que ofrecían comida, bebida y alojamiento a una población que, cuando los Brontë llegaron, contaba ya con trece pequeñas industrias textiles, es otro dato indicativo de que Haworth no podía ser tan sombrío y atrasado como Gaskell lo describió (Barker, 1995: 92-93).
De los efectos que la Revolución Industrial pudo tener para la vida de las hermanas Brontë ya habla Phyllis Bentley en su estudio de 1947. Durante su juventud, pudieron ser testigos de la aparición de una nueva clase social acomodada: los propietarios de las fábricas y sus familias. En su opinión, la gran demanda local de institutrices vino dada precisamente por el éxito de la industria textil (Bentley, 1947: 131). En la Inglaterra de 1850 había veintiuna mil institutrices censadas, y seguramente muchas de ellas contaban con una excelente educación. Su trabajo consistía en ocuparse de la educación de los niños de las familias de clase media y alta hasta que alcanzaran la edad de acceder a una determinada escuela o universidad, continuar con un tutor privado o, como sucedía a veces en el caso de las chicas, la edad de ser presentadas en sociedad (Pool: 202). El trabajo de institutriz era una de las pocas ocupaciones que se consideraban apropiadas para las jóvenes de clase media que necesitaban mantenerse por sí mismas aunque, a pesar de que se daba por sentado que contaban con una buena educación, dentro de las familias que las contrataban eran consideradas poco más que sirvientas. El hecho de no pertenecer ni a la familia ni al grupo de sirvientes potenciaba la soledad y el desarraigo. Charlotte y Anne Brontë fueron institutrices en algún momento de su juventud y no hay duda de que Charlotte utilizó su propia experiencia para la creación del personaje literario Jane Eyre. Del sentir y la experiencia de estas institutrices dejó también constancia la obra de escritores como Charles Dickens (1812-1870), Anthony Trollope (1815-1882) o George Eliot (1819-1880).
Si bien es cierto que, según Bentley, la Revolución Industrial llegó a la región del West Riding demasiado tarde para la felicidad personal de las Brontë, este mismo retraso pudo ser el factor detonante de su talento. El grado de soledad o aislamiento que el ser humano puede llegar a sentir no depende solamente de la distancia física que le separa de los lugares que desea o sueña visitar sino, más bien, del tiempo que cuesta llegar a ellos. La región del West Riding, con una orografía constante de colinas y estrechos valles, no facilita el transporte de ningún tipo. Incluso en la actualidad, el ferrocarril ha de discurrir por túneles para mantener una continuidad de nivel adecuado. Durante la adolescencia y primera juventud de las Brontë no existía otro medio de transporte para desplazarse a la cercana población de Keighley que no fuera un coche de caballos y un carro para el equipaje.[13] Si por cualquier circunstancia no se podía alquilar un medio de transporte, no quedaba más remedio que emprender el viaje a pie y caminar durante horas por los montes de la cordillera Pennine (Bentley y Ogden, 1977: 24). A principios de la era victoriana, el medio más común de transporte público era el coche de caballos, al menos para los miembros más acomodados de las comunidades rurales. Esta red de conexiones alcanzó su punto álgido en 1837, poco después de la coronación de la reina Victoria, pero en un principio sólo estaban conectados las principales ciudades y los pueblos que se encontraban situados en las carreteras. La mayoría de las poblaciones no tenían por tanto acceso directo a la red general de transporte, viéndose obligados a utilizar cualquier medio privado para llegar a la parada de coches más cercana (Mingay: 31). Charlotte dejó constancia en algunas de sus cartas de las dificultades que solía conllevar la organización de un desplazamiento que en la actualidad se haría en diez o quince minutos, utilizando el autobús o el tren de cercanías.
Existen desde luego investigaciones que dan cuenta de los problemas sociales y sanitarios que la Revolución Industrial y sus prolegómenos llevaron a Haworth, especialmente al Haworth obrero y desfavorecido. En 1850 se publicó un documento oficial sobre el estado de la población, conocido como el informe Babbage,[14] dirigido a la Junta General de Salud, en el que se hacen observaciones muy precisas acerca de las condiciones sanitarias del pueblo, llegando a conclusiones escalofriantes: con el fin de alcanzar la temperatura apropiada para el peinado de la lana y su posterior tejido en las fábricas, se colocaban estufas de hierro en las estancias en donde se trabajaba, manteniéndolas encendidas día y noche. Además, apenas existían ventanas y, si alguna vez se abrían, era únicamente en pleno verano. Babbage descubrió que, en algunos casos, incluso llegaban a utilizarse los dormitorios, lo que los convertía en espacios asfixiantes e insalubres (cit. O’Neill: 91).
Aunque no todas las investigaciones incluyen siempre la referencia de las fuentes en que se han documentado, he de suponer que fue precisamente este informe el punto original de referencia para cualquier trabajo de investigación posterior. Según Emsley, el rápido aumento de la población trajo consigo problemas sanitarios debido a que los trabajadores vivían hacinados en viviendas de la tipología denominada back-to-back,[15] en apretadas y precarias casas con ventilación insuficiente que tampoco contaban con agua o desagües. Menciona igualmente la existencia de sucios retretes comunes, porquerizas, estercoleros, mataderos privados, así como de condiciones adversas para la salud. Parece ser que no había un verdadero cuarto de aseo en casi ninguna casa del pueblo, y únicamente dos docenas de casas, incluida la casa parroquial, el Parsonage, contaban con su propio retrete. Los habitantes del resto de las viviendas tenían que compartir este espacio con otros vecinos. Las primeras acciones oficiales sobre el sistema de suministro de agua no se llevaron a cabo hasta después de 1849, tras conseguir la aplicación de la Ley de Salud Pública de 1848 y el establecimiento de una Junta Local de Salud (Emsley: 8). A ello contribuyó la persistencia de Patrick Brontë, quien, dando prueba de ser un activista infatigable, desde su llegada a Haworth dejó claro que no sólo le interesaba el bienestar espiritual de sus habitantes sino también sus necesidades físicas (Barker, 1995: 101).
En un estudio de Kathryn White, de forma más abrupta y fiable, pues la autora ha sido conservadora del Brontë Parsonage Museum y en su trabajo cita la fuente en la que se ha documentado (el mencionado informe de Babbage de 1850), se hacen afirmaciones que, una vez más, me llevan a dudar que algún día sea posible que las investigaciones sobre las Brontë dejen de insistir en este tipo de detalles, conocidos y repetidos hasta la saciedad:
This report makes shocking reading. Although it was the norm for there to be no indoor plumbing, in Haworth there was an average of just one outside toilet, known as a privy or earth closet, to every 4.5 houses. In one instance twenty-four houses shared one privy. The soiled earth from the privies was carried away by the ‘nightsoil man’ but some of the effluent ran down the mainstreet and midden heaps of refuse were stacked against kitchen windows, increasing the risk of cross-infection (...). The main water supply for Haworth ran underneath the chuchyard and was polluted by the decomposing corpses. Fortunately the Parsonage water supply came from a well behind the house which was not affected (White, 1998: 14).
Siglo y medio después de la redacción del documento de Babbage, la inercia de la leyenda impulsa a seguir enriqueciendo su contenido con asombrosa naturalidad. En un artículo sobre el Haworth contemporáneo a los Brontë, puede leerse que el agua utilizada en la casa provenía de un pozo excavado en el cementerio, que no sólo era un lugar macabro sino también una auténtica amenaza para la vida de las Brontë (Vornhagen: 11). Pero lo más sorprendente de todo es que nadie parece haber mencionado en ningún ensayo sobre la vida de las Brontë un documento ajeno a la leyenda según el cual el príncipe consorte Albert, esposo de la reina Victoria, falleció en 1861, probablemente de fiebres tifoideas, pues el castillo de Windsor contaba con un sistema de alcantarillado abominable que jamás se arregló. Si eso sucedía en palacio porque, en aquellos tiempos, el desconocimiento de las normas sanitarias más elementales no conocía fronteras de rango social (Adams, 1983: 401), no hay lugar para la insistencia de la leyenda en un hecho tan aparentemente común,[16] sobre todo entre las clases menos favorecidas. Dadas las pésimas condiciones sanitarias de la época, todos los barrios pobres eran un caldo de cultivo favorable para el desarrollo de enfermedades como el tifus y el cólera, aunque otros males como la malnutrición, la neumonía y la tuberculosis todavía se cobraban más vidas.
El trabajo de Kathryn White, relativamente reciente en lo que a las investigaciones acerca de las Brontë se refiere, es un ejemplo más de lo que la personalidad e influencia de Gaskell han supuesto para el estudio e investigación de su vida y literatura. Al considerar el peso del entorno en las obras de las Brontë y Gaskell, White no puede evitar la comparación, deduciendo que Gaskell, que conocía la vida rural de Cheshire y la de Manchester, pujante ciudad industrial, utiliza en sus novelas una aproximación social mucho más integrada.[17] En la introducción a esta pequeña biografía de bolsillo de las Brontë, White critica a Gaskell por la leyenda que creó alrededor de las Brontë y comenta que aunque la mayor parte de la población fuera analfabeta, el pueblo no era tan retrasado como el que presentó a sus lectores, ya que aunque lo fuera con respecto al estímulo intelectual que los Brontë deseaban, había familias con muchos más medios. No obstante, la autora insiste en lo que ella misma critica en Gaskell. Así, incluye ciertos detalles lúgubres que no sólo sugieren la insalubridad histórica del pueblo sino, como tantas otras biografías, una tendencia, quizá inconsciente, a seguir alimentando la leyenda que Gaskell sólo empezó a hilvanar.
Al hablar del cementerio de Haworth, situado junto a la casa de los Brontë, White explica que muchas de las tumbas estaban cubiertas por una lápida horizontal de piedra que no permitía la entrada de aire e impedía la salida de los gases formados por la descomposición, lo que creaba un desagradable miasma alrededor del cementerio. Tras estas aseveraciones, White no titubea al achacar al cementerio las frecuentes náuseas y dolores de cabeza de Charlotte. No llama la atención, por tanto, que la introducción a su biografía finalice con la insinuante invitación a las páginas siguientes «dejemos que las Brontë nos hechicen» (White, 1998: 15-18). Es sabido que en la mayoría de las poblaciones inglesas, a diferencia de las de otros lugares, el cementerio se encontraba en el pasado junto a la iglesia y, por tanto, en el centro de la población; en muchas ocasiones ni siquiera estaba separado por un pequeño muro o valla divisoria. Es cierto que la topografía de Haworth pudo favorecer la constante aparición en la población de casos de cólera y tifus a través del agua, pues el cementerio estaba situado en la parte más alta del pueblo y es fácil que hubiera filtraciones. Cuando este camposanto fue clausurado a finales del siglo XIX se decía que había más de cuarenta mil personas enterradas, y las Brontë no llegaron a conocer los grandes árboles que se plantaron, en parte para estabilizar el suelo y evitar que los desechos del cementerio se deslizaran pueblo abajo (Warner, 1984: 46). Pero creo que, a pesar de su proximidad, la causa de la mala salud de Charlotte no debe buscarse en el cementerio. Más que de factores medioambientales la fragilidad de su constitución probablemente derivaba de factores genéticos y de una marcada tendencia a la hipocondría.
Si en el discurso de investigadores acreditados sigue percibiéndose un cierto tono de desolación, morbosidad y tragedia, no llama la atención escuchar su eco en publicaciones no especializadas. Es el caso de un artículo sobre Haworth aparecido en la sección de viajes de una conocida y moderna revista de moda de difusión internacional: «Su atmósfera es angustiosa y melancólica, justo lo que se necesita para hacer una pausa y reflexionar antes de emprender la marcha de unos cuantos kilómetros por los páramos (...) un viento fuerte aúlla por entre aquellos pedregales enloqueciendo a las nubes y haciendo que la gente se guarezca en casa al amor de la lumbre» (Vogue: 157).
Aunque Susan Vornhagen, por su parte, también habla de los aspectos más crudos y siniestros de Haworth, tras una última mirada coherente y distanciada a la realidad histórica del Haworth en el que las Brontë crecieron, llega a la conclusión de que este lugar no era sino un microcosmos de Inglaterra, de modo que sus problemas no fueron otros que los típicos de la Inglaterra del siglo XIX. Con la misma sensatez, la autora comenta que la sordidez y las amenazas a la salud, tan ofensivas e intolerables hoy en día, no eran entonces sino circunstancias corrientes, tanto para los Brontë como para muchos de sus contemporáneos (Vornhagen, 1994: 11).
Comparto la opinión de Vornhagen y encuentro su validación en un trabajo ajeno a lo que, tantas veces de forma subjetiva, se ha escrito en torno a las Brontë. Se trata del análisis de la situación urbana de la Inglaterra de la Revolución Industrial de R. W. Brunskill, arquitecto especializado en arquitectura vernácula. En la primera época, debido al rápido crecimiento industrial y a la falta de viviendas para albergar a los trabajadores que llegaban a las zonas urbanas, era frecuente que las familias de clase obrera arrendaran habitaciones a otros trabajadores, y muchas de las quejas de saturación de población surgieron de esta práctica, a veces inevitable. Cuando la construcción de nuevas viviendas consistía en pequeños cottages, agrupados de dos en dos o de tres en tres, diseminados en pueblos que contaban con espacio y aire libre, no se daban problemas sanitarios. Pero en las grandes ciudades, la falta de solares en los que construir dio lugar a situaciones extremas. En las zonas de nueva construcción, muchos promotores que no contaban ni con el poder ni los medios para asegurar unas mínimas condiciones sanitarias se dedicaron a construir por doquier casas en hilera o alrededor de patios comunes. Brunskill también habla de cómo esta situación de hacinamiento originó enfermedades y epidemias, así como de las pésimas condiciones de habitabilidad de las viviendas, detalladas en los informes sanitarios oficiales del siglo XIX.
Aunque sin hacer referencia a Haworth, sino a otras zonas de Inglaterra (Dorset, Berkshire, Staffordshire, entre otras), Nicholas Cooper (1967: 1290), sin embargo, considera que también los pequeños cottages rurales resultaban inadecuados, atacando con ello la mitificación que de la vida en estas viviendas habían hecho los seguidores románticos y nostálgicos del pintoresquismo. Pero en la segunda mitad del siglo XIX las condiciones de habitabilidad de las nuevas construcciones parecen haber mejorado pues, al hablar de la zona de Wiltshire, R. Jefferies escribe, en una carta aparecida en The Times en noviembre de 1872, que los cottages son infinitamente mejores que antes y que, construidos por entonces en los polígonos de viviendas sociales, difícilmente se pueden mejorar, pues cuentan con tres habitaciones, todo tipo de comodidades y un confort adecuado a su tamaño. Jefferies asegura que sólo merecen objeción las construcciones erigidas por los propios trabajadores en parcelas abandonadas (cit. Bonham-Carter: 79).
Si estas condiciones se dieron en todas las ciudades relacionadas con la Revolución Industrial, la insistencia en la insalubridad de Haworth parece injustificada, pues esta pequeña población surge en un valle y crece sobre la ladera de una colina rodeada de amplios páramos que la exponen continuamente al viento. Desde un punto de vista urbanístico, comparto la opinión de Brunskill (1975: 125), según la cual, en la zona norte de Yorkshire, la industria textil creció alrededor de un entorno doméstico que no llegó a ser nunca tan especializado como para dar lugar a la gran densidad de cottages y a las adaptaciones de planeamiento doméstico tan evidentes en el sur de la cordillera Pennine. Dadas las características orográficas del terreno, el volumen de edificación no podría compararse nunca, ni en cantidad ni en altura, al de las poblaciones que verdaderamente sufrieron el impacto de la Revolución Industrial. Tampoco pudo ser excesivo el número de casas pertenecientes a la insalubre tipología back-to-back. Si bien es cierto que los comerciantes y profesionales preferían las casas más amplias de Main Street, mientras que la clase obrera se hacinaba en la parte alta del pueblo, en pequeñas casas de este tipo a las que se accedía a través de estrechos callejones y pasadizos (Barker, 1995: 95), las construcciones no sobrepasaron nunca la escala del cottage, y el Parsonage se encontraba a una distancia considerable. Aunque es cierto que en el interior de esta vivienda no había agua corriente ni cuarto de aseo, las condiciones de habitabilidad en todo lo concerniente a espacio, luz y ventilación superaban con mucho las de la mayoría de las casas de la región en la época. En Askrigg, otro pequeño pueblo de Yorkshire, no hay constancia de la instalación de un aseo en el interior de la vivienda hasta 1880 (Hartley e Ingilby, 1953: 277).
A pesar del todavía inexplicable y dramático devenir de la familia Brontë, una reflexión acerca de la longevidad de Patrick Brontë, el padre, puede servir de contrapunto a la leyenda. Patrick había nacido en Irlanda en 1777, en el seno de una familia humilde que vivía en un cottage de dos habitaciones y suelo de tierra. Fue el mayor de los diez hijos de un campesino pobre que sólo poseía tres libros, y su infancia fue bastante más dura y con muchos menos medios de los que luego él mismo consiguió ofrecer a sus hijos. Poco después de cumplir los diez años empezó a trabajar como tejedor de lino, educándose por cuenta propia en sus ratos libres hasta que, a los dieciséis años, consiguió un puesto de maestro en la escuela local presbiteriana (Lane, 1991: 152-153). Las biografías lo presentan como un hombre continuamente aquejado de problemas digestivos y respiratorios que, en mayor o menor medida, condicionaron la vida familiar. Pero, curiosamente, y a pesar del dolor y desconcierto vital que la muerte prematura de todos sus hijos debió de causarle, logró llegar a una edad considerable si tenemos en cuenta la edad media alcanzada por sus contemporáneos de Haworth: en el período 1838-1849, la edad media alcanzada por su población era de 25,8 años, comparable a la de los habitantes de los distritos más insalubres de Londres.[18] De hecho, y aunque el 41,6% de su población moría antes de los seis años (O’Neill: 91), Patrick Brontë alcanzó los ochenta y cuatro años en 1861, seis años y tres meses después de la muerte de Charlotte. Quizá tampoco debe olvidarse la longevidad de Tabitha Aykcroyd, la fiel y querida Tabby de los pequeños Brontë, que murió igualmente a los ochenta y cuatro años tras haber permanecido con la familia, tanto en los buenos como en los malos momentos, durante más de treinta años. Tal vez este hecho, como tantos otros relacionados con la vida de los Brontë, es indicativo de que la frontera entre la vida y la muerte no siempre viene determinada necesariamente por las circunstancias históricas o personales del ser humano.
Sabemos también que el hombre es capaz de adaptarse y acomodarse pronto a todo aquello que la vida cotidiana le exige. En realidad, sólo Charlotte, la única con ansias de grandeza, se lamentó en ocasiones de su entorno, y cuando lo hizo fue sobre todo de su falta de brillo social. No parece lícito ni necesario, por tanto, seguir alimentando gratuitamente la leyenda de que fueron infelices y murieron jóvenes porque crecieron frente a un pestilente cementerio, en una casa tétrica, aislada e insalubre que no contaba con agua corriente para la cocina y el retrete exterior de su patio trasero, en un pueblo perdido, atrasado e igualmente desolado que los páramos que lo rodeaban.
Son estas consideraciones las que me llevan a la convicción de que es precisamente el Haworth que las Brontë conocieron, su situación histórica y comparativa en el conjunto del país en general, lo único que debe tenerse en cuenta a la hora de utilizar los espacios físicos o el entorno como apoyo y enriquecimiento de las obras literarias. Al obviar el contexto histórico, la pertinaz insistencia en los posibles traumas sufridos por estas autoras debido a las carencias materiales de su vida hace un flaco favor a su literatura. Por otra parte, cualquier mínima y somera aproximación a la psicología moderna nos indica que los verdaderos traumas infantiles, aquellos que quizá pueden determinar la vida adulta, no suelen provenir de la falta de agua corriente o de la estética del entorno.
A pesar de vivir en una zona que sufrió los efectos de la Revolución Industrial, a lo largo de este libro se intentará demostrar que el entorno físico de estas escritoras fue bastante mejor que el de miles de niños de su época. La infancia de los Brontë, siempre con la compañía de ellos mismos y de los varios animales que tuvieron, imaginando y creando historias dentro de aquella casa tan especial y querida, o corriendo en libertad por los páramos, no pudo ser tan extremadamente dolorosa como la que, en general, nos ha llegado a través de los que se han ocupado de su vida y de su obra. Bentley y Ogden consideran que la remota situación de Haworth no fue necesariamente el origen de las historias que estos niños escribieron, pues existen otros que, habitando lugares ruidosos y multitudinarios, han elaborado construcciones similares gracias a una gran imaginación y libertad mental, así como gracias a una inclinación natural por la narración de cuentos. No obstante, también comentan que el aislamiento de Haworth favoreció la continuación de las historias porque los niños tenían mucho tiempo libre (Bentley y Ogden: 29).
Aunque de sesgo diferente, también la reflexión del escritor Luis Mateo Díez, nacido igualmente en una zona rural aislada, acerca de la infancia del futuro escritor puede aplicarse a las Brontë y conviene particularmente a mis propósitos. Mateo encuentra los orígenes de su propia narrativa precisamente en las experiencias de su infancia, vivida en una pequeña población rural desolada y aislada de la provincia de León. En las sencillas cocinas de su pueblo se contaban historias y leyendas que alimentaron su imaginación y conformaron las pautas que le iban a servir de ejemplo más tarde en su actividad creadora. Por ello, este escritor reivindica abiertamente la cultura popular, degradada porque se considera que únicamente sirve para nutrir al costumbrismo, lamentando que se haya avalado tanto el cosmopolitismo al confundirlo con lo universal. Al recordar su infancia, comenta que «era simplemente un niño que estaba en la cocina perdida de un pueblo perdido de la posguerra española, escuchando unas leyendas que me abrían una ventana al mundo» (cit. Alameda: 10). También en la cocina del Parsonage escucharon las niñas Brontë muchas historias populares que les abrieron una ventana al mundo.[19]
CHARLOTTE Y EMILY EN HAWORTH
Charlotte y, especialmente, Emily se sentían bien en Haworth porque ese lugar remoto sustentó sus raíces y su hogar. Al fin y al cabo, ese espacio y sus circunstancias fue el único lugar desde el que, a través de la escritura, pudieron expresar su libertad. Aparte de los períodos pasados fuera de Haworth, el primero entre 1824 y 1825 en la escuela para las hijas de clérigos de Cowan Bridge y, años más tarde, desde 1831 hasta mediados de 1832, en la de Roe Head, en Mirfield, Charlotte no había salido nunca de Haworth y sus alrededores. Su primer y verdadero viaje oficial tuvo lugar tres meses después de su salida de Roe Head, cuando visitó a Ellen Nussey en The Rydings, su casa de Birstall.[20] A partir de entonces, Charlotte, siempre curiosa e inquieta, gustó de los viajes y se enriqueció a través de ellos, dejando constancia en muchas de sus cartas tanto de las numerosas salidas para visitar a Ellen como de los demás viajes y excursiones que tuvo ocasión de realizar. Comparto la opinión de Bentley y Ogden (1977: 38) cuando consideran que el anhelo de Charlotte por algo que estuviera más allá de los límites de Haworth era de carácter espiritual, ya que siempre existe en ella una cierta contradicción entre el deseo y la experiencia real de ese deseo. Charlotte soñaba con viajar a grandes ciudades, escuchar música sublime en sus salas de conciertos, visitar museos, conocer a gente importante y desarrollarse social y culturalmente. Este deseo de conocer otros espacios y gentes se manifiesta con frecuencia en las numerosas cartas que escribió a Ellen hasta su muerte. Sin embargo, siempre estresada emocionalmente por una timidez casi patológica y un profundo sentimiento de inferioridad, Charlotte jamás consiguió sentirse plenamente relajada y distendida fuera del entorno de su hogar de Haworth.