Kitabı oku: «Feminismos y antifeminismos», sayfa 6
En la práctica, la realidad cotidiana atenuaba esta exaltación que con frecuencia expresaba el blasquismo respecto al avance social que estaban experimentando las mujeres instruidas, ya que las jóvenes que accedieron a las universidades españolas antes de 1910 fueron invisibles estadísticamente. En Valencia antes de esas fechas sólo 10 estudiantes habían pasado por las facultades.[62]También en la Normal femenina valenciana, maestras como la propia María Carbonell o Navidad Domínguez, ponían en cuestión los objetivos y límites de la precaria educación que recibían las mujeres y niñas.[63]En 1900 el porcentaje de analfabetismo según sexos arrojaba unas cifras nada alentadoras de 65.72% para los hombres y 78.62% para las mujeres.[64]
Pese a ello, la biografía de la maestra Elena Just coincidía con el perfil identitario de mujer instruida, comprometida con las ideas republicanas y reconocida en el ámbito público y, por este motivo, aparecía con asiduidad en las páginas de El Pueblo. En el año 1904, firmaba un artículo titulado «Las mujeres contra Nozaleda» y convocaba a las mujeres a una manifestación que, posteriormente se llevó a término. En otras ocasiones participaba como oradora junto a los varones importantes del partido en mítines donde estaban «invitadas todas las sociedades republicanas de Valencia». Sus intervenciones habitualmente estaban dedicadas a convencer a las mujeres de que se alejaran «del confesionario» y del fanatismo que promovían los católicos, pero, insistía además en que reclamaran el «puesto que en la sociedad les correspondía». Con parecidas intenciones, ofrecía conferencias donde hacía la crítica de «algunos sermones predicados [esa] semana en Valencia», conferencias que llevaban títulos como: «La mujer y la Iglesia» o sobre «La inutilidad de la religión en la educación de la mujer».[65]Al mismo tiempo, participaba habitualmente pronunciando discursos alentando a las niñas a esforzarse en su educación, en los actos conmemorativos o de fin de curso que organizaban las escuelas laicas.[66]
Especialmente significativa resultaba la presencia de los hombres blasquistas en estas celebraciones. La labor educativa de sus vástagos se consideraba una responsabilidad de la familia republicana, puesto que desconfiaban tanto de la educación religiosa como de «la intrusión del Estado en la enseñanza del hogar».[67]Por esta razón, algunos casinos, centros o sociedades obreras, mantenían escuelas laicas de enseñanza primaria. En ellas, las maestras eran consideradas figuras de autoridad y eran las mujeres que con más frecuencia participaban en los actos públicos. Las labores instructivas de las escuelas se acompañaban con actos y fiestas de final de curso donde se entregaban premios al alumnado, acudían padres, madres, concejales o demás figuras importantes del partido y del ayuntamiento.[68]En cualquier caso, la actitud de los hombres en estos actos era activa, puesto que se ocupaban de recabar fondos para mantener la escuela y actuaban de educadores e iniciadores ideológicos tanto de los hijos como de las hijas. Conviene también señalar que las escuelas laicas, cuyas perspectivas pedagógicas coincidía en ocasiones con las escuelas racionalistas, eran habitualmente mixtas, «recibiendo niños y niñas la educación e instrucción en igual grado, y estas últimas, además, las labores y conocimientos peculiares de su sexo».[69]
No obstante, en la Casa de la Democracia, uno de los enclaves fundamentales del partido que contaba asimismo con una escuela laica y mixta, las clases de segunda enseñanza estaban enfocadas principalmente a los varones, ya que comprendían los estudios de Bachiller, Maestro, Perito Mercantil, Perito Mecánico, y Perito Electricista. Había además clases de Lengua Francesa, de Mecanografía y de Contabilidad y clases de Corte y Confección para «señoritas».[70]Dato que induce a pensar que en realidad las niñas accedían sobre todo a una instrucción básica.
Finalmente, las representaciones que los blasquistas hicieron de la educación y del trabajo femenino, en las que se reconocía que las mujeres estaban habilitadas para estudiar y trabajar en igualdad de condiciones que los hombres, ofrecían un repertorio de identidades femeninas que permitían a las mujeres –al menos teóricamente– gozar de una sólida instrucción y de un proyecto vital en mayor medida autónomo. Como afirma Mary Nash, las representaciones culturales delimitan identidades colectivas a través de imágenes, ritos y múltiples dispositivos simbólicos que inducen a prácticas sociales.[71]
También la labor de las escuelas laicas –a falta de de investigaciones más concretas referidas a esta cuestión– debieron de proporcionar a una minoría de niñas mayores oportunidades para acceder a una educación mixta, al menos primaria, de base secular y científica. Carmen Agulló constata además que el laicismo fue una de las notas distintivas de la práctica pedagógica de las maestras durante la Segunda República. Algunas de estas maestras republicanas ya habían trabajado previamente en escuelas laicas patrocinadas por el PURA o subvencionadas por organismos públicos, como las escuelas municipales del Ayuntamiento de Valencia.
Las imágenes de mujeres cultas y comprometidas política y socialmente se consolidarían en la práctica en este período democrático, cuando se puso de relieve el protagonismo de una nueva generación de jóvenes maestras, algunas de ellas de familia republicana, que fueron militantes significativas en partidos de la izquierda política del PURA. Estas maestras republicanas contribuyeron a la innovación pedagógica local, ya que fueron docentes que defendieron la escuela laica, pacifista, democrática solidaria, única y activa. Participaron y organizaron también numerosas actividades educativas alternativas, desarrollando una amplia función social.[72]
Por esas mismas fechas, en 1931, y al mismo tiempo que era debatido el texto Constitucional, el PURA puso en funcionamiento un Centro de Cultura Femenina, «escuela de hogar y profesional», en el que se impartirán clases de francés, inglés, dibujo lineal, canto, música, corte y confección y nociones de cultura general para las mujeres, en los locales de la Casa de la Democracia. El Centro contaba con la financiación del Ayuntamiento y de la Universidad de Valencia como entidades colaboradoras.
Se aplicaba de esta forma la Orden Ministerial que desde diciembre de ese mismo año preveía oficialmente mejorar la calidad de la enseñanza primaria y su universalización entre las personas adultas que no habían podido acceder a la instrucción. Aunque la aplicación de la norma tuvo en Valencia un desarrollo irregular, diferentes organismos públicos y privados se aprestaron a dar cumplimiento a la ley.[73]Se hacían realidad las demandas educativas que, desde una perspectiva más teórica que real, los blasquistas habían difundido durante décadas. Aunque en este contexto, fueron sectores intelectuales de hombres y mujeres de la izquierda política del PURA, como la Federación Universitaria Escolar (FUE), quienes se ocuparon del tema de la educación de las personas adultas constituyendo las Misiones Pedagógicas o, la Universidad Popular. Esta Universidad se constituyó a imagen y semejanza de la que en 1903 Blasco Ibáñez ya había puesto en pie con escasos resultados. Su finalidad durante el período republicano fue divulgar la educación y la cultura, extendiendo las funciones de la universidad entre los obreros y obreras «proletarios». Su programa pedagógico tuvo en la ciudad una extraordinaria acogida, fue ampliamente apoyado por el partido blasquista, y llegó a alcanzar unas cifras de alumnado de 600 matrículas en el curso de 1933-1934.
La Casa de la Democracia desarrolló su labor también en relación con la Agrupación Femenina Republicana Autonomista, que inscribía socias todos los días de 6 a 8 en los locales de las escuelas.[74]Rosalía Figueras, la presidenta de esta agrupación, era la única que contaba con un cargo en el partido y ostentaba a su vez la presidenta de la Federación de Agrupaciones Femeninas. Por esta razón, desde la Casa de la Democracia, se llevaba a cabo la organización y coordinación de eventos colectivos para cumplir los objetivos que se habían trazado las Asociaciones Femeninas Republicanas (AFR). Básicamente, para «elevar el nivel cultural de las mujeres valencianas y capacitarlas para ejercer los derechos que la legislación les concedía».[75]En febrero de 1932, en locales de la Casa de la Democracia, la Agrupación Femenina Republicana Autonomista tributó un homenaje a Elena Just, de avanzada edad, que había sido nombrada presidenta de honor de la agrupación por el carácter emblemático de su persona. Acudieron al homenaje, que tuvo un carácter institucional, representantes de todas las AFR de Valencia, «un número considerable de correligionarios» y distintos grupos y organizaciones blasquistas. Los discursos de concejales, diputados y personalidades masculinas, elogiaron la promoción del laicismo entre la población femenina que había desarrollado «la propagandista» a lo largo de su vida, y ensalzaron «la figura de doña Elena Just como mujer precursora de los grupos femeninos hoy constituidos». Rosalía de Figueras, tomó también la palabra, animando a las mujeres a formarse para participar en la política en apoyo de la secularización y del progreso social.[76]
Otros eventos significativos de la Federación de Agrupaciones Femeninas fueron el homenaje a María Blasco, primera esposa de Blasco Ibáñez, de quien se decía que al igual que Mariana Pineda, «fue ejemplo vivo de sacrificio por el ideal mantenido hasta el heroísmo».[77]También, la organización del viaje de cerca de doscientas mujeres que se desplazaron a Madrid para escuchar a Lerroux, o la participación en los eventos celebrados con motivo del traslado de los restos mortales de Blasco Ibáñez a Valencia.[78]
Las AFR desarrollaron a lo largo del tiempo un trabajo propagandístico centrado en la formación política y cultural de las mujeres, desde ámbitos no formales. En la mayoría de conferencias, homenajes y actos trataban de educarlas para «sus nuevas responsabilidades ante la República», cuyos valores laicos e igualitarios eran, desde su perspectiva, símbolo de progreso y libertad femenina, en oposición a los principios antidemocráticos de la derecha española que, con la complicidad de la Iglesia católica, trataba de perpetuar las dependencias femeninas.
El liderazgo en esta empresa formativa dependió mayoritariamente de mujeres cultas y profesionales, que participaron como oradoras en actos públicos y animaron con sus artículos los debates en El Pueblo. Tal fue el caso de la citada Rosalía Figueras, de Trinidad Pérez, presidenta de la Agrupación Mare Nostrum, que firmaba sus artículos añadiendo a su nombre su calidad de farmacéutica, de Asunción Chirivella, primera abogada colegiada en España en el año 1922, o de Amalia Carvia, librepensadora y feminista, cuyas reflexiones y colaboraciones en el periódico fueron en este período las más numerosas.
La tarea organizativa y movilizadora de las AFR, pese a lo tradicional de muchas de sus actuaciones, propició el aprendizaje de las mujeres en los canales «formales» de la actuación política democrática, multiplicó los liderazgos femeninos en la vida pública del blasquismo, y consolidó una ciudadanía más plena y participativa para una cifra nada desdeñable de mujeres valencianas.
AMALIA Y ANA CARVIA BERNAL. DEMANDAS FEMINISTAS, LAICIDAD Y DERECHOS
[Las mujeres] [n]o debemos querer ni pedestales ni cadenas: justicia y nada más. Que se nos conceda la libertad de acción necesaria para desarrollar nuestras facultades de seres pensantes; que se nos dé la instrucción conveniente para poder adquirir la conciencia de nuestra misión como parte integrante de la humanidad. Queremos poseer nuestro yo.
AMALIA CARVIA BERNAL[79]
El activismo en pro de la emancipación femenina fue impulsado en Valencia por la Asociación General Femenina (AGF), que en 1897 se había constituido legalmente en la ciudad para difundir entre las mujeres las ideas laicas y del librepensamiento. También, para reclamar un cambio en el sistema educativo español que diera posibili dades a la población femenina de acceder a la instrucción –incluida la enseñanza superior– que les permitiera incorporarse a la sociedad de una forma igualitaria. Conforma ron la primera junta de la asociación Belén Sárraga, Amparo Alcina, Ana Carvia, Emilia Gil y Trinidad Ribelles.[80]Posteriormente se incorporarían Amalia Carvia, Ángela Griñón, Maria Lorente o María Marín, entre otras. Este grupo femenino se coordinaba en redes informales con otros grupos feministas y laicistas radicados en distintos enclaves de la geografía española.[81]
La asociación valenciana publicó en 1896 La Conciencia Libre, «semanario republicano y librepensador que dirig[ía] la ilustrada la distinguida escritora doña Belén Sárraga de Ferrero, y en el que colaboraban ilustradas señoras».[82]En este caso, la publicación trataba de hacer consciente a la sociedad de la necesidad de incorporar la libertad de conciencia a las atribuciones femeninas, contando con la instrucción y la participación en la vida pública como principales instrumentos para integrar a las mujeres al proyecto regenerador. Amalia Carvia –según los ejemplares disponibles de la mencionada revista– formó parte del equipo de «Redactores y Colaboradores» de la publicación desde 1898 hasta 1905 y escribió regularmente en sus páginas.
Para cumplir los fines que la AGF valenciana se había trazado, en 1897, abrió de forma pionera un gabinete de lectura para obreros y obreras en la calle Colón que, por lo que relata el periódico El Pueblo, contaba con un moderno fondo bibliográfico para la educación de quienes carecían de medios económicos para acceder a la lectura.[83]Por esos mismos años, también puso en marcha una escuela nocturna para adultas y una escuela laica para instruir a las niñas.[84]La escuela de niñas, en torno a 1902, se ampliaría con otra dedicada a los niños. Ana Carvia era maestra de la escuela de niñas junto a la también maestra y directora María de la Natividad de Nuestra Señora. En la documentación de la escuela, la Asociación Femenina hacía constar explícitamente en sus estatutos que sus objetivos eran «la propagación entre las mujeres de la instrucción, a fin de hacerlas aptas para el ejercicio de los derechos que le correspond[ían]». Añadía asimismo la rigurosa laicidad de la formación impartida en las escuelas que regentaba, y reconocía su tendencia «humanista y feminista». El análisis comparativo de la documentación de las escuelas de niños y niñas en lo que respecta a las asignaturas, materiales y horarios, muestra una notable paridad, así como la promoción de aprendizajes de raíz científica para ambos sexos. Solamente las niñas añadían la asignatura de labores a las materias del curriculum.[85]Periódicamente, el diario blasquista daba publicidad a los centros que sostenía la AGF y a los actos de fin de curso programados, a los que acudían los concejales y demás miembros destacados del partido.[86]La escuela para niñas mantuvo sus actividades de una forma constante, al menos hasta 1906, fecha en la que tras el cierre de la Escuela Moderna de Barcelona, la Asociación General Femenina reivindicaba su calidad de fundadora de las escuelas laicas de Valencia.
Años más tarde, Ana Carvia seguía manteniendo su actividad profesional como maestra, y colaboraba con los sectores blasquistas e institucionistas que en 1912 impulsaron las Colonias Escolares en Valencia a través de una Sección de la Asociación para el fomento de la Cultura y de la Higiene en España en Valencia y de las Juntas Provinciales de Protección á la infancia y de la Lucha contra la Tuberculosis. Los objetivos de la llamada Junta de Colonias fueron proporcionar al alumnado más necesitado un mes de escolarización veraniega al aire libre, con alimentación sana y suficiente, ejercicio físico habitual, y aprendizajes pedagógicos basados también en los juegos y excursiones. Ana Carvia formó parte de la Junta organizadora de las Colonias Escolares los años 1914 y 1915. Las colonias se instalaron en las localidades de Requena y Buñol, y acogieron a 30 niños y 30 niñas cada una de ellas.[87]
La cercanía ideológica de las mujeres que constituían el feminismo laicista a los círculos blasquistas hacía que sus discursos y actuaciones fueran acogidos con respeto y consideración en el diario El Pueblo. Precisamente, en un contexto en el que las mujeres que constituían la Obra de Intereses Católicos estaban desarrollando en la ciudad una importante tarea organizativa en relación con las obreras, a las que proporcionaban trabajo y socorro mientras estaban en paro, asistían con medicinas y donativos en metálico cuando se encontraban enfermas, repartían revistas y diarios católicos, y las instruían a través de la «Sección de Escuelas».[88]
En 1909, la publicación en dicho diario de dos secciones fijas relacionadas con cuestiones femeninas/feministas, tenía como finalidad que las blasquistas constituyeran también una organización mayoritaria de mujeres, para cumplir tareas semejantes pero desde valores progresistas y laicos. La organización femenina no se llegó a consolidar en el blasquismo. Pero en el periódico El Pueblo los escritos de las mujeres vinculadas a la primitiva AGF se dirigieron, en muchos casos, a los hombres para plantearles sus demandas.[89]Como afirmaba un texto de Amalia Carvia, sus reivindicaciones se concretaban en gran medida en la instrucción:
Que se nos conceda la libertad de acción necesaria para desarrollar nuestras facultades de seres pensantes; que se nos dé la instrucción conveniente para poder adquirir la conciencia de nuestra misión como parte integrante de la humanidad. [90]
Posteriormente, María Marín[91] «Ella» irían explicando a sus lectores y lectoras cuales eran las condiciones laborales y educativas en que se desenvolvían las mujeres, las reivindicaciones del feminismo en los países occidentales más avanzado o las razones que alentaban la negativa actitud de los hombres españoles frente al feminismo.
En términos generales, la instrucción femenina fue una de las cuestiones centrales a la hora de desvelar las incoherencias masculinas. Como afirmaba Marín, en poco contribuían los liberales y republicanos españoles en el fomento de la educación de las mujeres, y algunos republicanos todavía establecían diferencias en la educación que proporcionaban a sus hijos y a sus hijas. Las cifras de analfabetismo femenino en la ciudad y las escasas escuelas e iniciativas promocionadas por los blasquistas, daban la razón a las quejas femeninas. En el curso escolar de 1904-1905, las escuelas para adultas dependientes del Ayuntamiento de Valencia eran seis y para los adultos quince, ubicadas mayoritariamente fuera del casco urbano.[92]La ciudad contaba con 123 escuelas primarias, aunque las de niñas eran en realidad 57 y sólo una de ellas era de enseñanza superior. Las cifras de analfabetismo femenino tampoco habían disminuido de forma drástica: si en 1900 alcanzaban al 78.62% de las mujeres, en 1910 sólo habían disminuido al 74.43%.[93]Como afirma Ramir Reig, la labor educativa del blasquismo, pese a la organización de escuelas laicas, fue más bien pobre. Las subvenciones a las citadas escuelas afines ideológicamente a ellos le salían baratas al Ayuntamiento, complacían a sus militantes, y así no promovía las escuelas estatales cuya responsabilidad no le incumbía directamente.[94]
Por ello, las integrantes de la primitiva AGF, tras evaluar la situación de las mujeres de su tiempo, concluían afirmando que la liberación femenina iba a depender de las acciones y reivindicaciones de las organizaciones femeninas/feministas que, como sucedía en los países europeos más avanzados, agrupaban a mujeres de distinta ideología y clase social para reclamar los derechos que les eran negados.[95]Los objetivos que –como se ha citado anteriormente– expresaban los estatutos de la AGF en 1902 de propagar, «entre las mujeres de la instrucción, a fin de hacerlas aptas para el ejercicio de los derechos que le correspond[ían]», comenzaban a virar el eje de la argumentación. La consecución de derechos femeninos igualitarios proporcionaría a las mujeres mayores oportunidades sociales, también en el ámbito de la instrucción.
La prensa, que por esas fechas cobraba relevancia en la educación de las masas, se convertía también en una «escuela de papel», a través de la cual las republicanas feministas proponían nuevos aprendizajes y otros modelos de identidad femenina.[96]Modelos de identidad que mostraban públicamente que algunas mujeres ya no dudaban en «leer la realidad» y actuar desde sus propios parámetros, en mayor medida autónomos de la autoridad de los hombres.
Pocos años más tarde, en 1915, las hermanas Carvia pusieron en marcha en Valencia la revista Redención, que se presentaba ya como una publicación pacifista y abiertamente feminista.[97]Junto con los presupuestos laicistas y librepensadores, la revista defendía la necesitad de que las mujeres se organizaran para demandar el sufragio. Iniciativa también de las citadas hermanas fue la constitución de la Asociación Concepción Arenal. Dichas asociación junto a la Sociedad Progresiva Femenina –liderada por Ángeles López de Ayala en Barcelona– organizó en 1918 la Liga Española para el Progreso de la Mujer, de la que Ana Carvia era Presidenta y Amalia Carvia Vicepresidenta. A través de la Liga se coordinaban distintas asociaciones feministas y republicanas existentes en Valencia, Barcelona, Madrid, Andalucía y Galicia. En 1919, la Liga envió al parlamento la primera petición integral de voto femenino, mientras se debatía la ley de los conservadores –proyecto de Burgos y Mazo– que preveía otorgar a las mujeres la capacidad de ser electoras.[98]En esta nueva etapa, que se puede considerar refundación del primitivo feminismo laicista, las feministas de tendencia republicana manifestaban ya notables signos de autonomía respecto a sus compañeros de ideología que, mayoritariamente, eran contrarios al sufragio femenino.
Ese mismo año, la Liga tomó contacto con la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), de tendencia moderada y no específicamente relacionada con el republicanismo, para establecer un Consejo Supremo Feminista (CSF) que agrupara a mujeres de diferentes tendencias políticas en un frente único de impronta aconfesional, para establecer objetivos y reclamaciones conjuntas de derechos. Fundamentalmente, la petición del derecho al voto para las mujeres.[99]
En la ANME militaron mujeres como las maestras Benita Asas, María de Maeztu, la empresaria María Espinosa, la médica Elisa Soriano, o la abogada Clara Campoamor. Otras mujeres de la organización habían pasado por la Escuela Normal de Maestras, y este sector profesional era la base de su militancia. Editaron la revista Mundo Femenino, que se publicó de forma ininterrumpida de 1921 a 1936.[100]En 1920, María Espinosa de los Monteros, en la conferencia que impartió en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Madrid, explicaba el programa de su asociación y la labor conjunta desarrollada con el CSF. En el citado programa se reivindicaban un nutrido número de derechos civiles y políticos, y reivindicaciones educativas como: «Pedir la creación de escuelas públicas en número suficiente...», o «que en los centros docentes sean exigidos títulos pedagógicos a las profesoras».[101]
Años más tarde las feministas valencianas a través de la revista Redención, que se publicó en la ciudad hasta 1923, mantuvieron sus objetivos de exigir derechos y colaborar en la formación de una minoritaria élite intelectual. Una élite que en 1920 constituyó la Juventud Universitaria Feminista. Esta asociación reivindicaba en sus Estatutos, entre otras cuestiones: «que al estudiar una carrera [las mujeres] puedan obtener los mismos puestos que los hombres cuando por su inteligencia lo merezcan».[102]
De esta forma, contribuían a «educar» a una parte de la sociedad en la idea de que los beneficios de la instrucción, del «progreso» o de la igualdad no eran privativos de los varones. Estas ideas reformuladas por las feministas significaban, además, alentar a otras mujeres para que se organizaran en pro de la consecución en la práctica de derechos verdaderamente universales.
En 1931, algunas presidentas de las AFR y conocidas figuras del blasquismo establecieron en El Pueblo una serie de debates y reflexiones sobre los derechos femeninos, principalmente sobre el voto de las mujeres, objeto de polémica durante la aprobación de la Constitución. A finales de ese mismo año, Belén Sarrága visitaba Valencia tras largos años de residencia en diversos países latinoamericanos. El periódico blasquista anunciaba su visita a la ciudad, y daba la bienvenida a la propagandista por su «admirable cooperación en nuestra labor republicana».[103]Días más tarde era visitada por las representantes de las Agrupaciones Femeninas que se fotografiaban con ella. También, una larga entrevista en el periódico repasaba su militancia librepensadora, republicana y a favor de la «causa femenina». Belén Sárraga, que había vuelto a España para reorganizar en Málaga el Partido Federal, se mostraba partidaria de la igualdad civil de las mujeres que aún no se había conseguido, y abundaba en la idea de que era necesaria su preparación para el acceso a los derechos políticos.[104]Escritores y periodistas, como el también pedagogo Luis Bello, manifestaban paralelamente su desasosiego ante el voto de las mujeres españolas, afirmando, por ejemplo: «Ni un solo momento dudo de que aquí el voto de la mujer será contrario a su liberación». Por eso pedía un pequeño aplazamiento del sufragio femenino ante la incógnita de las primeras elecciones de la República.[105]En otros casos, los articulistas que escribían en el periódico, mostraban su confianza en el republicanismo femenino, pronosticando que: «[...] la mujer votará con nosotros en las próximas elecciones, volviendo la oración por pasiva y hundiendo a quienes con tan burda maniobra pretendían hundir a la República».[106]Los artículos femeninos que hacían referencia a la cuestión, como el escrito por Trinidad Pérez, expresaban el convencimiento de que las republicanas formarían un frente único para combatir con arrojo y valor, defendiendo sus «puros ideales». Utilizando una metáfora notablemente maternal para referirse a las mujeres, decía también que, gracias a las mujeres se acercaba la hora en la que la joven República «cre[ciera] saludable y robusta en este ambiente de bienestar y cariño de que sabr[ían] rodearla».[107]
Coherente con su trayectoria vital, Amalia Carvia desautorizaba a quienes seguían poniendo en cuestión el voto femenino. Desde su perspectiva, no se trataba ya de preguntarse si el voto era una cuestión de «feministas o antifeministas». Había llegado la hora de «la mujer» y correspondía ponerse al servicio de la ley para «allanar los obstáculos y preparar a la ciudadana de forma que comprend[iera] lo que se va a poner en sus manos».[108]Por ello, animaba también a que las agrupaciones solicitaran al PURA ejemplares de la Constitución para divulgarla, y que el pueblo español conociera el Código y supiera apreciar «el valor de las leyes y se aficion[ase] a practicarlas». Esa era también la tarea formativa de las agrupaciones que debían colaborar para que las mujeres conocieran la Constitución y aprendieran a «valorar [sus] derechos de ciudadanas».[109]
La Agrupación Femenina «Entre Naranjos», de la que Amalia Carvia era Presidenta de honor, fue la única que hemos localizado que impartía entre sus socias clases nocturnas para que «aprendieran a leer y a escribir» y «se ilustraran». En el anuncio de las clases, se dirigían a los hombres solicitando su colaboración, e increpándoles con las siguientes palabras: «Si no les ayudáis, nos veremos obligadas a deciros que sois de la misma opinión que los borbones; solo a estos les convenía que viviéramos en la más completa ignorancia».[110]
En enero de 1932, la Agrupación «Entre Naranjos» tributó un homenaje a Amalia Carvia que compartió, de algún modo, con su hermana Ana. En el acto hablaron destacadas figuras del blasquismo: tanto Alejandro López como el doctor Mariano Pérez Feliu reconocieron su «trabajo en pro de la escuela laica y los niños valencianos». Francisco Rubio dirigió unas frases de admiración a doña Amalia y a la agrupación femenina promotora del acto «que sab[ía] premiar la labor de las mujeres del siglo pasado que s[ervían], como la homenajeada, de ejemplo a las mujeres de hoy».[111]En otros discursos se hicieron llamamientos para que el colectivo femenino, cuando ejerciera el sufragio, diese un «mentis al clericalismo» que con el voto de la mujer pretendía derrocar a la República. Pocos días después, se publicó el discurso íntegro que había pronunciado Amalia Carvia en el acto de su homenaje. Sus palabras reconocían la labor de quienes formaron las redes del feminismo laicista finisecular: «¡Hermanas queridas! ¡Compañeras de lucha e infortunio!». Entre ellas nombraba a Rosario de Acuña, María Marín, Soledad Areales, Dolores Ferrer, Amalia Domingo Soler, Ángeles López de Ayala, su hermana Ana Carvia y otras más; «que trabajaron con valentía y constancia por la emancipación del pensamiento y la dignificación de la mujer, arrancándolas de las sacristías y de los confesionarios». A aquellas mujeres, la mayoría ya fallecidas, dedicaba el homenaje que, decía, «no era para ella, sino para el ideal que todas ama[ron]».[112]
Una vez que se inició la campaña electoral en las primeras semanas de noviembre de 1933, sólo tres mujeres, Josefina Lorente, Vicenta Borreda y Carmen Sánchez, participaron en los actos y mítines de propaganda. Cabe también señalar que el PURA no llevaba ninguna representación femenina entre sus candidatos.[113]Por esas mismas fechas, mujeres que ostentaban el cargo de Presidenta de alguna AFR, como la propia Amalia Carvia, Paula de la Cal y Lerroux, Concha Brau o la maestra Vicenta Borreda, escribieron diferentes artículos dirigidos a las futuras electoras en el diario El Pueblo. En la mayoría de ellos se resaltaba la importancia que el voto femenino revestía en la consolidación de la República y sus valores. También se solicitaba a las mujeres un voto meditado y centrado para elegir un Gobierno de «orden y respeto», que se alejara de los extremismos tanto de la izquierda como de la derecha. En algunos casos, se pedía abiertamente el voto para la candidatura «del gran Partido Autonomista de Valencia» y, en otros, se recordaba que las valencianas debían no defraudar las esperanzas puestas en ellas por la Constitución, que «tras siglos de esclavitud había concedido a las mujeres sus derechos». Los discursos que en años anteriores hacían referencia al valor de las mujeres para el partido, como defensoras de la laicidad y de los valores republicanos en el ámbito familiar, habían sido sustituidos por los que remarcaban su poder decisivo a la hora de ejercer el sufragio.[114]