Kitabı oku: «Kino en California», sayfa 7

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Comienzan los problemas

A pesar de la buena voluntad de los misioneros, de todo el empeño que pusieron para que la colonia fuera aceptada por los nativos, así como el proceso de evangelización, y de la confianza con que algunos indios trataron a los misioneros y soldados, lo cierto es que los guaicura nunca vieron con buenos ojos a quienes consideraban unos intrusos. Razones no les faltaban ya que habían sido no pocos los agravios que habían sufrido a manos de los perleros y otros navegantes.

Nunca les agradó el hecho de que fueran a establecerse permanentemente en la región y menos aún cuando se dieron cuenta de que estaban explorándola. Así nos lo confirma Atondo cuando dice que viendo los indios que andábamos reconociendo sus tierras, trataron con todas veras echarnos con la acostumbrada arrogancia, pues esta nación domina en el valor a las demás. (66)

Otra de las razones de enfado de los guaicuras, fue que desde que llegaron los expedicionarios, éstos se apoderaron del más importante manantial de la bahía, el cual era la fuente de agua de las rancherías de la región. Ya anteriormente este manantial había sido motivo de encuentros violentos entre nativos y españoles, con el resultado de varios muertos por parte de ambos bandos. Recordemos que cuando ocurrió el primer desembarco hispano en la bahía de La Paz, en 1533, por parte de Fortún Jiménez y sus hombres, éste y la mayoría de ellos fueron muertos por llegar al manantial principal de la bahía sin tener el acuerdo de los guaicura. Igualmente los guaicuras temían que los españoles se apoderaran de otros recursos que para ellos eran indispensables, como las pitayas y los mezcales.


Imagen 14. Atondo y Kino iniciaron la exploración de todos los alrededores de la bahía de La Paz, incluyendo sus islas y sierras cercanas, con el fin de ubicar sus grupos indígenas y sitios para nuevas fundaciones. Fotografía de Carlos Lazcano.

Por esto, no es de extrañar que desde el primer encuentro que tuvieron los guaicuras con los expedicionarios de Atondo, se les exigiera a estos últimos se fueran de la bahía. Y fue persistente, a lo largo de las siguientes semanas y meses esta exigencia, la que eventualmente llegó a provocar enfrentamientos violentos. Venegas comenta que… aunque los indios guaicuros venían al real de los españoles y recibían lo que les daban, pero siempre vivían recelosos de ellos, y algunas veces venían a decir a los españoles que se fuesen de sus tierras y los dejasen en su libertad. Y para más obligarlos a ello, procuraban intimidarlos, diciéndoles por señas que los de su nación estaban en ánimo de juntarse y venir a matarlos si no se iban de allí. (67) Este acoso por parte de los guaicura incluyó que de vez en cuando flecharan algunos de los carneros que tenían los españoles en sus corrales.

Poco a poco se empezó a vivir con cierta tensión, lo que fue dando lugar a desencuentros. Sin embargo, el hecho que alteró mucho más a los guaicuras se desató por una serie de incidentes. El 17 de mayo desapareció un mulato, Juan de Zavala, que era grumete de la expedición. Esta persona había cometido algunas faltas y… temeroso del castigo que le amenazaba, quiso comprar su libertad con una buena perla que tenía. Ofreciola al capitán de un barco porque le diese una canoa, y él, codicioso, se la vendió sin darle cuenta al Almirante. En ella se huyó el delincuente, y atravesando el mar a todo riesgo, se puso a la otra banda. (68)

Atondo y los suyos creyeron que el grumete había huido con los guaicuras, o que había sido raptado por ellos. Así, les ofreció algunas recompensas si les era devuelto. Sin embargo, los indios cora le informaron falsamente que el grumete había sido asesinado, por lo que mandó prender a uno de los más importantes capitanes guaicuras, a quien tuvo como rehén, exigiendo le fuera devuelto el grumete. Venegas nos comenta la actitud de los guaicuras: Esta prisión alteró mucho a los guaicuros, y así venían a menudo muchas cuadrillas de ellos a pedir libertad de su capitán, y juntamente a decir a los españoles que se fuesen de sus tierras. Pero como ni uno ni otro conseguían, mostrábanse insolentes y amenazaban a los españoles que los matarían a todos, porque aunque sus armas eran de mucha resistencia contra las flechas, pero ellos excedían mucho en número a los soldados y los oprimirían sin darles lugar a manejar sus armas contra ellos. (69)

Estas tensiones y amenazas finalmente se concretaron en un primer ataque a Nuestra Señora de Guadalupe, el cual ocurrió el seis de junio de 1683. En esa fecha 150 guaicuras, al mando de dos capitanes, uno de ellos llamado Pablo, rodearon el pequeño poblado. Venegas nos relata lo que ocurrió:… [los guaicuras] divididos en dos escuadras, vinieron el día seis de junio y acometieron las trincheras de los soldados, diciéndoles que se fuesen luego o los matarían. Dio orden el Almirante [Atondo] que resistiesen el ímpetu de la escuadra más avanzada con un pedrero. (70) Y lo hubieran ejecutado con muerte de muchos, si al ir a dispararlo no advirtieron que estaba el Almirante [Atondo] fuera de las trincheras, por haber salido a resistir la segunda escuadra, lo cual consiguió tan felizmente que solo con darle unos gritos al capitán de ella [de la escuadra guaicura], lo intimidó a él y a los suyos de modo que desistieron de su intento y se volvieron a sus ranchos. (71)

Y aunque el objetivo de los guaicuras se frustró, siguieron yendo a Guadalupe, siempre con recelo y con las exigencias de que los españoles se fueran. Las amenazas y provocaciones continuaron, flechando chivos e incluso atacando con dardos de vez en cuando a soldados descuidados, varios de ellos casi mueren. Como Atondo prefería ser prudente ante estas provocaciones, muchos de los guaicura pensaban que los españoles les tenían miedo. Y en realidad esto llegó a ocurrir poco a poco.

El miedo

Los guaicura planearon un segundo ataque para principios de julio, y para ello invitaron a los coras para que se les unieran. Estos aparentaron unirse, pero en realidad dieron aviso a Atondo sobre el ataque que se preparaba, lo que le dio oportunidad de organizar la defensa. Y es que, por un lado, los coras y los guaicura siempre fueron enemigos naturales, y por otra, la relación entre coras y españoles siempre fue buena, ya que los coras nunca fueron agraviados en entradas anteriores y además eran menos agresivos y más dóciles.

Cuando Atondo organizó la expedición a las Californias, no siempre encontró a las personas más adecuadas, sobre todo que tuvieran la disciplina y la actitud para ser soldados y enfrentar enemigos desconocidos. Esto se hizo evidente cuando la mayor parte de los expedicionarios empezaron a tener miedo ante las amenazas y provocaciones de los californios. Los guaicuras no siempre se dejaron amedrentar por las armas de los españoles, y aunque se dieron cuenta de la superioridad de estas armas, dirigieron sus amenazas en el sentido de que ellos eran muchos más que los hispanos, y simplemente les podrían ganar por la fuerza de su mayor número. Esto se lo creyeron muchos de los soldados y el miedo se fue apoderando de ellos, y más después del primer ataque y de la amenaza de un segundo ataque. Esta situación llegó a niveles de cobardía, como nos lo comenta Venegas: El Almirante mandó doblar los centinelas, poner un pedrero por el lado que solían bajar los indios y que estuviesen prevenidos los nuestros; pero halló en estos tanto caimiento y congoja que pudo bien conocer, que no llevaba consigo muchos de aquellos hombres animosos y endurecidos en los trabajos, que sujetaron en otro tiempo la América. Fue extraña la consternación en todo el real; y por más que el Almirante, el capitán y los padres animaron a la gente, no se oyó otra cosa, que alaridos y llantos como si todos fuesen otras tantas víctimas destinadas sin remedio al furor de los indios. El Almirante se vio más embarazado con esta infame cobardía de su tropa, que pudiera con ejércitos de californios. (72)

Es decir, los “soldados” de Atondo ya estaban derrotados desde antes de que empezara el ataque.

La Junta de Guerra

Con el fin de encontrar soluciones a la situación que rápidamente se estaba complicando, y planear la defensa ante el ataque anunciado, Atondo convocó a una “Junta de Guerra”, la que se llevó a cabo el 29 de junio de 1683.

Ante la tardanza del regreso de la nave Capitana, que había salido desde el 25 de abril para buscar bastimento y caballos que ya urgían, Atondo propuso que saliera la Almiranta a la costa de Sinaloa para buscar otro bastimento y que regresara a más tardar en quince días, y que si llegara a toparse con la Capitana la trajera a La Paz.

Los soldados no aceptaron esta propuesta y le pidieron a Atondo que si en veinte días no llegaba la Capitana, se abandonara la bahía de La Paz. A este respecto Kino comentó que en la junta de guerra que acerca del despacho que de esta Almiranta hubo, pareció no gustaban los señores soldados de quedarse sin tener a la vista algún navío; por tanto hubo alguna diferencia de pareceres acompañada de algún género de disgusto, también, por la falta de los bastimentos que se va teniendo. Y con esto, no se determinó que fuera la Almiranta a Sinaloa. (73)

Uno de los disgustos que menciona Kino fue que en esta Junta, el capitán don Francisco de Pereda, capitán de la Almiranta, renunció al cargo que tenía de “Cabo y Caudillo de la empresa”, es decir, era el segundo de a bordo, sin embargo, Atondo no le aceptó la renuncia. Aunque desconocemos las razones por las que quiso renunciar el capitán Pereda, muy posiblemente haya sido por las tensiones y miedos que ya se estaban acumulando, dejándose influir por los crecientes temores de la tropa.

Solo unos pocos soldados, junto con los padres Kino y Goñi, apoyaron a Atondo, quien manifestó que si fuera necesario se quedaría con ellos únicamente para continuar la empresa, aun en el caso que la Capitana y la Balandra se hubieran perdido. A pesar de esto, la tensión y los problemas siguieron creciendo, y junto con ello el miedo de los soldados.

La traición

El día del anunciado ataque, que fue el tres de julio, aparecieron frente al fuerte 19 guaicuras principales. Atrás de ellos, y escondidos entre el monte, se encontraba el resto de los atacantes, esperando alguna señal de sus líderes. Al principio, los españoles creyeron que este grupo venía a provocarlos para que salieran. Atondo dejó que los 19 se acercaran y los invitó a comer pozole, lo cual aceptaron ya que era frecuente este tipo de convites que mucho les gustaba. Así, Atondo mandó ponerles, fuera del fuerte desde luego, dos grandes ollas de pozole, y empezaron a comer tranquilamente.

Cuando estaban en eso, totalmente descuidados, Atondo mandó disparar sobre ellos un pedrero, con lo cual mató a diez de estos capitanes guaicura. Los sobrevivientes huyeron despavoridos, siguiéndolos el resto que estaba entre los montes. Con esta acción traicionera Atondo pretendía que se tranquilizaran sus gentes, pero lejos de eso su miedo se transformó en pánico. Así nos lo refiere Venegas: Permitió Dios o dispuso, que esta mala aconsejada resolución del Almirante o de los de su escuadra, se volviese contra él y cayese sobre su cabeza; porque lejos de sosegarse la consternación de la gente del real, con el destrozo de los inocentes indios, creció hasta ser una especie de terror pánico, con que los más se persuadían que vendrían sobre ellos todas las naciones de California, para hacerlos pedazos y vengar las muertes. (74)

La versión oficial

Cuando Atondo informa al virrey sobre estos hechos, oculta la traición cometida:… por el poco valor que mostraban los nuestros determiné evitar ejecutasen su traición [los guaicuras] dándoles una rociada. Antes que nos avanzasen hice doblar las centinelas y el día señalado venían simulados, dejándose ver de dos en dos los capitanes y más principales hasta diez y nueve, quedándose los demás en el monte emboscados… cuando reconocí estaban juntos los de mayor suposición, mandé disparar un pedrero y algunos arcabuces, de que cayeron diez. Y desde el navío miraban los que iban heridos cayendo y levantando y los muchos que iban huyendo de la emboscada por el ruido de la carga, y al mismo tiempo dispararon algunas flechas que metieron dentro de nuestra trinchera. (75)

Venegas en su manuscrito Empresas apostólicas hace ver este ocultamiento: Así se refiere este suceso en una relación manuscrita de aquel tiempo, en que parece tiraron a disminuir, y aún a cohonestar, el hecho atroz del Almirante. Pero de otras cartas y relaciones, y especialmente de un memorial del padre Juan María [Salvatierra], que lo sabía mejor por relación del padre Eusebio Kino, consta que sucedió de otra manera. (76)

Cuando el texto de Venegas fue editado por Burriel, únicamente se presentó la versión oficial, es decir, la de Atondo.

Consecuencias

Una de las consecuencias de la traición de Atondo fue que durante muchos años no se pudo lograr la evangelización de los guaicuras de la bahía de La Paz. Venegas comenta que: Esta traición que usó el Almirante fue un agravio tan sensible para los guaicuros, que por muchos años conservaron muy vivo el sentimiento, y en adelante no consentían buzos ni forasteros en sus orillas, antes al verlos venir se ponían en arma para no dejarlos llegar a tierra. Fue también este un grande impedimento para que abrazasen la fe católica, aún después de introducida ésta en otras naciones. Porque por espacio de veinte y cuatro años se resistieron obstinados, hasta que por el año de mil setecientos y veinte se debió el triunfo de su reducción a la fe y al celo del venerable padre Juan de Ugarte… (77)

El abandono

Ante esta situación de pánico, el día seis de julio los soldados le suplicaron por escrito a Atondo el abandono de la bahía de La Paz. Muchas cosas aducían, entre ellas lo estéril de la tierra, el desconocimiento del número de indígenas, la actitud agresiva y provocadora de ellos, el rapto y asesinato del grumete (aún desconocían que había huido), la falta de bastimentos y el que hasta esa fecha nada sabían de la Capitana, que desde el 25 de abril había salido en busca de ellos. Además estaba el hecho del ataque sufrido y de que día y noche tenían que estar alertas, montando guardias permanentes. También mencionaban que de nada había servido tratarlos bien o con prudencia, ya que darles todo tipo de obsequios y comida no disminuía su actitud agresiva.

Por todo esto solicitaban a Atondo…se sirva de mandar que toda la gente que se halla en este Real [Nuestra Señora de Guadalupe de Californias], se embarque en la nao Almiranta, que está surta en este puerto [bahía de La Paz], y que vayamos recorriendo las costas de esta tierra y hagamos alto en el puerto de San Bernabé San Lucas [Cabo San Lucas], u otro cualquiera que se echare de ver ser de conveniencia, para desde allí poder despachar la nao Almiranta a la costa de la Nueva España por algún socorro que podrá ser con la ayuda de Dios y que se logre a lo que venimos, que es reducirlos a nuestra Santa Fe Católica y extender su santo Evangelio. (78)

Aunque Atondo, con la ayuda de los misioneros, intentó persuadir a sus gentes del inconveniente del abandono, y de lo poco honorable de su actitud, no lo logró y temiendo pudiera haber un motín, finalmente cedió. Venegas nos dice: Procuró el Almirante sosegarlos con motivos de pundonor, poniéndoles a la vista por una parte su propio descrédito, pues pondrían grave nota en su nombre y en su valor si se decía de ellos que habían desistido cobardes de aquella empresa, por temor de unos indios desnudos que no sabían manejar más armas que unas flechas. Por otra parte alegándoles la lealtad que debían a su rey como vasallos… ellos voluntariamente se habían ofrecido a servirle con sus personas, incurrirían la infame nota de menos leales a su rey, cuanto más tuviesen de temerosos. Pero como la cobardía no sabe sujetarse a las leyes del pundonor, insistían tercos aquellos medrosos soldados en su demanda. Y como quienes no tenían razón sólida que alegar en su abono, mudaban medio en sus argumentos, porque dejando las leyes de la honra, apelaban a las leyes de la vida alegando que ya los bastimentos se acababan, que la Capitana, que había ido a traer nueva provisión, tardaba mucho, que la pesca que antes se sustentaban se había impedido ya por temor a los indios, que no había quedado ya más bastimento que un poco de maíz y frijol, y que en acabándose ese perecerían todos de hambre en tierra de enemigos. No pudo el Almirante sosegar con razones a los que tanto había dominado el miedo y la pasión… y temeroso de mayor mal en la sublevación de su gente, determinó condescender con ella, desamparando el puerto de La Paz. Salió de él a los catorce de julio. Más por la esperanza que tenía de que ya presto vendría la Capitana proveída de bastimentos, dio orden al piloto para que navegase poco a poco, deteniéndose en aquellas islas cuanto pudiese, porque tenía la intención de volverse otra vez al puerto de La Paz si con tiempo llegaba el socorro esperado de la Capitana. (79)

A todos tenía desconcertado el hecho de que no apareciera la Capitana, ya que, como dijimos, había salido desde el 25 de abril hacia el puerto Yaqui en busca de bastimentos y caballos. En esos momentos ellos no podían saber los problemas que tuvo esta nave con los vientos contrarios, por lo que no le fue posible llegar a la bahía de La Paz. Al momento de partir la Capitana, Atondo le pidió a su capitán que no tardaran en volver más de cuarenta días, y ya para entonces llevaba esta embarcación más de 80 días sin ser vista, por lo que a falta de nuevos bastimentos tuvieron que racionar la comida, y aunque en las primeras semanas de su llegada, completaron su dieta con pesca y caza, ya desde junio el temor que tenían a los guaicura les impedía o limitaba el salir a estas actividades. Los soldados se sentían sitiados.


Mapa 6. Movimiento de la Balandra y la Capitana durante el intento de ocupar la bahía de La Paz, 1683. Diseño de José Luis García.

Antes de abandonar California Atondo intentó convencerlos nuevamente de que la Almiranta saliera en busca de la Capitana, pero otra vez fue rechazado el ofrecimiento, ya que sin navío a la vista la gente se sentía totalmente desprotegida. Así, de una manera casi subrepticia, abandonaron la bahía de La Paz la noche del catorce de julio de 1683. Eran 84 hombres los que abordaron la Almiranta. Se había dado un fracaso más en la larga cadena de intentos por colonizar y evangelizar California.

La Balandra y la Almiranta

Desde principios de julio de 1683, la Balandra llegó a la bahía de La Paz, y la estuvo explorando. No fue sino hasta el día 19, cuatro días después de la salida de Atondo, que su capitán Diego de la Parra desembarcó y encontró abandonado el incipiente poblado de Nuestra Señora de Guadalupe de Californias. De la Parra siguió buscando a Atondo en la parte sur de la península, pero nunca lo encontró. Ante el amotinamiento de sus hombres regresó a Mazatlán y no volvió a encontrarse con Atondo. Recordemos que cuando inició la expedición, partiendo Atondo de Chacala en enero de 1683, la Balandra se quedó a esperar a más hombres, y así salió hasta diez días después siguiendo a Atondo. De ahí fue un rosario de desgracias y contratiempos que le impidieron continuar a California hasta el primero de julio. (80)

Por su parte la Capitana nunca volvió a la bahía de La Paz porque, una vez surtida de provisiones, ganado y caballos en el puerto del Yaqui al dar vuelta para las Californias tuvo grandes contratiempos del mar alterado, y de los vientos enfurecidos y contrarios. Tres veces se vio obligado a arribar a Yaqui después de haber andado a vista de California sin poder tomar tierra, guaresciéndose en las islas cercanas. Padeció entretanto muchas tormentas y peligros de zozobrar, mucha falta de agua y muerte de los ganados, hasta que habiendo arribado la tercera vez a Yaqui, tuvo noticia de que el Almirante había pasado al puerto de San Lucas… determinó ir a buscarlo allá. (81) Hacia fines de agosto de 1683 la Capitana finalmente se reunió con la Almiranta en el puerto de San Lucas, Sinaloa.

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