Kitabı oku: «Salud del Anciano», sayfa 25

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5. Causas de vulnerabilidad

En general, los ancianos de hoy nacieron en una época en la que la mayor parte de la población vivía en condiciones de pobreza. Además, era frecuente la insuficiente provisión de servicios educativos, especialmente para las mujeres. Lo anterior dio como resultado varias generaciones con un alto grado de analfabetismo y bajos niveles de educación, alta incidencia de problemas de nutrición y recursos insuficientes para fortalecer las redes sociales de protección hacia los ancianos.

Por otro lado, las políticas laborales han dirigido la oferta de trabajo hacia las personas de menor edad, por tanto, los ancianos no cuentan con un ingreso permanente, o no concluyeron el periodo mínimo necesario para contar con una pensión, lo que acentúa su dependencia de terceros (familiares, amigos, comunidad o instituciones públicas) (ver capítulo 13). Este hecho, aunado a la carencia histórica de instituciones formales para el ahorro, así como a una falta de cultura para el mismo y a los bajos ingresos que apenas alcanzaban para sobrevivir, principalmente en zonas rurales, provocó que al término de la vida laboral este grupo poblacional no contara con los ahorros mínimos necesarios para tener una vida digna (es decir, fuera de la pobreza) al final de su etapa laboral.

Por otro lado, en la actualidad, el sistema de protección social es insuficiente, al mismo tiempo, las redes de apoyo familiar y social tampoco alcanzan a evitar los riesgos que enfrentan los ancianos, lo que ocasiona una mayor vulnerabilidad. Así, la vulnerabilidad en sus variadas expresiones como la salud, el hogar, la familia o lo social tiene una causa esencial que son las condiciones materiales de existencia, definidas por la situación económica y social. Si el contexto social en que la persona vivió le permitió tener un empleo formal que le otorgara elementos de seguridad, entre ellos prestaciones laborales y jubilación o pensión, la vulnerabilidad es menor. En contraste, aquellas personas que carecieron de oportunidades laborales tienen un bienestar social nulo o restringido y, por ende, son más vulnerables.

En síntesis, la conjunción de estos elementos tiene como efectos (entre muchos otros) la exclusión social, el abandono, la baja autoestima y la depresión de los adultos mayores ya que su participación en distintas actividades, así como en la toma de decisiones, se ve disminuida. De igual forma su poca independencia económica los hace una carga para el hogar, lo que los vuelve totalmente dependientes de terceros, disminuyendo su calidad de vida y acelerando su deterioro.

Las condiciones adversas de los adultos mayores no afectan únicamente a este grupo etario, sino también a los hogares en los que residen. El hecho de que los hogares en condiciones de pobreza no cuenten con los recursos necesarios para enfrentar gastos en situaciones catastróficas da lugar a que tengan que deshacerse de sus bienes, por lo que tienen una disminución irrecuperable de sus activos ante gastos imprevistos. De este modo, estos hogares aumentan su posibilidad de caer en condiciones de pobreza o de perpetuar la transmisión intergeneracional de la misma, la marginación y el rezago. En la figura 14.2 se muestran las causas de vulnerabilidad en ancianos.


Figura 14.2 Causas de vulnerabilidad en los ancianos

Fuente: Adaptado de Secretaría de Desarrollo Social. Diagnóstico sobre la situación de vulnerabilidad de la población de 70

6. Grupos vulnerables

En el grupo de ancianos se han definido como grupos vulnerables, especialmente, los institucionalizados, los desplazados por conflicto armado y los habitantes de calle.

6.1 Institucionalización

Institucionalización es el término utilizado en geriatría que incluye el cuidado a largo plazo (long-term care, unidades de larga permanencia o de larga estancia, nursing facility, nursing home care unit), ahora llamado de cuidado crónico (chronic care) y se define como un amplio rango de servicios de salud y soporte ofrecidos de una manera informal o formal a personas que tienen discapacidades funcionales en un periodo prolongado de tiempo con el objetivo de maximizar su independencia. A su vez, el cuidado en hogares de ancianos es el modelo de larga estancia más reconocido en el medio. En este modelo, varios tipos de servicios han sido desarrollados, manejados generalmente por enfermeras o por trabajadoras sociales y, menos frecuentemente, por un asistente médico (ver capítulo 62).

Los ancianos institucionalizados presentan un estado de doble vulnerabilidad: ser ancianos y estar institucionalizados. La institucionalización de personas mayores está asociada con menor bienestar y calidad de vida, mayor prevalencia de malnutrición por exceso y por defecto y mayores riesgos de eventos en salud, de pérdida de la capacidad funcional y de mortalidad. No obstante, en el contexto colombiano, la institucionalización se constituye en una medida de respuesta a las múltiples carencias que presenta la población adulta mayor que vive en condiciones de pobreza y pobreza extrema. Según la Encuesta SABE (2016), los adultos mayores en Colombia son quienes sufren más desigualdades económicas y sociales en educación, salud, ingresos y ocupación. Una muestra de ellos es que el 28,4% y el 39,6% de los adultos mayores en Colombia pertenecen a los estratos socioeconómicos 1 y 2.

6.2 Desplazamiento forzado en población geriátrica

Los datos de SABE Colombia (2016) muestran que alrededor del 15% de la población mayor de 60 años ha sido desplazada por el conflicto armado o por la violencia. Entre quienes reportaron haber sido desplazados, la mayoría (87,3%) lo sufrió más de una vez en la vida. Además, alrededor del 3% de los desplazados han sido discriminados por esta condición. Para empeorar la situación, el 15,4% de los que refirieron haber sido desplazados por el conflicto armado o por la violencia también reportan maltrato. Según el informe nacional del desplazamiento forzado en Colombia, las personas mayores representan el 8,5% de la población desplazada; la Red Nacional de Información de la Unidad de Atención y Reparación Integral a las Víctimas indicó que en noviembre de 2016 el país tenía un registro de 538.701 personas mayores víctimas de desplazamiento forzado y, de ellas 50,3% eran mujeres, 10,8% afros y 2,3% indígenas.

Ante la realidad del conflicto armado y del desplazamiento forzado en Colombia, la vulnerabilidad de los adultos mayores se complejiza mucho más. Al modelo de integración social del adulto mayor y su requerimiento de atención diferencial y focalizada en el marco de la salud, la dependencia, el abandono, la soledad, la depresión, la pobreza, la etnia, el género y la edad, se agrega la situación del desplazamiento forzado. Las personas adultas mayores en el país que sufren el desplazamiento forzado se reconocen como víctimas con riesgos e implicaciones particulares en el conjunto de la población desplazada por el conflicto armado en el país. Se configura, de esta manera, un escenario donde las inequidades y las desigualdades estructurales que enfrentan las personas viejas se agravan por el desplazamiento; se agudiza la violación de sus derechos y se refuerza la indignidad de su calidad de vida.

6.3 Habitantes de calle

Se considera habitante de calle aquella persona que no tiene lugar donde dormir o que lo hace en albergues públicos o privados. La tasa de fatalidad en este grupo de personas es casi cuatro veces más alta que la del resto de la población. En un estudio sobre habitantes de calle en Medellín, a pesar de que el promedio de edad era 40 años se encontró una máxima de edad de 65 años, predominantemente hombres, solteros, con bajo nivel de escolaridad, con la mendicidad y el reciclaje reportado por la mitad como la principal actividad para conseguir dinero, y la mitad consumen sustancias psicoactivas. Estas características son similares a las reportadas en otros países. El perfil general encuadra de forma semejante con diversos estudios en los que el habitante de calle se define como varón, proveniente de un medio familiar desfavorecido, soltero, con baja formación laboral y con muy bajo nivel educativo. Además, los habitantes de calle tienen la mayor cantidad e intensidad de problemas médicos, psicológicos y sociales, deterioro cognoscitivo, y los efectos de uso de alcohol y abuso de drogas. Las conductas sexuales de riesgo y el uso de drogas intravenosas aumentan el riesgo de infecciones como VIH y hepatitis viral B y C. Además, los bajos niveles de educación, las precarias condiciones de vivienda, el bajo ingreso, la pobre higiene, los empleos de riesgo, la nutrición deficiente y el limitado acceso a los servicios de salud aumentan la vulnerabilidad y predisponen a esta población a sufrir infecciones infectocontagiosas como la tuberculosis y el sida que se convierten en problemas de salud pública.

7. Medidas de la vulnerabilidad social

En geriatría y gerontología el término de vulnerabilidad social puede ser conceptualizado de una manera amplia como el grado en el cual la situación socioeconómica torna susceptible a un anciano de presentar problemas de salud, sin embargo, estas circunstancias son complejas e interactúan con múltiples factores. Una medición de vulnerabilidad debería incluir esta complejidad de interacciones, posibilitar la identificación de esos déficits o problemas sociales y económicos, además de sus factores relacionados, tanto en ancianos de la comunidad, como en medios clínicos y cuidados a largo plazo, que permitan predecir consecuencias adversas de salud y planear potenciales planes de intervención. Así, una medición de vulnerabilidad social debería permitir la identificación de factores relacionados en el individuo, en sus relaciones más cercanas con su familia y amigos, en su vecindario y en la sociedad en general. Frente a esta exigencia, el modelo ecológico social de vulnerabilidad es una forma útil para analizar la vulnerabilidad social en ancianos. Fue propuesto por Andrew y Keefe (Ver figura 14.3).


Figura 14.3 Dimensiones de análisis de la vulnerabilidad según el modelo ecológico social de vulnerabilidad

Fuente: Adaptado de Andrew MK, Keefe JM. Social vulnerability from a social ecology perspective: a cohort study of older adults from the National Population Health Survey of Canada. BMC Geriatrics. 2014;14:90. doi: 10.1186/1471-231814-90

Las siete dimensiones emergentes de la vulnerabilidad social tienen interrelaciones estrechas y complejas y están situadas dentro del marco ecológico que incluye esferas de influencia del individuo, familiares cercanos, amigos, grupos de pares más amplios, instituciones, comunidad y sociedad.

8. Consecuencias de la vulnerabilidad social

El contexto social es clave para comprender los procesos de salud y enfermedad no solamente de los individuos, sino también de las poblaciones. De esta forma, la vulnerabilidad social ha sido asociada con consecuencias de salud que son muy importantes en geriatría y gerontología, entre ellas se encuentran la capacidad funcional, la movilidad, la función cognoscitiva, el bienestar mental, la autopercepción de salud, la fragilidad, la comorbilidad y la muerte.

La vulnerabilidad social de individuos y colectivos de población se expresa de varias formas, ya sea como fragilidad e indefensión ante cambios originados en el entorno; como desamparo institucional desde el Estado que no contribuye a fortalecer ni cuida sistemáticamente de sus ciudadanos; como debilidad interna para afrontar concretamente los cambios necesarios del individuo u hogar para aprovechar el conjunto de oportunidades que se le presentan, y como inseguridad permanente que paraliza, incapacita y desmotiva la posibilidad de pensar estrategias y actuar a futuro para lograr mejores niveles de bienestar.

Capítulo 15
Familia, género y envejecimiento
1. Familia y arreglos familiares

Actualmente hay diversas concepciones de familia. Las razones de la multiplicidad de nociones se deben a su carácter dinámico. La familia es una institución multifacética y compleja que tiene aspectos biológicos, psicosociales, económicos, políticos y legales, aunado a ellos están las valoraciones culturales. Además, como el individuo cambia constantemente a medida que avanza en su curso de vida, los miembros de la familia crecen, maduran, la abandonan y envejecen. Los individuos tienden a vivir más tiempo, pero también las familias en todas sus tipologías alargan su proceso de reemplazo y desaparición.

La familia es una organización social que se estructura en torno las relaciones parentales y los vínculos emocionales. Respecto al parentesco se distingue la consanguinidad, la alianza y la adopción. No necesariamente tienen que estar los tres, con uno de ellos se estructura el ordenamiento familiar, en cuanto a los vínculos emocionales pueden configurarse desde el afecto o el desafecto. La familia como ordenamiento marca la regulación de la sexualidad, la convivencia y la sobrevivencia. Constituye un escenario de socialización y sociabilidad, a través de la crianza, el cuidado y los enlaces intergeneracionales, por lo mismo, también en ella se evidencian los cambios y transformaciones sociales.

La familia, como mediadora entre los individuos y la sociedad, tiene que ajustarse continuamente a las nuevas demandas emergentes en la sociedad. Esto implica una transformación en las relaciones intrafamiliares y extrafamiliares de género y edad. A medida que los potenciales y las contribuciones de los miembros de familia se van modificando, la estructura y funcionamiento internos se ajustan. Conforme la familia avanza en su ciclo vital, surgen nuevas contribuciones a la sociedad, como también nuevas expectativas familiares.

En la relación familia y envejecimiento se identifican dos aproximaciones analíticas: el curso de vida y el ciclo de vida familiar. El enfoque del curso de vida se refiere al sentido otorgado a la edad en diversos grupos sociales y a la posición que las personas logran en diferentes etapas de la vida. En este sentido, la relación entre las personas mayores y el resto de los miembros de la familia es dinámica y cambiante. La percepción de la familia que tienen los miembros de más edad es diferente a la que cultivan los miembros más jóvenes. Para los viejos, la familia es la principal fuente de satisfacción, los ancianos conocen perfectamente el papel de cada uno de los miembros, según la estructura tradicional, y siguen actuando en consecuencia. En cambio, el resto de los miembros de la familia organizan su realidad social a partir de redes en las que los grupos de edad revisten una importancia central.

El enfoque del ciclo vital familiar se refiere a las etapas por las que atraviesa la familia en cada una de las cuales cambia su composición y enfrenta distintas tareas bajo diversas modalidades. En la vejez la familia asume tareas diferentes, dado que la obtención de recursos para satisfacer las necesidades y afectos pueden provenir de fuentes que no siempre se asimilan a aquellas de las etapas anteriores porque, a medida que avanza la edad, las necesidades y aspiraciones de las personas cambian y con ello también cambian las posibilidades del entorno para satisfacerlas. Por lo anterior, el apoyo familiar gana importancia relativa, especialmente, entre los grupos con bajos ingresos y que no cuentan con apoyo institucional.

La familia nuclear clásica, con su división de trabajo por género, funciones y estructura jerárquica de poder representa hoy solo una pequeña minoría de familias. En la sociedad actual se observa el surgir de una gran variedad de formas y estructuras familiares en las que las funciones tradicionales de hombres y mujeres cambian, se funden y se modifican. Con esta variedad de formas, la familia demuestra ser una de las instituciones socialmente construidas más flexible y resiliente, contrario a lo que generalmente se pensaba.

En la actualidad, el vocablo familia significa realidades heterogéneas. A la familia integrada por padre, madre e hijos que viven en la misma morada (familia nuclear), se contrapone un conjunto disímil y muy variado de arreglos familiares. Existen familias compuestas por personas adultas de distinto o igual sexo, unidas o no en matrimonio, con hijos propios o provenientes de uniones anteriores de uno o ambos miembros de la pareja, familias monoparentales, familias recompuestas o familias extensas. El auge y la variedad de organizaciones familiares constituyen parte de esta realidad cambiante y compleja del tercer milenio. Las transformaciones que experimenta la familia en su estructura, roles y funciones no pueden ser desconocidas, ni negada su influencia en la conformación de las identidades masculinas y femeninas y de los roles de género del presente y del futuro. América Latina no es ajena a este fenómeno mundial. Las familias durante el siglo XX experimentaron cambios económicos, políticos, sociales, demográficos y culturales. Entre los cambios económicos se encuentra el proceso de urbanización y los consecuentes procesos migratorios. Otro cambio importante fue el paso de una economía centrada en la agricultura hacia una basada en la industria y los servicios o actividades del sector terciario. Colombia ha pasado de ser una sociedad tradicional agrícola, donde se consideraban importantes el saber y el poder de los viejos, lo cual les garantizaba autoridad y respeto, a ser una sociedad de transición hacia lo moderno-urbano, en la cual se da más valor social al trabajo, a la productividad y al desarrollo tecnológico, lo cual garantiza el poder, la autoridad y el respeto a los adultos jóvenes.

Junto a ello se ha dado también un proceso de flexibilización de los procesos productivos acompañado de una precarización del empleo lo que ha generado una devaluación de la fuerza de trabajo que coincide con el crecimiento de la demanda de empleo, pero también con el aumento en las horas invertidas a las actividades extra-domésticas. La participación económica femenina es otro gran cambio que sin duda ha tenido efectos sobre la dinámica de las familias en Latinoamérica.

En este contexto, han variado las expectativas sociales sobre la vejez y la familia que existían en las sociedades industriales. El aumento de la esperanza de vida y la disminución de la fecundidad conllevan un debilitamiento de las estructuras familiares entre las diversas generaciones. Se ha ampliado la diversidad en las formas familiares, normas y costumbres, lo que a su vez implica gran heterogeneidad en la situación de los ancianos en sus relaciones familiares.

Hoy las personas están envejeciendo en familias intergeneracionales que son cuantitativa y cualitativamente diferentes de las de sus antepasados. No solo ha cambiado la estructura, que se ha alargado por el aumento de las generaciones y la disminución de los miembros pertenecientes a una generación, sino también se ha modificado la duración de los roles y relaciones familiares. En lugar de familias de dos o a veces tres generaciones, ahora pueden encontrarse familias de cuatro generaciones. Además, el número de años que las personas mayores pueden ejercer sus roles familiares ha aumentado de forma significativa. Los padres pueden seguir formando parte de las vidas de sus hijos durante medio siglo. Como abuelos los lazos con sus nietos adultos, e incluso con sus biznietos, pueden durar veinte años.

Otros rasgos de la revolución demográfica que han contribuido a los cambios en la vida familiar de los ancianos incluyen variaciones en el tiempo dedicado a la procreación y crianza de los hijos, al número de hijos y al hecho de no tenerlos. Influye igualmente el aumento de las familias monoparentales, el divorcio y la presencia de familias recompuestas. Una peculiaridad de la nueva estructura familiar como resultado del declive de la mortalidad y fecundidad es lo que se denomina “verticalización”, significa que aumenta el número de generaciones vivas y se incrementan las posibilidades de mantener relaciones intergeneracionales, al tiempo que se contraen las relaciones intrageneracionales al disminuir el número de miembros de una generación. Ese proceso tiene implicaciones en otros factores, como en la complejidad y potencialidad de las relaciones intergeneracionales y de las modalidades de convivencia multigeneracional.

Las personas en el futuro envejecerán teniendo más vínculos familiares verticales que horizontales. Al tiempo que aumentan los abuelos y bisabuelos, disminuyen los hermanos, tíos y primos. Hace un siglo era probable encontrar familias de tres generaciones conviviendo en un mismo hogar. En la actualidad, aunque haya más generaciones, es más común que una persona anciana viva sola o con su cónyuge, especialmente en los países desarrollados, lo que no significa que no siga manteniendo intensos lazos afectivos y emocionales con su familia.

Producto de los cambios socioculturales y de su impacto sobre la unidad familiar, la primera característica de la familia colombiana de hoy es la coexistencia de una diversidad de tipologías. Unas tradicionales correspondientes a las diversas regiones y etnias y, otras modernas producto del ajuste a los contextos urbanos o rurales o de las condiciones socioeconómicas de los distintos estratos sociales. La diversidad de tipologías familiares surge del tipo de unión y del tipo de relaciones funcionales entre los miembros.

Así, observamos en el país, familias legales conformadas a través de matrimonio católico o civil que concurren con familias de hecho conformadas por madres solteras, uniones libres y concubinatos en diferentes modalidades. Pero también coexisten familias nucleares completas e incompletas, con familias extensas y con familias reconstituidas nucleares o extensas, producto de las rupturas y posteriores uniones. Todas ellas, pueden ser de tipo patriarcal o presentar tendencias democráticas.

Además, en Colombia las transformaciones causadas por la urbanización y la industrialización, así como el auge de la violencia, han llevado a transformaciones en la estructura y funciones de la familia, que hoy se caracteriza por la ilegalidad de las uniones, la inestabilidad en las relaciones de pareja y las sucesivas recomposiciones conyugales que dan origen a múltiples formas de unión y de relaciones de parentesco. Esto ha llevado a que el anciano sea visto, sobre todo en las ciudades, como un estorbo o una carga cuando no aporta económicamente.

Sin embargo, a pesar de los cambios, la familia en nuestra sociedad representa el principal núcleo de convivencia y a lo largo de la vida suceden muchos cambios positivos y negativos que permiten que estos lazos se mantengan e incluso se vuelvan más fuertes, por ejemplo, en cuanto a las relaciones y apoyo familiar, a pesar de la creencia común de que el anciano de la sociedad contemporánea ha sido abandonado por su familia, las investigaciones indican lo contrario.

De acuerdo con la CEPAL (2014) a partir de las estimaciones generales sobre las dinámicas familiares en América Latina, los cambios en la estructura y el tamaño familiar, así como en las dinámicas de iniciación y división interna, muestran un distanciamiento del modelo centrado en un núcleo biparental en favor de arreglos más diversos, con edades en promedio más avanzadas, menores niveles de dependencia y mayor número de aportantes mujeres. Los datos estarían indicando, además, un paso gradual del modelo del hombre proveedor a modelos de doble ingreso o de provisión femenina.

El modelo más importante de familia nuclear, la biparental con hijos se redujo, solo una tercera parte de los ancianos en Colombia vive en familias nucleares (SABE, 2016), este modelo coexiste con la familia extendida de tres generaciones, las familias nucleares monoparentales, principalmente a cargo de mujeres, los hogares unipersonales, las familias nucleares sin hijos, los hogares sin núcleo conyugal y las familias compuestas. Es decir, existe gran variedad de arreglos familiares: las personas pueden optar por vivir solas, en parejas sin hijos, en hogares monoparentales, en uniones consensuales o en uniones homoparentales.

También se sabe de un creciente número de familias recompuestas (parejas que se unen y traen sus hijos de uniones anteriores y de otros padres), así como de familias a distancia producto de las migraciones de alguno de sus integrantes. Estudios de caso muestran cambios importantes en la percepción de quienes son integrantes de esas familias, la mayor individuación de sus miembros y la aceptación de diversas lógicas afectivas en la misma familia. La mayor presencia generacional en las familias implica estrategias para ayudar a los familiares adultos mayores en las diferentes modalidades de soporte o cuidado (ver capítulo 33).

El tipo de residencia tiene implicaciones importantes para la calidad de vida de los ancianos, en especial en un contexto de restricciones económicas y pobreza. La convivencia con parientes o no parientes, que en algunos casos puede no ser una opción deseada, crea un espacio privilegiado en el que operan las transferencias familiares de apoyo no solo económico, sino también instrumental y emocional.

Otra de las consecuencias más notables en torno a la familia es la transformación del modelo de familia con hombre proveedor. Este modelo corresponde a la concepción tradicional de la familia nuclear en la que están presentes ambos padres junto con sus hijos, la madre se desempeña como ama de casa de tiempo completo y el padre es el único proveedor económico. El aumento en los niveles educativos y la creciente incorporación de la mujer al mercado laboral lleva a transitar del modelo con “hombre proveedor” al de “familias de doble ingreso”. Para América Latina, entre 1990 y 2005 la tasa de participación laboral femenina en las zonas urbanas de 18 países aumentó de 46% a 58% (CEPAL, 2007), pero su crecimiento se ha estancado debido a las brechas de género existentes en la región, de hecho, el 78,1% de las mujeres que están ocupadas lo hacen en sectores definidos por la CEPAL como de baja productividad, lo que implica peores remuneraciones, baja cobertura de la seguridad social y menor contacto con las tecnologías y la innovación (CEPAL, 2018).

Según la CEPAL (2014), en América Latina aún la gran mayoría de los hogares son de tipo nuclear; les siguen en importancia las familias extendidas, luego los hogares unipersonales y los hogares sin núcleo (aquellos donde no existe un núcleo conyugal o una relación padre/madre-hijo/hija, aunque puede haber otras relaciones de parentesco) y, finalmente, las familias compuestas (padre o madre o ambos, con o sin hijos, con o sin otros parientes y otros no parientes). Sin embargo, actualmente en la mayoría de las familias latinoamericanas la mujer ha dejado de ser exclusivamente ama de casa para ingresar al mercado laboral y constituirse en un nuevo aportante al ingreso familiar. El modelo más tradicional de familia nuclear con ambos padres e hijos, en el cual la mujer realiza trabajo solamente al interior del hogar solo alcanza a uno de cada cinco hogares latinoamericanos urbanos.

Este cambio ha significado que en la actualidad una alta proporción de los integrantes de las familias en América Latina busquen alcanzar un equilibrio entre las responsabilidades laborales y las relacionadas con el cuidado del hogar. Las mujeres son principalmente afectadas por esta transición, ya que se mantiene la expectativa cultural de que las madres (reales o potenciales, es decir, todas las mujeres) sigan asumiendo la responsabilidad principal por los cuidados del hogar y, por otro lado, que participen en el mercado laboral. Pero mientras se ha ampliado el acceso de la mujer al trabajo remunerado, lo que consume el tiempo destinado a cubrir las responsabilidades familiares, no se ha producido un cambio equivalente en la redistribución del tiempo que los hombres dedican al trabajo y al hogar, por tal razón, la sobrecarga de trabajo ha recaído entre las trabajadoras, especialmente, en las madres con hijos pequeños.

Otra tendencia creciente es el aumento de las familias con jefatura femenina que ha adquirido visibilidad y se ha analizado ampliamente en la región latinoamericana. Desde una perspectiva demográfica, se relaciona con el aumento de la soltería, de las separaciones y divorcios, de las migraciones y de la esperanza de vida. Desde un enfoque socioeconómico y cultural, obedece al aumento de la educación y a la creciente participación económica de las mujeres que les permiten la independencia económica y la autonomía social para constituir o continuar en hogares sin parejas. Actualmente, casi un tercio de las familias en América Latina están encabezadas por mujeres.

Durante las últimas décadas, las tendencias más destacadas de la estructura familiar han sido:

• Disminución progresiva en el tamaño de los hogares y envejecimiento de los jefes.

• Aumento de la proporción de hogares con jefe mujer.

• Incremento de la unión libre y de los separados entre los jefes de hogar y disminución de los casados y solteros.

• Incremento de los hogares unipersonales, disminución de los compuestos y aumento de las familias compuestas.

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