Kitabı oku: «Salud del Anciano», sayfa 26

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• Disminución considerable de la proporción de mujeres jefe dedicadas a los oficios del hogar.

• Acercamiento progresivo entre los niveles educativos de los jefes de hogar hombres y mujeres.

• Cambios en la composición socio-ocupacional de los jefes de hogar.

• Diferenciación en las tasas de desempleo y los niveles de ingreso entre los hogares, por tipo de familia y por género del jefe.

La corresidencia familiar es muy común en América Latina, en especial la multigeneracional. Las personas mayores tienden a vivir con familiares de distintas generaciones, lo que implica que las recomendaciones políticas que se derivan del envejecimiento doméstico afectan no solo a las personas mayores sino a varios miembros del hogar. Estas situaciones expresan nuevos sentidos e interrelaciones funcionales al interior de las familias y entre ellas, como instancias de la vida privada, y también en las esferas económica y política.

• En torno al envejecimiento, son evidentes tres situaciones de corresidencia familiar:

• Personas mayores jefes de hogar.

• Personas mayores no jefes de hogar, pero que viven en un hogar con un jefe persona mayor.

• Personas mayores no jefes de hogar en los que el jefe es menor de 60 años.

Uno de cada tres hogares colombianos cuenta con la presencia de ancianos. Esto quiere decir que cualquier política social orientada a las personas de 60 años o más afectará más contundentemente a los hogares que a los individuos. La presencia de personas mayores en los hogares no necesariamente se asocia a una “carga” o dependencia del anciano. Por el contrario, en una proporción importante de las familias, los jefes de hogar son personas mayores. Resultados del estudio SABE Colombia muestran que 64% de los mayores de 60 años son jefes de hogar. Pero los ancianos no solo son jefes en los hogares con personas mayores, sino que la jefatura de hogar ejercida por un anciano es importante en todos los hogares y cada vez lo es más.

De otro lado, a cohabitación es un “mecanismo de apoyo intergeneracional, en particular de protección durante la vejez, pero sin suponer a priori que el único flujo posible es de jóvenes a viejos”. La corresidencia con personas mayores puede considerarse como una respuesta de los hogares a la protección familiar, como una forma de enfrentar los mayores costos de la salud y las necesidades de atención derivadas del envejecimiento individual. Sin embargo, la corresidencia intergeneracional también puede ser un mecanismo de apoyo de las cohortes mayores hacia las más jóvenes cuando estas últimas enfrentan periodos de crisis económica.

El estudio SABE Colombia muestra que alrededor de una tercera parte de los ancianos vive en familias nucleares, igual proporción, en familias extensas, una quinta parte vive en familias compuestas y 9% en familias unipersonales. En mayor proporción los hombres tienden a vivir en familias nucleares, mientras que las mujeres viven principalmente en familias extensas. Menor proporción de hogares unipersonales se presenta en los grupos de edad más jóvenes (60-64 años) y en los de 80 y más años, el porcentaje de hombres que vive solo es mayor (10,4%) que el de las mujeres (8,1%). En lo que respecta a los convivientes, como se mencionó, 9,2% viven solos, 51% vive con el cónyuge, 59% con los hijos, 37% con nietos, 17,3% con parientes y hermanos y 14% con otras personas. El promedio general de convivientes es 3,1.

Los hogares unipersonales merecen especial atención. Son un indicador por excelencia de la tensión entre la individualización, la autonomía e independencia del espacio cotidiano y la dependencia de residencia y doméstica del grupo familiar. Este tipo de hogares son alternativas que se producen ya sea por elección (decisión personal), por situación (separación, divorcio, muerte) o por condición (migración, desplazamiento, trabajo o educación).

Para muchos ancianos, la opción del hogar unipersonal se constituye en una expresión de calidad de vida y en un aporte a la autonomía e independencia, en contravía de lo que plantea el imaginario de la soledad, el abandono familiar y la existencia de débiles vínculos afectivos. El hogar unipersonal es una expresión de la construcción de la confianza en sí mismo y en los demás. La familia y el hogar son referentes fundamentales en la vida cotidiana de las personas. Su lugar social, económico, cultural incluso político se traduce en la conexión entre dependencia y cuidado. A su vez, es un escenario que se vincula con el imaginario social de la relación vejez, dependencia, cuidado, familia y hogar, y pone el acento en una ética de la reciprocidad y la responsabilidad familiar y parental en términos del cuidado. La tendencia creciente hacia los hogares unipersonales de ancianos y hacia los conformados exclusivamente por personas mayores tiene implicaciones en términos de las necesidades de cuidado por fuera del hogar, ya sea provista por otros hogares –con o sin pago–o por instituciones especializadas en cuidado, a medida que estas personas mayores se hacen más viejas (envejecimiento individual) y su salud es más frágil.

En cuanto al estado civil, en la ancianidad los hombres tienen más probabilidad de estar casados que las mujeres, debido a las pautas diferentes de edad del matrimonio, a la mortalidad diferencial por sexos y a la mayor tendencia de los hombres con respecto a las mujeres de volver a casarse tras la viudez o divorcio. Las mujeres pueden pasar mucho tiempo de su vida como viudas. Aunque ha disminuido el número de mujeres que quedan viudas antes de los 50 años, su mayor esperanza de vida hace que permanezcan mucho más tiempo que antes en ese estatus. Los hombres, debido a que tienden a casarse con más edad que las mujeres y a que su esperanza de vida es más corta, tienen más probabilidad de morir antes de experimentar esa duración en los roles y estatus familiares. La viudez supone cambios profundos y pérdidas de carácter objetivo y subjetivo y se ha demostrado que tiene consecuencias negativas en la salud y la mortalidad. Los hijos que suponen en general un apoyo importante para los padres lo son aún más en la viudez. Cuando los ancianos necesitan apoyo social y cuidado lo reciben en general en este orden: del cónyuge, de un hijo/a, de otros familiares. Los hijos son lo que proporcionan más apoyo emocional, instrumental y material, en forma de compañía, afecto, apoyo con actividades diarias, los cuidados y atención personal y doméstica y dinero en efectivo. Por otra parte, los amigos y vecinos suelen proporcionar apoyo afectivo y compañía.

Las personas ancianas divorciadas han sido poco estudiadas y no se conoce adecuadamente el impacto del divorcio en la ancianidad en las relaciones con hijos y nietos, ni qué apoyo pueden recibir los padres que no tuvieron la custodia legal de los hijos. Algunos ancianos vuelven a casarse y otros permanecen solteros siempre. Dado que la mayoría de las personas solteras no han tenido hijos, reciben soporte de otros miembros de la familia y tienen más probabilidades de institucionalización que las que sí tienen hijos. Por otro lado, el haber sido siempre solteras ha hecho que la mayor parte de estas personas haya adquirido habilidades para vivir de forma independiente y solas, por lo que no experimentan el impacto negativo de la viudez o del divorcio, además, tienen mejor salud física y mental que las personas divorciadas y viudas.

Según el estudio SABE en Colombia, el 39% de las personas mayores de 65 años están casadas, el 22% son viudas, el 13% son solteras y el 12% están separadas o divorciadas. Aunque la pérdida del cónyuge es más frecuente en las mujeres, es importante destacar la viudez como un factor de riesgo social para los hombres, debido a la dependencia vinculada a la condición masculina, generada por la necesidad de cuidado, especialmente en los aspectos domésticos; como también la obligación femenina de velar por los padres y madres ancianos aún en condiciones de precariedad. Son varios los factores que influyen en que los miembros de una familia extensa compartan la vivienda, como pueden ser la edad, el género, el estado civil y la salud, así como la necesidad económica.

Resultados del estudio SABE en su componente cualitativo en torno a la calidad de vida muestran que la familia es uno de los temas recurrentes en las conversaciones cotidianas. Es el referente de lo que se hizo, se logró y se tiene. Cuando se aborda el tema de familia frecuentemente aparece su consideración como escenario de solidaridad, reciprocidad y acompañamiento.

2. Género y envejecimiento

En la sociedad de hoy no es lo mismo envejecer siendo mujer que hacerlo siendo hombre, sobre todo, si se tienen en cuenta los numerosos aspectos de tipo personal, social y profesional que a lo largo de la vida han hecho significativamente diferentes las vidas de las mujeres y de los hombres, tanto en lo que se refiere a las trayectorias personales, emocionales y profesionales, como a la diferente implicación que han tenido en las tareas de cuidado y sostenibilidad de la vida.

Hombres y mujeres sufren discriminación en la vejez, pero su experiencia es diferente. Las relaciones de género estructuran el curso de vida desde el nacimiento hasta la edad madura e inciden en el acceso a los recursos y en las oportunidades, además de configurar las opciones de vida en todos los estadios vitales. Prueba de ello es la vulnerabilidad a la que se ven expuestas las mujeres ancianas: por lo general, tienen menos años de estudio, reciben menores ingresos que los hombres durante su vida laboral y llegan a la vejez con desventajas económicas y sociales.

En la vejez las mujeres pueden ver agudizados los problemas que deben enfrentar. Su mayor longevidad implica que un alto porcentaje de ellas se encuentre en situación de viudez, lo que conlleva muchas veces soledad y abandono. Aun así, muchas continúan desempeñando un papel importante en la familia, como jefes de hogar o encargadas de la crianza de los nietos. Incluso en edades avanzadas, pueden ser la única fuente de provisión de cuidados ante situaciones de enfermedad y discapacidad. Esta mayor proporción de mujeres en la edad avanzada y la mayor longevidad en comparación con los hombres es lo que se ha denominado “feminización del envejecimiento”. Dada esta feminización del envejecimiento, en la sociedad posmoderna es frecuente un falso estereotipo, del “rol sin sexo”, según el cual entre ancianos las características femeninas y masculinas se aproximan, las diferencias se diluyen y los hombres asumen papeles que antes eran competencia exclusivamente femenina.

Desde una perspectiva de género, en la literatura médica se encuentra una marcada tendencia, expresada de dos maneras, de un lado, los investigadores asumen que hay diferencias por género y han establecido modelos separados para cada uno, pero la mujer se compara con el ideal normativo del modelo masculino, dentro del paradigma de la dominación masculina. De otro lado, el género se incluye como una variable simple de análisis, estrategia particularmente problemática puesto que se trata a las mujeres como si fueran hombres, usando modelos que fueron desarrollados para evaluar experiencias masculinas, de allí el falso estereotipo de la ausencia de género al envejecer. Sin embargo, la edad per se no elimina las diferencias debidas al género y estas son tan evidentes como en otros grupos de edad.

Existen diferencias claras, por ejemplo, una mayor concentración de pobreza en mujeres ancianas, el nivel de ingresos de ellas es menor que el de los hombres, y la regla, más que la excepción, es que ellas sean dependientes económicamente ante la ausencia de ingresos propios. Esta dependencia se deriva posiblemente de las marcadas diferencias en la ocupación: en Colombia, los hombres trabajan y se jubilan, las mujeres no hacen nada (son amas de casa) o gastan su tiempo en actividades no remuneradas, por esto no perciben un salario y, además, jamás se jubilan. Esto trae consecuencias en muchos aspectos, entre estas se encuentra el acceso a los servicios, puesto que las limitaciones en ingresos restringen el acceso a servicios y oportunidades.

Las mujeres tienen mayor expectativa de vida que los hombres. De hecho, en promedio, una mujer vive 7,4 años más que un hombre, sin embargo, aunque viven más tienen más desventajas y requieren mayor cuidado. Los hombres tienen más altas tasas de mortalidad, mientras que las mujeres tienen más altas tasas de discapacidades no letales, particularmente, las asociadas con problemas músculo esqueléticos. Se espera que ellas tengan mayores periodos de discapacidad funcional o mayor probabilidad de institucionalización, es posible que a los 65 años las mujeres tengan 10,6 años libres de discapacidad, solo 1,3 más que los hombres. Esto ocurre con mayor frecuencia después de los 75 años y se refleja en problemas en las AVD físicas, lo cual implica mayor necesidad de cuidado y atención. Existe menor reporte de discapacidad y limitación entre los hombres, pero cuando ellos las padecen son más frágiles y tienen mayor riesgo de muerte.

Desde una perspectiva cultural, cabe esperar que hombres y mujeres muestren distintas maneras de afrontar y explicar sus procesos de envejecimiento. Algunos estudios evidencian que en la segunda mitad de la vida se produce un entrecruzamiento de roles, según el cual las funciones asignadas a cada uno de los sexos se difuminan y van quedando definidas de forma menos marcada, de manera que los hombres se hacen progresivamente más dependientes y afectivos, mientras que las mujeres son más independientes y asertivas. La edad avanzada permite una reorganización de los roles de género en muy diversos sentidos. Las mujeres se benefician de los valores expresivos, incluyendo la interconexión y el cuidado, como parte del rol femenino. Otra ventaja es su habilidad para verse a sí mismas y sus vidas como valiosas y significativas. Los valores de cuidado y de intercambios afectivos, que son los más importantes para las mujeres durante toda su vida, se mantienen en la vejez y se vuelven también más importantes para los hombres a esa edad. Desde este punto de vista, podría decirse que los valores de la vejez se hacen cada vez más femeninos, mientras se muestran en recesión los más masculinos del trabajo y de la vida pública.

No hay que olvidar que, desde los patrones tempranos de socialización, el género influye en la formación de relaciones; las mujeres son más propensas y afectas a hacer y recibir visitas y desarrollan destrezas que les facilitan las relaciones sociales, no solo tienen más amigos sino confidentes y se adaptan más a los cambios. Las mujeres aun en la vejez crean potentes redes de amistad, vecindad y comunidad que suponen espacios de apoyo y solidaridad que dan sentido a su proyecto de vida en un momento en el que se hace necesario reorganizar la escala de valores. En el ámbito de las relaciones interpersonales las mujeres son expertas en la creación y mantenimiento de redes de amistad, vecindad y comunidad, entramados que suponen un apoyo inestimable en las situaciones difíciles y frente a las pérdidas que suelen acompañar el transcurso de los años. Estos vínculos facilitan, además, una gran actividad y compromiso, tanto en la propia vida personal como en el cuidado de la comunidad creada con otras mujeres. Pero si hay mayores niveles de discapacidad, las mujeres tienen al final de la vida mayores restricciones, experimentan mayor aislamiento social y se sienten carga para otros, con las consecuentes implicaciones para su autoimagen, autoestima y autonomía.

Las ancianas de los próximos años, beneficiarias de las nuevas posiciones feministas, se enfrentarán a la vejez con experiencias laborales, económicas, familiares, de poder y estatus diferentes a las de sus predecesoras y, por tanto, dispondrán de mayores recursos económicos, sociales e intelectuales. Todo ello exigirá una redefinición de los roles tradicionales relativos a la pareja, la familia, el trabajo remunerado, el dinero, el sexo, entre otros.

Vivir más años ha alargado el tiempo en que se detentan estatus y se asumen roles familiares. Dado que las mujeres viven más que los hombres, la duración de los roles es diferente para unas y otros. Las personas en la actualidad, y sobre todo las mujeres, pueden esperar vivir al menos la mitad de su vida como hijas. Además de los estatus y roles como padres prolongados a lo largo del tiempo, también tienen lugar los que corresponden a los abuelos. La prolongación de la vida permite, especialmente a las mujeres, conocer a sus nietos como niños, adolescentes, jóvenes e incluso como padres y madres. Una mujer en la actualidad puede tener la probabilidad de pasar alrededor de la mitad de su vida siendo abuela.

El futuro en sociedades envejecidas, en las que las distintas fases del curso de vida se han alargado, donde las personas viven más años, pero en mejor estado de salud que sus antepasados, las perspectivas sobre los ancianos como miembros que contribuyen al bienestar de la familia y también de la sociedad serán mayores.

3. Solidaridad familiar intergeneracional

Suele pensarse que los lazos familiares entre generaciones se han debilitado en las sociedades actuales por los cambios experimentados en la familia, pero lo que ocurre es que la familia atiende y cuida de otra manera. Por otra parte, no puede dejar de considerarse la influencia de las estructuras en el comportamiento de las personas y las familias. De esta forma, cuando los servicios provistos por el Estado son amplios y accesibles, las familias no necesitan involucrarse de la misma forma en el apoyo instrumental como cuando aquellos son escasos y poco accesibles. Tampoco puede olvidarse que los ancianos no son solo receptores de ayuda, sino que también realizan una serie de aportes de carácter material, económico y afectivo a los demás miembros de la familia.

En los países en desarrollo donde el proceso de envejecimiento ha sido más rápido y reciente, las históricas condiciones socioeconómicas no han permitido instaurar medidas suficientes para cubrir las necesidades de esta población.

En muchos países, los ancianos apenas reciben protección formal, excepto los jubilados y pensionados, que constituyen una minoría que ejerce de manera relativamente eficaz sus derechos. El resto de la población de edad avanzada, por las dificultades en los servicios de salud, el poco acceso a los planes de pensión y la exclusión del mercado laboral formal, no tiene acceso a mecanismos institucionales para satisfacer sus necesidades y “aparentemente” depende de su familia en la sobrevivencia cotidiana, pero también de otras expresiones de las redes sociales de apoyo para mantener vínculos afectivos, conservar información estratégica en la cotidianidad y, en conjunto, preservar cierta calidad de vida.

Otro aspecto importante de las relaciones intergeneracionales es el relacionado con los cambios en la morbilidad y su impacto en la solidaridad familiar. Cuidar a un anciano con una enfermedad crónica significa una gran carga y una responsabilidad emocional para toda la familia. Las prescripciones médicas y de cuidado generalmente implican grandes cambios en el funcionamiento de la familia, los ancianos frecuentemente pierden sus propios roles y la familia se ve obligada a cambiar sus patrones de funcionamiento, a modificar el manejo del tiempo y a cambiar los roles familiares, aspectos de los cuales siempre se mantiene alejado al anciano. Como el tiempo pasa y la enfermedad progresa, el entusiasmo familiar decrece después del primer impacto y aumentan la ansiedad, la culpa y el resentimiento. Situaciones como asistir a un control médico pueden generar gran incomodidad familiar ya que, mientras el enfermo dispone de todo el tiempo para ello, quien acompaña al anciano debe dejar su trabajo toda una jornada, además, necesita dinero extra para ayudar a pagar los costos de trasporte, la consulta, los medicamentos, los exámenes, entre otros, lo que genera o aumenta los conflictos familiares.

Durante años la convivencia en hogares multigeneracionales fue asumida como indicador de apoyo. Si se pertenecía a una familia se estaba apoyado. La investigación gerontológica desmintió que esto fuera así. De esta manera, empezó la preocupación por un análisis más detallado de la calidad, frecuencia, efectividad y disponibilidad de los apoyos familiares. Algo que resultó sumamente importante fue la constatación de que pertenecer a una familia no garantiza necesariamente que el apoyo sea constante, ya que este puede variar en el tiempo y en el curso de vida de los individuos. Por eso, hoy, saber sobre la continuidad de la ayuda en la etapa de vejez, en casos de enfermedad o en contextos de escasez económica, resulta fundamental.

Sin embargo, más que la estructura familiar o su funcionamiento (relaciones de poder y toma de decisiones, estrategias de solución de problemas, estilos de expresión emocional, y patrones de comunicación) la calidad del cuidado y la mayor o menor dificultad familiar para adaptarse a los cambios originados por la nueva situación del anciano, tales como dependencia y necesidad de ayuda, están supeditados en gran medida a los patrones previos de relación entre el anciano y los demás miembros de la familia. En América Latina el apoyo más importante proviene de los miembros que conviven en el hogar, seguido por el de los hijos que viven fuera. El apoyo de los hermanos es menor, aunque no despreciable. No se puede olvidar que las transferencias de apoyo familiar operan en doble vía, los ancianos no solo reciben apoyo, también lo brindan.

Una de las fuentes importantes de apoyo y cuidado en la vejez es la familia, en la medida que es la sede de transferencias intergeneracionales de recursos materiales, afectivos y de cuidados, de suma importancia en la vida cotidiana de ancianos. La literatura ha mostrado insistentemente cómo el peso del cuidado recae en las mujeres, hijas y esposas; así mismo, las evidencias indican que la organización familiar se configura de tal manera que se facilite la atención al anciano con dependencia o necesidad de ayuda, pero el número de integrantes es cada vez más reducido lo cual concentra las actividades de cuidado y atención en una o dos personas y, en ocasiones, se carece de apoyos familiares e institucionales. También existen personas con limitaciones en las AVD con dificultades de acceso a la atención médica en una institución de salud, viven solas y carecen de apoyo familiar.

La única posibilidad de garantizar la sobrevivencia del individuo dependiente es que la familia pueda continuar otorgando el cuidado en el largo plazo y, para esto, es necesaria la participación del Estado, a través de políticas sociales dirigidas expresamente a esta problemática. Se debe contar con una política social en torno al cuidado a largo plazo que debe partir de una posición que reconozca el cuidado como un asunto de responsabilidad social, lo cual significa: 1) partir del reconocimiento de que la familia ha asumido esta responsabilidad hasta el momento como suya y con poca ayuda del exterior, pero la sociedad no puede mantenerse al margen y debe asumir también su papel en esta responsabilidad social. 2) El papel del Estado no debe ser marginal, es decir, ser el último recurso social cuando la familia no pueda o no exista, por el contrario, debe tener un papel activo apoyando a la familia, especialmente a las mujeres cuidadoras.

El mito sobre la desaparición del papel de la familia ante el apoyo gubernamental debe leerse en sentido inverso: una mayor participación gubernamental facilitará una mejor distribución de la tarea de cuidar y les permitirá conservar a los miembros de la familia la salud física y mental. Asimismo, una cobertura en servicios médicos más amplia propiciará un mejor cuidado de la salud y un mayor bienestar en la población.

El envejecimiento de la población genera una dinámica familiar cuyas repercusiones reformulan la concepción de los deberes sociales, las formas tradicionales de proveer cuidado y los mecanismos en la distribución de responsabilidades. Este proceso de cambio en la dinámica familiar con respecto al envejecimiento no necesariamente debe representar una nueva problemática que enfrenten las mujeres solas al interior de las familias y de la sociedad.

Un aspecto para destacar en la sociedad actual es el abuelazgo, de acuerdo con Marín y Palacio (2015) “el abuelazgo, entendido como la participación del abuelo en la crianza y cuidado de los nietos, se constituye en un umbral de enlaces intergeneracionales que hacen visibles algunas pistas de los cambios y transformaciones que se producen a partir de la reconfiguración de la propia maternidad, paternidad y filiación; un proceso que expresa dinámicas parentales y formas de organización familiar diferentes”, entrelazando, mediante la filiación, a tres generaciones diferentes. La vinculación con los procesos de crianza y cuidado se da por múltiples razones: la pobreza, la inclusión de la mujer al mercado laboral, el desplazamiento forzado y las desapariciones forzadas, la migración nacional e internacional, el encarcelamiento, la viudez, la separación, la maternidad y paternidad tempranas, madres o padres solos y el abandono de los nietos. De acuerdo con las autoras hay una tendencia que entra en choque o que se fusiona de manera ambigua: la añoranza de la obediencia incondicional e incuestionable al padre, la certeza del control y la vigilancia de los viejos, la división rígida del trabajo entre la razón y la emoción, la naturalización de las jerarquías de parentesco, género y generación y la consciencia de una fragilidad que produce el miedo por la pérdida de la certeza.

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1599 s. 182 illüstrasyon
ISBN:
9789587592597
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