Kitabı oku: «Salud del Anciano», sayfa 3
PARTE 1
Capítulo 1
Historia de la vejez
Durante el largo periodo que va desde el primer anciano que habló de sí mismo, un escriba egipcio hace 4500 años, hasta los albores del siglo XX no hay una evolución lineal de la vejez ni de su estatus. El lugar que se le asigna y la mirada que se le da a la vejez dependen de muchos factores que pueden combinarse entre ellos de muy complejas maneras: tradición oral y escrita, características de la familia, estructuración de la sociedad, condiciones económicas, concepciones religiosas, valores culturales como el ideal de belleza, conocimientos científicos, entre otros.
Nuestra época demuestra un interés por los ancianos sin precedentes. Casi todas las disciplinas estudian el fenómeno y de todas partes parece surgir la preocupación por los ancianos y por el envejecimiento. Esto se debe en parte al aumento de la investigación, pero sobre todo a la presión de las condiciones sociodemográficas; siempre ha habido ancianos en la sociedad, pero nunca en una proporción tan importante como ahora. Esto implica que el envejecimiento en sí no es una creación de esta época y no es solamente la cantidad o el estatus del anciano lo que ha cambiado, también él mismo se ha transformado y el interés en su estudio se ha modificado. Por ejemplo, las sociedades antiguas no dividían la existencia en grupos de edad y los ancianos no existían como categoría social.
La aproximación a la vejez y el envejecimiento obliga a deslindar el tema en dos aspectos bien diferenciados, aunque complementarios: el primero atañe a la historia de la vejez y el papel del anciano en la sociedad aspecto que se presenta en este capítulo. El segundo aspecto se refiere a la historia de la geriatría y la gerontología como disciplinas científicas y académicas, aspecto que se desarrolla en el siguiente capítulo.
1. La vejez entre mitos y realidades: época antigua
Se dice que el Génesis es una buena introducción a la historia de la vejez. El texto bíblico atribuye vidas muy largas a los patriarcas, 365 años a Enoc y 969 años a su hijo Matusalén, de hecho, cuando este último nació ningún hombre había visto morir a su padre. Así, Matusalén, hijo de un anciano, creció rodeado de ancianos, a los 87 años engendró un hijo y a los 300 años perdió a su padre, siendo el primer patriarca que perdía un padre a tan temprana edad. Sin embargo, no hay que olvidar que el texto fue escrito a posteriori y que viene de una tradición patriarcal. La mayor parte de las civilizaciones antiguas como los caldeos, los sumerios, los hindúes o los iraníes, hablan de héroes legendarios con vidas bastante largas. En tiempos antiguos, la vejez se consideraba como un favor, un premio para aquellos que habían llevado una vida sana y bella y, por ello, se justificaba que los patriarcas fueran los jefes naturales.
Se tiene la idea de que en las sociedades primitivas anciano era sinónimo de sabiduría. Sin embargo, el rol del anciano varía considerablemente y depende del contexto sociocultural. En todas las civilizaciones con una marcada tradición oral, es claro el papel del anciano como depositario del saber, memoria del clan y, en consecuencia, educador y juez, en función de su sabiduría y su experiencia. De hecho, los consejos de ancianos son una de las instituciones más venerables de las civilizaciones orales. Pero aún en estas sociedades primitivas hay contradicciones, el estatus del anciano era ambiguo, a la vez fuente de sabiduría y de defectos, de experiencia y de decrepitud, de prestigio y de sufrimiento. Según las circunstancias, los ancianos eran respetados o despreciados, estimados o condenados a muerte, su suerte dependía en gran medida, no solo del contexto cultural, sino de las condiciones económicas. Algunos ancianos por sus problemas físicos o mentales se constituían en una carga para un grupo social en precario equilibrio alimenticio, en ese caso, el anciano se eliminaba.
Las primeras referencias específicas que se conocen respecto a los ancianos son del Antiguo Egipto, donde se consideraba que vivir hasta los 110 años era una recompensa por haber sido “una persona virtuosa y bien balanceada”. En el papiro de Edwin Smith (1600 a. C.), que incluye múltiples fórmulas, se menciona una denominada “El libro para trasformar un hombre viejo en un joven de 20”, primera referencia de la búsqueda de la inmortalidad y la eterna juventud. El papiro de Ebers (1550 a. C.) describe el tratamiento para múltiples enfermedades de la vejez y contiene la primera explicación sobre el envejecimiento: “la debilidad a través del decaimiento senil se debe a la purulencia en el corazón”.
El concepto de rejuvenecimiento y prolongación de la vida también existe en otras culturas como la hindú. En el Sushruta Samhita (400 d. C.) un escrito que resume el pensamiento médico-quirúrgico, se afirma que la salud reside en la armonía de las sustancias elementales del cuerpo. Las enfermedades se clasifican en cuatro tipos que incluyen las naturales, las cuales son causadas por la deprivación de las necesidades físicas y por el proceso de envejecimiento. El envejecimiento es un proceso natural que disminuye la resistencia a las enfermedades. Se creía que los humanos tenían “tendencias mórbidas innatas” y una expectativa de vida limitada.
Tal vez sea la cultura china la que más importancia le haya dado al envejecimiento: la reverencia y el respeto por los viejos ha sido una constante hasta la actualidad. La búsqueda del equilibrio entre el yin y el yang se ha considerado sinónimo de salud y longevidad. Aunque los chinos reconocen la limitación en el tiempo de vida, insisten en el concepto ideal de terminarla a la mayor edad posible, sin deterioro de los sentidos ni de las facultades mentales. Los chinos son quizá los primeros que diferencian entre envejecimiento y enfermedad, puesto que incluyen el deterioro auditivo como enfermedad.
En la literatura bíblica del Antiguo Testamento, la vejez es considerada de forma positiva, los ancianos son un ejemplo, guía o modelo; son portadores del espíritu divino, investidos de una misión sagrada. Sus poderes judiciales y religiosos son enormes. La edad no tiene nada que ver con el número de años, en la biblia y en algunos escritos religiosos, la verdadera vejez es la sabiduría. Barba y cabello blancos, poder político y religioso eran sinónimos, Dios mismo es un anciano de barba y cabello blanco. Según el génesis, Adán vivió 130 años. También está escrito que Moisés no tomaba decisiones sin haber consultado los ancianos, jefes naturales del grupo y que Noé y sus hijos vivieron alrededor de 900 años. La ausencia de ancianos era considerada un signo de maldición de la familia. Pero también hay contradicciones, en el libro de Job se dice que la longevidad no es sinónimo de la bendición de dios puesto que los malos también tienen una larga vida. En el mundo hebreo, el anciano es un individuo disminuido, que sufre y que solo espera la muerte. Se desacraliza y se trivializa la vejez. Entre los judíos, la actitud hacia el anciano varía, el papel de los ancianos es relativamente importante y gozan de privilegios, en general es más positivo que entre los cristianos.
2. La vejez en la Grecia antigua
La vejez en la antigua Grecia representa una paradoja. La esperanza de vida era corta y las inscripciones funerarias sitúan la muerte entre 45 y 50 años, mucho antes que las referencias literarias en las cuales morir después de los 70 años no parece sorprender. Se ha demostrado que la longevidad fue en aumento hasta el siglo V y que disminuyó después, más en hombres que en mujeres. Aunque es difícil tener una idea de la longevidad de los griegos, se ha establecido que en la época de Aristóteles 10% de la población tenía 60 años o más.
La cultura griega forjó una antropología sobre el proceso del envejecimiento vigente hasta hace muy poco tiempo. Los estudios sobre la dieta y su influencia en la génesis de los modos de enfermar se aplicaron tanto a la conservación de la salud como a los efectos sobre el envejecimiento; esta teoría está bien desarrollada en la obra de Galeno De sanitate tuenda, y estuvo vigente hasta el siglo XIX. Los principios dietéticos e higiénicos de la obra galénica reaparecen en un Régimen de los ancianos de Avicena y en los regimina que médicos medievales redactaron para ordenar el vivir cotidiano de sus señores. Los griegos buscaron las causas del envejecimiento y sus explicaciones se impusieron hasta mucho después del renacimiento, pero también entre ellos la vejez está llena de ambigüedades: vejez maldita y patética de las tragedias, ridícula y desagradable de las comedias, contradictoria y ambigua de los filósofos. De hecho, la mayoría de los filósofos griegos alcanzaron una edad avanzada y hablan de la vejez no como de un objeto externo, sino como sujetos que la viven y que fueron activos hasta la muerte. Hipócrates vivió 83 años y fue quien desarrolló la teoría de los cuatro humores y afirmó que cada individuo recibe al nacimiento una cierta cantidad de energía o espíritu o fuerza vital, que se consume poco a poco en el curso de la existencia. Platón y Aristóteles, tenían visiones completamente opuestas en torno a la vejez, se puede decir que Platón fue el principal abogado de la defensa, no parte de la descripción real de la vejez, sino de lo que los ancianos deberían ser, por tanto, se centra en las ventajas del envejecimiento, la virtud y los placeres del espíritu, en los sentimientos de paz y liberación: es la utopía o el ideal platónico. Para Aristóteles, quien toma las bases de la explicación hipocrática, la vejez no es garantía de sabiduría ni de capacidad política, ni siquiera la experiencia es un elemento positivo puesto que es solamente una acumulación de errores en un espíritu endurecido por la edad. Aristóteles insiste en que tanto el cuerpo como el alma envejecen, puesto que la decrepitud de uno inevitablemente ataca al otro.
En general, el mundo griego está de acuerdo con Aristóteles. En Grecia ni los dioses ni los hombres querían la vejez, era considerada como una maldición. Los griegos prefieren la juventud y la madurez, la belleza y la fuerza, por eso no cuidaban a sus ancianos y solo se les respetaba en su calidad de filósofos o de escritores de tragedias.
Eran frecuentes los conflictos intergeneracionales en los cuales los padres ancianos eran maltratados. La gran excepción fue Esparta, que sí tenía un lugar privilegiado para sus ancianos, su gran originalidad fue la Gerousia, agrupación compuesta de treinta ancianos que dirigían la política, especialmente la extranjera, presentaban los proyectos de ley a la asamblea e impartían justicia; se dice que este fenómeno, único, se debía a que Esparta siempre tuvo muy pocos ciudadanos, pocos sobrevivían a las guerras y los pocos sobrevivientes eran ancianos. También se habla de confusión entre gerontocracia con aristocracia y gerontocracia con plutocracia, puesto que los miembros del consejo eran los más ricos de la ciudad.
Sin embargo, es en Grecia donde por primera vez se crean instituciones de caridad preocupadas del cuidado de los ancianos necesitados. Vitruvio relata sobre la casa de Creso, destinada por los sardianos a los habitantes de la ciudad que, por su edad avanzada, habían adquirido el privilegio de vivir en paz en una comunidad de ancianos.
3. La vejez en los tiempos romanos
Los romanos hablaron mucho de ancianos porque la vejez representó para ellos un problema bajo todos los aspectos: demográfico, político, social, psicológico y médico. Se conoce que, en tiempos de Justiniano, la esperanza de vida al nacer era de 30 años, a los 30 la esperanza era de 20 y a los 60 años, de 5 años. La proporción de mayores de 60 años estaba entre 5 y 8%. El número de ancianos no cesó de aumentar y en el siglo III d. C. entre 7 y 8% de la población de Roma tenía 60 años o más, aumentaba a 10% en la periferia y bastante más en las provincias. Igual que en Grecia, los hombres eran más numerosos puesto que la mortalidad femenina asociada al embarazo y al parto era muy elevada.
Los romanos eran prácticos, solo luchaban por el poder, no por la religión, la ideología o la raza; admiraban lo grande y noble. Poco dados a generalizar, hablaban más de los ancianos que del envejecimiento, de hecho, De senectute, la obra de Cicerón, es más un compendio de ejemplos individuales que un tratado sobre el envejecimiento. Los romanos criticaron a los individuos, no a un grupo de edad y salvaguardaron la complejidad, las contradicciones y la ambigüedad de la vejez, sus miserias y su grandeza.
4. La vejez en la Edad Media
A lo largo de la edad Media se transmitieron y acentuaron ciertos estereotipos asumidos de las tradiciones culturales precedentes. Se destaca San Agustín, puesto que es quien dignifica la visión cristiana de la persona mayor, ya que de ella se espera un equilibrio emocional y la liberación de las ataduras de los deleites mundanos. San Agustín habla de seis edades y según él la vejez comienza a los 60 años, igual que entre los romanos, y puede durar hasta los 120. De otro lado, Santo Tomás de Aquino afianzó el estereotipo aristotélico de la vejez como decadencia física y moral. Los autores cristianos también utilizan la imagen de la vejez en el campo moral, de manera alegórica. La decrepitud y la fealdad constituyen una excelente imagen del pecado, pues de hecho son su consecuencia, incluso la vejez simboliza el castigo divino a los pecados de los hombres, los ancianos virtuosos son la excepción.
En una época en que la cristianización era aún superficial, la pobreza era testimonio del pecado y de la decadencia del hombre, se habla de una vejez como el tiempo en el cual faltan las fuerzas, y aumentan la cantidad y gravedad de los vicios. El anciano es un ser débil que no se diferencia de los mendigos o de los enfermos. Los ancianos existen como individuos solamente entre las clases altas, así, no faltan en las listas de reyes, cardenales, señores o burgueses, no en los medios humildes en los cuales la mortalidad es más alta, a pesar de ello se dice que entre el 10 y el 11% eran mayores de 60 años. De forma paradójica, también es posible encontrar en esta época que la vejez física se niega en beneficio de una vejez abstracta y sin relación con la edad, sinónimo de virtud y de sabiduría, que se aplica especialmente a los hombres de la iglesia. La civilización cristiana inscribe el tiempo en la eternidad en la cual la vida no es más que un fragmento y la vejez un momento sin edad.
En la Alta Edad Media, no se encuentran muchas referencias a los ancianos. En general, no es que no existieran, es que no contaban. Su papel no fue muy importante, eran hombres, dependientes y una carga para la familia. Entre los merovingios y los carolingios, la longevidad era parecida a la actual, de hecho, tal como en la Baja Edad Media, en el seno de la iglesia los ancianos eran particularmente numerosos y muy activos.
En esta época prevaleció la ley del más fuerte, ley en la cual los ancianos rara vez eran ganadores, sin embargo, contrastes y contradicciones también caracterizan esta época y en ella continuaron las grandes diferencias, especialmente entre ricos y pobres: envejecer en el siglo XIII no era dramático con la condición de poder mantener el estatus o de poder pagarse un retiro. Los ancianos ricos entraban a un monasterio a fin de asegurarse el cuidado de la salud. Esta práctica nació en el siglo VI, se amplificó en el siglo VIII y creció aún más, especialmente en el XI, con la multiplicación de los monasterios e implicó dos cosas importantes: de un lado, la vejez empezó a ser sinónimo de retiro y de ruptura con el mundo y, a la vez, de segregación. Sin embargo, el retiro es privilegio de unos pocos, entre los pobres no hay retiro, si la familia no lo acoge, el anciano entra a formar parte del grupo de mendigos, enfermos, locos, huérfanos, es decir, entre la masa de “pobres”, no se diferencia de ellos: los pobres no tienen edad. Aunque la edad caracteriza ciertas situaciones, no es un criterio determinante, fuera de la incapacidad física, la noción de vejez es aún confusa en el espíritu medieval. El concilio de Maguncia en 1261 instauró que cada monasterio debía estar equipado de una enfermería para recoger a los ancianos pobres.
A partir del siglo XI los documentos empezaron nuevamente a hablar de la vejez como parte de la vida, a describirla, a buscar sus causas y sus remedios, aunque los textos están marcados por la abstracción y el pesimismo. Este resurgimiento puede deberse en parte a que en los siglos XIV y XV la proporción de ancianos aumentó porque la peste se encargó especialmente de los niños y de los adultos jóvenes y las mujeres aún morían de condiciones asociadas al embarazo y al parto. Esta resistencia de los ancianos modificó ciertas estructuras y representaciones, por ejemplo, la vejez empezó a encarnar la duración, la permanencia. El poder y la autoridad, la riqueza y los negocios se concentran en los ancianos porque ellos están allí, permanecen. Se ha establecido que a finales del siglo XIV y principios del XV los ancianos representaban el 15% de la población, aunque, por ejemplo, en Inglaterra en ese momento la esperanza de vida era de 20 años y un hombre de 40 años era considerado viejo.
5. La vejez en el Renacimiento
En la época del Renacimiento se rechazó lo “senil” y lo “viejo”, se evadió el tema de la muerte, se dio una imagen melancólica de la persona mayor e incluso se le atribuyeron artimañas, brujerías y enredos. El Renacimiento libró una batalla encarnizada contra la vejez. El envejecimiento era el enemigo por excelencia, mínimamente contrarrestado por la permanencia del estereotipo de la sabiduría.
La vejez, invencible absoluta, se consideraba detestable y fascinante. En consecuencia, se utilizaron todos los medios disponibles para prolongar la juventud: medicina, magia, brujería, fuente de la juventud, utopía. El hombre oscilaba entre la lamentación y la inventiva. Vejez y muerte eran escandalosas, las dos van de la mano, la una anuncia la otra. A partir de aquí, la cara del anciano empezó a percibirse, ante todo, como la máscara de la muerte. Con la vejez se pierden todas las virtudes del hombre ideal: belleza, fuerza, espíritu de decisión, capacidad intelectual. La vejez priva del amor y de los place-res terrestres, es sufrimiento y debilidad, es el mal que todos sueñan suprimir.
Mas tarde, durante el período Barroco adquirieron la máxima actualidad y cultivo los temas del control de los vicios y pasiones, el perfeccionamiento constante en la vida y, en la vejez, el problema de la muerte.
En el siglo XVI aún no se comprendían ni la vejez ni el envejecimiento, y médicos y científicos se dedicaron a encontrar recetas que protegieran del envejecimiento. Los regímenes saludables, los elixires alquímicos y toda suerte de consideraciones mágicas y religiosas entraron en boga, muchas de estas recetas perduran aún.
En cuanto a la vejez, para Montaigne un destino personal que el hombre debe aceptar, ya no hay armonía entre cuerpo y espíritu, el primero domina el segundo impidiéndole sus proyectos y grandes perspectivas. Así el hombre debe reducir su papel, hacerse discreto y prepararse para la muerte con estoicismo y sin remordimientos inútiles. Por su parte Shakespeare, da a la vejez una dimensión intemporal y universal. Es la culminación de la vida, pero una culminación trágica: fealdad, sufrimiento, enfermedad y regreso a la infancia.
Estas consideraciones llevan a afirmar que, contrariamente a lo que se pensaba en la Edad Media, en el Renacimiento la edad y el envejecimiento son temas que preocupan más allá de consideraciones abstractas, cósmicas o naturales y se intenta dar una definición precisa de vejez no relacionada con la edad. La academia francesa en 1680 juzgó necesario rodear la palabra vejez de criterios apreciativos más exactos que la edad: avaro, celoso, decrépito, o a la inversa, bueno, sabio u honorable.
A partir del siglo XVII, la literatura, la medicina, las cifras, las encuestas, posibilitan un estudio detallado de la historia del envejecimiento y de su papel en la sociedad. Desde este siglo, las edades de la vida se volvieron un tema popular, especialmente gracias a la multiplicación de grabados y almanaques, lo que llegó a su apogeo en el siglo XIX.