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El uso del lenguaje discapacitante también es otro de los cuestionamientos al tratamiento mediático de la discapacidad, al configurar representaciones sociales y reforzar estereotipos (Pate & Hardin, 2015, como se citó en Meléndez, 2019). Fernández (2006), autor de Guía de estilo sobre discapacidad para profesionales de los medios de comunicación, ha tratado —como se ha hecho en tantas otras guías15— de recoger vocablos erróneos y con connotaciones negativas que no deben utilizarse: anormal, deficiente, disminuido, impedido, incapacitado, inválido, lisiado, minusválido, entre otros. Sin embargo, el uso de un lenguaje igualitario debe ser el resultado del desmontaje de prejuicios y no de la imposición. Manfredi (2011) aclara que no se debe acudir a lo “políticamente correcto” (p. 8), y Alcántara (2011) sugiere evitar los eufemismos en la medida de lo posible, porque lo verdaderamente importante es lograr una normalización plena de la información sobre deporte y discapacidad (p. 18).
Los recientes estudios sobre el tratamiento de las personas con discapacidad en el deporte, que se han incrementado a partir de los Juegos Paralímpicos de Pekín 2008 y más significativamente desde Londres 2012 y Río 2016 (Meléndez, 2019), permiten observar una moderada mejora del abordaje de esta temática. El tratamiento creció en cantidad, pero sigue siendo estereotipado en su construcción. Los estudios más antiguos denuncian el uso de una excesiva adjetivación, mientras que los más actuales señalan cierta normalización del tema (Retana & Zárate, 2018, p. 27). Los referidos a la cobertura de Río 2016 muestran que permanece el enfoque medicalizado, así como la representación del “héroe discapacitado” (Meléndez, 2019). A medida que pasa el tiempo, los medios abordan más y con mayor corrección la discapacidad, pese a tener aún poca visibilidad en la prensa (Rivarola & Rodríguez, 2015). Sin embargo, el tratamiento no llegar ser óptimo. La cobertura aún se considera escasa y deficiente, con predominio de la épica o el sentido caritativo o “victimista” por encima del hecho deportivo en cuestión (Campos & Martínez, 2014, p. 55). En otros estudios realizados en países latinoamericanos como Ecuador (Lemos Vargas, 2018), Costa Rica (Retana & Zárate, 2018) y Colombia (Meléndez, 2019) se reconoce un adecuado uso del lenguaje para referirse a las personas con discapacidad, pero aún la existencia de estereotipos y prejuicios los presenta como víctimas o héroes. Es decir, permiten visibilizar un poco más a este colectivo, pero sin lograr normalizarlos.
Los cambios evidenciados en estos estudios ya habían sido advertidos por Pappous et al. (2009), al cuantificar que el número de imágenes y artículos publicados sobre paratletas estaba en continua progresión desde 1996 hasta 2004, pero aún con cierta estigmatización mediante representaciones pictóricas de pasividad, fragilidad, dependencia e infantilización. Para estos autores, esto confirma que los cambios culturales se dan de forma progresiva. “Nuestros datos indican que estamos en un periodo de transición […] en el cual las imágenes que siguen enfocadas en la discapacidad están co-existiendo con unas imágenes más inclusivas” (p. 40). Por lo tanto, la normalización de la discapacidad, a través del deporte, es un proceso en marcha que requiere de una cobertura periodística que se aleje de los tópicos habituales.
4. El escenario peruano antes y durante los Parapanamericanos 2019
La escasez de estudios que exploren el tratamiento de los deportistas peruanos con discapacidad es una primera señal del nivel de avance de la inclusión en este campo. El deporte paralímpico le ha dado ocho medallas al Perú, cuatro más que las logradas por los deportistas olímpicos en más de cien años de historia, pero apenas cinco investigaciones académicas, cuatro de ellas surgidas como tesis de grado universitario, han explorado la representación de las personas con discapacidad en los medios locales. Solo una ha dedicado parte de su esfuerzo al tratamiento en las secciones deportivas.
El estudio más remoto corresponde al de Jaime Tipe (2007). Después de analizar nueve diarios de cobertura nacional durante treinta días, confirmó una sospecha: la poca presencia de las personas con discapacidad en la agenda informativa. Similar hallazgo es el de Mayra Motta (2018), que calificó de insuficientes la cobertura y la extensión de noticias, además de esporádicas y subordinadas a la aparición de otros sucesos. Constató que el diario El Comercio suele utilizar más a menudo el término “persona con discapacidad”, a diferencia del diario Trome, que emplea un lenguaje peyorativo. El hallazgo más significativo para el presente artículo es que el 41% de las notas periodísticas publicadas en El Comercio aparecieron en la sección “DT - Deportes” (41%), e incluso tres llegaron a ser parte de la portada, al coincidir con los Juegos Paralímpicos de Río 2016. Motta (2018) señala que “es probable que, sin la cobertura a este evento, la frecuencia de publicación hubiera sido mínima” (p. 15). Otra de las conclusiones remarca un comportamiento recurrente en medios de otras latitudes: El Comercio y Trome suelen representar a las personas con discapacidad como víctimas o héroes, mostrándolas vulnerables o resaltando sus logros, respectivamente. Según la autora, este tratamiento no estaría contribuyendo a la inclusión social, pues la mayoría de relatos periodísticos son notas informativas que solo describen una versión de la realidad que no promueve la reflexión sobre las barreras que existen para que las personas con discapacidad puedan desenvolverse con normalidad.
Por su parte, las investigaciones de Ramos (2019) y de Constantino, Ramos, Bregaglio y Verano (2019) arriban a conclusiones similares: presencia limitada de las personas con discapacidad, aunque no infrecuente. La discapacidad en muchos casos se hace patente como un obstáculo para el desarrollo del personaje retratado. En general, los datos son escasos. El propio director de Políticas en Discapacidad del Conadis, Luis Vásquez, ha mencionado que los Juegos Parapanamericanos realizados en Lima eran una oportunidad para evaluar y comparar la cobertura de los medios peruanos, tal como se ha realizado en países como España durante los Juegos Paralímpicos (ConcorTV, 2019).
En defensa de los medios periodísticos se puede decir que la normativa nacional (Ley General de la Persona con Discapacidad 27050, promulgada en 1998, y reemplazada por la actual Ley 29973 en 2012) apenas está sentando las bases para un paulatino cambio cultural que tardará en visibilizar y normalizar a las personas con discapacidad en el Perú. Una evidencia de ello en el deporte es que recién a finales de 2015 el Comité Olímpico Peruano (COP) logró promover la creación de la Asociación Nacional Paralímpica del Perú. La realización de los Juegos Paralímpicos de Lima 2019 sirvieron para dinamizar la capacitación a periodistas a través de talleres para entender el movimiento paralímpico.
Al margen de estar frente a un incipiente panorama de cambio, la primera sensación es que la inclusión marcará la pauta de aquí en adelante. Una rápida y empírica revisión de las secciones deportivas de tres principales portales noticiosos (RPP, El Comercio y América TV), así como del contenido de las versiones digitales de los diarios deportivos (Líbero, Todo Sport y Depor) muestra que, en la mayoría de casos, las notas con la etiqueta digital “Juegos Parapanamericanos” fueron encabezadas con titulares en los que se destacaba el resultado deportivo o el logro conseguido por algún atleta con discapacidad. Sin embargo, en la presentación de historias de vida o perfiles/retratos se remarca la condición de discapacidad del deportista y se apela a conceptos antes vistos, como la “heroicidad”, la “superación” y la “inspiración”. Algunos ejemplos: “Efraín Sotacuro: la historia de superación de nuestro mejor atleta paralímpico” (Depor, 28 de abril de 2019), “Juan León, el nadador sin piernas que quiere brillar en los Parapanamericanos Lima 2019” (RPP, 7 de abril de 2019), “Lima 2019: Carlos Felipa y una historia llena de superación tras la pérdida de su pierna izquierda” (RPP, 31 de agosto de 2019), “Lima 2019: la emotiva historia de superación de Juan Ignacio Cáceres, oro en canotaje K4 500” (Líbero, 28 de julio de 2019), “Juegos Parapanamericanos: las asombrosas historias de quienes también serán nuestros héroes” (El Comercio, 13 de agosto de 2019), “Lima 2019: conoce la ejemplar historia de Pilar Jáuregui, la para atleta que retó al alcalde de Lima” (Líbero, 20 de agosto de 2019), “Una historia de superación. De Vinatea es la principal carta de Perú para ganar una medalla en parabádminton” (Todo Sport, 23 de agosto de 2019b), “Joven que fue amputado de las piernas representará a Perú en los Parapanamericanos. La historia de Juan León es conmovedora y aleccionadora” (América TV, 1 de abril de 2019), “Pilar Jáuregui: la historia de inspiración de la ganadora de oro en para bádminton” (América TV, 3 de setiembre de 2019), “Efraín Sotacuro: la historia de superación del medallista de los Parapanamericanos 2019” (El Comercio, 27 de agosto de 2019), “La historia de Alejandro Pacheco, el atleta ciego que cantaba en el Metro de México y ganó una medalla” (Depor, 31 de agosto de 2019), “Fiesta por la superación” (Todo Sport, 23 de agosto de 2019a). Doce notas en total.
Si bien representan un porcentaje menor del total de artículos analizados (352)16, estos casos sirven para comprobar que, más allá de la nota informativa, limitada al resultado o al evento deportivo, los medios periodísticos peruanos necesitan apelar al modelo épico para construir el relato sobre la vida de los paratletas. “Cubrir el tema de la discapacidad de forma proporcionada, sin caer en la conmiseración ni presentar a la persona con discapacidad como un héroe” es una de las recomendaciones, incluida en la Declaración de Salamanca (2002), que los medios informativos peruanos no consideran del todo.
5. El periodismo narrativo para narrar la discapacidad
Una mujer astronauta, un afrodescendiente congresista, un futbolista gay. En algún momento, todos ellos fueron una singularidad para contar. La simplificación de una historia que necesariamente debía destacar algo poco frecuente. Una manera enmascarada de aceptar que las mujeres apenas pueden cruzar la calle y no la estratosfera, que los negros con suerte empezaron a votar aún con el rumor de los grilletes y que los machos no permitirían jamás abrir las puertas del camerino. Aún en tiempos de reivindicaciones, a nadie se le ocurriría titular hoy: “La diputada Martínez, una historia de superación”.
En la larga fila de espera de aceptación de las distintas diversidades, las personas con discapacidad hacen cola muy atrás. Siguen siendo noticia por su propia condición. Un discapacitado astronauta, una congresista en silla de ruedas, un futbolista sin una pierna. Abordar sus historias sin reduccionismos debería ser más que una obligación moral. Mucho más que persignarse ante una guía de tratamiento para buenos periodistas. La falsa compasión no tendría que ser la coartada perfecta para huir de una cobertura periodística condicionada por una muleta, un bastón o un andador: retratar las complejidades de una persona sin excusarnos de que se trata de una persona con discapacidad.
“La inclusión es para todos porque todos somos diferentes” debe ser una de las frases más hermosas que se hayan acuñado en los últimos tiempos. Forma parte de un librito publicado en Asunción, en 201017, en el que se les dice a los periodistas algo que nos recuerda por qué el champú viene con instrucciones: una sociedad inclusiva tiene un compromiso con las minorías, y no apenas con las personas con discapacidad. Debería tratarse de un mensaje que, ni bien leído, acabara autodestruyéndose. Pero no. Por algún motivo, que tiene que ver con esa primitiva inclinación a señalar al otro, siempre extraño y desconocido, debemos leer ese mensaje una y otra vez para recordar que la inclusión significa sacarnos las anteojeras para ver la diversidad en todos, no solo en los que parecen más distintos. Se trata de pasar de una “ética de la igualdad” —que Claudia Werneck, en su libro ¿Tú eres una persona? (2003), advierte como el mecanismo para valorar única y exclusivamente lo que los humanos tienen de semejante— a una “ética de la diversidad”, bajo la certeza de que la humanidad encuentra infinitas formas de manifestarse (Agencia Global de Noticias, 2010, p. 16). Así, no se admite la comparación entre diferentes condiciones humanas ni se privilegia a una de ellas en detrimento de otras. Se trata, entonces, de reconocer al frente a una persona. No a una persona con discapacidad, sino a un semejante. Tan distinto como lo somos cada uno de nosotros ante cualquier otra persona que se nos pare delante.
El periodismo narrativo tiene ese credo: cuenta historias de personas. Personas y punto. Sin distingos. Sin reduccionismos. No solo busca la singularidad, como sí lo haría el periodismo informativo (referencial, denotativo e instrumental, bajo la doctrina de la objetividad) (Chillón, 2001), sino, sobre todo, la complejidad. La compleja contradicción. Por eso, de saque, está vacunado contra los estereotipos. Mientras la discapacidad o la “superación” de ella puede ser lo noticiable en un reporte deportivo, para el periodismo narrativo es apenas una de las múltiples condiciones que tiene un ser humano. “Tendemos a pensar que quienes tienen alguna discapacidad son como ángeles y eso es perderles el respeto, es como amputarles la posibilidad de ser seres tan complejos como los que no tienen discapacidad”, dijo Leila Guerriero en una entrevista al diario El Comercio de Quito. La cronista argentina mencionó, además, dos errores frecuentes en el abordaje de la discapacidad: pecar de paternalistas, lo que genera historias dulces y cándidas sobre las personas con síndrome de Down que logran tener un trabajo, por citar un ejemplo; y encasillar estas historias en el manido tópico de la superación de vida. Para Guerriero existe un estereotipo que se debe derribar: “Que la gente con discapacidad es como niña y que necesita de nuestra ayuda, que no tiene facetas y que la discapacidad es lo que la define. No creo que la discapacidad sea lo que los marque” (Flores, 2017).
En el caso de Guerriero, hay dos buenos ejemplos para mostrar cómo llevar a la práctica esta mirada que prioriza la complejidad: Opus Gelber, retrato de un pianista no solo es un libro que cuenta la vida de Bruno Gelber, sino que es la historia de una vocación, como apunta Jaime Cabrera Junco (2019), donde la cronista se convierte en una partera de sentencias deliciosas y consigue que temas morbosos —como la presunta homosexualidad y la discapacidad motora de Gelber— aparezcan de manera natural. Del mismo modo, en el perfil “René Lavand. El mago de una mano sola” (o “El mago manco”, en la edición de Soho de Colombia), como la propia Guerriero cuenta, el acento al momento de retratarlo estaba en su carácter paranoide. “Era complejo, tortuoso, retorcido. Que le faltara una mano era solo un detalle”, explicó. La discapacidad puede ser un elemento más para entender al personaje retratado, pero no el que eclipse a todos los otros. “Creo que lo importante es enfocarnos en cómo hizo esa persona para ser quien es”, sugirió la cronista.
Otra crónica que podría resultar engañosa por su título pero que sirve para entender esa búsqueda de escapar del corsé de los estereotipos es “El alcalde ciego” de Julio Villanueva Chang, uno de los referentes de la crónica latinoamericana. El exdirector de la revista Etiqueta Negra cuenta la historia de Apolinar Salcedo, exalcalde de Cali, ciego y afrodescendiente, con excentricidades como tener a una astróloga de cabecera, memorizar quinientos números telefónicos e incluir versos del poeta uruguayo Benedetti en el reverso de su tarjeta de visita. La mira, sin embargo, está puesta en retratar a Colombia y su cóctel de realidades donde criminalidad, narcotráfico y guerrilla se entremezclan. Presentar a Cali como una síntesis de América Latina. Como sugiere López-Calvo (2013) en un ensayo sobre Villanueva Chang, “la figura del alcalde es una excusa narrativa para hablar de la psicología nacional colombiana, la corrupción y la política latinoamericana” (p. 24). Uno de los méritos de Villanueva Chang es “traducir” el mundo que lo rodea por medio de sus crónicas y perfiles, a menudo tratando de expresar lo inefable por medio de paradojas, antítesis y contradicciones salpicadas de humor, ironía y quizá cierta resignación mal camuflada (López-Calvo, 2013): “Sus personajes son el reflejo de las relaciones humanas en los lugares en los que vive o que visita; al mismo tiempo, las ciudades que describe se hacen eco de las sorprendentes contradicciones de la naturaleza humana” (p. 29).
Una máxima del músico brasileño Caetano Veloso ha sido apropiada por Villanueva Chang para explicar la necesidad de observar más allá del camuflaje de la apariencia: visto de cerca, nadie es normal. Esta premisa debería terminar de diluir cualquier intento por distinguir entre la supuesta y ficcionada normalidad de las personas sin discapacidad y la también aparente anormalidad de las personas con discapacidad. El periodismo narrativo, a través de la crónica, es la alternativa más adecuada para aproximarse a esa diversidad que planteaba Claudia Werneck. “Y en estos tiempos también de confusión, para un lector una crónica ya no es tanto un modo literario de ‘enterarse’ de los hechos, sino también una forma de ‘conocer’ el mundo”, escribió Villanueva Chang (2005, p. 16).
De vuelta a Guerriero, queda claro que la diversidad de recursos a los que apela el periodismo narrativo, muchos de ellos tomados de la literatura, no solo son para retratar la realidad, sino también para poder enfocarla en su gran inmensidad y complejidad. Un mal perfil o una mala crónica, para Guerriero, es aquel retrato convertido en una caricatura del personaje, en el que solo se resaltan rasgos sobresalientes o llamativos, como, por ejemplo, la ceguera o la ausencia de un brazo. “Cuando yo escribo […] trato de que no me salga una persona rígida y sin matices: para mí eso lo convierte en un retrato poco interesante e irreal. Es importante mostrar la complejidad, que el retrato sea en sí mismo contradictorio” (Moreno, 2018). Así como el periodismo narrativo se rehúsa a aceptar un mundo “donde las personas no son personas sino ‘fuentes’, donde las casas no son casas sino ‘el lugar de los hechos’, donde la gente no dice cosas sino que ‘ofrece testimonios’”, Guerriero recuerda que el periodismo narrativo desprecia “un mundo plano, de malos contra buenos, de indignados contra indignantes, de víctimas contra victimarios” (2014, p. 69).
El cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos también ha conseguido transitar por el territorio del periodismo narrativo cumpliendo tres de sus deberes máximos: recuperar una dimensión humana caótica, contradictoria, llena de claroscuros, que permite ir más allá del concepto del bien y el mal, entender esas complejidades que son inherentes a la naturaleza humana y dimensionar más claramente al ser humano como producto de los fenómenos sociales de su entorno, pero también de sus elecciones (Gutiérrez, 2014, p. 81). En El oro y la oscuridad, la vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé no reduce al boxeador Antonio Cervantes a la categoría de ángel o demonio. Pero esta búsqueda de lo multifacético y universal también ha quedado expresada en su vasto trabajo periodístico, en el que se cuentan crónicas y perfiles sobre personas con discapacidad. “Un país de mutilados”, por ejemplo, es una crónica que recoge los testimonios de víctimas de explosiones de minas antipersonales en las regiones de Antioquia en Colombia. La discapacidad, visualizada en la mutilación, se emplea como recurso metonímico en dos dimensiones: para mostrar cómo “la violencia mutila el orden racional y de ese modo se vuelve una experiencia cotidiana” y cómo “el no acceso a la educación ya había ‘mutilado’ simbólicamente” a las víctimas de esta tragedia dejándolas fuera del sistema (Chehin, 2014, p. 6).
Si Salcedo Ramos nos recuerda todo el tiempo que contar historias es hacer visible lo invisible, de igual forma tiene otro mensaje evangelizador: la crónica es un género que incluye a los invisibles. “Permite traducir, en forma de historias, ciertas lastimaduras de nuestra realidad: desaparecidos, desempleados, enfermos, desplazados por las distintas violencias” (Estrada, 2020, párr. 6). A lo que se puede añadir: personas estigmatizadas por su condición física o mental. “Al convertir esos temas en relatos, el lector los siente más cercanos, acaso porque entiende que la situación que le contamos pudo haberle sucedido a él” (Estrada, 2020, párr. 6). Así como le ocurrió a Darío Silva, el delantero uruguayo que perdió una pierna producto de un accidente de tránsito. En el perfil “El último gol de Darío Silva” (2014), Salcedo Ramos se aproxima a las fibras más remotas de un futbolista que ha vivido bajo sus propias reglas y que ha aprendido a lidiar con las consecuencias de ellas. Una escena, corta pero poderosa, basta para entender que Silva encontró la receta para sobrevivir: ser un hombre con una pierna artificial capaz de dominar una pelota:
De pronto, sin ningún aviso, se pone a dominar. Me pide que vaya contando en voz alta. Veo su rostro grave, concentrado —va una—, veo su pie izquierdo apoyado en el piso —van dos—, veo cómo el balón rebota suavemente en su pie derecho —tres—, veo cómo se tensa su cuerpo magro —cuatro—, veo sus brazos venosos —cinco—, veo cómo su camiseta lila se infla y se encoge —seis—, veo su nariz aguileña, veo sus pómulos angulosos —siete—, veo su piel cobriza —ocho—, veo su pelo ensortijado, ahora del color negro original —nueve—, veo la bota de su pantalón blanco arremangada hasta la rodilla —diez—, veo su pierna artificial cubierta con espuma de poliuretano —once—, veo cómo el muñón delgado de la prótesis naufraga en la abertura de su zapato. Me pregunto cómo se sostiene, por qué no se mueve.
Doce.
Trece.
Veo que Darío esboza una sonrisa burlona.
Catorce.
Descubro que no estoy contando con la vista sino con los oídos. Sigo oyendo, sigo contando.
Oigo el golpe de la pelota contra el empeine —quince—, oigo el jadeo de Silva —dieciséis.
Y ahora oigo su voz.
—Bueno, ya está.
Reflexiones finales
Así como Guerriero, Villanueva Chang y Salcedo Ramos ofrecen ejemplos concretos de cómo emplear la crónica y el perfil periodístico para abordar la diversidad funcional, cierro este artículo con la mención de dos esfuerzos recientes y alternativos: la revista Sudor, en la que se han publicado las crónicas “Goalball, un deporte a oscuras” (Blanco, 28 de junio de 2017), acerca de la selección nacional de este deporte para personas con discapacidad visual, y “Su voz el skate” (Blanco, 16 de agosto de 2017), un perfil sobre Luis Portugal, campeón latinoamericano de skateboarding que nació sordomudo; así como el libro Largo aliento. Sudores, mitos y héroes del fondismo wanka (Gómez Vega & La Hoz, 2019), que incluye el perfil del paratleta Efraín Sotacuro, “El hombre que aprendió a correr”, escrito por Jesús Rodríguez y Renzo Gómez Vega. Ambos se tratan de esfuerzos conjuntos para entender el deporte desde dos perspectivas fundamentales: primero, como fenómeno cultural y síntesis de una realidad social compleja; y segundo, como herramienta de cambio social. Estas dos iniciativas de unir periodismo narrativo y deportes han servido para visibilizar a atletas con discapacidad desde la normalización y la diversidad. Otros esfuerzos serán bienvenidos.
Referencias
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