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Objetos cotidianos - 10 de enero

El tintineo de las campanillas

“Y en sus orlas harás granadas de azul, púrpura y carmesí alrededor, y entre ellas campanillas de oro alrededor” (Éxo. 28:33).

En julio de 2011, Eli Shukron, reconocido arqueólogo israelí, encontró una pequeña campanilla en una antigua cañería de agua. Su origen data de dos mil años atrás y se la identificó como parte de la vestimenta del Sumo Sacerdote.

El manto tenía muchas campanillas que tintineaban con cada paso. Todos lo escuchaban llegar. Todos lo escuchaban irse.

El hallazgo de esta campanilla no solo prueba una vez más la fidelidad de la Biblia y la exactitud con que el pueblo judío cumplía con los símbolos que Dios había instituido en el templo, sino que nos lleva a reflexionar en el sacrificio que se realizaba cada día. Jesús caminó por las calles de Jerusalén y, probablemente, escuchó el tintineo de estas campanillas del manto del Sumo Sacerdote.

Jesús se convertiría en el sacrificio vivo que acabaría con todo ese sistema de rituales que tan bien ejemplificaba su amor y entrega, y que a la vez tan común y carente de sentido se había vuelto para quienes no entendían realmente quién era el Mesías.

El pueblo escuchaba el tintineo de las campanillas del Sumo Sacerdote. Mientras, Jesús caminaba a su lado.

Quizá hoy nosotros hemos perdido nuestra sensibilidad a las cosas espirituales o las estamos considerando simplemente como un “sonido” más, cuando en realidad nos están señalando el sacrificio vivo, Jesús, que camina a nuestro lado.

Al ascender al cielo después de su resurrección, Jesús comenzaría su obra como nuestro Sumo Sacerdote. Pablo dice: “En efecto, Cristo no entró en un santuario hecho por manos humanas, simple copia del verdadero santuario, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro” (Heb. 9:24, NVI).

“La obra de Cristo en favor de la redención del hombre y la purificación del pecado del universo se concluirá quitando el pecado del Santuario celestial y colocándolo sobre Satanás, quien sufrirá el castigo final” (Patriarcas y profetas, p. 372).

El Mesías, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, obtuvo la victoria final.

Ojalá decidamos caminar más conscientes de a quién tenemos al lado y qué triunfo ha ganado.

Hoy, presta atención a algún elemento cotidiano que te haga pensar en tu Salvador y memoriza algún versículo relacionado con él.

Dios pregunta - 11 de enero

Un nido en las alturas

“¿Eres tú quien ha ordenado al águila que ponga su nido en las alturas?” (Job 39:27, DHH).

El nombre de una de las escuelas secundarias en que me formé era “Las águilas de la libertad”. La verdad es que nunca había visto un águila y no me sentía muy identificada con ella, pero cuando la vi por primera vez en un zoológico, quedé realmente impresionada. Su porte era tan noble y sereno… Esta ave siempre ha sido utilizada como símbolo de fortaleza, poder, belleza, majestad y victoria. Las hay de varios tipos, tamaños y colores en todo el mundo; pero algo que las caracteriza a todas es que siempre vuelven a su nido. Los biólogos confirman que el águila aprovecha las diferentes corrientes de aire para volar mejor y llegar a su destino. Usa la fuerza de estas ráfagas para tomar mayor impulso y desplazarse a mayor velocidad. Lo que puede derribar a otras aves, favorece a las águilas.

El Creador puso en ellas el instinto de supervivencia, que las lleva a trasladarse para encontrar alimento o reproducirse y poner su nido en las alturas, lejos del alcance de otros animales y peligros.

Podemos confiar que, si las dotó de estas características, Dios también nos dará la capacidad de imitar algunas de estas cualidades.

Las ráfagas que se presentan inesperadamente pueden ser parte del propósito de Dios para llevarnos con más fuerza y rapidez a nuestro destino.

“El creyente tiene siempre en el Señor a un poderoso auxiliador. Tal vez no sepamos cómo nos ayuda; pero esto sabemos: Nunca falta su ayuda para aquellos que ponen su confianza en él. Si los cristianos pudieran saber cuántas veces el Señor ordenó su camino, para que los propósitos del enemigo acerca de ellos no se cumplieran, no seguirían tropezando y quejándose. Su fe se estabilizaría en Dios, y ninguna prueba podría moverlos. [...] Al enviar pruebas a sus hijos, Dios tiene un propósito. Nunca los conduce por otro camino que el que elegirían si pudiesen ver el fin desde el principio y discernir la gloria del propósito que están cumpliendo” (Profetas y reyes, pp. 422-424).

Ojalá busquemos poner la mira en las cosas de arriba y nuestro “nido” en las alturas, ya que está en nuestra naturaleza volver a nuestro hogar original.

El poder de la música - 12 de enero

He decidido seguir a Cristo

“Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús” (Fil. 3:13, 14, NVI).

Hay un himno muy conocido que uso siempre para enseñar el tiempo verbal presente perfecto del inglés. Este tiempo se caracteriza por narrar hechos que comenzaron en el pasado pero que siguen teniendo relevancia en el presente. Y es que, cuando decidimos seguir a Dios, esa decisión tiene que seguir vigente en nuestra vida.

La letra del himno “He decidido seguir a Cristo”, según varias fuentes, se basa en las últimas palabras de un hombre de Assam, al noreste de India, quien junto a su familia decidió seguir a Cristo a mediados del siglo XIX, gracias a los esfuerzos de un misionero de habla inglesa.

El jefe de su tribu quiso hacerlo renunciar a su fe, pero él declaró: “He decidido seguir a Cristo”. En respuesta a las amenazas a su familia, dijo: “Aunque nadie venga conmigo, yo seguiré igual” (lo que en español cantamos como “si otros vuelven, yo siempre sigo”). Este hombre tuvo que tomar la dificilísima decisión de dejar que su esposa muriese por no renunciar a su fe.

Tiempo más tarde, él fue ejecutado. Mientras, de sus labios brotaba la frase: “La cruz delante y el mundo atrás”. Esta manifestación de fe llevó a la conversión del jefe de la tribu y de muchos en su aldea.

A partir de estas frases dichas en diferentes momentos, un misionero indio compuso el himno y lo tituló “Assam”, en honor al lugar de su origen.

Si bien no conocemos con certeza la veracidad de esta historia, gracias a numerosas biografías y a los escritos inspirados de Elena de White, sabemos que muchos cristianos decidieron sellar su fe con su vida. Ya fuera en la hoguera, en el patíbulo o en la arena ante las fieras, los fieles fueron de testimonio en su vida y aún más en su muerte.

¿Te has preguntado alguna vez qué canción escribirían de ti?

Dios nos ha llamado a seguirlo. Olvidemos lo que queda atrás, tomemos esta firme decisión y mantengámosla hasta la meta final... sin volver atrás.

Historias de hoy - 13 de enero

“La de lentes”

“No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón” (1 Sam. 16:7, NVI).

“¿Con cuál secretaria hablaste?” “Con la de lentes”, contestó.

Escuché ese diálogo en la calle. Vivo en un país en el que usar los rasgos físicos para describir a las personas es muy común.

No es que haya algo malo en describir a las personas de esa forma. A veces es lo que más fácil nos resulta, lo más práctico y rápido. Tampoco hay algo malo en cuidar nuestro aspecto. Es parte de lo que somos y es importante tenerlo en cuenta.

Pero ¿qué pasaría si viviéramos en un mundo sin fotos o en un mundo en que la tarea de describir a las personas la tuvieran los ciegos? ¿Qué sabrían de nosotros los demás? ¿Qué cosas nos esforzaríamos por resaltar?

¿Qué rasgos tienen las personas que te rodean? No me refiero a los rasgos genéticos, sino a los cultivados conscientemente.

Quizás algunas cosas cambiarían, en nosotros y en los demás, si la próxima vez alguien respondiera:

“La simpática”, “la servicial”, “la que da abrazos apretados”.

A la hora de tocar vidas, poco importa si usamos lentes o ropa al último grito de la moda; si nuestros padres son bajitos o altísimos. Poco importa el color de piel, de ojos o de pantalón.

La persona con el gusto más exigente, creativo, refinado y visionario del planeta, lo último que mira es tu exterior. Tampoco mira tu CV, tu billetera, o tu árbol genealógico. Mira tu corazón. Y no te dio un like. No hizo clic en un corazón virtual y siguió de largo a la siguiente imagen. Se detuvo, detuvo el universo y dio su vida por ti. Dijo: “¡Te amo! ¡Hasta la muerte y por toda la eternidad!” y lo dijo de verdad. Dejó una de esas huellas de amor también en nuestro corazón, para que la recibamos y sepamos darla hoy, para que aprendamos a ver con sus ojos y entendamos nuestro valor.

“La sabiduría y la excelencia reveladas en el carácter y la conducta expresan la verdadera belleza del hombre; la dignidad intrínseca, la excelencia del corazón, determina que seamos aceptados por el Señor de los ejércitos. ¡Cuán profundamente debiéramos sentir esta verdad al juzgarnos a nosotros mismos y a los demás!” (Patriarcas y profetas, p. 692).

Valores - 14 de enero

La trampa y el cordón

“Líbrame de las trampas que me han tendido y de los engaños de los que hacen el mal” (Sal. 141:9).

Se sentó en el cordón. Apoyó los codos sobre sus rodillas y hundió el mentón entre sus manos. Yo lo veía, desde la ventana, frustrado por algo que me parecía insignificante pero que en ese momento le había dado vuelta el mundo.

Unos segundos antes había estado jugando con sus amigos, como de costumbre, en la calle que separa su casa de la mía. Sus juegos y sus risas me hacían recordar a las tardes de mi infancia, y su alboroto inocente me hacía sonreír.

Pero las cosas cambiaron repentinamente. El juego cesó y dio lugar a la pelea. Ahí lo escuché gritar suplicante: “No seas tramposoooo”.

Claramente, no hubo pedido de disculpa y el juego se disolvió. Cada participante salió hacia un lugar diferente y en la calle reinó el silencio, pero también la tensión. El silencio despertó mi curiosidad y me hizo espiar desde la ventana. Ahí estaba él, sentado en el cordón, desconsolado.

La trampa duele, aunque sea (y sobre todo) a los niños.

Al verlo, pensé en todas las veces que hice trampa con cosas pequeñas y con cosas más grandes también. Trampas que quizá solo Dios vio pero que a la larga terminaron trayendo dolor, a otros y a mí, momentáneo o duradero.

Es que... es muy fácil engañar y muy difícil reconocerlo.

Hay trampas en el juego, trampas en el trabajo, trampas en el amor no perfeccionado e incluso trampas en la religión.

No sé cuál es tu tentación hoy, qué trampa estás tramando llevar a cabo, aunque pienses que es dentro de todo “inocente” o que hasta puede pasar como algo “inconsciente”.

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8, 9).

Oremos para que las trampas con las que nos enfrentamos hoy no sean obstáculo sino motivo para ir corriendo a quien es Fiel y Verdadero.

Al día siguiente, el cordón estaba vacío, y la calle llena de alboroto hablaba de reconciliación.

Que tu corazón y el mío, así como el cordón, queden limpios.

Encuentros con Jesús - 15 de enero

El techo roto

“Y sucedió que unos hombres que traían en un lecho a un hombre que estaba paralítico, procuraban llevarle adentro y ponerle delante de él. Pero no hallando cómo hacerlo a causa de la multitud, subieron encima de la casa, y por el tejado le bajaron con el lecho, poniéndole en medio, delante de Jesús” (Luc. 5:18, 19).

Este techo fue muy especial. No sabemos cuántas personas había bajo él, no conocemos los nombres de los amigos del hombre paralítico, cuántos años llevaban de amistad, cómo se conocieron, qué días solían reunirse o con cuál tenía más afinidad. No sabemos si hicieron chistes al cargarlo en el lecho, si lo ayudaron a prepararse para estar más presentable, si ese día hacía frío o calor. Desconocemos qué acción específica pasada era la que atormentaba tanto al hombre como para que le resultara más valioso sentir el perdón de Jesús que valorar su curación física. No se nos dice quién se quedó a juntar los escombros del techo, o si alguien decidió dejarlos tal como estaban como monumento al gran milagro.

Solo sabemos que hubo fe y que Jesús sigue haciendo milagros. Desde que rompió con su gloria el techo de nuestra atmósfera para venir como niño, crecer y vencer, trajo la opción de la salvación para todo el que cree en él. No hay límites ni techos para las manifestaciones de poder en la vida de sus hijos que eligen creer.

¿Qué está pasando debajo de tu techo?

¿Hay una multitud y bullicio que obstaculizan el milagro? ¿Hay prejuicios que pesan más que la verdad sencilla?

¿Hay un amigo que está intentando llevarte a los pies de Jesús?

¿Hay un pasado que te atormenta y te hace sentir indigno?

¿Y si dejas que el techo se rompa y no te preocupas por los escombros por un rato?

“El efecto producido sobre el pueblo por la curación del paralítico fue como si el cielo, después de abrirse, hubiese revelado las glorias de un mundo mejor. Mientras que el hombre curado pasaba por entre la multitud, bendiciendo a Dios a cada paso y llevando su carga como si hubiese sido una pluma, la gente retrocedía para darle paso [...] murmurando entre sí: ‘Hemos visto maravillas hoy’ ” (El Deseado de todas las gentes, p. 236).

Permítele al Maestro entrar en tu casa. Que tu techo tenga una historia para contar.

Aroma a sábado - 16 de enero

El arbolito caletense

“No dejen que el mal los venza, más bien venzan el mal haciendo el bien” (Rom. 12:21, NTV).

Los viernes de tarde eran especialmente cansadores. Y ese viernes, con un esguince en el pie izquierdo, la mochila llena de libros, un bidón de agua de ocho litros y el cansancio de toda la semana, venía caminando en mi diaria lucha contra el viento característico de la ciudad donde me encontraba colportando. Todo era árido y había solamente un par de arbustos secos en la especie de vereda que me llevaba a casa, además de mucha basura.

Sin embargo, había algo que siempre me llamaba la atención: en medio de toda las bolsas y plantas sin vida, había un arbolito que se erguía valiente y le daba un poco de verde al paisaje. Tenía un montoncito de tierra que rodeaba el tronco que intentaba crecer a pesar del clima poco favorable.

Ese viernes descubrí la razón de esa prolijidad.

Un hombre que peleaba contra el viento como yo, con una pala y mucho cariño, lo cuidaba, limpiaba y regaba. Tuve que parar para agradecerle por lo que estaba haciendo y su respuesta quedó registrada en mi mente para siempre: “Yo sé que este lugar es feo, pero este pedacito de tierra es mío y yo lo voy a cuidar. Si hago lo mejor en la pequeña parte que me toca, se nota la diferencia”.

A veces pensamos que simplemente con no hacer el mal ya podemos quedarnos tranquilos. Pero en este mundo eso no alcanza. Este lugar es feo, aunque Dios lo creó hermoso.

No alcanza con no hacer cosas malas. Tenemos un pedazo de tierra, un templo que cuidar, una misión que realizar. Y para eso se necesita acción, no simplemente la pasividad de algo malo no realizado. Para vencer el mal, se necesita hacer el bien, ocupar los huecos, los tiempos “muertos” con cosas buenas y emplear los momentos productivos en hacer justamente el bien. Solo así podemos asegurarnos de estar cuidándonos, y marcar una diferencia aunque sea en la vereda en que nos toque estar.

Una pequeña acción hoy puede llevarte a un sinfín de buenas acciones mañana, en el pedacito de tierra que se te asignó. ¡Defiéndelo! Dios te lo dio y pedirá cuenta de él.

Hoy venzamos el mal... haciendo el bien.

Parábolas modernas - 17 de enero

Reflejos imperfectos

“Ahora vemos todo de manera imperfecta, como reflejos desconcertantes, pero luego veremos todo con perfecta claridad” (1 Cor. 13:12).

Cierta vez, mi teléfono celular voló accidentalmente hacia el suelo y, por primera vez después de tantas caídas, se rompió.

Ver su pantalla resquebrajada y su funcionamiento resiliente me hizo pensar. Recordé todos los celulares que he visto, con pantallas mucho más frágiles que la mía, arruinados por alguna caída accidental también. Y siguen funcionando. ¡Cuán fácilmente nos acostumbramos a verlos así: quebrados! Nos acostumbramos a ver las imágenes distorsionadas que proyectan. Adaptamos nuestros ojos a las líneas que dificultan el manejo y la visión.

Quizás algo que costó mucho esfuerzo, en cuestión de segundos queda con marcas imborrables. Quizás alguna astillita de vidrio aún se clava en los dedos y hace sangrar. Y aceptamos esa realidad y seguimos funcionando.

No sé si tu celular costó cien dólares o mil, pero todos pueden quebrarse... todos podemos quebrarnos. El daño nos puede ser infligido o podemos infligirlo nosotros también.

Lo importante es recordar que hay arreglo. No nos acostumbremos a ver todo con líneas que recuerdan las caídas. No adaptemos nuestra visión ni veamos la vida solamente desde la perspectiva de algo quebrado o distorsionado.

Así como al entrar a un salón de espejos, donde nuestra figura queda totalmente distorsionada, reconocemos que lo que tenemos frente no siempre es un reflejo fiel de la realidad y que nuestra mente está siendo engañada, reconozcamos que en este mundo solo veremos reflejos imperfectos.

Pero estas noticias no son desalentadoras, porque en sí mismas esconden una promesa esperanzadora.

Hay ayuda disponible, aunque sea, y en primer lugar, en Dios. Es gratuita, aunque a él le costó todo. Es misericordiosa, paciente y llena de amor perfecto.

Él es experto en arreglarnos, pero más que eso: hoy quiere transformarnos y prepararnos para cuando veamos todo con perfecta claridad. Puede ser como ese paño limpio que borra las imperfecciones y suciedades del lente a través del que vemos todo. Puede mostrarnos, a través de su mirada limpia, cuál es su plan.

Dios pregunta - 18 de enero

¿Entiendes lo que lees?

“Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees?” (Hech. 8:30).

Cuando era pequeña, jugaba a memorizar las historias y el momento exacto de dar vuelta las páginas. De esta forma pretendía “leerle” a mi hermana. ¡Tenía tantas ganas de poder leer de verdad!

La pregunta de hoy no la hace Dios, sino un hombre dirigido por Dios. Esta historia no es común. Un hombre acepta cambiar la agenda de su día y sale a caminar por el desierto. De repente, comienza a hablar con un extraño. Ni siquiera sabemos si Felipe saluda al etíope; solo se le acerca, lo observa y le pregunta: “¿Entiendes lo que lees?” Luego, procede a hacer con él un ejercicio de comprensión lectora y, para terminar, lo bautiza. ¡Qué insólito!

Sin embargo, todo tiene sentido si comprendemos quién es Dios y cuál es su plan, si entendemos cómo actúa y cómo actúan quienes lo siguen y lo aman.

Todo aquel que regala libros, que enseña a leer, a gustar de las buenas historias y a valorar los innumerables beneficios que produce el hábito de la lectura desde la niñez, no solo abre el mundo ya conocido, sino que además brinda herramientas para comprender mejor la Palabra de Dios.

Hoy muchos no entienden lo que leen y están ansiosos por encontrarse con alguien que les recuerde el valor de la historia más hermosa que se haya contado alguna vez.

“Este etíope simboliza una numerosa clase de personas que necesita ser enseñada por misioneros como Felipe; esto es, por hombres que escuchen la voz de Dios y vayan adonde él los envíe. [...] En todo el mundo hay hombres y mujeres que miran fijamente al cielo. Oraciones, lágrimas e interrogantes brotan de las almas anhelosas de luz en súplica de gracia y de la recepción del Espíritu Santo. Muchos están en el umbral del reino esperando únicamente ser incorporados en él. [...] Hoy también los ángeles guiarán los pasos de los obreros que consientan en que el Espíritu Santo santifique sus lenguas y refine y ennoblezca sus corazones” (Los hechos de los apóstoles, pp. 90, 91).

¡Qué hermoso! Dios tiene un plan para cada uno de sus hijos. No solo lo cumplió en un camino desierto a Gaza, ¡puede cumplirlo hoy!

¿Entiendes lo que lees? Pregúntatelo y también prepárate para preguntárselo a otros.

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