Kitabı oku: «Hoy camino con Dios», sayfa 2
Encuentros con Jesús - 1º de enero
Incluido Pedro
“Ahora vayan y cuéntenles a sus discípulos, incluido Pedro, que Jesús va delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán, tal como les dijo antes de morir” (Mar. 16:7, NTV, énfasis añadido).
Recuerdo aquella mañana nevada porque supe, después de leer este versículo, que de ahí en más vería las cosas de forma diferente. Un autor cristiano escribió una reflexión basada en este texto y, aunque la leí sin mucho cuidado, vi esta historia bajo una nueva luz. El autor mencionaba que en ella podíamos encontrar el “evangelio de la segunda oportunidad”.
Pedro había negado a Jesús, había visto su mirada en el patio, había llorado amargamente —arrepentido por su proceder—, y ahora probablemente extrañaba a su Maestro, quien ya descansaba. Seguramente, el nuevo día había amanecido sombrío sin su amigo tan querido.
No sé cómo habrá amanecido tu primer día de este nuevo año. Quizá comenzó lleno de expectativas y entusiasmo. Quizá, como Pedro, acarreas culpas del pasado. Quizá pensar en el futuro te resulta abrumador. Quizá tus resoluciones no son tan claras aún. Quizá sientes que el año no ha terminado en realidad y que el peso de otro número es más de lo que puedes soportar por tu cuenta. O también puede ser que el cambio de fecha no represente mucho para ti y hoy haya comenzado como comienzan tantos otros días.
Cada nuevo día, Dios nos recuerda que nos da una nueva oportunidad para vivir, llena de esperanza y alegría.
Jesús, al resucitar, dejó una invitación para sus discípulos, y mencionó específicamente a Pedro. Le aseguró que seguía incluido en el grupo, pero sobre todo, le aseguró que seguía amándolo y que quería verlo otra vez.
Al iniciar un año nuevo, tenemos la oportunidad de replantearnos ciertas cosas.
Aprovechemos esta fecha para recordar que Jesús nos está haciendo una invitación similar. Quiere recordarnos que está vivo, que está dispuesto a perdonarnos, que quiere darnos otra oportunidad y vernos otra vez.
Es que aún tiene muchos planes para nosotros y quiere usarnos de formas espectaculares cada día de este año para ser de bendición para otras personas. Quiere recordarnos que va delante de nosotros y que, así como cumplió tantas de sus promesas, también va a cumplir su promesa de volver. Escribamos nuestro nombre en lugar del de Pedro, propongámonos tener una relación íntima con él y aceptemos con gozo este “evangelio de la segunda oportunidad”.
Aroma a sábado - 2 de enero
Una canción para el sábado
“¡Cuán bueno, Señor, es darte gracias y entonar, oh Altísimo, salmos a tu nombre!” (Sal. 92:1).
¿Qué cosas son características del día sábado en tu hogar? Para muchos, es el aroma a alguna comida especial, la agradable sensación de limpieza o alguna actividad diferente realizada en esas horas sagradas. Para otros, tristemente, el sábado se ha convertido en un día en que las ideas de cosas para hacer se acaban; un día que se espera que pase rápido.
Richard Davidson, autor del libro A Song For the Sabbath [Una canción para el sábado], menciona en su obra algunas de las características que hacen que este día sea un deleite para su familia. Incluye algunas hermosas tradiciones que tenía el pueblo judío para celebrarlo de forma especial. Habla detalladamente de este salmo que fue escrito para el día de reposo y también menciona algo muy interesante: las personas siempre buscaban a Jesús para que él obrara milagros, pero los milagros de sanidad que Jesús realizó en sábado fueron todos por su propia iniciativa.
Jesús quería resaltar la dimensión redentora del día sábado ante un pueblo que la había ocultado bajo un cúmulo de restricciones. La sanidad de las dolencias de estas personas implicó no solo una mejora física, sino salvación, liberación y acción; lo opuesto a la indolencia ejercida por muchos en ese día (algo que vemos aún hoy). Las enfermedades de estas personas eran crónicas y, al curarlas, Jesús también buscaba resaltar el aspecto redentor involucrado en su accionar.
Te invito a aprovechar el día de hoy para leer con más detenimiento y gratitud el Salmo 92. También te sugiero que estudies más profundamente las historias de estos milagros realizados en sábado y que las enriquezcas con la lectura de El Deseado de todas las gentes.
El hombre de la mano seca (Mat. 12:9-14; Mar. 3:1-6; Luc. 6:6-11), la mujer lisiada (Luc. 13:10-17), el hombre con hidropesía (Luc. 14:1-6), el paralítico de Betesda (Juan 5:1-18) y el hombre nacido ciego (Juan 9) fueron los beneficiados en sábado hace miles de años.
Hoy, el beneficiado puedes ser tú. La esencia sanadora del sábado se aplica a nosotros hoy y, al elevar nuestras voces en adoración durante este día, podemos hacerlo no solo por la gratitud de una verdad teológica en la que creemos, sino por la experiencia de sanidad que también vivimos de primera mano.
Objetos cotidianos - 3 de enero
La honda, el pato y el perdón
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia...” (Heb. 4:16).
Richard Hoefler narra la historia de un niño que estaba de visita en la casa de sus abuelos y había recibido su primera honda. Muy entusiasmado, salió al bosque a practicar, pero no pudo pegarle a nada. Después de un rato, se dio por vencido y emprendió el camino de regreso a la casa. Cuando llegó al patio, vio al pato que su abuela tenía de mascota y, sin pensarlo demasiado, le lanzó una piedra. Después de sus frustrados intentos con la honda en el bosque, lo último que se imaginó fue que este golpe sí daría en el blanco. El pato cayó muerto.
El niño entró en pánico. Rápidamente, lleno de desesperación, escondió el pato muerto entre un montón de leña pero, apenas levantó la mirada, vio que su hermana lo estaba observando. Sally había visto todo. Sin embargo, se quedó callada.
Ese mismo día, al terminar el almuerzo, la abuela le pidió a Sally que lavara los platos. Pero Sally contestó: “Johnny me dijo que él quería ayudar en la cocina hoy” y, de forma comprometedora, mientras miraba a Johnny, continuó: “¿No, Johnny?” Se le acercó y en un susurro le dijo: “Acuérdate del pato”. Así que Johnny se levantó y lavó los platos.
Más tarde, el abuelo les preguntó si querían acompañarlo a pescar, a lo que la abuela respondió: “Lo lamento, pero necesito que Sally me ayude a preparar la cena”.
Sally, con una sonrisa triunfante y confiada, dijo: “No hay problema, Johnny me dijo que él quiere ayudarte”. Nuevamente se acercó a Johnny y le susurró: “Acuérdate del pato”. Así que Johnny se quedó en la casa mientras Sally iba a pescar con el abuelo.
Pasaron varios días en los que Johnny tuvo que cumplir con sus tareas y también con las de su hermana, hasta que no aguantó más y le confesó a su abuela la verdad acerca de cómo había matado al pato.
“Ya lo sabía, Johnny”, le dijo mientras lo abrazaba. “Ese día estaba parada al lado de la ventana y vi todo. Como te amo, te perdoné. Pero me preguntaba hasta cuándo dejarías que Sally te tuviera esclavizado...”
Hoy, no nos dejemos esclavizar por el enemigo. Vayamos a Dios. Él sabe todo y está listo para ofrecernos su perdón.
Dios pregunta - 4 de enero
¿En qué dormirá?
“Si tomares en prenda el vestido de tu prójimo, a la puesta del sol se lo devolverás. Porque sólo eso es su cubierta, es su vestido para cubrir su cuerpo. ¿En qué dormirá? Y cuando él clamare a mí, yo le oiré, porque soy misericordioso” (Éxo. 22:26, 27).
¿Cuánta ropa habrá llevado el pueblo de Israel en su larga travesía por el desierto? Dios cuidó sus vestimentas y calzados para que no se estropeasen. En un momento dictó sus leyes de amor y cuidado para el prójimo e hizo esta pregunta: “¿En qué dormirá?”
Había instrucciones claras acerca del jubileo, de las ciudades de refugio, de la responsabilidad social y de muchas cosas más. (¡Con razón Balaam quedó impresionado al mirar el campamento y ver tanto orden, disciplina y prosperidad!) Pero en ese momento, ¡Dios se preocupó por cómo iban a dormir!
Recuerdo vívidamente dos imágenes. En primer lugar, recuerdo las pesadas puertas de hierro de una cárcel que visité en mi adolescencia como parte de una actividad comunitaria del Club de Conquistadores. Lo que menos esperaba era encontrarme con algunos compañeros de clase que habían sido detenidos sin que nos enteráramos. No puedo olvidar sus miradas de vergüenza, impotencia y dolor al reconocerme.
En segundo lugar, recuerdo el llanto desesperado de un niño que se había quedado sin su autito porque otro niño acababa de quitárselo. No era un llanto caprichoso. Vivía solo en la calle, tenía poca ropa y ese autito roto era su único juguete y propiedad.
Lamentablemente, el mundo está lleno de situaciones como estas, y otras muchísimo más desgarradoras. Y por alguna razón en mis oídos resuena esta pregunta: ¿En qué dormirá?
Muchas veces olvidamos la importancia de la preocupación por el prójimo y la correcta administración de nuestros bienes.
“Si los hombres cumplieran con su deber como mayordomos fieles de los bienes del Señor, no habría el clamor por pan, ni el sufrimiento por la miseria, ni la desnudez y la necesidad. La infidelidad de los hombres trae el estado de sufrimiento en el que la humanidad está hundida” (El ministerio de la bondad, p. 18).
Al ser misericordiosos, nos parecemos más a Jesús y podemos revelar mejor ante este mundo el carácter divino.
¿Recuerdas el caso de alguna persona que esté “sin vestido”?
Quizás esa ley dada en el Éxodo hace tantos años puede ser nuestra norma hoy.
El poder de la música - 5 de enero
¡Oh, qué amigo nos es Cristo!
“...los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes” (Juan 15:15).
Joseph Scriven tenía 25 años. Estaba enamorado y a punto de casarse, pero el día previo a su boda, su prometida murió ahogada en un trágico accidente. Con el corazón roto, Joseph cruzó el océano Atlántico desde su Irlanda natal para comenzar una nueva vida en Canadá. Se estableció en Ontario y, al lado de un río, hizo un compromiso con Dios de vivir su vida de acuerdo con las enseñanzas del Sermón del Monte, para servir a otros y reflejar el amor de Cristo siempre. En ese pueblo comenzó a conocérselo como “el buen samaritano de Port Hope”.
Pasaron varios años y empezó a trabajar como maestro en una escuela. Allí se enamoró de Eliza, quien era pariente de uno de sus alumnos. Se comprometieron y estaban por casarse cuando, inesperadamente, las esperanzas y los sueños de Joseph se hicieron añicos otra vez. Eliza enfermó gravemente y murió semanas antes de la boda.
Este hombre, experimentado en dolor y soledad, recurrió una vez más a Dios para recibir fuerzas y consuelo. Su fe en él, así como su relación diaria tan cercana, lo ayudaron a salir adelante.
Poco después de que Eliza muriera, Joseph se enteró de que su madre estaba muy enferma. Como no podía volver a verla, le escribió una carta para darle ánimo y consuelo, y adjuntó uno de sus poemas titulado “¡Oh, qué amigo nos es Cristo!” Había conocido a un Dios que está dispuesto a sobrellevar nuestras cargas y sanar nuestro dolor.
Ya al fin de sus días, que habían sido empleados siempre en ayudar a los menos afortunados, un amigo lo visitó y se encontró con este y otros poemas.
Hoy es un himno cantado por millones de cristianos de diferentes denominaciones y culturas. Y es que el amor de Dios, que sostuvo a Joseph en sus peores momentos, es el mismo que nos puede sostener hoy.
Te invito a pensar en la letra de este himno y a cantarlo con convicción. Jesús, en su Palabra, nos llamó amigos. Nosotros, en nuestra vida, podemos demostrar que lo llamamos así también.
¡De cuánta paz nos perdemos! ¡Cuánto dolor cargamos innecesariamente! ¡Qué privilegio llevarle todo en oración!
Historias de hoy - 6 de enero
Vuelos perdidos
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom. 8:28).
Había perdido un vuelo y estaba a punto de perder otro. Transitaba los interminables pasillos del aeropuerto con dos mochilas pesadísimas en la espalda y el brazo izquierdo. Con la mano derecha acarreaba una valija. Pero esa valija no tenía ruedas, así que, por el cansancio, muchas veces la iba pateando lentamente para avanzar. Estaba concentrada en mi mal humor. De repente, una mujer me preguntó, con cara de dolor, si la podía ayudar. Tenía un brazo fracturado y venía haciendo malabares con su equipaje también. Me detuve a ayudarla, caminamos apresuradamente y, al llegar al mostrador donde nos tenían que asignar un nuevo vuelo, comenzamos a conversar más calmadamente en una mezcla de español y portugués. Hablamos de problemáticas sociales, familia, estudios, trabajo y… de Dios. Le conté que era adventista. Ella me dijo que había visto programas de familia y alimentación saludable en el canal Nuevo Tiempo y también me contó algunas otras inquietudes espirituales. Quería saber más sobre nuestras creencias y se la veía muy animada a pesar de la noticia: ya no había vuelos y nos tocaría esperar. A ella, en un hotel; a mí, en el piso del aeropuerto... cinco noches (aunque a esa altura aún no lo sabía). Antes de salir hacia el hotel, y aprovechando los tickets de comida que le habían dado, me invitó a desayunar. Eran las 4 de la mañana y nos sentamos en uno de los pocos locales abiertos. Decidimos intercambiar direcciones para seguir en contacto y, mientras ella escribía sus datos, aproveché a sacar mi Biblia para compartir mi versículo favorito con ella: Romanos 8:28, que tan apropiado resultaba para la situación que estábamos pasando. Ella terminó de escribir y me pasó el papel. Cuando lo vi, para mi sorpresa, me di cuenta de que además de sus datos había escrito con su letra de abuela en prolijo portugués: “Carol, todas as coisas cooperam para o bem daqueles que amam a Deus” (Rom. 8:28).
Seguramente, Dios quería recordarnos esa promesa a las dos. Él es especialista en transformar situaciones desafortunadas en una enorme bendición.
Seguramente, hoy quiere recordarte esta promesa a ti también. Ámalo. Él hará el resto.
Valores - 7 de enero
Los rocklets de la Regla de Oro
“Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes” (Mat. 7:12, NVI).
En mi pueblo venden un brownie bañado en chocolate y mini Rocklets. Una vez llevé ese postre para festejar el cumpleaños de una de mis alumnas. Entre globos, risas y actividades, la clase transcurrió normalmente, terminó y los chicos se fueron. Me quedé en silencio para limpiar y ordenar todo, y cuando fui a guardar lo que quedaba del brownie, me encontré con que a la porción le faltaban los mini Rocklets. Su ausencia había dejado un espacio vacío... y se notaba.
No sé quién los comió ni si hubo mala intención al efectuar ese robo tan pequeño. Pero sé que la actitud nació de donde nacen todos los males: de nuestro egoísmo humano innato.
¡Cuántas veces sacamos de los demás sin que nadie vea, sin que se den cuenta! Sacamos algo porque nos beneficia, y tener ese “mini Rocklet” es para nosotros más importante que el vacío que queda en su “porción”.
Hoy en día lidiamos con robos, usos y abusos mucho más grandes que ese, pero recordemos que el egoísmo no es la solución para las carencias o los apetitos; aunque sea grande o pequeño, nuestro accionar puede dejar un vacío innecesario en algo o en alguien.
Nuestra forma de manejarnos, al final, sí marca la diferencia, aunque sea en las personas que nos rodean.
No es tarde para restituir algunas cosas, o para llenar con gestos pequeños pero significativos los espacios que han quedado vacíos, a veces sin mala intención, a veces pensando que nadie lo notaría.
¿Qué “confites” crees que tienes a tu alcance hoy para “decorar” un espacio vacío?
En El discurso maestro de Jesucristo, Elena de White comparte unas citas respecto a este tema:
“En tu trato con otros, ponte en su lugar. Introdúcete en sus sentimientos, sus dificultades, sus chascos, sus gozos y sus pesares. Identifícate con ellos, y luego trátalos como quisieras que te trataran a ti si cambiaras de lugar con ellos. Esta es la regla de honestidad verdadera. [...] Y es la médula de la enseñanza de los profetas. Es un principio del cielo [...]. Cuando los que profesan el nombre de Cristo practiquen los principios de la Regla de Oro, acompañará al evangelio el mismo poder de los tiempos apostólicos” (pp. 123, 124, 126).
Encuentros con Jesús - 8 de enero
Eliminar etiqueta
“Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció” (Mat. 8:1-3).
Nos hemos acostumbrado a las etiquetas, pero algunas veces nos etiquetan no en fotos, sino con adjetivos que duelen.
¿Qué pasaría si todos anduviésemos por la calle con un cartelito con las etiquetas que otros nos ponen, o esas que a veces nos autoasignamos, que pueden tener un poco de razón, o solo ser un espejo de cómo se siente el otro?
El hombre de nuestra historia llevaba una etiqueta antigua que no podía esconderse detrás de una pantalla o de un perfil estratégicamente pensado. Tenía que gritar “¡Inmundo! ¡Inmundo!”, por si alguien no se había “actualizado”.
En El Deseado de todas las gentes, leemos que ellos, los leprosos, “no se atrevían a esperar que Jesús hiciese por ellos lo que nunca se había hecho por otro hombre. Sin embargo, hubo uno en cuyo corazón empezó a nacer la fe” (pp. 227, 228).
Una mañana se animó a salir de su escondite. No sabemos si vistió sus mejores ropas, si se lavó la cara y se peinó.
¿Lo sanaría él? ¿Lo maldeciría por sus pecados? ¿Le diría que se alejara para no contaminarse? ¿Lo rechazaría como todos los demás? ¿Lo miraría con asco?
Se acercó con temor, a lo lejos. Lo escuchó, lo vio poner sus manos sobre los enfermos. Quizás al final sí era real...
Intercambiaron dos frases que lo dijeron todo y, en ese instante, al desaparecer la lepra visible, Jesús arrancó de su pecho la etiqueta invisible, borró de sus cuerdas vocales el grito desesperado y puso en sus labios una historia para contar. Jesús no solo obra externamente; transforma la identidad, restaura, reúne a las personas aisladas, saca de la cueva y lleva a la casa, convierte a un montón de harapos en persona y a una víctima en testigo.
Es posible que hoy estés luchando con una etiqueta, mirando desde lejos a Jesús y preguntándote si realmente él es capaz de sanarte. Llévale todo. Deja que en tu corazón nazca la fe y permítele obrar un milagro en tu vida también. Está ahí, con el ícono de “Eliminar etiqueta” abierto, esperándote para hacer el clic.
Aroma a sábado - 9 de enero
Sábado en el hostal
“Anhelo con el alma los atrios del Señor; casi agonizo por estar en ellos. Con el corazón, con todo el cuerpo, canto alegre al Dios de la vida. Señor Todopoderoso, rey mío y Dios mío, aun el gorrión halla casa cerca de tus altares...” (Sal. 84:2, 3, NVI).
Nos encontrábamos de viaje con un grupo de amigos. Esa tarde habíamos recorrido un lugar que nos había quitado el aliento por su grandeza y su hermosura, y nos había hecho recordar las cuevas en las que David se escondía cuando huía de Saúl. Habíamos disfrutado intensamente de estar en la naturaleza y conocer nuevos lugares, pero el sol se había puesto y nos encontrábamos hospedados en un hostal. Aunque todos éramos adventistas, el ambiente afuera no era muy sabático. El hospedaje estaba ubicado en una de las avenidas principales, llena de gente, bullicio y agua que corría por las veredas debido a la copiosa lluvia que caía.
Era temprano, me había acostado y recordé este versículo porque era mi oración. ¡Cuántas ganas tenía de estar en un lugar más propicio para estar en sintonía con Dios!
Sin embargo, en esa cama prestada, esa noche pude sentir la paz de la compañía divina, que va con nosotros si la pedimos.
Como vivo en un pueblo tranquilo, vivir un momento de quietud no es algo que me resulte difícil los sábados y es algo que busco con alegría. Pero quizá tu situación sea diferente. Quizás a tu alrededor haya mucho ruido y gente que no tiene idea de las bendiciones prometidas para este día.
Quizá haya silencio, pero por dentro estás pasando un momento de “ruido” por cosas que te preocupan, que no te convencen o que te hacen dudar.
Quizás en este momento no puedas elevar la voz pero, como dice el salmista, ojalá puedas con tu corazón cantar a Dios.
Muchos sábados me tocó asistir a iglesias en galpones o gimnasios. Aunque esos lugares a veces parecían no ser tan reverentes, me dejaron una lección preciosa. Por los aleros del techo, siempre se colaban algunas palomas, gorriones y horneros que asistían al culto como nosotros. Aun ellos se sentían a gusto en la presencia del Altísimo y se unían a nuestro canto.
Ojalá anheles sus atrios y su presencia también. Dios concederá tus deseos y te acompañará donde sea y como sea que estés.