Kitabı oku: «Hoy camino con Dios», sayfa 7
Dios pregunta - 15 de febrero
¿Estás dormido?
“Simón –le dijo a Pedro–, ¿estás dormido?” (Mar. 14:37).
Cuando mis amigas venían a mi casa a dormir o yo iba a dormir a la de ellas, nos quedábamos conversando hasta tarde. En esos momentos, en voz baja y con las luces ya apagadas, surgían los temas más íntimos. Llegar a contar algo muy secreto realmente requiere valor y, sobre todo, mucha confianza en la otra persona. Pero ¡cuántas veces les hice una pregunta al terminar toda mi perorata, solo para descubrir que hacía rato ya se habían quedado dormidas! ¡Cuántas veces a ellas les pasó lo mismo conmigo! Nuestros secretos terminaban siendo revelados a la nada, y en ese silencio solo se percibía la sensación de una profunda desilusión, verbalizada por la tímida pregunta: “¿Estás dormida?”
Una noche, Jesús hizo esta pregunta a un círculo íntimo de amigos que estaban totalmente inconscientes de la magnitud de los eventos que estaban a punto de ocurrir.
¡Qué escena tan triste! Esa pregunta sigue tan viva y penetrante como esa noche…
Elena de White nos dice que varias veces los discípulos habían ido con Jesús a pasar la noche ahí. Oraban un rato pero después se dormían “apaciblemente a corta distancia de su Maestro, hasta que los despertaba por la mañana para salir de nuevo a trabajar” (El Deseado de todas las gentes, p. 637). Esta noche Jesús sí quería que lo acompañaran en vigilia y oración; pero ellos no estaban acostumbrados. Con su amor tan característico, les dijo: “Vigilen y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil” (Mar. 14:38).
¿Cuántas oportunidades de acercar a otros a Dios por medio de la oración dejamos pasar por el uso ocioso de nuestro tiempo?
Jesús, con la misma confianza y cariño que sentía por Pedro, nos pide que velemos y oremos por nosotros y por otros, para que no caigamos en tentación y seamos capaces de discernir la magnitud de los eventos que están ocurriendo y a punto de ocurrir, para que podamos disfrutar su compañía el mayor tiempo posible y no nos perdamos todas las cosas que quiere compartir en su Palabra y en su accionar diario.
Así como Pedro y como las vírgenes de la parábola, podemos pensar que estamos listos y dormirnos a las puertas del evento más importante de la historia del mundo. ¿Estamos dormidos?
El poder de la música - 16 de febrero
Tal como soy
“Porque así dijo el Alto y el Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isa. 57:15).
Charlotte Elliott nació en la época victoriana de Londres, en 1789. Su abuelo era un famoso predicador evangélico y desde pequeña aprendió acerca del amor de Dios.
En su juventud, Charlotte era una poeta humorística, pero a los 32 sufrió una grave enfermedad que la dejó incapacitada por el resto de su vida. Su mentor espiritual, César Malan, un ministro e himnólogo suizo, le aconsejó que reemplazara su ira y conflicto interior por la paz y la fe en Dios. A partir de ese momento, ella comenzó a emplear sus talentos literarios para escribir himnos.
Aunque algunas veces se deprimía por su enfermedad, siempre se sentía renovada con la certeza de la salvación y respondía a su Salvador por medio de himnos.
En 1934 publicó El himnario del inválido, con unos 150 himnos. El más conocido es “Tal como soy”, que se incluyó en muchísimos de los himnarios ingleses y norteamericanos.
Sus himnos, sencillos y de consuelo para los que están pasando por enfermedad o sufrimiento, conforman seis voluminosos tomos.
Este himno en particular fue escrito una tarde en que Charlotte se quedó sola. Su familia había salido a una actividad de la iglesia y ella tuvo que permanecer en casa por su enfermedad. Se sentía inútil y deprimida. Pero recordó el mensaje que su mentor le había compartido: “Ven a Cristo tal como eres”. Se repuso y escribió esta preciosa letra.
Dios nos invita y nos llama tal como somos y estamos. Hoy tenemos una nueva oportunidad de responder a su llamado.
De esta historia se desprenden al menos dos lecciones.
En primer lugar, sabemos que Dios nos recibe como somos pero, así como le pasó a Charlotte, puede hacer que nuestros talentos obren para su gloria y puede transformarnos en bendición. Podemos, con ellos, contrarrestar los momentos difíciles que nos toque vivir.
En segundo lugar, podemos ser mentores, como lo fue César, para llevar mensajes de consuelo.
¿Quién sabe cuánta bendición saldrá de eso?
Historias de hoy - 17 de febrero
El regalo de Santi
“Los justos claman, y el Señor los oye; los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido” (Sal. 34:17, 18, NVI).
Aquel día volví triste a casa porque él estaba triste. Sus pequitas coloradas y sus ojos azules muchas veces me animaban en los días en que más cansada estaba. Muchas veces me esperaba con mi chocolate favorito o con un simple mensajito dibujado en el pizarrón; pero ese día estaba apagado, un poco aislado y me confesó que le dolía la cabeza.
Más tarde me enteré que era, en parte, porque su papá había tenido que viajar unos días por trabajo. A su edad, yo tenía la misma reacción cuando mi papá viajaba por trabajo, así que enseguida simpaticé con él.
Lo cierto es que con sus ojitos llenos de inminentes lágrimas nos despedimos esa tarde y volví caminando a casa.
Oré por él, porque lo entendía, pero mientras subía por la calle me puse a pensar que su vivencia no solo me hacía recordar mi niñez.
Y es que ese día yo también estaba extrañando a mi Papá celestial. Me había alejado un poco de él, al estar llena de cosas para hacer y no dedicarle tiempo. Sentía que me hacía mucha falta charlar con él, pasar más tiempo juntos, escucharlo más... Y aunque no me dolía la cabeza, veía en mí la sintomatología típica de la aridez espiritual.
Santi me hizo ver que no siempre reaccionamos con tanto dolor cuando nos alejamos de Dios, que a veces somos más indiferentes a esa distancia y hay días que terminan con una comunicación insuficiente sin que parezca afectarnos demasiado.
Unos días más tarde, con una sonrisa triunfal en el rostro, entró al aula de la mano de su papá y me regaló una riquísima torta.
¿Y tú? ¿Sientes que quizá te has alejado de él o que lo extrañas?
Nuestro Padre celestial no se cansa de mostrarnos, hasta en los más mínimos detalles, que está ansioso por pasar tiempo con nosotros y que a su lado las lágrimas pueden convertirse en gozo.
“Su corazón está abierto a nuestros pesares, tristezas y pruebas. [...] Podemos apoyar el corazón en él y meditar todo el día en su bondad. Él elevará al alma, por encima de la tristeza y perplejidad cotidianas, hasta un reino de paz” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 17).
Valores - 18 de febrero
El valor del perdón
“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miq. 7:18, 19).
La sala estaba en silencio. Las persianas estaban bajas y afuera ya había dejado de brillar el sol hacía rato. Apagué las luces adentro también y me senté en un sillón a pensar un rato. Por la calle, que hasta ahora estaba silenciosa, pasó un chico hablando por teléfono con su novia y, mientras avanzaba, sus pasos coincidieron con mi ventana justo cuando decía: “Perdón por hablarte mal, mi amor. Lo que pasa es que...”
No agucé el oído para ver si llegaba a escuchar los motivos que le presentaría. No hacía falta.
En esos dos segundos entendí una vez más que los momentos de oscuridad y aparente silencio muchas veces son lo único que necesitamos para recordar algunas cosas importantes.
¿Cuántas veces vamos a las personas que lastimamos y pedimos perdón justificándonos? ¿Cuántas veces vamos a Dios y hacemos lo mismo? Hasta que no aprendamos a pedir perdón sin exponer excusas, no vamos a llegar a entender realmente su amor que no expone razones.
En El camino a Cristo, leemos: “Si no hemos experimentado ese arrepentimiento del que no hay que arrepentirse, y si no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación de corazón y quebrantamiento de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, entonces nunca hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, jamás hemos encontrado la paz de Dios” (p. 34).
Su perdón es maravilloso; su amor, indescriptible. No necesitamos justificarnos, solo reconocer. No necesitamos entender, solo aceptar. Pero ese perdón maravilloso no es un pase libre para pecar, ni ese amor indescriptible es algo para pisotear.
No son dones otorgados para “salirnos con la nuestra”, sino para demostrar la gratitud y entrega que un perdón y amor tal merecen.
Podemos ir, como hice muchas veces, a algún lugar cerca del mar y contemplar el infinito, en un intento por encontrar el punto exacto donde él sepulta y esconde nuestros errores… y por más que nos esforcemos, no lo encontraremos.
Como el profeta, simplemente nos queda decir: “¡¿Qué Dios como tú?! Perdón. Gracias”.
Encuentros con Jesús - 19 de febrero
¿Heridas o cicatrices?
“Luchó con el ángel, y lo venció; lloró y le rogó que lo favoreciera. Se lo encontró en Betel, y allí habló con él; ¡habló con el Señor Dios Todopoderoso, cuyo nombre es el Señor!” (Ose. 12:4, 5, NVI).
Tuve un compañero que siempre hacía alarde de las cicatrices que tenía y le gustaba contar las historias detrás de ellas. Y es que muchas veces las cicatrices son fuente de entretenidos relatos, pero generalmente recuerdan momentos de intenso dolor o malestar también.
No sabemos si la “cicatriz” que le quedó a Jacob después de su encuentro con el ángel fue algo de lo que hablaba con frecuencia, pero seguramente esa cojera era un recordatorio diario del encuentro que había tenido con Dios.
En El conflicto de los siglos se nos dice: “Mediante la humillación, el arrepentimiento y la rendición ese mortal pecador y descarriado prevaleció sobre la Majestad del cielo. Se había aferrado con un apretón tembloroso a las promesas de Dios, y el Amor infinito no podía rechazar la súplica del pecador. Como evidencia de su triunfo y estímulo para que otros imitasen su ejemplo, se le cambió el nombre; en lugar del que recordaba su pecado, recibió otro que conmemoraba su victoria” (p. 675).
Quizá hoy necesitamos un encuentro como el de Jacob, en el que sin orgullo ni presunción, pero sí llenos de confianza, le pidamos que se quede y nos bendiga.
Puede ser que la de hoy sea una herida por enfermedad, por la pérdida de un ser querido, por traición, orgullo, rechazo, decepción, malentendidos... O, ¿por qué no?, la herida del autorreproche que muchas veces nos convierte en nuestro peor enemigo.
Sea lo que fuere, recordemos que, cuando nosotros vemos heridas abiertas y seguimos luchando en medio del dolor, Jesús llega, apoya su mano en nuestro hombro y, en vez de heridas, ve cicatrices. En vez de recordar nuestro pecado, nos quiere dar un nombre nuevo que conmemore esa victoria.
¿Y si en vez de usar las heridas como excusa para no avanzar, comenzamos a usarlas como motor para llegar y llevar a otros hasta el final? Siempre es interesante escuchar la historia detrás de una cicatriz. Generemos un espacio para que otros se enteren de su amor.
Aroma a sábado - 20 de febrero
Huyendo de la serpiente
“Pero me temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, los pensamientos de ustedes sean desviados de un compromiso puro y sincero con Cristo” (2 Cor. 11:3).
Me encontraba en un retiro de jóvenes en un hermoso parque, y todos nos habíamos esparcido para orar. Me adentré en el bosquecito, alejándome cada vez más. Buscaba un lugar tranquilo donde sentarme... y ahí la vi. Se deslizaba silenciosa y lentamente entre unas ramas, y al ver sus colores sentí un pánico que pocas veces había experimentado.
Comencé a correr desesperadamente en otra dirección, aunque creo que nunca me vio. Pero corrí. Corrí consciente, como nunca, de que así está Satanás muchas veces merodeando y deslizándose silenciosamente para atacarnos y hacernos caer.
No sé si esa serpiente era venenosa o si me hubiese hecho algo en realidad, pero sí conozco el carácter de mi peor enemigo. Él siempre nos quiere hacer caer, siempre nos busca para arruinarnos la vida. Y muchísimas veces lo hace así: escurridiza y silenciosamente.
Corrí hasta que llegué nuevamente a la silla donde había estado sentada durante el sermón. Me senté, agarré mi Biblia y oré agradecida a Dios, no tanto porque me había salvado de una posible picadura, sino porque en esos segundos de corrida me había mostrado con cuánto afán tengo que tratar de alejarme lo más rápidamente posible del mal que acecha constantemente.
Muchas veces, olvidamos esa lucha aparentemente invisible.
Seguramente el plan original no era que anduviésemos corriendo despavoridos, pero desde que el mal entró, esa lucha es inevitable. Hoy es un día especial para recibir la paz que Dios nos quiere dar, para recordar que aunque estemos en continuo enfrentamiento con nuestro enemigo, y este día no sea la excepción, en Dios podemos encontrar a un fiel amigo.
¿De qué cosas debes huir hoy? ¿Qué pensamientos está desviando el enemigo? Pídele fuerzas a Dios para mantener firme tu compromiso con él.
Así como le pasó a Eva, puedes estar acercándote a terreno enemigo y exponiéndote a que el diablo intente sus ardides confusos y gane una pequeña batalla que no tiene porqué ganar.
Por eso, comienza este día poniéndote en las manos de Dios, y ora por tres tentaciones en particular, para que puedas obtener la victoria sobre ellas.
Objetos cotidianos - 21 de febrero
Había luz
“Durante ese tiempo los egipcios no podían verse unos a otros, ni moverse de su sitio. Sin embargo, en todos los hogares israelitas había luz” (Éxo. 10:23, NVI).
Una noche de verano se cortó la luz. Había tormenta fuerte, de esas que se anuncian con mucha antelación, con humedad y concierto de chicharras. Debido al corte, no se veía absolutamente nada.
En ese momento recordé la novena plaga de Egipto e imaginé la densa oscuridad que se debe haber vivido esos días. Pero según el relato bíblico, en los hogares de los hijos de Israel había luz.
No importa cuán oscuro esté alrededor. Con Dios, hay luz. Siempre. Para los egipcios, las tinieblas duraron tres días y ninguno veía a su prójimo ni podía moverse de su lugar.
El hecho de tener luz hace que podamos vernos unos a otros con mayor claridad y eso nos da la posibilidad de actuar. Si verdaderamente Dios está con nosotros, esto puede ser un hecho.
Pero ¿no resulta extraño que a veces, aunque decimos ser el pueblo que más luz ha recibido y aunque creemos estar tan cerca de Dios, en realidad estemos estáticos? ¿No resulta extraño que, habiendo tanta necesidad alrededor y tanta gente que podemos ver, actuemos tan poco?
Quizá podemos sentirnos parte del pueblo de Israel, cuando en realidad estamos teniendo un comportamiento más parecido al de los egipcios en esos tres días.
Las tinieblas de esos días no fueron solo una oscuridad pasajera. El firmamento realmente dejó de mostrar las estrellas, la atmósfera se volvió pesada, y el poder de los dioses sol y luna, que los egipcios tanto veneraban, se vio burlado. Algo desconocido se había apoderado del imperio más poderoso.
En los últimos días sucederá lo mismo. Las tinieblas serán tan pesadas, que muchos andarán errantes, palpándolas. Todo lo que vemos como poderoso demostrará carecer de poder cuando Dios se manifieste en gloriosa majestad al regresar a buscar a su pueblo.
Si alguien tuviera que contar tu historia, al hablar de tu casa, ¿podría decir: “...había luz”?
Jesús, en el sermón del monte, dio la breve pero poderosa orden: “Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo” (Mat. 5:16, NVI).
Esa primera orden, “Sea la luz”, sigue resonando vigente hasta hoy.
Dios pregunta - 22 de febrero
¿Quién encerró el mar?
“¿Quién encerró el mar tras sus compuertas cuando este brotó del vientre de la tierra? ¿O cuando lo arropé con las nubes y lo envolví en densas tinieblas? ¿O cuando establecí sus límites y en sus compuertas coloqué cerrojos? ¿O cuando le dije: ‘Solo hasta aquí puedes llegar; de aquí no pasarán tus orgullosas olas’?” (Job 38:8-11, NVI).
Cierta vez, fui a la isla Gorriti, en la costa atlántica de Uruguay. Me paré en la orilla. El agua venía con fuerza, pero al llegar a mis pies parecía una débil caricia que casi pedía permiso. Allí, por primera vez pensé en la pregunta que Dios le hizo a Job: “¿Quién encerró el mar tras sus compuertas?”
Pensé en un Dios que cierra con candado una puerta detrás de la que se esconde el elemento más importante y presente del planeta, que arropa el mar con nubes y colores diferentes cada día, que pone límites y que les habla a las olas enfurecidas para calmarlas y decirles hasta dónde llegar.
Nuestra mente finita no llega a comprender la dimensión de su grandeza, creatividad y poder.
Pero ese Dios que cuida de los grandes monstruos marinos y de las aves más pequeñas, que como Arquitecto maestro diseñó todo y lo mantiene en vigor, es el mismo Dios que nos formó y que nos dio la razón para que podamos adorarlo por las cosas que conocemos, y también por aquellas que no entendemos.
Lo mejor es que no hay necesidad de ir hasta una isla para pensar en estas cosas. Alcanza con mirar a nuestro alrededor. “Dios ha unido nuestros corazones a él con señales innumerables en los cielos y en la Tierra” (El camino a Cristo, p. 8).
Job necesitaba escuchar estas preguntas. Necesitaba callar y después alabar más. Necesitaba estar dispuesto a ser enseñado.
Descubrió que el Dios capaz de poner límite a todo dejó voluntariamente que su amor fuese ilimitado.
Nosotros necesitamos las mismas preguntas, lecciones y respuestas. Necesitamos recordar que el mismo Dios que pone límites a las olas cada día puede ponerle límite al pecado en nuestra vida. Puede ayudarnos a establecer cimientos firmes en la verdad y a tomar decisiones para la eternidad.
Puede ayudarnos a decirle al enemigo hoy: “De aquí no pasarán tus malvados planes. Tengo un Dios grande. El mar y el viento lo obedecen... y yo también”.
El poder de la música - 23 de febrero
En Jesucristo, mártir de paz
“Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (2 Cor. 13:14, NVI).
Fanny Crosby quedó ciega a las seis semanas de edad. Cuando tenía 6 años, comenzó a componer himnos. Se inscribió como alumna en el Instituto para ciegos a los 15 años, y a los 22 ya formaba parte del personal de ese lugar. Amaba la literatura y compuso más de ocho mil himnos, basada en la inspiración de su fe.
Uno de los himnos más populares, “En Jesucristo, mártir de paz”, fue compuesto cuando Fanny se encontraba en la casa de Phoebe Palmer Knapp, una amiga que solía componer melodías. En dicha ocasión, Phoebe comenzó a probar el piano de la casa y tocó una melodía a la que, inmediata y simultáneamente, Fanny comenzó a ponerle letra. De allí nació el himno.
Este himno se hizo inmensamente popular y formó parte del repertorio de las cruzadas de evangelismo que se hicieron durante varios años. Tocó muchos corazones que se identificaron con la alabanza que se le rendía al “Redentor, quien por nosotros quiso morir”, y a la “gracia del Salvador” a quien en el himno le pedimos que “dirija nuestro vivir”. Incluso muchos pastores titularon sus sermones con fragmentos de la letra del himno. Y es que Fanny solía escribir una poesía hermosa y relacionada con las creencias del cristianismo.
Gracias a su extensa composición musical, Fanny se hizo muy conocida y llegó a relacionarse con varios presidentes estadounidenses, y hasta llegó a influir en la vida espiritual de ellos.
No sé qué acostumbras hacer cuando te reúnes con tus amigos, o si la música forma parte de las actividades que realizas con ellos. Poco nos damos cuenta de la importancia de pasar nuestros ratos de ocio en la compañía de personas que nos acercan a Dios y que comparten nuestros pasatiempos para glorificar su nombre.
Pídele a Dios que te ayude a tener buenos amigos y a usar de forma creativa tus talentos en compañía de ellos hoy.
Averigua qué proyectos tiene la iglesia, a nivel mundial y local, para la inclusión de personas no videntes. Involúcrate en algún ministerio y busca historias de personas inspiradoras que hayan usado esta carencia como su mayor fortaleza. Están mucho más cerca de lo que te imaginas.