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Historias de hoy - 24 de febrero

La sabiduría del opa

“Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos” (Juan 21:15).

El opa, como le decíamos cariñosamente, era muy alto, de pelo blanco y ojos azules un poco cerrados que se escondían bajo sus cejas blancas. Tenía un humor inteligente que se veía reflejado en una de sus posesiones más preciadas: un pequeño cuaderno con frases escritas prolijamente a mano, en el que leí por primera vez “Del dicho al hecho hay mucho trecho”.

Cuando leemos la pregunta de Jesús: “Pedro, ¿me amas?” y la respuesta de él: “Señor, tú sabes que te amo”, a nuestra mente quizá vienen la negación, el perdón, la oportunidad, la misión...

Sin embargo, te invito a ver que este diálogo también encapsula en cierta forma el sentido del Universo. Un padre habla con su hijo. Pero no cualquier padre y no cualquier hijo: es el amor en su máxima expresión; sin forcejeos pero totalmente sencillo, profundo y sincero.

Muchas veces olvidamos que Jesús quiere entablar esta misma conversación con nosotros. Hoy podríamos practicar dos diálogos internos basados en los dos grandes mandamientos:

1. Si Dios me preguntara si lo amo, ¿qué le respondería? ¿Me animaría a que otros me escucharan decirlo también? ¿Me creerían?

2. ¿Amo tanto a las personas con las que me junto como para cuidar lo que digo y hago, a fin de no perjudicarlos? Y si no es así, ¿por qué no le pido a Dios que me dé ese tipo de amor, paciencia y entrega?

Es cierto que del dicho al hecho hay mucho trecho y es posible que a veces digamos cosas y después hagamos otras. Pedro dijo que amaba a Jesús y tiempo después igualmente tuvo que ser reprendido por otras actitudes. Pero su dicho mostró su actitud y decisión, y hoy lo conocemos por muchos de sus grandes hechos. Dios puede hacer lo mismo en nuestra vida.

Ojalá hoy nos acerquemos a Dios y acortemos la distancia que hay entre los dichos y los hechos.

Ojalá le respondamos que lo amamos, y él pueda asignarnos una misión llena de menos palabras y más acciones.

Valores - 25 de febrero

La multiforme gracia de Dios

“Dichosos los que lloran, porque serán consolados” (Mat. 5:4, NVI).

Una noche abracé mi almohada y lloré. Lo hice por muchas razones y una de esas era justamente la patética imagen de estar abrazando una almohada. Sin embargo, lo necesitaba. Comencé a orar porque estaba agotada por las actividades del día, la carga emocional y el esfuerzo al llorar.

En silencio le pedí a Dios: “Señor, abrázame con tu paz para poder dormir, por favor”. Y en ese momento, recordé un versículo que una amiga me había escrito en una tarjetita. Era un versículo que sabía de memoria, pero que cobró otro significado: “Dichosos los que lloran, porque serán consolados” (Mat. 5:4, NVI). Ahí, a pesar de mi debilidad y confusión, sentí la fuerte y clara impresión de una idea que me ayudó a ver las pruebas de una manera totalmente diferente. Esa bienaventuranza no solamente nos muestra una promesa venidera, sino que nos muestra una faceta del amor de Dios que solo puede ser experimentada cuando lloramos. ¿Cómo podremos sentir consuelo si estamos en nuestro mejor momento, rodeados de alegría y buenas noticias?

Otra de las bienaventuranzas dice que seremos saciados, pero eso solamente se entiende realmente cuando pasamos hambre y sed.

Dios tiene muchas formas de demostrarnos su amor. Solo que a veces pareciera que no entendemos tan fácilmente las cosas y no llegamos a disfrutar todas sus facetas hasta que no pasamos por ciertas cosas que nos las recuerdan más marcadamente.

Pedro, en su primera carta, en el versículo 4, dice: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”.

Te invito a que, cuando estés pasando por alguna situación difícil hoy, te preguntes qué faceta de su multiforme gracia puedes experimentar de forma especial y le agradezcas puntualmente por eso.

“Cristo levanta el corazón contrito y refina el alma que llora hasta hacer de ellos su morada” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 17).

“Mientras compartan el amor de Jesús, tendrán parte en su doloroso trabajo para salvar a los perdidos. Compartirán los sufrimientos de Cristo, y también compartirán la gloria que será revelada. Fueron unos con él en su obra [...] por tanto, también son participantes de su gozo (ibíd., p. 18).

¡Hermosas promesas que puedes hacer tuyas hoy!

Encuentros con Jesús - 26 de febrero

Debajo de la higuera

“–¿Dé dónde me conoces? –le preguntó Natanael.

–Antes de que Felipe te llamara, cuando aún estabas bajo la higuera, ya te había visto” (Juan 1:48, NVI).

No sé si alguna vez te sentaste debajo de una higuera. Unas tías bisabuelas tenían una muy frondosa en su patio y recuerdo que algunas tardes de verano me sentaba en sus largas ramas que casi tocaban el suelo. Era el lugar perfecto para esconderse del sol.

Aparentemente, a Natanael también le gustaban, porque eligió una higuera para sentarse a orar y evaluar si el Jesús que había conocido era realmente el Mesías. Ese era su lugar habitual de oración con Felipe. (¡Qué hermoso que dos amigos compartieran algo así!)

Te recomiendo que leas el capítulo 14 de El Deseado de todas las gentes, titulado “Hemos hallado al Mesías”, para conocer más detalles de esta historia que aparece solo en este evangelio.

Natanael no había quedado muy convencido con Jesús. Había quedado un poco desilusionado por su apariencia, aunque el mensaje había tenido tanto poder, que no podía rechazarlo por completo. Así que había optado por orar y meditar sobre las profecías.

Cuando Felipe lo invitó, quiso creer y lo vio como una señal, pero cuando se enteró de que Jesús venía de Nazaret, nuevamente sus prejuicios lo hicieron dudar. Sin embargo, Felipe lo hizo ir con él para ver a Jesús. Sabía que este encuentro terminaría de convencer a su amigo. Y, efectivamente, así sucedió.

Podemos extraer varias lecciones de esta historia, y es porque muchas veces pasamos por situaciones parecidas a las de Natanael.

A veces dudamos de la existencia o la naturaleza de Jesús. A veces vemos que las multitudes siguen algunas cosas que a nosotros no terminan de convencernos. A veces necesitamos que alguien nos incentive a tener un encuentro con él.

Es importante que, así como lo hizo Natanael, busquemos a Jesús personalmente. Pero también es importante dejar de lado nuestros prejuicios y conocer a Jesús como realmente es.

Quizá sabemos cosas acerca de él, pero es importante conocerlo a él.

Intenta buscar un lugar tranquilo para orar y meditar. Y ojalá, al encontrarte con él, también pueda decir que ya te conoce.

Aroma a sábado - 27 de febrero

La fosa de las Marianas

“Ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rom. 8:39, NVI).

Me encantan los mapas. El que tengo al lado de mi cama tiene bien marcados los relieves con diferentes colores. En su caso, el celeste oscuro marca las zonas más profundas. Y el celeste más oscuro de todos se posa sobre las Islas Marianas, más específicamente en su extremo sur. El abismo de Challenger es el punto más profundo que se ha medido en los océanos.

James Cameron, el renombrado director de cine, descendió en el Deepsea Challenger hasta los 10.898 metros de profundidad. Y así se convirtió en la primera persona que bajó sola al punto más profundo de la tierra.

Pero en realidad, hace más de dos mil años, mi “director de cine” favorito bajó mucho más que eso, también solo y con un desafío. Pero no para batir récords, sino para cambiar todas nuestras historias; las personales, esas que a veces no se escriben en los libros de historia o no aparecen en las noticias. Sin embargo, gracias a él, pueden quedar registradas en el libro más importante: el de la vida.

El hombre ha llegado a la cima del Everest y también a la sima Challenger. Pero Jesús se humilló hasta el polvo y ascendió a los cielos. No hay límites mayores que los que él traspasó por nosotros.

Quizá ves que la gente alrededor festeja los logros humanos y olvida a quien nos dio libertad y volverá a buscarnos. Quizá ves que tus esfuerzos por hacer el bien a veces pasan desapercibidos. Quizá parece que Dios está demasiado lejos como para acercarte a él. Pero no olvides que las profundidades para él son algo relativo.

Ojalá no te concentres tanto en la profundidad del pecado en que estamos inmersos, sino que captes la profundidad de su amor.

Ojalá hoy pases de la sima a la cima. Que esa única letra de diferencia la pueda hacer él. Que lo dejes mostrarte cuán cerca está.

Y es que “ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rom. 8:39).

Objetos cotidianos - 28 de febrero

Zanahoria, huevo y café

“Jabes le rogó al Dios de Israel: ‘Bendíceme y ensancha mi territorio; ayúdame y líbrame del mal, para que no padezca aflicción’. Y Dios le concedió su petición” (1 Crón. 4:10, NVI).

En la Biblia, hay libros que cuentan de forma detallada las historias de algunos personajes, pero hay algunos que apenas reciben mención. Jabes es uno de ellos. Solo hay dos versículos acerca de él.

Jabes recibió un nombre que recordaba continuamente el parto doloroso de su madre. Imaginemos que cada vez que lo llamaban, sonaba algo así: “Dolor, ven aquí”, o “Tú que naciste en dolor, haz esto”. El panorama no parece muy agradable para el personaje de nuestra minihistoria. Pero lo que se nos dice de él es alentador.

La Biblia menciona que Jabes fue más ilustre que sus hermanos y que invocó al Dios de Israel. Su oración fue más bien un anhelo o suspiro expresado en voz alta. Dijo: “¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe!”

Jabes pide exactamente por eso mismo que lo acompañó toda su vida: el dolor. Le pide a la persona correcta. Pide que su mal no sea impedimento para lo que Dios puede hacer con él.

No sabemos más de él, pero con lo que sabemos es suficiente.

Y de Jabes podemos aprender una lección de actitud.

Imaginemos, como dice una ilustración popular, que hay una gran olla con agua hirviendo que representa un mar embravecido con tormentas de la vida. Imaginemos que hay una zanahoria, un huevo y unos granos de café. Los colocamos en el agua hirviendo y, después de un rato, los resultados serán muy diferentes. Ante esa misma “tormenta”, cada uno de ellos habrá reaccionado de forma distinta. La zanahoria se habrá debilitado. El huevo se habrá vuelto más duro. Pero los granos de café… los granos de café se habrán mezclado con el agua y le habrán dado un delicioso sabor. Se habrán adaptado sin por eso perder su identidad, y habrán transformado su entorno.

Jabes, en medio de su tormenta, clamó a Dios. Lee el versículo nuevamente y fíjate cómo termina su historia.

¡Animémonos a orar como él!

Dios pregunta - 1º de marzo

¿Qué tienes en tu mano?

“Y Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara” (Éxo. 4:2).

Imagino a Jocabed preparando con sumo cuidado la cestita donde colocaría a su hijo. Debió de haber sido muy habilidosa y detallista, porque depositó en el río Nilo su mayor tesoro y tuvo que asegurarse de que estuviese bien protegido. Quizás ese día, al verla pasar caminando presurosamente, la gente haya pensado que en sus manos llevaba una simple cesta, sin saber que adentro se encontraba la liberación de la esclavitud.

Años más tarde, Dios tuvo que enfrentarse a un Moisés que había perdido toda confianza en sí mismo, que temía la reacción del Faraón y que dudaba del éxito de la empresa de liberación divinamente encomendada. En su soberana paciencia, Dios le presentó un par de demostraciones de su vigente poder y lo invitó a experimentar con sus manos lo que lograría por medio de él.

“¿Qué tienes en tu mano?”, le preguntó. Era necesario que tomara conciencia de su posesión más rudimentaria. Quizás antes haya llevado en sus manos las riendas de los caballos más briosos del mayor imperio; y se le haya prometido llevar en ellas el cetro del Imperio Egipcio también. Ahora, en sus manos había alguna oveja desobediente y una humilde vara de pastor, que más tarde usaría en la realización de memorables portentos.

El objeto en sí puede carecer de valor, pero si está dirigido por Dios puede abrir aquel mar Rojo que tan difícil te parece de cruzar (Éxo. 14:16), puede ayudarte a saciar la sed de los que están a tu alrededor (17:5), o acompañarte al interceder por tus seres queridos (17:9).

Elena de White dice: “El hombre obtiene poder y eficiencia cuando acepta las responsabilidades que Dios deposita en él, y cuando con toda su alma busca la manera de capacitarse para cumplirlas bien” (Patriarcas y profetas, p. 260).

¿Qué tienes en tu mano? Recuerda que Dios lo puede usar o transformar para bendición. Así como usó la vara para infundirle confianza a Moisés y luego despertar admiración y asombro en un pueblo pagano, puede usar lo que sea para recordarte su presencia, su poder y su propósito en tu vida.

Usó las manos de Moisés para escribir los primeros capítulos de la historia de este mundo y puede usar tu vida para escribir los últimos.

El poder de la música - 2 de marzo

¿Le importará a Jesús?

“Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes” (1 Ped. 5:7, NVI).

Había perdido a una de mis mejores amigas hacía poco. Me encontraba desconsolada y decidí ir a mi lugar preferido de oración. Detrás de la iglesia a la que asisto hay una cancha de fútbol que suele estar llena durante el día, pero que queda vacía al ponerse el sol.

El pasto se extiende por varios metros, sin detenerse, sin importarle el límite que ponga el alambrado. A lo lejos se ve una tupida arboleda. Solo el arco queda en pie como señal de la presencia humana. El resto presenta toques del Creador por todos lados.

He ido incontables veces a orar allí y la música ha sido mi compañera en más de una ocasión.

Me senté sobre un tronco, miré al cielo, oré con este versículo en mente y, casi sin quererlo, comencé a tararear la melodía del himno “¿Le importará a Jesús?” (Himnario adventista, Nº 391).

Aparentemente, Frank E. Graeff tuvo en cuenta este mismo texto al componer el himno que tantas veces hemos cantado para recordar la compañía divina en los momentos de mayor aflicción.

Así como él encontró consuelo y alivio en esta promesa, y así como los encontré también en mi momento de pesar, puedes tener la certeza de que, si depositas tus preocupaciones sobre él, cuidará de ti de forma especial.

Cuando nuestro corazón está doliente, a él le importa.

Cuando nuestros días son tristes y nuestras noches son negras, a él le importa.

Cuando le decimos “adiós” a nuestros seres más queridos, a él le importa.

Puede ser que hoy estés presa de la ansiedad por algún motivo que te agobia. Puede ser por algo pequeño o algo grande, por algo nuevo o algo que vienes arrastrando desde hace tiempo.

Jesús nos invita, como invitó de forma personal a quienes lo rodeaban hace tantos años. “El que anda en el camino de los mandamientos de Dios camina en compañía de Cristo, y en su amor el corazón reposa” (El Deseado de todas las gentes, p. 298).

Te invito a que cantes este himno o a que lo escuches en algún momento del día y reflexiones en su letra. Si es posible, busca un lugar donde puedas orar tranquilo y depositar tu ansiedad sobre él.

Pedro sabía de quién estaba hablando en su epístola. Nosotros también.

Historias de hoy - 3 de marzo

Amor condicional

“Vengan, pongamos las cosas en claro –dice el Señor–. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve!” (Isa. 1:18, NVI).

Un hombre decidió cruzar los Andes e instalarse en Argentina. No supe si tenía cuarenta o sesenta años. Las pisadas de una vida alejada de Dios le habían dejado huellas más profundas que las arrugas.

Como muchas otras personas en situación de calle, estaba acostumbrado a las miradas de indiferencia. Pero esa tarde se encontraba con decenas de rostros atentos que escuchaban su testimonio con avidez en una pequeña iglesia.

Los miembros del grupo “Ayuda Urbana” le habían brindado auxilio y, sobre todo, esperanza. Esa tarde, él miraba una pared blanca y lloraba. La pared proyectaba la imagen de su madre, que hablaba en un video casero.

Hacía seis años que este hombre no escuchaba esa voz familiar. Y, en esta ocasión, esa voz le decía: “Hijo, vuelve a casa. Entrégate a Dios. Deja las cosas malas que estás haciendo. Vuelve a casa”.

Él lloraba. Se pasaba la mano por la cara con cierta desesperación y no ocultaba la conmoción interna que estas palabras le causaban.

El mismo hombre que había grabado el video, que había cruzado la cordillera, encontrado su casa y conocido a su madre, ahora se acercó para abrazarlo y repetirle la invitación.

Para sorpresa de los presentes, que nos sentíamos en medio de un programa televisivo de encuentros inesperados, además de abrazarlo le ofreció llamar por teléfono a su madre. Todos fuimos testigos de esa interacción, ahora en vivo, y pudimos escuchar a la mujer decir una vez más: “Hijo, vuelve a casa”.

Él, gozoso, respondió: “Cualquier día de estos vuelvo”.

La madre agregó: “...pero vuelve cuando ya estés bien. Recupérate primero y luego ven”.

Pocas veces vi una mirada de desilusión tan grande en el rostro de alguien.

Sin pretender conocer o juzgar el dolor y el accionar de esta mujer, me quedé con su frase y con la reacción de su hijo.

¡Cuán importante es recordar que Dios nos invita a que vayamos como estamos! Hoy también nos dice: “Hijo, vuelve a casa”.

¡Claro que quiere transformarnos! Pero antes quiere que vayamos a él. Sin “peros”.

No sé con cuál de los personajes de esta historia te identificas más. Pero la invitación divina es para todos y es actual. ¿Qué responderás?

Valores - 4 de marzo

Esclavo para siempre

“Si compras un esclavo hebreo, este podrá estar a tu servicio por no más de seis años. El séptimo año ponlo en libertad, y no te deberá nada por su libertad. [...] Sin embargo, el esclavo puede declarar: ‘Yo amo a mi señor [...] no quiero ser libre’. Si decide quedarse, el amo lo presentará delante de Dios. Luego el amo lo llevará a la puerta o al marco de la puerta y públicamente le perforará la oreja con un punzón. Después de esto, el esclavo servirá a su amo de por vida” (Éxo. 21:2-6, NTV).

Gracias a incansables luchas por parte de los movimientos abolicionistas, la esclavitud ha dejado de ser algo común en gran parte del mundo.

Pero en tiempos bíblicos era un asunto que debía regirse. Aunque la esclavitud estaba lejos del ideal original para la sociedad, Dios instituyó leyes que protegieran y vindicaran a los esclavos.

Según el Talmud (Kidushin 22), el hecho de que se perforase la oreja y no otra parte del cuerpo representaba que la persona no había escuchado que Dios había declarado que los hijos de Israel eran sus siervos, no esclavos. Y debía hacerse en la puerta de la casa, porque la puerta y su dintel habían sido testigos de que Dios había liberado a su pueblo de la esclavitud en Egipto.

Si bien podemos percibir cierta lealtad de parte del esclavo que se sometía voluntariamente a su amo para vivir en esa condición prolongada, Dios nos recuerda que no es su intención que vivamos de esa forma.

Hoy quizá no haya cadenas, ni punzones, ni orejas horadadas. Y ¡qué bueno que sea así!

Sin embargo, muchas veces corremos el peligro de someter a otros a nuestra voluntad, de manipular situaciones, de sacar ventaja de los más débiles e imponer cargas difíciles de llevar.

Independientemente de nuestro estatus social, todos tenemos gente indefensa a nuestro alrededor, gente a la que podríamos considerar en situación de inferioridad.

En Patriarcas y profetas, Elena de White, haciendo referencia a los israelitas dueños de esclavos, dice: “El recuerdo de su propia amarga servidumbre debía capacitarlos para ponerse en el lugar del siervo, guiándolos a ser bondadosos y compasivos, y tratar a los otros como ellos quisieran ser tratados” (p. 319).

Dios nos ha dado libertad, tanto al crearnos como al darnos la posibilidad de la salvación. Y hoy nos da la oportunidad de actuar con misericordia y justicia en cada ámbito de nuestra vida.

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