Kitabı oku: «El sexo oculto del dinero», sayfa 4

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Dinero y sexo: una «transgresión fundamental» (pudor, vergüenza y culpa)

El fantasma de la prostitución está presente de manera encubierta en la vergüenza y la culpa que muchas mujeres sienten en sus prácticas con el dinero. Cuando prestamos atención al discurso de las mujeres y reflexionamos sobre lo que dicen, es sorprendente la abundancia de referencias que es posible encontrar en relación a la vergüenza que sienten cuando se descubren a sí mismas gozosas por ganar dinero y con deseos de ambición económica.

La vivencia de culpa también es harto frecuente y la encontramos preferentemente asociada con el hecho de trabajar fuera del hogar utilizando sus energías en el ámbito público en detrimento de la tarea hogareña.

Es frecuente encontrar entre las mujeres que se desempeñan en el ámbito público y que han tenido la fortuna de trabajar en algo que les gusta, la tendencia a ocultar y disimular su placer por trabajar fuera del hogar.

Los siguientes son comentarios textuales de mujeres que participaron en los grupos de reflexión:

«Yo podría trabajar medio día y sería suficiente, pero no trabajo sólo por el dinero, sino por el placer que me da trabajar… Pero me da vergüenza decirlo y entonces invento que es imprescindible mi aporte económico o genero necesidades para luego tener que cubrirlas… Eso no lo hago conscientemente, pero cuando me pongo a pensar me doy cuenta… Cuando no me da vergüenza, me da culpa, y entonces cuando vuelvo a casa me reviento haciendo cosas mientras mi marido lee el diario y los chicos juegan… Pero la verdad es que me divierto y disfruto con mi trabajo. Me excita y me mantiene en forma…»

«Yo de chica tenía una gran desvalorización del dinero. Mi padre era un bohemio que no le daba valor al dinero y las tres hijas somos no interesadas pero no nos gusta la miseria. Es difícil asumir que una quiere cosas que cuestan dinero y que gustan. Me da cierta vergüenza que esto se vea y que los demás se den cuenta».

Son casi interminables los relatos que es posible encontrar con sólo prestar atención a lo que generalmente no oímos: el discurso de las mujeres. Discurso que, previo prejuicio, es convertido en cháchara y no tomado en cuenta, o ignorado tanto por hombres como por las demás mujeres. Generalmente las palabras en boca de mujeres son consideradas como un simple ruido o como una transmisión intrascendente. El prejuicio sexista generalizado, inserto en el lenguaje y utilizado para avalar y perpetuar la discriminación, se hace presente con toda su magnitud cuando «todo el mundo» considera «obvio» que, por ejemplo, «palabra de hombre es firma de escribano» mientras que «quien prende la anguila por la cola y a la mujer por la palabra bien puede decir que no tiene nada»19.

Y volviendo a la vergüenza por el placer que da el dinero y por el deseo de ambición económica debemos considerar que está ciertamente influenciado por una tradición cultural acerca de los roles sexuales en relación al dinero.

Decía Amelia: «En mi casa, cuando era chica, el mundo de la feminidad estaba reñido con ganar dinero.» Y Susana: «Mis padres le daban más dinero a mi hermano porque decían que era varón y debía pagarles a las chicas cuando salía. Era vergonzoso que no lo hiciera. Como lo era también que se dejara pagar por una chica.»

En efecto, tradicionalmente, dinero y ambición debían ser distintivos masculinos. Con sólo volver la memoria sobre el pasado y encuestar a nuestras amigas recogeremos, sin duda alguna, una enorme cantidad de estas anécdotas. Las generaciones que en estos momentos atraviesan por la mitad de la vida difícilmente han escapado a esta tradición sexual del dinero.

Ciertamente las tradiciones socio-culturales y político-económicas tienen mucho peso. Sin embargo, es necesario reconocer que no alcanzan por sí solas para explicar por qué la vergüenza y la culpa en relación al dinero se perpetúan en mujeres que pertenecen a una sociedad que lo valora. En mujeres que han sido preparadas para ganarlo, en mujeres a quienes se les reclama su participación en el área productiva. Esto no alcanza a ser explicado exclusivamente a nivel de los prejuicios sociales sexistas.

Es necesario incluir otro nivel de análisis, de orden psicológico, para intentar comprender por ejemplo qué inquietudes se ocultan detrás de esa vergüenza. ¿Cuál es el hecho real o imaginario que la provoca?

En los discursos femeninos la vergüenza y la culpa frente al dinero aparecen relacionadas a temores, expectativas y fantasías íntimamente ligadas a la sexualidad. A esa sexualidad exaltada en los medios de comunicación y publicidad, enarbolada como baluarte del éxito, añorada como fuente inagotable de satisfacción y placer, excluida de la imagen y concepto de familia, censurada para el sexo femenino, inhibida por las tradiciones fundamentalmente religiosas y reprimidas por aquellas instituciones y grupos que suponen que el ejercicio de la violencia y de la autoridad despótica es el mejor instrumento pedagógico.

La vergüenza y la culpa frente al dinero, tan frecuente en las mujeres y tan ocasional en los hombres, condensa, encubre y expresa toda una gama de vivencias, pensamientos, deseos, temores y expectativas de orden sexual.

Estas vivencias no son conscientes. Son vivencias asociadas a la sexualidad y desplazadas a las prácticas con el dinero.

Gusto, placer, excitación y vergüenza surgen en los discursos femeninos entrelazados y conectados. La vergüenza, generalmente ligada a una desnudez culpable. La desnudez, que la cultura occidental judeocristiana colmó con atributos pecaminosos, asociada fundamentalmente al goce sexual.

Podría decirse que para una mujer occidental judeocristiana esta desnudez es hacer ostentación de «deseos satánicos», encarnando con ello la tentación de la carne (nada nuevo desde Eva). Por lo tanto, llega a ser responsable —al igual que Eva— de las tragedias supuestamente desencadenadas por ella, en tanto se trata de una mujer desnuda que con su desnudez excita y provoca. Una desnudez pecaminosa que se transforma en fatídica cuando se hace ostensible, es decir cuando se ve y se muestra. Por lo tanto, se espera y exige que una mujer cuide a los otros y se defienda de ella misma de una ostentación que condensaría tanto los deseos exhibicionistas como la posibilidad de una acción «pecaminosa» y «fatídica».

Asimismo, y por los efectos de la doble moral que impera en nuestra cultura, el exhibicionismo sexual es fomentado en las mujeres.

Resulta entonces la enorme paradoja de que las mujeres aspiran a una actitud exhibicionista que atraiga el deseo de los hombres al mismo tiempo que viven con culpa todo posible placer conectado con la sexualidad.

En nuestra cultura, la ambición económica así como la audacia y la intrepidez han sido características asociadas a la potencia sexual y atribuidas a la identidad sexual masculina. El consenso popular llama «masculina» a una mujer ambiciosa y «triunfador» a un hombre ambicioso.

Por extensión, la ambición económica pasaría a ser una expresión de la sexualidad y una evidencia de su potencia. Potencia que adquiere distinta valoración social según sea expresada por un hombre o por una mujer. Un hombre sexualmente desbordante es visto como reafirmando su «virilidad», mientras que una mujer con la misma cualidad es considerada como enferma psíquica o prostituta. Como dicen los taxistas de mi país: «Los hombres necesitan de eso más que las mujeres, es su naturaleza… Si las mujeres lo hacen es por otra cosa».

Es casi redundante recordar que el placer sexual aparece cargado de tabúes y castigos. Además, como ya hemos visto, con discriminaciones. En relación con las mujeres adquiere un tinte pecaminoso, su exhibición es vergonzante y su exageración es considerada índice de enfermedad mental o social (loca o prostituta). En relación a los hombres se convierte casi en una exigencia compulsiva. Su exhibición es indicio de una identidad sólidamente constituida y definida (es bien macho) y su exageración es la expresión de su potencia. En este contexto el éxito económico —producto de la ambición— adquiere distintos significados según de qué sexo se trate. Así, en el caso masculino, se piensa en un «hombre realizado» y, en el caso de la mujer, «que consiguió compensar un fracaso en su realización femenina». Por ello no resulta tan contradictorio que una mujer tienda a ocultar su placer por ganar dinero, su ambición económica y en algunos casos sus éxitos financieros y que presente comportamientos de inhibición, contradictorios o conflictivos en relación al dinero.

Podríamos decir; sintetizando, que el gusto por el dinero es vivido inconscientemente (por las mujeres «excitables») como un goce sexual pecaminoso, indigno de una «mujer de bien». Y, consecuentemente, la ambición económica resultaría la ostentación exhibicionista de dicho goce.

Debemos pensar muy seriamente que estas vivencias supuestamente pecaminosas, asociadas con la sexualidad y desplazadas a las prácticas con el dinero, son uno de los mayores obstáculos internos con que tropiezan las mujeres (así condicionadas) para acceder a prácticas más libres y autónomas en relación al mismo.

A partir de esta relación, podría pensarse que aquellas mujeres que están «liberadas» sexualmente también lo estarían en relación al dinero. Esto sería una conclusión simplista. No debemos olvidar que uno de los atributos constitutivos del dinero es que sea, fundamentalmente, un instrumento de poder. Con lo cual no sólo es necesario dilucidar las implicancias sexuales en las prácticas del dinero, sino también dilucidar el impacto que el poder genera en las mujeres: cómo lo viven, cuál es el poder al que acceden, cuál es el que pretenden, qué poderes reales ejercen, cuáles imaginan detectar, cómo se distribuyen los distintos poderes entre los hombres y las mujeres, cómo vivencian las mujeres el poder en el ámbito público, cuáles creen que son sus alcances, etc. Con lo cual sería imprescindible investigar que les pasa a las mujeres con el ejercicio del poder. Esto nos llevaría a un complejo y exhaustivo análisis acerca de cómo se distribuyen el poder los hombres y las mujeres, de qué poderes se valen unos y otras, cuánto hay de realidad en esos poderes y cuánto de ilusión. Finalmente, qué equivalencias se establecen entre el poder económico y el poder de los afectos, etc., etc., etc.20

Es posible también encontrar toda una serie de comportamientos y creencias derivadas de este «complejo ideacional». El pudor frente al dinero sería uno de estos comportamientos asociados y derivados de las fantasías de prostitución en relación al dinero: por pudor muchas mujeres «no hablan de dinero» o se sienten incómodas cuando deben hacerlo. Hablar de dinero «impúdicamente» (sin pudor) sería como evocar una sexualidad prohibida y hacer ostentación de ella. Tal vez la creencia encubierta es que un comportamiento pudoroso evita el contacto con lo prohibido y al mismo tiempo evita —ella misma— convertirse en fuente de tentación, al igual que una vestimenta pudorosa y austera que «pone a resguardo de las excitaciones» —propias y ajenas— evitaría la tentación y suprimiría el deseo sexual.

Una extensión de esto puede llevarnos a pensar que el pudor frente al dinero evita el contacto con él, imponiendo asepsia frente al placer y a la ambición.

De ninguna manera podemos pensar que las actitudes pudorosas frente al dinero son conscientes. Por el contrario, se trata de expresiones inconscientes que intentarían ocultar la tentación por el dinero. Podría considerárselo como un síntoma (que reprime un deseo y al mismo tiempo lo expresa).

Las personas pudorosas frente al dinero no serían, por ello, las menos atraídas. En todo caso estarían expresando de manera inconsciente su lucha interna.

De igual manera que sonrojarse es la expresión inconsciente de un pensamiento o sentimiento vivido como vergonzoso, el pudor frente al dinero sería también la expresión de una atracción vivida como vergonzosa.

Vergüenza y culpa en nuestra cultura —en relación a las mujeres— han estado fundamentalmente ligadas a transgresiones sexuales.

Transgredir el ámbito asignado a la mujer es motivo de culpa. Si a esto le agregamos el desempeño de una actividad a cambio de dinero, están presentes los elementos básicos para dar cabida al fantasma de la prostitución.

Los deseos de movilidad y libertad en las mujeres son frecuentemente alcanzados por el fantasma de la prostitución. La libertad de acción que otorga el dinero es vivida (por la asociación inconsciente dinero = sexo) como una libertad sexual. Como tal, deseada y temida. Tanto más deseada por cuanto es reprimida en las mujeres y tanto más temida porque implica algo así como una «transgresión fundamental».

La idea de que la mujer disponga de dinero parece reactivar los más profundos temores de la sociedad. Una idea aparentemente terrorífica es que la mujer utilice el dinero para hacer uso de su movilidad y libertad. Movilidad y libertad que vulgarmente se perciben como sexuadas. Una mujer con dinero podría hacer uso de esa libertad impunemente, de la misma manera que lo hace un hombre con dinero.

La idea de que una mujer llegue a ser capaz de pagar para obtener sexualidad resulta terrorífica. Lo llamativo es que lo que pareciera realmente impactar no es la idea de pagar (o sea el mecanismo básico de la prostitución) sino que quien pague sea una mujer.

Curiosamente, el mundo no se conmueve ante la realidad de la prostitución en sí, y de que esta prostitución es casi siempre pagada por hombres que usufructúan a mujeres tomadas como objetos. Si quien posee el dinero es el hombre que compra los servicios sexuales de una mujer, la prostitución resulta ser un hecho «incómodo pero necesario», que no altera ningún orden social ni perjudica el bienestar de la humanidad. Si, por el contrario, quien utiliza el dinero es una mujer que compra los servicios sexuales de un hombre, este fenómeno de prostitución altera los más profundos cimientos sociales y es vivido como una catástrofe que amenaza de forma irremediable a la humanidad.

La contaminación e impureza que tan frecuentemente aparecen asociadas al dinero en boca de mujeres, también pasa a estar asociada con el fantasma de la prostitución. Desde una perspectiva psicoanalítica, podríamos agregar que esta impureza también deviene de que en el inconsciente el dinero es el equivalente simbólico de las heces. En esta oportunidad prefiero centrar el peso en la equivalencia dinero-sexo, pues ello me permite, además, incluir las connotaciones socio-culturales implícitas en el dinero. La perspectiva psicoanalítica explica el carácter anal de hombres y mujeres —con lo que estarían relacionadas las prácticas del dinero. Pero no explica por qué siendo posible tanto para hombres como para mujeres adquirir características anales, los varones acceden al dinero y a su ambición sin tanta carga de vergüenza y culpa como las mujeres.

En la actualidad los cambios sociales permitieron el acceso al dinero para las mujeres, pero mantuvieron en vigor las connotaciones de prostitución a él asociadas.

Estas connotaciones de prostitución están profundamente arraigadas y se observan en los comportamientos de la vida cotidiana, desde los hechos más triviales a los más significativos.

Se lo puede encontrar unido a expresiones tales como «me da vergüenza hablar de dinero» y «van a creer que soy una interesada», «es algo sucio», «el dinero no es para una mujer», «van a verme como comerciante si discuto el contrato» (comerciante ¿de qué?), «si me pagan bien voy a tener que dar otras cosas a cambio», etc., etc.

En síntesis:

Este es uno de los fantasmas (junto con el de la mala madre y el de la feminidad dudosa) que reincidentemente es posible detectar en los grupos de mujeres que trabajan sobre el tema.

La naturaleza inconsciente del mismo, que además se une a una cantidad de fantasías, también inconscientes (vividas como prohibidas y profundamente reprimidas) le confieren un enorme poder en el condicionamiento de las actitudes cotidianas.

Abordar el fantasma de la prostitución, al igual que las fantasías de prostitución, como también el tema concreto de la prostitución en el mundo, es atacar el corazón mismo de la doble moral, de la discriminación sexual y de la represión sexual.

Tres aspectos que son pilares indudables de un sistema social, fundamentalmente opresor. Sistema que se ha perpetuado durante siglos y que ha conseguido introducirse en la formación misma del psiquismo de los individuos —hombres y mujeres.

Esto explica, en parte, la gran resistencia que provoca el tema en general y las reticencias para encarar este fantasma de la prostitución en particular.

La explicación, desenmascaramiento y el trabajo conjunto de las mujeres sobre el tema, contribuirían, indiscutiblemente, a posibilitar cambios en las prácticas con el dinero.

Referencias bibliográficas

1 I. Stuart Mill, John, y Taylor Mill, Harrlet (1973). La igualdad de los sexos. Madrid: Guadarrama.

2 II. Lancosme, G.. A propos de la prostitution et l’argent. Leído en el coloquio del CEFUP sobre «Mujer y dinero», Aix-en Provence. 1984.

3 III. García-Pelayo y Gros, Ramón (1983). Español moderno. París: Larousse.

4 IV. Rocher, Yvon (1981). El Dieu maudit les femmes. Quebec:Trans-millenaires.

5 V. Nemesio, Ramón (1982). La mujer y la ciencia: economía. En Durán, M. Ángeles, Liberación y utopía, Madrid: AKAL Universitaria.

6 VI. Coria, Clara. La imagen de la mujer en los dichos y refranes populares. Trabajo presentado en el Congreso Interdisciplinario Internacional sobre la mujer. Haifa, diciembre de 1981.

12 En este contexto, la dependencia económica es una de las formas que adopta, en nuestra cultura, la subordinación de la mujer al varón.

13 El trabajo extra hogareño femenino no fue seguido por una modificación de los roles. A causa de ello, la mayoría de las mujeres que trabajan fuera del hogar suman a su jornada laboral las tareas hogareñas, cumpliendo así una doble jornada.

14 En el sentido en que fue definido el concepto de «fantasma» en la Introducción.

15 En un interesante trabajo acerca de algunas relaciones y significados inconscientes que se dan entre el dinero y quienes participan de una situación de prostitución, G. Lancosme define a la misma como «el símbolo extremo de la dominación del hombre sobre la mujer, ya que el hombre, en nuestro tipo de sociedad, tiene el poder económico y social». (II)

16 Chulo, gigoló. (N. del Ed.)

17 Es posible hallar un estudio sistematizado sobre el tema en Et Dieu maudit les femmes (IV).

18 Al respecto, en un interesante trabajo y uno de los pocos dedicados a los problemas económicos específicamente femeninos, Ramón Nemesio destaca: (…) «en la posición subordinada de la mujer hay ciertas actividades que se consideran propias y otras que se consideran impropias de las mujeres. En consecuencia, la participación de la mujer en el proceso productivo no doméstico es limitada, concentrada principalmente en las actividades que se cuentan entre las menos constructivas o las más destructivas de la personalidad humana y relativamente menos remuneradas que las del hombre.» (V)

19 Este es uno de una larga lista de refranes populares que transmiten una imagen desvalorizada de la mujer en relación a la palabra. Los refranes, considerados el acervo de la sabiduría popular, reflejan nítidamente las ideologías subyacentes al tiempo que las perpetúan (VI).

20 En el cap. V se analiza un aspecto particular de este tema referido a la distribución de poderes entre hombres y mujeres.

II. Los beneficios de la dependencia económica en las mujeres
El beneficio primario: angustia frente a la libertad vivida como transgresión

La dependencia económica es el resultado y expresión de una situación harto compleja.

Nuestro punto de partida es considerar que la dependencia económica es una expresión particularizada de una dependencia más general.

Debemos recordar que, evolutivamente, la dependencia es una situación ineludible y necesaria en un momento de la vida (la infancia). La moratoria que significa la dependencia en general —y la económica en particular— durante la infancia y la adolescencia, permite a los niños/as y a los adolescentes de nuestra cultura dedicar sus energías para desarrollar capacidades y adquirir recursos con los cuales lograr una adultez lo más plena y autónoma posible.

Cuando la dependencia extiende sus límites más allá de las etapas y edades evolutivas pertinentes estamos frente a una alteración del desarrollo y a una limitación del crecimiento psicosocial.21

La persona dependiente económicamente, igual que la persona enferma —física o psíquicamente— es una persona limitada, y las limitaciones restringen su capacidad de acción.

A partir de esto podemos pensar que la dependencia no sólo es poco saludable, sino que, además, genera malestar y frustración. Una conclusión simplista sería la de suponer que la dependencia es algo rechazable en los seres humanos y que estos intentan sortear por todos los medios los obstáculos para acceder finalmente a la independencia.

Esto sería una conclusión que, además de simplista, resulta muy poco veraz.

La realidad nos muestra permanentemente que no todos los individuos hacen lo posible por ser independientes, y, más aún, que muchos individuos se acomodan en la dependencia perpetuándola.

¿Qué ocurre entonces?

¿Cómo explicar la contradicción que implica el hecho de fomentar, avalar y/o perpetuar una situación tan poco saludable? Frente a esto resulta inevitable pensar que algún beneficio debe proporcionar. A partir de esta hipótesis trataremos de indagar los complejos laberintos de la dependencia.

Recordemos que el beneficio de una enfermedad se refiere a toda satisfacción que un individuo, de manera directa o indirecta, obtiene de ella.

Este concepto ya fue desarrollado por Freud.

Desde los inicios de la teoría freudiana la neurosis aparece íntimamente ligada a la idea de que la enfermedad se desencadena y mantiene a causa de la satisfacción que aporta al sujeto.

Plantea la existencia de un beneficio primario y otro secundario.

El beneficio primario es intrínseco a la neurosis y se halla en el seno mismo del síntoma22. Así un individuo logra disminuir la tensión que le genera un conflicto a través de lo que Freud llamó la «fuga de la enfermedad». Esta fuga posibilita evadir el conflicto y atenuar la tensión. En esto radica el beneficio primario de una enfermedad. Veamos uno de los puntos de contacto entre lo dicho y la dependencia económica.

En relación con esta última es posible detectar una vivencia observable bajo la forma de alivio.

Un profundo alivio. Alivio por no tener que enfrentar las responsabilidades de la vida adulta y por no asumir los compromisos derivados del crecimiento. Alivio por no tener que responder a las exigencias que la sociedad tiene para aquél a quien se considera que «ya» está en condiciones. Una persona que «no puede» está eximida de responsabilidades y tiene una excusa personal y socialmente avalada para fundamentar su inactividad, su improductividad, su encierro y/o su no compromiso.

Muy frecuentemente este alivio es expresado por las mujeres de manera manifiesta y consciente. Pero, además, encontramos el alivio que deriva de una situación más profunda e inconsciente, relacionado con la reducción de tensión y angustias por evitar el conflicto que surge de un «hacer» vivido como transgresor.

La independencia económica, en tanto producto de un trabajo remunerado, es el resultado de una actividad concreta y posible de objetivar. Expresa y evidencia un «hacer» en el ámbito público. Al mismo tiempo, por carácter dialéctico, genera y posibilita, a su vez, la movilidad y la acción.

A partir de mi experiencia con grupos de reflexión sobre el tema, he podido observar que el hacer en el ámbito público y la movilidad resultante están cargados de connotaciones prohibidas para la mujer. Algunas pueden superar el conflicto que surge de estas connotaciones, otras no.

De ello resulta, en gran medida, que este «hacer» sea desencadenante de conflictos y generador de angustias.

Dentro de este marco, la disponibilidad de dinero y la posibilidad de hacer uso de el pone a la mujer en condiciones de transgredir prohibiciones legendarias. Gran parte de estas prohibiciones están íntimamente ligadas al ejercicio de la independencia y la libertad.

Libertad de imaginar, de pensar, de elegir, de decidir, de hacer… la suma de estas libertades conducirá a la libertad de acción y a la movilidad en general.

Debemos agregar, además, que esta movilidad presenta, a nivel simbólico, un condimento singular que acrecienta y enfatiza su calidad de «transgresora».

Me refiero a una vivencia muy intensa y generalmente inconsciente por la cual la movilidad y la libertad social aparecen íntimamente asociadas a la libertad sexual.

Libertad sexual atrayente, temida, censurada y generalmente prohibida, tanto en el mundo de la fantasía como en el de la realidad social.

En otras palabras: para muchas mujeres la libertad de movimiento en el ámbito público adquiere connotaciones sexuales y por lo tanto resulta censurable, pecaminosa, y culposa.

Estas connotaciones sexuales acrecientan internamente el conflicto frente a la movilidad-libertad-independencia, generando un montón de angustias que el psiquismo intentará reducir de alguna manera.

A través del dinero, al que se accede por la independencia económica, las mujeres estarían en condiciones de «hacer uso» y convertirse en transgresoras23.

Por ello, el mantenimiento de la dependencia (en este caso la económica) disminuiría la tensión provocada por el conflicto frente a la libertad vivida como transgresora. Esta disminución de tensión preserva de la angustia y se constituye en el beneficio primario de la dependencia económica.

Pero si intentamos ser fieles a la realidad (la que podemos observar aun incluyendo muchas limitaciones) debemos agregar algo más.

Los tiempos modernos han enfrentado a las mujeres a la compleja situación de acceder (por voluntad o por necesidad) al trabajo remunerado sin haber resuelto este conflicto.

Acceden al dinero pero siguen sintiéndose transgresoras.

En estos casos llama la atención el ingenio que es capaz de desarrollar el psiquismo humano para encontrar una salida ante situaciones tan violentas, por lo conflictivas, y tan traumáticas por lo irresolubles.

Me refiero a aquellos casos de mujeres que sin haber resuelto el conflicto acceden al dinero, pero se las ingenian para no disponer de él… Y de esa manera lo ganan pero «no hacen uso» del mismo.

Un ejemplo de lo dicho esta reflejado en el comentario de una participante en los grupos de reflexión sobre el tema. Dice Rosa:

«Comencé a trabajar de soltera y cuando conocí a mi novio, con quien me casé después, le daba el dinero que cobraba a fin de mes para que lo pusiera en su cuenta, ya que ambos ahorrábamos para nuestro casamiento. Ahora yo no trabajo y él me da el dinero que necesito24.»

En este ejemplo podemos ver que Rosa era capaz de «hacer» en el ámbito público, ya que trabajaba y ganaba dinero, pero se inhibía la disponibilidad del mismo y de esa manera se reaseguraba de que aun ganándolo no llegaría a usarlo de manera «inadecuada». Podríamos decir que jugaba a ser independiente y ella creía que lo era. Muy posiblemente tengamos que pensar que es más pertinente evaluar el grado de independencia de una persona por su capacidad para usar el dinero con autonomía y no por su capacidad para ganarlo. El ganarlo no implica, necesariamente, que se use con autonomía.

Quiero aclarar que, al hablar de autonomía, no me refiero a una autonomía absoluta, imposible de plantear para el psiquismo humano. Me refiero a una autonomía relativa que podría graficarse en la diferencia que existe entre pedir opinión y pedir permiso. Quien pide opinión toma en cuenta al otro sin someterse, quien pide permiso se subordina de entrada.

Lamentablemente, es posible observar con harta frecuencia que las mujeres tendemos a pedir permiso más que a pedir opinión, aunque a veces parezca que hacemos lo que queremos con prescindencia del otro.

Es en el momento de la utilización del dinero, cuando más habitualmente surgen las inhibiciones en las mujeres que he podido observar a través de los grupos.

Estas inhibiciones pueden tomar formas muy variadas. Seguramente alguien recordará el caso de «fulanita» que «revienta» el dinero de «su marido» sin ninguna consideración y, menos aún, inhibición. Al respecto otra participante comentó: «Yo no tengo problemas en gastarme todo el dinero, total él me somete y yo le dilapido el dinero». Impactante comentario que no necesita ser explicado y que pone al descubierto que muchas de esas actitudes «desinhibidas» de las mujeres frente al dinero, poco tienen que ver con la autonomía.

En este caso se trataría más bien de una respuesta agresiva a un sometimiento sufrido. Sometimiento que, por supuesto, no es solamente impuesto por el otro sino también aceptado por una, que no intenta o no encuentra la manera de revertirlo. Las reacciones revanchistas suelen ser una de las respuestas más frecuentes al sometimiento.

El conflicto frente a la utilización del dinero, en el ámbito público, vivido como una transgresión, aparece también a través de «cierta inquietud» por tener mucho dinero.

Inquietud mucho más difícil de encontrar en los hombres que en las mujeres.

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