Kitabı oku: «El sexo oculto del dinero», sayfa 5

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Inquietud que parece encubierta y escondida debajo de ostentosas declaraciones acerca de: «Yo no tendría problemas en tener mucho dinero».

En el momento en que tener dinero es una realidad, lo que suele aparecer en primer plano es la inquietud. Inquietud que conocen bien muchas de aquéllas que ganan más que sus maridos o que reciben una herencia personal o que yendo a una situación más trivial, deciden hacerse cargo de su dinero abriendo una cuenta bancaria.

«A mí me da no sé qué —comentaba Nora—. Eso de tener dinero me permite mucha más libertad, y me inquieta.» Y Marta decía: «Finalmente abrí una cuenta en el banco para tener el control sobre el dinero y no tener que rendir cuentas de todo, cuando salí del banco me sentí asustada y me dije: ¿Y ahora qué hago?» Además de otras interpretaciones que también caben, esto nos remonta a la inquietud por una libertad vivida como transgresora. Libertad que evoca una libertad sexual. Libertad inquietante que es posible contrarrestar con la indisponibilidad económica.

Algunas prácticas sociales se encargan de corroborar estas asociaciones entre disponibilidad económica y libertad sexual.

Me refiero al hecho de que nuestra cultura fomenta y da por sentado que un hombre con dinero podrá y deberá «pagarse» una mujer para su satisfacción. Mujeres que se hallan siempre fuera del círculo familiar y doméstico.

La experiencia social estaría demostrando que, con dinero, se amplía el espectro de experiencias sexuales.

Las mujeres lo saben porque son afectadas, ya sea en su papel de esposas excluidas o de amantes elegidas.

El contexto social corrobora la ligazón entre dinero y libertad sexual. Esta ligazón, que genera expectativas, está presente tanto en hombres como en mujeres.

En los hombres en forma consciente y manifiesta. En las mujeres de manera culposa y reprimida. La diferencia fundamental reside en que las mujeres viven sus fantasías al respecto con enorme culpa y además ven restringidas sus posibilidades de acción a causa de su dependencia económica.

Las propuestas sociales que en nuestra cultura amplían el espectro de acceso a la sexualidad a través del dinero, despiertan sonrisas complacientes cuando quienes disponen son los hombres. Nadie ve mal que un hombre «se pague» una mujer o que en la televisión argentina, del año 1985 por ejemplo, haya propagandas que muestran a un hombre viejo que puede acceder a una mujer joven (en lugar de la vieja que tiene) por haber ganado la lotería.

En cambio, ante la sola posibilidad de quienes lo hagan sean las mujeres se desatan expresiones de malestar y condena provenientes de ambos sexos.

A medida que avanzamos en el tema es posible comprobar sus múltiples complejidades. A esta altura del desarrollo podríamos afirmar con bastante convicción que quien administra el dinero, termina administrando real y simbólicamente la movilidad del otro y la de sí mismo25.

Es posible entonces interpretar el comportamiento de Rosa y de todas las Rosas contenidas en ella, como una maniobra inconsciente para que el otro —en este caso su marido— le administre su propia movilidad y la controle, quedando de esta manera al resguardo de sí misma y de sus posibles deseos y tentaciones vividos como transgresiones.

Así, cuando las mujeres dificultan y obstruyen la tenencia y administración del dinero se consigue —de manera inconsciente— evitar el conflicto y el monto de ansiedad que surge de una libertad vivida como transgresión.

Al poner el dinero en manos de su marido, se pone real y simbólicamente la libertad de elección y de decisión, delegando al mismo tiempo la responsabilidad sobre las acciones posibles, que son registradas «en la cuenta de su marido».

Aquí es donde podemos establecer un paralelo entre el proceso neurótico y la situación de dependencia económica. Ambas situaciones se conformarían sobre la base del principio del placer y tenderían a obtener un beneficio primario que es la disminución de la tensión26, tensión generada no sólo por tener que enfrentar la vicisitudes de ganar dinero y las frustraciones, limitaciones y esfuerzos que ello implica, sino también por las connotaciones inconscientes de transgresión.

En síntesis, este beneficio primario de la dependencia económica es un negocio que finalmente arroja quebranto porque condiciona y promueve un proceso insidioso que termina acabando con la autonomía.

Resulta ser un beneficio que cobra altísimos intereses ya que en forma paulatina y progresiva va deteriorando las capacidades de desarrollo, la creatividad y el bienestar que se basan en la disponibilidad plena de los recursos humanos.

Los beneficios secundarios de la dependencia económica

El concepto de beneficio secundario, a partir de la teoría freudiana, es el de la utilización que un individuo hace de una enfermedad ya establecida para obtener satisfacciones.

Estas satisfacciones son fundamentalmente de tipo narcisista y están ligadas a la autoconservación. Con ellas consiguen también, y al mismo tiempo, modificar las relaciones interpersonales. Así, dice Freud: «Una mujer oprimida por su marido puede obtener, gracias a la neurosis, más ternura y atención, al mismo tiempo que con ello se venga de los malos tratos recibidos.» (II) También habla del beneficio secundario que reside en la renta que llega a recibir un individuo a causa de una enfermedad física provocada por un accidente. Esta renta —sostiene— «se convierte en un poderoso motivo que se opone a la readaptación. Desembarazándolo de la enfermedad se le quitarían los medios de subsistencia y debería enfrentar el hecho de ver si es capaz de volver a su antiguo trabajo».

De la misma manera que en el concepto freudiano, una persona obtiene ciertos beneficios a raíz de una enfermedad previa, en el caso de la dependencia económica también es posible obtener beneficios como consecuencia de dicha situación.

La conveniencia de los beneficios retarda y obstaculiza tanto la cura de la enfermedad como la resolución de la situación de dependencia.

No podemos dejar de asociar dependencia económica con enfermedad en la medida en que ambas ubican al individuo en una situación de inferioridad, subordinación y restricción de sus posibilidades.

Los beneficios que se obtienen a raíz de la dependencia económica son vividos como ventajas. Estas ventajas presentan la particularidad de aparecer disociadas de la situación que las generó.

Es decir: la conveniencia que brinda la dependencia económica parece desconectada de la subordinación que necesariamente implica la misma.

Esta disociación presumiblemente existente entre las ventajas y su coste sería una de las causas principales —no la única— de su perpetuación27.

La protección: un seductor canto de sirenas…

La protección es el beneficio secundario más sobresaliente que aparece como el común denominador de las situaciones de dependencia. Y la dependencia económica no es una excepción.

Una persona que depende en lo económico es fundamentalmente una persona que está protegida y que, por eso mismo, requiere ser auxiliada en una cantidad de vicisitudes relacionadas con el accionar en el ámbito público y con el desempeño concreto de funciones.

Entre las situaciones supuestamente «ventajosas» de la dependencia económica encontramos, por ejemplo, el hecho de disponer de cierta comodidad que se materializa, entre otras cosas, en la disponibilidad de tiempo que no tiene el que trabaja28.

Otro de los beneficios consiste en poder eximirse de la responsabilidad que implica accionar en el ámbito público.

Los errores pueden fácilmente ser desplazados en los otros, los que hacen, los que toman decisiones e implementan estrategias para conseguir sus objetivos. La dependencia económica posibilita también soslayar los resultados concretos del accionar y, de esta manera, postergar, minimizar o simplemente desentenderse de la evaluación crítica de sí mismos. El que debe ganar dinero, va a saber, sin lugar a dudas, si ha sido capaz o no.

Quien puede prescindir de esta necesidad, puede seguir alimentando ilusiones sobre sí mismo. Como quienes dicen: «Yo no tengo lo que quiero porque no me puse a conseguirlo, que si no…»

En otras palabras, exime de ponerse a prueba y enfrentar el juicio de la realidad que se impone por sí misma cuando un individuo adopta una actitud de participación activa.

Los fracasos pueden fácilmente ser adjudicados a las incapacidades y deficiencias de otro. De esta manera, la conciencia crítica se desplaza y se focaliza en «un otro que no es una».

Todas estas situaciones tienen en común, además, el hecho de evitar esfuerzos. Desde la óptica psicoanalítica del principio del placer, los esfuerzos son vividos por el yo como atentados a una situación utópica de «nirvana»29.

Los esfuerzos rompen la ilusión de equilibrio perfecto y eterno. Los esfuerzos son repudiados —entre otras cosas— porque son la evidencia de que no se tiene «todo». Atacan las fantasías omnipotentes. Desde esta perspectiva, una situación de protección evita una cantidad de esfuerzos y esto es vivido por el yo como beneficios y ventajas a ser defendidos.

Una tríada sugestiva: dinero chico, espacio restringido y tiempo indiscriminado

No es poco frecuente encontrar en mujeres la convergencia de tres hechos: disponer de poco dinero, moverse en un espacio restringido y transcurrir en un tiempo continuo e indiscriminado.

Las billeteras de las mujeres suelen mostrar mucho menos dinero que la de los hombres. Incluso llegan a salir de sus casas sin saber cuánto dinero llevan. Cuando administran, generalmente lo hacen con los dineros destinados a la infraestructura hogareña, controlan y regulan «el dinero del mes» y se empeñan en extraer el mayor provecho del dinero para la supervivencia. Excepcionalmente, cuando su situación económica lo permite, se ocupan de los dineros «sobrantes». Hasta podría llegar a decirse que mientras los hombres administran los dineros de la abundancia, las mujeres, preferentemente, administran los de la carencia. Son los dineros «chicos», los que tienen un límite predecible y un destino ya asignado. Es el dinero de la comida, de la ropa de los chicos, de la decoración de la casa y, eventualmente, el del personal de servicio. Dinero que tiene un destino prefijado, que no se presta a especulación. Es el dinero de las necesidades más inmediatas. Es el que da pocas satisfacciones y demanda mucha responsabilidad30.

Puede observarse también, con frecuencia, que las mujeres se mueven en un espacio caracterizado por la contigüidad, la cercanía, los límites detectables y aprehensibles; es un espacio cuerpo a cuerpo, un espacio material y concreto, posible de medir y de amplitud reducida.

Este espacio físico limitado va a tener su representación psíquica y reaparece expresado en las consultas clínicas de mujeres en los comportamientos con características básicamente fóbicas31. Por ejemplo, en la dificultad de ampliar experiencias y establecer nuevos contactos, en el requerimiento de compañías para actividades en el ámbito público, en el temor paralizante ante alternativas de acción novedosas, en la ansiedad al intentar extender el radio de acción o la movilidad, en la desazón ante la perspectiva de proyectos en el espacio, en el tiempo o en el uso del dinero, etc.

Paralelamente, en la relación al tiempo es factible detectar la presencia de un tiempo continuo, indiscriminado, que aparece disociado de lo económico. Es un tiempo ligado a la práctica maternal y a la experiencia doméstica. Es un tiempo que transcurre como una cinta sin fin en donde una tarea sucede a la otra sin que medie un corte definido o un logro que se perpetúe. El tiempo transcurre, las actividades se transforman unas en otras y resulta particularmente difícil discriminar los resultados. La situación que mejor lo grafica es la del hogar, en donde se ordena para que pueda volver a desordenarse, reeditando así, permanentemente, la frustración de que al terminar hay que volver a empezar, sin que queden huellas que den testimonio de lo realizado. El tiempo usado en esto requiere, y termina siendo, un tiempo indiscriminado, que no deja huellas, que no ofrece cortes, que no puede ser utilizado para proyectos que trasciendan el presente… es casi un tiempo invisible32.

Este tiempo continuo, que con frecuencia suele trascender el ámbito privado, es posible encontrarlo en otras actividades. Se hace presente como una dificultad para hacer cortes, para terminar tareas e iniciar otras: también es frecuente una cierta tendencia a estirar actividades que finalmente se transforman en otras a veces sin solución de continuidad. Es como un tiempo «chicle» en el cual las mujeres quedan atrapadas sin palpar resultados que sirvan de mojones referenciales de lo que van produciendo.

En otras palabras: este dinero, este tiempo y este espacio tan frecuente de observar en la consulta psicológica de mujeres, es un dinero, un espacio y un tiempo esculpido a la medida del ámbito privado, a medida de lo doméstico.

Sabemos que el dinero es un medio privilegiado para concretar proyectos espacio-temporales que trasciendan el limite de lo inmediato. La falta de contacto fluido con el dinero, que es una de las características de la dependencia económica, y al mismo tiempo una consecuencia, se entrelaza con una manera particular de concebir el tiempo y el espacio, creando un modelo psíquico que va a tener fundamental importancia en todo lo relativo a la movilidad y toma de decisiones.

En mis observaciones en los grupos de mujeres, dinero «chico», tiempo indiscriminado y espacio restringido constituyen una tríada muy frecuente. El uso y administración del dinero (intermediario inevitable del intercambio social) requiere del pleno desarrollo de aquellas funciones yoicas relacionadas fundamentalmente con la movilidad, la capacidad para la acción y la toma de decisiones33, características todas que contribuyen a hacer de un individuo un sujeto independiente. Desde esta perspectiva, la inclusión del dinero —que a mi juicio está culturalmente sexuado— va a estimular la concepción de otros espacios y otros tiempos que trascienden el límite de lo privado. Incluyendo otra medida y otra calidad en el accionar. Por ello la manera de participar en el dinero no es inocua.

Su manejo, que es el resultado de una cantidad de condicionamientos complejos, de identificaciones y de representaciones psíquicas, es también, y al mismo tiempo, un estructurador psíquico.

El hecho de que las mujeres se interesen más por la economía doméstica que por la macroeconomía, que se encarguen de administrar los dineros de la «caja chica» desinteresándose de los de la «caja grande», que deleguen la toma de decisiones importantes de dinero en los otros (generalmente hombres), va a desarrollar ciertas funciones y a inhibir otras, en tanto contribuye a crear representaciones que estructuran el psiquismo.

En síntesis, la participación en el dinero desde un lugar de dependencia, tan generalizado en las mujeres, aun cuando sean capaces de ganarlo, inhibe el desarrollo de ciertas funciones yoicas incluyendo muy particularmente un especial manejo del tiempo y del espacio que compromete la capacidad de proyectar y proyectarse. El análisis realizado nos permite concluir que estos beneficios no neutralizan la situación de inferioridad, subordinación y restricción que genera la dependencia económica. Esta dependencia, por acción dialéctica, al mismo tiempo que expresa una opresión, genera las condiciones para perpetuarla.

Podemos decir, en síntesis, que la dependencia económica —multideterminada— denota un lugar que es el de la subordinación. Y la subordinación restringe la movilidad, la capacidad de elección, la asunción de responsabilidades y la confrontación con los resultados de la propia acción, entre otras cosas.

Todo esto influye sobre el psiquismo condicionando y limitando las funciones yoicas que no logran desarrollarse plenamente cuando un individuo es ubicado en la dependencia económica y las acepta.

Referencias bibliográficas

1 I. Galbraith, J.K. (1982). La función económica primordial de las mujeres. En Anales de un liberal impenitente, Barcelona: Gedisa.

2 II. Laplanche-Pontalis (1967). Vocabulaire de la Psychanalyse. París: P.U.F.

3 III. Larguía, Isabel (1977). La liberación de la mujer. Barcelona: Gedisa.

21 Los límites y la pertinencia van a estar estrechamente relacionados con las pautas culturales dentro de las que crecen y se desarrollan los individuos.

22 Desde la perspectiva psicoanalítica el síntoma es la expresión deformada de conflictos latentes entre sentimientos contradictorios.

23 Haciendo una pequeña digresión, recordemos que nuestro lenguaje popular utiliza la expresión «hacer uso» para referirse a las relaciones sexuales. Expresión no poco frecuente en gabinetes ginecológicos, urológicos y en «reuniones de salón».

24 Todos los nombres que figuran aquí son figurados.

25 Galbraith plantea en su esclarecedor capítulo «La función económica primordial de las mujeres», que si se hiciera una investigación podría comprobarse que en «el caso usual el lugar y estilo de vida concuerdan con las preferencias y necesidades del miembro de la familia que consigue el dinero; en una palabra, con las del marido. De ahí, por lo menos parcialmente, su título de “cabeza de familia”, “cabeza de hogar”. Y se vería que esto tiene un papel sustancial en las decisiones que se toman sobre los objetos de gastos considerados individualmente. Pero la atención de la casa, automóvil, jardín, compras y vida social están a cargo de la esposa. Se vería que esta distribución de tareas otorga en muy amplia medida las decisiones más importantes en lo referente al consumo a una sola persona y los afanes asociados con ese consumo a otra persona.» (I)

26 El principio del placer es uno de los que rigen, según Freud, el funcionamiento mental. El conjunto de la actividad psíquica tiene por finalidad evitar el displacer y producir placer.

27 Otra causa importante de la perpetuación de la dependencia por parte de las mujeres reside en la convicción sociocultural de que la dependencia es algo «natural» en ellas, así como «natural» resulta también que los hombres deban protegerlas. Esta convicción deriva de una ideología fundamentalmente patriarcal que sostiene la idea de la inferioridad psicológica de la mujer. De esta manera se refuerza la disociación antes señalada, por el hecho de llegar a creer que también la subordinación es «lo natural».

28 No me refiero con esto al caso de las mujeres «amas de casa» que realizan la tarea hogareña mientras sus maridos aportan el dinero. Casi sin excepción estas mujeres se sienten como mantenidas por sus maridos y con pocos derechos sobre el dinero que él aporta. Esta dependencia económica en la que finalmente caen no se basa en que esas mujeres no trabajan, sino en que su trabajo no es reconocido socialmente, ni retribuido económicamente, ni figura dentro de los planes económicos nacionales.

29 Referencia a un estado en que se reducen todas las tensiones provenientes del exterior y del interior. Un estado de suspensión.

30 Este tema se desarrolla más ampliamente en el cap. IV: «Los dineros de la sociedad conyugal».

31 Me refiero a temores e inhibiciones de muy variado tipo que limitan y restringen el accionar en el ámbito público.

32 Aquí parafraseo a Isabel Larguía cuando desarrolla su concepto sobre el «trabajo invisible» al hacer referencia al trabajo del ama de casa (III).

33 Se refiere a aquellas funciones del yo que tienen como tarea el contacto con la realidad exterior y la resolución de las situaciones que dicha realidad le presenta.

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