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Korenizatsiya: la creación de las naciones dentro de la nación soviética

El Turkestán, antiguo nombre de la actual Asia Central, tenía como rasgos distintivos la práctica mayoritaria del islam (aunque la región siempre se caracterizó por ser multiconfesional) y un paisaje lingüístico túrquico en el norte (el caso de la estepa kazajo-kirguís) y persa en el sur. No obstante, el Turkestán era una región multilingüe cuya estandarización lingüística no llegaría sino hasta la implantación del régimen soviético. De hecho, el régimen imperial no se había consolidado cuando ocurrió el triunfo de la revolución rusa; más aún, en 1916 inició una rebelión en contra de la ocupación rusa de Asia Central (MacKenzie, 1974), pero los bolcheviques lograron negociar con la dirigencia rebelde la adhesión de Asia Central a la Rusia revolucionaria (Fitzpatrick, 2012). Más tarde, las discusiones al interior del Komintern, sobre todo en los cuatro primeros congresos que siguieron a su fundación (1919- 1922), permitirían la creación, en 1922, de la urss, propuesta como una alternativa para superar el pasado imperialista y colonizante que conllevó la expansión imperial rusa en los dos siglos anteriores (Schlesinger, 1977; Schram y Carrere, 1974). Las autoridades soviéticas tenían claro que habría que conformar una federación de repúblicas libremente asociadas, pero no había una idea clara de las fronteras que cada una de estas repúblicas deberían tener o cuál sería el criterio para definir quién debería vivir en dichas repúblicas.

Como muestra Francine Hirsch (2005), diseñar el mapa de la Unión Soviética conllevó también un arduo proceso de clasificación étnica, la cual fue posible, por un lado, por la aplicación de censos a lo largo y ancho del territorio y, por el otro, por la investigación del modo de vida, costumbres y tradiciones de todos sus pueblos. De este modo, sin las tecnologías culturales del poder —como Hirsch denomina al acto de hacer mapas—, la aplicación de censos y el diseño de museos etnográficos, no habría sido posible prefigurar la diversidad cultural de la urss y con ello delimitar las naciones, nacionalidades y pueblos que conformarían el mosaico cultural soviético. La concepción de la historia desde la visión marxista-leninista tendría su traducción en una compleja taxonomía cultural que colocaría a cada pueblo en una etapa específica de desarrollo cultural, cuyo objetivo final era la asimilación cultural sucesiva de acuerdo con la etapa en la que cada pueblo fue colocado. Así, los más “evolucionados”, por ejemplo, los rusos, serían una natsiya, término que puede traducirse al castellano como “nación”, seguidos por la natsional’nost’ (nacionalidad), la cual estaba más evolucionada que la narodnost’,2 que estaba por encima sólo de los ostal’nye narody, término ruso que tendría el significado literal de “el resto de los pueblos” (el resto de los narod, véase nota al pie 2). Estos últimos debían asimilarse en las narodnosti, las cuales, a su vez, deberían asimilarse a las natsional’nosti, que se asimilarían a las natsii. En un mundo en el que solamente hubieran natsii se podría superar la etapa nacional y, de allí, conformar un nacionalismo cívico, basado en la ciudadanía, pero “limpio” de cualquier rasgo folklórico. De estas categorías, únicamente aquellos que entraban en la categoría de natsiya o natsional’nost’ tendrían el derecho a tener una república aparte. Cabe destacar que, en el caso de Asia Central, todas las “nacionalidades titulares” eran natsional’nosti, lo cual implicaba la desaparición de los rasgos identitarios de las mismas como un proyecto nacional mayor, aunque no se dijo nunca expresamente, es de suponerse que la natsiya en la que se asimilarían sería la rusa. Tan sólo en el momento de la creación de este complejo sistema de etiquetas étnicas, la Unión Soviética es ya una excepción en lo que se refiere a nacionalismo monocultural. Si bien el proyecto de estandarización monocultural era el objetivo último, y esa etapa correspondería con la creación de un nacionalismo étnico, en la “etapa nacional”, como puede apreciar el lector, lo que crearon los etnógrafos soviéticos fue una serie de nacionalismos étnicos que convivirían simultáneamente con un nacionalismo común a todos, el soviético, exacerbado por la lucha común contra la invasión alemana en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, es difícil decir que el nacionalismo soviético fuera necesariamente monocultural y/o cívico.

De esa manera fue que se designaron las “nacionalidades titulares” de cada república que conformaba la urss. En la etapa nacional, por tanto, la exaltación de lo folklórico, siempre y cuando no contradijera los ideales socialistas, era una de las características de la urss, esto fue denominado por Martin (2001) como “acción afirmativa”. A esta acción afirmativa, en la que además se registró y promovió el folklor oficial de todas las entidades étnicas que conformaban la Unión Soviética, correspondió la campaña conocida en las décadas de 1920 y 1930 como korenizatsiya, término traducido normalmente como “indigenización”.

Además del folklor, la korenizatsiya permitió la promoción de las “lenguas nacionales”, dando una justificación ideológica a la promoción del ruso como lingua franca, pero, al mismo tiempo, ello condujo a que, en lugares como Asia Central, se estandarizaran también las lenguas mayoritarias, algo inédito en la historia de la región (Pavlenko, 2008). Este doble proceso, tanto de la designación de las lenguas de las nacionalidades titulares y su consecuente estandarización, como la promoción del ruso como lingua franca, sería uno de los pilares del nacionalismo contemporáneo en toda el área que alguna vez constituyó la Unión Soviética. Tanto las lenguas titulares como el ruso estaban presentes en el sistema de instrucción pública, pero de manera diferenciada: mientras el ruso era el principal medio de instrucción pública, principalmente a nivel superior, así como la lengua en que se publicaban temas científicos y los principales periódicos, las lenguas titulares aparecían en la educación básica, haciendo que en cada república todas las etnicidades, pertenecientes o no a la nacionalidad titular, tuvieran nociones básicas de esa lengua, pero que la comunicación interétnica se llevara a cabo sobre todo en ruso. Gradualmente, hablar la lengua de la nacionalidad titular se convirtió en un asunto de la vida privada, incluso para las propias nacionalidades titulares. Hacia el final del periodo soviético, muchas eran las personas de nacionalidades titulares cuya lengua materna era más bien el ruso y no la de su etnicidad.

El panorama lingüístico que acabo de describir aplica tanto al caso de Kazajistán como al de Kirguistán. Hubo, además, movimientos poblacionales durante el periodo soviético que comenzaron a diferenciar a ambos países. El primero de ellos tuvo que ver con campañas de sedentarización que afectaron de igual manera a kazajos y kirguises. Si bien no fueron obligados, tener un lugar de residencia específico, registrado por las autoridades soviéticas, era necesario para acceder a los beneficios que ofrecía el Estado, tales como educación y atención médica. En las entrevistas recabadas durante mi trabajo de campo entre 2011 y 2012, los testimonios concordaron en que, si bien fue difícil, los pueblos nómadas terminaron por aceptar el nuevo modo de vida, con excepción de los gitanos. De este modo comenzaron a crecer las ciudades fundadas en el siglo xix por las autoridades imperiales rusas tanto en Kazajistán como en Kirguistán.

En el caso de Kazajistán, sin embargo, hubo una excepcionalidad en el periodo de la Segunda Guerra Mundial. Ante el miedo de colaboracionismo con Alemania o Japón en cualquiera de ambos frentes de lucha, las autoridades soviéticas decidieron deportar masivamente a pueblos enteros desde el Volga (alemanes que habían llegado allí desde el siglo xviii), el Cáucaso y el extremo oriental (sobre todo coreanos). Muchos de estos pueblos pudieron regresar a sus lugares de origen, pero algunos debieron quedarse en Kazajistán ante la negativa soviética de permitir el regreso, y algunos simplemente decidieron quedarse (Diener, 2004; Pohl, 1999; Uehling, 2004; Westren, 2012). Como consecuencia de estas deportaciones, aunado a las migraciones de eslavos desde el siglo xix y de otros pueblos que llegarían del Imperio Qing en el siglo xix, tales como dunganos y uigures, Kazajistán tiene, hoy por hoy, una lista de más de cien etnicidades conviviendo dentro de su territorio.

En general Asia Central fue vista como una “tierra virgen” (ruso, tselina), pero sobre todo a Kazajistán se le consideró como un espacio vacío que debía llenarse. Además de las deportaciones mencionadas, Kazajistán fue escenario de campañas de agricultura industrializada intensiva y de la carrera espacial soviética, pues la urss instaló allí la estación espacial Soyuz, la cual se renta ahora a la Federación Rusa. Como consecuencia de ello, el país heredó varios retos del periodo soviético que inciden profundamente en el sentimiento antiruso actual, tales como la catástrofe ecológica del mar Aral o la contaminación por la estación espacial.

El caso de Kirguistán fue distinto en este tenor. A Kirguistán, en cambio, no llegaron pueblos deportados. Ello es así tal vez por lo accidentado de su paisaje: las montañas impiden la construcción de pueblos con la facilidad que otorga la estepa en Kazajistán. No obstante, sí hubo algunos polos de industrialización, sobre todo en el norte del país: muchos de los electrodomésticos consumidos en la urss se producían en Kirguistán. La promoción de la industrialización en el norte del país contribuyó a la separación norte-sur que tan acusadamente divide a Kirguistán en la actualidad.

Como se ha mostrado en este apartado, si bien la estepa kazajo-kirguís había sido vista de forma similar en el periodo imperial, el periodo soviético fue el que determinó la diferenciación actual entre Kazajistán y Kirguistán. La tendencia soviética a mirar a Kazajistán como un espacio vacío hizo que las autoridades lo reservaran como un escenario para el futuro y, por lo tanto, implementaron allí campañas de experimentación productiva o tecnológica. Por otro lado, en el caso de Kirguistán, hubo una subordinación en la que ni siquiera se le consideró como una nación pujante (a diferencia de Kazajistán). Ello es más claro si se toma en cuenta que “Kirguistán” era el nombre oficial, pero era común llamarlo “Kirguiziya”, como si fuera una mera provincia del imperio. Estas diferencias se harían aún más patentes tras la desintegración de la Unión Soviética, como podremos ver en los siguientes apartados.

Con el panorama ofrecido hasta aquí, considero que es claro que para hablar de nacionalismo en relación con estos países es necesario hacer una distinción entre lo kazajo y lo kirguís como la exaltación de una identidad étnica; y lo kazajistaní y kirguistaní para referirse a una identidad cívica que aplicaría no solamente a kazajos y kirguises, respectivamente, sino a toda la población multiétnica que habita ahora las dos repúblicas. Esta dicotomía es muy relevante, pues, además de permitir entender las especificidades de los nacionalismos de ambos países, al mismo tiempo señala de forma más acusada las variaciones que el antiguo nacionalismo soviético configuró.

Kazajistán o la construcción nacional como indigenización del nosotros y diasporización de los otros

Tras la independencia de Kazajistán, una nueva manera de hacer política entre las élites, combinada con la inercia del modo soviético de hacer política, derivó en lo que Edward Schatz (2004) denominó “políticas de clan modernas”. De acuerdo con Schatz, a pesar de las políticas étnicas soviéticas que habrían buscado acabar con subunidades étnicas, en este caso los clanes kazajos, dichas identidades no sólo sobrevivieron, sino que se transformaron. Si bien antes de los soviets los kazajos se organizaban en clanes en una sociedad nómada pastoril, durante el periodo soviético estos clanes pudieron insertarse en el sistema político local. Tras la desintegración de la urss se convirtieron en grupos de poder bien definidos que pactaban alianzas siguiendo una lógica similar a la de las antiguas confederaciones tribales. Esta lógica al interior de la élite se ha combinado con una muy creativa manera de transformar cómo se administra la diversidad cultural kazajistaní heredada del pasado soviético.

En primer lugar, hacia el final del periodo soviético, la nacionalidad titular en Kazajistán, los kazajos, representaban sólo 30% de la población total. Además, los kazajos urbanos estaban sumamente “rusificados”. En la ex Unión Soviética se usa este término para referir que una persona hable ruso como su principal —sino único— medio de comunicación. Junto con el aspecto lingüístico, la rusificación refería también a un olvido de la “identidad propia”. Cabe destacar que esa “identidad propia” fue la diseñada durante la korenizatsiya, cuando se definió el folklor oficial de cada una de las etnicidades soviéticas. De este modo, un kazajo cuya familia no había hablado sino ruso durante tres generaciones tendría la “obligación” identitaria de hablar idioma kazajo para considerarse un “kazajo de verdad”. De este modo, las identidades presoviéticas, por ejemplo, las que suprimieron las campañas de sedentarización, entraron en contradicción con lo que podríamos llamar la identidad koren, como he designado a este folklor oficial tan celebrado en el periodo soviético (Jiménez, 2014). Lo presoviético y lo koren entraron en diálogo al momento de surgir los nuevos nacionalismos.

Para superar esta situación, desde inicios de la década de 1990 se promovió la inmigración a Kazajistán de oralman, palabra kazaja que significa “retornados”. Los oralman son kazajos étnicos que vivían en otros países. La mayoría de ellos provenían del propio espacio ex soviético, sobre todo de Rusia y Uzbekistán, así como de Irán, Afganistán, Mongolia y de la República Popular China, principalmente de Xinjiang. Esto ayudaría a aumentar el número de kazajos en el país. Es importante resaltar que la ideología koren asumía una forma homogénea de la identidad, así que los promotores de la migración no contemplaron los problemas que los oralman tuvieron que enfrentar. Para empezar, el predominio de la lengua rusa en Kazajistán. Ello no representó problemas para los oralman soviéticos, pero para aquellos que venían de otros países, sus competencias lingüísticas eran, de pronto, irrelevantes en el nuevo contexto de construcción nacional. Además, en el caso de la lengua kazaja, tanto los oralman como los kazajos locales hablaban dialectos diferentes, por lo que, si bien podían entenderse mutuamente, a menudo había tensión sobre cuál de los dialectos era el más “correcto”. La estandarización de la lengua kazaja inició oficialmente apenas hasta 2008.

Adicional al tema lingüístico, está el económico. Algunos de estos oralman, como los que llegaron de Mongolia, aún practicaban el nomadismo pastoril, lo cual implicó sedentarizar a estos nuevos migrantes (imponiendo una identidad koren, soviética) y se les ubicó en pueblos construidos para ellos. La integración de los oralman ha sido un reto enorme que no puede resolverse hasta la fecha. Hay mucho descontento en ellos y sienten que las promesas que se les hicieron no fueron cumplidas (undp, 2006). Con todo, entre la llegada de los oralman y la emigración masiva de otras etnicidades de Kazajistán, sobre todo rusos y alemanes, los kazajos representan en la actualidad más de 60% del total poblacional.

Acabar con el predominio de la lengua rusa ha sido también uno de los objetivos de las autoridades kazajas. En Kazajistán existen tres lenguas que el Estado promueve: el ruso como lengua oficial, el kazajo como lengua estatal y el inglés como lengua de comunicación internacional. En la educación básica, los niños deben aprender de manera obligatoria las tres lenguas. En principio, estas reglas no parecen muy diferentes a la del periodo soviético, la diferencia radica en la promoción masiva de la lengua kazaja. Medios de comunicación, prensa, publicaciones, señalización vial, todo aparece ahora en lengua kazaja. El número de escuelas donde el kazajo —y no el ruso— es el medio principal de instrucción se ha multiplicado exponencialmente como resultado de la combinación del apoyo estatal y de las iniciativas de los “patriotas kazajos” (Fierman, 2005 y 2006).

El nacionalismo de los kazajos, tras 1991, ha abierto la puerta a la creación de un país donde ellos son la mayoría étnica, y donde el kazajo, en la última década, se está convirtiendo en la lengua de esa nueva nación. La kazajización lingüística es una campaña que también ha afectado a los kazajos rusoparlantes, pero su objetivo principal han sido los grupos no-kazajos, los cuales, como ya indiqué, suman más de una centena. La ideología koren ha sido el mejor marco para colocar esta noción de la nación kazaja que tendría una “mentalidad” común, una lengua común y podría ostentar su derecho a la autodeterminación nacional dentro de un territorio específico, como dicta la definición estalinista de nación (Stalin, 1913).

En la última década, las autoridades kazajistaníes han hablado de los kazajos como el único grupo indígena de Kazajistán, a pesar de que el territorio ha sido una zona de tránsito de múltiples pueblos a lo largo de la historia, y que los kazajos, como categoría étnica diferenciada de los kirguises y de los mongoles, sea un efecto de la clasificación étnica soviética. Entre kazajos y mongoles la diferencia a nivel lingüístico puede ser mucho más acusada, pero entre kazajos y kirguises, por su parte, la diferencia lingüística es mucho menor, reduciéndose, sobre todo, a la fonética —no obstante, mucha gente afirma que Chinguis Jan, el líder del imperio mongol, fue kazajo.

De hecho, entre las élites intelectuales es relativamente común encontrar la narrativa de que los soviets colonizaron Kazajistán, en una extensión de la ocupación imperial rusa. De este modo, la “defensa nacionalista” de Kazajistán sería un ejercicio de decolonialidad. Cabría aquí hacerse la pregunta: ¿puede haber una decolonización en los términos identitarios diseñados por los “colonizadores”? Porque defender la nación koren es defender la nación como fue planteada en términos soviéticos. La indigenización de los kazajos es llevar a sus últimas consecuencias la identidad koren con todas las contradicciones que conlleva, entre ellas, por ejemplo, las surgidas del programa oralman.

A su vez, si se piensa en las categorías étnicas del periodo soviético, hay un juego interesante en el cambio de significados. Hoy por hoy, la nación kazajistaní estaría compuesta por los kazajos (los indígenas) y todos los demás grupos no-kazajos que llegaron después en una diáspora, cuya interpretación rusa es que son aquellas minorías nacionales, grupos religiosos o étnicos, que viven en un lugar distinto a su lugar de origen. Ya he discutido en otro lado las ambigüedades del término “diáspora” como categoría analítica (Jiménez, 2016); pero cabe mencionar que aquí, en el entendimiento político de esta categoría, pretenden incluir a pueblos cuya llegada al actual territorio de Kazajistán antecede a la creación y constante redefinición de las fronteras políticas. Sumado a lo anterior, en la mayoría de los casos no existe ya un vínculo (ni práctico ni emocional) con el “país de origen” de muchas de estas minorías. Pongamos un ejemplo que puede ayudar a problematizar el caso de las minorías de la urss: ¿Qué tipo de diáspora serían los chechenos? Su lugar de origen es el Cáucaso ruso, por tanto, si son una diáspora de Chechenia, entonces son una diáspora de un país que “no existe” y si son considerados como una diáspora rusa, entonces ello contradice las identidades koren que, de hecho, han generado gran animosidad entre chechenos y rusos. En entrevistas con minorías varias, me he encontrado el reclamo de no sentirse una diáspora, pues su lealtad patriótica es hacia Kazajistán, una narodnost’ de Kazajistán: “¡nosotros no migramos, aquí nacimos!” (comunicación personal, Almaty, 2016).

Davenel (2012 y 2013) muestra resultados similares a los que expongo en este texto para el caso de las minorías tratadas de forma distinta al periodo soviético. Davenel plantea que si bien el vocabulario político continúa incluyendo los mismos términos que en el periodo soviético, el sentido ha cambiado y en vez de natsii, natsional’nosti y narodnosti, estamos frente a dos natsii que conviven al mismo nivel en términos políticos: la nación kazaja, que representaría la élite nacional y pondría las reglas del nuevo juego nacionalista, y la nación kazajistaní, que representaría a todos, incluida la nación kazaja, y hablaría de un nacionalismo cívico donde los rasgos étnicos no serían relevantes. Sin embargo, estas dos naciones no se encuentran al mismo nivel, de hecho, la nación kazajistaní estaría subordinada a la nación kazaja. Todo ello bajo las ropas de superar el pasado colonial. En este caso estamos presenciando la decolonización y reivindicación de lo kazajo (en su versión koren) y la subordinación y colonización interna de lo no-kazajo.

Un ejemplo muy claro de lo anterior es la entidad que representa a los no-kazajos en Kazajistán. En 1995 fue “refundada” la Asamblea de los Pueblos de Kazajistán (en ruso: Assambleya Narodov Kazajstana) por el entonces presidente Nursultán Nazárbayev. Digo que fue refundada porque la asamblea era, de hecho, una institución soviética que exaltaba la diversidad cultural de la urss. En su nueva versión, la de 1995, la Asamblea debía lidiar con los problemas de todas las etnicidades del país y contribuir a crear una identidad supraétnica, la kazajistaní. En 2007, Nazarbáyev, aún en el poder, decidió cambiar el nombre de la Asamblea. A partir de ese año, el plural le cedió paso al singular, ahora se llama Asamblea del Pueblo de Kazajistán (en ruso: Assambleya Naroda Kazajstana). El motivo de este cambio fue que, precisamente, Nazarbáyev pensaba que todos los pueblos del país estaban listos para abrazar el nacionalismo supraétnico ya mencionado. La supresión del plural tiene una dimensión política muy clara. Se espera que los no-kazajos dejen sus especificidades étnicas como una prerrogativa política para que los kazajos tengan esa exclusiva.

Finalmente, la última pieza en el rompecabezas de la construcción del nacionalismo kazajistaní tras la independencia, es el tema del pasaporte. En el periodo soviético existían dos pasaportes que usaban los ciudadanos de toda la Unión. El primero era el pasaporte internacional, donde se escribía la ciudadanía (soviética) y la república de la que el portador del documento fuera originario. El segundo era el pasaporte interno, documento necesario para poder transitar dentro de la urss. En ese pasaporte figuraban los datos de la república de origen y la etnicidad a la que pertenecía el portador. Tras la desintegración de la urss, hubo un gran debate sobre qué hacer con los pasaportes internos, ya que podía prestarse a discriminación en el caso de ciertas etnicidades. En el caso de Kirguistán, por ejemplo, desde 2016 se ha suprimido el dato de la etnicidad del propietario del documento. Pues bien, Kazajistán ha mantenido el pasaporte interno tal como funcionaba en el periodo soviético, permitiendo así la discriminación ya mencionada. La korenizatsiya en la Unión Soviética fue un ejercicio de fragmentación de identidades y lealtades étnicas, el nacionalismo kazajistaní tras 1991 se ha mantenido en la retórica de generar un nacionalismo cívico que rompa con tales fragmentaciones para crear un pueblo, si no unificado, por lo menos unido. ¿Será que mantener el pasaporte koren es un descuido en la conformación del nacionalismo kazajistaní contemporáneo, o, quizás, que dicho nacionalismo es, en su núcleo, koren? Llega aquí el momento de proveer un punto de comparación.

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