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Kirguistán o la asimilación cultural en la creación de un nacionalismo monocultural

Cuando se cruzan las fronteras hacia el sur de Kazajistán, nos encontramos con un mundo completamente diferente. He mencionado la subordinación de Kirguistán desde el periodo soviético. A diferencia de sus vecinos en Asia Central, Kirguistán no pareció tener la misma riqueza que explotar. Quiero comenzar este apartado con una lógica distinta a la anterior. En vez de iniciar con el periodo soviético, lo haré con un evento relativamente reciente. En 2010, Kirguistán apareció en las noticias internacionales debido a sendos conflictos interétnicos que involucraban a kirguises y uzbecos en el norte y sur del país. En el caso del norte, el conflicto ocurrió en un pueblo en las inmediaciones de Tokmok. En la ciudad de Tokmok hay un cruce fronterizo que conecta con el pueblo de Sortobe, en Kasajistán, y sólo la población local puede usarlo; los viajeros con pasaporte internacional precisan ir al cruce entre Kordai (Kazajistán) y Bishkek (Kirguistán).

En el apartado anterior mencioné que muchos electrodomésticos usados en la urss se producían en Kirguistán. Pues, bien, el complejo industrial que los fabricaba estaba en Tokmok. Después de 1991, las cadenas de distribución de bienes y servicios se rompieron. Ya no hubo un mercado para los electrodomésticos kirguistaníes ni hubo un mercado donde adquirir los insumos para continuar con la fabricación de manera rentable. El polo industrial de Tokmok, que alimentaba a las familias en ambos lados de la frontera entre Kazajistán y Kirguistán, desapareció subrepticiamente. Y así Kirguistán entró en una recesión de la que no ha podido recuperarse. La región aledaña a la ciudad de Tokmok es un botón de muestra.

En los días posteriores al conflicto en Tokmok, enfrentamientos entre kirguises y uzbecos estallaron en la ciudad de Osh, en el extremo sur del país. Al parecer, el conflicto en las inmediaciones de Tokmok tuvo eco en todo el país y la confrontación de pronto había tomado tintes étnicos (Akiner, 2016). Osh y Tokmok son dos ejemplos muy claros de los efectos que el nacionalismo kirguís koren ha tenido en las últimas tres décadas.

En una estancia de investigación en Tokmok, en 2011, me contaron la siguiente versión del conflicto. Después de la desintegración de la Unión Soviética, y tras el declive de la economía de Tokmok, algunos de esos pueblos se dedicaron intensivamente a la agricultura y la ganadería. Sobre todo, tener vacas en casa se volvió una prerrogativa, dada la afición a los productos lácteos entre los pueblos nómadas de Asia Central. Un uigur de uno de los pueblos decidió empezar a producir yogurt y smetana, un estilo ruso de crema fresca. Para tal efecto, compraba la leche que sus vecinos producían en sus casas. Eso comenzó en los años noventa del siglo pasado. Para 2010, este uigur ya había construido una fábrica de lácteos que además producía quesos de diverso estilo. Esta empresa proveía de productos lácteos en todo el norte de Kirguistán y en algunos pueblos del lado kazajistaní de la frontera. Vecinos kirguises me dijeron que este uigur era muy arrogante y no daba precios justos por la leche que todos le vendían. Vecinos no-kirguises me dijeron que los kirguises sintieron envidia de la prosperidad que este uigur había tenido en los últimos años. No se sabe quién fue el autor material o intelectual, pero la fábrica de productos lácteos encabezada por este uigur fue incendiada, lo cual implicó un corte a los ingresos de muchas familias de esa zona, no sólo por el comercio de la leche, sino porque varios vecinos trabajaban como empleados en la fábrica.

La dicotomía kirguís/no-kirguí es muy importante en este conflicto. A diferencia del análisis del apartado anterior, en este caso no hay un discurso de indigenización de la nacionalidad titular de Kirguistán: los kirguises. Tampoco hay una política que invite a kirguises en el exterior a asentarse en Kirguistán. Ello se debe a dos razones principales. La primera, que los kirguises sí constituían la mayoría poblacional al momento de la independencia; la segunda, que la economía de Kirguistán está muy deprimida lo que ha ocasionado que el país pasara de ser receptor a expulsor de migrantes. En los últimos años se han multiplicado los estudios sobre migrantes kirguises en Moscú y San Petersburgo, principales ciudades a las que han llegado a trabajar los migrantes centroasiáticos en las últimas tres décadas (Abashin, 2017).

En las anteriores secciones de este capítulo se ha realizado una lectura que compara la situación soviética con la actual a fin de hacer patente al lector cómo los nacionalismos actuales en los países analizados (Kazajistán y Kirguistán) son un eco de cómo la URSS diseñó su propio nacionalismo en la administración de la inmensa diversidad cultural allí existente. Una vez relatado lo ocurrido en la región de Tokmok en 2010, puede decirse que los intentos soviéticos de construir unidades étnicas homogéneas, en el caso de Kirguistán, tampoco funcionó. El caso de Tokmok muestra las complejidades de un país donde, con todo y el rezago económico, es mucho más rico en el norte que en el sur, allende las montañas. El sur ha quedado excluido de la ayuda del exterior. En Kirguistán la presencia de organizaciones no gubernamentales (ong) de toda índole ha ayudado más al norte que al sur (Bond y Koch, 2010). Sin embargo, norte y sur parecen tener ecos mutuos, como la violencia interétnica iniciada en Tokmok y replicada con mayor violencia en el sur, más concretamente en Osh.

Osh se encuentra en un valle muy grande llamado Ferganá. El valle de Ferganá, en términos históricos, fue una escala muy importante en las llamadas rutas de la seda. En el periodo soviético, cuando se delimitaron las fronteras de cada una de las repúblicas que conformarían la urss, el valle de Ferganá fue repartido entre Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. Independientemente de estas fronteras, el valle continuó su vida como una unidad territorial, además de que esas fronteras significaban poco para la población local. Incluso después de la desintegración de la Unión Soviética, el valle de Ferganá mantuvo su unidad y fluidez. Con el nuevo milenio, sin embargo, la situación cambió drásticamente. A inicios del siglo xxi, las fronteras que confluían en el valle de Ferganá fueron aseguradas y, por primera vez en su historia, fue necesario que sus habitantes gestionaran un pasaporte para poder cruzar al otro lado del valle. Actividades cotidianas como visitar familiares, hacer negocios, o simplemente salir a pasear, de pronto se vieron obstaculizadas por el despliegue de las “estatalidades” kirguistaní, tayikistaní y uzbekistaní (Bichsel, 2009; Hilgers, 2011; Liu, 2011, 2012; Reeves, 2014; Reeves, Rasanayagam y Beyer, 2014). La mayor parte de este valle se ubica en Uzbekistán, pero las partes que están en los otros dos países son muy importantes en su dinámica vital. En términos económicos, sobre todo, el lado kirguistaní es particularmente relevante. Ello es así dada la prohibición de la importación directa de mercancías chinas a Uzbekistán y la vocación local del comercio entre Kirguistán y la República Popular China (rpc).3 De este modo, en el mercado que se ubica muy cerca al cruce fronterizo entre Uzbekistán y Kirguistán, en el valle de Ferganá, es donde los comerciantes de Uzbekistán se surten de productos chinos para transportarlos a su país (Jiménez y Lavička, 2019).

Es importante hablar de las particularidades identitarias de Ferganá para poder ver cómo se ha transformado el nacionalismo kirguís y kirguistaní en las últimas décadas. En una estancia de campo en la ciudad de Osh, en el verano de 2016, pude registrar que, si bien aún se puede hablar ruso en este lugar, las generaciones más jóvenes tienen un conocimiento más débil de esta lengua. Las lenguas predominantes son el kirguís y el uzbeco. Incluso la población rusa local habla esas lenguas. Hay una combinación compleja de estos idiomas como medio de enseñanza en las escuelas: el ruso sigue siendo la lengua principal de instrucción. No obstante, en la calle se hablan las otras dos. Al mismo tiempo, dada la presencia de comerciantes provenientes de India y Pakistán, el inglés y el urdu se suman al panorama lingüístico local. Algunos habitantes locales, aquellos que se dedican al comercio, hablan también japonés, coreano y chino, dados los viajes que deben realizar a estos países para poder negociar y comprar los productos correspondientes. Sobre todo, el chino ha florecido en el valle de Ferganá, pues la ciudad de Osh es a donde llegan los comerciantes de insumos para la construcción con productos que traen desde la rpc. En Osh no sólo hay comerciantes provenientes del propio valle sino también los que vienen del este y sur de Asia, así como de la Federación Rusa, Ucrania y Turquía. Así, el turco forma parte del paisaje lingüístico de la ciudad de Osh. En pocas palabras, el conflicto del valle de Ferganá ha pasado de la construcción del Estado-nación, como Reeves, (2014), mostró en su etnografía, a convertirse en uno de los puntos vibrantes del comercio regional. De este modo, la distinción entre el “norte desarrollado” y el “sur rezagado” en la narrativa de Kirguistán puede ser puesta en duda. Sin embargo, si bien el comercio ha hecho que la economía de Osh comience a recuperarse, el norte sigue siendo el lugar de poderío político.

A pesar de la fragmentación de Kirguistán y la distinción norte-sur como un rasgo de diferenciación entre los kirguises, el nacionalismo koren, que indicaría la necesidad de una prerrogativa kirguís a los recursos disponibles en el país, hace sentir sus efectos claramente. En el caso de Osh, según versiones recabadas en 2016 por la autora de este capítulo, la violencia comenzó como un acto de indignación tanto de kirguises como de no-kirguises. Los primeros, porque parecería inaudito que los no-kirguises tengan mayor éxito en los negocios; los segundos, porque históricamente había habido una armonía interétnica que el nacionalismo de las últimas décadas ha estado desquebrajando. En el valle de Ferganá, los kirguises y uzbecos locales, así como extranjeros migrando en una época reciente, forman un mosaico muy complejo de diversidad étnica que retrata mejor la realidad cotidiana. De esta manera, las agresiones comenzaron a tener un giro que se orientó hacia lo más “distinto” en los ojos locales: los uigures.

Los uigures son un pueblo originario, históricamente, de Siberia. Hace varios siglos migraron hacia lo que actualmente es Xinjiang, estableciéndose en las ciudades oasis de esta provincia china. Tras convertirse al islam, después de haber sido nestorianos, budistas y zoroastristas, el etnónimo “uigur” desapareció; sin embargo, los uigures llegaron a formar un imperio poderoso y junto con el Imperio chino tuvieron conflictos con la confederación nómada kirguís (Bellér-Hann, 2008; Brophy, 2016; Jiménez, 2009; Millward, 2007).

Manás es el poema épico kirguís en el que se narran las hazañas de los kirguises en su lucha contra los uigures y los chinos (Gullette, 2010; Heide, 2008). En los últimos veinte años, Manás ha sido uno de los pilares en la construcción del nacionalismo kirguís de la época independiente. Ahora bien, en la distinción nómada-sedentario, kazajos y kirguises pertenecerían a la primera categoría, mientras uzbecos y uigures a la segunda. Incluso lingüísticamente, son más cercanos entre sí los “nómadas”, por un lado, y los “sedentarios”, por el otro. Ello agrega un marcador más de diferencia entre lo nómada y lo sedentario en Asia Central. A veces, uigures y uzbecos son vistos como pueblos muy parecidos, si no el mismo. Así, las agresiones en Osh fueron hacia los “uzbecos”, pero, presumiblemente, habrían sido más bien contra los uigures, quienes tienen familiares en Xinjiang y, por lo tanto, se han enriquecido en los últimos años gracias a la práctica del comercio. De ser así, los conflictos interétnicos en Ferganá no fueron por la fragmentación del valle hace un par de décadas, sino un efecto del nacionalismo kirguís koren que ha obstaculizado el desarrollo de un nacionalismo cívico, o kirguistaní.

Para entender, además, la contraposición entre lo kirguís y lo “chino” como un rasgo fundamental de la definición de lo primero como una negación de lo segundo, quiero llevar al lector al oriente del país a la ciudad de Karakol, aproximadamente a una hora en carretera del lago Yssyk Kul y en las faldas de las montañas que sirven de frontera entre Kirguistán y la República Popular China. Karakol es una ciudad que fundaron los rusos en el siglo xix, cuando la estepa kazajo-kirguís fue incorporada al Imperio ruso. Además de rusos, en esta pequeña ciudad se establecieron uigures, dunganos y sart-kalmak; estos tres llegaron como migrantes desde el Imperio chino hacia finales del siglo xix y se establecieron en el Imperio ruso como refugiados políticos (Jiménez, 2014). A pesar de que el Imperio chino presionó al ruso para conseguir una extradición, éste se negó contundentemente a aprobarla. En Karakol, por tanto, se pueden ver las tensiones entre el mundo nómada y el sedentario que ya he señalado como básicas para entender los nacionalismos de la región centroasiática. En la versión contemporánea de Manás, quien finalmente asesina al héroe kirguís es un kalmak, razón por la cual los sart-kalmak no son bien vistos en la sociedad kirguís actual, a pesar de que sus linajes están relacionados y, hoy por hoy, salvo por algunos marcadores de diferencia, tales como el pan o detalles mínimos de vida cotidiana; de hecho, los sart-kalmak se han asimilado casi por completo a la cultura y lengua kirguises koren (Alymbaeva, 2017). Por su parte, los uigures y los dunganos siguen teniendo una ambigüedad que los vincula más, en el imaginario local, con la República Popular China (Brophy, 2016; Jiménez, 2016). Ello es así a pesar de la presencia de ambas etnicidades desde hace varios siglos en toda la región centroasiática. La construcción de las historias nacionales koren en ambos lados de la frontera (la soviética y la china popular) es lo que ha generado y exacerbado la contraposición de estas identidades para establecer una alteridad diferenciadora y específica. Esta identificación de lo “chino”, en el más amplio sentido del término, es lo que hace tan específico el caso de Kirguistán; si bien podemos encontrar rasgos de sinofobia en otras partes de Asia Central, el componente “chino” en Kirguistán encarnaría al enemigo de lo kirguís por excelencia, ello como efecto de la recuperación del poema Manás como el contenedor del origen del pueblo kirguís diferenciado de otros pueblos de origen turco en Asia Central.

Como he mostrado en este apartado, la alternativa para uno de los países más pobres del mundo, en lo que a construcción de un nacionalismo se refiere, ha sido la victimización de la condición colonial hasta sus últimas consecuencias. Igual que Kazajistán, Kirguistán se asume como una excolonia del Imperio ruso y, además, una excolonia de la Unión Soviética. Como consecuencia, Kirguistán ha apelado a la ayuda exterior para conseguir salir de su rezago económico en vez de intentar convertirse en una potencia regional, que es la apuesta de Kazajistán. Ello, sin embargo, ha derivado en un nacionalismo donde la prerrogativa la tienen los kirguises por sobre los no-kirguises o, al menos, se cree que ellos deberían tenerla. Además de la doble colonialidad, la imperial rusa y la soviética, Kirguistán tiene una ambigua retórica de ser una neocolonia de la Federación Rusa y de la República Popular China, así como de estar en la mira del crecimiento kazajistaní. De este modo, no es que el nacionalismo kirguís asuma una superioridad por sobre los no-kirguises (a diferencia del nacionalismo kazajo), sino que, en contraste, busca construir la superioridad que le ha sido negada a los kirguises a lo largo de su historia. Kazajistán es la “grandeza recuperada”, Kirguistán es la “grandeza por construir”.

¿Se puede hablar de un modelo alternativo de nación en el Asia Central “nómada”?

En este capítulo he descrito pormenorizadamente el proceso mediante el cual se perfilaron los nacionalismos en Kazajistán y Kirguistán. En primer lugar, al momento en que el Imperio ruso orquestó su expansión hacia estos espacios, había una percepción de que el territorio ocupado por ambas entidades era uno solo: la estepa kazajo-kirguís. En la imaginación imperial rusa, por tanto, había una identificación de la unidad identitaria étnica kazajo-kirguís. Dicha unidad, sin embargo, sería fragmentada en las décadas posteriores. De esta manera la estepa kazajo-kirguís decimonónica fue dividida, en las décadas de 1920 y 1930, en dos repúblicas soviéticas: Kazajistán y Kirguistán. El proceso de delimitación y separación, no sólo de lo kazajo y lo kirguís, sino de todas las etnicidades de la Unión Soviética, fue llevado a cabo durante una campaña conocida como korenizatsiya, término ruso que normalmente es traducido como “indigenización”. La korenizatsiya permitió delimitar las fronteras entre los pueblos que compondrían la urss y los respectivos espacios que habitarían. Llamo nacionalismo koren a esta identidad folklorizada y artificialmente unificada durante el periodo soviético.

La noción de lo koren como un nacionalismo esencialista es el eje rector de los dos apartados dedicados a analizar por separado los casos de Kazajistán y Kirguistán. El argumento que subyace en el análisis es que fue precisamente la korenizatsiya la que perfiló la diferenciación entre los kazajos y los kirguises, al tiempo que hablaríamos de dos tipos de nacionalismo en ambos países: un nacionalismo étnico, donde lo kazajo y lo kirguís son identificados como aquellos que deberían ostentar la mayor cantidad posible de privilegios, y un nacionalismo cívico, donde los no-kazajos y los no-kirguises deben subordinar sus especificidades folklóricas y prerrogativas políticas y económicas a las “nacionalidades titulares” designadas en tiempos de la korenizatsiya.

No obstante, en ambos casos persiste una retórica de que el actual nacionalismo étnico es una forma de descolonización de las identidades de las nacionalidades titulares en ambas repúblicas. Al mismo tiempo, el nacionalismo étnico actúa en detrimento del nacionalismo cívico, lo que produce relaciones de colonialismo interno con respecto a etnicidades no-kazajas y no-kirguises. Ello muestra la contradicción de un nacionalismo “decolonial” que, sin embargo, continúa funcionando bajo la lógica del marco étnico conceptualizado e implementado por los antiguos “colonizadores”. Subsiguientes investigaciones deberían concentrarse en analizar con mayor detalle cómo se desarrollan estas relaciones de kazajos y kirguises con no-kazajos y no-kirguises, no sólo desde la perspectiva de las nacionalidades titulares, ejercicio de este capítulo, sino también desde la perspectiva de las etnicidades no titulares.

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