Kitabı oku: «Asia Central. Análisis geopolítico de una región clave», sayfa 4

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A partir de 2014 las viejas organizaciones yihadistas originarias de Asia Central perdieron importancia y sus fuerzas decrecieron considerablemente debido al éxodo hacia Siria y a los enfrentamientos entre facciones. Pero el islamismo radical asumió una nueva forma de expresión a través de la incorporación de muchos jóvenes centroasiáticos a la lucha en Siria. La propaganda islamista, y particularmente de isi, consiguió atraer voluntarios para la yihad en Siria en los cinco países de la región, y también en sus núcleos de migrantes laborales en Turquía y Rusia. De 2014 a 2017 fueron reclutados entre 2,000 y 5,000 combatientes, los cuales en muchos casos viajaron a Siria con sus familias. Con la intención de frenar el flujo, los gobiernos adoptaron leyes para imponer penas severas de prisión a los ciudadanos que de manera ilegal tomaran parte en conflictos armados y operaciones militares en territorio de otros países (Karin, 2017, pp. 16-17).

Los combatientes centroasiáticos en Siria, tanto los veteranos de las filas del miu y la iju, como la nueva generación reclutada en la región, tendieron a formar brigadas propias de acuerdo a su adscripción étnica (jamaats), que a su vez quedaron incorporadas a formaciones yihadistas más grandes enfrentadas al régimen de Bashar al-Asad, y también entre ellas. Las de mayor notoriedad fueron el Batallón Imam Bukhari, la Katibat al Tawhid wal Jihad y la Sabri Jamaat. El primero parece haber sido organizado por viejos elementos del miu e integró a combatientes de Asia Central, sobre todo de origen uzbeco. Inicialmente subordinada aisi, después terminó uniéndose al grupo islamista rival Jabhat Fateh al-Sham, antiguo Frente Al-Nusra asociado de Al Qaeda. La segunda estuvo formada básicamente por voluntarios kirguisos y también luchó en las filas del Jabhat Fateh al-Sham. Y la tercera, compuesta principalmente de elementos tayikos y uzbecos, luchó bajo el mando de isi (Karin, 2017, pp. 23-24). Algunos de estos grupos establecieron conexiones en sus países de origen para el reclutamiento de militantes y la realización de acciones terroristas ocasionales con fines propagandísticos.

Desde el inicio los gobiernos de la región calificaron el flujo de yihadistas como una gran amenaza potencial para la seguridad de Asia Central, preocupación que aumentó tras la derrota territorial de isi a principios de 2018 y el descenso de la yihad en Siria, debido a la posibilidad de un probable retorno de los combatientes centroasiáticos a sus lugares de origen. Hasta ahora tal temor no ha estado justificado y, en opinión de algunos, el éxodo de voluntarios lejos de ser un riesgo fue realmente beneficioso para los regímenes centroasiáticos, ya que la propia historia del miu demuestra la imposibilidad de un reflujo masivo y consideran más probable que ese potencial yihadista, en vez de regresar, se relocalice en un nuevo escenario de conflicto (Lang, 2017, p. 4). El punto no deja de ser discutible, ya que también hay ejemplos de lugares donde el repunte del islamismo estuvo asociado al regreso de veteranos yihadistas, aunque ese retorno no haya ocurrido de manera inmediata y masiva. En cualquier caso, se trata de un potencial en barbecho susceptible de activarse dentro o fuera de la región, por lo que resulta también probable que el impasse del momento constituya la antesala transicional hacia un nuevo periodo en la evolución del radicalismo islámico en Asia Central.

Conclusión

De lo tratado en las páginas anteriores se desprenden varias ideas esenciales que conviene destacar a modo de cierre. A pesar del férreo control estatal y el efecto disolvente de la modernización secular y atea impulsada por el régimen comunista, el poder soviético no consiguió anular totalmente el peso histórico del islam en las repúblicas de Asia Central, y en cierto grado la influencia de éste se mantuvo latente a través de la tradición cultural y de la sobrevivencia de bastiones de resistencia religiosa en el valle de Ferganá, que fueron semilleros tanto de la ortodoxia hanafí no oficial como de los primeros ideólogos del salafismo islamista. La perestroika y la descomposición política del sistema crearon las condiciones para la reversión del proceso de desislamización de la sociedad en un momento de crisis de los viejos valores, situación que allanó el camino al inicio de un resurgimiento religioso que cobró especial relevancia después de la proclamación de las independencias en 1991.

La reislamización de las sociedades centroasiáticas constituyó en buena medida una respuesta espontánea y natural a la fuerte crisis de identidad que sobrevino luego de casi siete décadas de pertenencia a la urss. Si durante ese periodo la histórica y peculiar relación entre etnicidad y religión sirvió de cobijo al islam para conservar su presencia en Asia Central a través de la tradición popular, después de 1991 esa misma relación proporcionó un pilar esencial en la percepción de una identidad propia y diferenciada del pasado soviético. En consecuencia, el resurgimiento islámico en el periodo postsoviético ha estado asociado a la construcción de una nueva identidad dentro de los marcos de un estado secular y de una religiosidad cotidiana básicamente inspirada en una tradición hanafí tolerante, heterodoxa y apolítica.

Con la justificación de mantener la islamización dentro de esos límites, los gobiernos autocráticos impusieron un fuerte control sobre ella, mostrando gran desconfianza hacia el grado de raigambre social de la misma tradición que pretendía fundamentar el nuevo contenido identitario. La rigidez de la regulación estatal, más que una necesidad socialmente justificada, fue un rasgo de continuidad con el pasado que respondió a la vocación autoritaria de una élite gobernante neosoviética interesada en suprimir cualquier fuente potencial de oposición, resistencia o crítica al régimen. La construcción de un islam oficial, autoproclamado tradicional, trató de cumplir la doble función de instrumentalizar los valores religiosos con fines de legitimación política y de establecer una diferenciación con las interpretaciones y prácticas religiosas consideradas peligrosas e ilegales. El principio de libertad de credo quedó así supeditado a las necesidades reproductivas del autoritarismo político.

Por otra parte, y más allá de esa narrativa política, existe poca evidencia que demuestre la relevancia de la radicalización como tendencia subyacente al proceso general de islamización en Asia Central. La corriente salafista, en su vertiente pacífica y violenta, ha estado presente en la región y seguramente seguirá en el futuro, pero su influencia hasta ahora parece haber sido sobredimensionada en términos cuantitativos y cualitativos, especialmente como factor de amenaza a la seguridad regional. Los grupos islamistas más agresivos asociados al miu se vieron obligados a salir de Asia Central a finales de los noventa y desde entonces no hicieron más que alejarse de su región de origen. En los últimos veinte años los yihadistas centroasiáticos ganaron celebridad por su beligerancia en Afganistán, Pakistán y Siria, y también por su asociación con Al Qaeda y Estado Islámico en la perpetración de actos terroristas en diversas partes del mundo. Pero de manera particular, sus operaciones han sido poco significativas en Asia Central después de 2001, donde las acciones violentas ejecutadas representan menos de 1% de los actos terroristas registrados a nivel global. La naturaleza autoritaria y represiva de los regímenes centroasiáticos ha impedido al islamismo radical, local y transnacional, echar raíces sólidas dentro de la región, convirtiéndose más bien en un centro expulsor de militantes hacia otros lugares. Pero, por otro lado, al reprimir e imponer fuertes restricciones a la libertad religiosa, esa política también actúa como un agente promotor de la radicalización interna, creando una especie de círculo vicioso que, unido al cúmulo de frustraciones económicas y políticas, encierra ciertamente un peligro potencial para el futuro de los países de Asia Central.

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Pensar el nacionalismo después del nacionalismo: apuntes sobre Kazajistán y Kirguistán

Soledad Jiménez

Introducción

A pesar de la construcción de una narrativa histórica que busca el origen de la nación desde tiempos inmemoriales, el concepto de nación y el fenómeno del nacionalismo surgieron en una etapa mucho más reciente. Estudios sobre el surgimiento del nacionalismo han sido constantes en las ciencias sociales. A partir del trabajo de autores como Benedict Anderson (1993), existe el entendimiento de que la noción de nación es un fenómeno que data del siglo xviii y corresponde con el ejercicio de homogeneización de la población y de la producción, implementado por los nacientes Estados-nación. La estandarización llevada a cabo por el Estado sería entonces un elemento clave en el proceso de desarrollo del nacionalismo como una ideología que si bien tiene una dimensión política muy clara tendría una incidencia en la identidad de los individuos que participan de la comunidad política. El nacionalismo, en este sentido, sería una condición sine qua non de la modernidad (Gellner, 2001). En el caso concreto del Asia Central, invadida y dominada por el Imperio ruso en los siglos xviii y xix (Kireev, Aleĭnikova, Semenyuk et al., 1961), las naciones y los nacionalismos no aparecieron sino hasta el siglo xx. En este capítulo se analizan los matices del nacionalismo contemporáneo en Kazajistán y Kirguistán. Así, se busca diferenciar entre el nacionalismo étnico, o aquella apropiación o incorporación identitaria de la noción nacional implementada por el Estado pero asumida por la población en general, y el nacionalismo cívico, donde la nación es entendida como una comunidad política asociada más allá de rasgos étnicos o culturales específicos. Ello es de particular relevancia en la ex Unión Soviética, donde se dieron varios tipos de nacionalismo que convivían de forma simultánea y se nutrían mutuamente.

La razón para tomar estos casos y leerlos conjuntamente obedece a varios criterios metodológicos. El primero de ellos tiene que ver con la falta de conocimiento sobre la región al momento de la expansión rusa y, por lo tanto, a la inexistencia de un trabajo cartográfico necesario para poder pensar los territorios nacionales. Al momento de la expansión rusa hasta esos territorios, la cual no fue concretada sino hasta bien entrado el siglo xix, no había una distinción clara en las fronteras políticas y culturales que pudieran orientar a las autoridades imperiales rusas para poder distinguir divisiones dentro de la provincia del Turkestán, como fue denominada el Asia Central rusa en su conjunto en el siglo xix (Morrison, 2006 y 2008; Nishiyama, 2000; Pierce, 1960). Las expediciones al extremo oriental ruso (la de Kamchatka sirvió de modelo para este tipo de investigaciones) y a Asia Central fueron los primeros materiales con los que trabajó la recién fundada Sociedad de Geografía de la Academia Imperial de Ciencias (Gorshenina, 2014; Tolz, 2005, 2008, 2009 y 2011; Torma, 2011; Werth, 2007). En la Sociedad de Geografía se forjó la identidad imperial rusa y se discutió, entre otros temas que afectan la geopolítica actual, la distinción y frontera entre Europa y Asia (Knight, 1995, 2000, 2008 y 2009; Lieven, 1995 y 1999; Sunderland, 2004, 2007 y 2010). En dichas expediciones se hablaba de la “estepa kazajo-kirguís” (Levshin, 1996). De este modo, en el periodo imperial no había una distinción clara entre lo que ahora son Kazajistán y Kirguistán, de no ser porque la primera es esteparia y la segunda montañosa. En todo caso, lo que caracterizaba a la estepa kazajo-kirguís era su población nómada, hecho que no cambiaría hasta las campañas soviéticas de sedentarización forzada (Jacquesson, 2011).

De este modo, el pasado nómada sería el segundo criterio para hablar de Kazajistán y Kirguistán de manera conjunta. En términos históricos, la distinción nómada-sedentario fue fundamental para hablar de Asia Central. En otro lado he explicado con mayor detalle esta distinción (Jiménez, 2017), en este capítulo me limitaré a mencionar la existencia de un norte de Asia Interior1 habitado por confederaciones tribales nómadas y un sur habitado por organizaciones sedentarias. Aún en la actualidad esta dicotomía desempeña un papel muy importante en la diferenciación cultural. La historiografía soviética tendió a ver a los pueblos nómadas como más atrasados en la escala evolutiva trazada por una interpretación marxista-leninista de la historia, mientras que los pueblos sedentarios estarían más avanzados. La historiografía producida tras la desintegración de la urss no continuó con la visión marxista-leninista. De hecho, las nuevas historias nacionales comenzaron a escribirse desde una perspectiva que exalta tanto lo nómada como lo sedentario, según el caso nacional que se analice, pero con una distinción importante: aquellos países con un pasado sedentario contraponen la relación sedentario-nómada a la de civilización-barbarie, mientras que los países con un pasado nómada buscan romper con dicha lógica. La antigua estepa kazajo-kirguís era, entonces, parte del mundo nómada de Asia Interior.

El tercer criterio que justifica el estudio conjunto de Kazajistán y Kirguistán es que, precisamente, tras la desintegración de la Unión Soviética ambos países han transitado por caminos más bien disímiles en lo que a nacionalismo se refiere. Por ello planteo que se requiere de un análisis paralelo que permita entender las similitudes y diferencias en la construcción del nacionalismo de ambos países, a fin de entender lo caprichoso que puede ser el proceso de construcción nacional de sendas entidades políticas que hoy en día son tan diferentes a pesar de su pasado común.

Las características reseñadas en esta introducción, además, se prestan para un análisis que problematice el enfoque poscolonial, tan en boga en los últimos años a partir de la recuperación del trabajo de Edward Said (1978, 1993) y de los padres de los estudios culturales (Hall, 1996; Hoggart, 1957; Thompson, 1963; Williams, 1957). En la interpretación de académicos indios (Bhabha, 1994; Guha, 1982) hay una dimensión identitaria del pasado colonial que pesa tanto en los excolonizadores como en los excolonizados. De esta manera, en el caso de aquellos territorios que anteriormente fueron colonias, es necesario tomar en cuenta los cambios y matices que la sujeción colonial imprimió en la configuración de los nuevos nacionalismos (Mellino, 2008; Trouillot, 2017 [1995]). En el caso de Asia Central este debate es particularmente fértil por las múltiples lecturas que se pueden hacer del pasado soviético, lo cual se relaciona, a su vez, con el debate sobre la pertinencia del uso de la categoría “postsoviético” como una muy específica que denota esta tensión colonial (Moore, 2001; Slezkine, 1994).

Este capítulo está dividido en cuatro apartados. En el primero se habla de la delimitación del mapa soviético y las fronteras kasaja y kirguís. En el segundo apartado se muestra un panorama general de la conformación del nacionalismo en Kazajistán a partir de 1991. Un ejercicio similar para el caso de Kirguistán es el tema del tercer apartado. Para finalizar, en el cuarto apartado se hace un análisis comparativo y se ofrecen las conclusiones.

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