Kitabı oku: «El bautismo del diablo», sayfa 2
Ciencia y fe
Las preguntas sobre cuán precisamente la ciencia puede expresar la verdad, o incluso si puede hacerlo, o qué significa expresar “la verdad”, se hacen especialmente pertinentes en el tema de la fe y la ciencia. Una gran cantidad de libros de los “nuevos ateos”25 retratan la relación entre la fe y la ciencia como enemigos irreconciliables: uno de ellos, la ciencia, es la búsqueda objetiva de la verdad; la otra, la fe, es la promulgación de la superstición y la ignorancia. Sin embargo, esta dicotomía es una distorsión, casi una caricatura. La filosofía natural, o “ciencia”, rara vez ha entrado en conflicto con la fe. Muchos de los primeros gigantes científicos (Copérnico, Kepler, Galileo, Newton) creían en Dios y no vieron su trabajo como algo que negara su fe. “El principal objetivo de todos los investigadores del mundo externo debería ser descubrir el orden racional y la armonía que Dios ha impuesto y que nos ha revelado en el lenguaje de las matemáticas”26, escribió Johannes Kepler.
Ian G. Barbour también expresó: “Los ‘virtuosos’, así como se hacían llamar los científicos de la segunda mitad del siglo XVII, eran hombres religiosos, principalmente de trasfondo puritano. La Carta de la Sociedad Real instruía a sus colegas a dirigir sus estudios ‘para la gloria de Dios y en beneficio de la raza humana’. Robert Boyle dijo que la ciencia es una tarea religiosa, ‘el descubrimiento de la obra que Dios ha desplegado en el Universo’. Newton creía que el Universo da testimonio de un Creador Todopoderoso”.27
Aunque se han peleado algunas batallas (ver capítulo 2), la visión común de la ciencia en constante conflicto ha sido bastante exagerada. Colin A Russel escribió: “La noción de hostilidad mutua [entre la ciencia y la religión] ha sido empleada en la cotidianeidad en los escritos de la ciencia popular, por los medios de comunicación y en algunas otras pocas historias de la ciencia. Profundamente arraigada en la cultura de Occidente, ha sido difícil de quitar. Recién en los últimos treinta años del siglo XX los historiadores de la ciencia lanzaron un ataque sostenido a la tesis, y gradualmente un público más amplio comenzó a reconocer sus deficiencias”.28
Sin embargo, existe un área de conexión crucial, y tiene que ver con los orígenes. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Por qué existimos? ¿Hacia dónde vamos? Aquí estamos a nivel del sótano; la base sobre la cual yace toda la existencia y todo el conocimiento humano de nuestros orígenes. Todo lo que los seres humanos han escrito, dicho, o incluso pensado, surge de nuestros orígenes. El conflicto aquí no es sobre los evidentes beneficios del resveratrol en el vino tinto o los hábitos de copulación del Megascops hoyi. El conflicto es sobre la identidad humana, que surge tan directamente de nuestros orígenes como lo hacen las notas musicales de las cuerdas rasgueadas de un arpa.
A pesar de los infinitos intentos desde casi todo ángulo posible, la evolución y la Biblia no se pueden entremezclar en ningún informe coherente de los orígenes, al menos no sin censurar un poco a ambos. Se requieren las contorsiones más improbables (ver capítulo 10) para tratar de insertar la “síntesis neodarwiniana” (básicamente, la última encarnación de Newton) en el relato bíblico de los orígenes.
Solamente los nombres de los dos grandes mecanismos en el esquema de Darwin, mutación al azar y selección natural, revelan su incompatibilidad con el relato de Génesis. Aunque la lectura sea lo más amplia posible, la Creación de Génesis es un evento sobrenatural, en oposición a uno meramente natural. Además, la creación de Génesis no da indicios de algo al azar, y mucho menos mutacional. El lenguaje utilizado para expresar la evolución excluye cualquier cosa relacionada con la Biblia y su creación sobrenatural con propósito determinado. Sin embargo, estas verdades “inconvenientes” no han desviado a los cristianos del dudoso esfuerzo de tratar de mezclar a Charles Darwin con Jesucristo.
“Entonces, si alguien agrega una intervención sobrenatural al relato de la evolución por selección natural, digamos por ejemplo permitiendo que un Dios se entrometa en el proceso evolutivo, ya no es selección natural. Ya no se está tomando en serio a la ciencia natural y la teoría evolutiva. En resumen, tomar en serio la ciencia natural significa que un relato del desarrollo evolutivo que recibe importante influencia de un ser sobrenatural no es una opción intelectualmente honesta”29, escribió el evolucionista Richard Dewitt.
El compromiso
¿Por qué, entonces, existe una irresistible atracción por parte de muchos cristianos de “bautizar al diablo” por medio de la búsqueda de una armonía entre la Evolución y las Escrituras? A pesar de que no podemos conocer los motivos individuales, la respuesta dominante está unida a la creencia contemporánea global de que la Evolución debe ser verdad, porque la ciencia lo dice. Después de todo, ¡la ciencia es la ciencia!
Además, cuando los más grandes pensadores mundiales, los mejores y más brillantes, los más aclamados expertos, los ganadores de premios de Nobel en Biología, Química, Economía, Física, Literatura y Medicina; los más educados, reconocidos e informados entre nosotros; los doctores, los colegas, los posgraduados, los eruditos de Rodas, los renombrados, los famosos, los brillantes; cuando todos esos creen en la Evolución, muchos cristianos creen que deben hacer lo mismo. Cuando cada disciplina (biología, astronomía, medicina, teoría política, psicología, crítica literaria, historia, química, ética, economía, geología, sociología, e incluso teología) de manera abierta promueve una cosmovisión neo darwiniana, estos cristianos sienten la presión de seguirla. Cuando “nuestro mundo interpretado”, como lo llama Rilke,30 es interpretado a través de las suposiciones de la Evolución, cuando cada aspecto de la vida de la Tierra (de la placenta del antílope a los pepinos, a la invención de las matemáticas), se filtra, analiza y explica en términos de la Teoría Evolutiva, no es de extrañar que muchas personas, incluso los cristianos, se vean arrastrados en ese fervor. Es psicología de multitudes, que rebalsa desde las calles y se filtra hasta el púlpito.
El bautismo del diablo busca mostrar que esta rendición no es solo innecesaria, sino también equivocada. Es solo un ejemplo más de cristianos bien intencionados que comprometen su fe ante la cultura impuesta;31 el ethos de nuestra era, que es la ciencia vestida con los trajes filosóficos del cientifismo. Y no solo la ciencia del experimento, las pruebas y la verificación (que nos ha dado muchísimo), sino además una rama especulativa de la ciencia que tiene sus raíces en capas y capas de suposiciones, retrodicciones e intuiciones de la fe epistemológica a lo largo de millones, e incluso miles de millones, de años hipotéticos. Si miramos las preguntas (y otros) sobre la ciencia que propusimos anteriormente en este capítulo, El bautismo del diablo anhela liberar a las personas de la acción automática de que la única reacción lógica y racional a la frase “¡Es ciencia!” es renunciar a sus creencias, incluso las religiosas. En algunos casos, eso puede ser prudente (la ciencia de la meteorología, en oposición a la hechicería, para explicar las fallas en los cultivos es un caso poderoso en este punto), pero no en todos los casos, y menos aun cuando se trata de reemplazar el relato del Génesis con la última encarnación de la síntesis neo darwiniana, o lo que es peor, tratar de amalgamarlas.
La ciencia ha brindado a la humanidad poderosos métodos y herramientas para convertir la materia en maravillas prácticas: de vacunas a smartphones y submarinos nucleares. Sus éxitos tecnológicos hablan por sí solos. Pero eso no es lo mismo que encontrar la verdad; incluso, hasta puede no llegar a tener nada que ver con la verdad; excepto en ámbitos muy estrechos como los que se necesitan para crear vacunas, smartphones y submarinos nucleares. Y aunque todavía hay una discusión con respecto a si la ciencia revela la realidad tal como es o solo como se nos muestra, no es solo una feliz coincidencia que la gravedad de la Luna le diera al dañado Apolo 13 algo del empuje que necesitaba para volver a casa. La ciencia de Newton dijo que lo lograría, y lo logró; lo que significa que había algo de verdad en el medio, más allá de todo lo desconocido, de los errores y las suposiciones falsas que importunaban a la teoría en sí misma.
La ciencia, entonces, sí revela conocimientos sobre la realidad misma, sin importar lo limitados o distorsionados que puedan ser esos conocimientos. Y ese es el punto principal de este libro: mostrar cuán limitados son esos conocimientos y cuán influenciados están por la subjetividad ineludible que inclina todo el pensamiento humano, razón por la cual precisamente los cristianos no deberían comprometer una creencia tan fundamental como lo es la de los orígenes solo porque la ciencia, o mejor dicho, las apreciaciones de algunos científicos, enseñen algo contrario.
Un ateo, en Italia, plasmó las siguientes palabras en una pared: “Dios no existe, y María es su madre”. Si bien es ridícula, esta inscripción revela algo primordial sobre la búsqueda de la humanidad por la verdad. Somos subjetivos sin remedio. Lo que buscamos y cómo lo buscamos es solo a través de íconos, axiomas y presupuestos de nuestra cultura, genética y educación; lo que a su vez investigamos, observamos, interpretamos y expresamos en los resultados de nuestras indagaciones. No podemos escapar a estos filtros, así como no podemos escapar a nuestro pensamiento, porque a través de estos filtros pensamos y, de hecho, también hacemos ciencia.
1 Isaac Newton, Mathematical Principles of Natural Philosophy, trad. I. Bernard Cohen y Anne Whitman, asistidos por Julia Budenz (Berkeley: University of California Press, 1999).
2 Sir Isaac Newton, Abadía de Westminster, https://www.westminster-abbey.org/our-history/people/sir-isaac-newton. El Papa había esperado que este epitafio se pusiera en el monumento a Newton, pero no se permitió. En vez de eso, lo siguiente, que fue inscrito aquí, aunque no era tan elocuente como las líneas del Papa, de todas formas, cumple con el propósito: “Aquí yace enterrado Isaac Newton, Caballero, quien gracias a una fuerza mental casi divina, y principios matemáticos peculiarmente propios, exploró el curso y los números de los planetas, los senderos de los cometas, las olas del mar, las diferencias en los rayos de luz y, lo que ningún otro erudito había imaginado: las propiedades de los colores así producidos. Diligente, sagaz y fiel en sus exposiciones de la naturaleza, la antigüedad y las Sagradas Escrituras, vindicó a través de su filosofía la majestuosidad del poder y la bondad de Dios, y expresó la simplicidad del evangelio en sus modales. Los mortales se regocijan en que haya existido tal adorno de la raza humana. Nació el 25 de diciembre de 1642 y murió el 20 de marzo de 1726 (Ibíd.).
3 Austin L. Hughes, “The Folly of Scientism”, The New Atlantis, Nº 37 (Otoño 2012), p. 32. Para una crítica poderosa reciente al cientificismo, ver Richard N. Williams y Daniel N. Robinson, eds., Scientism: The New Orthodoxy (London: Bloomsbury Academic, 2015).
4 Alex Rosenberg, The Atheist’s Guide to Reality: Enjoying Life Without Illusions (Nueva York: W. W. Norton, 2011), edición Kindle, cap. 1.
5 Atribuido a Russell en Ted Peters, Cosmos as Creation: Theology and Science in Consonance (Nashville: Abingdon Press, 1989), p. 14, con una nota de que fue “dicho en una audiencia de la BBC [hace un tiempo en este siglo]” (Ibíd.). La otra versión de la cita atribuida a él es “Lo que la ciencia no puede descubrir, la humanidad no puede saberlo”.
6 John W. Loftus, ed., The Christian Delusion: Why Faith Fails (Nueva York: Prometheus Books, 2010), edición Kindle, cap. 4.
7 Newton, Principia, 943. “Todavía no he sido capaz de deducir a partir de los fenómenos la razón para estas propiedades de la gravedad, y no compongo ninguna hipótesis. Porque lo que no se deduzca de los fenómenos debe ser llamado hipótesis; y las hipótesis, ya sean metafísicas o físicas, o basadas en cualidades ocultas, o mecánicas, no tienen lugar en la filosofía experimental. En esta filosofía exprimental, las proposiciones se deducen a partir de los fenómenos y generalmente se hacen por inducción” (Ibíd.).
8 Newton a Richard Bentley, 189.R.4.47, ff. 7, 8, Trinity College Library, Cambridge, RU, publicado en octubre de 2007, http://www.newtonproject.sussex.ac.uk/view/texts/normalized/THEM00258
9 Alexander Bird, Philosophy of Science, Fundamentals of Philosophy (Routledge, 2006), edición Kindle, cap. 4. Algunos argumentan que llamarlo “falso” es demasiado fuerte; sería mejor decir que estaba incompleto, o viable solo bajo ciertas condiciones.
10 Massachusetts Institute ofTechnology, “Toward Quantum Chips: Packing Single-Photon Detectors on an Optical Chip Is Crucial for Quantum-Computational Circuits”, Science Daily, 9 de enero de 2015, https://www.sciencedaily.com/releases/2015/01/150109101047.htm
11 W. T. Stace, “Science and the Physical World”, en Introductory Readings in the Philosophy of Science, ed. E. D. Klemke, Robert Hollinger y David Wyss Rudge, con A. David Kline (Amherst, Nueva York: Prometheus Books, 1998), p. 355 (cursiva en el original).
12 Alister McGrath y Joanna Collicutt McGrath, The Dawkins Delusion? Atheist Fundamentalism and the Denial of the Divine (Downers Grove, Illinois: IVP Books, 2007), p. 38 (cursiva en el original).
13 Arthur Schopenhauer, The World as Will and Representation, t. 2 (Londres: J. M. Dent, 2001), p. 3.
14 Ian G. Barbour, When Science Meets Religion: Enemies, Strangers, or Partners? (Nueva York: HarperSanFrancisco, 2000), p. 14 (cursiva en el original).
15 Del Ratzsch, Science and Its Limits: The Natural Sciences in Christian Perspective (Downers Grove, Illinois: IVP Academic, 2000), p. 11 (cursiva en el original).
16 Paul VeyetafoenA., Against Method, 3rd ed. (Londres: Verso, 1993), p. 1; (cursiva en el original).
17 Czeslaw Milosz, “Meaning”, New and Collected Poems, 1931-2001 (Nueva York: Harper-Collins, 2003), p. 569.
18 Michael Polanyi y Harry Prosch, Meaning (Chicago: University of Chicago Press, 1977), p. 25 (cursiva en el original).
19 Leon Wieseltier, “Crimes Against Humanities”, New Republic, 3 de septiembre de 2013, https://newrepublic.com/article/114548/leon-wieseltier-responds-steven-pinkers-scientism?a&utm_campaign=tnr-daily-newsletter&utm_source=hs_.
20 Gary B. Ferngren, ed., Science and Religion: A Historical Introduction (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2002), p. xiii.
21 Michael Shermer, The Moral Arc: How Science and Reason Lead Humanity Toward Truth, Justice, and Freedom (Nueva York: Henry Holt, 2015), p. 15 (cursiva en el original).
22 Thomas Nagel, The View From Nowhere (Nueva York: Oxford University Press, 1986), edición Kindle, cap. 5, sec. 1. La cita completa, en contexto, vale la pena leer, porque también se aplica a los desafíos de la ciencia: “La pregunta es cómo seres limitados como nosotros pueden alterar su concepción del mundo para que ya no sea la visión desde dónde están sino, en un sentido, una visión desde ningún lado, que incluya y comprenda el hecho de que el mundo contiene seres que lo poseen, explique porqué el mundo les parece como lo hace antes de la formación de esa concepción y explica cómo pueden llegar a la concepción en sí misma” (Ibíd.).
23 Terry Eagleton, Reason, Faith, and Revolution: Reflections on the God Debate (New Haven, Connecticut: Yale University Press, 2009), p. 132.
24 Peter Machamer, Marcello Pera y Aristides Baltas, eds., Scientific Controversies: Philosophical and Historical Perspectives (Nueva York: Oxford University Press, 2000), p. 6.
25 Algunos títulos conocidos son: The God Delusion (2006); Daniel C. Dennett, Breaking the Spell: Religion as a Natural Phenomenon (2006); Sam Harris, The End of Faith: Religion, Terror, and the Future of Reason (2004); y Christopher Hitchens, God Is Not Great: How Religion Poisons Everything (2007).
26 Citado en Noson S. Yanofsky, The Outer Limits of Reason: What Science, Mathematics, and Logic Cannot Tell Us (Cambridge, Massachusetts: MIT Press, 2013), p. 262.
27 Ian Barbour, Issues in Science and Religion (Nueva York: Harper Torchbooks, 1966), p. 37 (cursiva en el original).
28 Colin A. Russell, “The Conflict of Science and Religion”, in Ferngren, Science and Religion, p. 4. Dos de los libros más populares en el pasado que presionaban esta idea de guerra fueron Andrew Dickson White, A History of the Warfare of Science With Theology in Christendom (Nueva York, 1896) y John William Draper, History of the Conflict Between Religion and Science (Nueva York, 1874).
29 Richard DeWitt, Worldviews: An Introduction to the History and Philosophy of Science, 2nd ed. (West Sussex, Reino Unido: Wiley-Blackwell, 2010), pp. 312, 313.
30 Rainer Maria Rilke, “The First Elegy,” en The Selected Poetry of Rainer Maria Rilke, trad. y ed. Stephen Mitchell (Nueva York: Vintage International, 1989), p. 151.
31 Un argumento, se ha dicho, se rompe ni bien alguien menciona a los nazis o a Hitler. Quizá. Pero tenemos el ejemplo trágico de cuán rápido la iglesia cristiana en el período del Tercer Reih se comprometió con el socialismo nacional. Nadie está haciendo un paralelismo entre la evolución y el nacismo; el siguiente paralelismo simplemente revela con cuánta presteza los cristianos se pueden comprometer con el Zeitgeist predominante, incluso con algo tan horroroso como el régimen Nazi: “Los cristianos alemanes siempre retrataron a Jesús como no judío, y a menudo como un cruel antisemita. Como Hitler lo había llamado ‘nuestro mayor héroe ario’, esto no era un gran avance. Antes de que los cristianos alemanes acabaran con él, el Rabí nazareno sería un hijo con una marcha militar y amante del strudel del Reich Alemán”. Eric Metaxas, Bonhoeffer: Pastor, Martyr, Prophet, Spy (Nashville, Tennessee: Thomas Nelson, 2010), p. 172.
Capitulo 2
La herejía de Galileo
Casi todos los niños escolares de Occidente luego de la Ilustración han aprendido sobre el juicio por herejía a Galileo Galilei, a manos de la Inquisición romana en el siglo XVII. Aunque es presentada como un ejemplo paradigmático de religiosos ignorantes y dogmáticos que luchan contra el progreso racional y lógico de la ciencia, esta historia es una ilustración de lo que sucede cuando la ciencia dogmática se convierte en la corriente principal . Y lo que es peor, lo que sucede cuando los creyentes religiosos incorporan dogmatismo a su fe.
Albert Einstein escribió, en el prólogo de una publicación del siglo XX sobre la obra de Galileo: “El leitmotiv que reconozco en la obra de Galileo es la lucha pasional contra cualquier tipo de dogma basado en la autoridad”.32
Einstein tenía razón. La obra de Galileo era una lucha contra el “dogma basado en la autoridad”. Pero el dogma estaba basado en la autoridad de la ciencia; un dogma que fue tan intolerante en el siglo XVII como lo es hoy. Lejos de revelar los peligros de la religión en contra de la ciencia, el juicio de Galileo revela los peligros de la religión que sucumbe ante la ciencia. La iglesia no estaba defendiendo la Biblia, sino su falsa interpretación, creada por una desafortunada fusión de la fe y la ciencia. Si fueran astutos, los evolucionistas teístas evitarían la controversia de Galileo y no la presentarían como el ejemplo arquetípico de por qué los cristianos deben amalgamar la evolución con las Escrituras.
Sin embargo, existe una diferencia crucial entre lo que la iglesia hizo en ese momento con el cosmos ptolemaico-aristotélico, del cual la Tierra era el centro, y lo que los evolucionistas teístas hacen hoy. La visión en la que la Tierra era el centro del cosmos no se presenta en la Biblia, por lo que ese modelo podría haber sido correcto sin contradecir las Escrituras. Pero la evolución contradice en todo a la Biblia. El error que cometen los evolucionistas cristianos hoy, con respecto a la Evolución, es cualitativamente peor que lo que sus ancestros espirituales e intelectuales hicieron en la Inquisición romana con la “herejía” de Galileo.