Kitabı oku: «El bautismo del diablo», sayfa 4
El artefacto del diablo
Lo que sea que haya estado sucediendo en los cielos, esta era la atmósfera científica e intelectual en la cual se desató la tormenta de Galileo en la tierra. Para la mente medieval, el universo era una jerarquía estricta en la cual el cielo, comenzando por la Luna que se movía hacia afuera, era perfecto y armonioso. Todos los cuerpos celestes (Sol, Luna, planetas, estrellas), esferas perfectas en sí, orbitaban la Tierra en círculos perfectos, la forma geométrica suprema, el único movimiento digno del cosmos de Yahweh. En medio de todo esto, en el centro inamovible, se asentaba la Tierra. Aquí estaba el modelo científico que dominó el pensamiento intelectual occidental por más de 1.500 años, el que la iglesia también había luchado tanto por incorporar a su teología.
Después de todo, ¡es ciencia!
Sin embargo, cuando Galileo comenzó a apuntar su telescopio al cielo nocturno, la gente pudo ver que lo que pasaba en los cielos no coincidía con lo que la ciencia decía aquí, en la Tierra. De repente, el fenómeno y la ciencia que explicaba el fenómeno se hicieron irreconciliables. Como lo expresó Shakespeare en Hamlet: “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía”.57 No solo había más cosas (por lo menos, en el cielo), sino también había cosas que, de acuerdo con la mejor ciencia, para empezar, no deberían haber estado allí.
Con su telescopio, Galileo pudo ver manchas solares que, de acuerdo con Aristóteles, no deberían existir en un cosmos perfecto e inmutable. El biógrafo de Galileo, David Wootton, escribió: “Su prueba de que las manchas solares estaban sobre la superficie del Sol, y que consecuentemente la doctrina aristotélica de la inmutabilidad de los cielos era falsa, creía él sería decisiva. Este sería el funeral, como él lo expresa (quiso decir el tiro de gracia), para la ‘pseudofilosofía’ de sus adversarios”.58
El descubrimiento de Galileo de montañas, valles y planicies en la Luna asestó otro golpe al cosmos aristotélico, cuyas orbes celestiales estaban compuestas, supuestamente, solo de esferas perfectas. Galileo escribió en 1610 Mensajero sideral, obra en la que expresaba: “La superficie de la Luna está manchada por todas partes con protuberancias y cavidades; solo me resta hablar de su tamaño y mostrar que las asperezas de la superficie de la Tierra son mucho más pequeñas que las de la Luna”.59
Galileo luego apuntó sus “ojos con aumento” a Venus. Para su gran sorpresa, vio que este pasaba por fases, tal como lo hace la Luna. “Pero, la naturaleza de esas fases solo se podía explicar si Venus daba vueltas alrededor del Sol y no de la Tierra. Galileo concluyó que Venus debía viajar alrededor del Sol, que a veces pasaba por detrás y más allá de él, en vez de dar vueltas alrededor de la Tierra”.60
Aún más asombroso e inesperado, considerando el dogma científico de la época, fueron los cuatro “planetas” que orbitaban a Júpiter que antes no se conocían. Galileo escribió: “Pero lo que estimula el mayor asombro por lejos, y lo que de hecho me movió a llamar la atención de todos los astrónomos y filósofos, es, a saber, que he descubierto cuatro planetas, ni conocidos ni observados por ninguno de los astrónomos anteriores a mi época, que tienen sus órbitas alrededor de cierta estrella brillante, una de las previamente conocidas como Venus y Mercurio alrededor del Sol, que a veces están frente a ella, a veces detrás, pero que nunca se separan de ella más allá de ciertos límites”.61
De acuerdo con el pensamiento científico establecido, eso no podía ser verdad. Después de todo, más de trescientos años antes de Cristo, Aristóteles había dicho que los cuerpos en el cielo orbitaban solo a la Tierra y a nada más. Citando a un famoso físico del siglo XX que se refería al descubrimiento de una partícula subatómica no conocida hasta entonces: “¿Quién ordenó eso?”.
Incluso antes de que Galileo apuntara su telescopio a los cielos, algunos temían que fuera demoníaco. Un texto de 1575 advertía que, cuando el diablo llevó a Jesús a una montaña alta y le mostró todos los reinos del mundo, pudo haber sido una referencia a algo como el telescopio recién inventado. John Heilbron escribió: “Ningún cristiano se atrevió a desarrollar el artefacto del diablo por otros treinta años”.62
Pero, una vez que el “artefacto del diablo” se desarrolló y se lo apuntó hacia arriba, la luz que brilló expuso como falsos siglos de dogmas y suposiciones científicas. Al principio, los científicos y los teólogos se mostraban escépticos, incluso hostiles, hacia lo que Galileo estaba descubriendo. Stillman Drake declaró: “Entre el público general culto, crearon gran entusiasmo, mientras que los filósofos y astrónomos, en su mayoría, las definieron como ilusiones ópticas y ridiculizaron a Galileo o lo acusaron de fraude”.63 Qué ironía que incluso hoy “el público culto en general” permanece mucho más escéptico a la evolución que los biólogos y los filósofos. Algunos expertos, incluso los astrónomos jesuitas, fueron convencidos. Otros no; o al menos, no por completo. Y aunque hubo acusaciones, argumentos y condenaciones cruzadas de ida y vuelta durante años, Galileo fue capaz de promover sus ideas con libertad; esto es, hasta 1632 y la publicación de Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo.
La herejía de Galileo
Entre los cargos que la Inquisición le impuso a Galileo por causa de su libro estaba este: “La proposición de que el Sol está en el centro del mundo [el universo] y no se mueve de su lugar es absurda, filosóficamente falsa y formalmente hereje, pues es expresamente contraria a las Santas Escrituras”.
Técnicamente, la Inquisición tenía razón y Galileo estaba equivocado. El Sol no es el centro del universo, sino solo de nuestro Sistema Solar, que a su vez está suspendido en los suburbios exteriores de la Vía Láctea, una de los miles de millones de galaxias que recorren el universo. Y lejos de ser “inamovible de su lugar”, el Sol viaja por el cosmos a velocidades fantásticas junto al resto de las estrellas y planetas en nuestra galaxia. El Sol no se mueve de la manera en la que la iglesia, en servidumbre de la ciencia, decía que se movía. Y esa era la visión que Galileo rechazó. Por consiguiente, sus opiniones, tanto sobre la ubicación como sobre la inmovilidad del Sol, fueron condenadas como “formalmente herejes” y “expresamente contrarias a las Santas Escrituras”.
¿El único problema? ¿Dónde manifiestan las Escrituras la ubicación del Sol con relación al cosmos? ¿Qué palabras inspiradas dicen que el Sol es, o no es, el centro de algo, menos aun del universo? Y aunque Galileo haya tenido razón (y en el contexto inmediato la tenía), ¿cómo algo que nunca se trata en las Escrituras puede ser condenado como herejía?
La respuesta es fácil: la herejía de Galileo no era contra la Biblia, sino contra una interpretación de la Biblia basada en Aristóteles. No importaba que la Biblia nunca dijera que el Sol no es el centro del universo. Aristóteles sí lo había dicho. Y como la Biblia era interpretada a través de la teoría científica predominante, una idea astronómica que no aparece en la Biblia se había convertido en una posición teológica tan central que la Inquisición amenazaba con torturar a un anciano por enseñar lo contrario a ella.
¿Y qué hay del Sol “inmóvil”? Aquí, por lo menos, la iglesia tenía textos con los que trabajar. Pero ¿acaso estos textos enseñan que el Sol orbita la Tierra, como la iglesia enseñaba que dicen?
Los cielos cuentan la gloria de Dios,
y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día emite palabra a otro día,
y una noche a otra noche declara sabiduría.
No hay lenguaje, ni palabras,
ni es oída su voz.
Por toda la tierra salió su voz,
y hasta el extremo del mundo sus palabras.
En ellos puso tabernáculo para el Sol;
y este, como esposo que sale de su tálamo,
se alegra cual gigante para correr el camino.
De un extremo de los cielos es su salida,
y su curso hasta el término de ellos;
y nada hay que se esconda de su calor (Sal. 19:1-6).
¿No prueban estos versículos el movimiento del Sol a través del cielo, como un esposo que “sale de su tálamo”, o un hombre fuerte listo para correr una carrera? Estas metáforas no significan otra cosa que movimiento. Entonces, la Biblia enseña que el Sol, no la Tierra, se está moviendo, ¿verdad?
Para comenzar, estamos tratando con metáforas en un poema. ¿Cuán cercana y literalmente podemos tomar las metáforas en la poesía? El salmista también escribió: “Un día emite palabra a otro día” y “No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz”. El día ¿habla en todos los idiomas humanos? ¿Y entonces escuchamos ese hablar del cielo en nuestra propia lengua? O el mundo en los tiempos del rey David era radicalmente diferente de lo que es hoy o el poeta estaba usando imaginería poética para expresar verdades más profundas que la imaginería en sí misma.
El Salmo 19 es una expresión poética del poder de Dios según se lo revela en los cielos. Esto es teología, no cosmología. Y usar estos textos para promover una cosmovisión aristotélica es querer extraer de ellos lo que nunca se puso allí en un principio.
¿Qué sucede con textos como estos?: “Sale el Sol, y se pone el Sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta” (Ecl. 1:5). O “El sol salía sobre la tierra, cuando Lot llegó a Zoar” (Gén. 19:23). O “Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba” (Luc. 4:40).
¿Qué hay de ellos? Nuestro uso actual de los términos “salida del Sol” y “puesta del Sol” ¿refleja la realidad de lo que está sucediendo (la rotación diaria de la Tierra sobre su eje, lo que causa que el Sol aparezca en el cielo por la mañana y que parezca moverse por el cielo durante todo el día y que más tarde desaparezca en el horizonte)? Esa realidad con certeza no es lo que nuestras palabras quieren decir. Pero estamos expresando lo que parece suceder. “Salida del Sol” y “puesta del Sol” son maneras fáciles y rápidas de expresar lo que los seres humanos vemos, y no lo que causa estas observaciones en sí.
De otra manera, ¿cómo deberían expresarse las salidas y las puestas del Sol? Supongamos que en vez de decir “¡Qué hermosa salida del Sol!”, dijéramos: “¡Qué bello giro el de la Tierra sobre su eje, que hace parecer que el Sol se hunde en el horizonte de una manera tan colorida!”
¿Deberían haber escrito Eclesiastés 1:5 de esa manera: “La rotación de la Tierra sobre su eje también nos trae el Sol hasta nuestros ojos y luego lo esconde de nuestra vista. Y al otro día, la rotación de la Tierra sobre su eje vuelve a poner al Sol frente a nuestros ojos”? ¿No hubiera sido esa una descripción más precisa de esos fenómenos celestiales, ya que de hecho era eso lo que la Palabra de Dios intentaba expresar?
¿Y qué hay de Josué 10:12, 13?
Entonces Josué habló a Jehová el día en que Jehová entregó al amorreo delante de los hijos de Israel, y dijo en presencia de los israelitas: ‘Sol, detente en Gabaón; y tú, Luna, en el valle de Ajalón’. Y el Sol se detuvo y la Luna se paró, hasta que la gente se hubo vengado de sus enemigos. ¿No está escrito esto en el libro de Jaser? Y el Sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un día entero.
No es sencillo explicar este pasaje, incluso con nuestro conocimiento actual de cosmología. Sin embargo, el tema no es cómo Dios lo hizo, pero sí que lo hizo, sin importar los medios que haya utilizado. Aquí, también, la Biblia se sirve del lenguaje humano para explicar cosas aparentes. Si el Señor hubiera querido que entendiéramos la cosmología a partir de estos textos, ¿no debiera haber dicho algo como: “Oh, Tierra, detén tu rotación sobre tu eje para que el Sol se mantenga sobre Gibón”?
¿Por qué no es contrario a las Sagradas Escrituras enseñar que el cerebro es el asiento de nuestros pensamientos? Después de todo, el Evangelio registra: “Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones?” (Luc. 5:22, cursiva añadida). Jesús sabía que no pensamos con nuestros corazones. La idea de Jesús era teológica, no fisiológica, tal como la idea en Josué (y Eclesiastés y Salmos) era teológica o histórica, y no cosmológica.
El lenguaje de “salida del Sol” y “puesta del Sol” tomó la importancia que tomó solamente debido a la incorporación de falsa ciencia en la teología. Si la iglesia no hubiera adoptado la cosmología de Aristóteles y no hubiera convertido en tema teológico algo que la Biblia nunca mencionó, se habría ahorrado la vergüenza del asunto de Galileo.
Además de condenar las ideas de Galileo sobre el movimiento y la posición del Sol, la iglesia argumentó que su “proposición de que la Tierra no es el centro del Universo también es absurda, filosóficamente falsa y teológicamente considerada, como mínimo, falsa”.
Pero ¿dónde sitúan a la Tierra las Escrituras en relación con el cosmos y, aun más, la colocan en el centro? Esa era la posición de Aristóteles, no la de las Escrituras. ¡Qué irónico! Supuestamente para defender la fe, la iglesia acusó a un hombre por oponerse a una teoría científica antigua, una teoría que no solo no se menciona en las Escrituras, sino también se probó que es falsa.
¿Y qué hay del movimiento de la Tierra? ¿No muestran los siguientes textos que, de hecho, no se está moviendo?
Jehová reina; se vistió de magnificencia;
Jehová se vistió, se ciñó de poder.
Afirmó también el mundo, y no se moverá (Sal. 93:1).
Temed en su presencia, toda la tierra;
el mundo será aún establecido, para que no se conmueva
(1 Crón. 16:30).
Decid entre las naciones: Jehová reina.
También afirmó el mundo, no será conmovido;
‘Juzgará a los pueblos en justicia’ (Sal. 96:10).
Incluso los reformadores protestantes Lutero y Calvino entendieron estos textos como prueba de una Tierra inmóvil; ninguno de los dos tenía mucho tiempo para la nueva astronomía. Sin embargo, ¿qué hacemos con textos como los siguientes?
Y temblarán los cimientos de la tierra. Será quebrantada del todo la tierra, enteramente desmenuzada será la tierra, en gran manera será la tierra conmovida. Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza; y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará (Isa. 24:18-20).
Haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de su lugar (Isa. 13:13).
Y Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra (Joel 3:16).
Porque he hablado en mi celo, y en el fuego de mi ira: Que en aquel tiempo habrá gran temblor sobre la tierra de Israel (Eze. 38:19).
Las palabras de Amós, que fue uno de los pastores de Tecoa, que profetizó acerca de Israel en días de Uzías rey de Judá y en días de Jeroboam hijo de Joás, rey de Israel, dos años antes del terremoto (Amós 1:1).
Y huiréis al valle de los montes, porque el valle de los montes llegará hasta Azal; huiréis de la manera que huisteis por causa del terremoto (Zac. 14:5).
Y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo”(Luc. 21:11).
El remueve la tierra de su lugar,
y hace temblar sus columnas (Job 9:6).
Obviamente, la Tierra no es inamovible. Los terremotos que existían en el tiempo de los escritores bíblicos, por sí solos, prueban esto. Sin importar lo que signifiquen estos textos, no significan que la Tierra no se mueve en absoluto.
El movimiento descrito en estos textos, sobre que la Tierra tambalea “como ebrio”, se bambolea y se conmueve, no se refiere al movimiento de la órbita de la Tierra o de la rotación sobre su eje. Pero tampoco lo hacen los textos que dicen que Dios estableció la Tierra “para que no se mueva”, como referencia a la órbita terrestre o la rotación sobre su propio eje. Estos versículos hablan sobre el poder y la majestuosidad de Dios como Creador y Juez; no son textos sobre cosmología, así como las palabras de Pedro a Ananías no son sobre anatomía y fisiología: “Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?” (Hech. 5:3).
Objeciones teológicas
Aunque la ciencia aristotélica era el trasfondo o el formato original sobre el cual se desarrolló la saga de Galileo, la iglesia tenía otras razones, teológicas y científicas, para rechazar la defensa de Galilei sobre la hipótesis de Copérnico.
En primer lugar, muchos temían lo que el universo Copérnico pudiera ocasionarle al evangelio. Si la Tierra y, por consiguiente, la humanidad fueran el centro del cosmos, en oposición a una órbita lejana de los suburbios del cosmos, tendría mucho más sentido que Dios hubiese enviado a su Hijo a morir aquí, a la cima de su creación. Si la Tierra era solo un pequeñito planeta entre otros millones, la idea de que el Creador vino a salvar a la humanidad se hace menos creíble.
Se podría argumentar, así como lo hicieron algunas personas en ese momento, que nuestra pequeñez en medio del “silencio eterno” y los “espacios infinitos”64 de la creación no hacen más que ensalzar al evangelio. El amor de Dios fue tan inmenso que, en la persona de Jesucristo, viajó por esos “espacios infinitos” hasta nosotros, que estábamos tan lejos, en los suburbios del cosmos.
Imagina que durante toda tu vida te hayan enseñado (y siendo consciente de que a muchas generaciones antes de ti les enseñaron lo mismo) que la Tierra se asentaba en el centro del cosmos, ¡y ahora resulta que te dicen que eso estaba equivocado! No estamos en el centro del estadio; ni siquiera estamos en el estadio. Estamos en las afueras del estacionamiento. Lejos del centro de todo. De repente descubrimos que no solamente somos uno más de un número de varios planetas que orbitan alrededor del Sol, sino también que ese Sol es uno entre miles de millones de otros soles en nuestra galaxia, que a su vez es una entre otros millones de galaxias... En lo que se refiere a geografía cósmica, Copérnico nos sacó del centro del círculo donde nos había puesto Aristóteles desde la antigüedad, y nos exilió a vaya uno a saber dónde.
Aunque escribió cerca de una era después de Galileo, Richard Tarnas capturó lo que esos padres primitivos de la iglesia temían de las implicancias de Copérnico. “La mera improbabilidad de todo el nexo de eventos se estaba volviendo dolorosamente obvia. Que un Dios eterno de repente se haya convertido en un ser humano particular, en un momento y lugar histórico específico, solo para ser ejecutado con ignominia; que una sola vida, relativamente breve, hace dos mil años, en una nación primitiva oscura, en un planeta que ahora se sabe que es un pedazo relativamente insignificante de materia que gira alrededor de una estrella entre miles de millones de otras, en un universo inconcebiblemente vasto e impersonal; que dicho evento con poca distinción podría tener algún significado cósmico o eterno avasallante podría ya no ser creíble para hombres razonables”.65 Aunque estaban equivocados sobre la teoría de Copérnico, los inquisidores tenían razón sobre sus potenciales implicancias.
Otro temor: ¿Qué habría de hacer el universo copernicano en la ascensión de Cristo? Con la Tierra inmóvil en el centro de todo y el cielo desparramado por encima de ella en todas las direcciones, la ascensión de Cristo parecía fácil de visualizar, al menos geográficamente. William R. Shea escribió: “La base fáctica de la ascensión de Cristo también parecía correr peligro por el movimiento de la Tierra. Aquí también la representación diagramática de la teoría que ponía al Sol en el centro del Universo y a la Tierra por encima o por debajo de él, aumentaba la dificultad de visualizar a Cristo en su ascensión a la región más alta de los cielos”.66