Kitabı oku: «El bautismo del diablo», sayfa 3
Con “fe genuina”
Como todo en la vida, es complicado. Sin importar el sesgo de positivismo de alguien, numerosos factores desde múltiples direcciones se solidificaron en el episodio de Galileo. Además de los cuestionamientos de la corte del Vaticano, otros aspectos incluían tensiones políticas entre Roma y las ciudades-estado italianas, y entre Roma y España; peleas internas en el clero (los dominicanos contra los jesuitas, los jesuitas contra los jesuitas); rivalidades intelectuales entre Galileo y otros científicos; los dogmatismos de la iglesia; la influencia de la filosofía en la fe; y las tensiones de la batalla con la Reforma, que ejercía gran presión para que Roma mantuviera la “ortodoxia bíblica”. No ayudaba el hecho de que algunos de los argumentos de Galileo no fueran tan fuertes (de hecho, algunos eran erróneos), y sus defectos de carácter tampoco ayudaban (no era justamente un santo). Además, aparte de los aspectos bíblicos, existían algunas razones lógicas y empíricas para cuestionar la postura de Galileo. Todos estos factores llevaron a algunas de las palabras más infames en la historia intelectual, científica y religiosa: la retractación de Galileo.
En parte, dice:
“Yo, Galileo Galilei, hijo de Vincenzio de Florencia, de setenta años de edad, juzgado por esta corte, y arrodillado ante ustedes, los más eminentes y reverendos señores Cardinales, generales de Inquisición a lo largo de la República Cristiana contra la depravación herética, teniendo ante mis ojos el más santo Evangelio, y con mis manos sobre él; juro que siempre he creído, que creo ahora y que, con la ayuda de Dios, en el futuro creeré todo lo que la Santa Iglesia Católica Apostólica sostiene, predica y enseña.
“Pero dado que yo, luego de haber sido amonestado por este Santo Oficio a abandonar la falsa opinión de que el Sol es el centro de la Tierra y es inamovible, y que la Tierra no es el centro del Universo y que se mueve, y a no sustentar, defender ni enseñar de cualquier manera, ya sea oralmente o por escrito, la mencionada falsa doctrina; y luego de haber recibido la notificación de que la mencionada doctrina es contraria a los Santos Escritos, escribí e hice imprimir un libro en el cual trato la doctrina condenada y presento argumentos muy eficaces en su favor, sin llegar a ninguna solución: he sido juzgado con vehemencia como sospechoso de herejía, es decir, de haber sostenido y creído que el Sol es el centro del Universo e inmóvil y que la Tierra no es el centro de ese Universo y que sí se mueve.
“Sin embargo, con el deseo de quitar de las mentes de sus Eminencias y de todos los cristianos fieles esta vehemente sospecha concebida razonablemente contra mí, renuncio con corazón sincero y fe genuina, maldigo y aborrezco los mencionados errores y herejías, y en general todos y cada uno de los errores y sectas contrarias a la Santa Iglesia Católica [...].
“Yo, Galileo Galilei, me he retractado, he jurado y prometido, y me mantengo sujeto a lo que antecede, y en nombre de la verdad, con mis propias manos he suscrito el presente esquema de mi retractación, y la he recitado palabra por palabra. En Roma, en el Convento della Minerva, a los veintidós días del mes de junio de 1633.
“YO, GALILEO GALILEI, he renunciado a lo mencionado, con mi puño y letra”.33
Luego de esta abjuración, Galileo supuestamente dijo entre susurros “Eppur si muove” (“Y, sin embargo, se mueve”) aunque muchos historiadores cuestionan que esto realmente haya sucedido.34
De cualquier manera, su retractación vino a manera de respuesta directa a los cargos formales presentados por la Santa Inquisición.
Una parte expresa lo siguiente:
“Por cuanto tú, Galileo, hijo de Vincenzio Galilei, de Florencia, de setenta años, has sido denunciado en 1615 a este Santo Oficio por sostener como verdadera una doctrina falsa enseñada por muchos de que el Sol permanece inmóvil en el centro del mundo (el Universo), y que la Tierra se mueve, y también con un movimiento diario [...] y por cuanto luego se produjo la copia de un escrito, en forma de carta abiertamente escrita por usted a una persona que había sido su alumno, en la cual, siguiendo la hipótesis de Copérnico, usted incluye varias proposiciones contrarias al sentido y la autoridad verdaderos de las Santas Escrituras; por consiguiente (este Santo Tribunal, con el deseo de prevenirse contra el desorden y el mal comportamiento que se encontraban en desarrollo y aumento en detrimento de la Santa Fe), por deseo de Su Santidad y los más Eminentes Señores, Cardenales de esta Suprema y Universal Inquisición, las dos proposiciones de la estabilidad del Sol y el movimiento de la Tierra fueron calificadas por los Calificadores Teológicos de la siguiente manera:
1.La proposición de que el Sol está en el centro del mundo y que no se mueve de su lugar es absurda, filosóficamente falsa y formalmente herética, pues es expresamente contraria a las Santas Escrituras.
2.La proposición de que la Tierra no es el centro del mundo y no se mueve, sino que se mueve, y además con acción diaria, también es absurda, filosóficamente falsa y considerada teológicamente, por lo menos, errónea en la fe.
“Por consiguiente [...], evocando el santísimo nombre de nuestro Señor Jesucristo y de su gloriosa Madre María, pronunciamos nuestra sentencia: pronunciamos, juzgamos y declaramos que usted, el nombrado Galileo [...], se ha expuesto con vehemencia sospechado de herejía por este Santo Oficio, esto es, de haber creído y sostenido la doctrina (que es falsa y contraria a las Santas y Divinas Escrituras) de que el Sol está en el centro del mundo, y que no se mueve de Este a Oeste, y que la Tierra sí se mueve y no es el centro del Universo. También ha declarado que una opinión puede ser sostenida y apoyada como probable luego de que ya ha sido declarada y decretada oficialmente como contraria a las Sagradas Escrituras y, consecuentemente, de que ha incurrido en todas las censuras y penalidades ordenadas y promulgadas en los cánones sagrados y otras asambleas particulares sobre los delincuentes de esta descripción. Por tal motivo, es nuestro placer otorgarle la absolución, siempre y cuando, con corazón sincero y fe genuina, en Nuestra presencia, abjure, maldiga y aborrezca el mencionado error y las herejías, y cualquier otro error y herejía contrario a la Iglesia Católica Apostólica de Roma.35
No es de extrañar, entonces, que Galileo, con “fe genuina”, maldijera, aborreciera y abjurara “el mencionado error y las herejías”. La Inquisición le advirtió que sería torturado si no lo hacía, y (para un hombre de su edad y salud frágil) la tortura hubiera significado la muerte. Algunos siglos después, Albert Camus escribió: “Galileo, quien sostenía una verdad científica de gran importancia, la abjuró con gran tranquilidad en cuanto puso su vida en peligro. En cierto sentido, hizo bien”.36
La facilidad con la que abjuró de esa verdad, o si hizo bien en hacerlo, es debatible. Lo que no es debatible es de qué lo acusaron y de qué se retractó. O quizás eso sea debatible. La herejía de Galileo no era, de hecho, “contraria a las Santas y Divinas Escrituras”, sino contraria a un filósofo griego pagano fallecido hacía más de 19 siglos, un punto crucial a menudo extinguido de los relatos populares.
El Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo
Los problemas de Galileo, en especial con algunos jesuitas y dominicanos, comenzaron décadas antes de la abjuración, cuando apuntó su telescopio a los cielos y vio cosas que, de acuerdo con la ciencia honorable y establecida a lo largo del tiempo, no debían estar allí. Aunque Galileo había estado bajo sospecha por años, lo que incitó el odio de Roma fue su libro Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo, publicado por primera vez en 1632. Habiendo sido advertido sobre la enseñanza de algunos de sus puntos de vista (un amigo preocupado le dijo que Roma no era el lugar para hablar sobre cosas de la Luna37), Galileo esperaba eludir los golpes si escribía el libro como un debate intelectual audaz entre tres protagonistas: Salvatori, Sagredo y Simplicio.
A continuación, se encuentran algunos extractos de Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo:
Esta [un movimiento circular es más perfecto que derecho] es la piedra angular y la base de toda la estructura del Universo Aristotélico, sobre la cual se superponen todas las demás propiedades celestiales: libertad de la gravedad y levedad, ingenerabilidad, incorruptibilidad, exención de todas las mutaciones menos las locales, etc.38
Debo agregar que ni Aristóteles ni ustedes podrán probar nunca que la Tierra es de facto el centro del Universo; si hemos de asignarle un centro al Universo, es probable que el Sol esté en ese lugar, como lo entenderán a su debido tiempo.39
Pero viendo, por otro lado, la gran autoridad que ha ganado Aristóteles universalmente; considerando el número de famosos intérpretes que se han esforzado para explicar sus significados; y observando que las otras ciencias, tan útiles y necesarias para la humanidad, basan gran parte de su valor y reputación en el crédito de Aristóteles; Simplicio está confundido y perplejo, y parece que lo escucho decir ‘¿Quién resolvería nuestras controversias si se despojara a Aristóteles de ese crédito?’40
No quiero decir que una persona no debería escuchar a Aristóteles. De hecho, aplaudo la lectura y el estudio cuidadoso de sus obras, y reprocho solo a aquellos que se entregan como esclavos a él de tal manera que suscriben ciegamente a todo lo que él dice y lo toman como decreto inviolable, sin prestar atención a otras razones.41
Ustedes están enfadados porque Aristóteles no puede hablar; pero les digo que si Aristóteles estuviera aquí, nosotros lo convenceríamos o él destrozaría nuestros argumentos y nos persuadiría con otros mejores.42
¿Quién es el centro del diálogo? ¿Moisés? ¿Jesús? ¿Pablo? No; el énfasis es Aristóteles, cuyas enseñanzas (y la refutación de Galileo a esas enseñanzas) son un componente clave del Diálogo. Nunca se menciona a Moisés, Jesús o a Pablo. La frase “Santas Escrituras” aparece solo dos veces en el libro, a diferencia de “Aristóteles”, que aparece en el escrito un centenar de veces.
El Darwin de esos días
Galileo no estaba luchando contra la Biblia, sino contra una interpretación de la Biblia, dominada por el dogma científico predominante, que por siglos había sido el aristotelianismo. No se puede sobreestimar la importancia de este punto. Aristóteles (384-322 a.C.) fue el Darwin de esa era, y fue endiosado de maneras en las que ni siquiera Darwin lo es hoy. Muchos intelectuales, sin importar cuánto puedan permanecer bajo el hechizo del científico inglés, criticarán su obra. Incluso un yihadista darwiniano como Richard Dawkins pudo escribir: “Mucho de lo que Darwin dijo está, en detalle, equivocado”.43
En contraste, en la era de Galileo las personas estaban menos listas para contradecir a Aristóteles, cuyos escritos saquearon y desmantelaron intelectualmente la cultura del momento. Los estudiantes que entraban en las universidades de la Edad Media recibían la instrucción de descartar cualquier enseñanza que fuera en contra del “Filósofo”, como había llegado a ser conocido Aristóteles. William R. Shea escribió: “Los escritos de Aristóteles que han estimulado discusiones avivadas fueron de manera creciente convertidos en un dogma rígido y en criterios mecánicos de la verdad. A los otros sistemas filosóficos se los trataba con desconfianza”.44
Al igual que la manía de hoy de interpretar todo en un contexto darwiniano (desde la forma de la oreja de los perros a nuestra “tendencia natural a ser amables con nuestras relaciones genéticas y, sin embargo, ser xenofóbicos, desconfiados e incluso agresivos con personas de otras tribus”),45 en ese entonces, la enseñanza de Aristóteles era el filtro a través del cual se debía entender todo, desde el movimiento de las estrellas hasta la naturaleza del pan y el vino en la Eucaristía.
En 1600, cerca de dos mil años después de Aristóteles, René Descartes se pudo quejar de él: “¡Qué afortunado fue ese hombre! Cualquier cosa que escribía, ya sea que pensara mucho en ello o no, es estimado por la mayoría de la gente hoy como si tuviera autoridad profética”.46
Los árabes introdujeron los escritos de Aristóteles en Europa en los siglos XI y XII. Sin embargo, para el siglo XIII, Aristóteles perdió popularidad, en especial con el clero. Después de todo, este griego pagano enseñaba que el universo siempre había existido, que Dios no se interesaba por la humanidad y que no tenía conocimiento de ella, y que las causas naturales solas podían explicar los sucesos en la Tierra. Esas creencias lo hicieron sospechoso frente a los eruditos y clérigos de mente más tradicional; se emitieron prohibiciones a sus obras “científicas” en 1210 y 1215, incluyendo también un intento en 1231 de erradicarlas. Edward Gran escribió: “Todos esos intentos fueron en vano, y para 1255 las obras de Aristóteles no solo fueron aprobadas oficialmente, sino que constituyeron la columna vertebral del currículo de artes”.47
Sin embargo, los eruditos medievales tuvieron que torcer, doblar, distorsionar y ofuscar para amalgamar la ciencia, la filosofía y la cosmología de Aristóteles con la doctrina bíblica, más o menos como lo hacen hoy algunas personas cuando tratan de armonizar a Jesús con Darwin. Nadie se dedicó a esto más “exitosamente” que el fraile y sacerdote ítalo dominicano Tomás de Aquino (1225-1274)... que casi convierte al pagano Aristóteles en un católico romano que asistía a misa, daba indulgencias y adoraba a María. Aunque en tiempos de Galileo existía algo de oposición (y en crecimiento)48 en contra de la cosmovisión aristotélica, los escritos de Aristóteles todavía eran el filtro a través del cual se veían las obras de Dios en la naturaleza. Richard Tarnas expresó: “Con la aceptación gradual de esa obra por parte de la iglesia, el corpus aristotélico fue virtualmente elevado al estatus de dogma cristiano”.49
El universo de Aristóteles
Otros elementos de las enseñanzas de Aristóteles resonaron durante la saga de Galileo, pero su cosmología, su comprensión del universo, se convirtió en el punto de partida. Algunas de esas enseñanzas fueron anteriores a Aristóteles y se podían encontrar entre los babilonios, los egipcios y los pitagóricos, quienes sin duda influenciaron el pensamiento de Galileo, pero Aristóteles había desarrollado su propia comprensión sistemática de la estructura del universo, que la iglesia había adaptado y luego adoptado (al menos en parte) durante siglos.
Aristóteles dividía la creación en dos regiones distintas: la terrestre y la celestial. Enseñaba que la terrestre, todo lo que está debajo de la Luna, está compuesta por cuatro elementos básicos: tierra, aire, fuego y agua. Este ámbito sufrió cambios, decadencia, nacimiento, generación y corrupción. En contraste, el ámbito celestial, la Luna y más allá, permanecía eterno, sin cambios y perfecto. Las estrellas y los planetas estaban compuestos por un quinto elemento (del que obtenemos la palabra quintaesencia), conocido como éter. A diferencia de la tierra, el aire, el fuego y el agua, el éter era puro, eterno e inmutable.
Y aunque un grupo de leyes y principios gobernaban la esfera celestial y otro la terrenal, la celestial influenciaba en gran manera los eventos de la Tierra. El filósofo de ciencia Thomas Kuhn dijo, al describir la visión de Aristóteles: “La sustancia y el movimiento de la esfera celeste son los únicos compatibles con la inmutabilidad y la majestuosidad de los cielos, y son los cielos los que producen y controlan toda la variedad y los cambios en la Tierra”.50
En el sistema de Aristóteles, las estrellas orbitaban en círculos la Tierra, considerada la más perfecta de todas las formas geométricas. Visualizaba el universo mismo como 55 esferas cristalinas concéntricas, una anidada dentro de la otra, desde la más pequeña y cercana a la Tierra, a la más grande y lejana. Cada esfera cristalina, en la cual se hallaban los diferentes planetas y estrellas, rotaba a su propia velocidad constante alrededor de la Tierra, que estaba inmovible en el centro, como un punto en medio de tres anillos.
La centralidad e inmovilidad de la Tierra fue crucial para el cosmos de Aristóteles, y en su obra En los cielos debatía sobre la Tierra como el centro inamovible del universo. Aunque usó diferentes razones, un argumento fue que la Tierra debía estar en el centro de todo lo que existe, porque si arrojas algo al aire, esto automáticamente cae a la tierra.
Entonces Aristóteles escribió: “Es claro, entonces, que la Tierra debe estar en el centro y ser inmóvil, no solo por las razones ya mencionadas, sino también porque los cuerpos pesados arrojados con fuerza hacia arriba y en dirección recta, regresan al punto en el cual empezaron, incluso aunque sean arrojados a una distancia infinita. A partir de estas consideraciones, entonces, es claro que la Tierra no se mueve y no se encuentra en otro lugar que no sea el centro”.51
Ptolomeo, Dante y Copérnico
Aparte de los problemas obvios que vemos hoy con este sistema, las personas en los días de Aristóteles miraban al cielo de noche y veían, con bastante facilidad, que las estrellas no se movían como deberían según este modelo. Las creencias y las suposiciones sobre las cuales se construyó esta visión no coincidían con el fenómeno. Era como si el mismo cielo no hubiera leído En los cielos. Por ejemplo, si las estrellas y los planetas orbitan la Tierra a velocidad constante y en círculos perfectos, ¿por qué algunos planetas en ciertos momentos detienen su movimiento, vuelven atrás y luego van hacia adelante nuevamente? La teoría de Aristóteles no explica fácilmente el movimiento retrógrado que se ve en el cielo de noche.
Sin embargo, con varias alteraciones y modificaciones, ese modelo geocéntrico de planetas y estrellas que orbitan en esferas perfectas a velocidades uniformes alrededor de una Tierra quieta existió hasta el siglo XVII (aunque a Roma le tomó hasta 1992 –359 años después de la condenación de Galileo–, cuando el Vaticano, bajo la conducción de Juan Pablo II, admitiera formalmente su error).52 La longevidad de esta teoría revela el poder propagandista de la tradición y el dogma científicos, incluso frente a poderosas evidencias contrarias.
Al mismo tiempo, pensadores de todas las épocas trataron de hacer que el modelo se ajustara a los hechos. En otras palabras: “Aquí está la teoría. Ahora logren que lo que vemos, los fenómenos, se ajusten a ellas”. Hoy, en especial en la biología evolucionaria, poco ha cambiado.
En el siglo II a.C., el astrónomo greco-egipcio Claudio Ptolomeo escribió un tratado de trece partes, el Almagesto, en el cual trató de describir mejor el movimiento del cosmos en un universo aristotélico con la Tierra como centro. Aunque revestía cierta complejidad, el sistema de Ptolomeo era una descripción matemática precisa (basada en el modelo de los cuerpos celestes que se movían en esferas perfectas alrededor de una Tierra inmóvil) de lo que los ojos de la tierra veían en los cielos. Y, hasta cierto punto, funcionó. Esto es, se podían hacer predicciones precisas basadas en la ciencia falsa que apoyaba el Almagesto, que ponía una Tierra inmóvil como el centro del universo. Si bien el libro se escribió alrededor del año 150 d.C., la influencia del Almagesto duró hasta los años 1600.
Anthony Gottlieb escribió “Ptolomeo fue el astrónomo más influyente hasta la revolución científica: su versión del universo de Aristóteles con la Tierra como centro permaneció sin ser cuestionada por 1.200 años”.53
Otro de los textos cruciales ni siquiera era científico, sino un poema: La divina comedia, de Dante Alighieri, escrita a principios del año 1300. Una narrativa épica extensa, el poema describe el tour de Dante por el infierno, el purgatorio y el cielo. Dante comienza en la superficie de la Tierra y luego desciende por los nueve círculos del infierno que están debajo de la Tierra, donde encontró escritas las famosas palabras “ABANDONA LA ESPERANZA SI ENTRAS AQUÍ”.54 Dante vuelve a la superficie, al monte del purgatorio (Purgatorio), cuya base está en la Tierra, pero su cima llega hasta el cielo. Finalmente, asciende al ámbito celestial (paraíso) de su universo aristotélico.
Con La divina comedia, Dante hizo con la poesía lo que Tomás de Aquino hizo con la filosofía: integró el cosmos de Aristóteles con la teología cristiana, poniendo a la Tierra inmóvil y a la humanidad en el centro de la Creación de Dios.
Richard Tarnas escribió: “El uso que hizo Dante de la cosmología Ptolemaico-aristotélica como base estructural para la cosmovisión cristiana se estableció en el imaginario colectivo, con todos los aspectos del esquema científico griego ahora imbuido de importancia religiosa. En las mentes de Dante y sus contemporáneos, la astronomía y la teología indivisiblemente unidas, y las ramificaciones culturales de esta síntesis cosmológica, eran profundas: porque si futuros astrónomos introducían cualquier cambio físico a ese sistema (por ejemplo, decir que la Tierra se mueve), el efecto de una innovación puramente científica amenazaría la integridad de toda la cosmología cristiana”.55
Y una Tierra que se mueve es, precisamente, lo que Nicolás Copérnico, en 1543, postuló con su De revolutionibus orbium coelestium [Sobre las revoluciones de las orbes celestes]. En esta obra de seis secciones (“libros”), Copérnico argumentaba sobre el movimiento circular de la Tierra alrededor de un Sol sin movimiento en el centro del universo. Aunque otros, como Aristarco de Samos (siglo III a.C.), habían debatido sobre una cosmología similar, Copérnico sabía que, debido a las implicancias teológicas de esta posición, podía estar apresurándose a entrar en un terreno en el que nadie había entrado antes. En la primera línea de su dedicación del libro al papa Pablo III escribió: “Fácilmente puedo pensar, Santísimo Padre, que tan pronto como ciertas personas se enteren de que, en estos libros míos, en los que he escrito sobre las revoluciones de las esferas del mundo, le atribuyo ciertos movimientos al globo terráqueo, inmediatamente alzarán su voz para quitarnos a mí y a mi opinión del escenario”.56
Si bien Copérnico no fue exactamente quitado del escenario (se hallaba en su lecho de muerte cuando su libro salió de la imprenta), en 1616 este tratado fue puesto en el Índice Católico de Libros Prohibidos; a pesar de su intento de apaciguar a las autoridades dedicando el material a nadie más que al mismísimo “vicario de Cristo”. Dieciséis años después de la prohibición, Galileo fue condenado por Roma por “haber creído y sostenido la doctrina (falsa y contraria a las Santas y Divinas Escrituras) de que el Sol es el centro del Universo y que no se mueve de Este a Oeste, y que la Tierra sí se mueve y no es el centro del Universo”; en otras palabras, la cosmología de Copérnico.