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Biopoder y subjetivación

Preámbulo
Crisis estructural del sistema histórico

Explicar la crisis1 del sistema histórico como sintomática de la época exige comprender que en la historia humana han existido varios tipos de sistemas-mundo2 hasta el sistema capitalista cuyo origen se sitúa en la región central europea. A partir del esquema interpretativo de Braudel,3 Arrighi retoma la idea sobre las expansiones financieras como fases de conclusión de las etapas del desarrollo capitalista, pero desagrega la larga duración en unidades de análisis que denomina ciclos sistémicos.

El concepto de «ciclos sistémicos» explica la formación, consolidación y desintegración de los sucesivos regímenes mediante los cuales la economía-mundo capitalista se ha expandido desde su embrión medieval subsistémico a su actual dimensión global.4 Con esta tesis, Arrighi demuestra que en la historia del capitalismo los periodos de crisis y reorganización,5 es decir, de cambio discontinuo, han sido más habituales que los breves lapsos de expansión generalizada. Al respecto señala que las tendencias más evidentes de la crisis contemporánea son los cambios en la configuración espacial de los procesos de acumulación del capital ya que desde 1970 la tendencia indica una mayor movilidad geográfica del capital. Estas tendencias se vinculan con los cambios en la organización de la producción y del consumo, pues la crisis de producción en masa fordista ha dado lugar a los sistemas de «especialización flexible».6

Otros autores señalan la «informalización», es decir, la proliferación de actividades que eluden la regulación legal. Por su parte, la «escuela de regulación» francesa interpreta el modo de funcionamiento del capitalismo como una crisis estructural centrada en el «régimen de acumulación» fordista keynesiano. Desde una lógica semejante, David Harvey explica la condición posmoderna a partir del régimen de acumulación y su correspondiente modo de regulación social y político.7

De acuerdo con Arrighi, la crisis capitalista contemporánea se debe a que las viejas reglas ya no se aplican, de modo que estamos en una larga crisis definida por periodos de «cambios discontinuos» en los cuales las medidas institucionales se transforman o destruyen. Según este autor, en 1968 la economía mundo entra en un segundo periodo de cambio discontinuo que se divide en dos etapas: una primera que va de 1968 a 1973, cuando las medidas institucionales fueron subvertidas y una segunda, que comprende desde 1973 hasta el presente, en el que se destruyen las medidas institucionales debido a una anomalía de la economía mundo (estagflación) que generaliza la inestabilidad institucional.8

Lo que Arrighi supera con su esquema cíclico es la teleología del proceso, ya que demuestra que el capital se organiza en espiral y en un movimiento discontinuo pero expansivo que necesariamente conduce a la globalización. Es decir, la globalización no sería más que la colonización de los últimos enclaves del planeta. Además, acierta no sólo sobre la periodicidad de las crisis sino sobre su aceleración. Por estas razones, su esquema permite explicar lo posmoderno como uno de los efectos culturales de una nueva fase del capitalismo financiero,9 producto de la crisis de acumulación capitalista. Esto significa que estamos en un nuevo ciclo sistémico que se distingue por la internacionalización del capital a escala global y por la aceleración de las tendencias preexistentes potenciadas por las nuevas tecnologías de información y comunicación.

Si algo distingue a esta transición histórica son los patrones de organización económica (producción, distribución, consumo) en los que las nuevas tecnologías de información y comunicación han posibilitado la economía especulativa y financiera.10 Sin embargo, es necesario comprender la doble valencia de la revolución tecnológica ya que permite la transferencia de capitales al mismo tiempo que suprime el tiempo y el espacio, lo cual tiene un impacto en las culturas, en las transformaciones espacio-temporales y en el carácter fragmentario de las artes. En este sentido, las nuevas tecnologías no sólo constituyen las redes del capital financiero y de las producciones culturales, sino que tienen un poder omnímodo que se ejerce sobre los sujetos como una red invisible.

Estado11 y violencia de la ley

La idea clave para comprender los mecanismos de la biopolítica contemporánea12 es el concepto de modelo de desarrollo económico-político, ya que explica la articulación entre un modo de acumulación económica y un marco institucional a través del cual se regula dicha acumulación. Explicar la hegemonía de este nuevo modelo exige remitirnos al contexto producido por el colapso del orden monetario de Breton Woods en 1971 y a las crisis del petróleo en 1973 y 1979. En este contexto recesivo se hicieron las reformas del Estado de Bienestar,13 las cuales implicaron la privatización del sector estatal de la economía, la desregularización de la actividad económica y la apertura internacional al libre mercado. Desde entonces, el sistema económico se basa en la desregulación financiera al tiempo que se han ido creando condiciones más favorables para la inversión especulativa que para la productiva a través de un marco institucional en el cual los aspectos legales y normativos han servido para regular la acumulación económica. Esto ha sido posible gracias a las instancias supranacionales como los tratados de libre comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, entre otras. Las políticas dictadas por estas instituciones dieron lugar a distintas formas de exclusión social ejercida sobre la población mundial, como revelan las cifras siguientes:

1.3 billones de personas, es decir, el 22% de la población mundial, viven por debajo de la pobreza… Y como consecuencia de tan severa pobreza, 841 millones de personas (14%) se encuentran hoy subalimentadas; 880 millones (15%) no tienen acceso a servicios de salud; un billón (17%) carece de vivienda adecuada; 1.3 billones (22%) carecen de agua potable; dos billones (33%) carecen de electricidad; y 2.6 billones (43%) carecen de instalaciones sanitarias en sus hogares.14

Estos datos evidencian que la biopolítica global ha favorecido el crecimiento de la extrema pobreza, la concentración de la riqueza y su obvia consecuencia: el aumento de la desigualdad social.15 Sin embargo, lo que le da especificidad a nuestro presente es que ya no se trata del «ejército industrial de reserva»,16 pues esa fuerza de trabajo excedentaria no es necesaria para la reproducción del sistema social. Se trata de los campesinos sin tierra o las víctimas de las nuevas expropiaciones de tierras por las grandes corporaciones, de los indígenas pauperizados y de las etnias subsumidas en los estados nacionales, de los vendedores ambulantes de las economías informales, de los trabajadores urbanos desempleados o subempleados, de los jóvenes sin trabajo ni educación, de los migrantes y los refugiados eternizados en los nuevos campos de excepción. Todo ello ha sido posible mediante las reformas del Estado social a través de las cuales se privatizaron los derechos extremando la histórica relación entre inclusión y exclusión social que da origen y fundamento a la aporía de la política occidental.

Aporía de la política de Occidente

Comprender esta aporía exige admitir que «la paradoja de la soberanía se debe a que el soberano está, al mismo tiempo, fuera y dentro del ordenamiento jurídico».17 Es decir, sólo se puede ser soberano (rey, Estado) si se está sobre el demos, lo cual otorga la prerrogativa de hacer valer normas, reglas y leyes. El soberano puede declarar que no hay un afuera de la ley no obstante que él mismo está fuera de la ley, por lo tanto, la soberanía marca el límite del orden jurídico. El concepto que usa Schmitt para explicarlo es excepción.18 Excepción con respecto a la norma y al orden jurídico que lo avala, proposición que lo lleva a sostener que «la esencia de la soberanía del Estado es el monopolio de la decisión, por esta razón el caso excepcional transparenta de la manera más luminosa la esencia de la autoridad del Estado».

Si aceptamos estos argumentos advertimos que el Estado democrático neoliberal aplicó un nuevo modelo de acumulación del capital19 a través de imponer un nuevo orden jurídico, demostrando que no tenía necesidad del derecho para crear derecho.20 En este proceso de concentración del poder económico y político, el capital jurídico,21 —forma codificada del capital simbólico—, ha tenido un papel clave en la violencia ejercida sobre los cuerpos. Al mismo tiempo que las políticas de desregulación financiera han beneficiado a las corporaciones trasnacionales, han exceptuado a los trabajadores de los derechos fundamentales. Por consiguiente, la construcción de las estructuras jurídico-administrativas —constitutivas del Estado—, van de la mano con el cuerpo de juristas que actuaron en el Consenso de Washington.22

Tiene razón Bourdieu cuando dice que el mundo económico se ha presentado como un orden puro y perfecto pues el neoliberalismo es un «discurso fuerte» que tiene las fuerzas de las relaciones de fuerzas que han contribuido a su permanencia.23 Llevamos décadas de concentración del capital jurídico mediante el cual se le otorga al régimen democrático neoliberal el fundamento para su legitimación. Mediante estas decisiones, se fue reestructurando el sentido histórico de la violencia fundadora de la ley, pues no sólo se han creado las normas que regulan al modelo neoliberal sino que éstas garantizan el funcionamiento del derecho. Se trata de una violencia institucionalizada que —como nos recuerda Benjamin— mostraría su doble faz en clave posmoderna: una que funda la ley y otra que la conserva y resguarda el orden.24

Biopoder y subjetivación

La hegemonía25 no sólo se logra por la reproducción ampliada del capital, sino cuando se asume —ideológica y políticamente esta transformación sistémica— como un proyecto histórico. En este proceso las ideologías tienen un carácter práctico y político ya que se materializan en las instituciones, pues su función es producir a los sujetos. Debido a que este proceso es necesariamente histórico, Foucault se centra en la forma histórica que asumen los «modos de subjetivación» entendidos como modos en los que el sujeto aparece como objeto de una determinada relación de conocimiento y poder.26

Cada época tiene un «modo histórico de subjetivación», porque en cada subjetividad se articulan las distribuciones del poder político. En este sentido, la subjetividad es el modo en que el sujeto hace la experiencia de sí mismo, pero esa experiencia no es igual para todos, es la experiencia del mundo en el que se vive.27

Foucault plantea que sólo se puede hablar de sujeto cuando interviene el poder, pues el sujeto es lo constitutivo del actor social que se define contra el dominio de los aparatos de poder y de sus enunciaciones.28 En este sentido, la subjetivación es un efecto de la gobernabilidad y de los mecanismos a través de los cuales ésta se objetiva en los cuerpos. Objetivación que se transforma históricamente a través de los modos por los cuales los seres humanos son constituidos en sujetos (aspecto que explicaré más adelante).

Interpelación es el concepto que le permite a Althusser explicar la sujeción. Desde su perspectiva, la ideología implica «una “representación” imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia». Es imaginaria porque incorpora dimensiones inconscientes en la experiencia social, de modo que proyecta el análisis de la ideología hacia el plano social del lenguaje.

En su propuesta, interpelación explica el mecanismo imaginario por el cual las ideologías constituyen a los sujetos en la creencia de una ilusoria autonomía en relación a su mundo real. Por lo tanto, los individuos son constituidos en sujetos a la vez que son sujetados mediante las ideologías institucionales. O dicho en otros términos, el carácter ilusorio de la sujeción se debe a que los individuos creen en su autonomía. La ideología enfrenta a los sujetos para legitimar sus representaciones que se reproducen a través de la praxis y de los mecanismos de interpelación en la familia, la educación y a través de los medios masivos de comunicación, instituciones cuya función es legitimar la dominación no a través de la verdad sino de los «efectos de verdad».29

Sabemos que el poder se ejerce y que se ejerce no sólo reprimiendo, sólo que hoy ese «poder invisible» al que refiere Bourdieu actúa a través de los procesos de subjetivación mediante la violencia simbólica. En este modelo explicativo, los sistemas simbólicos como la lengua, el arte y la ciencia son instrumentos a través de los cuales conocemos y construimos el mundo, pues al mismo tiempo que fundan el sentido social de la realidad nos individualizan como agentes sociales. Pero, en esta innegable dialéctica, no debemos olvidar que las formas de clasificar el mundo son formas sociales arbitrarias y determinadas históricamente, por lo tanto, relativas a un grupo o clase particular. En el marco de las instituciones ocurre la inculcación sistemática del arbitrario cultural a través de la Acción Pedagógica legitimada por los padres, maestros, sacerdotes, iglesia y los poderes del Estado, reproduciendo el sistema de disposiciones a través de las prácticas.30 Desde esta lógica, toda Acción Pedagógica es objetivamente una violencia simbólica en tanto que imposición, por un poder arbitrario, de una arbitrariedad cultural. Esto implica que la lógica de la dominación simbólica no sólo consiste en imponer significados disimulando su carácter arbitrario, sino que toda forma de superioridad (racial, étnica, de clase o grupo social, de género, religiosa, etcétera) está fundada en la gratuidad de lo arbitrario, cuya reproducción social requiere del mecanismo fetichista por medio del cual le adscribimos a las cosas y a las personas poderes que no tienen. Y esto es posible a través de la incorporación-inculcación que implica —por parte del agente social— dos procesos interrelacionados: reconocer y, al mismo tiempo, desconocer un determinado significado. El reconocimiento de un contenido está legitimado por las instituciones, pero, al mismo tiempo, el agente desconoce la arbitrariedad de la génesis histórica de ese significado, a este proceso se lo reconoce como fetichismo.31

Tecnologías políticas del cuerpo: excluir

En la historia del capitalismo la relación entre el capital y la fuerza de trabajo ha requerido de la socialización de los trabajadores a las condiciones de producción y el uso de controles en función de la acumulación capitalista. Como he argumentado anteriormente, la crisis del modelo fordista-keynesiano,32 y la tercera revolución industrial implicaron tanto la reestructuración de las clases sociales como la estructura del empleo lo cual ha conducido a la reorganización del proceso productivo según diversas modalidades de precarización del empleo, flexibilización, subempleo o subcontratación. Estos cambios se han acentuado con la incorporación de la informática y la automatización. Sin embargo, no significan el fin del trabajo, por el contrario, a nivel mundial, se proletarizan nuevos sectores como la clase media, disminuyen los trabajadores con empleo estable y se internacionalizan las relaciones salariales.

Según Claudio Katz33 tres fenómenos confluyen en el incremento de la tasa de explotación: la desregulación laboral, la masificación del desempleo y la expansión de la pobreza. Los recortes de los derechos de los trabajadores han reforzado el control de las empresas y han conducido a un estancamiento de los salarios en los países avanzados, y a un retroceso en la mayoría de los países.

El desempleo en gran escala no es una consecuencia del cambio tecnológico, tampoco significa el «fin del trabajo», es un mecanismo para la precarización de las condiciones laborales, pues la ampliación de la masa de desocupados se debe a la reorganización capitalista del proceso del trabajo que tiende a dualizar los ingresos y las calificaciones laborales. En suma, es la privatización de todo tipo de actividades económicas y la «universalización del capital» a nivel planetario.

En una lógica semejante, Harvey sostiene que las consecuencias de este régimen de acumulación son altos niveles de desempleo «estructural», así como el desplazamiento del empleo regular hacia los contratos o subcontratos temporales o de medio tiempo y al retroceso del poder sindical. El poder de la acumulación flexible es el capital financiero lo que a su vez ha entrañado una «compresión espacio-temporal» en el mundo capitalista.

La exclusión masiva de la población ha recaído fundamentalmente sobre el trabajador asalariado y el migrante de origen campesino y/o urbano. Esto ha sido posible gracias a la violencia de la ley ejercida en contra de los derechos sociales que había garantizado el Estado de Bienestar desde el término de la segunda Guerra Mundial hasta la crisis de los setenta.34 Por lo tanto, el aumento de la pobreza y la concentración de la riqueza son efectos de la biopolítica contemporánea que libera ejércitos de desocupados, subempleados, trabajadores parciales, los que se constituyen en un factor de presión frente a los trabajadores que tienen empleo estable y un mecanismo que permite aumentar la tasa de explotación de los obreros y disminuir el salario. La desregulación laboral, la masificación del desempleo y la expansión de la pobreza se han extremado a través de las reformas del Estado vulnerando —una vez más— la inestable relación entre exclusión e inclusión de los sujetos al sistema social.

Tecnologías políticas del cuerpo: incluir

Si bien las primeras víctimas de la reconversión capitalista han sido los trabajadores asalariados, la hegemonía no sólo se logra mediante la coerción de los despidos masivos, sino gracias al consenso que permite la supremacía cultural posmoderna ya que ha hegemonizado pautas morales, sociales e intelectuales. Estos procesos se ejercen a través de la más silenciosa de las violencias, aquella que construye realidad y seduce a los sujetos para lograr su inclusión masiva al funcionamiento del sistema social.

Explicar el segundo término de la aporía política: la inclusión de los agentes sociales a través de despolitizar y seducir exige remitirnos al contexto histórico de los años sesenta. Esta década bisagra entre las ideas libertarias modernas y la cultura posmoderna, constituye el último resurgimiento utópico a través de las revoluciones culturales y de las rebeliones políticas.35 Ello se correlaciona con las consecuencias políticas de la revolución de 1968,36 ya que esta revolución significó el fin del consenso liberal-centrista que, desde 1848, dominó al mundo político-cultural, es decir, acabó con la fe en una disminución gradual de la polarización socioeconómica a través de la acción reformadora de los Estados. Entonces el mundo dejó de creer, al mismo tiempo que liberó a los conservadores y a los radicales. Los conservadores lanzaron una tentativa contra-revolucionaria: el neoliberalismo. A nivel mundial esto representó el triunfo de la derecha con los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, las reuniones de Davos, el Grupo de los ocho, el G8, la Organización Mundial del Comercio, así como el colapso de los grandes movimientos de liberación nacional, el abandono casi total de la vieja izquierda respecto de su discurso socializante, hechos que dieron lugar al nuevo discurso de mercado.

A escala mundial, el discurso sobre «el libre mercado» se ha presentado como el último hito de una teleología que como tal no deja esperanza para cualquier otro mundo posible. En parte, su hegemonía se explica por la caída de los regímenes socialistas y su reconversión al capitalismo neoliberal, así como por la desarticulación del movimiento obrero. Factores que han favorecido el descreimiento en los grandes relatos desplazados por otro gran relato: la globalización. Sin embargo, el triunfo universal de la derecha no hubiera sido posible sin la globalización económica37 cuyas políticas eliminaron las regulaciones que establecían los Estados nacionales, por lo tanto, el mercado mundial es una creación política, producto de una política concertada por las corporaciones trasnacionales. Desde este lugar teórico, la despolitización se explica debido a la necesaria reconversión en las formas de acumular el capital y de flexibilizar la fuerza de trabajo a través de políticas restrictivas en materia social que han ido conduciendo a la pérdida de los derechos conquistados por el movimiento obrero, socavando su capacidad de resistencia.

En esta zona indeterminada entre modernidad y posmodernidad, el encuadre libertario de los sesenta favoreció la apertura a la diferencia entre las culturas así como la defensa de sus derechos. La crisis de los paradigmas de la modernidad centrados en una única idea de civilización, dio lugar a la emergencia de minorías históricamente excluidas y a las legítimas reivindicaciones de diversos pueblos, culturas y subculturas, así como a las diferencias étnicas, raciales, sexuales y de género que fueron negadas por el colonialismo europeo y la cultura patriarcal. En este contexto histórico,38 el culto al lenguaje y al texto cumplió la ambivalente función de toda utopía, ya que brindó una imagen de libertad. Por ello, el cuerpo, el sexo, el lenguaje, son los nuevos fetiches deificados, es decir, al estar investidos de un poder luminoso ocupan el lugar de algo elusivamente ausente.

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