Kitabı oku: «Un rayito de luz para cada día», sayfa 5

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28 de enero


Metamorfosis: de oruga a mariposa

“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2, NVI).

Era un príncipe de su país, hombre rico y muy importante. Fue a las mejores escuelas y tenía talentos extraordinarios, pero sentía que su vida no estaba completa. Haciendo una investigación averiguó dónde podía hallar al Maestro que lo ayudaría a encontrar lo que buscaba.

Cuando cayó la noche, Nicodemo salió en secreto en busca de Jesús. Muy calladito llegó hasta donde él estaba y le dijo: “Maestro... nadie puede hacer los milagros que tú haces”, y Jesús le respondió: “Quien no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios”. ¿Qué cosa? ¿Me repite por favor?

Usemos la ilustración de una de las creaciones más bellas de Dios: la mariposa. ¿Las has visto volar? ¡Cuántos colores y formas tienen! Pero la mariposa no empezó teniendo bellas alas ni lindas antenitas, y ¡ni siquiera podía volar! Era un gusano que se arrastraba por la tierra.

Para que la mariposa llegue a ser mariposa, tiene que pasar por una transformación muy rigurosa. A este proceso se le llama metamorfosis, que significa “cambio de forma o transformación”.

Esta transformación en cuatro etapas ¡me fascina! Primero, nace un huevito y sale una larva. Segundo, se convierte en una oruga y se arrastra por la tierra. Tercero, entra en un capullo llamado crisálida, y queda inmóvil. Cuarto, se libera de su caparazón, despliega sus coloridas alas al sol y vuela.

¡Qué maravillosa transformación! Cuando Jesús mencionó que había que “nacer de nuevo” se refería a la clase de transformación que experimentamos cuando lo invitamos a entrar a nuestro corazón. ¡La fe en Dios lo transforma todo! Transforma tus hábitos, tus costumbres, tus gustos. Eso quiere decir que si antes mentías ahora no lo harás más; si te enojabas por cualquier cosa, ahora serás gentil con los demás. Si te costaba obedecer, ahora con la ayuda de Dios serás un niño obediente.

Las mariposas nos ayudan a comprender de forma maravillosa lo que hace la fe de Dios en nosotros. ¿Qué eliges ser hoy? ¿Un gusano que se arrastra por la tierra o una hermosa mariposa que vuela? Magaly

29 de enero


Cartas de amor

“Y nosotros hemos llegado a creer que Dios nos ama. Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16, NVI).

Una de las cosas importantes en mi vida han sido las cartas. Ellas han tenido un fantástico poder para hacerme sentir amada cuando tuve que separarme muchas veces de mi familia. Más adelante, el joven del que estaba enamorada recibió una invitación para trabajar como misionero en otro país, por lo que también nos tuvimos que separar.

En ese tiempo no existía Internet. Lo mejor que podíamos hacer era tomar una hoja de papel y escribir a mano una carta. Yo escogía el papel más lindo que encontraba en la librería y escribía el mensaje de amor más tierno que salía de mi corazón. Para poder enviarla, la colocaba en un sobre, la sellaba y la llevaba a la oficina de correos para que fuese enviada de un país a otro. Esto no era instantáneo; tenía que esperar muchos días y hasta muchas semanas para poder recibir la respuesta.

Más emocionante que escribir y enviar las cartas, era el poder recibirlas. Cuando recibía una carta corría a algún lugar solitario para que nadie interrumpiera ese momento especial. Al abrir el sobre lo hacía con mucho cuidado, y aunque tenía prisa por leer cada una de sus palabras, lo hacía cuidadosamente para no romper ninguna de las hojas. Ellas me traían el mensaje de amor más esperado, bañado en tantos suspiros como respiros tenía.

Lo conocía desde hacía mucho tiempo; por eso, mientras leía sus cartas podía imaginarme su sonrisa, y mi corazón latía a cien por hora cuando leía que me amaba... me salían corazoncitos por los ojos. Estábamos separados por muchos kilómetros de distancia y, aunque no podía verlo, las cartas me ayudaron a creer que me amaba. Tenía la seguridad de sus palabras, y eso nos acercaba y mantenía unidos todo el tiempo que estuvimos separados.

Aunque esas cartas fueron muy importantes en mi vida, sin lugar a dudas todos tenemos acceso a la carta de amor más maravillosa jamás escrita. ¿Sabes cuál es? Sí, es la Biblia. Mediante sus palabras podemos imaginarnos a un Padre de amor que, aunque no vemos, sabemos que nos ama.

Creer en su Palabra es tener fe; es confiar que, aunque no puedas verlo, él te ama más que cualquier cosa en el mundo. Dios te ama y dejó una carta de amor para ti. ¿Ya la leíste hoy? Magaly

30 de enero


El sacrificio

“El Ángel de Jehová dijo a Abraham: ‘Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos’ ” (Génesis 22:16, 17).

Imagínate que un día despiertas temprano, cuando está amaneciendo, y tu padre te dice: “Hijo, vamos a salir de viaje”. Tú te emocionas muchísimo y le preguntas: “¿A dónde vamos y en qué vamos a viajar?” Él responde: “Vamos a ir a una montaña que queda a un par de días de viaje e iremos caminando”. Como eres un niño obediente, partes a la aventura con papá. El viaje es polvoriento y la montaña se ve muy lejana. A la vez, observas que tu papá está silencioso y en momentos para a descansar y a orar. Comienzas a captar que esta aventura es más que eso, es más bien una misión. Al tercer día de este viaje, tu padre dice: “Hijo, este el lugar donde nos detendremos y prepararé un altar para adorar a Dios”.

Tu padre edifica allí el altar y pone la leña sobre las piedras. Tú le preguntas: “¿Dónde está el cordero que será ofrecido como ofrenda en este altar?” Tu padre responde: “Hijo mío, Dios proveerá el cordero para el holocausto”. Luego de un momento tu padre te explica que Dios le ordenó hacer este sacrificio y te pone sobre la leña. “¡¿Qué?! ¿Yo? Pero, ¿por qué yo?” Quizás gritarías: “¡Mamá, auxilio! ¡Alguien que me ayude!”

No creo que te suceda algo así; sin embargo, esta fue la historia de Isaac. Es impresionante no solo porque muestra la fe total de Abraham en Dios, sino también porque muestra la gran fe y obediencia de Isaac. La Biblia no registra que él haya intentado escaparse mientras su padre lo perseguía. Más bien el relato bíblico dice que él sumisamente obedeció la indicación de Dios y de su padre.

Esta historia termina diciendo que un ángel le dijo a Abraham: “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”.

Te pregunto a ti: ¿Tienes una fe como la de Isaac? ¿Eres obediente a Dios y a tus padres cuando te piden que hagas algo? Sé siempre fiel y así ¡gana tus victorias espirituales! Nina

31 de enero


¿Dónde está tu confianza?

“Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz” (Lucas 8:48).

Me pregunto si todavía estará en algún lugar de tu casa, viejita y arrugada. Tal vez está en algún cajón, porque te da pena tirarla a la basura. Quizá quedó para que la usen tus hermanitos menores. Tal vez quedó para el perrito, ¡quién sabe! Pero una cosa es cierta, muy posiblemente has tenido una mantita especial, esa con la que dormías mejor y te sentías seguro. O, tal vez no fue una mantita, sino un osito de peluche o algún otro animalito blando.

De cada diez bebés, siete tienen algo preferido para dormir y para sentirse seguros. ¿Crees que las mantitas y los peluches tienen poderes especiales? ¡Claro que no! Pero los bebés se sienten mejor con ellos, se sienten confiados. Hay algo en ese olorcito que los hace sentir cómodos, seguros.

La confianza de los bebés en sus mantitas me hace pensar en la historia de una mujer que también confió. Doce años llevaba enferma. Doce años de gastar dinero en medicinas; de perder a sus amigos, uno a uno. Doce años de sentirse abandonada, débil, sola...

Imagino qué habrá sentido cuando escuchó decir que Jesús curaba a la gente. Esperanza, emoción y fe. Pero también vergüenza. Había mantenido su enfermedad en secreto tanto tiempo, y ahora, ¿tenía que decir frente a todos los seguidores de Jesús por qué quería ser curada? No podía aceptarlo, pero tampoco podía seguir viviendo esa vida infeliz y sin esperanza.

Y entonces, en su desesperación, nació la fe. Fe en que Jesús podía curarla. Y tanta fue su fe que creyó en que con solo tocar el manto de Jesús, podía ocurrir el milagro. Se estiró, en medio de la gente, deseosa de que acabase ya su lucha, su miseria. Y la fe ganó. Fe no en un trozo de tela, sino en el poder del mismo Maestro, el Sanador poderoso.

Jesús, que conoce tu necesidad aun antes de que pidas con fe, dijo a esa mujer: “¿Quién me tocó? Sentí que salió poder de mí”. Los ojos de la mujer buscaron tímidamente los ojos del Señor. Ahora sus ojos brillaban de salud, emoción y gratitud.

¿En qué confías tú? ¿Dónde está tu confianza? Si confías en cosas, sea ropa, calificaciones, lugares, o incluso personas, quedarás decepcionado. Solo confiando en Jesús y en su poder podrás escuchar las palabras de Jesús, que te dice con amor: “Tu fe te ha salvado”. Cinthya

1º de febrero


Dedicados a hacer el bien

“Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien” (Tito 2:14, NVI).

Hoy quiero invitarte a usar tu imaginación y pensar en algunas cosas de la creación. ¿Has estado alguna vez en la ribera de un río? Si es así, quiero que pienses en su utilidad. Muchas ciudades extraen agua de los ríos, la potabilizan y la usan para su consumo. Cerca de los ríos, la vegetación que está en la orilla siempre está verde y con colores vivos, porque absorben sus frescas aguas. Además, hay un montón de animalitos que viven dentro de sus aguas.

¿Y los árboles? ¡Nos regalan muchas cosas! El oxígeno que respiramos todos los días es gracias a ellos. Su sombra en días calurosos nos alivia y nos refresca. Los árboles frutales tienen un toque extra: nos dan deliciosas frutas. Y además, ¿cuántas cosas conoces que se fabrican con madera?

¿Te gustan las flores? Su variedad de colores y formas deleitan la vista de todos. ¿Y su aroma? Hay flores como la fresia, el jazmín y la rosa, que embellecen el aire con su perfume. ¡Qué delicia!

¿Y el sol? Su luz llena de alegría el ambiente y su calor nos entibia en los días fríos. Ahora, ¿notaste una cosa? Parece ser una ley de la naturaleza que todas las cosas creadas están hechas para dar algo en beneficio de otros. Todas fueron creadas para el bien de los demás. El sol no guarda su luz para él mismo, los árboles no se comen sus propias frutas, las flores no retienen egoístamente su aroma, ni los ríos se beben su propia agua. Todos fueron hechos para dar y beneficiar a otros.

Tú y yo, como hijos de Dios, no somos la excepción. ¿Por qué estás en este mundo? ¿Para qué fuiste creado? El versículo de hoy te puede ayudar a encontrar la respuesta. Vuelve a leerlo.

Sí, amiguito, Dios te creó para que seas una de bendición para los que te rodean. Tú eres parte del pueblo elegido de Dios, dedicado a hacer el bien a los otros. Y así como cada cosa en la naturaleza tiene su función, tú también tienes algo para dar: una sonrisa, palabras de ánimo, ayuda a quien la necesita, y mucho más. Pídele hoy a Dios que te muestre cómo ser una bendición para los demás en cada pequeña y gran acción. Gabriela

2 de febrero


Bondad ejemplar

“¡Qué bondadoso es el Señor! ¡Qué bueno es él!” (Salmo 116:5 p.p., NTV).

Había una vez un niñito que vivía en una aldea de montaña. Este niño tenía una personalidad encantadora. Era cortés por naturaleza, y parecía que sus manos voluntarias estaban siempre listas para servir a otros de manera totalmente desinteresada.

Todos en la aldea lo conocían. Desde pequeñito parecía que vivía para beneficiar a otros. Él era miembro de una familia pobre; por ello no solo ayudaba en los quehaceres del hogar, sino también trabajaba en el taller de su papá. ¿Cómo crees que tomaba él este asunto? ¿Era un amargado por tener que trabajar cuando otros niños de su edad se la pasaban jugando? No. Todos los que lo conocía, sabían que lo caracterizaba su alegría constante. Muchos que pasaban frente al taller donde él trabajaba podían oír que expresaba su alegría cantando himnos de agradecimiento. Con algo tan sencillo como el canto, parecía perfumar el ambiente con la fragancia del Cielo, logrando que los demás se elevaran por sobre los pesares de esta Tierra y sintieran más cerca la Patria Celestial.

Este niño fue creciendo hasta llegar a ser un joven. Y seguía siendo un ayudador nato. Su simpatía y ternura alegraban y cambiaban el día de todos los que tenían contacto con él: ancianos, niñitos, personas tristes o preocupadas. ¡Hasta los animalitos eran más felices a causa de su presencia! Parecía que no había nada tan insignificante que no mereciese su atención o su ayuda. No tenía problema en agacharse a aliviar un pajarito herido. Era una persona capaz de simpatizar con todos. Parecía siempre envuelto en una atmósfera de esperanza y valor que hacía de él una bendición en todo lugar.

¿Sabías que esta historia es real? Es la descripción que hace Elena de White sobre el niño Jesús en el libro El Deseado de todas las gentes. ¡Sin dudas él fue la bondad en persona! Ahora, piensa en esto: ¿Se podría usar la misma descripción para hablar de ti? ¿Eres una bendición para los demás? ¿Disfrutas de ayudar a todos? ¿Alegras con tu presencia a los tristes?

No te desesperes si te falta mucho para ser como Jesús. La bondad es algo que cultivamos toda la vida. Y Dios hizo provisión para que todo niño que quiera, pueda llegar a ser bondadoso como él. ¡Pídeselo hoy en oración! Gabriela

(Basado en el capítulo 7 de DTG: “La niñez de Cristo”, pp. 49-55.)

3 de febrero


Lodebar, donde la bondad llegó

“El Señor es justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus obras” (Salmo 145:17).

Lodebar, también conocida como “tierra maldita”, era un lugar donde la Palabra de Dios no llegaba. Un lugar alejado de todo. Una pequeña aldea ubicada a 13 kilómetros del mar de Galilea. Ya imaginarás que era un lugar terrible para vivir. Se la describe como una tierra seca, sin pastos, ni frutos... nada.

Mefiboset, el joven de nuestra historia, vivía allí. ¿Cómo lograba subsistir después de haber sido príncipe y vivir con todos los lujos? No lo sé. Además, el pequeño quedo lisiado cuando tenía cinco años. Su abuelo Saúl y su padre Jonatán habían muerto en batalla. Al escuchar estos incidentes, la nodriza de Mefiboset quiso escapar rápido del palacio, porque era costumbre que el nuevo rey que asumía el cargo matase a los descendientes del rey anterior. En la veloz huida, la nodriza dejó caer al niño heredero, quien quedó cojo de ambos pies por el resto de su vida. Qué triste, ¿verdad?

Pero esta historia bíblica tiene un final feliz. Un día, David, quien ya era rey, buscó ser bondadoso con cualquiera que quedara de la casa de Saúl. Y Mefiboset fue llamado. Humildemente y con temor, el joven se presentó delante de David. Es posible que su voz haya reflejado temor, pues inmediatamente David lo tranquilizó, asegurándole: “No tengas miedo, porque sin falta ejerceré bondad amorosa para contigo por amor de Jonatán tu padre; y tengo que devolverte todo el campo de Saúl tu abuelo, y tú mismo siempre comerás el pan a mi mesa” (2 Sam. 9:1-7). Movido por un sentimiento de profundo aprecio, Mefiboset se postró ante David y dijo: “¿Qué es tu siervo, para que hayas vuelto tu rostro al perro muerto cual soy?” (2 Sam. 9:8). Estaba confundido por la bondad de David. Según la propia opinión de Mefiboset, él era totalmente indigno de aquello. ¡Su vida cambió para siempre!

La vida de David es un reflejo de un corazón conforme al de Dios; su historia con Mefiboset ilustra esta verdad por completo. ¡Dios nos ama, nos busca y nos encuentra! De alguna forma, todos somos Mefiboset, adoptados por la familia divina, sin merecerlo. Llamados a compartir con el Rey de los cielos la eternidad en las mansiones celestiales. ¡Cuán agradecidos debemos estar porque nuestro Padre es tan bondadoso! Mirta

4 de febrero


“¡No me ignoren!”

“Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros” (Efesios 4:32).

Agotada, subí al autobús que me llevaría a casa nuevamente. Estaba embarazada y me sentía exhausta después de una larga mañana de actividades y clases. Pronto me sentí descompuesta. Rápidamente abrí la ventana e intenté respirar hacia afuera. Entonces escuché una voz cansada:

–Soy madre de seis hijos... Fui diagnosticada con depresión...

“Ay, otra vez me viene el malestar”, pensé. “Mejor sigo tratando de respirar el aire más fresco o voy a tener que bajarme del autobús”.

En un tono aburrido, la madre de seis hijos contaba su historia. Allí estaba, mal vestida, con el pelo graso y una figura triste. Allí estaba ella, suplicando un poco de dinero para sus hijos, y a nadie le importaba.

“Si la miro yo sola, me va a querer pedir todo el dinero a mí, ¿y qué voy a hacer entonces? Pero ¿cómo puedo no mirarla? Pobrecita... Uy, aquí viene otro mareo”, cruzaron los revueltos pensamientos.

Fue entonces cuando sucedió lo inesperado, y mi corazón recibió un sacudón que pocas veces volví a experimentar. Hubo un pesado silencio... y luego una suplicante y quebrada voz:

–Por favor, ¡no me ignoren!

Dos lágrimas saltaron como resortes hacia el borde de mis ojos. Sus palabras me hicieron ver cuán egoísta había sido. Jóvenes y adultos, la miramos con ternura, viéndola por primera vez no como alguien que venía a robar lo poco que teníamos, sino como alguien que no tenía a quién acudir.

Nunca, con palabras, alguien me volvió a pedir que no lo ignorase. Pero, ¡cuán real es ese pedido en las personas con quienes nos encontramos! Ojos que suplican una mirada de compasión. Manos que reclaman un toque cálido. Personas pidiendo alguien que escuche sus historias.

“No me ignores”, dice tu hermanito, “solo voy a ser pequeño por poco tiempo. Ten paciencia conmigo”. “No me ignores”, dice un compañero, “sé que no me conoces, pero necesito un amigo”.

“No me ignores”, dice tu mamá, “estoy cansada y estresada. Dame un abrazo. Ayúdame un poquito”. “No me ignores”, dice tu abuelito, “escucha esta historia solo una vez más. Sonríeme”.

“No me ignores, por favor...” es el silencioso pedido que hoy puedes contestar con tus actos de amor. ¡Que Dios te acompañe en esa misión! Cinthya

5 de febrero


Manos

“Y después de poner las manos sobre ellos, se fue de allí” (Mateo 19:15).

Las manos dicen mucho sobre una persona. Siempre me llenaban de ternura las manos de mi papá. Era un hombre muy trabajador y eso lo reflejaban sus manos. Era constructor. Cuando llegaba a casa después de la jornada, que comenzaba antes de que el sol saliera, y antes de higienizarse, humectaba sus manos con aceite y azúcar. No sé si tenía mucha base científica esa mezcla, pero recuerdo que corría a ayudarlo, proveyéndole lo necesario o vertiendo ambas cosas alternativamente. Me enternecían esas manos toscas, y admiraba que papá fuese tan trabajador.

Hubo una vez Alguien que no temió usar sus manos. Esas fueron manos que recordaremos por la eternidad. Vamos a recordar algunas virtudes de las manos de Jesús:

 Manos de bendición. ¿Recuerdas cuando una gran multitud había estado escuchando a Jesús y al terminar el día ya no podían comprar alimentos? Jesús multiplicó la merienda que un niño compartió.

 Manos de perdón. En Juan 8:11 se narra cómo un grupo acusaba a una mujer. El grupo esperaba ansioso la condena. Jesús escribió en la tierra los pecados de ellos y lentamente cada uno se retiró. Y ahí, Jesús expresó: “Ni yo te condeno, vete y no peques más” (Juan 8:11).

 Manos poderosas. En Mateo 14 se cuenta un incidente conmovedor. Pedro comienza a hundirse en el mar, exactamente cuando deja de mirar a Cristo. Su Maestro le había dicho que fuese a él, y al principio todo iba bien. ¡Caminaba sobre las olas! Pero dudó, temió y finalmente clamó: “¡Señor sálvame!” Al instante Jesús le extendió la mano.

 Manos de gloria. Después de resucitar al tercer día y de pasar cuarenta días con sus discípulos, era hora de ascender al Padre. Jesús podía ver la tristeza en el rostro de sus discípulos y, después de prometerles que volvería, “alzando sus manos, los bendijo” (Luc. 24:50).

Cuando en el cielo veamos esas manos con cicatrices, jamás olvidaremos cuánto hicieron en nuestro favor. ¿Quieres tocar esas manos?

Y tú, ¿cómo usas tus manos? ¿Están siempre dispuestas a hacer el bien a otros? Como dice el hermoso cántico: “Estas manos Dios me dio para que puedan servir...” ¡Estoy feliz porque un día, “mis manos se unirán a las de mi Salvador” (Himnario adventista, Nº 497) para andar con él por la eternidad! Mirta

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551 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9789877984583
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