Kitabı oku: «Un rayito de luz para cada día», sayfa 6
6 de febrero
Perdidos en Manila
“Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos” (Salmo 91:11).
¿Recuerdas si alguna vez te perdiste? A veces los niños pequeños se pierdan en el parque, o en un supermercado. A veces solo pierdes de vista a tus padres o a quien esté contigo por unos pocos segundos, pero eso es suficiente para que tu corazón casi se detenga.
Una vez, con mi familia nos perdimos todos juntos. Nos habíamos subido al auto felices, preparados para disfrutar un día de paseo en Manila. Como la capital de las Filipinas es una ciudad enorme y no la conocíamos bien, decidimos pedir prestado un GPS a unos amigos. Si no lo conoces, un GPS es una maquinita que te indica dónde debes doblar con el auto para llegar a tu destino.
No tuvimos problemas para llegar, pero a la vuelta, el GPS no quiso funcionar por ningún motivo. Así que tuvimos que avanzar por donde nos pareció mejor. Preguntamos a muchas personas cómo encontrar nuestro camino nuevamente, pero nadie sabía guiarnos. En parte, porque no hablábamos el mismo idioma. Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos en un vecindario oscuro, totalmente perdidos.
Nuestras hijitas dormían, y mi esposo y yo decidimos orar pidiendo ayuda a Dios. Estábamos cansados, y ahora también preocupados. Apenas habíamos terminado de orar cuando un motociclista se estacionó a nuestro lado. Sentimos que Dios nos mandaba un ángel para ayudarnos. Él nos explicó cómo llegar y nos dibujó un mapa lo mejor que pudo.
Pero, ¡nos perdimos nuevamente! Cuando estacionamos otra vez para intentar descifrar dónde nos habíamos equivocado con el mapa, ¡apareció nuestro ángel personal, el motociclista! Esta vez, insistió en que lo siguiéramos, y nos condujo a una ruta que conocíamos perfectamente. ¡Qué alivio!
Después de darle muchas gracias, y de ofrecer pagarle por su ayuda, le dije, muy conmovida: “Hoy tú has sido nuestro ángel personal”. Él sonrió y se fue, satisfecho de habernos ayudado. ¿Sabes? Dios usa personas como tú y yo para ser de bendición para otros. Pídele a Jesús que hoy te ayude a ser un “ángel” para otros; y a ayudar (¡incluso dos veces!) a quien lo necesite. Cinthya
7 de febrero
El valor de un pequeño acto
“Sean compasivos, así como su Padre es compasivo” (Lucas 6:36, DHH).
Tenía que estar callada y trabajar. Esa era la condición de una cautiva, sierva, extranjera y judía viviendo en Siria. Ella tenía muchas razones para estar con resentimiento: había sido arrebatada de su hogar, alejada de todo lo que amaba. Pero esa niña sabía cómo un pequeño acto podría hacer una gran diferencia. Conoces la historia, ¿verdad? Si no, puedes buscarla en 2 Reyes 5. Es la historia de un milagro, que le ocurrió a un capitán llamado Naamán. Él era leproso.
Como ya sabes, tener esta enfermedad era una condena de muerte, lenta y dolorosa. Hasta ahora, este poderoso hombre la había llevado oculta debajo de sus finas ropas. Pero su esposa no podía ocultar el dolor que sentía, y sus lágrimas brotaban casi sin quererlo.
Observadora como era, nuestra heroína podría haberse mantenido en el anonimato, pero ella decidió ayudar. Pensó en el profeta Eliseo, un poderoso hombre guiado por Dios que sabría qué hacer. Ella solo hizo lo que estaba a su alcance: testificar del amor de Dios. No tenía posición, ni bienes, ni poder. Lo único que tenía era su fe. Y eso fue suficiente.
Siempre me pregunto qué habrá obtenido esta niña en recompensa. ¿Será que sus padres aún vivían y retornó a vivir con ellos? ¿Será que fue adoptada como hija legítima del capitán y su esposa, como muestra de gratitud de parte de ellos? No lo sabemos. Pero de algo estamos completamente seguros: ella entró en el gozo de Dios, como alguien que tuvo bondad y compasión.
Querido lector, ¿quieres tú también hacer la diferencia con pequeños actos llenos de amor? Entonces ten confianza. Dios está a tu lado. Vive y testifica de Quien tanto hizo por ti. Sé una persona compasiva. Que lo que digas y lo que hagas infunda amor a otros. Inspira esperanza en otros. Llena tu mente y corazón de las promesas divinas, y ellas serán parte de tu vida. Cada uno da de lo que tiene.
No tengas miedo de hacer algo para el Señor, aunque sea un acto pequeño. Una sonrisa, un versículo de memoria dado a alguien que está triste, una oración... Y así, la vida de alguien podrá ser transformada por algo “tan sencillo”. ¡Pruébalo! Mirta
8 de febrero
La casita flotante
“Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia” (Colosenses 3:12, NVI).
Es una bella ciudad, calurosa por su clima y por el cariño de su gente. Su paisaje es pintoresco, su vegetación impresionante, y su exótica comida encanta a todo el que visita Iquitos, capital de la Amazonia peruana. Pero esto no es lo más importante. Lo mejor de esta ciudad es el testimonio de vidas de abnegación, compasión y bondad que dejó una familia misionera que dedicó muchos años de sus vidas al servicio de los indígenas.
Sintiendo el llamado de Dios y la seguridad de haber sido escogidos para un propósito especial, Fernando y Ana Stahl, junto a sus dos hijos, Frena (15 años) y Wallace (4 años), estuvieron dispuestos a dejarlo todo. Sin saber nada de español partieron desde Nueva York hacia Perú.
En 1926, construyeron una casa flotante de madera a orillas del río Itaya y destinaron una de las habitaciones como dispensario médico. Ana y Fernando habían sido entrenados como enfermeros y fueron los primeros profesionales de salud en atender a los enfermos en esa región sin tener en cuenta raza, color de piel o nivel social.
En 1977, la casita flotante se convirtió en un moderno edificio hospitalario, y en el programa de inauguración, el prefecto de la región pidió un minuto de silencio luego de expresar: “Cuando era niño enfermé gravemente, y hoy vivo gracias a la bondadosa atención de doña Ana; de otro modo nunca hubiera llegado hasta aquí para contarlo”. En 2018, 92 años después, tuve el privilegio de ver con mis propios ojos cómo la acción bondadosa de esta familia sigue cambiando vidas a través de la obra médico-misionera de lo que ahora es la Clínica Adventista Ana Stahl.
Al igual que Ana y Fernando Stahl, tú y yo somos escogidos por Dios para revestirnos de compasión y practicar la bondad hacia los demás. Quizá por ahora no tengas que viajar en barco tanto tiempo como ellos, pero sí puedes utilizar lo que Dios te da para ayudar a otros en el lugar donde estés.
Y quizá algún día, cuando seas más grande, Dios te escoja para ser un misionero en un lugar del mundo donde necesiten de ti. Los Stahl eran conocidos por una vida abnegada de bondad y amor hacia los demás. Y tú, ¿por qué quieres ser conocido? Magaly
9 de febrero
La tapita de la plastilina
“El segundo es: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. No hay otro mandamiento más importante que estos” (Marcos 12:31, NVI).
En una mudanza que nos tocó vivir, pudimos llevar muy pocas cosas. Tuvimos que vender la mayor parte de los juguetes de mis hijas. Mi hijita menor, Melissa, tenía tres años, así que le fue muy difícil separarse de sus cositas. Finalmente, cuando llegó la hora de armar las maletas, cada una tenía dos muñequitas, un osito de peluche, un par de rompecabezas... en fin, no era mucho. Pero habíamos guardado, nuevecitos, dos tarritos de plastilina.
Cuando llegamos a nuestro nuevo destino, un día Meli me acompañó a comprar vegetales, aferrada a su tarrito de plastilina. En el medio de la compra, se le cayó la tapita de plástico en un desagüe. Tanta pena le dio desprenderse de su pequeña tapita, que se puso a llorar. Yo di por perdida la tapita enseguida, pero Meli no paraba de llorar. ¡Los desagües tenían casi un metro de profundidad y encima tenían una reja pesadísima encima!
En ese momento, una de las vendedoras de vegetales se conmovió y le dijo: “No te preocupes, la vamos a sacar”. Y esta bondadosa señora se las ingenió para probar varios métodos diferentes. Finalmente, ató dos ramas, y en la punta de una de ellas pusimos plastilina. Cuando la tapita salió, después de unos veinte minutos, ¡Melissa estaba feliz! Y yo, muy agradecida a la señora de los vegetales por su ayuda.
¿Sabes? Ese pequeño gesto de bondad me marcó profundamente. ¿Valía la pena tanto esfuerzo por una tapita de plastilina? Para esta amorosa señora, sí, valía la pena. Valía la pena gastar tiempo, valía la pena esforzarse, idear nuevos métodos. Valía la pena demostrar bondad para con una niñita de tres años, desolada por la pérdida de su tapita.
Hoy quiero invitarte a pensar, ¿qué esfuerzo vale la pena para ti hacer, para ser bondadoso con los demás? ¿Te detendrías a ayudar a un niño pequeño? ¿Te molestarías en salvar un pajarito? ¿“Perderías tiempo” en consolar a alguien que llora? ¿Te quedarías sin recreo para explicarle matemáticas a un compañerito que no entiende?
Recuerda las palabras de Jesús: “A mí lo hicisteis”. Cuando ayudas con amor, cuando demuestras tu bondad, lo estás haciendo al mismo Jesús. Que él esté contigo hoy, mientras muestras bondad a todos aquellos con quienes te encuentres. Cinthya
10 de febrero
La dama de la lámpara
“Y este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” (Juan 15:12, NVI).
Florence Nightingale nació en 1820 en una familia rica e influyente. Aunque en esa época no era común que las niñas estudiaran, su padre mismo le enseñó italiano, latín, griego, filosofía, historia, literatura y matemáticas. Como una dama rica, bella, y preparada, cuando fue ya mayor recibió varias propuestas de matrimonio. En aquellos días se creía que la única misión de las señoritas era casarse y tener hijos. Pero Florence no aceptó ninguna propuesta de formar un hogar propio. Ella tenía un llamado que había recibido de Dios: el llamado a servir a otros. Florence quería ser enfermera.
En sus días, la enfermería era una profesión no muy bien considerada. Las enfermeras eran descuidadas, sucias y, a veces, hasta borrachas. Florence no solo se preparó como enfermera, sino que, más tarde, decidió transformar la profesión. Si has sido cuidado por enfermeras, habrás visto cuánta atención ponen en la limpieza y el cuidado del enfermo.
Cuando Florence llegó a un hospital de guerra en Crimea, en el año 1854, ella y sus enfermeras voluntarias encontraron ratas, heridas podridas, pacientes ebrios, y un gran desorden. Muchos pacientes morían. Florence y sus enfermeras se pusieron en acción. Poco a poco, los pacientes empezaron a mejorar. Los soldados, angustiados, enfermos y solitarios, comenzaron a llamarla “el ángel guardián” y “la dama de la lámpara”, pues Florence los visitaba de noche y de día, y brindaba amor y palabras animadoras a cada uno.
Al volver a Londres, lo que Florence había aprendido le sirvió para escribir un libro acerca de cómo debía ser el cuidado de los enfermos. Su bondad y dedicación cambiaron la historia de la enfermería. Y, ¡no solo de la enfermería! Años más tarde, Henry Dunant, el fundador de la Cruz Roja, reconoció la influencia de las ideas de Florence en su propia vida e ideas humanitarias. Hoy, muchas organizaciones de salud llevan el nombre de esta dama ejemplar, quien estuvo dispuesta a poner a un lado las comodidades de la vida para servir a otros.
No siempre servir a otros es fácil y cómodo. De hecho, la mayoría de las veces no lo es. Así como Dios llamó a Florence, hoy te llama a ti. ¿Hasta dónde estás dispuesto a ir por amor a otros? Te invito a inspirar a otros hoy con tu bondad y compasión, así como lo hizo Florence Nightingale. Cinthya
11 de febrero
¡Contrastes!
“¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” (Mateo 18:33 u.p., NVI).
La vida está llena de contrastes: hay cosas grandes y cosas pequeñas; hay climas fríos y los hay cálidos; hay gente alta, pero también hay gente de baja estatura. Los versículos de hoy nos muestran contrastes entre valores y antivalores que traerán consecuencias felices o consecuencias tristes.
Un rey llamó a los administradores de su gobierno para que le presentaran su informe financiero. Cuando el rey escuchó el informe descubrió que había un saldo deudor. Inmediatamente mandó llamar al responsable.
–¡Me debes diez mil billetes! –dijo el rey muy furioso al hombre que estaba delante suyo con la cabeza gacha–. Tienes que pagarme hasta el último billete ahora mismo –continúo diciendo el rey.
–No tengo con qué pagarle, mi señor –contestó tímidamente el deudor.
El rey se enfureció aún más y ordenó que fuera vendido junto a su esposa y sus hijos, y con todo lo que tenía, para que con eso pudiera pagar algo de su tremenda deuda.
El deudor, aterrorizado, cayó a sus pies y le suplicó:
–Mi rey, por favor, le suplico misericordia y paciencia, yo le pagaré todo.
Al ver esa escena y escuchar la súplica, el rey se conmovió y decidió perdonar la deuda. El hombre se apresuró a salir, antes de que el rey se arrepintiera de su gran acto de bondad, pero, al salir, se encontró frente a frente con uno de sus compañeros que le debía muy poco dinero. Al verlo, se le tiró encima y, agarrándolo, lo estrangulaba y le decía:
–Págame los cien centavos que me debes.
Su compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba:
–Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.
Pero este hombre endureció su malvado corazón y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo poco que le debía. Al verlo, sus compañeros quedaron espantados y fueron a contarle al rey. Inmediatamente el rey lo llamó y le dijo:
–¡Siervo malvado! Te perdoné una gran deuda. ¿No debías tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?
Esta vez no se salvó, porque el rey lo encerró de por vida. Qué contraste más grande. Hoy debes elegir estar de un lado o del otro. ¿Elegirás la bondad y el perdón, para así contrarrestar todo lo malo de este mundo? Magaly
12 de febrero
Ayudar, ¿sí o no?
“Por tanto, siempre que tengamos oportunidad, hagamos bien a todos...” (Gálatas 6:10)
Una noche muy fría vi desde la ventana de mi casa a un señor viejito vendiendo globos. ¿Qué hacía un señor vendiendo globos a las nueve de la noche? La verdad, no lo sé. Pero parecía tener hambre y frío. Me dio mucha pena, así que rapidito saqué dos manzanas rojas jugosas y un paquete de galletas, y bajé a entregárselas. Con una sonrisa, le di lo que había llevado con tanto cariño. ¿Qué crees que pasó? Nada. El señor no me dijo ni siquiera “gracias”. Apenas recibió las cosas, no me miró más.
Volví a casa sintiéndome rara. ¿Tal vez lo había ofendido? ¿Tal vez no debería haberle dado nada? Quedé con la idea de que debía tener más cuidado. Tal vez, no siempre era correcto intentar ayudar a otros.
Tiempo después, cuando hacía unas compras en el centro de la ciudad, vi a una señorita ciega. Estaba caminando, guiándose con su bastón blanco. Cuando llegó a una esquina, nuestros caminos casi se chocaron. Ella estaba por cruzar la calle, y yo pensé: “¿Qué hago? ¿La ayudo?” En realidad, como seguramente sabes, los ciegos tienen el sentido de la audición muy desarrollado. Y allí estaba yo, dudando de ayudar a la señorita, pues no quería ofenderla. ¿Qué pasaba si ella realmente quería depender solo de su oído para cruzar la calle? Mientras yo pensaba qué hacer, un hombre salió de una tienda, y le ofreció su brazo para cruzar la calle. La señorita aceptó, agradecida, y llegaron al otro lado juntos.
Aprendí una lección importante ese día. Es mejor equivocarse con ofrecer ayuda de más que no ofrecerla. Es verdad, a veces puede haber personas que no la aprecien. Y también puede haber personas que no la necesiten, y te lo digan. Quizá te sientas mal por eso. Pero, piensa, ¿importaba, realmente, si yo ofrecía mi ayuda y la señorita prefería cruzar la calle sola? No. ¡Era mejor intentarlo!
El versículo de hoy nos deja un mensaje muy claro: “Siempre que tengamos oportunidad, hagamos bien a todos”. No solo cuando estoy seguro de que mi ayuda será apreciada. No solo cuando conozco a las personas. No solo cuando tengo tiempo de sobra. Siempre que tengamos oportunidad. Que hoy sea un hermoso día, lleno de oportunidades de mostrar tu amor ayudando a los demás, sin esperar nada a cambio. Cinthya
13 de febrero
Samarn Poonan
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
Seguramente recordarás un suceso que fue noticia en los meses de junio y julio de 2018. Fue en Tailandia, en la cueva de Tham Luang: una serie de cavidades de diez kilómetros bajo la montaña de Doi Nang Non, consideradas una de las mayores atracciones turísticas de la zona.
Doce niños y un adulto quedaron atrapados allí por no hacer caso a los carteles que decían que estaba prohibido ingresar a la cueva en época de lluvias. Cuando estaban en el fondo de la cueva, una lluvia torrencial hizo que el agua comenzara a subir, y los dejó encerrados adentro. Pasaron diez días y sus familias no sabían nada de su paradero, hasta que las bicicletas dejadas a la entrada de la cueva dieron la pista para ubicarlos.
Entonces, se dio inicio a la operación de rescate. Uno de los preparativos preliminares, antes de intentar rescatar a los niños, era distribuir tanques de reserva de oxígeno a través de los 3 kilómetros que comprendían los pasadizos llenos de agua, para luego usarlos en el operativo de rescate. Uno de los buzos encargados de esa tarea era Samarn Poonan. Él sabía que era una tarea riesgosa, pero aun así lo hizo. Tristemente, le costó la vida. Falleció a 1,5 kilómetros de la salida de la cueva cuando regresaba de su misión. Él, que había ido a distribuir oxígeno, murió por falta de oxígeno. Entregó su vida voluntariamente para salvar la vida de trece personas. ¡Qué ejemplo de bondad!
La historia de este héroe contemporáneo no es la única. Tú y yo conocemos una más grandiosa. Hace miles de años, el ser humano quedó atrapado en una cueva sin salida: un mundo usurpado por el enemigo de Dios, y convertido en un lugar triste, oscuro y sin esperanza. El nombre de nuestro rescatista: Jesús. Sabiendo que era una operación riesgosa, vino a este mundo, y al igual que Samarn, prefirió nuestra vida que la suya. Él se entregó a la muerte para que tú y yo podamos vivir eternamente. ¡Y su operación de rescate fue todo un éxito! El suyo fue el acto de bondad más grande que jamás haya existido, porque abarca a todo ser humano que quiera aceptar su regalo de salvación. Repasa el versículo para hoy. ¿Qué te parece agradecer en oración a Dios por la bondad de enviar a Jesús para rescatarnos? Gabriela
14 de febrero
Efecto mariposa
“Les he enseñado que deben trabajar y ayudar a los que nada tienen. Recuerden lo que nos dijo el Señor Jesús: ‘Dios bendice más al que da que al que recibe’ ” (Hechos 20:35, TLA).
En muchos países del mundo hoy se celebra el Día del Amor y la Amistad. En muchos lugares se intercambian tarjetas, bombones, rosas, osos de peluche. Pero, más importante es poder realizar actos de amor hacia otros. Así, cada día puede ser una celebración de amor hacia otros.
¿Has oído hablar del “efecto mariposa”? Esto se refiere que un minúsculo cambio puede ocasionar grandes resultados; por ejemplo, que el aletear de una mariposa podría cambiar el clima de otro continente. Esta relación de causa-efecto puede aplicarse también a un simple acto de bondad, que puede ser contagioso y multiplicarse a grandes escalas.
Un conductor llegó al peaje en la carretera y notó que se había olvidado la billetera. El conductor que venía atrás se percató de ello y decidió pagar su cuenta. El conductor olvidadizo quedó tan agradecido que al siguiente día decidió retribuir el favor pagando el peaje del siguiente vehículo que venía detrás. Este simple gesto de bondad se repitió por las siguientes horas con muchos conductores que iban llegando a esa caseta de peaje.
Anita y su mamá decidieron preparar comida para salir a repartirla a las personas sin hogar. Al ver este gesto de bondad, algunos de sus vecinos se unieron y ahora hacen una gran cena para estas familias cada año en el parque del vecindario, con una hermosa decoración y muchos regalos.
Una pequeña acción es capaz de generar grandes reacciones en la vida de otros, no solo en quienes la reciben, sino especialmente en quienes la dan. Simples gestos, como una sonrisa, pueden cambiar el día a cualquier persona. Un amable saludo o ceder el asiento, puede hacer más feliz el día a alguien. Mantener el orden, obedecer las reglas o cuidar las plantas también hacen que el mundo sea un lugar mejor.
Hoy, cuando se celebra el Día del Amor y la Amistad, es un buen día para empezar tu propio efecto mariposa de bondad, ¿no te parece? Sé que Dios te usará para desencadenar grandes cambios en la vida de los demás. Así como usó a Moisés, David o Elías, Dios puede usarte para ocasionar reacciones asombrosas. Piensa, ¿qué podrías hacer hoy? ¡Más bienaventurado es dar que recibir! Magaly