Kitabı oku: «Un imperio eterno: Un viaje a las sombras», sayfa 2

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Diario

Salimos del hostal hacia el puerto. Mi cabeza estaba a punto de estallar, apenas tenía espacio para la cantidad de preguntas instintivas que se generaban en mi cerebro, estaba deseando llegar al barco y encontrar un sitio tranquilo donde poder anotarlas en mi blog y descargarlas de mi mente.

Lucius y Óscar se dirigieron a una cala cercana al puerto. Cuando Óscar pudo ver al fin el Esturión no pudo reprimir innumerables calificativos difíciles de escribir. El Esturión era un velero de unos veinte metros de eslora, fabricado en nácar y plata. Su reflejo al sol cegaba los ojos. Tenía una línea clásica rica en el detalle, con multitud de relieves de temática marina. A Óscar se le antojaba que no había visto nada más hermoso en la vida.

A bordo del Esturión una mueca de orgullo se dibujó en la cara de Manius al ver la expresión de incredulidad y fascinación de Óscar al subir a la cubierta superior del barco.

—Bienvenido a bordo del Esturión —saludó Manius con voz potente y el pecho henchido de aire. La sombra que producía aquel marino se le antojaba a Óscar inmensa, como la de una montaña.

Manius era un hombre muy robusto, fácilmente superaba los dos metros; tenía cicatrices por los brazos, quién sabe cómo se las produjo, pero seguro que no fueron cortando pescado. Era mayor que Lucius, o al menos eso creía por las canas que se dibujaban en sus trenzas y las finas arrugas de su piel; su forma física era perfecta, a su lado Óscar parecía un niño enclenque, maravillado por todo lo que le rodeaba.

Enseguida dos marineros les condujeron a sus camarotes. Vestían ropas blancas de lino, pantalones y una especie de camisa con detalles azul claro de dejaba ver una parte de su torso.

Si no fuera porque tenían las orejas normales Óscar habría jurado que todos ellos eran elfos. Era increíble la belleza de sus rostros y de sus cuerpos. Tanto los hombres como las mujeres con las que se cruzaron camino a su estancia tenían extraños tatuajes en distintas partes del cuerpo, muchos de ellos tenían un tatuaje que recorría su dedo anular hasta perderse en la muñeca, supuso que el arte del tatuaje forma parte de la cultura romana. Lucius también tenía uno de esos tatuajes que recorría desde su dedo hasta la muñeca, imaginó que simbolizaría algo, en cualquier caso, aquellos símbolos eran el complemento perfecto para sus cuerpos, tan bellos como aquel maravilloso barco. No habían escatimado en el detalle: los pasillos de la cubierta inferior eran de un blanco puro, que contrastaba con los suelos de la cubierta de madera oscura, como las puertas de los camarotes. Uno de los marineros se paró delante de una de esas puertas y la abrió, dejándole paso a Óscar, no sin antes advertirle que estuviera listo en un par de horas: el capitán quería comer con ellos.

Si los pasillos dejaron boquiabierto a Óscar, podéis imaginar su expresión al ver el camarote que le asignaron. A diferencia del resto de lo que había visto del barco, su camarote estaba forrado de maderas nobles y ornamentado con piezas de oro hábilmente labradas. En ese momento se dio cuenta del valor de los objetos con que comerciaban. Realmente los artesanos romanos eran los mejores en su labor.

El espacio disponía de dos ojos de buey por los que se filtraban unos cálidos rayos de luz que iluminaban una cama que se le antojaba demasiado grande. También había una pequeña estufa de hierro fundido para las frías noches de invierno.

Cuando pudo recomponerse, sacó su bloc y se sentó en un pequeño escritorio tallado en madera que estaba bajo unas de las ventanas y empezó a escribir todo tipo de preguntas y anotaciones de aquel viaje. No quería olvidar nada.

Apenas se dio cuenta, enfrascado como estaba en la escritura, pero las dos horas ya habían pasado y casi no se había aseado en todo el día. Rápidamente se quitó la camisa, y se disponía a coger una de la mochila cuando reparó en un armario junto a la puerta que no había visto al entrar. Lo abrió y encontró un traje igual al que había visto que llevaban los marineros.

Terminaba de atarse los cordones cuando aquel marinero llamó a su puerta.

—Adelante.

—Señor, es la hora: el capitán espera.

—Un segundo, ya estoy. —Óscar se levantó de la cama y salió de la habitación detrás de aquel marinero del que ni siquiera conocía su nombre. Iba a preguntárselo cuando de improviso Lucius salió de un camarote contiguo al suyo.

—Hola, Óscar, ¿tienes apetito?

—La verdad es que sí, no he comido nada desde el desayuno.

—Te dije que comieras una tostada en el hotel, la mermelada estaba deliciosa. Me he traído un par de botes, luego te daré uno.

—Gracias.

Pasaron por varios pasillos hasta llegar a dos puertas de madera y cristal, todo ricamente decorado. El salón era bastante grande, no estaba forrado de madera como su camarote, estaba forrado de mármol serpenteado con innumerables formas de oro creando distintas figuras. Había una gran chimenea al fondo de la sala. Sin duda con tanto mármol aquella estancia debía de ser muy fría en invierno.

En una esquina estaba sentado Manius, solo, les estaba esperando; se levantó y les invitó a sentarse con él a la mesa.

Al momento, varios marineros trajeron platos con todo tipo de comida, pero sobre todo pescado y verduras. Aquello parecía un festín, Óscar no podía dejar de salivar, pero desconocía las costumbres romanas de modo que decidió esperar una invitación.

—Adelante, comamos antes que se enfríe todo.

Se sirvió un poco de todo. Todo tenía una pinta extraordinaria y el olor era embriagador. El pescado y las verduras se deshacían en la boca, cada bocado era una frutopía de sabores.

—Está todo delicioso —comentó Óscar a uno de los marineros. Las carcajadas de Manius retumbaron por todo el barco.

—Muy educado nuestro invitado, ¿no crees, Spirus?

—Sí, capitán —contestó el marinero con una gran sonrisa en su rostro.

Óscar no entendía nada. No creía que hubiera dicho nada tan gracioso. Lucius, al ver la cara de contradicción de Óscar, quiso ponerle en antecedentes.

—Veras, Óscar; en nuestra cultura no es muy común hacer cumplidos. Ya damos por supuesto que la comida está deliciosa. Decir que está deliciosa es haber dudado de ello, lo que has dicho en forma de cumplido no lo ha sido en absoluto, por eso tiene tanta gracia. Tranquilo, te acostumbrarás. Más te vale que el cocinero no se entere.

Óscar quiso disculparse, pero prefirió cerrar la boca no fuera a ser que metiera la pata otra vez; así que fijó sus ojos en el plato y siguió comiendo.

C4
Finales de abril

Amanecía sobre el Mediterráneo, Óscar subió a cubierta para poder disfrutar de un amanecer en el mar. Era increíble la cantidad de colores que reflejaba el barco con aquella luz. Fotografió el horizonte sin la confianza de poder capturar por completo aquella belleza.

Los marineros se afanaban en desplegar las velas para aprovechar el viento de la mañana, aquí arriba todo estaba movimiento, cada grupo de marineros cumplía una función, formaban parte de una máquina bien engrasada.

Volvió a su camarote, tanta actividad le incomodaba sin tener nada que hacer. Por el camino se encontró con aquel camarero, ¿cómo se llamaba?, Spirus.

—Señor Ruiz, le estaba buscando.

—Estaba en cubierta disfrutando del amanecer y haciendo unas fotos.

—Lucius quiere verle, le está esperando en la biblioteca; por favor, venga conmigo.

Bajaron a la segunda cubierta. Había cientos de libros, todos colocados en estanterías que cubrían toda la pared. También había grandes mesas de madera maciza y sillones de cuero. Sentado en uno de ellos estaba Lucius, disfrutando de un café y leyendo un libro.

—Buenos días, Óscar. ¿Ya has desayunado, quieres algo?

—Un café estaría bien, gracias.

—Por favor, Spirus, ¿podrías traernos un café?

Spirus asintió con la cabeza y con una sonrisa se marchó sin más.

—Ten, Óscar, esto es para ti.

Lucius cogió del suelo un bote sin etiquetas, aunque no hacían falta: Óscar sabía perfectamente qué era.

—Vaya, gracias, mermelada de melocotón. Debí pedirle a Spirus unas tostadas.

—Eso se puede arreglar. —Entonces ocurrió algo que Óscar no entendió muy bien, Lucius se tocó la oreja y fue como si hablara directamente con Spirus.

—Spirus puedes traernos unas tostadas… muchas gracias.

Al ver la expresión de Óscar, Lucius se hurgó en el oído y extrajo un pequeño aparato.

—Es un comunicador, basta con apretarlo y pensar en la persona con quien quieres hablar, de esa forma te pone en contacto directamente; ingenioso, ¿verdad? Es el siguiente paso de vuestros smartphones.

—Parece que estáis más evolucionados que nosotros.

—Vamos un par de pasos por delante, sí. Nosotros no innovamos para ganar dinero, como el resto de las empresas; simplemente evolucionamos según vamos descubriendo. Eso aligera mucho las cosas. No nos anclamos en tablas de beneficios, simplemente hacemos lo que sabemos que es mejor para el bien común. Esa es una de las grandes razones por las que nos aislamos tanto del resto del mundo.

—Una pena, seguro que habríais sido una gran influencia.

—Nosotros siempre hemos puesto a disposición de vuestros gobiernos nuestra tecnología en energías limpias, pero es algo que no les interesaba. Les interesa más nuestra tecnología armamentística.

—Imagino que será otra de las razones de vuestro asilo, evitar que se filtre esa tecnología.

—Sí, es otra de las razones. Verás, Óscar, sabemos que Estados Unidos, Rusia y China han creado organizaciones secretas para intentar descubrir nuestros secretos. Conocen algunas de nuestras identidades falsas, pero no sabemos cuáles, por eso te di esa documentación falsa, si supieran o simplemente sospecharan que has tenido contacto con algunos de nosotros, irían a por ti.

—Entiendo.

—No, no lo entiendes, ya han estado investigándote a causa de tu obsesión por encontrarme, ellos, aunque desconocen mi identidad saben que soy romano y utilizarán cualquier herramienta que crean útil para dar conmigo.

—Pero yo solo te buscaba por los asesinatos. No tenía ni idea de que fueras romano.

—Pero ellos sí sabían que yo era romano. La marca que dejo en la frente de los cuerpos es una marca romana, significa «libérate». Ellos te seguían por si dabas conmigo.

En ese momento llego Spirus con el café y las tostadas. A Óscar le ardía una pregunta en la boca, pero temía hacerla, temía la respuesta. Tuvo que armarse de todo el valor que tenía dentro.

—¿Por qué las mataste? ¿Por qué mataste a tanta gente?

—Te lo dije, Óscar, no son gente, no son personas.

—Venga ya, Lucius, vi los cuerpos, eran personas como tú y como yo.

—Me temo que aún no puedes entenderlo, Óscar. ¿Y si te dijera que hay seres que son puro mal, seres que se esconden entre vosotros, en vuestras ciudades, seres que han evolucionado hasta adquirir vuestro aspecto?

—¿Qué tipo de seres?

—Seres antiguos, seres viles. En esta biblioteca hay libros que hablan de todos ellos. Aún quedan dos días para llegar a Equus. Están a tu disposición, léelos y después hablaremos.

C5
Lejos de allí, a finales de abril

La frustración y la impaciencia recorrían una vieja fábrica textil en la ciudad de Des Moines, Iowa. En realidad no era tal sino la base de una agencia secreta estadounidense dedicada al espionaje y al seguimiento de todo lo referente al pueblo romano.

El director de la agencia, John Keterman, no tenía un buen día. Había perdido la pista de un periodista español que se estaba acercando mucho a un legionario, así los llamaban.

En la agencia sabían que tenían varios legionarios escondidos en su país, sospechaban que tenían una base, pero eran escurridizos. También se producían asesinatos misteriosos. Los cuerpos aparecían con heridas de arma blanca y con una marca romana en la frente. Sabían que era una marca romana, pero no sabían lo que significaba.

Había ruinas romanas por toda Europa, África y Asia, del antiguo imperio, y había una gran cantidad de expertos, pero esa marca que ya aparecía en muros de antiguas ciudades se les escapaba.

El Gobierno quería descubrir los avances armamentísticos para adaptarlos a su ejército. Sus agentes habían tenido varios enfrentamientos con legionarios. Estos vestían extrañas armaduras negras que les cubrían completamente e iban armados con dos espadas. Aunque no eran las únicas armas de las que disponían, también arcos, lanzas y una especie de látigos con cabeza de lobo.

Creían que estas armaduras otorgaban al legionario más velocidad, más fuerza y más agilidad, además de una resistencia a cualquier tipo de proyectil, eran prácticamente invencibles, y eso asustaba mucho a los Estados Unidos y a otros países, que se afanaban en crear agencias secretas para descubrir todos sus enigmas.

El director Keterman se dirigía al centro de operaciones de seguimiento que tenían en la base. Del periodista español al que habían perdido la pista sabían que había tenido en un hostal en la Gran Vía madrileña una reunión con un sujeto desconocido. Tenía una orden para detenerle y sacarle toda la información que pudiera de la forma que fuera necesaria. En estos mundos tras las sombras, los derechos humanos no existen, ni las órdenes de detención convencionales, si creen que alguien tiene información se le secuestra y se le exprime hasta que diga todo lo que sepa. Eso sí, con el consentimiento del presidente, que era de las pocas personas que conocían la existencia de la agencia.

—Bien, ¿qué ha ocurrido? —dijo el director Keterman al jefe de equipo de seguimiento.

—Hemos perdido al objetivo de España.

—¿Cómo ha ocurrido?

—No lo sabemos, señor, su última ubicación era en su apartamento. Nos llegó la orden de su detención y procedimos a ejecutarla. Cuando entramos en el apartamento no lo encontramos allí. Había ropa revuelta y varias maletas por el suelo. Creemos que salió a toda prisa.

—¿No tenemos ninguna imagen?

El técnico agachó la cabeza y, temiendo la reacción del director, contestó:

—No, señor, las cámaras están muertas.

El director contuvo su ira, ya habría tiempo de mandar al técnico a Siberia; de momento necesitaba aclarar todo aquello.

—Creemos que le ayudaron a salir sin ser visto.

—¿Que le ayudaron? ¿Quién, y por qué?

—No lo sabemos, señor —contestó el jefe de grupo—. Hemos empezado a barrer todas las cámaras de estaciones de buses, tren y del aeropuerto Alfonso Guerra Barajas. Pronto tendremos algo. Si ha salido de la ciudad, lo sabremos.

—¿Y si ha salido en coche? —replicó el director.

—No nos consta que supiera conducir; además, hemos investigado todos los coches que circularon desde la última cámara operativa hasta la zona de sombra. Todos están localizados en la ciudad, ninguno ha salido.

—¿Cómo es posible que hayamos perdido todas las cámaras de esta zona? ¿Cómo sabían dónde estaban? —gritó el director, esta vez sin reprimir su ira.

—No lo sabemos, señor —se atrevió a decir con media voz el subordinado—. Es posible que se hayan podido colar en nuestro sistema y descubrir que le estábamos haciendo un seguimiento.

La cólera del director estaba a punto de traspasar todo límite conocido para él. Pensaba mandar a aquel estúpido y a todo su equipo al rincón más oscuro que encontrara. Tuvo que salir de aquella sala, sabía que había perdido una ocasión única. Aquel periodista sabía algo, tenía que saber algo. ¿Quién le había ayudado? Tenía que haber sido un legionario. ¿Quién si no? ¿Quién podría saber que estaban detrás de él? ¿Quién podría saber dónde estaban las cámaras? No cabía duda: aquel periodista estaba en contacto con un legionario, y le habían perdido.

C6
En algún lugar del Mediterráneo, finales de abril

Óscar estaba fascinado. Apenas había salido de la biblioteca en dos días. Había podido estudiar decenas de libros según los cuales había bestias que vivían escondidas al mundo, algunas completamente, otras solo salían para atrapar algún excursionista perdido y saciar su apetito.

En los montes Urales vivían los karlov. Vivían en cuevas profundas y en bosques espesos. No sabían el número exacto, algo que ocurría con casi todas las criaturas, solo sabían que cazaban excursionistas, habitantes de la zona, incluso militares rusos que hacían maniobras por la zona.

Su aspecto era monstruoso, medirían unos tres metros, cubiertos de pelo y con ojos negros y profundos, supuso que después de todo el yeti sí que existía, aunque le costaba creerlo.

En el desierto del Sahara vivían los maios. Moraban bajo las dunas en pequeños agujeros que ellos mismos construían. Eran seres delgados que vivían en comunidad, de un aspecto espeluznante, completamente blancos, con un solo ojo y una boca circular con infinidad de dientes. Cazaban a sus víctimas y las escondían en sus madrigueras, donde se alimentaban de ellas absorbiendo sus efluvios hasta dejar el cuerpo completamente seco.

Los yunos vivían en las selvas amazónicas, eran pequeños seres que vivían en las raíces de los árboles. En este caso se sabía que su número era elevado, lo que los hacía muy peligrosos. Siempre cazaban en grupos numerosos con venenos extraídos de la naturaleza. Sus presas favoritas eran individuos de las tribus que habitaban el Amazonas. Eran extremadamente sigilosos, su aspecto con esos dientes afilados y pelo espinoso hacía temblar a cualquiera.

Había decenas de seres como estos por todo el mundo, sobre todo en las zonas subdesarrolladas, montañas y bosques.

En los Cárpatos había un sinfín de túneles. En ese lugar habitaban unos seres medio humanos que, como en los casos anteriores, no eran simples animales, poseían una inteligencia y un dialecto, eran seres muy antiguos que habían conseguido vivir sin que nadie reparara en ellos. Habían conseguido llegar a ser mitos de leyendas populares. En estos túneles vivían los fresos, Óscar solo podía describirlos como unos orcos de Mordor. Habitaban los túneles donde componían una sociedad semicompleja. Solo salían para cazar y no lo hacían muy a menudo: se alimentaban de seres oscuros que vivían en lo más profundo de las cuevas, pero si algo apetitoso se acercaba a las lindes de sus puertas no dudaban en atraparlo.

Quizás los seres que más pánico le dieron fueran los arsar. Vivían en las grandes ciudades a la vista de todo el mundo, tenían vidas normales, con trabajos e incluso familias. Habían evolucionado tanto que habían adquirido el mismo aspecto que sus víctimas para pasar desapercibidos. Vivían en comunidades pequeñas y cazaban por todo el país en el que vivieran. Eran la principal preocupación de los romanos, sabían que su número estaba creciendo y que cada vez estaban adquiriendo más poder, pronto dejarían de vivir escondidos. Mostrarían su auténtica forma y someterían a la raza humana. Era un enemigo invisible que vivía entre nosotros alimentándose de nuestras vidas, deseos de una guerra.

Los romanos llevaban siglos cazándolos. Allá donde tuvieran pistas iban, investigaban y cazaban. A eso se dedicaba Lucius. Aún le costaba creer en todo aquello, pero si era verdad cualquiera estaba en peligro. Continuó leyendo, los arsar no son fáciles de matar, parece ser que tienen una fuerza extraordinaria y una gran velocidad, se le antojaba que eran como vampiros. Si los arsar eran reales quizás Bram Stoker se cruzó con ellos y le sirvieron de inspiración, aunque en aquellos libros no decían nada de que les afecte la luz del sol ni el ajo.

Óscar se levantó del sillón tambaleándose, demasiada información en tan pocos días, estaba sobrecogido con todo lo que había descubierto. No podía, más bien no quería creerlo, pero si así fuera le consolaba tener la amistad que estaba consolidando con Lucius. Desde luego, tenía que hablar con él de todo esto, pero no ahora, dejaría pasar unos días para digerir todo lo leído, que aun así era una muy pequeña parte de todo lo que escondía aquella biblioteca y era solo la biblioteca de un barco, no podía imaginar lo que guardarían en otro lugar.

Un sonido extraño alarmó de pronto a Óscar, seguido de unas palabras que no acertó a entender. Spirus se le acercó: durante el viaje Spirus no se separó de él, se le asignó la tarea de atender en exclusiva a Óscar durante el viaje.

—Hemos llegado, pronto desembarcaremos en el puerto de Equus, debería ir a su camarote y organizar su equipaje, Óscar.

Rápidamente Óscar se levantó para seguir el consejo de Spirus, el orden no era una de sus facetas y sabía que tardaría en recoger todo su camarote. Tenía hojas de anotaciones por doquier.

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