Kitabı oku: «Inteligencia social», sayfa 4

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2. LA RECETA DEL RAPPORT

La sesión de psicoterapia está en marcha. El psiquiatra está tenso y permanece formalmente sentado en su butaca, mientras su paciente yace tumbada y abatida sobre un sofá de cuero. Es evidente que se encuentran en longitudes de onda muy diferentes.

El psiquiatra acaba de cometer un grave error terapéutico, interpretando desafortunadamente un comentario de su paciente. Entonces se disculpa diciendo: «Sólo quería subrayar algo que creo que obstaculiza el tratamiento».

–No… –comienza la paciente, pero el terapeuta la interrumpe de nuevo con otra interpretación y, en el momento en que está a punto de responder, vuelve a cortarla.

Cuando finalmente logra hilvanar una frase entera, la paciente se queja de lo que se vio obligada a soportar mientras vivía con su madre –un comentario que también encierra una queja implícita hacia la actitud del terapeuta.

Así va discurriendo la sesión como un concierto discordante de instrumentos desafinados.

Veamos ahora lo que sucede, en otro entorno psicoterapéutico, en un momento de relación o rapport especialmente intenso.

El paciente acaba de comentarle a su terapeuta que ayer mismo concertó con su novia la fecha de su boda. Llevaban varios meses explorando el miedo al compromiso, pero finalmente su paciente pareció haber acopiado el coraje necesario para enfrentarse al matrimonio. Por ello celebraron contentos y en silencio ese momento.

El rapport fue tan completo que sus posturas y movimientos encajaban como si estuvieran ejecutando deliberadamente una danza en la que, cuando uno avanza, el otro retrocede.

Las grabaciones en vídeo de estas sesiones de terapia muestran un par de cajas metálicas rectangulares apiladas a modo de los componentes de un equipo estéreo de las que salen cables que se hallan conectados a uno de los dedos del terapeuta y de la paciente y que se encargan de registrar los cambios sutiles de sus respuestas de sudoración durante toda la sesión.

Estas sesiones se grabaron durante una investigación destinada a poner de manifiesto la danza biológica que subyace a nuestras interacciones cotidianas.1 En los vídeos de esas sesiones psicoterapéuticas, la respuesta fisiológica aparece bajo cada uno de los implicados como una línea ondulada (azul para el paciente y verde para el terapeuta) que oscila al ritmo de la emergencia y desaparición de las emociones.

El vídeo correspondiente a la primera sesión constituye la imagen misma de la desconexión y se parece al vuelo nervioso de dos pájaros que van cada uno por su cuenta.

En la segunda sesión, no obstante, las líneas parecen ejecutar una danza coordinada que se asemeja al vuelo de una bandada de pájaros y refleja la sintonía fisiológica que acompaña al rapport.

Este ejemplo ilustra los sofisticados métodos empleados hoy en día para estudiar la actividad cerebral, de otro modo invisible, que subyace a nuestras relaciones interpersonales. Aunque la respuesta de sudoración pueda parecer ajena al funcionamiento cerebral, la comprensión de lo que ocurre en el sistema nervioso central nos permite aventurar los correlatos neuronales que subyacen a esa especie de tango interpersonal.

Este estudio fue llevado a cabo por Carl Marci, psiquiatra de la Facultad de Medicina de Harvard, que llevó consigo el equipo de monitorización a la consulta de varios terapeutas voluntarios del área de Boston. Marci ha reunido a un selecto grupo de investigadores pioneros que han descubierto métodos muy ingeniosos para ir más allá del cráneo, que hasta entonces constituía una frontera infranqueable de la ciencia del cerebro. Tiempo atrás, la neurociencia sólo podía centrarse en el estudio del funcionamiento de un solo cerebro pero, en la actualidad, está en condiciones de analizar simultáneamente el funcionamiento de dos cerebros, poniendo de relieve la danza neuronal en la que se hallan implicados.

Los datos de las investigaciones realizadas por Marci le han permitido esbozar lo que él ha denominado el «logaritmo de la empatía», es decir, una expresión matemática que expresa la interacción concreta que existe en la respuesta de sudoración de dos personas en el momento especial del rapport, en el que uno se siente comprendido por el otro.

EL RESPLANDOR DE LA SIMPATÍA *

Recuerdo haber experimentado este tipo de rapport cada vez que, siendo estudiante de psicología, entraba en el despacho de Robert Rosenthal, profesor de estadística de Harvard. Bob (como todo el mundo le llamaba) tenía la merecida reputación de ser el profesor más afectuoso de todo el departamento. Independientemente de nuestras razones y de la ansiedad con la que entrásemos en su despacho, todos salíamos de él con la sensación de haber sido escuchados, entendidos y siempre nos sentíamos, de un modo que me atrevería a calificar como mágico, mejor.

Bob poseía una especial habilidad para que todo el mundo se sintiera bien y lo hacía de un modo que ni siquiera se notaba. Bien podríamos decir que su verdadera especialidad científica giraba en torno a los vínculos no verbales que establecen el rapport. Años más tarde, Bob y una colega publicaron un importante artículo subrayando los ingredientes fundamentales que convierten la relación en algo mágico, es decir, la receta del rapport.2

El rapport sólo existe entre los seres humanos y se halla presente en cualquier relación afectuosa, comprometida y amable. Pero su importancia va mucho más allá de los momentos fugaces de bienestar porque, en tal caso, las decisiones que toman las personas implicadas –ya se trate de una pareja organizando sus vacaciones, o de un equipo de ejecutivos planificando la estrategia de la empresa– son más creativas y eficaces.3

La sensación que acompaña al rapport es muy positiva y genera la armonía que jalona la simpatía, donde los distintos implicados experimentan la cordialidad, la comprensión y la autenticidad del otro. Aunque sólo sea de un modo provisional, se trata de una sensación que fortalece los vínculos interpersonales.

Son tres, según Rosenthal, los ingredientes que determinan este tipo de relación: la atención, la sensación de bienestar mutua y la coordinación no verbal que, cuando se hallan simultáneamente presentes, favorecen la emergencia del rapport.4

El primero de los ingredientes es la atención compartida. Cuando dos personas atienden a lo que el otro dice y hace, se genera una sensación de interés compartido, una atención de doble sentido que constituye una especie de adhesivo perceptual que favorece la emergencia de los mismos sentimientos.

Uno de los indicadores del rapport es la empatía mutua, y eso era precisamente lo que experimentábamos con Bob, porque él se hallaba completamente presente y nos prestaba toda su atención. Ése es el indicador que establece la diferencia entre las relaciones simplemente relajadas y el rapport porque si bien, en el primer caso, nos sentimos a gusto, no tenemos la sensación de que la otra persona se halle conectada con nuestros sentimientos.

Rosenthal cita un estudio en el que los sujetos del experimento se agruparon en parejas. Uno de los miembros de cada pareja, secretamente aliado con los investigadores, tenía que presentarse con un dedo herido y, en un determinado momento, parecer que volvía a lesionarse. Si, durante la supuesta lesión, el otro estaba mirando a los ojos de la supuesta víctima, se sobresaltaba e imitaba su expresión dolorida, cosa que era mucho menos probable cuando no miraba directamente aunque fuese, no obstante, consciente de su dolor.5 Y es que, cuando no prestamos una atención completa, sólo conectamos con el otro de un modo parcial y soslayamos detalles cruciales, especialmente de índole emocional. Mirar directamente a los ojos abre, pues, la puerta de acceso a la empatía. La atención, por tanto, no es más que el primero de los requisitos imprescindibles del rapport.

El siguiente ingrediente es la sensación positiva, que se pone básicamente de manifiesto a través del tono de voz y de la expresión facial. Debemos señalar que, para el establecimiento de una sensación positiva, los mensajes no verbales son mucho más importantes que todo lo que podamos decir. Resulta sorprendente, en este sentido, cierto experimento en el que, cuando los di- rectivos proporcionaban a sus subordinados un feedback poco halagador con un tono de voz y una expresión cordial y amable, quienes recibían las críticas no dejaban, por ello, de sentirse a gusto en la relación.6

La coordinación o sincronía constituye el tercer ingrediente fundamental de la fórmula del rapport de Rosenthal, que habitualmente discurre a través de canales no verbales tan sutiles como los movimientos corporales, el ritmo y la sincronía de la conversación. Las personas que han establecido un buen rapport se sienten bien y expresan libremente sus emociones. Sus respuestas espontáneas e inmediatas se hallan tan bien coordinadas como si estuvieran ejecutando una danza planificada de antemano. Sus ojos se cruzan con frecuencia, sus cuerpos permanecen próximos, se sientan cerca, sus narices permanecen más próximas que durante una conversación habitual y no se incomodan por la presencia de silencios.

A falta de tal coordinación, la conversación resulta incómoda, con respuestas inoportunas y pausas embarazosas, en cuyo caso los implicados se mueven nerviosamente o se quedan paralizados, desajustes todos ellos que acaban socavando el rapport.

LA SINCRONÍA

En un determinado restaurante local trabaja una camarera a la que todo el mundo adora, porque muestra un curioso talento natural para sintonizar con el ritmo y el estado de ánimo de sus clientes y entrar en sincronía con ellos.

Es silenciosa y discreta con el hombre taciturno que consume lentamente su refresco en la mesa de la esquina, pero se muestra extravertida y sociable con los ruidosos trabajadores de una empresa vecina que han venido a comer y se vuelca por completo al atender la mesa de la joven mamá, fascinando con una cara divertida y un par de chistes a sus dos hiperactivos hijos. No es de extrañar que todos sus clientes se lo agradezcan con una generosa propina.7

Esa camarera tan diestra en captar la longitud de onda de sus clientes ilustra perfectamente los beneficios interpersonales de la sincronía. Y, cuanto mayor es el grado de sincronía inconsciente entre los movimientos y gestos que se producen durante una determinada interacción, más positivamente se siente y recuerda el encuentro.

El poder sutil de esta danza se puso claramente de manifiesto en un ingenioso experimento con estudiantes de la Universidad de New York que se ofrecieron como voluntarios para lo que suponían que se trataba de un nuevo test psicológico. Los sujetos debían evaluar una serie de fotografías ante otro estudiante que, confabulado con los investigadores, sonreía, se mantenía serio, movía nerviosamente el pie o se frotaba el rostro.8

Hiciera lo que hiciese el sujeto aliado con los investigadores, el voluntario tendía a imitarle. Así, por ejemplo, cuando aquél se frotaba el rostro o esbozaba una sonrisa, provocaba en el sujeto el mismo tipo de respuesta. La minuciosa entrevista que siguió al experimento dejó muy claro que los voluntarios no tenían la menor idea de haber estado sonriendo o sacudiendo miméticamente su pie, ni tampoco habían sido conscientes de la danza gestual en la que acababan de participar.

Cuando, en otra de las facetas del mismo experimento, el entrevistador imitaba de forma intencionada los movimientos y gestos de la persona con la que hablaba, no les resultaba especialmente grato, pero la cosa era muy distinta cuando los imitaba de manera espontánea.9 A diferencia, pues, de lo que suelen afirmar libros muy populares al respecto, responder deliberadamente a alguien –imitando los movimientos de sus brazos o asumiendo su postura, por ejemplo– no favorece el rapport. En este sentido, la imitación mecánica y fingida parece hallarse completamente fuera de lugar.

Los psicólogos sociales han descubierto una y otra vez que, cuanto más naturalmente coordinados –es decir, cuanto más simultáneos, al mismo ritmo o armonizados de cualquier otro modo– se hallen los movimientos de las personas que se relacionan, más positivos son sus sentimientos.10 El mejor modo de percatarnos de ese flujo no verbal consiste en observar una conversación entre dos amigos desde una distancia que no nos permita escuchar lo que están diciendo, en cuyo caso asistimos a una elegante danza de la que también participa el contacto ocular.11 Es interesante señalar, en este último sentido, que cierto coach de teatro familiariza a sus discípulos con esta danza silenciosa visionando películas en las que el sonido, sin embargo, permanece desconectando.

La ciencia actual dispone de herramientas que actúan como una especie de lupa que pone de manifiesto aspectos que resultan invisibles al ojo desnudo, como la sintonía entre el ritmo respiratorio del que escucha y la emisión de aire del que habla.12 Los experimentos realizados en este sentido han puesto de relieve que, cuando dos amigos están hablando, su ritmo respiratorio se acopla, de modo que ambos respiran al mismo tiempo, o que cuando uno exhala, el otro inhala.

La intensidad de esta sincronía respiratoria es mayor cuanto mayor es la proximidad entre los participantes y aumenta todavía más en los momentos en que ríen ya que, en tal caso, comienzan casi en el mismo instante y, mientras lo hacen, se sincroniza también su ritmo respiratorio.

La coordinación constituye una especie de amortiguador social de los encuentros interpersonales y cumple con la función de lubricar los momentos más embarazosos, como las largas pausas, las interrupciones y las ocasiones en que ambos interlocutores hablan simultáneamente. Por eso, aun cuando una conversación se deshilvane o caiga en el silencio, la sincronía mantiene la sensación de relación, transmitiendo un mensaje tácito de acuerdo y comprensión entre emisor y receptor.

A falta de esta sincronía física, la conversación requiere, para que los participantes se sientan cómodos, de una mayor coordinación verbal. Esto es algo que queda muy claro cuando, por ejemplo, las personas no pueden verse –como sucede en una conversación telefónica o a través de un interfono–, en cuyo caso las pautas verbales y la alternancia deben coordinarse más que cuando los interlocutores se hallan físicamente presentes.

La simple coincidencia de posturas constituye un elemento extraordinariamente importante del rapport. Cierto estudio que investigó los cambios de postura de los alumnos de un aula descubrió por ejemplo que, cuanto más semejantes son sus posturas a las de sus profesores, más intenso es el rapport y mayor también su nivel general de implicación mutua. De hecho, la coincidencia postural constituye un indicador muy claro del clima emocional del aula.13

La sincronía va acompañada de un placer visceral cuya intensidad es tanto mayor cuanto mayor sea el tamaño del grupo. La expresión estética de la sincronía grupal se manifiesta en el disfrute universal de bailar o moverse al mismo ritmo que puede advertirse en el impulso que mueve los brazos de los espectadores que “hacen la ola” en las gradas de un estadio de fútbol.

El fundamento neurológico de la resonancia se halla integrado en la estructura misma de nuestro sistema nervioso. Aun estando en el útero de la madre, el feto sincroniza sus movimientos con el ritmo del habla humana, pero no con otros sonidos. El niño de un año de edad sincroniza el momento y la duración de su parloteo infantil con el de su madre, y cuando el bebé se encuentra con su madre (o cuando dos extraños se ven por vez primera), la sincronía transmite el mensaje «estoy contigo», una forma implícita de decir «continúa, por favor» que mantiene el compromiso de la otra persona. Y, cuando la conversación toca a su fin, se alejan de la sincronía, enviando señales implícitas de que ha llegado ya el momento de concluir la interacción. Cuando, por otra parte, la interacción no alcanza la sincronía –es decir, cuando se interrumpen o, de algún modo, no acaban de encajar–, se genera un sentimiento negativo.

Cualquier conversación discurre a través de dos canales, el superior (que transmite la racionalidad, las palabras y los significados) y el inferior (que opera a un nivel subverbal y expresa una vitalidad ajena a toda forma), manteniendo la interacción a través de la experiencia inmediata de la conexión. La sensación de conexión no depende tanto de lo que se dice como del vínculo emocional tácito más directo e íntimo.

Esta conexión subterránea no es ningún misterio, porque siempre manifestamos nuestros sentimientos sobre las cosas mediante expresiones faciales espontáneas, como gestos, miradas y similares. Es como si, a un nivel sutil, estuviésemos manteniendo una conversación silenciosa que nos permitiera adivinar, entre líneas, cómo nos sentimos en la relación y ajustarnos así en consecuencia.

Cuando dos personas conversan podemos contemplar este minué emocional en la danza de sus cejas, en los gestos rápidos de sus manos, en las expresiones faciales fugaces, en los veloces ajustes del ritmo verbal, en los intercambios de miradas y cosas por el estilo. Esta sincronía es la que nos permite acoplarnos y conectar y, si lo hacemos bien, entrar en resonancia emocional positiva con los demás.

Cuanto mayor es la sincronía, más semejantes son las emociones que experimentan los implicados y su mantenimiento determina el ajuste emocional. Cuando, por ejemplo, un bebé y su madre pasan juntos de un bajo nivel de energía y alerta a otro más elevado, es mayor el placer que experimentan. La misma capacidad de resonar de ese modo indica la existencia, incluso en los bebés, de circuitos cerebrales subyacentes que convierten la sincronía en algo muy natural.

LOS RELOJES INTERNOS

–Pregúnteme por qué no puedo contar un buen chiste.

–Muy bien. ¿Por qué no puede…

–Porque carezco de sentido de la oportunidad.

Los buenos cómicos poseen un gran sentido del ritmo y de la oportunidad para contar chistes y, lo mismo sucede en el caso de los concertistas que estudian una partitura musical, suelen analizar minuciosamente cuántas pulsaciones deben esperar antes de rematar un chiste… o, como bien ilustra el chiste que acabamos de mencionar, cuándo deben interrumpirlo. Conseguir el pulso justo garantiza la expresión artística del chiste.

La Naturaleza ama el ritmo. La ciencia ha descubierto que el mundo natural está lleno de sincronías cada vez que un proceso natural se acopla y oscila al ritmo de otro. Así, cuando las olas están desacompasadas, se anulan mutuamente y cuando, por el contrario, se sincronizan, se ven amplificadas.

Ese acompasamiento se halla muy presente en el mundo natural (desde las olas del océano hasta los latidos del corazón) y también afecta al dominio de las relaciones interpersonales cuando nuestros ritmos emocionales se sincronizan. Cuando un “metrónomo humano” nos propone un determinado ritmo nos hace un favor, y viceversa.

El mejor modo de advertir esta sincronía quizás consista en escuchar el despliegue virtuoso de un concierto, en cuyo caso los músicos parecen extasiados y oscilar al ritmo de la música. Pero lo más interesante es que, por debajo de esa evidente sincronía, la conexión se asienta en los mismos cerebros de los músicos.

La investigación realizada sobre la actividad neuronal de cualquier par de esos músicos pone de manifiesto una gran sincronicidad. Cuando dos violoncelistas, por ejemplo, tocan el mismo fragmento musical, el ritmo de activación neuronal de sus hemisferios derechos parece acoplarse, una sincronía que es mucho mayor que la que existe entre los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro de cada uno de los ejecutantes.14

A fin de establecer ese grado de sintonía es necesario contar con el concurso de lo que los neurocientíficos denominan “osciladores”, es decir, sistemas neuronales que actúan como relojes que nos permiten llevar a cabo los ajustes y reajustes necesarios para coordinar su tasa de activación en función de la periodicidad de un determinado input,15 que va desde algo tan sencillo como el ritmo al que una amiga le da los platos que está lavando para que usted los seque hasta algo tan complicado como los movimientos de un pas de deux bien coreografiado.

Aunque habitualmente demos por sentada esa coordinación, se han desarrollado elegantes modelos matemáticos con el objetivo de tratar de describir esta microrrelación.16 Esas matemáticas neuronales se aplican cada vez que sincronizamos nuestros movimientos con el mundo exterior, no sólo con el mundo humano, sino también con el mundo físico, como ilustra perfectamente el portero que intercepta un balón lanzado a toda velocidad, o el tenista que devuelve un saque a 150 kilómetros por hora.

Los matices del ritmo y la sincronía de la más sencilla de las interacciones son tan complejos como una improvisación de jazz. Si simplemente se tratara de algo tan sencillo como asentir con la cabeza no habría motivos para sorprendernos, pero lo cierto es que las cosas son mucho más complejas.

Consideremos las muchas formas en que nuestros movimientos se entremezclan.17 Cuando dos personas se hallan inmersas en una conversación, el movimiento de sus cuerpos parece replicar el ritmo y la estructura del discurso. El análisis fotograma a fotograma de una conversación revela que los movimientos de los implicados puntúan el ritmo de su conversación y que los movimientos de su cabeza y manos coinciden con las vacilaciones y los puntos de mayor tensión del discurso.18

Lo más sorprendente es que esta sincronización corporal y verbal se produce en fracciones de segundo en una danza cuya complejidad queda muy lejos del alcance de nuestro pensamiento. En este sentido, el cuerpo es una especie de marioneta del cerebro y el reloj cerebral funciona en el orden de las milésimas de segundo, mientras que nuestro procesamiento de información consciente (y, en consecuencia, nuestros pensamientos al respecto) lo hace en el orden de los segundos.

Pero, aunque se halle fuera del alcance de la conciencia y baste, para ello, con la información proporcionada por la simple visión periférica, nuestro cuerpo se sincroniza con las pautas sutiles de la persona con la que estamos relacionándonos.19 Esto resulta fácil de advertir cuando damos un paseo con alguien porque, al cabo de pocos minutos, nuestros brazos y piernas se mueven en perfecta armonía, como sucede también cuando entran en sincronía dos péndulos que oscilan libremente.

Los osciladores son el equivalente neuronal de la cancioncilla de Alicia en el país de las maravillas que dice: «¡Venga, baila, venga, baila, venga, baila y déjate llevar!». Cuando estamos con otra persona, esos marcapasos nos sincronizan inconscientemente, como sucede con los amantes que se acercan para darse un abrazo o se toman las manos en el mismo instante mientras caminan por la calle. (En cierta ocasión, una amiga me contó que el hecho de que el chico con el que estaba paseando mostrase dificultades en seguir el mismo ritmo era, para ella, un indicador de que más adelante podían presentarse problemas.)

Cualquier conversación exige cálculos cerebrales muy complejos en los que los osciladores neuronales se ven obligados a realizar continuos ajustes para mantener la sincronía. En esa microsincronía, precisamente, se basa la afinidad que nos permite experimentar lo mismo que la persona con la que estemos hablando.

Y esta rumba intercerebral silenciosa nos resulta tan sencilla porque aprendimos sus movimientos básicos durante nuestra más temprana infancia y, desde entonces, la hemos estado ejercitando a lo largo de toda nuestra vida.

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Hacim:
694 s. 7 illüstrasyon
ISBN:
9788472457799
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