Kitabı oku: «Inteligencia social», sayfa 6

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EL EFECTO DE LA CARA FELIZ

Cuando, en los años ochenta, conocí a Paul Ekman, acababa de pasar casi un año de su vida aprendiendo a controlar voluntariamente, delante de un espejo, cada uno de los cerca de doscientos músculos de la cara, lo que no dejaba de estar exento de cierta heroicidad porque, en varias ocasiones, se vio obligado a aplicarse una ligera descarga eléctrica para poder ubicar algunos músculos difíciles de detectar. Después de dominar esa hazaña de autocontrol, esbozó un mapa muy exacto de los distintos sistemas musculares que se ponen en marcha al exhibir cada una de las grandes emociones y sus múltiples variantes.

Ekman ha identificado dieciocho tipos diferentes de sonrisa basados en distintas combinaciones de los quince músculos faciales implicados. Entre ellas cabe señalar, por nombrar sólo unas pocas, la sonrisa postiza que parece pegada a un rostro infeliz y transmite una actitud del tipo “sonríe y apechuga” que parece el reflejo mismo de la resignación; la sonrisa cruel que exhibe la persona malvada que disfruta haciendo daño a los demás, y la sonrisa distante característica de Charlie Chaplin, que moviliza un músculo que la mayoría de la gente no puede mover voluntariamente y parece, como dice Ekman, «reírse de la risa».17

También hay, obviamente, sonrisas genuinas que transmiten la alegría y la diversión espontánea y que son, con toda probabilidad, las más evocadoras, por cuanto que son las que más fácilmente registran las neuronas espejo destinadas a detectar sonrisas y desencadenar las nuestras.18 Como dice cierto proverbio tibetano: «La mitad de tu sonrisa es para ti y la otra mitad para el mundo».

La sonrisa es la más positiva de todas las expresiones emocionales, porque el cerebro humano parece preferir los rostros felices y los reconoce más fácil y rápidamente que los que expresan emociones negativas, algo que se conoce como “el efecto de la cara feliz”.19

Algunos neurocientíficos sugieren que el cerebro posee un sistema que nos predispone hacia los sentimientos positivos y nos lleva a asumirlos con más frecuencia que los negativos y a tener, en consecuencia, una visión más positiva de la vida.

Eso significaría que la Naturaleza tiende a fomentar las relaciones positivas y que no nos hallamos inicialmente predispuestos hacia la hostilidad, con independencia del importante papel que desempeñe la agresividad en los asuntos humanos.

Los momentos positivos y alegres desencadenan de inmediato la resonancia, incluso entre completos desconocidos. En lo que puede ser otro ejemplo de investigación psicológica destinada a demostrar lo evidente, se propuso a parejas de desconocidos una serie de juegos absurdos como por ejemplo dirigir, hablando a través de una pajita, el movimiento de otra persona que, con los ojos vendados, trata de lanzar y recoger una pelota, un ejercicio que aboca a una impotencia que no tarda en provocarles las más sonoras risotadas.

Cuando el mismo juego se llevó a cabo sin emplear la pajita y sin vendar los ojos, los sujetos no llegaban, sin embargo, a estallar en carcajadas, aunque sí experimentaban una fuerte sensación de proximidad, por más que sólo hubieran estado practicando unos pocos minutos.20

Ciertamente, la risa puede ser la distancia más corta entre dos cerebros, provocando un contagio irrefrenable que establece un vínculo social inmediato.21 Cuanto más amigos sean dos adolescentes, por ejemplo, más atolondradamente se reirán y mayor será la sincronía que experimentarán o, dicho en otras palabras, mayor será su resonancia,22 hasta el punto de que lo que para un padre puede simplemente parecerle un bullicio infernal puede resultar, para su hijo, el paradigma de la proximidad.

GUERRA DE MEMES

Desde la década de los setenta, las canciones rap han glorificado el estilo de vida de las bandas juveniles, las armas, las drogas, la agresividad, la misoginia, los chulos, los buscavidas y el gusto por la ostentación. Pero últimamente las cosas parecen estar cambiando, como también lo hace la vida de algunos de sus músicos.

«Parece como si el hip-hop tuviera que ver con fiestas, armas y mujeres», reconoce Darryl McDaniels, cantante del conocido grupo de rap Run D.M.C. Pero McDaniels, que prefiere el rock and roll al rap, añade: «Eso está bien para estar en una “disco” pero, desde las nueve de la mañana hasta el momento en que me acuesto, esa música no me dice gran cosa».23

Esta queja presagia el advenimiento de una nueva ola rap que abraza una visión más completa, aunque todavía bastante controvertida, de la vida. Como admitió John Stevens, uno de estos raperos reformados al que se conoce como Legend: «Lo cierto es que no me siento a gusto componiendo música que exalta la violencia y cosas por el estilo».24

En lugar de eso, Legend y su también reformado colega rap Kanye West han ido derivando hacia una actitud que combina la autocrítica con la ironía social, una sensibilidad más acusada que refleja su experiencia vital y ha discurrido por caminos muy ajenos a los que siguieron casi todas las estrellas de rap del pasado. Stevens se licenció en la Universidad de Pennsylvania y Kanye es hijo de una profesora universitaria. Como dice Kanye: «Mi madre es profesora y yo también soy una especie de maestro».

La letra del rap, como cualquier poema, ensayo o novela, puede entenderse como un sistema de transmisión de “memes”, es decir, de ideas que se transmiten de una mente a otra como lo hacen las emociones. No olvidemos que la noción de un meme se vio modelada por la de gen, una entidad que también se reproduce transmitiéndose de una persona a otra.

Memes especialmente poderosos como los de “democracia” o “higiene personal” nos llevan a actuar de un determinado modo, porque son ideas que tienen un impacto muy poderoso.25 Y cuando unos memes se oponen a otros, nos hallamos en presencia de una batalla de ideas.

El poder de los memes parece deberse a su relación con la vía inferior, a través de su asociación con las emociones intensas. Tengamos en cuenta que, para nosotros, una idea es importante en la medida en que nos moviliza, y eso es precisamente lo que hacen las emociones. Los ritmos oscilantes de la vía inferior intensifican el impacto provocado por la letra de las canciones rap (o de cualquier otra canción) y le proporcionan una fuerza muy superior a la que provocaría su mera lectura. Quizás, en este sentido, los memes sean algún día entendidos como neuronas espejo en acción.

Sus guiones inconscientes determinan gran parte de lo que hacemos, especialmente cuando funcionamos en la modalidad “automática”. Pero cuanto mayor es su poder sutil para movilizarnos a actuar, más elusivos resultan.

Veamos ahora el extraordinario poder que tienen los memes a la hora de dirigir lo que hacemos en las relaciones interpersonales.26 En un determinado experimento, un grupo de voluntarios escuchó una lista de palabras que contenían referencias indirectas a la mala educación, como “grosero” y “asqueroso”, mientras que otro grupo oyó palabras como “considerado” y “educado”, después de lo cual se les invitó a transmitir un mensaje a alguien que estaba hablando con una tercera persona. Los resultados de esa investigación pusieron de relieve que dos de cada tres de los que habían atravesado el primer proceso no tuvieron problema alguno en interrumpir la conversación, mientras que ocho de cada diez de quienes habían atravesado por el segundo llegaron a aguardar hasta diez minutos antes de atreverse a interrumpirla.27

También hay situaciones en la que acontecimientos inadvertidos pueden conducir a sorprendentes sincronicidades. De qué otro modo podríamos explicar lo que, en cierta ocasión, nos sucedió a mi esposa y a mí mientras estábamos de vacaciones en una isla tropical. Una mañana vimos un precioso velero de cuatro palos navegando en la distancia que mi esposa me propuso fotografiar, de modo que así lo hice, la primera foto que tomábamos en los diez días que llevábamos allí.

Pocas horas después decidí meter la cámara en la mochila y llevarla al restaurante en el que íbamos a comer. Mientras caminábamos en dirección al chiringuito, ubicado en una playa cercana, se me ocurrió comentarle que había cogido la cámara, pero antes de pronunciar una sola palabra, me preguntó: «¿Has traído la cámara?». Fue como si me hubiera leído la mente.

Este tipo de sincronicidades parecen ser el correlato verbal del contagio emocional. Nuestros trenes asociativos discurren a través de cauces, circuitos de aprendizaje y recuerdos concretos, y, cuando uno de ellos se ha visto estimulado, incluso por la mera mención, sigue activo en el inconsciente, más allá del alcance de nuestra atención activa.28 Como dijo el famoso dramaturgo ruso Anton Chejov, jamás pongas nunca un arma en el decorado de la pared del segundo acto que no pienses usar al finalizar el tercero, porque los espectadores ya estarán aguardando escuchar los primeros disparos.

El simple hecho de pensar en una determinada acción predispone a nuestra mente a realizarla, proporcionándonos así una especie de guía para acometer nuestras rutinas cotidianas sin necesidad de realizar el esfuerzo consciente de pensar en todo lo que debemos hacer a continuación, una especie de agenda mental de las cosas que tenemos que hacer. Por ejemplo, el ver el cepillo de dientes en el lavabo nos invita a cogerlo y a lavarnos automáticamente los dientes.

Este impulso a la acción determina todo tipo de actividades. Por eso, cuando alguien nos habla en voz baja nosotros le respondemos del mismo modo, y cuando hacemos un comentario sobre la última carrera de Fórmula Uno que hemos visto a alguien que está conduciendo por una autopista, lo más probable es que pise el acelerador sin darse cuenta siquiera de ello. Parece como si el cerebro sembrase sentimientos, pensamientos e impulsos similares en el cerebro de los demás.

Los trenes asociativos que discurren por vías paralelas pueden llevar a dos personas a pensar, hacer o decir casi lo mismo en el mismo momento. Lo más probable es que, cuando mi esposa y yo tuvimos el mismo pensamiento, alguna percepción momentánea desencadenara en nosotros una cadena asociativa que nos llevó a ambos a pensar en la cámara.

Esa intimidad mental refleja también una proximidad emocional. Así pues, cuanto más cercana y comunicativa sea una determinada pareja, más exacta será también su comunicación intuitiva.29 Cuanto más conocemos a alguien y mayor es nuestro rapport, más probable es también que confluyan nuestros pensamientos, sentimientos, percepciones y recuerdos,30 en una especie de fusión mental en la que ambos podemos llegar a percibir, pensar y sentir lo mismo.

Ese tipo de convergencia se da incluso entre desconocidos que se convierten en amigos. Consideremos ahora el siguiente estudio realizado en Berkeley con estudiantes universitarios a los que se les había asignado la misma habitación de una residencia. Los investigadores seleccionaron a varias parejas de recién ingresados y rastrearon sus respuestas emocionales mientras visionaban varias secuencias cinematográficas, una de ellas una divertida comedia protagonizada por Robin Williams y la otra un dramón que mostraba el duelo de un niño por la muerte de su padre. En el primer visionado, las reacciones de las personas que acababan de conocerse eran tan diferentes como las de cualquier otro par de desconocidos tomados al azar. Siete meses más tarde, sin embargo, resultaron sorprendentemente similares.31

LA LOCURA DE LAS MASAS

Los hooligans son las bandas de fanáticos del fútbol responsables de las batallas campales que, de vez en cuando, sacuden los estadios europeos. Pero, independientemente del país en el que ocurran, la fórmula que genera este tipo de episodios es siempre la misma.

La cosa comienza cuando una pequeña panda de forofos llega al lugar del encuentro con varias horas de antelación y em- pieza a beber hasta emborracharse, alborotando y cantando las canciones de su club. En la medida en que la multitud va congregándose, el grupo se sume en ella ondeando la bandera de su equipo, con cánticos y gritos en contra del equipo rival que acaban propagándose a toda la masa. Algunos de los forofos se entremezclan entonces con los seguidores del otro equipo y la agresividad va en aumento, hasta que uno de ellos ataca a un fan del equipo rival, desencadenando un incidente que acaba generalizándose.

La fórmula del histerismo colectivo violento es la misma desde comienzos de los ochenta, con consecuencias eventualmente trágicas.32 La multitud beligerante y ebria establece las condiciones idóneas para desencadenar un estallido de violencia, porque el alcohol desinhibe el control neuronal de los impulsos, y cuando se dispara el primer ataque, el contagio se ocupa del resto.

En su ensayo Masa y poder, Elias Canetti señala que lo que convierte a un conjunto de individuos en una masa es su sometimiento a “una pasión” compartida, una emoción que se contagia y acaba conduciendo a una acción colectiva.33 Y esta rápida generalización de los estados de ánimo sucede gracias a la sincronización fisiológica de sus subsistemas biológicos.34

Es muy probable que la velocidad de transmisión de los cambios de conducta de una masa se originen en la coordinación de las neuronas espejo y que la rapidez del proceso de toma de decisiones dependa del tiempo que necesiten las neuronas espejo para transmitir la sincronía de persona a persona (aunque ésta, por el momento, no deje de ser más que una mera conjetura).

Este contagio grupal puede advertirse, de manera más reposada, en cualquier interpretación en la que los actores o los músicos generan un efecto de campo jugando con las emociones del público como si fueran instrumentos. En este sentido, las obras de teatro, los conciertos y el cine nos permiten acceder a un entorno emocional compartido con muchos desconocidos. Como suelen decir los psicólogos, resonar positivamente con los demás es “intrínsecamente reforzador” y hace que todo el mundo se sienta bien.

El contagio grupal se produce incluso en el más pequeño de los grupos y basta, para ello, con que tres personas permanezcan sentadas frente a frente durante algunos minutos, en cuyo caso a falta de jerarquía de poder, la persona con el rostro emocionalmente más expresivo será la que establezca el tono de la interacción.35

El contagio se transmite a través de cualquier grupo coordinado de personas. Consideren el siguiente experimento sobre toma de decisiones en el que un grupo debía reunirse con el fin de repartir los beneficios anuales de una supuesta empresa entre sus empleados sin perder de vista dos objetivos fundamentales, conseguir el mayor provecho para su candidato sin perder simultáneamente de vista el uso más adecuado posible de los fondos de la empresa.

Las agendas conflictivas acaban generando tensión y, al finalizar la reunión, todo el mundo se siente mal, cosa que no sucede en un grupo con idéntico objetivo pero que moviliza otro tipo de emociones.

Las dos reuniones mencionadas eran simulaciones empresariales de una investigación realizada en la Universidad de Yale, y hoy en día clásica, en la que los voluntarios se dividieron en grupos para repartir los beneficios.36 Lo que nadie sabía era que uno de los integrantes de cada grupo era, en realidad, un consumado actor al que se le había asignado la tarea de mantenerse cordial y entusiasta con uno de los grupos y deprimido y enojado con el otro.

La investigación demostró una clara modificación del estado de ánimo de los miembros de ambos grupos y que, cuando el actor manifestaba su opinión de manera amable y cordial, los miembros del grupo se sentían mejor que cuando, por el contrario, se mostraba irritable, en cuyo caso la gente iba malhumorándose con el paso del tiempo. Pero nadie parecía saber, no obstante, lo que había transformando inconscientemente su estado de ánimo.

Los sentimientos que se mueven entre los miembros de un grupo pueden sesgar el modo en que procesan la información y llegar a influir, en consecuencia, en las decisiones que acaben tomando.37 Y esto implica que cualquier grupo que pretenda llegar a una decisión conjunta haría bien en no centrar exclusivamente su atención en el contenido de lo que se dice y en tener asimismo en cuenta las emociones compartidas.

Esta convergencia sugiere la existencia de un magnetismo sutil e inexorable, un impulso que se asemeja a la gravedad y lleva a las personas que se hallan estrechamente relacionadas –ya sea familiares, amigos o compañeros de trabajo– a pensar y sentir de manera parecida sobre ciertas cosas.

4. EL INSTINTO DEL ALTRUISMO

Una tarde en el Princeton Theological Seminary, cuarenta estudiantes en prácticas aguardaban para pronunciar un breve sermón del que posteriormente serían evaluados. A la mitad de ellos se les había asignado temas de la Biblia entresacados al azar, mientras que la otra mitad debía hablar de la parábola del Buen Samaritano, que se detuvo a socorrer a un menesteroso con el que tropezó en su camino y al que ignoraban personas supuestamente más “piadosas”.

Cada quince minutos, uno de los seminaristas debía dirigirse al edificio en el que tenía que pronunciar su sermón, sin saber que estaba participando involuntariamente en un experimento sobre el altruismo.

Su camino pasaba necesariamente por una puerta en la que un pordiosero pedía limosna. Veinticuatro de los cuarenta estudiantes pasaron junto a él ignorándole sin que tuviera en ello la menor incidencia el hecho de estar pensando en la parábola del Buen Samaritano.1

La investigación demostró la importancia que posee la variable tiempo, porque sólo uno de cada diez de quienes creían llegar tarde se detuvo, una proporción que fue seis veces superior entre quienes creían disponer de suficiente tiempo.

De las muchas variables que intervienen en el altruismo, el hecho de tener tiempo suficiente para prestar atención ha demostrado ser especialmente crítica porque, en tal caso, nuestra empatía aumenta y, con ella, también lo hace la probabilidad de establecer un vínculo emocional. Obviamente, las personas difieren en su capacidad, disposición e interés en prestar atención. No debe extrañarnos, por tanto, que el adolescente malhumorado que no presta ninguna atención a su madre regañona, esté charlando amable y atentamente por teléfono, al instante siguiente, con su novia. Por este motivo, los seminaristas que menos tiempo tenían fueron los más incapaces y menos dispuestos a prestar atención al mendigo porque, al hallarse sumidos en sus propios pensamientos, no sintonizaron con él y, en consecuencia, tampoco le brindaron su apoyo.2

Es poco probable que, quienes viven en ciudades muy ajetreadas, adviertan, saluden y ayuden a las personas con las que se cruzan a causa de lo que se ha denominado el “trance urbano”, un estado de ensimismamiento en el que, según los sociólogos, tendemos a sumirnos para sustraernos del incesante bombardeo de los estímulos que nos rodean. Pero esa estrategia, obviamente, no sólo nos desconecta de las distracciones, sino también de las necesidades apremiantes de quienes nos rodean con lo que, como dijo cierto poeta, acabamos enfrentándonos «al bullicio urbano aturdidos y ensordecidos».

Tampoco debemos olvidar los muchos modos con los que la sociedad cierra nuestras ventanas sensoriales. Precisamente por eso, el mendigo que pide limosna en la calle de una ciudad no merece siquiera la atención de los peatones que, pocos metros más adelante, se detienen a escuchar y responder con solicitud a la mujer bien arreglada que pide firmas para una determinada causa política (aunque es obvio que las cosas pueden discurrir, dependiendo de nuestras simpatías, exactamente al revés). Resumiendo, pues, nuestras prioridades, nuestra socialización y numerosos factores psicológicos y sociales pueden llevarnos a prestar o no atención y determinar así, en consecuencia, nuestra empatía y las emociones que experimentamos.

El simple hecho de prestar atención establece una conexión emocional, pues en su ausencia la empatía es imposible.

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