Kitabı oku: «Esta no es la vida que pedí», sayfa 3

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A tres minutos de la muerte

“La gente comenzó a gritar y a llorar. Algunos padres se enfrascaron en un estira y afloja con sus hijos, porque uno quería partir y el otro quedarse. Era tanta la gente que había decidido escapar del Templo del Pueblo, que el consulado tuvo que pedir otro avión.

”Partimos hacia la pista de aterrizaje. Vestido con un poncho amarillo que le quedaba grande, Larry Layton, el asistente de Jones, parecía demasiado ansioso por subir al avión de carga. Desconfiaba de él, por lo que pedí que lo registraran antes de abordar. Un periodista lo cateó, pero no encontró el arma que Layton había escondido debajo de su poncho. Al recordarlo me doy cuenta de lo indefensos que estábamos: un congresista, sus asistentes, periodistas y camarógrafos; no había entre nosotros ningún oficial de policía o escolta militar. No teníamos nada que nos protegiera, más que el escudo imaginario de la invulnerabilidad de un congresista y los miembros del cuerpo de prensa de Estados Unidos.

”De repente, escuchamos un grito. Segundos después oí un sonido poco familiar. Vi gente corriendo hacia los arbustos y me di cuenta de que el ruido era de disparos. Me tiré al suelo y me acurruqué alrededor de una llanta del avión, fingiendo estar muerta. Escuché pasos. Sentí mi cuerpo contraerse mientras alguien me disparaba a quemarropa. Recibí cinco disparos.

”Los hombres armados continuaron caminando por la pista de asfalto, disparando a gente inocente. Pronto se hizo el silencio. Abrí los ojos y miré mi cuerpo. Un hueso sobresalía de mi brazo y había sangre por todas partes. Recuerdo haber pensado: ‘Dios mío, tengo veintiocho años y estoy a punto de morir’. Le grité al congresista Ryan, llamándolo varias veces. No hubo respuesta.

”El motor del avión todavía estaba encendido, y pensé que si me las arreglaba para llegar a la escotilla de carga, podría escapar de aquel lugar. Me arrastré hacia la abertura del compartimiento de equipaje, reptando tanto como pude. Un periodista del Washington Post me recogió y me puso dentro del área de carga. Recuerdo haberle preguntado si podía darme algo para detener la hemorragia, y él me dio su camisa. Estaba perdiendo tanta sangre que la camisa se empapó en segundos.

”El avión estaba lleno de orificios de bala, y pronto nos dimos cuenta de que nunca podríamos salir de aquel infierno en la tierra. Alguien me sacó del avión y me puso de nuevo en la pista. Accidentalmente colocaron mi cabeza sobre un hormiguero, y las hormigas comenzaron a subirse a mí. Tirada a mi lado estaba la grabadora de algún reportero. Grabé mi último mensaje para mis padres y hermano, diciéndoles que los amaba.

”Supuestamente el Ejército de Guyana aseguraría la pista de aterrizaje y vendría a rescatarnos. Decidí creer firmemente que así sería; sin embargo, oscureció y seguíamos esperando. Aunque mi dolor era insoportable, me aferré a la vida.

”A mitad de la noche, entre los que estábamos en la pista de aterrizaje se corrió la voz de que había ocurrido un suicidio masivo en el Templo del Pueblo. A la una de la tarde del día siguiente, veinte horas después del tiroteo, llegó la Fuerza Aérea de Guyana. Su arribo coincidió con la transmisión de un mensaje en el que se anunciaba al mundo que más de 900 personas, incluido un congresista estadounidense y miembros de su delegación, habían muerto. Los titulares lo calificaron como el peor suicidio masivo de la historia. Hasta la fecha, todavía me refiero a los eventos de Jonestown como un asesinato masivo.

”La Fuerza Aérea de Guyana transportó a los sobrevivientes a un avión Medivac de la Fuerza Aérea estadounidense que ya estaba esperándolos. En mi memoria está grabado el recuerdo de cómo me sentí en aquel instante: como si alguien me hubiera envuelto en la bandera estadounidense. Me sentí tan agradecida.

”Cargado de sobrevivientes, el avión de la Fuerza Aérea partió hacia Estados Unidos. Mientras avanzábamos por la pista, recuerdo haber mirado mi cuerpo de reojo. Aquello era tan surrealista; era como si el trozo de carne destrozada que veía perteneciera a alguien que no era yo. Meses después me dijeron que el paramédico que me atendió durante el vuelo afirmó que estuve a tres minutos de la muerte”.

Un paso adelante, un día a la vez

“Cuando finalmente llegamos a la Base Andrews de la Fuerza Aérea, donde de inmediato me ingresaron a cirugía, ya había desarrollado gangrena y los cirujanos se debatían entre si debían amputarme la pierna o no. Después de cuatro horas de cirugía, la enfermera me sacó del quirófano; ahí estaba mi madre, que había viajado desde San Francisco para estar conmigo. Le dijeron que tenían que trasladarme al Centro de Traumatología de Baltimore, para intentar detener la propagación de la gangrena. Le supliqué a mi madre y a los médicos que me llevaran en ambulancia, pues temía morir en otro vuelo.

”El Centro de Traumatología estaba iluminado con luces increíblemente brillantes. Me conectaron numerosas sondas intravenosas. Recuerdo haberle preguntado a la enfermera cuántas calorías había en todos los líquidos que fluían hacia mi cuerpo. ‘Tres mil’, respondió ella. Dije: ‘¡Dios mío, voy a engordar muchísimo!’ Es interesante cómo podemos perder la perspectiva en medio del trauma.

”Después de una cirugía más, me llevaron de regreso a mi habitación del hospital. Los cirujanos habían reparado mi cuerpo, pero mi cabello todavía estaba enmarañado con sangre seca, tierra de Guyana y hormigas muertas. En un acto de amor que nunca olvidaré, mi hermano me lo lavó con ternura.

”Los médicos seguían muy preocupados por la gangrena en mis heridas. En un último y desesperado esfuerzo, comenzaron una serie de tratamientos hiperbáricos que requerían que entrara a una cámara parecida a un pulmón de hierro, lleno de microbios antibacterianos y oxígeno. Cada vez que me sacaban de la cámara, vomitaba violentamente. Por desgracia, tuvieron que repetir ese proceso varias veces.

”Confiando en que habían vencido a la gangrena, me transfirieron de regreso al Hospital Arlington, donde me colocaron bajo la protección de oficiales de alto rango de las fuerzas armadas, que se apostaron fuera de mi puerta durante las veinticuatro horas, porque había recibido amenazas de muerte por parte de individuos asociados con el Templo del Pueblo. Ellos culpaban a la investigación del Congreso por las muertes masivas en Guyana, y querían tomar represalias.

”Los cirujanos colocaron injertos de piel en mis piernas. Los disparos me habían hecho explotar el brazo derecho, por lo que me insertaron un clavo de acero para mantener unido lo que quedaba de él. El nervio radial de mi brazo estaba dañado, y no podía usar mis dedos ni levantarlo. La primera vez que intentaron ponerme de pie para caminar, me desmayé. Después de estar hospitalizada durante casi dos meses y someterme a diez cirugías, finalmente fui dada de alta y volé de regreso a San Francisco.

”En los días posteriores se sucedió una ráfaga de entrevistas sobre la masacre de Jonestown. No me permitieron quedarme en mi casa, debido a las amenazas de muerte, así que me fui a vivir con una amiga. Todavía tenía en mi cuerpo dos balas, que los médicos consideraron demasiado arriesgado sacar. Nunca aparecí en público sin usar varias capas de ropa, para cubrir lo que había empezado a creer que era un cuerpo repulsivo y desfigurado. En los años que siguieron tuve que soportar meses de fisioterapia para recuperar el uso de mi brazo.

”Tenía veintiocho años. Era una mujer soltera, que apenas podía alimentarse sola, cuyo cuerpo estaba lisiado y marcado. Pero un día me di cuenta de que si iba a superar aquello, de que si alguna vez iba a salir adelante, tenía que encontrar la manera de no quedar atrapada en la autocompasión.

”El momento exacto en que me reconcilié con lo que había sucedido en Guyana ocurrió años después, en una playa llena de gente en Hawái. Aquel cuerpo desfigurado con el que caminaba era el mío; sin embargo, la alegría que sentía por el solo hecho de estar viva, era más grande que mis inseguridades. Había llegado a la conclusión de que el cuerpo de una persona es irrelevante, y que la belleza física es un asunto superficial. Estaba discapacitada, pero no creía que una discapacidad de cualquier tipo me impidiera vivir una vida plena y maravillosa. En todo caso, mi cuerpo desfigurado me había abierto los ojos respecto del prejuicio que solemos albergar hacia aquellos que son diferentes.

”Ese día me puse un traje de baño y crucé la playa de Hawái mientras la gente miraba las cicatrices de mis heridas de bala. Seguí caminando. Y con cada paso aprendí que, por difícil que sea, solo tienes que dar el siguiente. Solo tienes que obligarte a hacerlo. Mi tiempo de morir no había llegado aquel día de noviembre, en la selva. Pero sin duda alguna, este sí era mi tiempo de vivir”.

La vida no ofrece garantías

“Sobreviví a la masacre en Guyana, y terminé casada con un médico de urgencias. También fui elegida para servir en la legislatura de California. Tuvimos nuestro primer hijo, y la vida empezaba a ser tal como la había soñado. Intentamos tener más niños, pero después de dos abortos espontáneos, tratamientos de fertilidad y una adopción fallida, Steve y yo decidimos renunciar a nuestro sueño de incrementar la familia. Me lancé entonces a una campaña estatal para convertirme en Secretaria de Estado de California, pero, milagrosamente, tres meses después supe que estaba embarazada. Los médicos diagnosticaron que se trataba de un embarazo de alto riesgo. En consecuencia, me retiré de inmediato de la campaña, para centrarme en la salud del hijo que esperaba.

”Un lluvioso día de enero, cuando tenía tres meses de embarazo, iba de camino a Sacramento cuando mi secretaria me localizó para decirme que Steve había tenido un accidente automovilístico. Inmediatamente llamé a la sala de emergencias y hablé con el médico tratante. Por su voz, me di cuenta de que las heridas de mi esposo eran graves. Yo estaba a una hora de distancia. Me apresuré a ir al hospital, temiendo lo peor.

”Una vez que llegué, me pareció que pasaron horas antes de que me dejaran ver a Steve. Cuando finalmente pude verlo en la unidad de cuidados intensivos, tenía una válvula en la cabeza y se hallaba conectado a un respirador. Su cuerpo estaba tibio, pero las máquinas indicaban que ya no tenía función cerebral. Lo besé. Lo abracé. Le dije que lo amaba, aunque sabía que no podía oírme. No podía creer que otra pesadilla se estuviera desarrollando frente a mí.

”Más tarde me enteré de que un conductor sin frenos ni seguro de auto se había pasado una señal de alto a toda velocidad, y después de perder el control, chocó de lado con el vehículo de Steve. Su negligencia mató a un hombre talentoso, cariñoso y lleno de vida. Ahora yo era una viuda, embarazada y con un hijo pequeño.

”La pérdida de mi esposo fue traumática. Ni siquiera quería salir de la cama. Pero en realidad, no tenía opción. Yo era el único sostén de dos niños, uno de ellos todavía por nacer. Steve no tenía seguro de vida, por lo que su muerte fue un desastre emocional y económico. Tuve que vender todo, incluyendo mi casa. Pasé los siguientes ocho años criando a dos hijos como madre soltera.

”Hoy, muchos años después, tengo la suerte de llevar una vida alegre y feliz. Estoy casada con un hombre maravilloso, Barry Dennis, a quien conocí en una cita a ciegas. Él era un soltero empedernido; sin embargo, cinco meses después, ¡estábamos comprometidos! Mis hijos son unos adultos felices, bien adaptados y saludables.

”Quiero que las mujeres recuerden que cuando la vida las deje solas, tiradas a media pista, ya sea por la devastadora pérdida de un ser querido, el desmoronamiento de un sueño de toda la vida, la pérdida de un trabajo, o por eventos que ponen nuestro mundo de cabeza, siempre pueden aprender a caminar de nuevo. Soy una prueba viviente de que las mujeres pueden reinventar y reconstruir sus vidas, sin importar las adversidades que hayan enfrentado”.

04



Cuando la vida no sea lo que pediste, comienza de nuevo

Una de las cosas más difíciles que alguna vez

tendrás que hacer, querida mía,

es llorar la pérdida de una persona que aún está viva.

ANÓNIMO

Muerte y divorcio

“Han pasado veintitrés años desde que mi esposo, John Zimmerman, murió de glioblastoma en etapa 4, el tipo más agresivo de cáncer cerebral”, dice Jan Yanehiro.

“John tenía cuarenta y seis años; yo, cuarenta y siete. Habíamos estado casados por veintidós años. Nuestros hijos tenían doce, diez y seis años cuando lo perdimos. Me complace decir que los niños crecieron y se convirtieron en adultos extraordinarios, y a los setenta, yo todavía trabajo (y me encanta).

”Y para que conste: sí, pienso en John con frecuencia. Lo extraño sobre todo cuando me doy cuenta de cuántos momentos especiales se perdió en la vida de nuestros hijos: licencias de conducir, bailes de graduación, actuaciones en obras escolares y competencias de natación, empleos de verano, graduaciones del bachillerato, graduaciones de la universidad, empleos después de la universidad y la boda de nuestra hija. Las lágrimas brotan de mis ojos en momentos inesperados, como este, mientras escribo.

”Dos años y medio después de la muerte de John, me volví a casar. El matrimonio duró diez años y terminó en divorcio. Alguien me preguntó una vez qué era más difícil, perder un esposo por muerte o por divorcio. Sin vacilar, respondí: ¡por divorcio! Está bien, tal vez sin el signo de exclamación, pero el divorcio fue más difícil.

”La muerte es definitiva. No hay nada que puedas hacer al respecto. John no quería morir. Estaba seguro de que vencería el cáncer cerebral. No pudo. En contraste, el divorcio es hiriente, mordaz y traicionero. La traición lastima tan profundo que, incluso diez años después, apenas estoy empezando a sentir que las heridas no son tan profundas. Creo que eso significa que estoy sanando. Una persona me preguntó con curiosidad por qué me había divorciado. Mi respuesta fue simple: me engañó.

”Si ahora parezco tan firme, tan segura, tan clara mientras escribo sobre esto, en aquel entonces no lo era. Me llevó años (y años) procesar el divorcio. ¡Todavía me da vergüenza decir que estoy divorciada! Me resulta difícil incluso admitir quién solicitó el divorcio. Él lo hizo. ¡Me siento tan cobarde por no haberlo hecho primero!

”Han pasado once años desde que me mudé de nuestra casa, decisión que tomé en contra del mejor consejo de todos, incluido mi abogado de divorcio. Mi exesposo solicitó la separación legal, y se mudó a la casa de huéspedes. Cada día, cada noche, cada semana, yo era un desastre, hasta que mi autoestima tocó fondo. Jackie me dijo que estaba actuando como una esposa maltratada emocionalmente. Por supuesto, lo negué. ¿Yo? No, yo no. Tenía una carrera en televisión, tres hijos y tres hijastros. Pertenecía al consejo de un corporativo. ¿Maltratada?

”La respuesta corta es sí, lo era. Solo para aclarar: no hubo abuso físico, pero abuso emocional sí. Cuando recibía un correo electrónico de mi ex, sentía náuseas y hasta miedo de abrirlo. Podía notar cómo mi corazón latía con fuerza. ¿Qué quiere ahora? ¿Cuál es su nueva exigencia? ¿El divorcio judicial? ¿Un arreglo económico? ¿Qué hice mal en este matrimonio? Cuando tu autoestima cae bajo cero, es sorprendente lo que un simple correo electrónico puede provocar.

”Han pasado nueve años desde que mi divorcio se consumó definitivamente. Tardé dos años en obtener el divorcio, y me costó 250,000 dólares (yo no tenía esa cantidad de dinero, así que pedí prestado). Y ni siquiera estaba pidiendo pensión alimenticia. Habíamos firmado un acuerdo post-nupcial aproximadamente un año antes del divorcio, porque según él, quería proteger su empresa. Tontamente, lo firmé. Durante el divorcio, su abogado mencionó que los negocios no iban bien, y que mi ex estaba considerando pedirme una pensión alimenticia.

”Hace un año pagué todo el dinero que debía por mi divorcio a abogados, mediadores, contadores y valuadores de bienes raíces. Al final, solo quería terminar con aquello. Acabar con el dolor, la incertidumbre y la ira. Un buen amigo de la familia, Larry Howell, me dio un gran consejo: ‘Si quieres que se termine, tú haz que se termine’.

”¿Perdí dinero? Probablemente. ¿Siento que todo fue justo? No.

¿Qué obtuve? La mitad del valor de la casa en la que había invertido. Pero llegué al punto en que podía decirme a mí misma: me siento condenadamente bien. Al fin. La mayor parte del tiempo me siento como la mujer soltera más feliz de todo San Francisco. Cumplí setenta años siendo más sabia. No puedo decir que setenta años más vieja, porque no me siento vieja. Quiero decir, no vieja como pensamos que seríamos… almas arrugadas, grises, encorvadas, tambaleantes y balbuceantes. Claro, tengo arrugas y estoy canosa. Sin embargo, mi estilista se asegura de que vuelva a mi color ‘natural’ cada cinco semanas.

”Siento que apenas estoy agarrando mi paso. Dios, se siente bien decirlo, y también experimentarlo. Mis tres hijos ya son adultos. Y estoy enormemente orgullosa de ser su madre. En la mañana en que John murió, hice dos promesas. Le prometí a John que me aseguraría de que nuestros hijos crecieran felices, recibieran una educación y vivieran sus vidas. Y me prometí a mí misma que mis hijos no usarían la muerte de su padre como excusa para no vivir.

”Mi primera hija, Jaclyn Mariko Zimmerman, tiene treinta y seis años, y vive y florece en Berlín, Alemania. Jaclyn es una de las mujeres más valientes que conozco. Vive sin temores en un país extranjero, y crea sus propias oportunidades de trabajo. Mi primogénita va a toda velocidad.

”Jenna Reiko Zimmerman tiene treinta y cuatro años. Después de pasar diez en la ciudad de Nueva York, produciendo programas para Food Network, trabajó en siete programas que fueron nominados al Emmy; ella misma fue nominada a un Emmy como productora de Guy´s Big Bites, programa de televisión sobre gastronomía, después de lo cual regresó a San Francisco. En su segundo día ahí conoció a un joven llamado John Robinson, a quien adoro, y que encaja a la perfección como otro miembro de nuestro ‘Clan-J’. (Mi difunto esposo John y yo pusimos a todos nuestros hijos nombres que comienzan con la letra J).

”Mi hijo, JB (John Blake) Zimmerman, tiene treinta años y lleva vida de soltero en Santa Mónica, California. Se graduó en la Universidad de Arizona, y siempre supo que quería una carrera en televisión y producción de películas. Al igual que a su padre (quien era contador público), le encantan las películas. Desde que JB tenía aproximadamente dos años, ambos veían películas juntos en el despacho de mi marido. JB trabaja para varias compañías de producción que están definiendo lo que los millennials y centennials quieren ver: formato corto, en línea y con disponibilidad permanente.

”El lado positivo de mi divorcio son mis dos hijastros, Meredith y Christopher Eves. Puedo estar divorciada de su padre, pero elegí no divorciarme de ellos. Meredith está casada con una persona maravillosa, Conor Flynn. Tienen dos hijos adorables, Kieran y Gigi, y viven en Connecticut. Chris está trabajando en Los Ángeles, tratando de darse a conocer a través de sus videos musicales”.

Seguir adelante

“Mucha gente dio por hecho que, dado que trabajé en radio y televisión durante más de veinticinco años, tendría una buena posición económica. ¡Ay, cómo desearía que eso fuera cierto! Sí, viví bien, pero la vida se complicó. Ahora necesito trabajar para asegurarme de que podré ser autosuficiente cuando me retire. Detesto pensar que podría tener que depender de mis hijos.

”Creo firmemente que uno debe pedirle al universo lo que necesita. En 2008, necesitaba un trabajo. La diosa del trabajo escuchó mi súplica y un gran empleo me cayó del cielo. La presidenta de la Academia de Arte de la Universidad de San Francisco, la doctora Elisa Stephens, me llamó y me ofreció la oportunidad de abrir un departamento totalmente nuevo: una Escuela de Tecnología y Medios de Comunicación.

”En dos meses (y con mucha ayuda), construimos un estudio, contratamos profesores y diseñamos un programa de cuatro años, así como un programa de maestría. Es realmente sorprendente la manera en que los estudiantes pueden hacerte sentir joven e inspirarte a reinventarte a ti misma. Como directora-fundadora del departamento, ¡me la estoy pasando en grande! Por supuesto, he tenido que aprender un nuevo idioma, que incluye conceptos como ‘currículum’, ‘plan de estudios’ y ‘boleta de calificaciones’. He cometido errores: malas contrataciones, aceptar las excusas de los alumnos con mucha facilidad, atiborrar demasiada información en un solo semestre. Pero esta es la buena noticia: puedes transferir tus habilidades de una carrera a otra. Soy una reportera calificada; siempre estoy haciendo preguntas. Y ahora, estoy haciendo preguntas a mis alumnos: ¿qué pasó con esa tarea? ¿Por qué no arriesgarse? ¿Qué es lo que realmente quieres lograr?”

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