Kitabı oku: «Los muertos no tuitean después de medianoche», sayfa 4
CAPÍTULO 7
La centenaria puerta del ático de Qino Montoya se abrió con sigilo, su dueño sacó la llave y la dejó en una pequeña estantería que hacía las veces de perchero, sombrerero, paragüero y zapatero. Se descalzó y desnudó tan rápida y silenciosamente que dado su volumen nadie habría pensado que fuera capaz de hacerlo. Atravesó el pequeño salón presidido por una descomunal pantalla de televisión de cincuenta y dos pulgadas, rodeó una trolley azul marino, y entró en la habitación. No sin antes recrearse en una de sus visiones favoritas, el cuerpo de Robert.
Robert era su no–novio, su follamigo, su lío por fascículos, su amante quincenal, pero era perfecto para Qino, no necesitaba compromiso, no exigía la total y absoluta exclusividad de una relación más convencional y normal, no eran pareja o novios, ni a full ni a tiempo parcial. Los límites de su relación no los ponía la monogamia. No eran deudores de la asfixiante fidelidad, al menos Robert, para estar juntos. El escocés tenía varios amantes y Qino solamente había tenido a Elvis, que le había abandonado, nunca antes había hecho uso de su permiso para ser infiel sin serlo realmente, Rouge había sido su primera cana al aire en un par de años, desde que había empezado esa relación a tres bandas que había acabado en un cara a cara.
Qino le observó, desnudo y hermoso, su cuerpo estaba musculado sin excesos, medio rubio medio castaño, indefinido como sus años, nadie acertaba su edad, que era más que la de Qino, porque se mantenía en forma y su piel estaba todo lo morena que podía estar la dermis de un escocés. Un chulazo en su cama. Qino se excitó, tenía ganas de follarse a Robert, el polvo con Rouge había sido demasiado mecánico, extraño e impostado, no había disfrutado todo lo que le gustaba gozar del sexo. Entró de puntillas en su habitación y con cautela abrió la mesilla de noche y buscó un condón, lo sacó y al cerrar el cajón el mueble rechinó, un infrasonido casi inaudible que despertó al bello durmiente.
–Mierda… te he despertado.
–No pasa nada guapo –dijo Robert con su irresistible sonrisa.
–¿Qué coño haces aquí? ¿No tenías una subasta en París? ¡No te esperaba hasta la semana que viene! –dijo Montoya saltando encima del justamente musculado abdomen de su hombre.
–Ya… han cancelado la subasta un problema con unos cuadros detenidos en la aduana o algo así y me dije que estará haciendo mi osito favorito y aquí estoy… cuando llegué estaba vacío y supuse que estabas en una misión secreta o algo así.
–Dando un paseo, para conciliar el sueño… este calor me mata.
El oso arqueó al espalda como un gato y bajó hasta la polla del escocés, la empezó a lamer ansiosamente y consiguió en pocos segundos una erección, el olor de Robert, su aroma personal le hizo empalmarse a él también, el escocés gustaba de caros perfumes y exclusivos geles de ducha, de cuando en cuando le regalaba a Qino un pack exclusivo que él rara vez usaba porque prefería el jabón Lagarto y poco más. Siguió lamiendo los huevos y el culo, con un simple movimiento de brazos manejó el cuerpo de Robert como si fuera un maniquí y le dio la vuelta. Ahuecó las piernas, se puso un condón y directamente le clavó la polla que entró a la primera. Normalmente Robert era el activo, a Qino le gustaba mucho como le follaba, como dominaba su corpachón, como su polla entraba en su culazo de oso, pero esa noche… esa noche Qino estaba desatado y cachondo, y en su mente solamente podía pensar en un hombre, en Otxoa.
Qino empujó su cuerpo contra el de Robert, una y otra vez, le abrió un poco más las piernas y con sus brazos unidos a los del escocés formó una sinuosa X, siguió con movimientos de cadera, una y otra vez, inmovilizando a Robert, ambos estaban muy cachondos, del roce Robert empezaba a echar algo de precum, Qino lo recogió con los dedos y lo olió, húmedo y fuerte, le habría encantado lamerlo pero Robert no le dejó, se le adelantó y forzando su espalda se giró para, de un lengüetazo, dejar sus dedos limpios.
Esto excitó aún más a Qino que volvió al ataque. Sacó la polla y escupió un par de veces para lubricar mejor y la clavó hasta el fondo. Cachondo como estaba solo necesitó cinco empujones para correrse, esta vez sí, mucho más placentera y gustosamente. El culo de Robert era sabio y le reconocía, acunando su polla con cada envite.
Se quitó el condón y dando otra vez la vuelta a su hombre le empezó a masturbar. Qino sabía que a Robert le volvía loco que le acariciaran los huevos con los dedos, rascándolos suavemente mientras con la otra mano subía y bajaba, al ritmo justo hasta que eyaculaba. Las corridas de Robert nunca defraudaban, eran generosas y explosivas. El pecho, la barba y la sábana se mancharon de gotas de semen. Los dos cayeron rendidos sobre la cama, sudando profusamente, felices y vacíos de deseo.
Qino lio un porro y miró la hora, tenía el tiempo justo de fumarlo y de ducharse de nuevo hasta que entrara a la comisaría, podía permitirse aparecer un poco tarde, sabía que el comisario Velasco no llegaría, como pronto hasta las diez, nunca llegaba antes.
Los dos fumaron abrazados, con cuidado de no quemarse con la ceniza, llenando rápidamente la habitación de humo. Robert tenía los ojos cerrados, resaltando aún más su belleza, su barbilla cuadrada y masculina, su barba de dos días y su pelo casi rubio eran tremendamente atractivos para Qino y en general para todo el mundo que le conocía. Fuera hombre o mujer, heterosexual u homosexual. Qino dudó si debía decirle que había follado con Rouge, al fin y al cabo él sabía que tenía otros amantes en otras ciudades. Era lo justo.
–Robert…
–¿Si osito mío?
–Que maricón eres a veces.
–Vaya gracias –dijo dándole un codazo en las costillas.
–Es broooma tontín… verás, quería decirte algo.
–¿A mí? ¿El qué? –dijo sentándose con las piernas cruzadas y la almohada en la espalda. Qino seguía tumbado, desnudo y boca abajo, ahora con la cabeza entre las piernas de Robert.
–Esta noche he estado follando con otro –dijo soltando un gran peso de sus hombros.
–Oh, muy bien.
–Quería que lo supieras.
–Bien hecho osito –dijo dándole palmaditas en la cabeza como si fuera un cachorro.
–No seas tonto. Es que fue muy raro, le vi por la calle y simplemente fuimos a su hotel y follamos.
–Oooh esos polvos son los mejores, los polvos de calentón. En Madrid es de las pocas ciudades donde he conseguido follar así. Sabes que en Madrid la gente folla con la mirada, sobre todo en Gran Vía y por ahí… una pasada.
–Ya –Qino no sabía si estar defraudado porque Robert ni se había inmutado con sus no–cuernos o si alegrarse porque su no–novio era tan putón como él.
–Montoya –Robert no le había llamado así nunca –sabes que no somos novios y que no hay exclusividad, podemos follar con quien queramos.
–Ya, ya… pero esto no es como con Elvis, no creo que le vuelva a ver.
–¿No? ¿Por qué?
–No sé, fue un polvo raro.
–¿Raro? Ahora te va el scat y esas cosas guarrete –dijo sonriendo y pasándole el porro.
–Nooo tonto, no sabría decirte, pero no disfruté, sabes esos polvos en los que cuando se esfuma el morbo, se esfuma todo… prefiero contigo –dijo sonriendo y dándole un cariñoso mordisco en su pubis.
–¡Ey! Que duele –bromeó Robert –oye… tengo una cosilla para ti.
–¿Una cosilla? ¿Otro imán para la nevera?
–¡Ja! Mas quisieras, ya sé que los odias –dijo sacándole la lengua. Robert se levantó y contoneándose sacó de su trolley un paquete marrón con una lazada de cuerda roja –toma, feliz aniversario.
A pesar del tono levemente burlón de Robert y su amplia sonrisa al decir la palabra aniversario, Qino se quedó petrificado.
¿Aniversario?
¿Qué aniversario?
¿El suyo?
Su aniversario de qué… de amantes… de compañeros de play… de novios…
Aniversario de qué y por qué, se preguntó Qino al tiempo que se le encendía una angustiosa alarma en el cerebro que le apretaba los pulmones. Qino notó que se le agrietaban las pupilas, las tenía tan abiertas que parecía un búho, la garganta se le había secado de golpe y mientras en su cerebro aún resonaba la palabra aniversario intentó mantener la calma.
–Feliz… aniversario… –consiguió decir finalmente mientras sujetaba el regalo como si fuera una bomba a punto de explosionar.
–Sí, bueno, lo vi en el aeropuerto en París y me dije, ¡coño! Si es nuestro aniversario.
Robert la estaba cagando aún más. Al cortocircuito que le había provocado la palabra aniversario se le unía ahora París, no había un cliché más romántico y patético que comprarle algo a tu novio en el aeropuerto, algo que le gusta a él, algo que te recuerda a él, algo que luego contarle a los nietos con una entrañable historia añadida, algo que mirar juntos pasados veinte años y decir un entrañable «te acuerdas». Justo lo que no quería Qino. El paquete se le cayó de las manos.
–¿No lo abres?
–No.
–Pero…
–¿Pero? Robert qué significa esto.
–Nada, es una tontería, estaba en París, haciendo tiempo y vi esto en una tienda y me di cuenta de que estamos en septiembre y recuerdo que nos conocimos porque vine para una feria alternativa de arte y me dije coño si es este fin de semana entonces es nuestro aniversario.
–No digas más eso.
–El qué.
–Eso.
–Aniversario.
–Ssshshshshhs –Qino chistó infantilmente a su no–novio.
–Coño Qino no seas niño. Si es solo una chorrada no seas tonto.
–No soy tonto, no soy… mierda quién me llama ahora…
Qino cogió el móvil y saltó de la cama al ver que era Córcega.
–Dime Córcega.
–¡Donde coño estás!
–¿En casa, por?
–Como que por ¡Velasco está a punto de llegar!
–¿Ya, tan pronto? Pero si no son ni las ocho y media.
–¡Montoya! Hoy dice quién es el suplente de la inspectora Arjona, hoy llegará a las nueve menos cuarto, vente cagando leches.
Montoya no tuvo que oír dos veces el consejo de la subinspectora. Saltó de la cama, se limpió con cuatro toallas húmedas los restos de la corrida de Robert del pecho y la barba y se puso ropa limpia, formal, que básicamente consistía en unos pantalones negros y una camisa a cuadros de H & M porque las de Zara mo le cabían. Montoya huía de las tiendas de ropa como de los gimnasios, solo entraba cuando era absoluta y rigurosamente necesario, y desde agosto no había ido ni a uno ni a otras. Su armario tenía eco y siempre que podía tiraba de sudaderas y vaqueros gastados.
–Robert me tengo que ir. Luego hablamos. Si puedo comemos juntos, vale…
–Vale, yo me quedo un ratito más. Luego nos vemos niño… y no te rayes.
–No me rayo… es que… joder… –dijo, pero Qino Montoya se rayaba y mucho. Era una de sus especialidades, sobre todo en ese tipo de situaciones. Qué significaba regalo de aniversario, qué se suponía que tenía que hacer, comprarle algo, celebrarlo con una cena a la luz de las velas, un paseo en calesa.
¿¡Qué!?
Qino bajó las escaleras a trompicones, tenía menos de diez minutos para presentarse en la comisaría, en el mejor de los casos llegaría sudando como un pollo, con el bazo fuera por el esfuerzo y resoplando como un san Bernardo en el desierto, una pésima imagen para un futuro inspector jefe. El aniversario le retumbaba en las sienes al ritmo de las zancadas que iba dando. Cuando llegó a la puerta, le esperaba Córcega.
–¿Ha llegado?
–No, tranquilo, tengo a Nerim vigilando Gran Vía –Córcega le sonrió. Normalmente la subinspectora asumía el papel de Rottenmaier en el equipo, era la madre, la adulta y responsable; Nerim el impulsivo, el que necesitaba madurar, el eterno adolescente. Córcega le arregló el cuello de la camisa, le dio un clínex para que se secara el sudor y le dijo –me alegro mucho. Te mereces ser el inspector jefe.
–Bueno, bueno… todavía no es seguro –hablaba su prudencia rural.
–¿Cómo que no? A quién vana aponer, a Otxoa.
El paquete de Qino dio un respingo. La mezcla morbosa de alcohol, sudor y deseo que destilaba el inspector Otxoa, resonaba aún en su nariz, le seguía deseando y en breve se verían. Qué cara se pondrían, que se dirían, Si Qino era el nuevo inspector jefe, si ganaba él, estaba claro que Otxoa se quedaría jodido, pero si el elegido era Otxoa… sería absolutamente insoportable, y más aún después de haberle humillado y casi lamido la mejilla, por no hablar de haberle restregado la polla por el culo. Nerim apareció corriendo por la parte alta de la calle de la Luna, como de costumbre llevaba puestos sus vaqueros híper ajustados lo que le impedía dar grandes zancadas, aun así su cuerpo garboso y espigado llamaba la atención en la quietud de la calle.
–Ya viene, ya vieneee.
–Ok chico, tranquilo, que ya está aquí. Anda subamos todos.
En el ascensor la sonrisilla feliz que llevaban los tres contrastaba con sus pensamientos. Montoya pensaba en el aniversario, en lo innecesario de ese asunto, él no lo quería, el solo quería que Robert cumpliera su parte del trato, de hecho estaba convencido de que el más proclive a tener una relación abierta era el escocés y ahora le salía con aniversarios.
Nerim le daba vueltas a otra nota anónima que había aparecido en su mesa, era la segunda ese mes y la cuarta en ese verano. Un mensaje anónimo era divertido en el instituto cuando tenía quince años, pero ahora con treinta y siendo policía le parecía casi siniestro.
Por su parte Córcega seguía rumiando su inminente traslado a Oviedo con su futura esposa. Lo iba a dejar todo por Nuria y en el fondo le preocupaba Nerim, su compañero era un buen policía, solo necesitaba un poco de mano dura y sin ella en la comisaría, no estaba segura de que alguien le enderezara correctamente.
Cada uno con su tema, cada uno parapetado tras una insustancial conversación sobre esa noche de verano en la que al parecer Montoya no había sido el único en tener problemas para conciliar el sueño. La llegada a la cuarta planta fue rápida y cuando las puertas se abrieron era notable la tensión previa a una gran noticia, todos sabían que era el día, todos sabían que estaba entre Otxoa y Montoya.
En el despacho les esperaban Otxoa y sus palmeros, Silva y Ruíz, los perfectos acompañantes de un perfecto capullo. Le reían sus gracias, le jaleaban en sus imbecilidades y le apoyaban en sus gracietas. Probablemente juntos sumaran un cerebro completo, pero no estaba demostrado. Otxoa no saludó, ni siquiera subió la vista del periódico. Montoya no pudo evitar fijarse en la mejilla, en los arañazos que le había dejado la pared de cemento. Eso le excitó.
–Vaya –empezó a decir Ruíz –que prontito llega hoy la Brigada Rosa no.
Nerim había aprendido la lección y no iba a picar. Ya había dado algún espectáculo con anterioridad. Pero esta vez no iba a darles ese gusto.
–Cierto. Que puntuales… os habéis caído de la cama… los tres a la vez.
–Qué cosas dices, la bollo no pinta nada ahí, no ves que los otros dos son muerde almohadas.
Ninguno de los tres decía nada. Si había un día para aguantar estoicamente las gilipolleces de Ruíz y Silva era ese. Sus estupideces y sus tonterías no eran nada nuevo. Más allá de homofobia era simple y llanamente gilipollez. Si la brigada roja hubiera sido enteramente heterosexual los tres se habrían cachondeado del bigote de Nerim, de los kilos de Montoya o de que Córcega fuera mujer. Lo de menos, probablemente, era que fueran gay, bisexual y lesbiana, eran básicamente una evolución del matón de instituto, que ataca indiscriminadamente a todo aquel que se salga de la norma, sin una pizca de gracia, pero con placa y arma. Ruíz y Silva iban a comenzar de nuevo con sus chascarrillos y sus tonterías pero Otxoa les cortó.
–Basta. Salid fuera, tengo que hablar con Montoya.
Los palmeros bufaron ante la orden de Otxoa mientras que Nerim y Córcega miraron con cierto asombro a Montoya. Este con gesto tranquilo y un aleteo de mano les dio permiso para irse.
–Bien, qué quieres –Montoya estaba preparado para todo, si Otxoa lo que quería era echarle en cara que le había aplastado la cara y rebozado el paquete le diría que si tenía miedo porque le había gustado, si lo que quería era darle una hostia por haberse propasado se la devolvería y si lo que quería era recochinearse porque él iba a ser el nuevo inspector jefe ni se inmutaría porque hasta que Velasco no le nombrara tenían las mismas oportunidades.
Otxoa cerró la puerta del despacho común, bajó las persianillas, se giró y lentamente le dijo:
–Si se te ocurre decir algo de lo que pasó esta mañana, te capo.
Montoya le clavó la mirada en los ojos, Otxoa era moreno, atractivo, daba el tipo de chulito de pueblo, de los que juegan al mus, toman wiski y hablan en alto de las putas que se follan en el club de las afueras. Visto de lejos algo indeseable, machista, bastante estúpido, pero en la distancia corta, con su olor a macho, con su culo de cuarentón bien formado, se le hacía irresistible.
–Ah… pero es que ha pasado algo –dijo con tono distraído y malicioso. Montoya no pudo evitar colocarse la polla que de un respingo se había despertado de nuevo.
–Ha pasado que un día, no me voy a contener y…
–Y…
Encabritados ambos se acercaron, si hubieran tenido cuernos, como los alces, los habrían chocado para ver cuál de los dos era el macho dominante. Esta vez no pudieron dirimir sus diferencias, la sombra del comisario Velasco, rechoncha y renqueante, avanzaba por el pasillo de la cuarta planta de la comisaría de la calle de la Luna. El cristal traslucido permitía ver una sombra alargada a su lado, de espesa melena y de finas, finísimas facciones.
CAPÍTULO 8
Toño mandó el enésimo WhatsApp a su exnovio, a sabiendas de que no le iba a contestar. Si algo había aprendido Toño Leal de Caín Ezquerra era que, además de que el arte sale de las entrañas, nunca había que volver con un ex, que eso era de patéticos y arrastrados. Toño se había arrastrado siempre por los hombres, así que esta vez no iba a hacer una excepción. Las cloacas del amor eran un terreno familiar para él, ya ni siquiera se prometía que esa vez iba a ser la última. Le llamó de nuevo sin conseguir nada más que desesperarse al son de los pitidos.
Obsesivamente consultó el Twitter de Caín. Había tuiteado varias veces esa noche, la última vez hacia tan solo media hora. Por qué no contestaba. Por qué le hacía tanto daño. Era injusto. Después de todo lo que habían pasado juntos, del fiasco en sus negocios en Costa de Marfil, después de haber sido amantes, amigos, novios, compañeros de trabajo, de piso… ahora ni siquiera contestaba a sus llamadas.
Toño probó una combinación de pastillas, todas las que le habían recetado más unas que le había recomendado el farmacéutico. Bebió un poco de zumo y se tiró sobre la cama, entre catálogos, fotografías, libros y toda la parafernalia de su trabajo. El cansancio, la ansiedad y las drogas se aliaron para que finalmente pudiera dormir algo, aunque entre sus sueños se deslizó la imagen de un hombre en látex, encadenado como una perversa Andrómeda a la madera en vez de a la roca. En su sueño se acercaba a la figura, el olor le atraía como la miel a oso, el aroma, era penetrante, sexo, Popper, hormonas, deseo, pecado y libertad… Lamió el látex y aunque estaba soñando pudo sentir en la boca el plástico, pudo masticarlo, saborearlo y gozarlo, se excitaba tanto en el sueño como en la realidad, empalmado gimió y balbució llamando a Caín. Subió por las piernas del enmascarado, lamió cada centímetro, la lengua se deslizaba sin problema sobre el látex, nacarado y brillante, delicioso, pasó por encima de la polla y siguió hasta el cuello, con los dientes quitó la máscara al hombre y descubrió a Caín, su exnovio, ensangrentado, morboso y absolutamente irresistible. Toño notó un hormigueo en el estómago, convulsionó y se agitó violentamente.
Se había corrido. Y En el sueño también.
Todo se hizo niebla, bruma y oscuridad.
Despertó empapado en sudor, saliva, zumo y semen.
Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.