Kitabı oku: «Sugar, daddy», sayfa 4
7. [a su merced]
Areum
Como si fuera novedad, al insomnio se le estaba haciendo costumbre visitarme por las noches.
Me puse los auriculares y me subí al coche privado. No había visto a mi madre porque se había ido temprano a trabajar, y yo todavía tenía que ir al colegio. Incluso con la carga emocional de saber que por la tarde también vería a Takeshi.
—Que tengas un buen día, Joji –me despedí y abrí la puerta del coche, y había estado tan centrada en evadirme con la música, que no me había percatado de que había una marabunta de gente con cámaras afuera del coche, esperando en el recinto colegial. Paparazzis.
¿Qué querrían ahora? No había sucedido nada impactante en público
—Abróchese de nuevo el cinturón de seguridad, Señorita So –Joji giró el volante con brusquedad, cerrando la puerta de un golpe, y los periodistas abrieron un camino cuando oyeron el derrape del coche. El joven chófer maniobró el automóvil por la acera de una forma bastante ilegal pero maestra, hasta dejarme justo en la puerta del instituto. Se dispararon los flashes y las caras boquiabiertas de los estudiantes–. Salga rápido y no les dé ni los buenos días –me despidió, con un tono cortante pero también cauto.
Me cubrí la cara al apearme del coche, y alcancé a oír algunas preguntas intrusivas de la prensa.
“¿Están saliendo?”
“¿Significa eso una colaboración entre las dos empresas?”
“¡¿Cómo se les ocurre hacer eso en un parque?!”
A pesar de que intuí de qué y quiénes hablaban, no entendí por qué me acosaban como a las famosas que se ven involucradas en escándalos amorosos o demás cotilleos. ¿Acaso era mi vida como heredera de interés público? ¿Por qué a todo el mundo le gustaba invadir y criticar lo que se hacía en privacidad?
El resto de alumnos me miró con un descaro increíble; cotillas. Recordé por qué no tenía demasiados amigos aquí en Japón. Una vez estuve resguardada dentro del edificio, percibí la magnitud de la situación: la fachada llena de ansiosas cámaras sin cara, ya que siempre llevaban mascarillas para evitar problemas. El coche de Joji se perdió al girar una esquina, dejándome abandonada aquí; suspiré.
De las taquillas oí los cuchicheos de un grupo de chicas de curso inferior, y me irrité hasta detonar. ¿Qué les importaba a ellas?, ¿no podían cotillear a solas? ¡Qué despreciables!
—¿Qué coño miráis? –les hablé seca, y conseguí que desaparecieran de mi vista. Caminé hasta las escaleras del final y el teléfono comenzó a vibrar como loca cuando quité el modo avión. No me importó, subí las escaleras con parsimonia y desgana, dejando que los auriculares filtraran Problems, de Mother Mother. ¿Estarían mis problemas ya en boca de todos?
Doo-do-doo, I’m a loser, a disgrace
Al pie de los últimos escalones, apareció la regordeta y preocupada cara de Kohaku.
You’re a beauty, a luminary in my face
Me arranqué los auriculares. Todos los compañeros del curso nos miraban, y me dio el tic de morderme el carrillo de la mejilla para mitigar estrés y/o agobio. ¿Qué sabían exactamente?, ¿qué coño pasaba?
—Areum, ¿has visto los artículos? –susurró Kohaku desgastado, haciendo marcha hacia clase, ignorando las miradas curiosas y miserables.
—¿Cuáles?
—¿Es que no has recibido mis mensajes? –frenó en seco en clase, mirándome demasiado serio para mi gusto. Sacó su teléfono con algo de irritación; ¿qué mosca le había picado?
—Siempre pongo el teléfono en modo avión por la noche –argumenté–. ¿Qué ha pasado exactamente?
—Te he llamado mil veces –se frotó la sien nervioso, desbloqueando su iPhone y apretando la mandíbula cuando me enseñó la pantalla.
Era una foto nuestra del viernes cuando nos fuimos de fiesta, estábamos tiernamente abrazados en la acera. No era para tanto, pero la sociedad escandalizaba cualquier rumor con tal de tener de qué y de quién hablar.
—Kohaku, no veo el problema... –tal vez el problema era simplemente tener una amistad como Kohaku en la competencia, pero me daba igual.
—Sigue leyendo –poco a poco fui leyendo crítica a crítica, y también que la foto había sido enviada por un donador anónimo. Y yo ya había visto esta foto en otras manos.
Takashi había cumplido su promesa, había contactado a la prensa como una sentencia para mí. Aunque...podría haber enviado una foto peor, como la del graffiti. Eso me dejó reflexiva.
—Está por todos lados, y veo que a ti también te están comenzando a seguir los entrevistadores.
—Mi madre me va a matar –peiné mi pelo hacia atrás, las manos comenzando a temblarme cuando caí en la gravedad del asunto–. Todavía no he cruzado palabra con ella porque se fue pronto a trabajar. ¿Tu padre te ha dicho algo?
—La pregunta es: ¿qué no me ha dicho? –hizo una sonrisa que no le llegó a los ojos, como si estuviera a punto de llorar–. Estoy hasta los cojones de vivir con mi padre, qué ganas tengo de irme –se frotó la ceja, así desprendiendo el maquillaje que cubría un moratón rojo color burdeos que ayer no estaba.
Su padre le había vuelto a pegar. Mi madre solo me reñía cuando me veía con él, pero al menos no me agredía como el padre de Kohaku.
—¿Te duele mucho? –sentí preocupación y pena, pero negó nerviosamente mi carente ayuda.
—No es nada –tiró su mochila a un lado de su asiento, sentándose despreocupado, cambiando radicalmente el chip de buen chico a uno insumiso–. Me lo pasé muy bien el viernes, así que no me arrepiento de nada.
—Pero Kohaku, ¿cómo que no es nada? –apoyé las manos en su mesa para captar su atención–. ¡La que te va a pegar voy a ser yo, como vuelvas a decirme que no me preocupe!
A pesar de que mi mirada no desprendía nada más que angustia, a él la situación le pareció de lo más divertida. Se cruzó de brazos, con una sonrisa de chulería, y estuvo muy atractivo.
—¿Pero qué me vas a pegar? Si no me llegas ni a la cara –su comentario de mi altura no era nada nuevo, pero por el cariño reprimido con el que me miró, se me contagió una sonrisa sincera.
Kohaku me podía hacer sonreír hasta cuándo estaba en sus peores, ¿pero quién le hacía reír a él?
...
Se oían mis zapatos subiendo aquel tramo de escaleras, el compás asesino y amenazador en dirección a su despacho. Ahora que ya había visto el artículo con las fotos, debía tener una charla con él.
Le iba a matar
Pero la puerta estaba entreabierta, algo que me desconcertó dado su obsesivo control. Tal vez la había dejado entreabierta para tenderme una trampa, tal vez secretamente tenía ganas de verme.
—Takashi –irrumpí en el despacho abriendo la puerta de un golpe, y mi mirada cayó sobre su figura sedente, rellenando papeles como si no hubiese hecho nada malo. La gota que colmó el vaso fue su sonrisa felina, como de orgullo por su perversidad.
—¿Qué formas son esas de dirigirte a mí? –no se dignó a mirarme, ni tampoco a borrar esa desvergonzada línea de su cara, estaba demasiado ocupado rellenando los putos documentos–. Siéntate nena, en un momento estoy contigo.
¿Estaba tomándome el pelo o qué?
Me acerqué a su descomunal escritorio con otros fines, y con el brazo barrí todo lo que había en la superficie. Todo cayó como una estruendosa cascada de agua al suelo, y solo oí cómo Takashi hizo una inhalación profunda antes de mirarme con dureza. Probablemente le había molestado, pero lo ignoré y proseguí.
—¡¿Qué coño has hecho?! –estampé las manos abiertas en su escritorio, ahora vacío–. ¿Cómo te atreves a hacer públicas las fotos? Vas a tener una charla con mi abogado, y te vas a pudrir en la cárcel –solté las palabras atropelladamente, sin importarme que se estuviese levantando de la butaca–. Te voy a denunciar por acoso, intimidación, manipulación, chantaje...¡y seguro que alguna más!
El sprint que hizo me tomó desprevenida, y solté un grito cuando me cogió del pelo y me reclinó sobre su escritorio con demasiada brusquedad.
—¡No! ¿Qué haces?
Sus piernas se clavaron a los lados de las mías para inmovilizarme, y percibí su musculatura cuando se pegó a mi espalda, aplastándome un poquito. Mi mejilla dolió por el impacto contra la madera, aturdiéndome momentáneamente los sentidos. pero preferí no pensar en la comprometida posición.
Menudo desalmado sexual, joder, ¿pero qué clase de enfermo era?
—¿Qué?, ¿ahora ya no eres tan valiente? –tiró de mi pelo con fuerza, acercando mi oreja a su boca, y me sentí increíblemente humillada con cada sílaba que arrastró–. He hecho lo que tendría que haber hecho desde que me comenzaste a vacilar: cada vez que me enfades, haré pública una foto. He empezado con la más suave, ya que tener un amiguito a tu edad no es para tanto... ¿pero vandalizar las calles de Tokio? Tskk...no quiero saber qué dirá la prensa si finalmente alguien pone nombre y cara a los graffitis que arruinan el barrio más rico de la ciudad –me apretó las mejillas como si fuese el amo del lugar–, serás el foco constante de atención. Y siendo coreana... –dijo, como decepcionado–, te destrozarán en cuestión de días.
Me dolía tanto el poco tacto con el que me estaba tratando...
—¿Qué te he hecho yo para que me trates así? –volví a pegar la mejilla a la madera, cerrando los ojos para no llorar, escondiendo la cara–. ¿T-Te divierte acosar a una adolescente? ¿Tan triste es tu vida?
—¿”Acosar”? –repitió serio, acariciando mis costados–. Yo creo que solo soy dinamismo para tu aburrida vida, Areum, ¿hace cuánto no tenías una experiencia que te quitase el sueño por las noches? –tiró de mi cintura y se pegó por completo, marcando su dura erección. Se me fue la sangre de las venas; ¿por qué se me erizaron los pelos de la nuca?–. ¿Lo notas? Solo te he puesto en tu lugar y ya me he excitado.
Solo le faltaba decir que mi lugar estaba en la cocina para darme luz verde y darle otro bofetón, era repugnante.
—Ayer fui muy benevolente cuando te propuse el contrato –su voz se hacía pesada conforme me clavaba más las caderas, y me comenzaron a sudar las palmas de las manos a cámara lenta, a arder el vientre–, ¿y qué haces tú? Rechazarme y venir a mi despacho con complejo de heroína.
—... –no dije nada a pesar de que tenía ruido mental en la cabeza. Una sensación que no quería sentir bajó a mi intimidad, y no sabía qué hacer.
—A veces es mejor cerrar la boca en el momento justo –me apremió Takashi, inclinándose encima de mí con una reverencia de amante, el calor de su cuerpo sofocando mi cara de rojo. Me quedé hiper quieta con lo que me susurró, con la saliva –. Si todavía tuviéramos Corea anexionada a Japón...ten por seguro que ya te habría lavado la boca con jabón y cosido los labios. No habrías durado nada allá, nena.
No sabía cómo responder, ni tampoco encontré una voz para manifestarlo. Tenía claro que no me iba a escuchar, ¿así que para qué hablar?
—Areum-ssi –el diminutivo que hizo en mi lengua nativa me sacó una sonrisa amarga; vaya, Takashi sabía algo de coreano–, ¿no te dije que odio el traje este? –descubrió mi oreja, y besó la piel con un erotismo que pocas veces había sentido, con cuidado, con atención, con morbo–. Tienes demasiadas capas encima –serpenteó la mano por mi pecho, zigzagueando bajo la chaqueta hasta acunar mis senos, no agresivo sino como un caballero, y ese era el dilema, que tenía mucho tacto cuando le interesaba. ¿Notó mi pulso alterado?–, ¿te gusta que te toque así? –preguntó ladino en mi oído, y al ver que no pude contestar, cambió el tono a uno protector–. Ven, nena.
Me cogió la cara dulcemente desde atrás, y me atrajo dominante hasta que nuestros labios chocaron. Apretó mis pechos con ansia, sacándome así un gimoteo sensible a traición. Lloré al darle esa satisfacción de verme mal, y cuando se separó para mirarme, sonrió complacido.
—No seas así...bésame bien –se lamentó, trazando tétricamente la línea bajo mi pómulo–. Tengo el correo con más fotos preparado en borradores, un click y la prensa las publicará –atrapó una gota salada de mi mejilla con su lengua, y el tétrico gesto solo me hizo llorar más. Era imposible llevarle la contraria.
Takashi se levantó en silencio y se sentó en su butaca, dejándome ahí tirada en su escritorio. Tardé unos minutos en incorporarme, de lo anulada que me sentía. Tiró suave de mi muñeca, ofreciendo confidente su regazo, sus brazos grandes y abiertos, una mirada íntima. Me senté sin decir mucho, sin entender mucho, y comenzó un suave sendero vertical por mi pelo, mimándome sobre sus piernas, sin segundas intenciones.
No sé por qué, pero apoyé la frente en su pecho y lloré en silencio mientras él calmaba el ruido mental. Pretendí que era el pecho de Kohaku pero ni siquiera oí latidos, confirmando mi teoría de que no tenía corazón. Qué extraño era compartir algo tan íntimo con él.
¿Era esta actitud reposada la verdadera personalidad de Takashi? Así no daba miedo.
—Señor Takashi –susurré decaída, con los ojos pesados de llorar y de cansancio, y la mejilla caliente contra su camisa–. Deme la pluma.
Con una sonrisa imposible de ocultar, me entregó el contrato y la pluma, y firmé mi sentencia de muerte abrazada y sin saber lo que unos meses con él me podían cambiar.
8. [cambio de actitud]
Areum
Señor Takashi. Honoríficos. Uniforme. Sumisión
Las normas no eran difíciles, pero sí degradantes de llevar a cabo.
—¿A que no ha sido tan difícil? –levantó mi barbilla 90º, examinándome como si me fuera a comprar, midiendo la longitud de mis pestañas y las finas curvas de mi nariz. Grité cuando de repente me atrajo del cuello para besarme, y giré la cara.
—Tengo una duda –dije pensativa, mis piernas todavía temblando. Me ponía extra nerviosa notar la gruesa protuberancia de sus pantalones contra mi costado, ¿de verdad se ponía así por mí? Oh...–, ¿se ha esperado a tener mi firma para poder tocarme?
Aquello era en algún tipo de consentimiento, ¿no...?
—¿Firmando el contrato sin leerlo, eh? –extendió la mano abierta en mi muslo, con una perlada sonrisa de desquiciado de la cual no podías deducir nada específico. A veces Takashi parecía estar en otra onda–. Tienes suerte de que soy trigo limpio en todo lo relacionado con papeleo –dijo ambiguo.
—¿Qué pasa si rompo el contrato? –todavía no me levantaba de las piernas de este hombre, y pude estudiar de cerca su rostro. Cómo sus labios estaban muy llenos hiciese la mueca que hiciese, su expresión seria y naturalmente atrayente, cómo alzaba las cejas milimétricamente cuando algo no le agradaba.
Sonrió con los ojos idos.
—Debes pensar que es buena idea romper el contrato, ¿entiendo? –lo dijo tan neutral que me arrepentí de haber hablado, y bajó la mano, dándome palmaditas pausadas encima del trasero, como advirtiéndome–. Bueno, Areum, si eso pasa me enfadaré mucho. Te advierto de que soy un hombre de temperamento fuerte, no deseo que acabes llorando veinte veces más de lo que has lloriqueado estos días si me descontrolo –cogió mis mejillas, mirándome a los ojos, los labios apretujados entre sus dedos–. Pero no tiene que pasar nada malo si me obedeces, porque es lo que vas a hacer...¿a que sí, nena? –me acarició el pelo para embobarme, sus oscuros ojos brillando en perversión, y me dio la sensación de que era un experto en el campo del sufrimiento.
—Le obedeceré, Señor Takashi –asentí para que me creyese, y cogí su mano para que no me rompiese la mandíbula, porque lo cierto era que apretó bastante.
Se relamió los labios ligeramente antes de besarme, y no supe cómo reaccionar, por lo que le devolví las caricias con timidez y lentitud. Manoseó mi pecho por encima de la blusa, apretando por encima del sujetador con destreza, consiguiendo que gimoteara–. Creo recordar que te dejé el cuello a medio acabar –gruñó, precipitándose contra mi piel.
—Espera –pedí ingenua, inventándome una excusa–, no puedo llegar con más chupetones a casa, ¿qué dirá mi madre? –o Kohaku–. Mañana... –pestañeé más de lo necesario, y entreabrí los labios para hacerme la vulnerable, que parecía ser que le gustaban las mujeres trofeo–, le prometo que vendré con otra actitud, Señor Takashi.
Se mordió el labio mientras escrutó cómo estaba sentada encima de él, deteniéndose más de lo necesario en algunas zonas. Con esa actitud desenfadada y controladora, me hizo sentir algo suyo. Es decir, ¿qué hacía yo teniendo una relación así con un heredero con el que iba a trabajar? ¿Qué mierda había firmado?
—Qué preciosa estarías con el uniforme –reflexionó, bufando cuando me reacomodé nerviosa en su regazo. Lo peor es que noté mis bragas húmedas. Un familiar tono de llamada cortó el momento, y me palmeó el muslo de nuevo–. Me entregarás el teléfono en modo avión cada vez que entres en mi despacho, odio las interrupciones.
—Es mi madre –leí la pantalla atemorizada, pues todavía no había hablado con ella desde anoche. Tenía una ligera idea de porqué llamaba–. Tengo que coger la llamada –me excusé, sin levantarme de sus piernas–. ¿Mamá? –descolgué mirando el ventanal de mi izquierda, negándome a centrarme en los ojos depredadores que me perforaban la nuca.
—Hija, ¿qué son esas fotos con Ito Kohaku que están por toda la prensa? Antes te has librado del sermón porque me he ido pronto a trabajar pero ahora no t... –aparté el teléfono cuando se puso a gritar por el altavoz, y contuve la respiración al sentir unas manos frías trazar mi cartílago.
—¿Problemas con el chico manzana? –percibí las vibraciones de su grave voz en mi oído, y se me puso la piel de gallina cuando lamió el lóbulo de mi oreja. Ahora no...
—¿Se puede saber por qué te vas de fiesta con él? –reclamó mi madre al otro lado de la línea, avergonzándome por el alto volumen de su voz–.¡Ya hemos hablado de esto demasiadas veces!
—Y yo también te he dicho que Kohaku es mi amigo –intenté mantener la calma–. Que hayan invadido mi privacidad y nos hayan sacado fotos... –recordé con pena–, no es mi culpa –colgué cansada, encima del responsable de las fotos.
—Tu amiguito tiene complejo de niño abandonado, ¿es que no te gustan los chicos mayores? –inquirió Takashi, apretándome contra él en un abrazo, su barbilla en mi coronilla–. Tenemos más experiencia, nena –insistió cómico.
—No sé si me gustan, pero a ti sí te gustan jovencitas...
Me besó aquella noche, fue el comienzo de un delirio laberíntico del que sería exhaustivo salir.
9. [bonito mientras duró]
Areum
Llegó el momento más estratégico del día, el de hacer educación física sin bufanda que cubriese los chupetones. Entré la primera al vestuario de chicas. Kohaku me había seguido, y oí sus lamentos sobre que estaba solo y sin con quién hablar en el vestuario de chicos.
La equipación de educación física era unisex, una camiseta con cuello redondo y unos pantalones cortos sueltos; No exponía más piel de la necesaria, y aquello era perfecto para tapar el destrozo que quedaba en mi cuello.
Me hice una coleta, frente al espejo, y mientras recogía los mechones, vi la tremenda depresión que se había instalado en mi cara. Mi piel lucía apagada, tenía ojeras y algunos granos por el estrés, pero aún así hoy Kohaku me había dicho que estaba muy guapa.
—Venga mujer, que no tengo todo el día –se recostó en el marco de la puerta, y fingí no haber visto la dirección sur de sus ojos por mi cuerpo.
Me cogí a su brazo y dejé que me guiara al pabellón de deporte. Había un silencio impropio y anormal, y aunque no quería que Takashi afectara a mi vida diaria, no podía evitar en qué pasaría cuando visitara de nuevo su despacho.
—¿Vas a poder hacer educación física con la rodilla mal? Estoy preocupado por si te vuelves a caer y se te abre la herida –agachó un poco la cara en mi sien, tal vez para acercarse físicamente todo lo que no había podido emocionalmente estos días.
—¿Por qué buscas las situaciones más rebuscadas? –le sonreí dulcemente, agradecida de que fuese tan detallista conmigo–. ¿Y si alguien te pega a ti “accidentalmente” en la ceja? –contraataqué, recordando la violencia de su progenitor.
Hoy Kohaku llevaba la herida al descubierto, pero también había un nuevo corte en su mejilla. No era un chico de muchas palabras, especialmente al hablar de su escasa familia: su padre.
Le hice sentarse en el banquillo mientras los compañeros de clase llegaban, y noté un roce tímido en mis dedos. Bajé la mirada, y no pude evitar sonreír enternecida al ver sus dedos temblar. Qué mono era.
—Me puedes dar la mano cuando quieras, Kohie –le dije, dándole un apretón cariñoso hasta que sonrió.
—Tú también puedes –distinguí pequeñas estrellas en sus ojos almendrados, y pude apreciar que lo decía desde el fondo de su corazón. Cada vez estaba más claro que le gustaba, y también me hacía dudar de mis propios sentimientos.
Al acabar la clase, hubo un problema, y es que era que ya no estaba sola en el vestuario, y mucho menos en las duchas. Me tapé el cuello como pude e intenté desconectar bajo el agua y el champú, no prestando atención a las demás chicas.
...
A la hora de la merienda juntos, Kohaku se enzarzó en una conversación con una compañera de clase. Y por la forma en que abrió sus ojos, parecía que le estaba contando algún cotilleo. Me gustaba verle así, despierto, presente.
Me senté en la acera paciente, y cuando Kohaku se acercó, no tenía una cara amigable.
—¿Se han podrido las cerezas? –intenté hacerle reír, pero se sentó a mi lado en silencio mientras me tendía el envase lleno.
—No, las cerezas están bien –sonó seco, sus ojos ocupados estudiando el pañuelo que llevaba al cuello. Mierda–. ¿Es nuevo?
—No –involuntariamente la recoloqué escondiendo la piel–, lo tengo ya desde hace tiempo.
—Es que nunca has llevado pañuelo y me ha extrañado –Kohaku se encogió de hombros, peinándose el pelo hacia atrás, inquieto–. ¿No tienes calor?
Había algo raro en su voz, algo que estaba fuera de lugar: sospecha.
—No, estoy bien.
—Areum, pareces de todo menos bien –me fulminó con la mirada.
—¿Por qué me dices esto ahora? –no estaba molesta, pero sí asustada de que desconfiase.
—¿Sabes lo que me ha dicho esa chica? –se inclinó hacia mi sien, y sus ojos congelaron los míos cuando me miró. No daba crédito a lo que estaba pasando–. Me ha dicho que tienes moratones en el cuello.
Me congelé allí mismo, y abrí los ojos en shock, ideando qué decir.
—Kohaku, yo no... –
—¿Te estás autolesionando? –se aferró a mis manos como si desapareciera–. Sé que estos días no has estado bien, siento si no te he preguntado lo suficiente, n-no te quería agobiar porque sé que...que no te gusta preocuparme con tus problemas pero... –
¿Autolesión?
—...pero no te tienes que hacer daño, no estás sola, yo estoy a tu lado –su mirada se estropeó por unas lágrimas traicioneras, y me sentí como la mierda en ese momento.
Kohaku se pensaba que me había autolesionado, y que mi cuello estaba así por aquello y no por un hombre con alto deseo sexual. ¿Era lo suyo ingenuidad o ceguera voluntaria?
—Yo no hago esas cosas.
—¿Seguro? –me subió la manga de la blusa en busca de marcas horizontales en mis antebrazos, y me quedé fría; sí, Kohaku de verdad pensaba eso.
—Sí, te lo prometo. No tengo nada, ¿ves? –le hablé con voz suave, con una con la que tratabas a un niño pequeño. Le rodeé en un abrazo, y apoyó la cabeza en mi hombro mientras sujetaba mi espalda.
—¿Y entonces por qué tienes moratones? –susurró cauteloso, y me tensé con el solo pensamiento de tenérselo que explicar–. ¿Los puedo ver?
Noté sus dedos tirar de la seda, pero frené su muñeca.
—He dicho que no te preocupes –me aparté del abrazo, cortando el apacible ambiente apacible de hace unos segundos. Entrecerró los ojos sospechoso, y a pesar de que no dijo nada más, supe que estaba molesto por que le mintiera.
¿Pero qué le iba a decir? Si el Señor Takashi me había repetido que no quería entrometidos...era mejor no decirle nada a Kohaku.
Le di una cereza como gesto de reconciliación. Copió mi gesto, y le di el placer de que me alimentase directamente él.
—¿Ha sido tu madre? –supe a qué se refería por el escrutinio a la bufanda.
—No, solo me ha dado el sermón de siempre –escupí el hueso de la cereza de una forma muy poco femenina que le hizo sonreír, y vi cómo se contuvo de hacer más preguntas. Me rodeó los hombros con un brazo y me atrajo a su pecho.
Sorprendida, me quedé en silencio, acostumbrándome poco a poco a lo bien que se sentía; la seguridad a la que me podría acostumbrar.
—Oye Areum, me puedes decir lo que sea, ¿vale? –acunó mi nuca, peinándome de una forma extática–. Absolutamente lo que sea.
Me encantaría hablarle sobre el contrato con el heredero autoritario que me provocaba tantas emociones, pero no podía.
—Esto se siente muy bien –me apoyé en su hombro y aprecié los pequeños detalles: el cielo azul, la fresca colonia masculina de su camisa, los dedos de Kohaku en mi pelo.
—A veces me siento en un cuento... –dijo nostálgico, un poco tenso por la cercanía. Estuvimos unos minutos en un silencio agradable, y fue bonito mientras duró.
—Tienes el pelo muy suave –su voz maduró como la miel, y sus dedos tomaron mi mentón con un descaro impropio de él. Nuestras caras se quedaron a menos de un palmo y le miré desconcertada, ¿qué pretendía?
Kohaku desvió la mirada por el aparcamiento, y desencajó la mandíbula, disgustado. Me soltó de golpe.
—¿Qué cojones hace ese aquí? –su pecho se abrió en defensa, y al seguir su mirada, vi una figura alta y sonriente devolviéndonos recargado contra un coche negro, fumando–. ¿No venía Joji a recogerte del instituto?
—No sé por qué está aquí –confesé, poniéndome en pie y acomodando la falda para disimular el incipiente temblor de mi cuerpo.
La pantalla de mi móvil se iluminó, con un mensaje de un número desconocido.
¿A qué esperas para venir a saludarme?
—T
No estaba en posición de insultarle y negarme, y mucho menos delante de Kohaku. No había especificado qué pasaría si rompía alguna cláusula del contrato, pero me prometió que acabaría llorando.
—¿Areum? –dijo Kohaku tras ver que no reaccionaba y Takashi seguía sosteniéndole la mirada.
—Me tengo que ir, nos vemos mañana –le di un abrazo antes de que pudiese decir nada, y sentí cómo los dos se quemaban el uno al otro con la mirada, porque Kohaku me arañó sin querer.
—Mándame los mensajes de mierda que siempre me mandas, ¿vale? –susurró aquello en mi oído como si fuese la cosa más secreta y prohibida del mundo, y noté un tinte triste en su voz–. Y ten cuidado con la rodilla.
—Voy a estar bien –me agaché para recoger la mochila de la acera, y oí una maldición enfadada mientras estaba inclinada.
—Menudo hijo de puta... –miré extrañada a mi amigo, y me devolvió la mirada, nervioso–. ¿No llevas pantalón corto debajo de la falda?
—Hoy hacía bastante calor –me excusé, intentando no pensar demasiado en que probablemente se me hubieran visto las bragas.
Kohaku se quedó callado, mirando mi pañuelo y midiendo mis palabras hipócritas. Hondeé la mano hacia él, y me correspondió pero más rígido..
A mi cuerpo no le costó nada ponerse serio conforme me acerqué al coche y a su propietario.
Señor Takashi. Honoríficos. Uniforme. Sumisión.
¿En qué momento mi realidad se había vuelto una comedia barata de internet?
Me obligué a mirarle a la cara, y él ya me regalaba una sonrisa lasciva mientras tiraba la colilla y la pisaba con su zapato, mirándome de soslayo.
—Buenas tardes, Señor Takashi –dije educada, y me abrió la puerta de copiloto–. ¿Qué hace aquí?
La respuesta era tan obvia que ni se molestó en contestar, pero tuvo la cortesía de abrirme la puerta.
En el espejo retrovisor, vi los puños cerrados de Kohaku.
Dejé las manos sobre mi regazo, incómoda con el ronroneo del motor; ni de coña iba a entablar conversación con Takashi.
—Hacía tiempo que no veía una escena tan enternecedora –giró el volante con una mano, sentado elegante en su traje azul, poderoso y orgulloso–. Los gestos de tu amigo son muy obvios, seguramente ya te hayas dado cuenta –hizo una pausa, creando expectación–. ¿No crees que es gracioso?
—¿El qué?
—Que le gustes –numeró–, que no te des cuenta, y que vaya a ser yo quien te disfrute –Takashi sonó oscuro, como si estuviera advirtiendo el futuro próximo. Me pegué con disimulo a la puerta de copiloto, lo cual fue idóneo para captar su atención. Cubrió mi rodilla con su mano, deteniéndose en caricias superfluas–. Hoy estoy de muy buen humor, Areum.
—Me alegro –mantuve la falda en su lugar bajo mis manos cruzadas, blancas de tanto apretar por el estrés que me producía no saber qué iba a pasar. De reojo, vi la sonrisa enorme que cruzaba su cara.
Desconocía si Takashi era capaz de sentir emociones básicas más allá de furia y superioridad, pero suspiró como si hubiera tenido un pensamiento inmoral.
—Aprecio que obedezcas las normas, pero yo de ti no me llamaría así mientras conduzco –sentí un cosquilleo cuando subió los dedos por la cara interna de mi muslo, pero frenó en la barrera que suponían mis manos–. Prefiero tener la erección después.