Kitabı oku: «Sugar, daddy», sayfa 5
10. [de buen humor]
Areum
Para la suerte de mi salud mental, Takashi no subió la mano más durante el corto trayecto en coche, aunque lo haría tarde o temprano.
—¿Por qué no ha venido Joji a recogerme? –le seguía los pasos con lentitud, porque se paraba cada dos por tres a saludar a algún empleado del edificio. Parecía un jefe profesional y piadoso, nada que ver con la faceta que me había mostrado a mí.
—¿Tu chófer? No lo sé, pero tu madre habló conmigo –pulsó el botón del ascensor–. Después de la riña por teléfono sobre tu amiguito, me convenció para recogerte algunos días del instituto –examinó mi reacción cuando fui entendiendo el enrevesado plan de mi madre–. Ya sabes, así no estás tanto tiempo con ese niñato.
Me coloqué en la esquina opuesta cuando las puertas del ascensor se cerraron. Eran veinte pisos con él, más un tramo de escaleras después. Pftt.
—Señor Takashi –me peiné la melena oscura tras mi hombro, mirándole con seducción vacía–, apuesto a que es un hombre muy ocupado, no debería perder el tiempo en recogerme del colegio. Es el trabajo de Joji llevarme en coche –miré disimuladamente el panel de botones, ¡todavía íbamos por el séptimo piso! El tiempo se hacía eterno con él.
Dos zapatos negros y formales avanzaron contra los míos hasta acorrarlarme en silencio. Alcé lentamente los ojos de su camisa estampada, sobrecogida por los centímetros nulos de distancia. Su flequillo oscuro y partido le daba un aspecto más agudo a su mirada parda y nublada, y si hubiera tenido un buen corazón, los ojos de Takashi habrían permanecido en mi memoria.
Se inclinó, sus labios brillantes al haberlos relamido.
—Te recogeré algunos días –dijo conciso–. Me gusta la idea de recoger a mi sumisa del colegio, así te veo en tu entorno natural antes de que te tenses al verme –cogió mi mandíbula con gentileza, sonriéndome burlonamente.
Sumisa, porque eso era en lo que me había convertido al firmar. Pues lo llevaba claro...
—Además, adoro ver la cara de embobado del niñato manzana en ti –se refirió a Kohaku–. Me hace disfrutar más lo de después –desató el nudo del pañuelo hasta revelar mi piel, pellizcando de forma suave pero igualmente dolorosa una marca.
Intenté retroceder cuando vi sus intenciones sádicas, pero la pared no me dejaba y todavía íbamos por el catorceavo piso.
—Me gustó mucho el beso del último día, es gratificante saber que esa lengua puede hacer algo más que contestarme –apoyó el brazo al lado de mi cabeza, creando una jaula que se sentía muy opresiva, pero a la vez también sentía curiosidad–. ¿Me das otro?
Cogió mis mejillas sin permiso alguno y me besó de la misma forma: con fiereza, sin pausa que demostrara su piedad. El timbre del ascensor sonó antes de que fuera a más, y sentí alivio cuando las puertas se abrieron.
—Las damas primero –me hizo un gesto con la mano para que le adelantara, y subí el pequeño tramo de escaleras hasta el último piso–. Tengo unas excelentes vistas desde aquí, Señorita So...
Observé el mar de rascacielos, pero por el sonido gutural, no tenía pinta de que él estuviese mirando eso. Me giré para comprobar que seguía subiendo detrás de mí, con la mirada perdida bajo mi falda.
Mierda, ¿no me había visto las bragas antes cuando estaba con Kohaku? ¡Ah, qué maldita perversión!
Presioné la tela contra mi trasero, también haciéndome a un lado de la pared para dejarle pasar. Soltó una risita seca de suficiencia cuando metió la llave en la cerradura, pero yo comencé a arrepentirme de no haberme puesto unos shorts bajo la falda. ¿Y si se le ocurría sentarme encima de él otra vez?, ¿íbamos a tener sexo? Demasiado ruido mental y poca seguridad.
—No me digas que estás nerviosa, nena –apoyó la mano en el marco de la puerta, su voz asquerosamente paternal–. Ya casi no me vacilas –se abrió paso hasta mí oído, en el que susurró de forma gélida–, no sabes lo que me pone...
Quería hablar, pero no podía articular las palabras. Mi cuerpo temblaba extraño cuando se acercaba, cuando me acariciaba la mejilla con los nudillos como si fuera una muñeca, pero no me aparté.
—Soy bastante nacionalista, pero tengo que admitir que para ser una coreana... –perfiló la cuenca con una dulzura difícil de resistir–, me habría dislocado el cuello viéndote si nos cruzáramos en la calle –susurró cálido en mi sien, y cometí el error de cerrar los ojos–. Qué bien te portas cuando quieres.
Las cosas que me decía...aunque todo fuese manipulación, me provocaban algo en el vientre.
De repente, algo duro y alargado rodeó mi estómago,pegándome a su pecho en una especie de abrazo raro desde atrás. Rozó mi oreja con los labios y tuve un escalofrío en sus brazos.
—Dame el teléfono, nena –ordenó, ciñendo más los brazos en mi cintura, subiéndolos disimulado hasta mis pechos, caldeando mis mejillas.
¿Y quién era yo para decirle que no cuando era en su despacho donde estábamos?
Takashi me soltó una vez le di el teléfono en modo avión, y maldije por lo desolada que me dejó su falta.
—¿No es todo más fácil así, cielo? –se guardó mi móvil y me apretó las mejillas como si fuera una niña–, ¿cuando no opones resistencia y me dejas mimarte?
¿”Mimarme”? Era más fácil, sí, ¿pero a qué precio? Mi dignidad vendida, rebajada a llevar el uniforme prácticamente por fetiche sexual, y solo me faltaba un collar que indicase que era su mascota.
—¿No respondes, nena? –me puso cara de pez al apretarme los cachetes juntos, y apretó posesivo–. No me gusta repetir las cosas dos veces.
—No sé si es más fácil, pero es igual de...exhaustivo –susurré moribunda, reteniendo unas lágrimas traicioneras de humillación, sentimientos encontrados y ansiedad.
—¿Tienes miedo?
—Un poco... –cerré los ojos cuando el labio me comenzó a temblar, clara señal de que iba a llorar. No quería que él me viera así y luego se burlara, pero no me dejó ir cuando hice el amago de apartarme.
—No tendrás ningún problema siempre y cuando no rompas ninguna cláusula –me consoló–. No te castigaré a menos que me desobedezcas –sus ojos se mostraron piadosos, como si entendiera mi conflicto mental–. Ven, vamos al escritorio.
Me tendió la mano de forma paternal, como si todos los males se resolvieran de su mano, y caí. Se sentó en su espaciosa butaca, abriendo las piernas para dejarme espacio. Me miró vicioso a través de las hebras oscuras que caían por sus cejas, escrutando mi fina silueta.
—¿Señor Takashi? –apreté sus dedos como una cría abandonada, turbada por su silencio. El vendaje de mi rodilla parecía tenerle fascinado.
—¿Te has hecho pupa en la rodilla? –se mofó, frotándose el labio con la yema del dedo–. Déjame adivinar, ¿se la has chupado a tu amiguito en los baños y el suelo estaba demasiado duro?
—Me caí al suelo.
—¿Te duele? –asentí cabizbaja, y tiró de mi mano hasta acercarme a él como una princesa, cerrándome entre sus piernas y el escritorio a mis espaldas–. Si te gusta hacer exhibicionismo, nena, puedo l...–
—No hago esas cosas, Señor Takashi –cancelé las imágenes mentales obscenas que se le estaban formando, y las mías también. No quería pensar en hacerle una mamada a Kohaku, ni tampoco en si estaría bien dotado o en si se pondría sonrojado al verme entre sus piernas. Porque probablemente sí.
—Eso puede cambiar –introdujo las manos bajo la falda, y preferí mirar al frente mientras me estrujaba el culo cual crío con un peluche–. A tu amigo parece haberle molestado que le mire las bragas a su crush en el aparcamiento, en cierto punto me da pena el chaval.
No dije nada para no entrar más a su juego, ya que todavía no estaba segura de poder salir del actual.
Levantó la falda para echar un vistazo a mis bragas pasteles de lacitos, y mantuve la mirada en el cuadro, temblorosa por la crítica. ¿Me tendría que haber puesto un tanga más sexy...? ¡No!, ¿pero qué cosas se me ocurrían?
—Es una pena que ahora no te puedas poner de rodillas...esperaré a que te cures –me recostó en la fría madera, y se me atascó el aire en la garganta cuando me subió a la mesa. Se le marcaron los bíceps bajo el traje, y Takashi me abrió los muslos, exponiendo mi ropa interior–. Mientras tanto, yo también te puedo mimar. Vamos a desvestirte un poco... –desabrochó los botones de mi blusa uno a uno, animado por mi pasividad. Hacía mucho tiempo que un hombre no me desvestía, y por impulso me cubrí, mirándole con miedo–. Nada de eso, nena. Quiero ver lo que hay debajo del uniforme.
Me sentí más pequeña que nunca, ahí expuesta para él en sujetador, viendo cómo se aguantaba las ganas de tocarme con voracidad, lo que se le dilataron las pupilas ya de por sí negras. Si ahora estaba siendo suave conmigo, ¿cómo sería en su momento más carnal?
Se puso en pie, y rodeó mis piernas en sus caderas. Noté el pulso de mis orejas, la sarve hirviéndome al sentir su erección. Madre mía.
—Tienes las mejillas sonrojadas y los ojos entrecerrados...qué mona –dejó un beso húmedo en mis blanquecinas clavículas, apretando mi cintura desnuda entre sus manos de hombre–. Cuanto antes te entregues a tus deseos inmorales, antes podrás disfrutar tu naturaleza sumisa. ¿Sabes lo placentero que es ver el conflicto de dualidad por el que pasas cada vez que me ves?, ¿cada vez que entras por la puerta de mi despacho? Me pone muchísimo –el tono grave de su voz activó algo en mi cuerpo, y él parecía saber cómo apagarlo.
Takashi comenzó a tocar mi torso: la caída libre de mis hombros, mis vacías clavículas, mis escasos abdominales, mis pechos recubiertos por el fino sujetador; los amasó.
—No hay nada de malo que te excite que te toque así –pareció leer mi expresión dudosa. Pero...¿de verdad no estaba mal?, ¿incluso si mi reacción era totalmente contraria a mis valores? Nunca me habría visto en esta situación con alguien tan gilipollas y machista, pero qué vueltas daba la vida. No me reconocía a mí misma–. ¿Te gusta que haga esto? –su cálida boca se hundió en la curva de mi cuello, y me sorprendí lo mucho que me gustó cuando humedeció mi piel. Asentí, y me mojé muchísimo cuando se rio. Él tenía todo el control, era el amo el lugar–. Claro que te gusta, nena. Túmbate.
Se adelantó y me presionó al escritorio por los hombros, mis piernas flojas todavía en su cadera, y advertí el bulto de sus pantalones.
—Debe de ser frustrante que tu cuerpo no te obedezca –atrapó su labio con los dientes, mientras observaba el tirante caído del sujetador por mi brazo, mientras bajaba el tacto por mis muslos–. ¿Cómo estarán tus bragas, hmnn?
Muy mal, a mi pesar
Arrugó la falda en mi cintura para poder ver mejor, y con dos dedos en V, los pasó por encima de la fina tela, provocando y haciendo que mis bragas se transparentaran. Mordí mi labio sin descaro,algo retraída, pero aún así abrí las piernas con docilidad para darle más acceso. Si tenía que estar seis meses con él, al menos lo disfrutaría. Sería una lástima que yo también me torturara por sentir placer físico, ¿no crees?
Takashi enterró las caderas en mí como un animal, sus dedos trazando patrones secretos en un punto sensible centímetros más arriba. Arqueó una ceja condescendiente, y sus labios no fueron gentiles cuando me besó. Me rodeó la nuca como un animal, y yo fui tan blanda que me derretí en sus manos, le correspondí con la misma obscenidad, rodeé los brazos en sus hombros, y tiró de mi pelo hacia atrás.
—Hmmnn... –me oteó reflexivo, enfocado de más en mis labios. ¿Acaso tenía monos en la cara?, ¿estaban mis labios tan hinchados e irresistibles como los suyos?–. Menudos labios tienes –delineó mi boca, absorto como si estuviera en éxtasis–, no preguntaré si te los has pinchado, ya que ahora todas las jovencitas tenéis cirugía como regalo de graduación –los pellizcó con mofa, acariciando también la hendidura marcada entre mis bragas–, pero pfft...
Noté una palpitación contra mi coño, y miré su paquete con descaro. Yo también comenzaba a sentirme sensible...¿qué narices hacía o decía? Apartó un mechón de pelo de mi frente, y me susurró como si fuera un obsceno secreto.
—Me vas a manchar los papeles de lo mucho que estás goteando.
11. [lenguas desconocidas]
Areum
—Eh... –sintiendo la cara caliente y sin saber qué decir, intenté cerrar las piernas, pero grité cuando me abrió los muslos con sus esqueléticos dedos–. Señor Takashi...
Quise decirle que no estaba para nada excitada y que me dejara irme a casa, pero notaba la tela de las bragas húmeda, y eso era imposible de ocultar. ¿Acaso no había decidido que lo disfrutaría?, ¿pues por qué me comía tanto la cabeza? Estaba mal, sí...pero al menos no estaba haciendo daño a nadie.
—Quédate tumbada –tomó asiento en su butaca de rey, examinando mis piernas abiertas frente a él, como si fuera una ofrenda virgen y me fuera a despojar de algo–, relájate, no te voy a morder si no quieres–
Clavé la vista en el techo cuando noté cómo bajó mis bragas, y entre tanto silencio, oí la caída de la tela al suelo, y también cómo Takashi se lamió los labios.
—¿Hace cuánto no te comen? –apoyó mis piernas en sus hombros, inspeccionándome sin el pudor que sentía yo. ¿Qué más le daba a él cuando fue la última vez? Mi última relación sexual ni siquiera tuvo penetración, por no decir que fue más bien un desastre.
—No tanto como cree –dije cortante, mis manos sobre mis costillas sin saber qué hacer.
Tiró de mis tobillos hasta ponerme casi al borde de la mesa, y pasó las yemas de los dedos por mi sexo desnudo, tanteando, esparciendo la lubricación, analizando mi respiración. Bajé la mirada por primera vez, y me fundí con los mordisquitos que empezó a dejar en la cara interna de mis muslos, cosquillas pero con algo más, con saliva, hambre y placer.
Tanteó mi entrada vaginal con dos dedos, solo rozando, solo introduciendo lo mínimo, mientras sus dientes me dejaban marcas en los muslos. Subió los mojados dedos a mi clítoris, pero no más de dos segundos, y luego recreó la línea de antes hacia abajo. Me comencé a desesperar por los fugaces roces del heredero, pero tenía el presentimiento de que lo estaba haciendo a propósito, que tal vez quería que se lo pidiera.
Succionó más fuerte la cara interna de mis muslos y lloriqueé, cerrando las piernas alrededor de su cabeza, desesperada por que me diera más. Le noté sonreír perverso, y contrariamente, me mojé más.
—¿Quieres algo, Areum? –conectó sus ojos con los míos, su respiración caliente contra mi coño. Palpité y me mordí el labio abochornada, siendo consciente de que se estaba riendo de mí.
—Me gusta cuando no es tan brusco, Señor Takashi –toqué mis dedos buscando refugio, un poco embobada con las manchas rosas esparcidas por mis muslos, sonrojada por estar abierta frente a su cara.
—¿Te gusta que te traten como a una princesa, hmmn? –sonrió satisfecho en su butaca, mirando casi con crueldad cómo emanaba la lubricación–. Tienes suerte de que a mí me encanta consentir a las princesas.
Enterró la cara entre mis piernas sin previo aviso, y estaba tan mojada que cada depravado rastro de su lengua sonaba. Comencé a gemir bajito y suave, cohibida pero también cachondísima.
—Mmnng –enterré los dedos en su oscuro y bonito cabello, apretándole contra mi centro, humedeciéndole la cara, haciéndome presa de él sin darme cuenta.
—¿Hmmn? –el tono gutural de su ronca voz vibró directamente contra mí, mi clítoris. No quería ser ruidosa para no subirle el ego más, pero se me complicó la tarea cuando introdujo una falange. Era una táctica que creaba dependencia a base de insuficiencia–. ¿Quieres más?
—Sí...
Metió un segundo dedo, sus falanges vacías de los anillos que se había quitado.
—¿Te mojas tanto de normal?
Si miraba abajo, una imagen muy erótica acechaba: sus ojos descaradamente oscuros y seductores mientras me sonreía con los labios brillantes, cómo sonaban sus dedos cada vez que los metía y sacaba y a veces los curvaba hacia arriba, cómo parecía encantarle comerme y dejarme hecha un desastre con su lengua, o en general, tal vez le gustaba hacerme un desastre. ¡Ah, qué impotencia!–. ¿Te gusta que te meta los dedos hasta los nudillos? –su mejilla se abultó cuando la presionó con la lengua, y me obligué a cogerle del pelo y hacerle desaparecer entre mis piernas cuando la imagen comenzó a afectar a mi juicio–. Me están chorreando con tu lubricación, cielo.
Me intenté calmar a pesar de que la temperatura de mi cuerpo no bajaba, tan extasiada por sus palabras y gestos. ¿Por qué lo hacía tan bien? ¡Pftt!
—...qué calor –me escuchó a pesar de que lo susurré, y sustituyó los dedos por algo más sólido y mojado por mi propia lubricación y su saliva, pero paró. Oí cómo la butaca se movió, y cuando abrí los ojos, Takashi ya se había reclinado sobre mi cuello, calculador.
Había que ser estúpida para no admitir que me gustaba cómo lucía su cuerpo sobre mí, los músculos que se marcaban a través de su camisa abierta, sus rasgos rectos y masculinos, el bulto que presionaba contra mi muslo... Era bastante vergonzoso admitirlo.
—Si te pudieses ver la cara desde aquí –frotó mi clítoris muy fuerte, y aunque le cogí el brazo con urgencia, él siguió hasta que comenzaron a temblarme las piernas–, te juro que no me culparías por todos los pensamientos que estoy teniendo.
—Señor Takashi, no aguanto más... –toqué su pectoral a modo de plegaria, mirándole inocente y con cierto patetismo, casi llorando–. ¿Señor Takashi?
—En el fondo –comenzó, cogiéndome la mandíbula con una sonrisa prepotente–, sabes que no te arrepientes de haber firmado el contrato. Ni siquiera te he dado ni un 20% del placer que te prometí y no dejas de pringarme de fluidos.
Takashi cesó los movimientos por completo, y cuando me incorporé para gritarle, me tapó la boca.
—No seas impaciente, Areum –aconsejó calmado y me guiñó un ojo, acariciando mi mano entre la suya con una suavidad que me relajó. Se sentó y enterró la cara de nuevo entre mis muslos, y cada húmedo trazo que daba me desestabilizaba más el cuerpo, hasta llegué a manosearme por encima del sujetador cuando sentí que se me iba a salir el corazón.
—¡A-Ah...! –me convulsionaron los muslos alrededor de su cabeza, pero me retuvo contra el escritorio mientras el orgasmo me destensaba, mientras bajaba por mis piernas, mientras mi respiración se regulaba.
Permanecí acostada durante unos instantes, aún incluso cuando Takashi dejó de tocarme. Su risa seca y corta rompió el silencio y un poquito de mi salud mental. El desgraciado me había dado uno de los mejores orales de mi vida, y le complacía saberlo aunque no se lo hubiera admitido.
—¿Todo bien, princesa? –prendió un cigarrillo, mirando mi figura tumbada y semidesnuda, con una expresión deleitada de la que pocos hombres podían presumir. En otra ocasión, el apodo me daría vergüenza ajena, pero en la boca de Takashi, me hizo sentir singular. Tal vez el orgasmo me había afectado las neuronas–. Qué paz –suspiró extasiado, disfrutando el silencio del despacho, y me permitió verle cerrando los ojos por segundos, en un estado de calma absoluta–. ¿No estarías más cómoda en el sofá? –oí cómo dio otra calada desde arriba, y pasó los dedos suavemente por mis rodillas desnudas, por mi brazo, mi estómago, mi cara. No tenía por qué ser dulce, pero tuvo el gesto.
—N-No, ya me voy –dije apresurada, poniéndome en pie y arreglando mi uniforme un poco. Me dejó un paquete de toallitas húmedas en el escritorio, fumando fumando y fumando. El mustio olor de la nicotina comenzó a impregnar toda la estancia, y recogí todas mis pertenencias una vez estuve limpia y vestida. Fui a ponerme las bragas, pero no estaban en condiciones–. Oh... –genial, tendría que ir sin bragas y con falda de vuelta a casa, ojalá no cogiera una hipotermia.
—¿Siempre te corres tan fuerte? –Takashi me miró a través del humo, apoyado en el ventanal como si esperara algo.
—A veces –mentí sin mirarle, cogiendo mi mochila y precipitándome hacia la puerta y despidiéndole–. Buenas noches, Señ...–
—¿Te vas sin el móvil?
Frené en seco mis pasos, y giré la cabeza dramática hacia él. Tenía razón, le había dado el teléfono al entrar. Pues qué mierda.
—¿Me lo devuelve? –retrocedí hasta su cómoda silueta, y me espiró el humo en la cara.
—¿Por qué no lo coges tú? –se humedeció los labios con la lengua, y antes de que pudiera preguntarle dónde estaba mi móvil, señaló sus bolsillos con la mirada. Oh. Quería que rebuscara en sus bolsillos delanteros.
El único problema era que ambos tenían algo dentro, por lo que no pude distinguir dónde estaba mi teléfono. Ah...¿pero por qué no me lo daba él mismo?
Me decanté por el bolsillo de la izquierda, y tuve la estúpida esperanza de que me hiciera alguna caricia en el pelo cuando me acerqué. Prefirió fumar y sonreír enigmático. Le miré abochornada al meter la mano en su bolsillo, y tragué duro al palpar una protuberancia para nada plana. Oh.
—Creo que te has equivocado de bolsillo –retuvo mi mano en su paquete, escondiendo el deseo sexual tras una expresión ladina. Tiró la colilla y acunó mi mejilla entera en su mano–. Espero que mejore la herida de tu rodilla –apretó más mi mano contra su erección, gruñendo–, vas a estar mucho tiempo arrodillada, Areum.