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El carrito del cura

Si ustedes vieran cómo gozan las muchachas

cuando se montan en el carro del curita

a él no le importa que le arruguen la sotana

lo que importa es que ellas vayan pegaditas.

Ay dicen, vámonos en el carrito

ay vamos, vamos con el padrecito.

A las muchachas más hermosas las coloca

en la cabina pa´ que formen un montón

y con las manos a todas las vuelve locas

metiendo cambios y la doble transmisión.

Ay dicen, vámonos en el carrito

ay vamos, vamos con el padrecito.

Esas muchachas se entusiasman con el carro

y para remate que el curita es buen chofer

no se dan cuenta cuando el curita le mete los cambios

tampoco siente cuando lo pone a correr.

Ay dicen, vámonos en el carrito

ay vamos, vamos con el padrecito.

Como es seguro que yo nunca tendré carro

de vez en cuanto me iré a San Sebastián

y pa´ lograr con el cura su cacharro

voy a pedirle que me nombre sacristán.

Ay, dicen, vámonos en el carrito

ay, vamos, vamos con el padrecito…

Lilia Esther Gallardo Polo, la esposa de Guillermo

De la unión de Francisco Gallardo Pertuz y Carmen Polo, baranoero y cienaguera, respectivamente, nacieron tres hijas: Olga Graciela, Beatriz del Carmen, Lilia Esther, ya fallecidas.

Lilia Esther, nacida en Ciénaga, el 23 de abril de 1924, es el personaje que nos ocupa. Era la esposa de Guillermo Buitrago. Hizo sus estudios en el Colegio Santa Teresa, de las Hermanas de la Presentación, de esta ciudad, donde se destacó como buena estudiante y gran compañera de clases.

Era una muchacha sencilla,alegre y muy activa. En el colegio hacía presentaciones de teatro y organizaba las verbenas, que eran amenizadas por el hombre que sentimentalmente le cautivaría: Guillermo Buitrago.

Lilia Esther siempre lideraba estas fiestas, generalmente de carácter benéfico. Nose tocaba por plata, el músico cuando era bueno, la mayor distinción y reconocimiento que recibía era la invitaciónpara que tocara en las fiestas. Lilia era una admiradora del cantor cienaguero y amante de su música. Había una relación de amistad que posteriormente se convirtió en un romance, prácticamente a escondidas.

Los padres de Lilian Esther no veían con buenos ojos a Guillermo, como para que fuera el esposo de su hija: su condición de músico le hacía perder cierta credibilidad para lograr esa posibilidad con ella. Con él no existía problema alguno, por supuesto que no, pero esa particularidad de ser músico hacía que lo pasaran como dulce amargo, o que lo vieran con ojos de bacalao con lentes de contacto. Doña Carmen, por ejemplo, ni siquiera le gustaba que en su casa se escuchara su música.

Pero el “El Mono” no se rendía. El romance apenas comenzaba. Se hizo amigo entonces de las hermanas Silva (Lila, Esther, Rosalba, Raquel y Nora), amigas de su pretendida, y consiguió de esta forma establecer un puente de comunicación con su novia. Ellas eran las que le colaboraban con aquello del “lleva y trae”. Que no era otra cosa que el correveidile, logrando poco a poco “ambientar el ambiente”.

Por las tardes se sentaba en la Plaza del Centenario a la espera de las hermanas Silva, que lo acompañaban a visitar a su novia. Así, con el tiempo fue ganándose la confianza y algo del cariño de sus futuros suegros.

El día del grado de Lilia Esther, el 17 noviembre 1945, Guillermo llegó acompañado del brazo de Lila Silva, elegantemente vestido, con el regalo en la mano… y un poco nervioso. Fue recibido cordialmente por los padres de la novia, que allí presentes, lo invitaron a pasar, estando con él durante toda la fiesta.

Envalentonado después de algunos tragos, Buitrago aprovechó el momento para manifestarles cuáles eran sus intenciones y el deseo de casarse con su hija. Los padres finalmente cedieron no solo con la aceptación de Guillermo sino también de su música.

A la edad de 26 años, Guillermo, y de 24 Lilia Esther, contrajeron matrimonio en la parroquia San Juan Bautista, de Ciénaga, el 1 de julio de 1946, presenciado por el entonces cura párroco, Máximo Ruiz,siendo testigos del matrimonio Julio Medina Vizcaíno y Adolfo Suárez.Fijaron su residencia en la casa ubicada en el viejo callejón Ayacucho, entre calles Bolívar y Santander, actual carrera 8,calles 7 y 8, cuya propietaria era la señora Carmen Polo.

De este matrimonio nació Guillermo de Jesús Buitrago Gallardo, el 5 de noviembre de 1948.

Apenas cinco meses de nacido tenía cuando su padre murió. Guillermo Junior actualmente reside en Ciénaga, donde lo vemos diariamente transitando calles y esquinas de la ciudad.

Años después de muerto Guillermo Buitrago, Lilia Esther contrajo nuevamente matrimonio con Aquileo Mozo, con quien tuvo dos hijos: Álvaro y Janeth; se radicó en Barranquilla, donde murió el 5 de febrero de 1994, a la edad de 70 años. Fue sepultada en Jardines de la Eternidad de esa ciudad.

Capítulo III
Caminos de juventud en Ciénaga y Santa Marta

Guillermo era un muchacho común y corriente, como cualquier joven de la época. Inició estudios de primaria en el Colegio Adventista de Ciénaga, regentado en esa época por María Ruptilia Manjarrez, que funcionó en la calle Valledupar con el callejón Enciso. En una esquina, diagonal a la institución educativa, vivía quien más adelante sería uno de los personajes más populares en la vida artística del cantor cienaguero: Heliodoro Eguis, a quien dedicó uno de sus canciones más exitosas. A Guillermo, los compañeros de colegio, le pusieron pronto un apodo: Papabuelo, por el color rubio del cabello.

Continuó los estudios primarios en la Escuela Moderna, de don Víctor Manuel Gallardo Meza5, ubicada entonces en el callejón Popayán, entre calles Padilla y Valledupar. Cursó hasta tercero de bachillerato en la Escuela de Segunda Enseñanza para Varones, que había sido creada en abril 4 de 1932 mediante ordenanza del departamento.

En 1933, el gobernador del departamento, Roberto Castañeda Orozco y el director de Educación Pública, firmaron el Decreto 81 que organizó el plantel según lo dispuesto por la ordenanza de 1932. Fueron nombrado el poeta Gregorio Castañeda Aragón -el poeta de San Juan del Córdoba, como lo llamaba León De Greiff- como rector fundador, con una asignación mensual de $120 pesos, y los profesores Franco García Navarro, Carlos García Mallorca, Ramón Miranda, Raúl Villalobos Rojas, Manuel Rovira Bolaños, Víctor Manuel Gallardo y los padres Nicanor Sagorday y Saturnino Orellano: una nómina de lujo, dadas las calidades profesionales e intelectuales de los designados.

En marzo de 1934, la Escuela de Segunda Enseñanza abrió sus puertas con los cursos primero y segundo de bachillerato. Inicialmente funcionó en el viejo caserón de las hermanas Sara e Isabel Maya Fernández de Castro (Machara y Mabén), en la esquina del callejón Bucaramanga con la calle Magdalena, en la antigua residencia de las Hermanas del extinto Colegio Santa Teresa de la Presentación. El colegio, para 1935, siendo rector el licenciado Bienvenido Rodríguez, abrió los grados tercero y cuarto de bachillerato.

Guillermo Buitrago ya pertenecía al colegio. El profesor Pedro Juan Navarro recordaba a Guillermo como un muchacho “sereno y muy callado, ajeno a problemas y discusiones”. Solía decir, contaba el profesor, que “para pelear se necesitan dos y yo no soy uno”. Era un estudiante promedio, pero, sin ninguna duda, la música era su verdadera pasión, memora Navarro.

En 1943, durante la gobernación de Armando L. Fuentes, el Decreto 67 creó el Instituto Virginia Gómez, y en el mismo acto administrativo, la Escuela de Segunda Enseñanza pasó a llamarse Instituto San Juan del Córdoba.

A principios de 1944, ocupó la dirección del colegio el licenciado Campo Elías Ortega, quien pronto le dio un nivel al colegio similar al del Liceo Celedón de Santa Marta, institución prestigiosa en donde estudiaban los hijos de las más importantes familias del antiguo departamento del Magdalena. Campo Elías logró la aprobación para dictar los cursos de quinto y sexto de bachillerato: un hito para la educación de una ciudad que crecía de manera acelerada.

En 1949, año de la muerte inesperada de Buitrago, siendo vicerrector el doctor Pedro Juan Navarro, el Instituto San Juan de Córdoba entregó su primera promoción de bachilleres: diez jóvenes que, andando los años, traspasaron sin dificultad el umbral de los centros universitarios.

El joven Guillermo Buitrago de la época escolar era un muchacho pausado al hablar, sereno, laborioso. Siempre andaba bien vestido y con el pelo corto y engominado, partido al lado izquierdo, lo que le daba una apariencia elegante. Alto, blanco, pecoso y de ojos claros, Buitrago estaba dotado de un físico poco usual en Ciénaga. La ceja izquierda, según recuerda uno de sus amigos de estudios, la tenía un poco más arqueada que la derecha. Frente ancha, orejas grandes y miradas fijas, tenía una protuberante manzana de Adán.


Foto: Hermanos de Guillermo Buitrago.

Socorro, su hermana mayor, recordaba que le gustaba leer y sentarse a la puerta de la casa. Con ella era con quien más conversaba. La actualidad y generalidades del momento ocupaban sus charlas. Fue supremamente respetuoso y amable con las personas. Nunca fumó en una época en que la juventud exhibía la mayoría de edad de la mano siempre de un paquete de cigarrillo. A pesar de su frágil contextura física, Socorro afirmaba que Guillermo era muy sano.

No hizo estudios de música, pero desde muy joven se sintió atraído por la fuerza de su sensibilidad musical. Sus inquietudes musicales las expresaba tocando en cajas de madera, silbando y cantando mientras que Helda, niña aún, lo acompañaba con toda clase de “ruidos”.

Empajaba muebles y fabricaba tiritos de mecha en los ratos en que estaba desocupado. Actividades que constituían unas entradas económicas importantes, ya que todavía no ejercía la música como una profesión. Estaba muy joven y apenas rasgaba el tiple, que fue el primer instrumento que aprendió a tocar gracias a su propietario José Rosario Caguana, que vivía en La Manglaria.

La guitarra, sin embargo, era el instrumento que lo cautivaba y, curiosamente, uno de los enamorados de una de sus hermanas tocaba guitarra, la que dejaba guardada en la casa donde ellos vivían, ocasiones que aprovechaba El Mono para necear con las cuerdas.

A mediados de 1936, adolescente aún, empezó a trabajar, como dependiente, en el almacén de víveres El Mercadito, ubicado en la calle Cauca, con el callejón de las Flores, en un local de Gabriel González de la Hoz, arrendado a José Manuel Fernández de Castro, El Baby Castro, dueño del negocio. Allí trabajó poco tiempo.

En la radio

Fue para entonces cuando comenzó a frecuentar los lados de la emisora Ecos del Córdoba, de Víctor Roberto Pereira Zamora, que ya hacía transmisiones en el segundo piso del palacio municipal, en oficina donde funcionó la Biblioteca Pedro Bonett Camargo.

La emisora había sido fundada por Víctor Roberto el 24 de junio de 1935, fecha del fallecimiento en Medellín de Carlos Gardel. Fue la noticia con que se inauguró la emisora, cuya autorización para operar la otorgó Manuel Vives Barranco, entonces presidente del Concejo del municipio.

En ella trabajaron Antonio y Enrique Campo Núñez, Juancho Ortega y Darío Torregrosa Pérez. Debido a una crítica al escudo de Ciénaga, formulada por Amadeo Mazzilli (colocado entonces en la parte superior del palacio municipal), el alcalde, Luis Jorge Lafaurie, que la consideró de mal gusto, la emisora tuvo que desocupar el amplio salón donde funcionaba en la Alcaldía. Enfadado, le pidió a los dueños de la emisora que retiraran esos garrafones del palacio, en una clara alusión a los altoparlantes.

Se trasladaron, entonces, a la casa de los padres de Ramón Ropaín (notable pianista cienaguero), Clemente Ropaín y Delia Elías, en la calle Antioquia, callejón Popayán, esquina, al sur de la Plaza del Centenario.

La emisora salió al aire con el nombre de Ondas del Magdalena, identificada con las letras H.J.B.E., en la frecuencia 1.460 kc., y empezó a emitir el programa La Hora Artístico-literaria, fundado por el intelectual Darío Torregrosa Pérez, el 18 de diciembre de 1938 (Revista Costamar, 1941). El programa era un pregonero cultural que se hacía todos los domingos a partir de las 8:30 a.m. y se escuchaba por los altoparlantes instalados en el Teatro Trianón y en la Librería Danón, o sintonizando la emisora por medio del radio.

Amplificando o retransmitiendo en la casa de Calixto Bayona V., en el callejón Bucaramanga, lograron llevar la transmisión a los playones de Aguacoca, al sur de Ciénaga, donde acondicionaron un radioteatro, que sería esencial en la vida de los jóvenes músicos de entonces, en especial de Buitrago. Era un amplio caserón de madera, con techos de zinc, dos grandes corredores y un inmenso portón. Esta casa era conocida como El Hipódromo, porque las carreras de caballos, que se hacían en los playones de Aguacoca, arrancaban de ese lugar.

Finalmente, la emisora, ya con el nombre de La Voz de Ciénaga, se estableció en el callejón de las Flores, entre las calles Antioquia y Cauca, en una casa de madera y techo de teja, cuyo propietario era el mismo Víctor Roberto Pereira.

Programas de las emisoras de Ciénaga

La primera agrupación musical que se presentó en la emisora fue la conformada por Carlos “El Mocho” Noriega, quién había perdido su mano izquierda al hacer explosión una pólvora cuando fabricaba artefactos pirotécnicos. El Mocho Noriega era el ejecutante de la dulzaina, un instrumento marca Honner, que tenía siete vueltas, parecido a una mazorca. Adolfo Arrieta Balanzó interpretaba la marimba, que era el contrabajo de la época. Lorenzo Arrieta Balanzó estaba con el tamborito y Manuel Arrieta con las maracas. Esas presentaciones se hicieron frecuentes y eran las delicias del público, que colmaba entusiasmado las rústicas instalaciones del radioteatro. Al local llegaba un jovencito con una guitarra prestada, cantaba un rato, lo aplaudían y se iba. Su nombre: Guillermo Buitrago.

Entusiasmado con estas presentaciones, se esmeró por hacerlo mejor. Posteriormente, con el hijo del dueño de la emisora, Guillermo Pereira, que también tocaba guitarra, conformaron un dúo, Los Dos Guillermos.

Se presentaron en un programa dominical dirigido por Ramón Ropaín Elías, dedicado especialmente a los niños, La Hora Infantil, que comenzaba a las diez de la mañana.

Los infantes cantaban acompañados por el dúo. Ropaín promocionaba y premiaba a los mejores. Fue un programa que gustó por la sencillez de sus integrantes, por la música que interpretaban y por “un rubio que parecía extranjero”.

Había un morenito, con mucha gracia para bailar y cantar, Sócrates Rafael Villero, a quien apodaron Figurín, hijo de Agustina Villero, la doméstica de los padres de Buitrago.


Foto: Guillermo Buitrago y su ahijado Sócrates Villero “Figurín”, a quien dedicó el paseo “El negrito Figurín”. Además de los anteriores aparecen de izquierda a derecha: Darío Torregroza, Helda Buitrago (hermana), Ángel Fontanilla, Esteban Montaño, Gregorio Buitrago (hermano), Juan de la Cruz y un desconocido.

Guillermo sentía gran aprecio por el niño, ahijado suyo. Lo llevaba al radioteatro de la emisora, donde bailaba vestido de rumbero para regocijo de la audiencia, que atiborraba el salón.

La historia de Figurín se pierde en el tiempo, como muchas de sus anécdotas. Procedía de María la Baja, Bolívar, la tierra de la madre. Nunca se supo más de él.

Ni nadie recuerda que haya vuelto alguna vez.

Las programaciones en la emisora seguían, y una verdadera procesión de gentes nuevas llegaba al radioteatro.

Ana Elvira, Elvira Elena, Zoila y Sara Rada, Elizabeth Hernández Miranda, Rosa Vizcaíno, Rosita Noguera, Hugo Parejo Fontanilla, Armando Mieles Mejía, Camilo Remón Camilo Montañez, Ana Joaquina Gastelbondo, Nicanor Velázquez García, Álvaro Montero González, entre otros, mantenían la sintonía con sus boleros corridos y romanzas.

Las guitarras de Lino Ibáñez Díaz, Ricardo Lacera y Olivo Palacio no se hicieron esperar. Interpretaban páginas románticas y acompañaban a los cantantes que de domingo a domingo pasaban por el micrófono en la programación de La Hora Artístico-Literaria, de Darío Torregrosa Pérez.

Esporádicamente Buitrago se presentó en la emisora de Sergio Martínez Aparicio, en la experimental de Rafael A. Correa Serna y en la de Juan Armenta Vázquez. Su primera guitarra fue un regalo de Darío Torregroza Pérez, hecha por Alberto Bornachera Carrillo, carpintero de profesión.

Buitrago asistía a las programaciones que hacían las emisoras. Su aporte fue valioso y muy significativo. Con Ramón Ropaín creó y dirigió el programa La Hora de los Aficionados, que los mayores recuerdan con viva nostalgia.

Causó agrado en aquella época, el premio dado al concursante Efraín Miranda Reales, quien conformara el famoso Trío Cienaguero, al ocupar el segundo puesto. Un año gratis de estudio en el colegio de Juan Pastor Campo. El primer puesto, Hugo Parejo Fontanilla, recibió como premio una máquina fotográfica.

Guillermo disfrutaba los bailes y gozaba el carnaval, y en tiempos de carnaval solía sacar un disfraz de mariachi, Allá en el Rancho Grande, canción que entonaba con una agraciada pareja, la linda jovencita Carmen Mancilla, cuya voz hizo época en su generación. Era una chica entusiasta, nativa de Ciénaga, enormemente apasionada por el canto, que interpretaba canciones románticas.

Ella actuaba en la emisora a escondidas de sus padres, porque no les gustaba que su hija anduviera metida en los asuntos de la farándula y menos cantando en una emisora. Para que sus padres no se dieron cuenta de sus presentaciones, el animador del programa, Juancho Ortega, la anunciaba como una cantante anónima: “Ustedes dirán que Ciénaga no tiene artistas, aquí tienen a la Incógnita Cienaguera deleitándonos con el precioso tango “Besos brujos”, de Libertad Lamarque”.

Diferentes grupos musicales, dúos, tríos, solistas y cuartetos, llegaban de distintos rincones de Ciénaga a la emisora.

El conjunto Ronda Lírica del Magdalena, por ejemplo, deleitaba a los asistentes con pasillos, bambucos, valses y nuestros aires tropicales. Lo conformaban Blas Carrillo, director y bandola; José Meléndez, tiple; José Pacheco, guitarra; e Hilda Esther Linero Díaz, guitarra. Esta última, nacida en Ciénaga el 23 de febrero de 1918, hija del samario Roberto Linero Padilla, fue criada por Blas Carrillo, quien le enseñó a tocar guitarra. Carrillo, además de la bandola, tocaba tiple, guitarra, violín, dulzaina y la famosa hojita, que hacía sonar como un clarinete.

La clave de Aquileo Peña, el banjo del cartagenero Juan Riola Guerrero, las guitarras de Pedro Camacho y José Hilario Castro, la parte vocal de Guillermo Meléndez fueron sensacionales cuando en la emisora reventaron con el tema “El Progreso del Magdalena”, merengue de la autoría de Meléndez.

Un buen campo de aviación

carretera pa´ correr

eso era lo que queríamos

ya lo podemos ver.

También la radio emisora

tu progreso va adelante

hace volar como el viento

las voces de los cantantes.

La emisora mantuvo la sintonía y el entusiasmo por mucho tiempo; primero como Ecos del Córdoba, después como Ondas del Magdalena y finalmente como La Voz de Ciénaga. Las dificultades y los problemas económicos obligaron a don Roberto a limitar la programación.

Por eso, cada vez fueron menos frecuentes las presentaciones de La Incógnita Cienaguera, los programas de La Hora Infantil, la Hora de los Aficionados... y así, un día cualquiera, por la falta absoluta de patrocinio, acabaron.

En el año 1942,18 de enero, la emisora fue vendida a Hernán Gómez Peláez, que vino de Sincelejo a realizar el negocio y se llevó como socio a Guillermo Pereira, quien, además de buen guitarrista, fue un destacado ingeniero electrónico, su verdadera profesión. De esa forma se originó la emisora Radio Sincelejo.

Este ilustre ingeniero electrónico, fijó desde entonces (1942) su residencia en Sincelejo, donde conoció a Julia Almario Montes, con quien se casó y tuvo ocho hijos. Regresó a Ciénaga 7 años más tarde, cuando viajó con su hija Consuelo del Carmen, que tenía entonces un año de nacida, para que la bautizaron Víctor Roberto y Consuelo, padre y hermana, respectivamente, de Guillermo. Después regresó a Sincelejo donde se quedó definitivamente. No volvió más a Ciénaga.

La primera semana de abril de 1948, la emisora presentó a Guillermo Buitrago y sus muchachos en el teatro El Dorado, en Sincelejo, cuyo propietario era Enrique Castellanos. Fue la única presentación del artista cienaguero en dicho lugar.

Guillermo Pereira recibió varias condecoraciones por sus servicios prestados a la radiodifusión costeña. Las emisoras La Voz de Montería, Radio Barají, de Sahagún; Ideal, de Planeta Rica; y Radio Progreso de Córdoba, de Lorica, le impusieron una medalla honorífica en reconocimiento a su labor.

A Guillermo Pereira y Pereira se le considera uno de los pioneros del sistema F.M., en los departamentos de Sucre y Córdoba, pues con su aporte colocó a las emisoras de estas dos regiones al nivel de las principales del país.

Tuve la oportunidad de visitarlo en su casa de Sincelejo, el 23 de diciembre de 1997, donde su familia me recibió calurosamente. Aún recordaba las vivencias de aquellos años treinta y principios de los cuarenta, de su ciudad natal. Se interesó por el destino de algunos amigos y de algunas conocidas casas comerciales. Me comentó episodios interesantes, sucedidos en la emisora de Ciénaga, muchos de ellos consignados en esta obra. Mes y medio después, el 8 de febrero de 1998, Guillermo murió en Sincelejo de un infarto cardíaco.

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